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¿Qué profesor cambió tu vida?

Hoy me gustaría hablar de los primeros y de algunas cosas que podríamos hacer para

asemejarnos a una de esas profesoras o uno de esos profesores que fueron tan

importantes. ¿Puedes recordar cuál fue el tuyo? ¿Qué hacía que fuese especial? Si es

posible, interrumpe unos pocos minutos la lectura para responder a estas preguntas; es

importante que lo hagas.

Cuando formulo las mismas preguntas a algunos de los estudiantes y docentes con los que

trabajo, invariablemente se mencionan cualidades tales como la pasión por enseñar, la

humildad, la curiosidad, la generosidad y la manera en que esa profesora o ese profesor les

miraba y escuchaba, cómo confiaba en sus posibilidades o cómo, de alguna manera, les hacía

sentir importantes y les transmitía, de un modo u otro, este mensaje: tú vales.

¿Deberían ser estas cualidades inherentes a la profesión docente?


¿Deberíamos, al menos, aspirar a que todos los docentes las tuviesen en mayor o menor

medida? Y en caso de que así fuese: ¿cómo podríamos conseguirlo?

La formación de los docentes no puede quedarse, como se queda, en las cuestiones disciplinares

y técnicas de la enseñanza.

Mi respuesta a las dos primeras preguntas es que sí. Ser docente supone mucho más que

dominar una materia y conocer y aplicar metodologías innovadoras. Esto es necesario, pero

insuficiente. Permíteme explicarlo con una analogía. Imagina a un joven que va a una

autoescuela para aprender a conducir. Allí aprende las normas de tráfico y las cuestiones

prácticas que le acreditarán como conductor. Una vez obtenido el carnet, nuestro joven conductor

sale a la calle con su coche, y desde el punto de vista técnico su pericia es indiscutible. Sin

embargo, una observación más atenta nos deja ver que en cuanto puede se salta los pasos de

peatones poniendo en peligro la vida de los viandantes, no respeta los límites de velocidad o

le cuesta controlar su ira ante cualquier incidente y es fácil verle insultando a otros conductores.

¿Subirías en su coche? Y aún más, ¿confiarías a tus hijos para que ese conductor les llevase a

algún sitio?
"Los docentes deberían pasar una ITV (Inspección
Técnica de Vehículos)"
Del mismo modo que aprender a conducir debería ser algo más que memorizar las normas de

tráfico y aprender la técnica para llevar el coche, la formación de los docentes no puede

quedarse, como se queda, en las cuestiones disciplinares y técnicas de la enseñanza. No hay, ni

en las Facultades de Educación ni en las oposiciones, nada que garantice que un profesor

cuente con estas cualidades que parecen tan importantes. En el caso de las facultades, a

través de actividades (que no materias) de desarrollo personal (sí, personal) de los estudiantes,

podríamos ayudar a desarrollar algunas habilidades psico-sociales fundamentales. En el caso de

las oposiciones, tal como se hace en la mayoría de las empresas a través de los departamentos

de Recursos Humanos, aseguraríamos que quienes acceden a la carrera docente son las

personas más idóneas. Y, puesto que hablamos de algo que no se adquiere de una vez por

todas, sino que requiere de una práctica continuada, el superar la oposición no supondría una

garantía de por vida, sino que cada tanto, recurriendo nuevamente a los coches, deberíamos

pasar una ITV.

A los docentes se nos exigen muchas cosas, a veces demasiadas, pero justamente no se nos

exige algo fundamental para educar: ser buenas personas. Después de todo, como dice Rita

Pierson en su charla titulada Todo niño necesita un campeón, “los niños no aprenden de la

gente que no les gusta", y a todos nos gusta estar rodeados de personas que confían en

nosotros y en las que podemos confiar.

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