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Microfascismo
La noción de microfascismo aborda la aparición del deseo como una serie de relaciones
que conllevan a la destrucción del tejido social y la fragmentación de la existencia, es decir,
fomenta la desaparición de relaciones, ya que se inculca un ansia por romper las normas
comunes.
El microfascismo funciona a nivel molecular, porque, el objetivo es movilizar las formas
de afectividad que condicionan a los cuerpos, para enfrentarlos y eliminar la diferencia y el
odio reactivo. De esta manera, las formas de sentir y pensar son formas rígidas que crean
fuertes identificaciones, ya que este deseo de desterritorialización establece fronteras
fuertes que, quieren arrasar con lo que no pueda ser abarcado dentro de estas mismas.
Dichas fronteras juzgan, persiguen y llegan a desear eliminar la diferencia, lo que escapa la
"norma común", así como el odio activado por lo que es considerado una amenaza. Dado a
esto, como se evidencia en el capitalismo contemporáneo, esta noción del microfascismo
influye en los sujetos a nivel socioeconómico, pues actúa de forma coercitiva, generado de
forma individual, pero con una afectación colectiva (se extiende a todos los aspectos de la
vida). El término “micro” no hace referencia al tamaño, sino a la sutilidad, operando en el
detalle y extendiéndose en todo el campo social, así como estas formas de micro vigilancia
se van sintiendo en distintas esferas de la vida. También, la insurrección del deseo es una
transformación profunda en todos los niveles, una articulación sincrónica construida a partir
de la creación de otra forma de producción
Refiriéndose al capitalismo contemporáneo, es pertinente mencionar el vínculo estrecho
entre las sociedades de control y la normalización del deseo, el cual supone que las formas
de producción en el capitalismo que habitamos traen consigo una producción del deseo.
Estas técnicas de control operan a nivel molecular en el neoliberalismo y requieren de la
producción de un cierto tipo de sujeto (emprendedor, flexible e innovador) y deseo.
El deseo como potencia falocéntrica origina ciertos ideales que producen miedo a
fracasar y ser marginado, situación más intensa en situaciones de incertidumbre. Es una
experiencia constante de falta, culpa y desasosiego, donde la configuración del deseo se
articula con este asunto de culpabilidad por no alcanzar las imágenes de referencia que trae
consigo el capitalismo, ya que se proyecta en otros “competidores” que ponen en riesgo la
capacidad de control. Dado a esto, el llamado a la acción tiene un efecto sobre los cuerpos y
la modulación de los sentimientos y deseos se convierte en herramienta fundamental, ya
que atender esta tendencia molecular es sumamente importante. Esta cuestión es
inquietante, ya que el microfascismo puede aparecer en el posfascismo neoliberal como
movimientos y partidos que no se afirman como fascistas, ya que no hay una defensa
fuerte, pero mantienen una idea más de flexibilidad estatal y libertad de mercado, lo que
moviliza los afectos y políticas cercanas al fascismo (discriminadoras, anti disidentes,
regresivas). Estos emergen en el contexto neoliberal, es decir, en marcadores de riesgo,
deseos de protección, defensa y estabilidad, imponiendo una forma de persecución que
impulsa a culpabilizar a otros. Se genera un miedo constante de otros, y como consecuencia
se producen movimientos individualistas, que desmantelan el estado de bienestar. Sin
embargo, sigue existiendo un sentido de pertenencia e identidad, ya que esa competitividad
promueve la pertenencia a las movilizaciones de masas heterogéneas, movidas por afectos
microfascistas.
Las líneas de fuga no solo dan lugar a configuraciones estables, sino que existe la
posibilidad de una reconfiguración que genera nuevas segmentaciones molares, los
agujeros negros. Estos son de carácter destructivo y tienden a saltarse la segmentariedad
molar, ya que es una experimentación no prudente, es decir que el deseo persigue un
camino de deshacimiento que lo lleva a consumirse a sí mismo.
Este asunto se observa fuertemente en la actualidad en la tecnología, específicamente en
las redes sociales y medios de comunicación. Estas herramientas producen constantemente
interacción y comunicación, y, por ende, un símbolo de pertenencia social. Dar un “like”,
seguir a usuarios y mirar páginas de ropa, son acciones que dejan rastros y huellas y, que
dicen de nosotros lo que consumimos, nuestras formas de entretenernos, finalmente,
muestran lo que somos. Todo esto hace parte de una agrupación virtual que orienta nuestro
consumo, o sea, a diferencia de las sociedades disciplinarias, no somos puestos en un lugar,
pero si somos ubicables. Las redes sociales entonces, manipulan nuestras emociones, ya
que son espacios creados para explotar las inseguridades de las personas y el algoritmo está
diseñado para que se pase el mayor tiempo en esas aplicaciones. No solo es humano
compararse, sino que internet necesita volvernos adictos a la comparación para que su
modelo de negocio funcione. Publicar, mostrar y desear son en consecuencia, cuestiones
que se vinculan y transgreden y, que finalmente se evidencian en la manipulación del
ámbito emocional, pues se imponen ciertos ideales que generan deseos individuales, pero
que en alguna instancia se convierten en agujeros negros. Para dar un ejemplo más preciso,
es pertinente mencionar los trastornos de alimentación, enfermedad mayoritariamente
generada por ese deseo de parecerse a celebridades. Estas líneas de fuga destructoras se dan
cuando un impulso (por un juego de fuerzas de destrucción) ocupa toda la dimensión de la
vida.
En conclusión, se puede asumir que el microfascismo es el vínculo entre el control
coercitivo del deseo y las emociones. Se promociona que el deseo ya no establezca
relaciones, lo que da como resultado un ansia por romper las normas comunes que
establece fronteras más rígidas, que quieren arrasar todo aquello que no cabe en esas
fronteras. Este dese es paradójico, porque niega su carácter de racionalidad y, por eso se da
una fuga, porque se produce un vector de destrucción de fronteras dadas (morales, legales e
individuales), pero se instalan otras más rígidas (amigos-enemigos, normal-anormal),
negando la posibilidad de que se generen nuevas relaciones, o sea hay un agujero negro
colectivo (se produce forma de abolición), producido al invocar un deseo de pureza y
armonía que circula en las fibras sociales y llevó a perseguir un afán de no contaminación,
que terminó negando una condición de vida (la relación) y que ata el deseo a una
destrucción de posibilidad.
Referencias