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Nicole Manser – 202122912

Sociedades de control y la configuración de cierto tipo de deseo


     Las sociedades de control son organizaciones en las que el protagonismo de los
ciudadanos está representado en la vigilancia sobre sí mismos. Estas sociedades se basan en
la producción del deseo relacionado más con la tecnología que con el encierro y, generando
así cierto tipo de libertad que conduce al sujeto al éxito y la productividad, lo que se refiere
a la producción de modulaciones auto deformantes y en cambio continuo, ya que esto
supone movilizar el deseo e interés propio que permite crear un ambiente de productividad
para poder alcanzar esa meta. No obstante, en todo caso están controlados por la gestión del
medio, precisamente para condicionar el cuerpo. Dado a esto, dichas sociedades no
coinciden con las sociedades disciplinarias, pues aquellas agrupaciones requieren de una
repartición temporal y espacial en términos de vigilancia, castigo, productividad y eficacia,
la cual opera con una lógica de imprimir distintos moldes predeterminados estáticos en los
centros de encierro (cárcel, fábricas, colegios). 
     La tendencia es a salir del encierro y dejar circular a los individuos en la figura de los
dispositivos de seguridad, los cuales determinan la forma de circulación, así como realizan
un método de normalización, o sea, de “deslizamiento de la norma” donde las normas fijas
de los dispositivos disciplinares se adaptan a lo “normal y anormal” del régimen de verdad,
saber y poder, configurando lo que es deseable, produciendo también más creatividad para
hacer lo inesperado, algo productivo. La creación de una libertad no significa que las
formas de poder desaparezcan, sino que se configura una forma de poder que requiere de la
libertad y el espacio abierto, donde se percibe como si cada individuo es gestor y auto
emprendedor de su propia vida. De esta manera, surge la gubernamentalidad, lo que traduce
las técnicas destinadas a dirigir las conductas de los individuos con la ayuda de mediciones
y estadísticas que permitan realizar un cálculo de riesgos y costos y, así, identificar grupos
de riesgo, que han de ser mayormente gestionados desde un enfoque preventivo que, opera
mediante la dupla aceptabilidad/inaceptabilidad económica y que controla el crecimiento
elevado. Esto quiere decir que, es un poder que configura el campo de acción (crea
fronteras en medio de las cuales se desea y ese deseo se convierte previsivo). “El gran
genio del capitalismo contemporáneo es haber convertido al deseo en el verdadero motor de
la economía, es el haber capitalizado el deseo mismo” (De Beistegui 2018, 2). Teniendo en
cuenta esto, se evidencia que los dispositivos de seguridad producen un sujeto de deseo,
pues el poder no es impedir hacer, ni hacer hacer de cierto modo, sino dejar hacer
controlando los riesgos, es decir, existe una intervención regulada de medio en que se
moviliza la conducta. Ese dejar hacer es el “motor de acción” de los individuos, lo que
significa el deseo y, que emerge a partir de dejar mover ese deseo, el interés propio, pero
gestionando este a través de regulaciones que permitan crear un ambiente de productividad
y de nuevas formas de autoidentificación (emprendimiento personal). Para entender esto, se
debe considerar que se parte de acontecimientos entendidos en términos de “riesgo y
peligrosidad” y, que se gestiona mediante las técnicas de gobierno.
     No obstante, al identificar el deseo con la utilidad propia, emerge la economía política,
teniendo el gobierno como objetivo, garantizar el cumplimiento del deseo, es decir, de la
utilidad (productividad). Por ende, se puede establecer una relación entre el autogobierno y
la libertad, pues al entender la utilidad como la medida del buen gobierno y ésta sólo puede
emerger de la espontaneidad del mercado, el buen gobierno es aquel que puede intervenir, y
crear las condiciones para que el mercado funcione "libremente”, lo cual se genera por
medio de esta misma administración propia. Esta promoción del interés propio y la
maximización de la utilidad implica una normalización de la subjetividad, se extiende en el
neoliberalismo, el cual produce una mayor internalización del régimen económico del
deseo del liberalismo. La regulación de la subjetividad se logra en el énfasis de la
competencia y la eficacia de la propia vida, entendida como capital que debe administrar.
El homo economicus ha internalizado tanto la competencia (que permite la autorregulación)
que, la convierte en su norma de acción, en su “propia vida” al reconocerse como
empresario de sí mismo que debe ejecutar las mejores inversiones, capacitándose para
maximizarlas. En la medida en que aumenta esta consideración, se configura también un
sujeto que desea proyectarse y suplir las necesidades, un individuo cada vez más
competitivo porque puede adquirir más para suplir esas necesidades. Este deseo se moviliza
a través de técnicas motivacionales para controlar las condiciones de riesgo
(incertidumbre). El régimen del deseo nunca queda satisfecho, ya que este se regula desde
adentro, produciéndose como algo fluido y móvil que puede sentirse en libertad, pero que
no deja de estar muy conducido, a través de un marco que lo define y contiene, un marco
que apunta a neutralizar cualquier excedencia con respecto al régimen de productividad y
consumo. El deseo quiere proyectarse, pero nunca se satura porque siempre puede
mejorarse. Eso que se puede mejorar es desear eso que no se tiene y, por eso, se producen
nuevos deseos por alcanzar en el productivismo y acumulación sin límites. 
A la vez hay todo un margen de incertidumbre que atraviesa las operaciones del
mercado porque sus demandas están en constante cambio, por depender de informaciones
falibles, contingentes y nunca completas. Con esto se abarcan la configuración de la falta
que, se genera cuando el deseo se vincula a la lógica de obtención, así como se enfatizan
aspectos fundamentales del deseo como lo son el constante deseo de conquistar y el querer
seguir compitiendo para sostener lo alcanzado. 
     La virtualidad es un elemento que evidencia claramente estas sociedades de control. Se
fomenta la formación en línea, el trabajo en casa autónomo, sin horarios establecidos y
vigilancia permanente. La importancia ya no radica en impedir la salida de los individuos
de las instituciones, sino de obstaculizar la entrada, es decir, en las empresas se requiere de
un gran esfuerzo para obtener un puesto de privilegio y buenos salarios. Para esto, se
necesita vencer diferentes obstáculos, como lo es el económico, ya que “el hombre ya no
está encerrado, sino endeudado”. A fin de cuentas, al entrar a estos privilegios, se enfrenta
otra dificultad, la de permanecer, pero esos privilegios de pertenecer esmeran y hacen
florecer los esfuerzos por cruzar esa barrera.
     Hoy en día, la libertad generada por la virtualidad, la cual abarca el tiempo abierto,
también origina un elemento de control resistente como el encierro, pues si bien el poder ya
no es soberano y opresivo, es disciplinario y desplazado por mecanismos de control, donde
se otorga cierta “libertad” y, por ende, responsabilidad, ya que pueden regular y organizar
su tiempo de trabajo dependiendo de otros deberes. El empleado es consciente de que debe
cumplir con su trabajo, ya que si no lo hace, hay otra persona que estará más comprometido
con esa misión y la realizará de manera más eficaz (en menor tiempo),  lo que lo privará de
su empleo. En la actualidad y con las circunstancias que vivimos, es crucial estar
constantemente conectado actualizándose y capacitándose, pero esto no se hace en las horas
de trabajo, sino se tiene que invertir del “tiempo libre” para no perder esa pertenencia al
grupo “privilegiado”. Hoy en día existen múltiples herramientas para tener medidas
objetivas de productividad, como por ejemplo las que miden el tiempo que el trabajador
pasa usando una aplicación, sin embargo, estas pueden acumular grandes errores. Por eso,
la instalación de objetivos es una medida más eficiente para medir y controlar esa
productividad, pues sencillamente un trabajador que cumple con sus objetivos (tareas) es
productivo y el que no lo logra, no lo es. Una solución a esto podría ser la confianza de los
jefes a sus trabajadores, así como su integración a la empresa. De este modo la
productividad será positiva, debido a que cada miembro conoce sus deberes y lucha por
cumplirlos, sin estar en un lugar de encierro con una vigilancia constante. Más bien, ese
control se convierte en una consciencia propia a nivel moral, donde la misma consciencia
determina el rendimiento y utilidad del trabajador. 

Microfascismo
     La noción de microfascismo aborda la aparición del deseo como una serie de relaciones
que conllevan a la destrucción del tejido social y la fragmentación de la existencia, es decir,
fomenta la desaparición de relaciones, ya que se inculca un ansia por romper las normas
comunes. 
     El microfascismo funciona a nivel molecular, porque, el objetivo es movilizar las formas
de afectividad que condicionan a los cuerpos, para enfrentarlos y eliminar la diferencia y el
odio reactivo. De esta manera, las formas de sentir y pensar son formas rígidas que crean
fuertes identificaciones, ya que este deseo de desterritorialización establece fronteras
fuertes que, quieren arrasar con lo que no pueda ser abarcado dentro de estas mismas.
Dichas fronteras juzgan, persiguen y llegan a desear eliminar la diferencia, lo que escapa la
"norma común", así como el odio activado por lo que es considerado una amenaza. Dado a
esto, como se evidencia en el capitalismo contemporáneo, esta noción del microfascismo
influye en los sujetos a nivel socioeconómico, pues actúa de forma coercitiva, generado de
forma individual, pero con una afectación colectiva (se extiende a todos los aspectos de la
vida). El término “micro” no hace referencia al tamaño, sino a la sutilidad, operando en el
detalle y extendiéndose en todo el campo social, así como estas formas de micro vigilancia
se van sintiendo en distintas esferas de la vida. También, la insurrección del deseo es una
transformación profunda en todos los niveles, una articulación sincrónica construida a partir
de la creación de otra forma de producción
     Refiriéndose al capitalismo contemporáneo, es pertinente mencionar el vínculo estrecho
entre las sociedades de control y la normalización del deseo, el cual supone que las formas
de producción en el capitalismo que habitamos traen consigo una producción del deseo.
Estas técnicas de control operan a nivel molecular en el neoliberalismo y requieren de la
producción de un cierto tipo de sujeto (emprendedor, flexible e innovador) y deseo.
El deseo como potencia falocéntrica origina ciertos ideales que producen miedo a
fracasar y ser marginado, situación más intensa en situaciones de incertidumbre. Es una
experiencia constante de falta, culpa y desasosiego, donde la configuración del deseo se
articula con este asunto de culpabilidad por no alcanzar las imágenes de referencia que trae
consigo el capitalismo, ya que se proyecta en otros “competidores” que ponen en riesgo la
capacidad de control. Dado a esto, el llamado a la acción tiene un efecto sobre los cuerpos y
la modulación de los sentimientos y deseos se convierte en herramienta fundamental, ya
que atender esta tendencia molecular es sumamente importante. Esta cuestión es
inquietante, ya que el microfascismo puede aparecer en el posfascismo neoliberal como
movimientos y partidos que no se afirman como fascistas, ya que no hay una defensa
fuerte, pero mantienen una idea más de flexibilidad estatal y libertad de mercado, lo que
moviliza los afectos y políticas cercanas al fascismo (discriminadoras, anti disidentes,
regresivas). Estos emergen en el contexto neoliberal, es decir, en marcadores de riesgo,
deseos de protección, defensa y estabilidad, imponiendo una forma de persecución que
impulsa a culpabilizar a otros. Se genera un miedo constante de otros, y como consecuencia
se producen movimientos individualistas, que desmantelan el estado de bienestar. Sin
embargo, sigue existiendo un sentido de pertenencia e identidad, ya que esa competitividad
promueve la pertenencia a las movilizaciones de masas heterogéneas, movidas por afectos
microfascistas. 
Las líneas de fuga no solo dan lugar a configuraciones estables, sino que existe la
posibilidad de una reconfiguración que genera nuevas segmentaciones molares, los
agujeros negros. Estos son de carácter destructivo y tienden a saltarse la segmentariedad
molar, ya que es una experimentación no prudente, es decir que el deseo persigue un
camino de deshacimiento que lo lleva a consumirse a sí mismo.
Este asunto se observa fuertemente en la actualidad en la tecnología, específicamente en
las redes sociales y medios de comunicación. Estas herramientas producen constantemente
interacción y comunicación, y, por ende, un símbolo de pertenencia social. Dar un “like”,
seguir a usuarios y mirar páginas de ropa, son acciones que dejan rastros y huellas y, que
dicen de nosotros lo que consumimos, nuestras formas de entretenernos, finalmente,
muestran lo que somos. Todo esto hace parte de una agrupación virtual que orienta nuestro
consumo, o sea, a diferencia de las sociedades disciplinarias, no somos puestos en un lugar,
pero si somos ubicables. Las redes sociales entonces, manipulan nuestras emociones, ya
que son espacios creados para explotar las inseguridades de las personas y el algoritmo está
diseñado para que se pase el mayor tiempo en esas aplicaciones. No solo es humano
compararse, sino que internet necesita volvernos adictos a la comparación para que su
modelo de negocio funcione. Publicar, mostrar y desear son en consecuencia, cuestiones
que se vinculan y transgreden y, que finalmente se evidencian en la manipulación del
ámbito emocional, pues se imponen ciertos ideales que generan deseos individuales, pero
que en alguna instancia se convierten en agujeros negros. Para dar un ejemplo más preciso,
es pertinente mencionar los trastornos de alimentación, enfermedad mayoritariamente
generada por ese deseo de parecerse a celebridades. Estas líneas de fuga destructoras se dan
cuando un impulso (por un juego de fuerzas de destrucción) ocupa toda la dimensión de la
vida.
En conclusión, se puede asumir que el microfascismo es el vínculo entre el control
coercitivo del deseo y las emociones. Se promociona que el deseo ya no establezca
relaciones, lo que da como resultado un ansia por romper las normas comunes que
establece fronteras más rígidas, que quieren arrasar todo aquello que no cabe en esas
fronteras. Este dese es paradójico, porque niega su carácter de racionalidad y, por eso se da
una fuga, porque se produce un vector de destrucción de fronteras dadas (morales, legales e
individuales), pero se instalan otras más rígidas (amigos-enemigos, normal-anormal),
negando la posibilidad de que se generen nuevas relaciones, o sea hay un agujero negro
colectivo (se produce forma de abolición), producido al invocar un deseo de pureza y
armonía que circula en las fibras sociales y llevó a perseguir un afán de no contaminación,
que terminó negando una condición de vida (la relación) y que ata el deseo a una
destrucción de posibilidad.
Referencias

Deleuze, G. (2012). Post-scriptum sobre las sociedades de control (C. de Investigación


Sociedad y Políticas Públicas (CISPO), Ed.).

De Beistegui, M. (2018). El gobierno del deseo: una genealogía del sujeto


liberal. Prensa de la Universidad de Chicago.

Foucault, M., & Pons, H. (2011). Seguridad, territorio, población: Curso en el college


de France: 1977-1978 (1a. ed.). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Guattari y Deleuze. (1980). micropolítica y segmentariedad. En mil mesetas.
Guattari. (1979). los micro-fascismos de las sociedades capitalísticas. En línea de fuga.  

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