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IDEAS FUNDAMENTALES DE LA CÁBALA JUDÍA

Algunos estudiosos de las religiones, a menudo con una incuestionable formación


académica y universitaria, han querido situar a la Cábala y definirla como «misticismo
judío», como si esta etiqueta abarcara todo el contenido de las doctrinas cabalísticas o
como si solucionara el problema. Para aquellos que conocen la Cábala desde dentro, esto
no es sino una inexactitud más. Para la mayoría de historiadores, la Cabala nació en el
sur de Francia a finales del siglo XII. Durante el siglo XIll y gran parte del XIV floreció en
España, especialmente en Barcelona, León y Gerona. Hacia el siglo XVI, sin duda a
causa de la expulsión de los judíos de Europa, el centro cabalístico más importante sería
sin embargo, el de Safed (Alta Galilea).

Sin embargo, «La Cábala -escribe G.G. Scholem- es un fenómeno único, y no puede ser
considerado como si fuera idéntico a lo que en la historia de las religiones se conoce por
misticismo ».

El cabalista no busca una fusión más o menos egoísta con el Creador, como puede ocurrir
con el místico de otras tradiciones. (El término que aparece a menudo en el Zohar y que
se ha traducido inexactamente por «místico» hakim libbaj, quiere decir, literalmente,
«Sabio de corazón»). Su deseo es encadenarse a Él, ponerse conscientemente bajo su
yugo divino. Dios se humaniza en el hombre y éste se diviniza en Dios. Su humana
realidad y la realidad divina son, cierto modo, interdependientes, y el uno necesita del otro
porque nunca estuvieron realmente separados. Este es el gran misterio. Algo parecido
ocurre, como veremos más adelante, entre la Torah oral y la Torah escrita, la letra.
Abraham Joshua Heschel, en un libro bellísimo señala que la Cábala da «el sentido del
misterio que todo lo penetra».

El cabalista no intenta huir de este bajo mundo y de sus responsabilidades. Antes al


contrario, intenta elevarlos por medio de su estudio y su práctica. Los Pirke Avot (II-2) son
muy explícitos a este respecto cuando dicen que «todo estudio de la Torah que no vaya
acompañado de una ocupación material, no subsiste y conduce al pecado».

El cabalista no busca la anulación de su personalidad en la unio mystica, sino la


purificación y la elevación de ésta en su encadenamiento con la divinidad. Pero no es un
encadenamiento forzado, exterior, metálico, sino más bien la consciencia de la
concatenación intrínseca de todos los seres y todas las cosas. «Para la mente analítica el
universo está desunido», dice Heschel; sin embargo, para el cabalista todo está unido. Es
una unión de amor, magistral y sabiamente cantada por un sabio de sabios, Salomón, en
el más bello de los cantos: el Cantar de los Cantares.

El nombre hebreo del Cantar de los Cantares es Shir ha Shirim del verbo Lashir, “cantar”.
Observemos que de este verbo proceden la palabra Sher que significa precisamente
“cadena”, pero también “collar”, con lo que vemos de nuevo que se trata del
encadenamiento a un yugo suave, bello y benigno, como un collar, de una cadena de oro
y de luz.
Otra palabra que también procede de este verbo es Shir, ”ombligo”. Simbólicamente,
viene a indicar que el canto (Shir), que sólo puede realizarse después de la recepción de
la Palabra, está vinculado al centro simbolizado por el ombligo. Así como el ombligo nos
unía a nuestra madre, nuestro canto, nuestro Shir, nos une a la Shekinah. La cadena que
nos une a Dios, o el collar formado por las palabras de la Torah (Prov. I- 9) son lo mismo:
aquello que nos libera de la esclavitud del príncipe de este mundo, del exilio en que
vivimos todos los humanos. Es una suerte de cordón umbilical que nos reúne con la
Madre celeste, con la Sophia, como la llamaron los teósofos.

Veremos más adelante que la palabra Torah procede de una raíz que significa “regar”; la
Torah celeste es como una lluvia que viene a regar el desierto de este mundo para que se
se convierta de nuevo en Paraíso. Por esta razón el verbo Shara, que procede de la raíz
Shar, significa “remojar, empapar''. Otro sentido de este curioso verbo es “morar, residir”,
el mismo sentido que el verbo Shakan, del que deriva la palabra Shekinah, la Presencia
Divina. Un tercer sentido es 'desatar, desanudar', que alude sutilmente al efecto liberador
de la Shekinah. La palabra Shará, derivada también de Shir, significa “dama, señora”;
estos son, por otra parte, dos de los atributos más habituales de la Torah y de la
Shekinah.

La Cábala es, pues, una teosofía en el sentido occidental de esta palabra: un


conocimiento experimental de lo divino, una búsqueda de la revelación de los misterios de
la vida oculta de Dios y de las relaciones entre la vida divina y la vida humana, revelación
que conducirá a un conocimiento profundo de Dios mismo. Su origen, como hemos visto,
se sitúa en la revelación de la Torah en el Sinaí, revelación que ha de renovarse en cada
cabalista. Porque la Torah es siempre nueva. Por su naturaleza misma, la Cábala
pertenece al presente eterno y no al pasado al cual quisieran relegar los historiadores.

En su estudio, el cabalista recorre cada uno de los signos del texto bíblico en una
incomunicable aventura interior. Vuelve a vivir la salida de Egipto, el gran secreto de la
Cábala, un poco como el protagonista del Canto de la Perla,  y penetra en vida en el
Vergel perdido.

La finalidad de la Cábala, el objeto de la revelación, consiste en lograr que el cabalista


regrese a ese Vergel perdido que todos conocemos inconscientemente a través de esa
herencia adámica llamada nostalgia. La entrada en el Palacio cerrado del Rey se realiza a
través de las Escrituras, que para el cabalista son como el Paraíso, el Pardes. Estas son
la Puerta y el lugar.
PARDES, EL VERGEL

La palabra Pardes pertenece a la misma raíz que en castellano dará origen a la palabra «Paraíso»

Según el Talmud (Jaguiga 14-b), en el siglo II, cuatro grandes maestros se consagraron al estudio
esotérico de la Torah logrando entrar en el Paraíso, o sea penetrando sus secretos ocultos. Se
trataba de Rabí Akiba, de Ben Zoma, de Ben Assai y de Elisha Ben Abuya, llamado Ajer. Ben
Assai vio y murió. Ben Zoma vio y se volvió loco; Ajer vio y se hizo apóstata; sólo Rabí Akiba entró
sano y salió sano. El texto talmúdico dice: «salió en paz como había entrado».

El sentido de la palabra PARDES requiere un breve comentario. Está formada por cuatro letras:
Pe, Resh, Dalet y Samej. Pe corresponde a Pshat, el sentido literal, el evidente; Resh a Remes, el
sentido alegórico, el simbólico, Dalet a Derasha, la interpretación talmúdica, más profunda, Samej
a Sod, el sentido secreto, el más interior de todos. El PARDES en el que penetraron los cuatro
maestros se interpretó, pues, como la especulación sobre el verdadero sentido de la Torah en sus
cuatro interpretaciones. En el Zohar Jadash, 83a podemos leer:

«Las palabras de la torah son comparables a una nuez» ¿cómo hay que entender esto? Al
igual que la nuez tiene una cáscara externa y un núcleo interno, así cada palabra de la
Torah contiene también un maase (hecho externo), midrash (explicación alegórica) hagada
(interpretación talmúdica) y sod (secreto) cada uno de ellos representa un sentido más
profundo que el que le precede.

Algunos cabalistas han relacionado estas cuatro interpretaciones de la Torah con los cuatro ríos
que, según Génesis Il-10 salen del río del Jardín de Edén, o sea, del Paraíso. El primer maestro
habría entrado en el río Pishón. Esta palabra deriva de una raíz que significa “desbordar”. La
enormidad del secreto al que tuvo acceso lo desbordó. El segundo habría entrado en el Guijón, de
una raíz que significa “precipitarse o abrirse paso”: se precipitó en unas profundidades para las
cuales no estaba preparado. El tercero entró en el río Jidekel, palabra que se interpreta como
compuesta de Jady de Kal, 'afilado' y 'ágil' y que indicarfa la precisión y la agilidad de la
interpretación talmúdica, Derasha. Incluso él, que había accedido a unas profundidades prohibidas
al resto de los mortales, no pudo soportar la visión paradisíaca. Según estos mismos cabalistas, el
cuarto maestro entraba en el río Eufrates, palabra que procede de la raíz que significa “crecer,
multiplicarse, fructificar” Este cuarto maestro era nada menos que Rabí Akiba.

Señalemos que la palabra Rabí procede también de una raíz que significa “multiplicar”. Para los
cabalistas se trata del sentido más interior de la Torah, «aquél del que mana la fuente de la vida»

Los primeros maestros sólo lograron penetrar en la Torah de un modo exterior, profano, forzado,
inadecuado; sólo Rabi Akiba logró ir hasta el fondo, hasta el interior del paraíso que es la Torah.
Como avisa el autor de El Mensaje Reencontrado (VIl-55) como comentando este pasaje
talmúdico que con casi total certeza nunca llegó a conocer, «El exterior es múltiple, aparente e
ilusorio. El interior es único, oculto y real. Y más adelante «No hay ningún peligro en rezar a fin de
recibir el don de Dios, pero hay uno considerable en intentar descubrir el secreto del único.
Muchos han encontrado en ello la impiedad, la locura o la muerte». (XXVII-6)

El mismo Talmud, con su característica sutileza, nos explica por qué fracasaron los tres
profesores. El texto dice:

Cuando lleguéis a los lugares de mármol brillante no digáis: Agua, agua!

Palabras incomprensibles si no tenemos en cuenta ese viejo aforismo, de origen judío y,


evidentemente cabalístico, que proclama que «las apariencias engañan». Fiándonos de ellas
podemos acabar mintiendo sin ser conscientes de ello. No hace falta estar perdido en medio del
desierto para ser víctima de un espejismo. Toda la vida del hombre en exilio del Paraíso, en el
desierto de este mundo, no es sino una sucesión ininterrumpida de espejismos. Son las
«Apariencias de la Muerte» que se oponen (des)encarnizadamente al Regreso al Hogar.

Para los Sabios decir «agua, agua» signiticaba permanecer aún en el nivel de la dualidad, de lo
profano. Recordemos que el número dos, ejemplarizado en la Torah por el segundo día de la
Creación, simboliza en cierto modo la escisión, la división. En el relato bíblico cada día es objeto
de una bendición (a través de la palabra Tov) excepto el segundo. Si la Verdad, con mayúscula,
está representada por la unidad, la Mentira pertenece a la dualidad. Por eso el talmud, citando el
Salmo CL-7, «quien profiera mentiras no permanecerá delante de mis ojos» justifica lo que les
ocurrio a los tres compañeros de Rabí Akiba.

Maim Maim, «agua, agua» alude al segundo día de la creación, el día en que tiene lugar la
separación de las aguas.

El texto hebreo del Génesis dice Veichi mandil bein maim lemaim, pero el texto del Talmud dice
Maim Maim, expresión cuya guematria es 180 y coincide con la de Jelek Eloka, «una parte de
Dios».

El Talmud dice que el primero de los sabios profesores, Ben Azzai, vio y murió. Pero Ben Azzai no
era un profano, alguien que intenta apropiarse de lo que no le está destinado, era por el contrario
un hombre piadoso. No se trata, como podría parecer a primera vista, de un castigo, de una
muerte horrible pues se trae a colación el versículo 15 del Salmo CXVI que dice: «Es cosa
preciosa a los ojos de IHWH la muerte de los que le aman», Murió por amor, en una experiencia
de amor.

Otros importantes textos cabalísticos nos hablarán de «la más dulce de las muertes» la «muerte
en el beso». Recordemos que la letra Pe, la inicial de Pardes, significa boca.

El destino de Ben Zoma es distinto: halló miel en la Torah y «comió más de la cuenta». A él se
aplica el Proverbio XXV-16 que dice: «Si encuentras miel, come lo suficiente; no te hartes y tengas
que vomitar».

Esto suele ocurrir con aquellos que se «empachan» intelectualmente con el conocimiento
cabalístico. Recordemos que la segunda letra de Pardes, la Resh, significa 'cabeza'. En cuanto a
Ajer, el texto dice que «arrancó brotes verdes». Si bien se podrían escribir libros enteros sobre qué
significa «arrancar brotes verdes», la interpretación tradicional es que se hizo apóstata e intentó
arrastrar en su error a jóvenes estudiantes. En cualquier caso, pecó por precipitación.

Sólo Rabí Akiba no cayó en la ilusión, en el espejismo de las apariencias: «Aquel que busca a
Dios en pensamiento y en acción, debe apartar las apariencias de la muerte que se oponen al
retorno del oro celeste», nos enseña El Mensaje… (III-74). «Aquel que no sabe separar la ilusión
de la verdad, no es digno de acercarse a la Gloria de Dios» declaran los cabalistas al unísono.
Todo intento, toda tentativa que trate de forzar la entrada en el Paraíso y que no vaya
acompañado por la pureza del corazón y la luminosidad de la mente, están de antemano
condenados al fracaso. Los delirios teosofistas, el camuflado materialismo de algunos sectores del
ocultismo, la aberrante falta de espiritualidad de la parapsicología pueden dirigirse, con más o
menos fortuna, hacia este paraíso, lo cual es lógico, pues todo ser humano conserva una secreta
nostalgia de él, pero el resultado final de estos caminos es, y el tiempo convencerá de ello a los
que no lo estén, el mismo: la angustia, el vacío y la desintegración de la personalidad, cuando no
la muerte. Esto es, dicho en palabras actuales, lo que les pasó a los compañeros de Rabí Akiba

Pero el concepto de Pardes ha sido objeto de más especulaciones. Para el Zohar Jadash (102d),
la Shekinah, la presencia divina a la que más adelante dedicaremos un capítulo, puede
compararse a la Torah. La Shekinah sería Pardes ha Torah, «el paraíso de la Torah». Moisés de
León escribe: «La Shekinah en el exilio se llama Pardes... por esto la llamamos también “nuez''.
Cuando el rey Salomón entró en el paraíso de la especulación mística dijo: «he bajado al jardín de
las nueces» (Cantar de los Cantares VI-11).
Podríamos relacionar a los cuatro profesores con los cuatro hijos de los que nos habla la
Haggadah de Pesaj: el sabio, el malvado, el simple y el que aún no sabe preguntar.

A modo de ejemplo de cómo razonan los cabalistas señalaremos que si a la palabra Pardes se le
quita la última letra, la Samej que es la inicial de Sod, el sentido secreto, obtendremos mulo». Por
eso el Salmo XXXII-9 nos exhorta a «no ser como mulos que carecen de entendimiento».

Por otra parte, si pensamos en la palabra «caballo» Sus en contraposición a Pered, «mulo»,
veremos que el caballo tiene dos letras Samej, precisamente la que le falta al mulo, que por su
forma nos recuerda a los testículos de los de los que habitualmente carece este animal por haber
sido castrado.

Un proverbio cuyo origen debe de ser cabalístico afirma que «el hombre sabio anda a caballo y el
necio en mulo».
APRENDER CÁBALA

Ya hemos dicho que la Cábala tradicional no puede aprenderse sólo con los libros, en cursillos de
fin de semana a través de dudosas «Universidades Virtuales» sin ningún tipo de reconocimiento
académico, y menos aún a través de una lectura meramente intelectual de textos las más de las
veces incorrectamente traducidos. Es una aberración pensar que por nosotros mismos o a través
de otros llegaremos a Aquello que Dios sólo confía a aquellos que únicamente confían en El.

La Cábala se aprende directamente de Dios o de un maestro, y se practica en la vida de cada día,


en la oración y el estudio cotidianos. Por regla general, las obras de los sabios cabalistas no
desarrollan planteamientos o razonamientos más o menos interesantes intentando enseñar a los
ignorantes los arcanos de la Cábala, como podría parecer desde fuera, sino que aluden a ella,
presuponiéndola recibida y aceptada. El cabalista busca un modo de vida en el que coloca su
cotidianidad en armonía con Dios, a fin de restablecer la unión que existía originariamente entre
Dios y el mundo, recobrando así el estado de antes de la caída. El estudio de los libros más que
conducir al saber, apunta a hacerle consciente de su cósmica ignorancia, de su descomunal
impotencia, orientándolo hacia Dios, fuente de toda sabiduría. La idea que aparece en varias
ocasiones en el Corpus Hermeticum, de que el saber no se enseña sino que se despierta su
recuerdo, es perfectamente acorde con la Cábala.

Nada importante se ha enseñado nunca desde el exterior. Todo se transmite desde dentro, de
corazón a corazón, de Iod a lod, en la vida cotidiana sacralizada por la búsqueda de aquello que
trasciende lo cotidiano.

El mismo Nombre de Dios, como veremos más adelante, puede verse como la unión de las dos
letras lod mediante la copulativa Vav.

La Cábala no preconiza, pues, una huída de este mundo o un abandono de las ocupaciones
cotidianas, características de algunos sistemas místicos de otras tradiciones espirituales. El
cabalista ha de aceptar el mundo viéndolo al descubierto, sin velos y descubrir en él la acción
secreta de la providencia. El cabalista, como el poeta, es un espectador sorprendido de las
aparentes «casualidades» de la vida. Todo para él es señal, todo tiene un sentido, todo contiene
una enseñanza que a menudo encubre otras más profundas. La función del sabio consiste en unir
el Cielo y la Tierra, por esta razón, simbólicamente, no puede abandonar o rechazar la Tierra: ha
de amarla y atraer al Cielo para que la purifique y fecunde. Si habitualmente olvidamos el Cielo en
nuestras ocupaciones terrestres cotidianas (lo cual constituye ciertamente un pecado contra el
espíritu), a menudo también despreciamos todo lo que tiene que ver con nuestro cuerpo por «poco
elevado»: una verdadera blasfemia contra la Tierra.

Para el cabalista, todo en el mundo es interdependiente; lo que está arriba es como lo que está
abajo; lo que está a la izquierda es como lo que está a la derecha, y en esto coincide con el
hermetista. Pero este mundo es un mundo caído, un débil símbolo del verdadero mundo, del
«mundo que viene», o del «mundo por venir», el Olam haBa.

El cabalista sabe que la imagen no es la cosa y que, a menudo, es precisamente lo contrario, la


inversión de la cosa. Por eso practica la «lectura al revés» exprimiendo con esmero las frases, las
palabras, las letras, para extraer sentidos cada vez más profundos.

El lenguaje de la Cábala no es, pues, un sistema criptgráfico que podría aprenderse de un modo
exterior, una vez conocida su clave secreta, sino un idioma vivo, un perpetuo descubrimiento de la
imagen generadora del pensamiento en la «imaginación activa» creadora.

Si el Zohar, los Midrashim y la mayoría de los escritos cabalísticos no utilizan un lenguaje llano,
directo, síno el a menudo complejísimo «lenguaje de los símbolos», no es tanto para disimular
«secretos oscuros» Como se ha pretendido, sino para alcanzar un nivel de intelección más
profundo e íntimo que el meramente racional.

El lenguaje de la Cábala, como el de la Alquimia o el de la magia es esencialmente simbólico:


utiliza historias e imágenes alegóricas, intentando impresionar la intuición con aquello que el
intelecto sería incapaz de aprehender, al menos correctamente. No es un lenguaje convencional,
sino un verdadero idioma de la imagen, en el que cada término puede tener al mismo tiempo
varios significados que, lejos de excluirse, se complementan mutuamente.

Como opina el Rav Ginsburgh, un gran cabalista contemporáneo, «no existe realmente un punto
de comienzo» en el estudio de la cábala, que es «mucho más que estudiar el vocabulario
cabalístico». Se trata, más bien, de «reconocer, experimentar y acercarse a Dios».

El gaón Rabbí Jacob Moisés Hillel, autor del Tamim Tihié, considerado por el mismísimo Rav
Kadour y como un «maestro en cábala para quien esta sabiduría no tiene secretos, nos insta en
su libro a evitar los falsos maestros.

Si en una disciplina profana es lícito separar el mensaje del mensajero, en un camino sagrado en
el que se aspira a la unidad no puede haber tal separación. Por esta razón, aquel que practica o
enseña cábala no puede llevar una vida o tener un comportamiento que no sea acorde con las
enseñanzas de la Torah. Desgraciadamente, en la práctica no siempre es así.

Rabbi Hillel nos alerta en primer lugar contra aquellos que dicen predecir el futuro. También lo
hace contra los vendedores de amuletos.

Como muy bien explica, nadie se puede autoproclamar «cabalista si no ha pasado por la Torah y
el Talmud, a lo que añadiríamos si la Torah y el Talmud no han pasado por él. Para no caer en las
garras de los charlatanes, lo primero que recomienda es reflexionar y sobre todo no fiarse de
gente aparentemente extraordinaria que saben cómo impresionar a su audiencia. Lo segundo es ir
con cuidado con esos presuntos maestros que piden dinero. Muchos de ellos ni siquiera se toman
la molestia de pedirlo, sería como rebajarse: de ello se ocupan algunos discípulos escogidos.

En tercer lugar, advierte contra ciertos «pseudo-cabalistas» que por medio de ingenios
electrónicos hacen ver que se comunican con los ángeles.

Otra cuestión de la que nos advierte este sabio es contra los presuntos maestros que están
rodeados de mujeres, lamentando la cantidad de mujeres incautas o jóvenes que han sido objeto
de proposiciones poco honestas por parte de aquel que ocupa la posición privilegiada de
«maestro» En el prólogo al libro de Rav Hillel, el rabino Jaim Pinjás Scheinber parece resumirlo:
«hay que apartarse de las personas de reputación dudosa»

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