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LA INDEPENDENCIA DE LA NUEVA

ESPAÑA Y LA CAPITANÍA DE
GUATEMALA
El Virreinato de la Nueva España fue uno de los territorios integrantes del imperio español
más extensos, rico y poblado. Como en las demás posesiones españolas, el proceso de independencia
se inició con el pronunciamiento de una Junta, en México se destituyó al virrey y se sometió al
Ayuntamiento de la ciudad a la nueva autoridad. Sin embargo, como en el resto del continente, las
juntas no buscaron la ruptura de las relaciones con España sino manifestar su fidelidad al rey.
La idea de independencia comenzó a hacerse realidad con el pronunciamiento del sacerdote Miguel
Hidalgo y Costilla el 16 de septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores (Guanajuato). Para reunir a los
indígenas ese día el sacerdote tocó las campanas de la iglesia y lanzó vivas a la Virgen de Guadalupe
y mueras al mal gobierno. Junto a Ignacio Allende formó un gran ejército e inició una exitosa toma de
ciudades, que comenzó en Celaya (21 de septiembre) para seguir con Guanajuato, Valladolid (actual
Morelia) y Guadalajara (26 de noviembre).
En Guadalajara, Miguel Hidalgo decretó la abolición de la esclavitud, favoreció a los indígenas con la
supresión de tributos y elaboró un plan para restituirles tierras e intentó formar un gobierno
provisional. No obstante, el ejército realista inició una ofensiva y logró derrotar a los insurgentes el 11
de enero de 1811. Aunque Hidalgo logró huir, fue finalmente apresado el 21 de mayo. Luego de un
juicio fue excomulgado y fusilado el 30 de julio. Su cabeza fue exhibida como escarmiento en la
ciudad de Guanajuato.
A pesar del enorme impacto que causó la ejecución de Hidalgo, la rebelión no se detuvo. Otro
sacerdote, José María Morelos, asumió el liderazgo de los insurgentes y tras importantes victorias en
el campo de batalla impulsó la celebración del Congreso de Chilpancingo (junio de 1813), allí
presentó un documento titulado Sentimientos de la nación donde declaró la independencia, la
eliminación de castas y abogó por la soberanía del pueblo. Al año siguiente fue elaborada la
constitución de Apatzingán, considerada la primera constitución de México. Luego de una serie de
derrotas, Morelos fue fusilado en diciembre de 1815.
Tras este duro golpe, los insurgentes se transformaron en guerrillas. Éstas combatieron al ejército
realista por seis años más. El virrey Juan Ruiz de Apocada le encomendó a Agustín de Iturbide la
derrota del jefe insurgente Vicente Guerrero, sin embargo Iturbide decidió dialogar con Guerrero y,
gracias a ello, logró la firma del jefe insurgente de un acuerdo, conocido como Plan de Iguala (24 de
febrero de 1821), en el que se establecieron tres principios: México sería una nación independiente
gobernada por Fernando VII; los criollos tendrían los mismos derechos que los españoles; y la Iglesia
mantendría todos sus privilegios. Meses más tarde, se firmó, el 27 de septiembre de 1821, el Acta de
Independencia del Imperio Mexicano.
La independencia de México se distingue por el enorme peso del factor religioso, del culto a la Virgen
de Guadalupe, en la movilización de los campesinos e indígenas y en la construcción simbólica de la
nación; por el empleo del terror por parte de los bandos en conflicto, pues los ejércitos realistas
arrasaron pueblos para no dejar la semilla de la insurrección y fusilaron a los líderes del
levantamiento, aunque éstos fuesen sacerdotes. Por su parte, los insurgentes hicieron varias masacres
de gachupines (españoles); asimismo, se diferencia por ser uno de los procesos en que la alianza de las
elites y el pueblo fue más duradera.

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