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(.l aIvino e n c i er r a en so b r e v e d a d y a p a r e n t e
s e n c i l l e z u n a h o n d u r a s u t i l que s o l a m e n t e los
g r a n d e s m a e s t r o s s on c a p a c e s .de- t r a n s m i t i r . » 1
('.om ere della Sera
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BIBLIOTECA CALVINO
T o d o s los d e r e c h o s r e s e r v a d o s . N i n g u n a p a r t e de es ta p u b l i c a c i ó n
p u e d e se r r e p r o d u c i d a , a l m a c e n a d a o t r a n s m i t i d a e n m a n e r a a lg u n a
ni p o r n i n g ú n m e d i o , ya sea e l é c t r i c o , q u í m i c o , m e c á n i c o , ó p t i c o ,
d e g r a b a c i ó n o de f o t o c o p i a , sin p e r m i s o p r e v i o d el e d i t o r .
T ítu lo original: P a lo m a r
D i s e ñ o g r á f i c o : G. G a u g e r & J. S i r u e l a
© I t a l o C a i v i n o , 1983
© P a l o m a r S . r . l ., 1990
T o d o s los d e re c h o s re serv ad o s
© D e la t r a d u c c i ó n , A u r o r a B e r n á r d e z
V■ © D e la c r o n o l o g í a y d e la t r a d u c c i ó n
d e la n o t a p r e l i m i n a r , C é s a r P a l m a
© E d i c i o n e s S i r u e l a , S. A., 1997, 2001
P l a z a d e M a n u e l B e c e r r a , 15. «El P a b e l l ó n »
28028 M a d r i d . T e l s . : 355 57 20 / 355 22 02
F a x: 355 22 01
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In d ice
N ota preliminar
Italo Calvin o 9
Palomar
C ronología
César Palm a 111
8
Los silencios de Palomar
Los viajes d e P alo m ar
S erp ien tes y calaveras
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El tem plo de la Estrella de la M añana es u n a pirám ide esca
lonada. En lo alto se alzan cuatro cariátides cilindricas, llama
das «atlantes», que representan al dios Quetzalcóatl como Es
trella de la M añana (p o r m edio de u n a m arip o sa que lleva
posada en la espalda, sím bolo de la e s tre lla ), y cu atro co
lumnas esculpidas que representan la Serpiente Em plum ada,
es decir, siem pre el mismo dios bajo form a animal.
Todo esto hay que creerlo p o rq u e sí; adem ás, sería difícil
dem ostrar lo contrario. En la arqueología m exicana cada esta
tua, cada objeto, cada detalle de bajorrelieve significa algo que
significa algo que a su vez significa algo. U n anim al significa un
dios que significa u n a estrella que significa un elem ento o u n a
cualidad hum ana y así sucesivamente. Estamos en el m u n d o de
la escritura pictográfica; los antiguos m exicanos p ara escribir
dibujaban figuras y cuando dibujaban era tam bién com o si es
cribieran: cada figura se presenta com o u n a charada p o r desci
frar. Aun los frisos más abstractos y geom étricos en la p ared de
un tem plo p ueden ser interpretados com o saetas si se los ve co
mo un motivo de líneas entrecortadas, o se p u ed en leer com o
una serie num érica según el m odo en que se suceden las fran
jas. Aquí en Tula los bajorrelieves repiten figuras animales esti
lizadas: jaguares, coyotes. El amigo m exicano se detiene delan
te de cada piedra, la transform a en relato cósmico, en alegoría,
en reflexión moral.
E ntre las ruinas desfila u n gru p o de estudiantes: m u ch a
chos de rasgos indios, descendientes tal vez de los constructo
res de esos templos, con sencillos uniform es blancos tipo boy
scout, con pañuelitos azules. Los guía u n m aestro no m ucho
más alto que ellos y apenas más adulto, con la misma cara re
donda y quieta. Suben los altos peldaños de la pirám ide, se de
tienen debajo de las columnas, el m aestro dice a qué civiliza
ción pertenecen, a qué siglo, en qué piedra están esculpidas, y
después concluye: «No se sabe lo que quieren decir», y los es
tudiantes lo siguen en el descenso. Para cada estatua, para ca
da figura esculpida en u n bajorrelieve o en u n a colum na, el
maestro da algunos datos concretos y añade invariablemente:
«No se sabe lo que quieren decir». , í :‘
Aparece u n chac-mool, tipo de estatua bastante difundida:
u na figura hum ana sem irreclinada que sostiene u n a bandeja; y
en la bandeja, dicen unánim es los expertos, se presentaban los
corazones en san g ren tad o s de las víctim as de los sacrificios
hum anos. Estas estatuas en sí mismas podrían considerarse co
m o m uñecos bonachones, rústicos; pero cada vez que ve u n a el
señor Palom ar no puede m enos de estremecerse.
Pasa la fila de escolares. Y el m a estro dice: «Esto es u n
chac-mool. No se sabe lo que quiere decir», y sigue adelante.
El señor Palom ar, a p esar de seguir las explicaciones del
amigo que lo guía, term ina siem pre p o r cruzarse con los estu
diantes y recoger las palabras del maestro. Está fascinado por
la riqueza de las referencias mitológicas del amigo: el juego de la
interpretación, la lectura alegórica le han parecido siem pre un
soberado ejercicio de la m ente. Pero se siente atraído tam bién
p o r la actitud opuesta del m aestro de escuela: lo que le había
parecido al principio u n a expeditiva falta de interés, se va re
velando como u na posición científica y pedagógica, un m étodo
elegido p o r ese joven grave y concienzudo, una regla a la que
no quiere sustraerse. U na piedra, u n a figura, un signo, u n a pa
labra que nos llegan aislados de su contexto son sólo esa pie
dra, esa figura, ese signo o palabra: podem os tratar de definir
los, de describirlos com o tales, eso es todo; si además de la faz
que nos presentan tienen tam bién u n a faz oculta, n o nos es da
do saberlo. La negativa a com prender nada que no sea lo que
estas piedras nos m uestran es quizá el único m odo posible de
dem ostrar respeto p o r su secreto; tratar de adivinar es presun
ción, traición del verdadero significado perdido.
Por detrás de la pirám ide pasa u n corredor o trin ch era en
tre dos muros, u n o de tierra batida, el otro de piedra esculpi
da: el M uro de las Serpientes. Es tal vez la parte más bella de Tu
la: en el friso en relieve se suceden serpientes, cada una de las
cuales tiene en las fauces abiertas u n a calavera hum ana como
si estuviera a p un to de devorarla.
Pasan los m uchachos. Y el maestro: «Este es el M uro de las
Serpientes. Cada serpiente tiene en la boca una calavera. No se
sabe lo que quieren decir».
El amigo no puede contenerse: «¡Sí que se sabe! Es la conti
nuidad de la vida y de la m uerte, las serpientes son la vida, las
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calaveras son la m uerte; la vida que es vida p orque lleva en sí la
m uerte y la m uerte que es m uerte porque sin m uerte no hay vi
da...».
Los m uchachos escuchan con la boca abierta, los negros ojos
atónitos. El señor Palom ar piensa que toda traducción requiere
otra traducción y así sucesivamente. Se pregunta: «¿Qué quería
decir m uerte, vida, continuidad, pasaje, para los antiguos tolte-
cas? ¿Y qué cosa puede querer decir para estos muchachos? ¿Y
para mí?». Y sin em bargo sabe que nunca podrá apagar su ne
cesidad de traducir, de pasar de un lenguaje a otro, de figuras
concretas a palabras abstractas, de símbolos abstractos a expe
riencias concretas, de tejer y volver a tejer u n a red de analogías.
No in terp retar es imposible, como es imposible abstenerse de
pensar.
A penas los estudiantes desaparecen en un recodo, la voz
obstinada del m aestrito prosigue: «No es verdad lo que ha di
cho ese señor. No se sabe lo que quieren decir».
B i B i, i O ' A. L V 1 t\ O