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OFICIO DE INTERROGAR

No hay nada tan estimulante como la lectura, lenta y prolongada, del diario o las
memorias de un escritor. Esos libros tienen un encanto distinto al de una novela, un
libro de relatos o un volumen de poesía. El escritor está en ellos de una manera mucho
más directa e inmediata, en contacto con los materiales, con el movimiento de la vida
que de alguna manera va a transformarse después en arte. Para que esta misma fluidez
se transmita a una entrevista, sin helarse, tiene que ser muy inteligente el que la hace y
pretender, no lucirse ni defraudar al público con efectos buscados, sino servir
simplemente de vehículo a una personalidad que debe prevalecer sobre la del que hace
las preguntas.

El oficio de escritor, que reúne las entrevistas hechas a algunos de los escritores más
importantes de la época, casi todos de habla inglesa, tiene ese carácter. Redactores de la
Paris Review hablaron en los màs diversos escenarios del mundo con autores como
Faulkner y Paternak, Katherine Anne Porter y Lawrence Durrel, Ezra Pound y
Hemingway, Mauriac y Truman Capote, Henry Miller y James Thurber. Aunque hay
algunas preguntas que se repiten, casi siempre las interrogaciones están determinadas
por el temperamento de cada cual, y tienden a hacer resaltar todo lo que pueda iluminar
aspectos del estilo y de la obra. La breve introducción que precede a cada entrevista
sirve casi siempre de propósito: situar al autor en un medio físico que por ser el suyo
habitual o el escogido temperamentalmente por el azar o la costumbre de un viaje por el
extranjero, lo refleja tanto o a veces más que sus palabras. No hay que olvidar la
importancia que tienen los objetos que rodean a los artistas o, en ciertos casos, la
usencia de tales objetos. El artista suele ser especialmente sensible a las cosas en las que
deposita amores y rechazos definitivos.

Katherine Anne Porter vive entre un armario español del siglo XVI, una mesa de
mármol de Vermont y un sofá color verde botella del segundo imperio napoleónico, al
lado de numerosas artesanías mexicanas. En la casa de Pasternak dominaba un piano de
cola, abierto y enorme, en medio de la sala. Siempre había mandarinas en la mesa y
entraba mucho sol por la ventana. Los anocheceres eran nevados y azules. Hemingway
escribe de pie, en su casa deteriorada de San Francisco de Paula, rodeado por montañas
de libros que se desgajan por todas partes, entre grandes cabezas de fieras disecadas y
pequeños recuerdos de safaris. Cerca, hay una torre llena de gatos (algo que se le olvidó
al entrevistador ), donde sólo escribe cuando en la casa hay invitados, y una piscina,
entre palmeras y vegetación casi silvestre, que presagia ya la época en que va a estar
seca y sucia, cubierta sólo de hojas muertas. En su cabaña del sur de Francia Durrell,
que ama los suntuosos paisajes de Alejandría, vive rodeado por un panorama desnudo,
poblado únicamente de olivos. Y Truman Capote, capaz de escribir a sangre fría, llena
su sala victoriana con una colección sentimental de recuerdos, desde cajitas de Battersea
hasta huevos de Pascua traídos de Rusia.
¿Cómo formarnos la imagen del escritor sin situarlo así? Sólo entonces lo que nos dice
puede tener una densidad como la que tienen las palabras dentro de la estructura de un
texto: el escritor está integrado a esa parte de mundo que lo rodea hasta el punto que ese
mundo ya es parte de él mismo y lo lleva consigo a todos lados, como lleva su memoria
que es, lo dicen todos, la esencia del oficio de escribir. En ello coinciden la mayoría de
los entrevistados. Son inútiles lo cuadernos de notas, los apuntes de que suelen presumir
los principiantes. El mejor cuaderno de apuntes está en la memoria: allí todo está
depositado y saldrá cuando haga falta, con la intensidad que tuvo al momento de
grabarse, no muerto, sin jugo, como sucede con los apuntes tomados deliberadamente.

Creo que siempre es más útil esa comunicación de experiencias personales concretas,
para entender el acto de la creación, que las lucubraciones de los críticos y los estetas,
suspendidas en el vacío. Sobre ese fenómeno la actitud de los escritores es muy variada:
algunos, como Hemingway, como Angus Wilson, sienten que no hay que hablar de lo
que se está escribiendo porque se pierde algo esencial. Wilson sugiere que escribir una
novela supone cierta “magia”” y advierte que, una vez que se habla, el acto de
comunicación queda consumado; Hemingway piensa que hay dos caras del oficio de
escribir: una es sólida y no sufre si se habla de ella- es lo más exterior y superficial-; la
otra, interna y frágil, puede deshacerse si se ventila demasiado. Sin embargo, hay
autores que no sienten recelo por hablar de la obra en preparación. De hecho, casi todos
los entrevistados lo hacen con bastante desenfado.

El acto de escribir supone además otros problemas: la distancia en el tiempo y en el


espacio, con el material que se maneja; el conocimiento personal acerca de las
situaciones que se crean en la ficción. ¿Se prefigura lab forma o va surgiendo en el
“work in progress”

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