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Voces/Escrituras

De la Literatura Venezolana

Blanca Elena Pantin


Fichas de los escritores entrevistados:
José Antonio Parra

Colección Biblioteca de Ítaca 1


Voces/Escrituras de la Literatura
Venezolana
Colección Biblioteca de Ítaca 1
@ Blanca Elena Pantín
@ Editorial Ítaca C.A., 2020
email: editorial.itaca.56@gmail.com
Caracas, Venezuela
ISBN 978-

Categoría: Ensayos, entrevistas, reportajes e historia

Coordinación y producción editorial: Milagros Mata Gil y


Eziongeber Álvarez Arias
Administración y asuntos legales: Eziongeber Álvarez Arias
Asesoramiento editorial: Golcar Rojas
Diseño gráfico y diagramación: Milagros Mata Gil y Eréndira Maita
Composición de la portada: Milagros Mata Gil
Fichas de los autores entrevistados: José Antonio Parra
Prólogo: Milagros Mata Gil

Todos los derechos reservados. El contenido, diseño editorial y diseño


gráfico de cubiertas e interiores no deben ser reproducidos, copiados o
impresos en ninguna forma sin el permiso escrito de los editores.

Impresión por demanda


RESUMEN

Desde la primera lectura de Voces/Escrituras de la Literatura


Venezolana se tiene la impresión de que Blanca Pantin trasciende la
labor de una entrevistadora. En primer lugar, hay allí un conocimiento
profundo de la obra de los entrevistados y del contexto en que fue
producida. En segundo lugar, hay un gran respeto por la voz del
entrevistado, lo que no es usual debido a ese narcisismo de los
periodistas (me voy a incluir) que nos hace intervenir e interactuar,
escamoteando protagonismo, en el desarrollo de las entrevistas. Pero no
se nota eso en Pantin, que se acerca con humildad a esas voces en las
que ella misma se reconoce, por su sensibilidad de poeta. En tercer
lugar, y es lo más notable, el prolongado tránsito de la edición, el
esfuerzo realizado durante 30 años, convierte estas entrevistas en un
documento oral invaluable. Son 17 entrevistas de diferentes tenor y
duración en las cuales se destaca solamente la expresión del escritor
entrevistado. Y son notables no sólo por el aporte a la historia y el
conocimiento de la Literatura Venezolana sino por el sonido íntimo de
eso que, como en Spoon River, brota en una versión de música
polifónica.
A mis míos, dedico
CONTENIDO

VOCES Y ESCRITURAS LUMINOSAS QUE SURGEN


DE LA OSCURIDAD (PRÓLOGO)
1
ANTONIA PALACIOS, UN ESTADO DE ÁNIMO
2
ANA ENRIQUETA TERÁN: EL DOMINIO DE LAS
COSAS Y LAS PALABRAS
LA CASA
PATIO
MIEDOS
LUGARES
3
ARMANDO ROJAS GUARDIA: LA NADA VIGILANTE
I
II
III
IV
V
VI
4
Y ASÍ FUE COMO EMPECÉ A LLAMARME LUCILA
PALACIOS
ENTONCES CUENTA
5
FRANCISCO MASSIANI: LA BELLEZA DEMORA EL
TIEMPO
OÍR A TU CORAZÓN
BUENA GENTE
LLEGAR AL HUESO
6
JULIO GARMENDIA/ HILDA KEHRIG: VIDAS CRUZADAS

7
YOLANDA PANTIN: CASA O LOBO, LA QUIETUD

TRÁNSITO

II

ESTADO DE GRACIA

III

DEUDA DE GRATITUD

IV

MIEDOS/DUELO
V.
SUEÑOS
VI
METÁFORAS
8
HANNI OSSOTT: ESCRIBIR DESDE LA
ENFERMEDAD
PLEGARIAS Y PENUMBRAS
PÉRDIDAS
LA NOCHE
9
SALVADOR GARMENDIA: UNA MANERA DE
ESCRIBIR
NOVELA Y CUENTO
CUENTOS
POESÍA
LITERATURA Y POLÍTICA
CRISIS, FRACASO Y DERROTA
ESCRITURA
FICCIÓN
LOS PEQUEÑOS SERES
10
MIYÓ VESTRINI
11
MIYÓ VESTRINI Y SALVADOR GARMENDIA,
PASILLO POR MEDIO
12
ALEJANDRO ROSSI, LA ESCRITURA DISTRAÍDA DE
UN DISTRAÍDO ESCRITOR
PEQUEÑOS GESTOS
ÉPICA DE LA COTIDIANIDAD
PRIMERA PERSONA
RELATOS
PÁGINA PERFECTA
LIBROS
EL CIELO DE SÓTERO
13
ELISA LERNER, LA FELICIDAD DE LA INFANCIA
14
ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN
UNA INVESTIGACIÓN DEL LENGUAJE
LA DECISIÓN DE ANDRÉS BARAZARTE
15
ALFREDO SILVA ESTRADA: UNA IRRUPCIÓN EN EL
TIEMPO
EXISTIR EN LA ELABORACIÓN DEL POEMA
16
JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ, EL MIEDO SIEMPRE
ANIMAL DE COSTUMBRE
17
RAFAEL CADENAS, ME HA COSTADO MUCHO
LLAMARME POETA
ANOTACIONES
FICHAS BIOBIBLIOGRÁFICAS DE LOS
ENTREVISTADOS
ACERCA DE LA AUTORA

EDITORIAL ÍTACA C.A.


ÍTACA
COLECCIONES
CONTACTO
INTRODUCCIÓN

Debo al largo claustro de los días de pandemia la revisión de estos


trabajos publicados en su momento, la mayoría, en El Diario de Caracas
entre 1991 y 1994 y otros en El Universal, entre 1997 y 1998. Me
conmovió releerlos al cabo de tanto tiempo y escuchar voces de la
poesía y narrativa del país tan próximas, un valioso (y precioso) archivo
de voces que ahora reúno. Quise, en la revisión y edición, dejar sólo la
voz del autor, de la autora, para que cada entrevista se lea como un
relato, el autor diciéndose. El libro es también un homenaje a todos los
aquí reunidos.
VOCES Y ESCRITURAS LUMINOSAS DESDE
EL NÚCLEO DE LA OSCURIDAD

I.
Mientras editaba el libro de Blanca Elena Pantin, Voces/Escrituras de la
Literatura Venezolana, tuve un accidente informático. No es frecuente
que me ocurra, pero ocurrió. Y en mi afán obsesivo de respaldar los
archivos, respaldé el corrompido, perdí casi todo y he aquí que tuve que
darme a la tarea de recuperar los textos (pues siempre guardo algo
aparte) y reformatearlos de acuerdo con el diseño establecido. Eso me
obligó a realizar una tercera lectura de estas entrevistas.
II.
Desde la primera lectura he tenido la impresión de que Blanca Pantin
trasciende aquí la labor de una entrevistadora. Y, por supuesto, va más
allá del enfoque del habitual ejercicio periodístico. En primer lugar, hay
un conocimiento profundo de la obra de los entrevistados y del
contexto en que fue producida.
En segundo lugar, hay un gran respeto por la voz del entrevistado, lo
que no es usual debido a ese narcisismo de los periodistas (me voy a
incluir) que nos hace intervenir e interactuar, escamoteando
protagonismo, en el desarrollo de las entrevistas. Pero no se nota eso en
Pantin, que se acerca con humildad a esas voces en las que ella misma
se reconoce, por su sensibilidad de poeta.
En tercer lugar, y es lo más notable, ese prolongado tránsito de la
edición: el esfuerzo realizado durante 30 años, convierte las entrevistas
en un documento oral invaluable. No sólo por el aporte a la historia y el
conocimiento de la Literatura Venezolana sino por el sonido íntimo que
emanan en conjunto las voces y las escrituras que, como en Spoon River,
brotan de todas partes en una versión de la más antigua música
polifónica.
III.
Son 17 entrevistas a escritores, la mayoría de ellos poetas. Sus voces van
desde la evocación, como en Ana Enriqueta Terán o Elisa Lerner, hasta
la reflexión sobre el oficio poético, como en Armando Rojas Guardia,
Alfredo Silva Estrada o Rafael Cadenas. Sus temas van desde la soledad
a la locura, como en Antonia Palacios, Miyó Vestrini o Hanni Ossott.
Las tesituras van desde la preclara precisión de Yolanda Pantin, al
desordenado intento de encontrar un orden de Adriano González
León. O de Alejandro Rossi. Es límpida y maravillosa la entrevista a
Salvador Garmendia sobre su obra. Y también cuando él habla sobre
Miyó Vestrini. A veces se entrecruzan vidas, pasillo de por medio. Aparecen
los relatos, las anécdotas, de la legendaria República del Este. O de la
Sabana Grande de Pancho Massiani. O en la historia de amor entre
Hilda Kehrig y Julio Garmendia. Sí. Polifónico todo.
Conmovedor hasta el llanto, pues a todos los conocí y casi todos están
muertos. Y aun así, viven en nosotros, en las estanterías de las
bibliotecas, en la memoria, en cada lectura, en cada guiño travieso, en
cada lágrima derramada por sus textos o en cada risa expansiva. Y
vuelven a vivir en este libro indispensable.
IV.
Blanca Elena Pantin (Caracas, 1957) es periodista egresada de la
Universidad Católica Andrés Bello. Entre 1990 y 1999 trabajó en El
Diario de Caracas y El Universal, como editora de las páginas
culturales y en esos períodos realizó estas entrevistas.

Milagros Mata Gil


1.
ANTONIA PALACIOS, UN ESTADO DE
ÁNIMO

Una fractura precipitó el proceso que la condenó a una inmovilidad que


la tiene hundida en un sillón azul. Ella que subía y bajaba las escaleras
de Calicanto, su casa de Altamira y decidía cómo y dónde estar, se dijo
no escribir. Desde entonces espera.
Todo en Antonia Palacios comenzó hace años cuando su madre, mujer
muy culta, compartía lecturas con sus hijos, Antonia e Inocente. Así
cultivó el gusto por los libros: Quería hacer lo mismo que los autores de
esos libros maravillosos. Escribir -me decía- como escribe la gente. Neruda,
Teresa de la Parra, Vallejo, pocas mujeres: Tú me preguntas si yo hubiera
querido ser Simone de Beauvoir y te digo que no.
Al alcance de su mano cartas, periódicos, revistas, libros. Estira el brazo
y toma un cigarrillo, lo aspira con boquilla, fuma sin urgencias.
Para escribir hay que exigirse mucho. ¿Cuánta cosa que no he roto? Escribir supone
sufrimientos, batalla. Es un oficio tremendo.

Sola, una persona sola.

Siempre me sentí así, muy sola, muy dentro de mí; no porque no tenga amigos,
nunca me faltaron, pero mi soledad es distinta: un estado de ánimo.
Esa lucidez para percibirse, sin negarse, la condujo a estructurar Ese
oscuro animal de sueño:
Tus pies cambiaron de tierra. Quisiste caminar hasta las claridades. Pensaste el
nombre amado como única meta. Te empeñaste en seguir adelante, atravesar las
honduras, saltas sobre las fuentes vaciando con estrépito la espuma de las aguas.
Cruzaste altos fuegos que apenas te rozaron. Te arrastraste hasta el confín del
tiempo. Dejaste atrás los sitios de lo oscuro, los filos de la piedra. Pensaste con tu
aliento alcanzar resplandores, blanquear cerradas tinieblas contemplando las
estrellas como vecinas almas temblando allá en lo alto. La noche llegó de pronto
borrando tus caminos y te quedaste sola, sin lámpara, sin palabra.
Ese oscuro animal de sueño anunció su definitivo silencio cerrando el
círculo que anticipó en Textos del desalojo. Bradley le daría la clave para
esos últimos poemas: La poesía debe darnos la impresión no de descubrir algo
nuevo sino de recordar algo olvidado.
Antonia Palacios habla de fantasmas, de los dictados de esas sombras
espectrales: Ahora sé que fui yo quien escribió todo.
La luz parece incomodarla. Al fondo, ella por Guayasamín. Así se ve
desde todos los ángulos de su cuarto. Ya no recuerda nada: No escribo, no
leo, no hablo. Aquí estoy sentada en esta silla como una imbécil sin hacer nada.
Espera sin miedos porque supo desde siempre que llegaría el momento
en que se mirarían ella y su sombra: Estamos muy juntas. Somos las dos una
sola.
Espera de frente a la nada, diciéndose: Quisiste salir afuera, mirar de nuevo
al sol. Saber de las denuncias que la vida te impone. No pudiste dar un paso, te
quedaste varada con tu costado abierto en medio de un fuego apagado.
Esa tarde estaba íngrima de seda roja, recostada sobre el azul del sillón
que detesta.
2.
ANA ENRIQUE TERÁN: EL DOMINIO DE LAS
COSAS Y LAS PALABRAS

Nosotros, los Terán, fuimos los fundadores de Trujillo y fundadores de muchos


pueblos. Yo soy Terán Labastida. El doctor Ricardo Labastida, famoso, unos
hombres que vinieron a la Convención de Valencia, dos hermanos uterinos: uno era
Ricardo Labastida Betancourt y el otro era Manuel María Carrasquero
Betancourt. Es una tradición muy antigua, no solamente de raza, sino intelectual.
Mi bisabuelo, Manuel María Carrasquero, se carteaba con Martí y Cecilio Acosta.
Ricardo Labastida era graduado de La Sorbona; mi bisabuelo hablaba griego y
latín, Venezuela ha perdido mucho.
Mi hermano Luis Manuel Terán, cuando murió, ese era un hombre excepcional, de
una gran prestancia física, un hombre que amaba la poesía; se sabía obras completas
de los ingleses, de los franceses, de autores del sur) hablan de Ana Enriqueta Terán,
hermana del poeta Luis Daniel, pero no escribió nunca, porque no le dio la gana:
era un poeta.
Azucena, Otto, Otto es como un hijo mío y sus hijos como mis nietos. Tengo una
nieta, hija de Otto, que se llama igual que yo: Ana Enriqueta Terán Madrid. A
veces le pregunto: mi amor, y no te pesa mucho llamarte igual que yo. Sí, tía, me
pesa, me dice.
LA CASA
Era la casa. Fíjate, yo no tengo sino sexto grado, pero tengo buen idioma, buen
léxico. Lo heredé de mi gente. Era la casa. Me preguntas si me recuerdo escribiendo
de niña. Eso se pierde en la noche de los tiempos. Recuerdo una cosa muy rara.
Estaba apoyada en el tronco de mi samán (en casa se sembraba un árbol cuando
nacía un hijo; el de Otto era una acacia, el mío, un samán). En ese momento perdí
la identidad: se me olvidó quién era yo, cómo me llamaba. Sucedió algo, me asusté
muchísimo y salí corriendo. Entonces, me tropecé con una amiga de mamá que fue a
pasarse con nosotros 18 días y se quedó 18 años y no se casó: se enamoró de nosotros
y se quedó en la casa. Era una persona tan bella, tan espiritual. El entorno de
nosotros fue maravilloso, como para haber hecho un poeta. Cuando me sucedió eso, le
pregunté: ¿Yaya, quién soy yo? Ella no se asombró, ni creyó que yo estaba loca, sino
que se quedó mirándome y me dijo: “Usted es la hija de don Manuel María Terán
Labastida y de Rosa Madrid Carrasquero. Lo que me dijo, me centró. Entonces
sentí como si un vino me entrara y me llenara toda. Yo creo que ahí nací yo como
poetisa: algo me habitó.
PATIO
Siempre la casa, siempre. Estoy escribiendo una autobiografía en tercetos, por
estancias: estancias de los árboles, estancias de las casas vividas. Como cosa curiosa,
en todas las casas siempre ha habido un patio, ¡hasta en París! El patio es el latido
de la casa. Esas casas viejas, tú sabes, de corazón oscuro, tenían un patio lleno de
luz. El patio era todo, el patio era el encuentro, el patio era la mata que uno
conocía, la enredadera de la ventana.
MIEDOS
Había miedos. En una casa de un tío mío, Manuel Labastida, en el vestíbulo,
había retratos de mujeres y hombres, antepasados nuestros, hechos en País, en la
época del impresionismo. Esos retratos se perdieron, desaparecieron. Había uno de
una niña sentada en una piedra, el retrato de mi tía Adriana, mi tía bisabuela.
Recuerdo que yo entraba en esa habitación cuadrada, sin muebles, sin otra cosa que
los retratos y entonces cerraba los ojos, tomaba aire y salía corriendo para llegar a la
otra habitación, la de al lado, con terror.
-Los retratos se perdieron como se perdió la biblioteca de mi bisabuelo. Se perdieron
porque la familia se desinteresó por las cuestiones de la cultura. En una rama hubo
pobreza, pero nunca se cayó en gleba, siempre se mantuvo un hogar. Lo digo en uno
de mis poemas: La casa vieja del orgullo y de la violencia.
Fuimos gente víctima del caudillaje andino, víctimas políticas. Un tío mío, el general
Mario Terán, estuvo exiliado todo lo que duró Gómez y dos tíos míos murieron en
la gabaldonada (los Madrid Carrasquero). Fíjate: todos los Szinetar son poetas,
Joaquín Gabaldón Márquez, Antonieta Madrid, todos son poetas, somos todos
primos, bisnietos del mismo viejo, Manuel María Carrasquero Betancourt (mi padre
se llama Manuel María por él).
LUGARES
A Jajó llego cuando jubilan a mi marido José María, jefe de la zona de
Malariología. En Morrocoy viví nueve años. Vivir, no pasar. Allí escribí El libro
de los oficios y comienzo el libro En cifra nueva (Alabanza y confesión de islas…)
-Jajó es un regreso, una búsqueda, es capturar la infancia, el ambiente, los sucesos, el
anecdotario (nuestra familia tiene mucha anécdota, mucho suceso y a veces, cosas
terribles.
Pensé escribir una novela sobre todos esos episodios. Cinco mujeres que venían de
diferentes épocas y se enrazaban hasta mi hija Rosa Francisca, pero me di cuenta
que en la novela hay mucho relleno. La poesía es más pura, la poesía es esencia,
almendra. Además, es muy celosa de los demás géneros. Yo no he hecho otra cosa en
la vida que ser poetisa. Dicen que tengo buena prosa, sin embargo, me aterra que me
abandone la poesía. Cuando me abandone, entonces que venga la muerte: estaré lista
para morir.
No puedo estar sin escribir, entro en un estado de angustia terrible y tengo que
volverá empezar y comienzo con un soneto. El soneto es como un pórtico.
3.
ARMANDO ROJAS GUARDIA: LA NADA
VIGILANTE

I.
El sol vacío de la mente
Se explaya sobre la arena fría

En 1990, en Mérida, sufrí, padecí, una crisis psicótica, prácticamente una


desarticulación de la conciencia. Quedé, literalmente en el vacío mental. No sólo eso
sino que quedé sin palabras. Para mí era una experiencia nueva: toda la vida me
sentí caracterizado por una facilidad verbal que surgía espontáneamente sin ningún
tipo de traba, sin ningún tipo de bloqueos. Después de la crisis aquella elocuencia
terminó. Me sobrevino un silencio mineral, una oquedad donde no había figuras,
donde el imaginario estaba roto, desgarrado, muerto. Nunca me había ocurrido eso;
al contrario: después de cada una de las crisis que padecí surgía de cada una con un
renovado impulso verbal y con un deseo de trabajar enormes.
Aunque no se puede decir que cada uno de mis libros haya sido producto de una
crisis, cada uno guarda una relación directa con esas crisis. Como decía Van Gogh,
la psicosis puede ser una forma muy dolorosa y desgarrada de la lucidez. Era lo que
él sentía en plena alucinación psicótica. Yo viví la nada interior.
II.
La lucidez desierta
No accede a la palabra
El estado de insensibilidad era tan gigantesco que me costaba, incluso, el lenguaje
oral. Una conversación entre amigos para mí era un trabajo arduo. Nunca imaginé
que pudiera llegar a esa especie de vacío mental que me deslumbró por dentro. Yo
estaba acostumbrado a trabajar mucho no pasaba día que no escribiera. Con la
crisis eso se me hizo imposible. Empezó una sorda batalla por retomar el lenguaje.
Un día, por eso le estoy profundamente agradecido, Alberto Márquez me dijo:
Armando, ¿y si intentas escribir esa imposibilidad de escribir, desafiar esa
imposibilidad nombrándola, explorándola verbalmente, por qué no intentas hablar
desde ahí, desde ese vacío? Me pregunté a mí mismo si eso sería posible y empecé a
escribir. Juan Luis Delmont, el psiquiatra que me estaba viendo, a quien también le
estoy muy agradecido, me animó muchísimo a que tratara de seguir el consejo de
Alberto. Lo cierto es que empecé a escribir.
III.
Es redondo el silencio
En torno al eje completamente inmóvil

Con mucha dificultad de concentración surgió un impulso hacia la escritura que a mí


mismo me extrañó y escribí el poema séptimo de La nada vigilante, un retrato del
estado mental en que me encontraba.

(El sol vacío de la mente


Se explaya sobre la arena fría
Es redondo el silencio
En torno al eje completamente inmóvil.
Un párpado abierto
Deja ver la pupilas dilatadas,
El ojo blanco, ciego, innecesario.
Baila el tedio su monodia ingrávida.
La playa del sentir está desierta
Bañada por el oleaje sucio
De imágenes opacas y convexas.
Rebota la palabra sin que nadie la atrape
El cuerpo estorba al alma a fuerza de pedirle
Un insinuarse solo, un gesto vago,
Una idea que fulja de repente
Moviendo la sangre de las arterias.
El cerebro cuaja hielo entre sus pliegues
Y en el rostro se ahonda una galaxia
De tristeza mineral. Rostro clavado.
Afuera el entusiasmo bate alas
Contra el cristal esmerilado
Pero el adentro es neutro y me respiran
La vigilia parada, el resto de la espera)

A partir de ese momento no paré hasta terminar. Escribía todos los días durante
horas, horas enteras. La escritura total del libro me tomó cinco meses.
IV.
Busco el envés de las palabras

Después de la crisis traté siempre de nunca perder la paz. Incluso, traté de estar
permanentemente reconciliado con la tristeza, el tedio, la melancolía que me
sobrevinieron después. Traté de estar retirado, interiorizar el dolor, la insensibilidad,
la apatía, la abulia. Traté de no desasosegarme, de prestar una atención profunda al
clima interior que estaba viviendo.
V.
Estoy libre del poder
Del disimulo, de la página social,
De la etiqueta. Yo sólo miro distraído
Las sombras jugar con las paredes
Y un crepúsculo a salvo, indomeñable

No sé si es la resonancia interior religiosa que no he perdido nunca lo que me llevaba


a pensar que ese enclaustramiento que me había producido la crisis me podía servir
para un apartamiento de la figuración mundana, un retiro de la vida social
mecánica y un alejamiento del poder. Nunca lo tuve pero sí mucha figuración. Eso
siempre me hizo sentir mal. Me fui a Mérida en 1987 para alejarme de toda la
resonancia de Tráfico. Eso me inquietaba y desgarraba. El éxito me parece una
vulgaridad, un manoseo social, un oropel y mucho más si es el éxito de un poeta.
Prefiero que el poema esté cumplido, que llegue a la gente y que yo sienta la
percepción de los demás (buena o mala) sobre lo que hago pero el chisporroteo de la
figuración me desequilibra el alma.
Las propuestas de Tráfico nunca se entendieron cabalmente porque nos
reprochaban que no teníamos una obra que respaldara lo que decíamos. Cuando los
libros nuestros empezaron a salir y cuando la marca de Tráfico empezó a notarse
en los libros que escribíamos, la gente siguió sin comprender lo que queríamos.
Miguel Márquez lo resumió de una manera muy bella: buscábamos crear un puente
hacia el país perdido. Hoy me siento muy lejano de las propuestas del manifiesto.
Creo que recogimos la efervescencia de una hora donde lo que dijimos era necesario y
en donde lo que hicimos era necesario hacerlo. Fue válido introducir en la poesía
venezolana giros coloquiales, dicciones conversacionales, gentilicios, nombres propios,
la primera persona del singular, la metáfora entusiasta de la calle cuando la poesía
del país era abstracta, mágica, impersonal, surrealista, pura o metafísica. Fue una
hermosa misión que aunque no era novedosa en el marco latinoamericano si lo era en
Venezuela.
VI.
El poema se vive antes de hacerlo.
Es una vieja lección nunca aprendida

Creo que no hay nada más alejado de la poesía que yo quiero hacer que el mero
artificio. El simple escarceo del álgebra verbal me produce náuseas. Nosotros hemos
continuado fieles a esa poesía de la experiencia que era una de nuestras propuestas
fundamentales: neohumanizar a la poesía venezolana a través de lo vivido, de lo
trajinado interior y exteriormente por el poeta. Para escribir La nada vigilante me
limité y ceñí al fondo de la experiencia de una gran dificultad psíquica y del bloqueo
mental que vivía y transcribirla de la manera más diáfana posible.
El libro significó una cura espiritual y una cura psíquica para mí. Poderlo terminar
fue el fin de una terapia completamente inesperada. Representó una liberación de tipo
psicológico. Siento que tengo otra vez una relación como carnal y erótica con la
palabra. Fueron cinco meses de proceso terapéutico solitario que culminó en una
expansión de la conciencia y en una recuperación de la capacidad verbal que había
perdido.
4.
Y ASÍ FUE COMO EMPECÉ A LLAMARME
LUCILA PALACIOS

Pensaban que moría. Pálida, con la fiebre en los ojos, soportaba los mandatos
maternos: no podía jugar, no podía saltar, no podía correr, no podía hacer nada.
Nada como no fuera pasar los días en la oscura biblioteca de la casa, relata.
La infancia de Mercedes Carvajal de Arocha trascurrió así entre la vida
y la muerte y los vapores del Orinoco, la austeridad de Ciudad Bolívar y
las historias de río debajo de donde los hombres regresaban con oro y
la violencia en la mirada. Eso evoca ella que se recuerda una niña
enfermiza:
Cada dos años tenía una gravedad; me daba fiebre todos los días; después me daba
fiebre un día sí y un día no; después fiebre tres veces a la semana; una vez a la
semana; una vez al mes; unas fiebres horribles; temblaba, me veía los alrededores de
la boca morado, negro; me friccionaban la espalda con vinagre pero después, en vista
de que las fricciones me daban tanto horror a mí, el médico resolvió recetarme baños
de agua tibia que me aliviaran la temperatura.
De niña también oyó de orquídeas perdidas en la selva: orquídeas que
nadie ha visto, que nadie sabe cómo son, así es la selva: intrincada” Y supo de
cosas terribles, de cosas que no eran cuentos de mi papá. Esas no eran historias,
eso lo presencié yo.
ENTONCES, CUENTA
Resulta que Ciudad Bolívar era una ciudad donde acudían todos los rionegreros, los
que iban a Río Negro a buscar oro. Cuando llegaban, Ciudad Bolívar era un
fiestón porque venían cargados de oro, bolsitas llenas de morocotas. En una ocasión
dos de los rionegreros, René Espinoza y Policarpio Espejo, mi padrino, llegaron
antes que los otros. Entonces les preguntaron: “¿qué pasó, por qué se vinieron antes
de tiempo?” Y contaron. Contaron que Funes se había alzado contra el general
Pulido, que lo había matado, que había matado también a su esposo, que aquello
era una masacre. Toda Ciudad Bolívar se conmovió y no se hablaba sino de Funes y
del Territorio Amazonas que era como otro país.
Relata que eran siete hermanos, que los cuatro varones murieron
chiquitos; que su abuelo, Ramón Isidro Montes, era profesor y escritor:
Dejó un libro de versos y cartas que en esa época se estilaba mucho escribirlas. Era
un hombre muy conservador, se atenía a las normas. Sus hijas decían: papá dijo esto
y eso se hacía.
Habla de Ciudad Bolívar, donde siempre vivieron así, aislados del país:
Tan aislados que nos sentíamos más identificados con la cultura caribeña. Yo misma
nací en Trinidad, ahí nos quedamos hasta que se apaciguara el país que estaba en
plena Revolución Libertadora.
Después vinieron años terribles, testimonia: su padre, opositor del
régimen gomecista, se vio obligado a dejar la política para dedicarse a la
agricultura, una tarea de la que no sabía nada: De ahí le vino la enfermedad,
una cosa en la garganta que le fue tomando todo el cuerpo, ¿no ve que no se
cuidaba?; él no estaba acostumbrado a sembrar ni a nada de eso. Murió mi padre,
murieron María Cristina y Cecilia, papá Ramón y tía Luisita.
Después, mucho después, se casó: ¿Para qué escribes y guardas?, me preguntó
un día mi esposo. El que escribe es para que los conozcan los demás” me dijo.
Yo no sabía si era buena o mala escritora, pero fue así como decidí y así fue como
empecé a llamarme Lucila Palacios.
5.
FRANCISCO MASSIANI: LA BELLEZA
DEMORA EL TIEMPO

A las 11:30 de la mañana, El Royal –viejo bar de La Florida- es una


oscura quietud. A las doce las mesas están ocupadas por gente que no
tiene idea que ese que está ahí es el escritor Francisco Massiani. Para él,
mejor. Busca refugiarse donde nadie lo reconozca, de puro tímido que soy,
horriblemente tímido; algo espantoso, enfermizo. Si vengo acá, al Royal, y me tomo
mis traguitos es porque en otro lugar me da miedo.

OÍR A TU CORAZÓN
El tipo de la mesa de al lado lo ve sin entender mucho; sabe que ese
hombre puntual y de mirada capaz de abrir un hueco en la pared, llega y
se sienta en la mesa del fondo, la que hace esquina resguardándose de
sabe Dios quién.
Hoy llegó furioso: ¡Coño!, no es bobería una caminata de Chacaíto hasta La
Florida; caminé más que una puta, vale, más que una puta, le dice al barman que a
esa hora tiene todo en orden.
Siempre caminó así: ¿Hay acaso otra manera de conocer las cosas? Yo me alimento
de mi corazón, no de mi cabeza. Oigo a mi corazón y oigo todo. La desconfianza te
distancia de la realidad. Nunca vas a conocer nada de la vida si no oyes a tu
corazón. Hay que entregarse a la vida; no importa que después le caigan a patadas a
uno. Si yo le tuviera desconfianza, temor a la realidad, fuera político y no escribiría
nada. Por eso me zambullo en ella para saber qué diablos pasa.
Así escribió Piedra de mar y todos los relatos de Las primeras hojas de la
noche, El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes, Con el
agua en la piel, Muñeca de madrugada, Sueños compartidos y El fútbol o la vida:
procurando saber qué diablos pasa y cuando lo sabe, escribe y piensa en
Dios.
A veces también toca el piano y compone canciones para muchachas
bonitas. Y dibuja, entonces se le va la tristeza.
El mesero se permite libertades y tutea al escritor como si tal cosa:
cigarrillos van y vienen. Una pareja, a tres, cuatro metros, discute.
Massiani ve la escena y se espanta: No me gusta lo que acabo de ver, dice y
lamenta la violencia de la escena.

BUENA GENTE
¡Palabra! Yo no conozco hombre más bueno que yo; me considero bueno porque
¡coño! Lo he sido. Soy el hombre más serio y consecuente que he conocido. Es bonito
que uno se vea así, buena gente.
Buena gente como Corcho, el adolescente de Piedra de Mar y de Cuando
las hojas de la noche esperan que todos duerman para crecer, el que se traga
la saliva cuando se le tranca la garganta después de ver al Pelón, con su
cabeza pelada de Llanero Solitario, llorando en el patio y todos esos
tipos gritando, ¿no?, todo porque Pelón se quedaba mirando desde el
arco, atravesado ahí, justo, para que no entraran goles.

LLEGAR AL HUESO
Cuando escribo pienso en mis padres, en los amores rotos que tengo en la vida que
son bastantes, ¡carajo!, llegar al fondo de las cosas con las palabras. De eso se trata y
eso cuesta mucho. Para escribir uno no solamente tiene que poner las palabras; eso no
tiene sentido. Hay que procurar la metáfora en el cuento. Hay que llegar al hueso y
por Dios que no es fácil. No basta con contar y agarrar la máquina de escribir. Eso
no sirve para nada. Un cuento debe ser como un poema, una gran metáfora, algo que
comienza y termina.
Vivió en París, en Barcelona, en Nueva York, en Macuto y en Caracas:
Cada una de esas ciudades me dejaron la imagen de una muchacha bellísima, todas
menos Caracas, pero yo amo este disparate de ciudad aunque me ponga rabioso todos
los días.
Es así: cada quien tiene un destino desde que nace, ¿no? Un destino para ser loco,
estúpido, mala gente; yo nací para esto del cuento. Siempre supe lo que tenía que ser
en la vida, mi padre también supo que yo escribiría; lo hacía desde muy chiquito,
escondido debajo de la cama; leía a Thomas Mann y Joseph Conrad, el único
maestro que reconozco. Y nunca publiqué mi primer cuento, no lo hice jamás por
tímido. ¿No te dije que era el hombre más tímido del mundo? A veces necesito
tomarme como 50 tragos para poder conversar con la gente, no solamente para
conversar con la gente sino con los gatos, las flores, con los perros, ¡por Dios Santo!,
¿cómo se hace?
Los asiduos del Royal le oyen esas cosas, que si hablar con gatos y
perros, hablar con flores, y esa frase, la belleza demora el tiempo y una
advertencia al tipo de al lado que lo veía como para buscarle pleito: Sepa
que yo fumo, por si acaso.
6.
JULIO GARMENDIA/ HILDA KEHRIG: VIDAS
CRUZADAS

Hilda Kehrig parece (de pronto lo es) un personaje de uno de los


relatos de Julio Garmendia (1898-1977). Nada - imposible imaginarlo-
hacía suponer que un día de 1947 se encontrarían en un modesto hotel
del centro de Caracas (el Cervantes) para vivir desde entonces (y hasta
la muerte del escritor) una relación abierta en la que cada uno mantuvo
su independencia. No lo hubiera conocido de otro modo. Era mi destino que así
sucediera, dice Hilda, quien a sus 91 años (nació en 1906 en Estonia)
conserva una lucidez que hace todavía más triste su vida en un asilo,
donde no tiene interlocutores (la única frase que oigo durante el día es cuando
me preguntan cómo pasé la noche) ni nadie que la visite, salvo una amiga con
la que habla cada quince días. De resto es el silencio y la memoria.
No puede decirse, sin embargo, que sea una mujer abatida. Llevó una
vida demasiado intensa para dejarse arrastrar por la rutina y la espera de
la muerte. Los motores que rugen al otro lado del muro no la
perturban. Una pequeña pérdida de la audición y una catarata incipiente
son apenas los males que empiezan a aquejarla. (Muy joven adhirió el
modelo de salud que, entre los años cuarenta y cincuenta, se impuso en
Europa del Este: Poca grasa y pocas carnes rojas y nada de cerdo, dice al
revelar parte de su disciplina alimenticia). Empujada por su hermana,
abandona la idea de seguir la carrera de dentista: Estudia idiomas, el mundo
está abierto para ti. Y lo estaba. Las principales capitales de Europa
(donde pudo haberse encontrado con Garmendia, quien vivió durante
16 años en el Viejo Continente) y unos días en España determinan,
finalmente, su viaje a Venezuela. Lo que en principio era un largo viaje
en trasatlántico hasta Buenos Aires, donde tenía intenciones de visitar a
un tío, se transformó en una escala definitiva en Venezuela: Ven a este
país. Esto es el paraíso, le había escrito un amigo.
Políglota (estoniano, ruso, alemán, inglés y francés, lenguas a las que
después sumaría el español) guía turística egresada de universidades de
París, a los 41 años, recién separada de su marido, Hilda Kehrig decide
conocer Caracas y aterriza (desconociendo como desconocía todo) en
una pensión de mala muerte del centro: Pregunté entonces por un hotel y me
hablaron del Cervantes. Al entrar tropezó con Garmendia: Le pregunté por
Caracas, qué podía visitar. Fue muy gracioso. Como yo era guía turística su
explicación me pareció muy divertida. Esa misma tarde salí a conocer la ciudad. Y
se quedó. Situado frente a Parque Carabobo, el Cervantes fue la
residencia de Garmendia desde que se estableció en Caracas a su
regreso de Europa (1937). La de Hilda, un pequeño apartamento sobre
la azotea de un edificio quedaba muy cerca (esquina de Punceres), un
espacio del que fue desalojada hace poco más de tres años cuando el
casero no le ofreció otra opción: 'Pude haberlo comprado', acota sin
amargura. Un caracol
Nacido en el estado Lara, Garmendia pasó parte de su infancia en una
vieja hacienda de su abuelo que muchos años más tarde terminaría
administrando su compañera. Fue hacia los años veinte cuando su
nombre irrumpe en periódicos de Caracas en los que publica algunos de
los relatos reunidos después en La tienda de muñecos, cuya primera
edición se publica en París en 1927. Década cuando el criollismo
todavía es abrazado por escritores que ven en esa corriente un modo de
acentuar parroquianos nacionalismos, los relatos de Garmendia
suponen una ruptura con esa tendencia acercándolo, pese a lo disímiles
de sus propuestas, a Roberto Arlt y Filisberto Hernández. Acaso sea la
apreciación de Ben Ami Fihman en el posfacio del libro póstumo del
autor, La hoja que no había caído en su otoño, publicado en 1979 con
fotografías de Jesse Fernández y Vasco Szinetar y diseño de Santiago
Pol, la que mejor describa la literatura de Garmendia: No es moderna pero
tampoco anticuada, no es realista pero difícilmente encajaría a cabalidad en el género
fantástico; para aproximarse a una definición habría que apelar, a riesgo de caer en
la heterodoxia, a las piezas para piano de Erik Satie, a la ternura humorística de
Charles Chaplin, a ciertos temas de la literatura romántica de Europa septentrional
que él reiteró: muñecos vivientes, objetos animados y duendes. Su fuerza si respecto a
ella puede utilizarse este término proviene de un elemento imponderable: la gracia.
Julio era muy encerrado en sí mismo ¿cómo le explico?... Es muy difícil hacerlo.
Era distinto a los demás, un caracol, así era Julio, dice Kehrig, quien conserva
una única fotografía del escritor (el resto las donó): Me la dio en uno de
mis viajes a Europa. Para que no me olvides, reza la dedicatoria escrita en
rigurosa tinta.
Nunca discutimos, revela y aclara que buena parte de esa armonía que
preservaron hasta la muerte del escritor se debió a que no vivieron
juntos (toda pareja debería hacer lo mismo, aconseja). Tampoco contrajeron
matrimonio ('por pura terquedad mía') ni tuvieron hijos y es posible,
aunque nadie quiera admitirlo, que haya sido marginada por eso. En
todo caso, el mantenerse distanciados fue una elección de los dos. A esa
independencia apostaron.
Es curioso. A medida que pasan los años, el pasado se olvida y se
impone el presente. Algunas imágenes, sin embargo, Hilda Kehrig las
recrea como una primera visión: 'La luminosidad del cielo de Lara me
impresionó mucho. Jamás vi tantas estrellas'. El jardín de la casa paterna, en
Tallín, emerge en su esplendor: 'Teníamos un gran jardín y un árbol de peras
muy chiquitas y sabrosas. Lo que yo siento por la naturaleza vino de mi infancia.
Aquella planta que usted ve allí dice señalando el pequeño jardín del ancianato es
un bastón del emperador'. Habitada por las ciudades de su geografía vital
(Tallinn, Praga, París, Venecia, Génova, Londres, Madrid, Caracas),
Hilda Kehrig las reconstruye en su cuarto (una cama, dos ceibós, un
escaparate) tan pequeño como esa habitación en la que todo comenzó.
7.
YOLANDA PANTIN: CASA O LOBO, LA
QUIETUD

I.
TRÁNSITO
En el tránsito de Casa o lobo a La quietud veo un camino muy largo, muchas
páginas escritas, errores, fracasos, alegrías. Veo la vida de una persona, la pérdida
de la inocencia y la aceptación, muy dolorosa, por cierto, muy difícil, de que hay un
término para todo, un límite. Veo, entre un libro y otro, a una persona que ha
perdido su juventud y con ello la inocencia pero que ha logrado articular algo para
bien o para mal. Cuando escribí Casa o lobo tenía 25 años. Ahora tengo 42 y
creo que al final el tiempo pesa. Veo también algo que me llama la atención y que
no sabría explicar sino señalar: antes podía, era capaz de intelectualizar mis
procesos, ahora no podría o me resultaría muy difícil. Ya no hay blancos y negros en
el discurso, respuestas tajantes y a mano. Me encuentro un poco perdida de esa falta
de respuesta, un poco abandonada, también, ahora que tengo tan poco tiempo para el
ocio, abandonada por la poesía o por eso que derivará luego en poesía.
II.
ESTADO DE GRACIA
Para escribir y también leer poesía hay que estar en estado de Gracia, ocioso, si no es
así la poesía se va, nada recibirás de ella, lo más sublime te parecerá banal y
estúpido y lo que es más tonto una maravilla. A lo más que he llegado, un lugar
donde me puedo sentir más o menos segura, una única certeza que a nadie le hace
daño, es que la poesía da testimonio de vida. De ella se puede despender lo que pensó
y sintió una persona en un espacio, en un tiempo. Pensar eso me da cierta
tranquilidad.

III
DEUDA DE GRATITUD
En mi deuda de gratitud con los poetas que he leído y que me han iluminado zonas
oscuras, que me han ayudado a entender ciertas cosas, que me han dado forma,
escritura, a mí me han sostenido las palabras. En esa relación amor-odio con las
palabras, de confianza y desconfianza, se ha estructurado una persona. La lectura de
poesía me ha formado en un sentido muy amplio. Se ha dicho, es un lugar común,
que el artista es una persona inacabada, una suerte de niño monstruo. Yo he
pensado, en relación a la poesía, que ésta les pertenece a los adolescentes, que
solamente los adolescentes pueden escribir y leer con pasión. Así leí Cumbres
borrascosas, la novela que mencionas, una novela de iniciación para mí porque
me encontré en ella con la explosión de los contrarios donde también me debatía:
blanco-negro, bueno-malo, cielo-infierno, y en medio de todos adolescentes torturados,
las grandes víctimas que eran Heathcliff y Catalina. Los adolescentes se confiesan,
buscan confidentes y en la confidencia de sus emociones buscan también su identidad.
Un poco ésa ha sido mi relación con la poesía, un poco ésa la relación que he perdido
y por la que he hecho un largo duelo. Pero pienso ahora, después que ha pasado el
tiempo, que más allá de esa relación cerrada, tan absorbente, tan torturada, existen
otras formas de acercamiento a la escritura.

IV
MIEDOS/DUELO
Los vampiros, los murciélagos -que no son lo mismo pero se parecen- han sido una
constante en todos mis libros desde Casa o lobo cuando aparecen poblando los
techos de la casa grande. No es algo artificial en mí, no es algo que he traído
solamente de la literatura, eran presencias familiares, cercanas, cotidianas. Los
caballos en Turmero amanecían con un collar de sangre en el pecho. Eso no lo leí, lo
vi con mis propios ojos y me impresionaba mucho aun cuando era muy natural que
sucediera.
La literatura me dio pie para tratar de entender mis miedos o nuestros miedos
familiares, el miedo a ser devorados, por ejemplo, una de las metáforas de los
vampiros literarios, miedo a ser parasitados por los otros o ser tú un parásito de los
otros. Pero en La quietud aparece un pequeño vampiro con dientes de leche,
alguien que tiene mucho miedo a quedarse solo con el silencio.

V
SUEÑOS
El psicoanálisis, siendo uno de mis grandes apegos y la lectura de los sueños una de
sus herramientas de trabajo, me ha ayudado a avanzar en ese proceso casi obligante
de autoindagación. Muchos de mis poemas son transcripciones de sueños. Yo llevo un
diario de vida que al final es un diario de sueños y que será, en mi deseo, un libro:
Crímenes y misterios donde los crímenes no son sueños sino pesadillas y los
misterios esas cosas un poco siniestras que suceden a diario.

VI
METÁFORAS
A mí me mueve el deseo y uno de mis mayores deseos es la escritura de una novela
hipotética que he llamado Los hornos, por darle un nombre. No me interesa en
este momento el tema de la publicación sino de la escritura. En todo caso, esa
novela hipotética siendo un calco de la realidad, se escribe también en el aire, sin
palabras, en las acciones. Al final, tú o yo, o quien sea, escribe su propia y única
novela a la que vamos añadiendo capítulos que debemos ir ordenando alrededor de
un eje central. Es difícil encontrar ese eje. Yo estoy muy atenta a eso.
El diario que te decía puede llamarse Diario de una novela. Lo que me fascina
de todo esto que te digo es poder descubrir en la cotidianidad, en nuestras acciones
banales, en los sueños, un sentido oculto, una metáfora que pueda darse un sentido a
la vida, si esto fuera posible, y si no sentido, al menos un orden, una estructura.
8.
HANNI OSSOTT: ESCRIBIR DESDE LA
ENFERMEDAD

Cuando Hanni Ossott tenía tres años y medio alguien dijo Muerte.
Fueron entonces los objetos, la nítida imagen de un vestido, la Casa
donde transcurrió su infancia en La Florida y el primer texto, la primera
confesión, cuando supo que eso que había escrito era poesía. Le dio
miedo esa excursión a su interior. Tenía ocho años.
Después fueron mudanzas y otras casas; fue largo también el viaje del
abuelo Ossott desde la antigua Alsacia hasta el puerto de La Guaira con
la guerra en los ojos. Friburgo, Estrasburgo, un mapa familiar, Berlín, la
ciudad materna, el helado perfil de sus casas, el paso del tren que no
conoció nunca porque ella, Hanni Ossott, intuía la dura belleza de
Berlín que prefirió reservar en esa memoria de Madre.
Buscó sus huellas, las de Madre, en Italia y allí las encontró. Las supo en
collares y en olorosas maderas; las vio en los gestos de algunas
personas. Su padre no se había equivocado. Madre era como la dibujó:
joven, con un rapto de melancolía. Es el retrato que la mira desde un
ángulo de su estudio: Y al fondo una ventana para quien mira solo.

PLEGARIAS Y PENUMBRAS
Primero fue su libro Espacios para decir lo mismo (1974) y luego
Formas en el sueño figuran infinitos (1976) Sin embargo, es con
Espacio en disolución cuando encuentra una voz poética propia:
Antes era fabricada, estudiada, influencia de mis lecciones y maestros de la Escuela
de Letras (Gustavo Díaz Solís, José Balza, María Fernanda Palacios). Al
principio creí en el experimentalismo hasta que me di cuenta del equívoco.
Supo así que era necesario escribir desde la enfermedad, una tesis que
plantea en el ensayo Imágenes, voces y visiones en el cual se extiende
sobre el origen del poema.
El poeta tiene que trabajar con la enfermedad al lado. Es una necesidad expresiva;
no escribir desde la enfermedad es hacerlo fría, calculadamente. Cuando se trabaja
desde la enfermedad, trabajas desde el dolor, desde la pasión.
Rilke le reveló claves que reconoce en sus notas a propósito de su
traducción de Elegías de Duino: Quedé deslumbrada ante la imagen del Ángel
en Rilke. Ese Ángel que concentra y reúne la totalidad, lo absoluto, palabras que ya
no existen en los diccionarios de filosofía moderna. Me asombró también la lucidez
del pensador que había en Rilke. A todo esto debo agregar mi pasión por el idioma
alemán. Ella pertenece a un pasado hace ya tiempo escindido, roto.
Desde ese deslumbramiento, la palabra Diele, pasillo (ese pasillo que se oye
crujir de noche en los pasillos de la infancia) fue la suya y la de sus hermanos.
Sus dedos tienen el color del alquitrán, el mismo color que, a veces,
impregna las hojas sueltas en las que escribe. Debe angustiarla el
temblor de su mano izquierda: la toma con la derecha y la mano
izquierda obedece. Ulises, su gato (negro como el demonio) el de sus
poemas, salta y se instala en el centro de la mesa. El gato se acomoda
ahora en las piernas de su ama. Los ojos del gato son amarillos. Los de
Hanni están rojos. Una cerveza, dice, para apagar la sed.

PÉRDIDAS
Hay mucho dolor en sus libros. El tío Willy que inventó una casa, una
genealogía, el tío Willy que dictó palabras, dibujó un jardín y soñó un
río. Conciencia de la pérdida que vierte en El reino donde la noche se abre,
editado por Mandorla, la exquisita editorial de Juan Liscano.
Cada uno de los poemas de ese libro expresa un estadio específico. Del
país de la pena lo abre un epígrafe de T.S. Eliot (te enseñaré el miedo en un
puñado de polvo) que le dio pie para sumergirse en los laberintos de sí
misma en un largo poema escrito en una noche de vigilia:
-Mi alma ha sido partida en dos.
La casa (siempre la Casa) ahora descrita con la manifiesta intención de
exorcizar fantasmas, recuerdos, para, finalmente, ser alivio:

La casa....
ese depósito de ángeles
todos yertos
todos ya yermos
y sin embargo cantantes

Una playa sin fin, dedicado a su sobrina Valentina Flamerich Ossott,


donde el poema se escribe por todo lo que habría de contener el poema
no escrito:

Habría que escribirlo así, elevado, devoto, casi total


si fuese posible un gran poema.
El gran poema que lo contuviera todo. Los vientos. La melancolía. El arrastre.

Pero hay interrupciones, dice.

Los ruidos de la casa, la respiración del marido, el gato.


Un poema escrito abrazado a una totalidad
que se borra en la muerte
como si todo se desvaneciera y se creara
eternamente

Su recato la conduce a tomar decisiones como la de mantener un libro


inédito por más de seis años. Sucedió con Casa de agua y de sombras
que escribió en 1984 y editó en 1992. Allí está lo sagrado, el jardín de
su infancia, el símbolo de Edelwais (la flor ganada), los estanques,
también los espejos que nombra en Cielo, tu arco grande:

Esa casa sin nombre


sonora, febril
verde y rosada
y el estanque para la mirada
los peces, las larvas, la forma vegetal

LA NOCHE
Hanni Ossott escribe en las noches: nunca más de dos poemas, precisa.
Escucha a María Callas, el Réquiem de Mozart. Escribe a mano, sin el
ruido, la perturbación, que le provoca la computadora. La escritura la
entiende lenta, reflexiva, agotadora. Cada jornada la deja exhausta.
Entonces lee a los que siempre leyó: Rilke, Joyce, Faulkner, Eliot,
Chedid, Ponge.
9.
SALVADOR GARMENDIA, UNA MANERA DE
ESCRIBIR

La conexión de Salvador Garmendia con la literatura es una antigua.


Data de cuando él espiando por las rendijas de una celosía veía pasar por las
aceras de la casa a un robusto personaje que por su vestimenta irregular y estropeada
parecía que se hubiera quedado vestido hacía mucho tiempo posando para un retrato
que, seguramente, no se hizo.
En esa pequeña ciudad que en esos años (1928) era Barquisimeto,
Garmendia se sintió llamado a decir eso que pasaba por la rendija.
Desde entonces rugieron voces en su cabeza y dos extremos, realidad y
ficción, marcaron sus reflexiones en torno al hecho literario.
A los catorce años leí por primera vez Robinson Crusoe en una policromada
edición Ramón Sopena, con sus páginas tiradas a dos columnas. Desde ese momento
supe que mi personaje novelesco ya había nacido y estaba en circulación desde hacía
unos pocos siglos. Era un solo hombre. Un hombre y su memoria. Un Robinson.
Una conciencia rodeada de sombras”, escribió en la revista Quimera, un texto, La
aventura de narrar, donde vierte cuanto define su escritura.
De los bolsillos de sus bermudas, Garmendia sacó esa mañana de
conversación en su casa de Los jardines de Sebucán, unas cuartillas
donde retomaba algunas de las ideas del texto de Quimera. Y las fue
leyendo, pocillo de café en mano.
NOVELA Y CUENTO
Yo no soy un novelista. He escrito algunas narraciones largas que llevan esta
denominación; pero, a estas alturas, debo decir, para ser fiel conmigo mismo desde mi
propia capacidad de razonar (tal vez huraña pero con seguridad no compartida), que
ese producto de la inteligencia no son verdaderas novelas. Sin darme cuenta o tal vez
siendo demasiado consciente del punto de vista contrario, ellas fueron escritas a un
costado de la ficción, reprimiendo en ellas, con severidad, cada impulso a fin de que
determinados marcos y señalamientos externos resaltaran con la debida propiedad.
En este sentido nunca llegué a aceptar, con todos sus libérrimos requisitos el desafío
de la hoja en blanco, el golpe de dados de la invención novelesca, hilo mágico que
arrastra al lector a través de las páginas en persecución de un final que después de
todo no existe sino como un arreglo de cuentas del autor con un mundo suyo que se le
había hecho inevitable.
Por lo demás, valga la digresión (Oh, Macedonio, ¡carajo!), una inacabable sucesión
de comienzos, los cuales, como sucede en la más corriente de las vidas carecen por
completo de destino. Mis novelas han pasado a ser eso por costumbre. En el caso de
Memorias de Altagracia, y por expresa disposición del editor, ya que en el
manuscrito yo había puesto relatos. Ellas, es verdad, ocupan un lugar en lo que se
llama nuestra literatura y, te aseguro, que no tengo la menor intención de
quitarlas de allí ya que ningún mal hace descansando en ese jardín, digo yo. Yo las
amo de muchas maneras, pero hace tiempo que he roto con ellas.
¿Por qué todo esto, me dirás? El goce de la lectura, una de mis experiencias de
infancia más cálidas y avasallantes, no llega a producirse, se convierte más bien en
estricto divertimento intelectual cuando la tesis se adueña del espacio y pretende que
la ficción esté allí para demostrar sus postulados. Las décadas de los 60, 70 y 80
hirvieron de teorías que se autodevoraban entre sí, desintegrándose y volviendo
oscuramente a la nada cuando todavía no habían producido en nosotros más que
desconciertos. No soy enemigo de las teorías cuando advienen posteriores al hecho
creador. Pero algunos de nosotros, poetas y narradores, aprendimos los catecismos
antes de conocer a Dios.
CUENTOS
Pienso que mis cuentos son otra cosa. Lo fueron desde el principio y eso me hace
feliz. El señor Duro, uno de mis primeros relatos, me parece que hubiera sido
escrito esta mañana mientras que mis novelas se ponen amarillas como parientes
viejos.
¿Por qué? Porque el cuento es tenido como género menor y por lo tanto no genera
teoría. Cada quien escribe el cuento que quiere y como quiera sin que nadie se meta.
Esa libertad me encanta. Después, dicen los críticos, “realismo sucio” pretendiendo
engavetar a Carver pero Carver es un poeta. Su escritura posee la limpidez intensa e
invulnerable del hecho poético y esto es lo importante (Quiroga escribió un decálogo
del cuento que él nunca respetó de verdad. De allí que el tiempo haya salvado sus
historias).
POESÍA
Mientras vamos hacia el cuento tropezamos inevitablemente con la poesía. En esa
prosa medida y rigurosa que da lugar al cuento, oración sin fisuras cuyos empalmes
obedecen a un impulso espontáneo del propio material. La palabra que brota es un
germen increado en cuyo centro crece y se independiza el calor del poema. Pero no hay
que enloquecer de placer. Con la poesía hay que ser austeros y hasta malencarados.
¡Cuidado! con esa miel aguada de la mala poesía que tan fácilmente confunde a las
personas.
LITERATURA Y POLÍTICA
Todo confluyó en la política en los años 60 y 70. Todo se derramó en la política. Yo
lo decía por allí: “respirar el aire envenenado de la clase media ya era un hecho
político”. La política nos precedía. Era absolutamente invadible, no podíamos
prescindir de ella. Eso marcó notablemente la literatura que escribíamos por
esos años. Pocos se salvaron de ese ataque violento. Yo no hice directamente literatura
política pero es una literatura que está penetrada por responsabilidades que yo
quería respetar hasta el último momento; es decir, creía necesario reflejar la realidad
de determinada manera. Nuestra literatura era un arma y El techo de la ballena
una respuesta violenta a la sociedad. Hoy nos damos cuenta de que nuestros textos se
envejecen en esa misma medida, que van perdiendo encanto y vigor propios y se van
haciendo más duros, más secos porque el impulso creador está sofrenado por
imposiciones exteriores que obligan a escribir de determinada manera y solamente de
esa manera.
CRISIS, FRACASO Y DERROTA
Vivimos crisis de caídas y levantadas sucesivas. Siempre salimos con las rodillas
rotas. Son una cadena de decepciones que nos han traído hasta el presente en medio
de la perplejidad casi total. Mi entrada a la madurez fue mi entrada a la
perplejidad. La pasión de los veinte años, el sentimiento del deber de los treinta, ya
después de los cuarenta se convierte en perplejidad. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer con la
literatura que yo la consideraba un arma en mis manos? Ahora veo que fue un
arma esgrimida contra fantasmas. No causé ningún daño. No vertí sangre. Nadie se
dio cuenta de que yo mantenía esa pelea tan encarnizada. Nadie me vio en eso. Yo
tenía mi cansancio pero lo había perdido. Había gastado mis fuerzas inútilmente.
Eso me situaba frente a la literatura, perplejo. Yo he gozado de la literatura cuando
la literatura ha debido ser mi goce. Mi goce personal. El mayor de mis goces.
No experimenté ese goce al grado que debía porque yo estaba más atento al
cumplimiento del deber de reflejar una sociedad descompuesta, una sociedad que iba
al fracaso. Mis antihéroes (nunca tuve héroes en ninguna de mis novelas) no
expresaban sino la quiebra, el fracaso de la sociedad que yo tenía por delante. En ese
sentido me sentía recompensado pero no me daba cuenta de que, al mismo tiempo, me
iba poniendo viejo, de que las bellas fuerzas de la juventud se terminaban y que la
decadencia era mía. Era yo quien estaba en decadencia. La mía también es una
derrota. Podemos triunfar en la vida y llegar a la mayor aclamación de éxito (lo que
la sociedad entiende por “éxito”) pero eso fracasó. Fracasa el día que morimos.
Constatar la cercanía de ese fracaso nos enfrenta al mundo de una manera más
desnuda.
ESCRITURA
Aunque Memorias de Altagracia no era lo que yo quería plenamente, se acerca
mucho al goce de la escritura, al descubrimiento de un mundo realmente de ficción
que era mi mundo de infancia, un mundo enteramente mío, que nadie más conoce
porque no existe, no existió en la realidad, luego nadie vio. A Mariferínfero, uno de
mis personajes de Memorias de Altagracia, un pobre mendigo, mocho de una
pierna que se arrastraba con una muleta lleno de moscas, un hombre al que nadie se
le podía acercar más de dos metros, yo lo convierto en un personaje fantástico que
huye conmigo por los tejados y me enseña el mar. Un personaje al que le tenía pánico
y que con los años se fue transformando en mi guía. Todo eso da vueltas y vueltas en
Memorias de Altagracia y llega más allá de Capitán Kid, lo más cercano a lo
que yo entiendo ahora por ficción. Yo creo que lo básico en cualquier texto literario es
la escritura. Si no se modifica la escritura no se ha modificado nada. Yo puedo
alterar el argumento, el ambiente, la época, los personajes, pero si está escrito igual
no cambia nada. El lenguaje no puede estar supeditado al tema. Lo que se ha
prostituido ahora es creer que la temática nos va a llevar a la solución. Que porque
escribamos sobre la guaracha y el bolero somos populares. Al lector hay que
enamorarlo a través de la escritura aunque no entienda. El propósito es cautivarlo,
deslumbrarlo y obligarlo a entender. Si entre mil te entienden dos, has tenido éxito.
La literatura está destinada a quien tenga tiempo y sensibilidad para leer.
FICCIÓN
La ficción es libertad. Es quizá el acto más libre que podamos realizar en la
naturaleza. Es transformar una cosa en otra. La ficción es la auténtica creación, un
hecho, una afirmación de libertad que no debe contaminarse con nada, que no debe
aceptar policías, ni investigadores ni ojos extraños que miren por las rendijitas ni
nada de eso. El autor debe estar solo con su creación, solo consigo mismo. Se está solo
al cerrar la puerta una vez que entremos en casa. La casa es la creación: cerrar bien
la puerta, cuidar las ventanas. Tapar para que no entren ruidos ni perturbaciones de
ninguna naturaleza, separarse de la cosa exterior, sobre todo de los gendarmes, de los
que quieren imponer normas. Una vez adentro comenzar a trabajar con el espíritu
limpio y la mirada clara. Salir de cuando en cuando y volver. Hay que oír la vida
para que no se nos olvide, sentir como suenan las cosas de verdad aunque no nos
guste. Después entrar de nuevo en la casa. Crear literatura es crear belleza. En la
medida que seas capaz de llegar a la belleza habrás hecho una gran obra literaria.
El lector siente cuanto de falso o auténtico hay en lo que el escritor narra. Ocurre
cuando el mundo que refleja un escritor es un mundo artificial construido con malos
materiales; aunque el escritor se cuide de embellecer o engalanar el exterior llega un
momento en que si ese mundo no es auténtico se derrumba la estructura interna, es
cuando descubrimos que todo aquello era mentira. Con odio no se puede escribir
nada.
LOS PEQUEÑOS SERES
Yo escribí Los pequeños seres cuando me di cuenta de que una Caracas (que yo
no había conocido) estaba allí y se estaba viniendo abajo sin ser sustituida por nada
que pudiera ser perdurable. Yo me daba cuenta de que los edificios que se construían,
las calles y avenidas que se abrían no iban a durar mucho tiempo. Yo veía vejez en
esas cosas nuevas. Yo vi cuando destruyeron El Conde y construyeron Parque
Central ese monstruo que se devora a sí mismo, un monstruo de una vegetación de
cemento armado, corrompido interiormente. Todo eso está generando un habitante
desamparado, sin coordenadas, sin memoria, extraviado en una ciudad que le ha ido
planteando angustias y problemas cada vez mayores sin darle armas para defenderse.
Ahí está la marginalidad. Un día la marginalidad va a generar ficción pero desde
adentro. No es que nosotros, hijos de la clase media, vamos a ver lo que pasa con
nuestros prejuicios morales, ideológicos de clase media. Allí va a crecer un hongo y va
a producir belleza desde adentro. Hay un personaje que no ha sido novelado, un
personaje riquísimo: El malandro. El malandro es un personaje trágico. Está
condenado a morir a los 30 años. A esa edad pierde su condición de malandro
porque pierde sus energías y habilidades. Ya no puede serlo porque morirá en poco
tiempo. Su vida plena de malandro será de los 18 hasta los 30 años, con un idioma,
con un acento, con una manera de vestir, con unos gustos personales, con una manera
de entender al mundo, con unas creencias y unos afectos absolutamente propios con
sus códigos y leyes internas. No he escrito sobre él porque no podría hacerlo: sería
una traición; lo vería con unos ojos que nunca podrán entenderlo plenamente, con un
oído y un olfato que no lo podrían precisar.
10.
MIYÓ VESTRINI

Una tarde de 1957, Miyó Vestrini le confió a Elisa Lerner, en el Gran


Café, los originales de ocho poemas, sin duda con el ánimo de conocer
su apreciación. Se trataba no de apuntes dispersos sino de ocho poemas
escritos entre 1955 y 1957: Era el ojo lunar de mi primer aullido frente
al dolor. No a todo el mundo debió confiarle sus papeles la adolescente
que era entonces Miyó. Si lo hizo con Elisa, apenas poco mayor que
ella, fue porque la supo una interlocutora. Después de ese encuentro de
Sabana Grande, en el umbral de un viaje de Miyó a Europa, no fue fácil
–no la hubo, en todo caso- otra tarde como esa que permitiera retomar
ese diálogo donde debieron conversar, seguramente, Miyó de
Maracaibo, Elisa de Caracas y del espacio común, Sardio, que
compartían.
Acaso porque Miyó los sabía a salvo en las manos de Elisa, no le
preguntó más por esos originales escritos a máquina, con apenas
algunas correcciones hechas a mano, en tinta verde, y engrapados en los
que se lee la voz que se dijo después en Las historias de Giovanna,
Invierno próximo, Pocas virtudes y Valiente ciudadano: Preguntaste
una vez más y nuevamente/ crucificaron tu aullido sobre las ciudades .
Muchas fueron mis preguntas cuando Elisa me entregó los poemas una
tarde de agosto de 2002, 45 años después de permanecer a resguardo
entre sus papeles. Preguntas y asombro.
No son pocos los años que median entre 1957 y la fecha de publicación
de su primer libro, Historias de Giovanna (1971). Miyó Vestrini
habla, incluso, en Pasillo de por medio , de papeles que abandonó en
su apartamento de Maracaibo cuando sintiéndose “cercada” por la
ciudad (“implacable, feudal”), decidió dejarla “llena de rencor”. Allí, en
Pasillo de por medio, hace referencia también a “una preciosa carta de
Jean Cocteau felicitándome por unos poemas”. Una edición de 40
grados a la sombra, 7 de 40, apenas citada en su bibliografía y
hallazgo para quien tropiece con esa exquisita plaquette siguiendo el
hilván de sus puntadas, incluye un poema no recogido en ninguno de
sus libros posteriores.
Pienso en los encuentros que siguieron a ese primero entre Miyó
Vestrini y Elisa Lerner, el azar, el orden de las cosas, los sutiles cruces
que Vestrini, despliega.  Fue así, también, como llegué a ella.

ÓRDENES AL CORAZÓN
En 1996 Elisa Maggi me habló de un conjunto de relatos que halló
entre los papeles de Miyó después de su muerte en 1991. Se trataba de
Ordenes al corazón, cuentos que me atravesaron haciéndome
escuchar una voz tensa y contenida, lacerante y desolada, expuesta,
diciéndose a solas, fractal, frente a sí misma sin huida posible. Así, con
Órdenes del corazón, coeditado con Memorias de Altagracia,
inauguré éste el sello editorial que vuelve a ella.
Hubo otro encuentro. Esta vez en Buenos Aires, un helado invierno del
año 2000. De regreso a Caracas, le dejaba a Claudia Schvartz, escritora y
amiga entrañable, una pequeña torre de libros de autores venezolanos y
“éste”, le dije al entregarle esa primera edición de Órdenes al corazón
con el pudor de quien evidencia el deseo de hacer común una pasión
porque ya, para entonces, Miyó Vestrini lo era para mí. Ocurrió, así, un
tercer encuentro, el de Schvartz y Vestrini, días de intensa lectura (“Leer
a Miyó Vestrini no es fácil: provoca sed”) que derivaron en el prólogo
que escribió Schvartz a la segunda edición de Órdenes al corazón y en
el ensayo El encierro del espejo que siguió a esa experiencia como
una segunda lectura necesaria.
Cuando me proponía editar El encierro del espejo por el aporte que
supone para la lectura de su obra y lo que lo que desentraña en esa
intrincada madeja tejida entre la poesía y su narrativa de Vestrini,
cuando Elisa Lerner me dejó en la Peluquería Ana de Los Palos
Grandes un delicado sobre, con una delicada nota, poemas inéditos de
Vestrini. Pensé entonces que sólo había que obedecer el curso que la
voz de Miyó Vestrini señala, a su tiempo. El encierro del espejo y 8
poemas inéditos, sigue esos dictados al reunirlos.
11.
MIYÓ VESTRINI Y SALVADOR GARMENDIA,
PASILLO DE POR MEDIO

Si toda la bohemia, toda la pasión, todas las convicciones, todos los


sueños, también todos los fracasos de una generación quedaron
recogidos en la serie de entrevistas de Miyó Vestrini Al filo de la
medianoche, publicadas por El Nacional y en sus trabajos de El diario de
Caracas, su libro Salvador Garmendia pasillo de por medio termina por
revelar lo humano de un grupo que se congregó alrededor de las noches
de Sabana Grande durante la década de los años sesenta y setenta.
Escrito sin prisas, el libro se fue gestando a lo largo de 15 años (la
última conversación ocurrió pocos meses antes de que Miyó decidiera
su muerte, en diciembre de 1991). El resultado es, como dice
Garmendia, un libro excepcional en el periodismo y literatura
venezolana:

Es una mezcla de sangres, un mestizaje entre las técnicas del periodismo,


del reportero y la literatura. Nunca se había logrado esa amalgama tan
perfecta. Por primera vez el periodista participa de la vida y el espíritu del
entrevistado y empieza a entretejerse con la del personaje. Llega a ser
prácticamente una sola visión del país, de una generación.

En el libro, Vestrini y Garmendia conversan –son dos entrañables


amigos- sobre temas que nunca dejaron de estar sobre las barras de los
bares en los que se encontraban a diario Orlando Araujo, Adriano
González León, Caupolicán Ovalles, Víctor Valera Mora, y tantos otros:
el amor, la política, la revolución, los desencantos, los amigos, los
amantes, los libros que escribían, los libros que leían, la infancia,
Mérida, Barquisimeto, Maracaibo, Valera, París, Barcelona, Madrid,
Roma.

La idea del libro fue germinando en Miyó muy lentamente. Las entrevistas
empezaron cuando vivíamos en Chuao, mucho antes de los años cuando
estuve en España y Miyó en Italia como agregados culturales de las
embajadas de Venezuela y se reanudaron ahora cuando, por coincidencia,
nos encontramos viviendo en el mismo edificio. Ella vivía frente a esa
puerta. Nosotros alquilamos aquí y Miyó ya vivía en Jardines de Sebucán.

-Retomaron las conversaciones después de un tiempo…

Ella tenía olvidado al libro en una gaveta y yo se lo descubrí un día cuando


entré a su casa (entraba siempre a consultar libros, a consultar cosas en su
pequeño despacho) y de pronto, por curioso, me encontré en unas gavetas
unas cuartillas y vi mi nombre allí: ¿Y esto qué es? pregunté y me puse a
ver y encontré las entrevistas que me había hecho hacía tiempo y esa
característica tan particular como Miyó iba intercalando su propia biografía
dentro de la mía con coincidencias, con aproximaciones, con cosas de la
casualidad, del azar y me pareció precioso. Ella tenía ese proyecto olvidado.
No lo pensaba continuar. Quizá no le tenía fe o le tenía miedo porque era
un mundo muy especial, muy particular. Entonces yo le dije: Miyó, eso me
parece bellísimo. Me parece que debes hacerlo. Lo que pasa es que tienes
que completarlo. Ella se entusiasmó y proseguimos.

-Lo asombroso es que no se sienten, al leer el libro, tonos distintos.


Tampoco fragmentaciones, cortes.
Pudimos reanudar el libro completamente. Pero fíjate que los ruidos del
mundo, aquella Venezuela llena de violencia, llena de odios, de renuncias,
de escándalos (no se podía ni respirar, el aire estaba contaminado de
maldad, de ira, de violencia), eso no penetró el libro. Eso quedó de la
puerta para afuera. Fue como una confesión de su espíritu, un legado que
ella quería dejar de alguna forma. Yo no sé si ella ya pensaba dejar su vida
tan pronto, pero lo hizo. Quería decir lo que significó su generación para
ella, los poetas que la acompañaron, los pintores... todos están ahí.

-Lo dijo a través de usted…

Y con un cariño inmenso hacia todos ellos, con un gran afecto. Y luego la
imagen de la Venezuela sórdida de la época de Pérez Jiménez que luego se
abre a la democracia, el proceso de la revolución cubana y todo lo que
significó: el entusiasmo, el sueño de la revolución que se planteó para
nosotros en lo inmediato. Todo eso está allí. Eso le da al libro una
importancia mayor que una confesión sentimental porque es el país, la
miseria de un país, el momento de la transición.

- ¿Cómo trabajaban? ¿planificaban las entrevistas?

No. Ella de cuando en cuando se acercaba a la casa, se aparecía por la


puerta y conversábamos. Como no nos proponíamos nada para mañana, no
sabíamos qué iba a salir de allí. Ella simplemente quería que yo le contara
cosas. No había ningún proyecto para realizarlo para determinada fecha,
tanto que ella después lo abandonó. Miyó reconstruye allí toda su vida
desde su infancia en Marsella cuando ella estaba destinada a ser una niña
francesa, el paso a Italia donde empieza a intervenir Renzo Vestrini, su
padrastro y verdadero padre.
- ¿Usted lo conoció?
- ¡Cómo no! Es el pintor que está ahí, en ese cuadro, un gran pintor. Él
trajo el informalismo a Venezuela, mucho antes de que aquí se empezara a
hablar de eso. Renzo se fue a Maracaibo y nada más que los amigos
íntimos (el Chino Hung) sabían de qué se trataba y quién era ese hombre.
Nosotros fuimos a conocerlo y a mí me maravilló su pintura y la actitud
que él tenía frente al arte y todo eso. Miyó entonces estaba muy niña, tenía
15, 16 años. En la adolescencia empezó a trabajar en Panorama y a ser
una mujer que se desenvolvía en un medio de hombres donde el lugar de la
mujer estaba restringido. La presencia de una muchacha en un bar era
motivo de escándalo.

-A la pacatería le dedican todo un capítulo en el libro.…

Imagínate a Miyó cuando se presentaba en los bares de Maracaibo


acompañada de ese poco de hombres del grupo Apocalipsis. Y aquí en
Caracas, lo mismo. Miyó era de las pocas mujeres que salía con nosotros y
participaba de las discusiones, los pleitos y los gritos de los bares. La
sociedad venezolana sigue siendo igual de mojigata, lo que pasa es que está
cubierta de un barniz más o menos brillante, sugestivo pero más atrás están
los viejos fermentos. Ha desaparecido un poco el mito de la virginidad; la
mujer está participando más, hay más igualdad, digamos, en ciertos planos
de la vida (en ciertos, nada más) pero toda esa mojigatería y esos falsos
moralismos siguen ahí y siguen su labor corrosiva en la gente.

-Conmueve mucho lo que en definitiva rescata Miyó: el amor, la


amistad, los afectos.
Allí está, como tú dices, la amistad, la solidaridad, el amor humano, el
amor a la literatura, al periodismo, la casa, todo un círculo afectivo, un
círculo muy fuerte que impidió que la violencia, el horror de afuera
penetrara. La gente tiene que leer ese libro. Es un baño de bondad, es una
cosa de bálsamo, una cosa benefactora. Miyó fue una mujer que amó
mucho, que le dio una gran importancia al amor y por eso, quizá, terminó
con su vida, porque el amor de Miyó no fue correspondido. La fuerza con
que Miyó amó todas las cosas, esa fuerza, no fue correspondida. Ella
siempre recibía menos de lo que quería dar. Por eso recibió ese choque tan
fuerte con el mundo. Miyó nunca dejó de ser poeta. Era un alma poética.
La poesía de ella es una poesía fuerte, que de pronto no destila amargura
pero si dolor.

-Una amarga ternura, diría yo.

La ternura en Miyó siempre estuvo ahí, como algo que tiene urgencia y
necesidad de brotar y no lo logra, no puede, hay una lápida encima que lo
impide pero está llena de ternura, de sentimiento amoroso.

-Hay otra cosa importante en el libro y es la presencia de las casas, esa


presencia de La Casa. Puede decirse que La Casa recorre todo el libro.

Ahí están las casas de Miyó: la casa de su infancia, la casa de su hermana


en San Rafael de Mucuchíes, frente a la iglesia de Juan Félix Sánchez.
Una mujer increíble, la hermana de Miyó que era en Mérida una
campesina andina con acento francés y en Caracas, cuando venía, una
parisina exquisita, maravillosa. Miyó la quería muchísimo. Ella adoraba
a su familia. Esas casas la siguieron toda su vida, fueron unas criaturas
que iban detrás de ella. Cuando tú veías a Miyó y a su mamá juntas veías
una gran afinidad. Eran muy parecidas en muchos aspectos aunque nunca
pudo acoplarse a la vida de Miyó: estaba hecha de otra manera.

- ¿Y qué ocurrió con su padre?

Esa historia nunca la conocí y no pregunté mucho. Miyó estuvo casada con
un francés que murió hace poco. Tuvieron un hijo, Francois, que vive en
Francia. Miyó lo conoció cuando ya era un hombre y más nada. Lo vio y
ya está. Su hijo Ernesto es un muchacho maravilloso. El papá de Ernesto,
Pedro Llorens es un hombre admirable y quiso a Miyó siempre.
12.
ALEJANDRO ROSSI: LA ESCRITURA
DISTRAÍDA DE UN DISTRAÍDO ESCRITOR

Yo fui a México exactamente por seis meses y fíjate todo lo que me he quedado.
Estaba estudiando en los Estados Unidos y me fui quedando. Claro, he vivido
también largas temporadas fuera. También viví en Alemania, Inglaterra. Son
muchos países y horas de vuelo. En Calles y casas, es verdad, hay mucho de las
ciudades pero tiene una referencia muy específica a México y a un apartamento en el
que yo entonces vivía. No es, como se ha dicho por ahí, que yo “he elegido” México
para escribir como se elige un balneario bonito para pasar tres meses. México es tan
normal para mí, tan el sitio en que he estado, que sería absurdo, injusto decir eso.
Es un hábitat natural que yo en rigor no escojo sino que es la vida mía diaria,
cotidiana, donde no es que yo escriba ni mejor ni peor.

PEQUEÑOS GESTOS
La búsqueda en ese libro de pequeños detalles, como tú dices, de gestos, lugares,
quizá sea la nostalgia precisamente de este muchacho que muchas veces sale en el
libro que muchas veces no tuvo sitios permanentes y que se refugia en esos pequeños
gestos, en esos guiños cordiales e la vida, como en esas pequeñas bahías de
reconocimiento. Es posible que haya algo de eso. Son cosas difíciles de precisar pero
en todo caso es un rasgo claro en el libro.
ÉPICA DE LA COTIDIANIDAD
Siempre me ha llamado mucho la atención la desproporción que hay entre grandes
decisiones, que a lo mejor involucran cambios fundamentales en tu vida, ¿no? y las
causas mínimas y triviales (a veces totalmente, muchísimas veces, azarosas) que las
provocan. Todo eso hace que en el libro haya un subfondo de excavación de estas
pequeñas minas secretas que luego tienen tanto reflejo y explotan.

PRIMERA PERSONA
Se espantan mucho o manejan el “Yo” con pudor o se quieren ocultar tras él. Pienso
que esto ha cambiado mucho en la literatura hispanoamericana. Manual del
distraído es un libro escrito realmente casi en primera persona. Es autobiográfico
en un sentido amplio de la palabra pero yo siento que a medida que se iba
escribiendo, se iba como no sé...inventando otro “Yo” que no necesariamente era el
mío y que se iba constituyendo a veces como una voz narrativa o como una voz
organizadora del relato y de los hechos. Lo autobiográfico está muy cercano a
recuerdos y cosas vividas y algunas veces se asumen como tales; otras son las
situaciones que uno ha vivido, transformadas o no transformadas. Lo otro es ese otro
“yo”; un “Yo” que fue creciendo, que se fue formando él mismo a lo largo de esa
escritura. Hay pedazos de ese libro, digámoslo así, que son francamente como de otra
persona y eso me ha causado a mí situaciones chuscas, como de broma, porque la
gente lo toma como si fuera una cosa de Alejandro Rossi y no es así para nada.
Citan cosas que se refieren a ese “Yo” que es otro personaje como si fuese el “yo”
singular mío. A veces se han producido algunos equívocos no siempre felices.

RELATOS
Relatos es un relato cuyo sujeto es en cierto modo el relato que se quiere contar.
Hay, digamos, un metarrelato que hace del relato directo su sujeto y lo va corrigiendo
como si el relato directo fuera una voz autónoma, tratando de encontrar los motivos
por los cuales dice esto o dice lo otro, pero en rigor es el relato directo el que lleva la
historia. La otra es una voz comentada que pone al narrador en su sitio, lo descubre
en sus trampas, motivaciones. Es lo que hay en todo relato: todo relato está hecho de
lo que dice y de lo que no dice, sobre todo y de las reticencias y silencios y de las
miserables, a veces astucias, que tiene para darle vuelta a un hecho. Es un poco hacer
consciente al narrador de lo que quiere contar, de lo que no quiere contar, de la
forma en que quiere contarlo, por qué quiere contarlo, cómo lo cuenta.

PÁGINA PERFECTA
Página perfecta es un texto que trata de decir algo sobre Borges. Tú eliges o te
llama la atención aquello hacia lo que sientes afinidad, una cierta comunicación
secreta. Hay una anécdota que yo nunca he contado porque me da mucha pena
hacerlo pero te la voy a contar: Una vez, en Buenos Aires, estábamos comiendo José
Bianco (escritor argentino que fue durante años el que llevaba la revista “ Sur”, un
escritor de primer orden que afortunadamente, Venezuela, de alguna manera, dio
con él hace mucho tiempo y Monte Ávila fue de las primeras editoriales que
publicaron La pérdida del reino, una cosa notable que hay que registrar),
entonces, como te decía, un día estábamos almorzando (de esto hace ya.....debe haber
sido en el setenta y tantos, setenta y cuatro, setenta y cinco...) y estaba Borges
también y Danubio Torres Fierro. El caso es que estábamos con Danubio hablando
con Borges y esto y lo otro y de pronto Danubio –que es de estos hombres que yo creo
no tiene estos, yo creo, que adecuados pudores míos (¿o del mismo Bianco, no?)-, de
pronto él con una gran naturalidad, y yo diría desfachatez pero una desfachatez
amistosa hacia mí, le dijo a Borges: “Oiga Borges, fíjese que acá traigo un texto de
Rossi que a mí me gusta mucho. Se lo voy a leer”. Estábamos en plena comida…
Me parecía una imposición al pobre Borges, que Torres Fierro lo ponía en una
situación sin saber qué decir. Pero así fue: lo leyó completo, decía y comentaba cosas.
Pepe estaba en el fondo contento de que Borges lo oyera porque Pepe era una persona
muy bondadosa y bueno... nos quedamos azorados y yo creo que el más azorado era
Borges, y Danubio tranquilazo. Lo terminó de leer y siguió comiendo tan tranquilo.
Después, Borges, cuando nos levantamos de la mesa (luego hicimos un paseo bastante
célebre, tema de otra conversación) me hizo una serie de comentarios sobre el texto.
Me preguntas si alguna vez escribí sobre ese encuentro: nunca lo hice y temo que si
alguna vez lo proponga se me hayan ido muchas cosas graciosas, detallitos de la
conversación. Quizá lo haga y preserve la emoción que hubo en ese paseo en Buenos
Aires. Lo que si escribí sobre Borges fue la primera vez que lo vi hace muchísimos
años (en los cincuenta), también en Buenos Aires; que lo vi quiere decir que lo vi, no
que hablé con él ni que lo saludé ni que lo conocía; yo era un niño y fui a oírlo en
una conferencia y después me quedé viéndolo en la salida. Lo seguí una cuadra o dos.
Eso lo escribí en una cosa que no está recogida en libros que fue cuando murió
Borges.

LIBROS
Para desgracia mía, mis poquísimos libros se han hecho no en forma de libros. No es
que yo empecé a escribir un libro en la página uno y llegué a la doscientos y lo cerré
sino que mis libros están compuestos por mil piezas diferentes que de pronto por un
acto de voluntad arbitraria lo reuní como libros. Mis libros más bien los hace el
tipógrafo, el editor que yo mismo. Yo apenas soy el redactor de sus piezas
individuales.

EL CIELO DE SOTERO
Con El cielo de Sotero me pasa algo muy raro y es que no sé si está bien armado.
Es una sensación que tengo desde que se editó. Siento que ahí están cosas que no
deberían estar ahí sino en otra parte. Con Manual he tenido la tentación de
ampliarlo. Hay muchas cosas que he escrito posteriormente que podrían estar allí.
Me gustaría. Me gusta la idea. Pero no sé... me pareció también que el libro había
que dejarlo como estaba.
13.
ELISA LERNER: LA FELICIDAD DE LA
INFANCIA

-Elisa, ¿de dónde venían tus padres?

¿Tengo que contestar a todo eso, nosotros que sólo hemos sido una pequeña
familia de muy privado talante? Mi padre llegó a Venezuela en 1929, no
muy alto, pero joven y apuesto como un actor judío de una película
americana de los tiempos de la depresión. Venía de la Besaravia, donde sus
tierras de Nova Solitza habían sufrido las consecuencias de la crisis
financiera de ese año y que influyó, como es sabido, en todos los rincones del
mundo. Devaluación, murmullo enigmático. Algo así como un secreto de
familia cuya rotunda significación migratoria sólo he comprendido muchos
años después. Luego de la guerra del 14, Besaravia fue transformada en
una provincia rumana. Mi padre siguió tarareando con fidelidad canciones
de cosaco porque su Besaravia natal había tenido el alma rusa. MI madre
nació en Chernowitz (“Pequeña Viena”), culta ciudad de Bucovina, donde
llegó a culminar el gimnasium (bachillerato alemán) y en 1931, algo a
regañadientes (le era duro, entre otras cosas, separarse de sus amados
progenitores) vino a Venezuela a reunirse con su esposo, mientras de la
mano traía a mi hermana, según las fotos europeas del momento, chiquita
de tres años y medio con mirada voluntariosa. Ellos primero se instalaron
en Valencia y cuando en su ataúd el general Gómez estaba a punto de
llevarse los restos del siglo XIX que quedaban en el país, nació esta
servidora.
- ¿De qué modo marcó ese origen tu escritura?
Supongo que influyó rica y dramáticamente en mí. Por una parte, la noción
vagarosa, y al mismo tiempo siempre presente, de unas lejanísimas
provincias europeas, y por la otra la disciplina nada complaciente del
judaísmo que regía, de igual manera, fiestas, sacrificios, y comidas. De todas
maneras, el rompecabezas familiar nunca estuvo resuelto del todo. ¿Por qué
mis abuelos, tíos y primos, desde Europa o desde donde sea, enviaban uno
que otro retrato, única urdimbre consoladora para unas cartas endebles
escritas en un idioma incomprensible? Un día, sería una niña de cinco o
seis años, comencé por recortar los personajes de la revista Para ti y sin que
en mi hubiera noción alguna de escritura, me distraje invocando diálogos
acaso algo caóticos para mis personajes de papel. No sabía entonces que, a
través de un juego infantil de la imaginación, había salido a la búsqueda de
la familia más variada y completa de la literatura.

Hay en tus relatos y crónicas una marcada mirada a los años de tu


infancia, a tu casa, en el sentido amplio de la palabra. Insistes en ese
modo de vida de esa Caracas provinciana y amable que un día
desapareció casi sin dar tiempo a advertir ese proceso. Digamos que la
lectura del país pasa por tu propia experiencia.
Para una, la infancia es, por excelencia, el taller literario del escritor. De
allí parte toda escritura fidedigna, al menos para mí. Sucede que como en
los últimos años se tuvo mucho dinero, se mandó de paseo al viejo país, el
que nuestros progenitores comenzaron a hacer o soñar con fantasía, cierta o
incierta a la muerte del general Gómez. Tranquilos y sin nervios, dejamos
atrás esa Venezuela. Abandonamos el viejo caserón que nos producía
mucho fastidio y fuimos corriendo a mudarnos a un apartamento pijo. ¡Qué
cosa tan chévere! ¡El apartamento estaba en Miami! De paso mandamos a
la basura la desportllada vajilla familiar. En suma, también somos nuevos
ricos del alma. Sin darme mucha cuenta (con la escritura, me parece, es
malo ser aviesa) en estos relatos y pequeñas memorias de infancia he ido a
la búsqueda de parte de esa desportillada vajilla familiar, abandonada a su
suerte por un país de desmemoriados. Con un poquito de paciencia y cariño
he procurado sacarle un poquito de ese antiguo y maravilloso brillo que dio
a luz a mi infancia.

-Tu obra abarca casi todos los géneros literarios (teatro, ensayo, crónica,
relato…) ¿Con cuál te sientes más cómoda?

Mi vida de escritora, si es que tengo alguna, ha sido un vaivén entre la


influencia tan española de la pasión por la crónica y el ensayo breve e,
igualmente, esa pasión o amor tan neoyorkinos, hacia la short story y el
teatro; también, indudablemente, El Nacional de mi infancia, dirigido por
dos grandes poetas venezolanos, Antonio Arráiz y Miguel Otero, influyó de
forma decisiva para que, tempranamente me iniciara como escritora de
periódico. En la Venezuela de mi infancia y adolescencia (como hoy en
España con diarios como El País), la crónica literaria, la crónica bien
escrita, procuraba un gran prestigio. Escribir bellamente para la prensa era
un deseo máximo en el que se aspiraba a hacerse escritor. Y en verdad, en
la página editorial, uno podía encontrarse con las finísimas letras de
Antonio Aparicio y en el suplemento literario, con la crónica preciosa de
Luisa Sofovich, esposa de Ramón Gómez de la Serna. A la postre, en un
país sin editoriales, un periódico dirigido, diestramente, por gente ilustrada
era, con toda propiedad, la editorial del escritor. En definitiva, lo que me
seduce es la página bien hecha, bien escrita.

- Las fronteras entre la crónica y el relato son a veces imperceptibles.


¿Dónde comienza una y termina la otra?

La casa de la prosa es amplia, espaciosa. En los momentos de la crónica, la


casa mira más hacia el exterior, se apoya en sensuales balconadas y saca su
largavista. En los del relato, la prosa traspasa sigilosa con cierta
laboriosidad algunos pasillos secretos y se pone a vivir en las habitaciones
más interiores y sombrías de tan particular vivienda para fantasear un
poco.

- La lectura de los relatos de Carriel para la fiesta, en su conjunto, dan la


idea de una novela. ¿Tienes esa percepción?
En los breves relatos de este libro pululan personajes de muy variada gama
o pelaje que van y vienen como fichas inclementes de un juego muy
expeditivo. Alguien me dijo que se parecían a los de los cuentecillos al modo
del escritor de la Iddische zeitung (la vieja prensa judía de la diáspora),
para expresar, a través del disfraz del humor, lo ridículamente conmovedor
de una situación que, a veces, se hace insostenible. Sí, persiste como una
trama central, una historia, un personaje entre la abundancia de esos otros
personajes, aparentemente ajenos, que van y vienen por el libro como
espadas traviesas.

-Hay mucho en el libro de nostalgia y melancolía, también un tremendo


desencanto, y de pronto algo de amargura. Parodiando la canción, es
como si algo dentro de ti se hubiera derrumbado.

Para mi sorpresa, en este Carriel para la fiesta, veo a una escritora


escrupulosamente cronológica que, de alguna manera, se pasea por unos
años atroces de la vida venezolana y sale airosa. No hay ninguna nota
discordante de actitud hacia esos años. Por ejemplo, el final del gomecismo se
presenta mediante la silueta elegante y enigmática de la joven madre con sus
pasos difuminados a través de una céntrica calle de Valencia. La década del
cincuenta está sin gran pesar en la muchacha que recorre el barrio de San
Bernardino y que, en los sesenta, despojada de tantas cosas, se reconforta en
Nueva York con una Jean Harlow de ficción que, por momentos, le
devuelve esa otra ficción: la felicidad de la infancia.
14.
ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN, PAÍS
PORTÁTIL

Es verdad que la línea central, en cuanto a la estructura de la novela, es un hecho


eminentemente político, incluso diría práctico. Sin embargo, ya lo he dicho otras veces:
el problema o los problemas fundamentales en País portátil, trascienden esa
contingencia -al menos yo me lo propuse así- y con ellos se hace un paseo, a medias
racional y a medias intuitivo, de determinados fenómenos del país y de América
Latina. Pero fundamentalmente se aborda un problema existencial del personaje, sus
dudas, sus frustraciones, sus triunfos y derrotas, su relación con el pasado familiar,
sus crisis ideológicas, su sensibilidad frente al mundo. En cierto modo lo que a casi
todos los personajes se le ocurre así en la guerra como en la paz. Lo que hace
peculiar el caso de Andrés Bazararte es su reacción frente a determinadas
circunstancias donde se mezclan una parte de la gloria y una parte de miseria, un
goce y un dolor, unos recuerdos obsesivos, un padecimiento y un esplendor. De ser un
libro solamente político -entendiendo en este caso sumisión a una praxis
determinada- País portátil no se hubiera sostenido hasta hoy…

UNA INVESTIGACIÓN DEL LENGUAJE


Debo advertir también que el libro es fundamentalmente una investigación del
lenguaje como fuente de investigación del lenguaje, el lenguaje como fuente de
identificación del ser, el lenguaje como ente creador. Una lectura no apresurada y
anecdótica de la novela podría proporcionarle al lector la aventura de enfrentarse con
varios riesgos de la palabra. En País portátil se ensayan cuatro formas
expresivas: una narración convencional con todos los lugares comunes de la narrativa
tradicional, en los episodios referentes al presente inmediato. Un lenguaje trepidante
y de sintaxis alterada en lo correspondiente a la ciudad convulsa y a la visión de
Delia, que surge transfigurada en la memoria. Un lenguaje regional, con todas las
modalidades y usos alterados de los tiempos verbales, que coinciden con el habla
trujillana. Un lenguaje lleno de arcaísmo e imitaciones de terminología jurídica, en la
meditación delirante que hace el abuelo de Andrés desde su mecedora. En fin hay un
País portátil, una atmósfera y un ritmo que la película de Iván Feo captó
magistralmente, ya que no podía complacerse en las variaciones de la palabra.

LA DECISIÓN DE ANDRÉS BARAZARTE


Cuando hablo de una expiación no me refiero a la nuestra. Me refiero a la de
Andrés Bazarte y las frustraciones de su pasado familiar. Ellas no solo son políticas
ni militares. Son también del alma, como el caso de su tía Ernestina o su prima
Angélica. Son también debilidades de su padre, la ausencia de su madre, las
arbitrariedades de León Perfecto, la enajenación de su bisabuela Adelaida, o las
picardías prodigiosas de José Eladio, que decidió la vida en una parranda y mal
amores:
Yo mismo no había advertido suficientemente esto. Todo ello salió inconscientemente.
Quien me ayudo a advertirlo con más claridad fue la crítica de Ignacio Iribarren
Borges. Yo no sé si lo de Andrés fue realmente un holocausto. Incluso en ningún
momento se habla de su muerte. Muchos lectores me lo han preguntado. El libro se
termina con esta frase: presiona el disparador. Es decir, ante los recuerdos que lo
asedian, ante los fantasmas de Delia, sus amigos, familiares, él, tan lleno de dudas,
se dispone a combatir. No creo que Tchen, el héroe de Malraux, piense que con su
muerte vengará a sus compañeros de revolución. Andrés es un personaje que
finalmente acepta combatir, sin precisar los riesgos. Es por fin el coraje lo que hace
ganar su puesto en el cuadro familiar.
15.
ALFREDO SILVA ESTRADA, UNA IRRUPCIÓN
EN EL TIEMPO

En las tardes, cuando Las Mercedes hierve en su caos, en el balcón del


segundo piso del edificio Saint Anthony, una pareja toma te mientras
dice de sus pasiones: él poesía; ella, danza. Es, qué duda cabe, un
triunfo de Alfredo Silva Estrada y Sonia Sanoja sobre el espacio hostil.
Allí, en ese amplio e iluminado apartamento, viven desde hace años. Un
piso poco ortodoxo donde lo que pudo ser una sala es una habitación
para danzar. Tablones de parqué y una pared de espejo, sin muebles que
perturben, hablan del rigor de sus oficios que mucho se deben, una
simbiosis de la cual se nutren Alfredo Silva Estrada y Sonia Sanoja
desde 1956 cuando se conocieron en la Escuela de Filosofía de la
Universidad Central de Venezuela.
A los 19 años supo que la poesía era para él algo más que un desahogo
sentimental. Algunas lecturas terminaron por disiparle dudas: Neruda,
Whitman y Rimbaud al que descubrió en plena adolescencia y con su
lectura la poesía como vía de conocimiento. “La escritura me llegó como un
proceso natural”. También estuvieron próximas en ese momento
definitivo, la poesía de su tía Luisa del Valle Silva y la obra de Enriqueta
Arvelo Larriva
La conversación transcurre en la biblioteca (“donde nunca estoy, escribo en la
cocina”) mientras Sonia trabaja en una coreografía y se escucha música
electrónica.
-De Bichos exaltados (Ed. Pequeña Venecia) es un libro distinto a todo
lo que escribiste antes.
- ¿Lo sientes así?
-Bueno, sí, es una oda a lo cotidiano con su carga de agonía
Es un libro que yo quiero mucho. Lo considero un poco marginal dentro de mi
trabajo. Uno nunca sabe lo que va a pasar con uno, felizmente…Yo nunca se lo que
voy a escribir al día siguiente, nunca planifico un libro.

EXISTIR EN LA ELABORACIÓN DEL POEMA


Yo no creo que nada preceda al poema como el poema mismo. Yo no creo que uno
planifique el desarrollo del poema. En la medida que el poeta es lector de sí mismo,
el poema se da cuando el poeta logra una lectura feliz de lo que escribe.
- ¿En qué momento se da esa lectura?
No sé, se da en cada poema; cada poema es diferente. El origen del poema es una
irrupción en un tiempo; en un tiempo que es diferente al cotidiano. No es que yo
niegue la cotidianidad. Uno está cargado de cotidianidad; pero hay una diferencia
entre lo anecdótico y lo vivido. Lo vivido tiene una densidad, una carga, un espesor,
una espesura diferente a la anécdota que es superficial. Lo vivido se incorpora al
poema como ruptura, no como referencia de lo previamente vivido. Es lo que yo trato
de expresar cuando digo “existir en la duración del poema”. Para decirlo en una
forma banal: la materia prima del poema y la materia última del poema, son las
palabras.
- ¿En qué trabajas ahora?
-Traducciones; traducciones que son relecturas. Estoy revisando una larga antología
de André Chedid; pienso proponérsela a Monte Ávila Editores; también estoy
releyendo a André du Bouchet, a Dupin. Para mí la traducción es una necesidad.
16.
JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ, EL MIEDO
SIEMPRE

Miedo siempre. ¿Me levantaré mañana? Yo me digo si ese miedo no será por haber
tenido cerca de la Nada. Siempre me pareció terrible la idea de morir de un golpe.
Pienso que uno debe tener conciencia de la muerte. Ya no me angustia tanto. Rilke
habla de la muerte, a la que uno tiene derecho, es decir ya las angustias están
colocadas en el mundo como están colocadas en el firmamento el orden de las
estrellas. Si no existiera la muerte, la vida sería espantosa. Se dice como Reverdy:
“Soy un oscuro sentimiento”. Se desea (es un largo poema) libre alguna vez de mi
tristeza/Libre de este sordo caracol.

ANIMAL DE COSTUMBRE

Mi animal de costumbre me observa y me vigila


Mueve su larga cola. Viene hasta mí
A una hora imprecisa
Me devora todos los días, a cada segundo
Cuando voy a la oficina, me pregunta
“Por qué trabajas
Justamente
Aquí”
Y yo le respondo, muy bajo, casi al oído
Por nada, por nada
Y como soy supersticioso, toco madera
De repente
Para que desaparezca

He publicado tan poco. He escrito tan poco. He tenido siempre ese conflicto. Tengo
muchos borradores. La poesía es una pregunta, de ahí ese limbo trágico que rodea a
los poetas. Trágico y a la vez de plenitud. Es curioso, no se puede hacer poesía si no
se tiene estímulo, si no se está en cierta armonía con las cosas, si no se tiene cierto
sentido religioso (en la concepción de religare), de unirse uno a las cosas, al entorno
que lo rodea a uno. “Mi desgracia, decía Ungaretti, es cuando estoy en armonía con
las cosas”.
Atiende sobre la escena, indicaciones de Ugo Ulive, para su
participación en La poesía en el centro. “Lee, Juan, lee”. Y Juan
Sánchez Peláez lee:

Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias de un futuro


paraíso perdido. El rumbo incierto de mi esperanza estaba signado en las
colinas de mi país natal. Lo que yo perseguía era la corza frágil, el lebrel
efímero, la belleza de la piedra que se convierte en Ángel.

En la noche de su casa de Altamira, con música sincopada de las ranitas


de Caracas de fondo, fuma un cigarrillo tras otro. Un cigarrillo, otro
trago: Malena, tengo fiebre.

He sentido el paso del tiempo, el tiempo que todo lo deteriora, tiempo existencial.
17
RAFAEL CADENAS: ME HA COSTADO
MUCHO LLAMARME POETA

Rafael Cadenas se siente incómodo ante las felicitaciones que se


suceden una tras otra. Hay algo que lo desazona. La noción que otros
tienen de triunfo, de éxito, lo agobia. Es decir, los concursos están vinculados
a esa idea, a lo que la gente entiende por triunfo y por éxito, o lo que la gente llama
triunfo. Esa idea de triunfo no me entra a mí. Lo manifiesta con humildad
desde el despojo, ese su callado desprendimiento. Yo no me siento superior
a ningún poeta, al contrario, me siento pobre ante ellos. Está seguro que no
participará en ningún otro concurso. Algo de eso se intuía cuando se lo
vio allí, sobre la escena, oyendo el veredicto del Premio Internacional
de Poesía Pérez Bonalde. Su alma no está hecha para los aplausos.

Gestiones tiene poemas de diversas épocas, poemas incluso, viejos y


recientes. Traté de darle cierta unidad. Siempre es difícil cuando no se trata
de un libro orgánico como como Amantes. En este caso, tuve que reunir
poemas escritos en diferentes momentos y darles cierta coherencia. Del título
se reían algunos amigos: me decían que parecía el título de un libro de
administración: Gestiones…Pero claro, son gestiones dentro de nosotros
mismos, en nuestro fuero interno. El título se refiere a eso. Siempre me
cuesta construir los títulos.

-Luis Miguel Isava, en el prólogo de la antología de su obra publicada


por Monte Ávila Editores (1991), dice que Amante cierra un ciclo que
inició con Una isla, apuntando la posibilidad de otro desprendimiento
de lo biográfico, de lo accidental.

En cierto modo sí, porque es una poesía distinta a la anterior, es como más
directa; de pronto hay textos que recuerdan tanto a Memorial como
Amante. Lo autobiográfico sigue estando, pero en algunos poemas tienen
que ver con la infancia, aunque eso tampoco se siente mucho y, además, son
pocos. Hay una serie de poemas sobre poesía y otra, breve, relacionada con
el teatro (textos basados en escenificaciones) y, finalmente, una dedicada a
Rilke.

-Uno siente, releyendo sus libros, que la palabra y la poesía son el tema
que los unifica, una larguísima reflexión sobre la palabra.

Hay mucho de esos que tú dices. Pero también hay textos que no podrían
incluirse dentro de esa idea. En Gestiones hay unos 10 poemas sobre
poesía y sobre poetas como si los escribiera alguien que está fuera de la
poesía, que ve a los poetas de manera externa sin considerarse El poeta.
Uno de ellos dice: “admiro a los poetas”. Lo dice como un sentimiento.
Llamarse uno poeta es demasiado. A mí me pasa eso y no se entiende
cuando lo he dicho. Me ha costado mucho llamarme poeta, nunca lo he
hecho. Es algo que me produce desazón.

El monstruo es esa figura, el poeta, que el resto de la sociedad no


entiende. Es como si el poeta se enfrentara a ese mundo exterior y
respondiera por lo que es, reconociéndose poeta, pues lo es en la
medida que es distinto a los otros.
Hay algo de eso. Siempre lo he sentido así, me siento más artesano que otra
cosa. Es más fácil decir que uno es escritor que decir “soy poeta”. Es lo
que pasa también con la palabra filósofo. Es muy difícil decir “yo soy
filósofo”. Generalmente, la que se ocupa de filosofía prefiere decir “yo soy
profesor de filosofía”. En cambio, con otras actividades artísticas no pasa
eso. Un pintor puede decir “soy pintor”. Un músico, “soy un músico”. A
mí me resulta incómodo decir “Yo soy poeta”. Cuando tienes que llenar una
planilla, no puedes poner “poeta”, pones profesor o cualquier otra cosa. Eso
a veces da lugar a malos entendidos. Entonces se piensa que uno no quiere
asumir su condición de poeta.

El Monstruo y Fracaso de Falsas maniobras son como un viaje al fondo


de sí mismo. Aunque tiene acceso a lugares donde sólo se llega desguarnecido, es
presa fácil de todas las invasiones, está hecho para recibir de frente la inseguridad y,
tiene a lacerarse más de lo que acepta la poesía (de El Monstruo). ¿La escritura
sigue significando para usted esas laceraciones?

Correspondió a un momento de mi vida. Falsas maniobras es un libro


bastante psíquico. En Intemperie se agudiza eso. Pero ya en Memorial
se siente un cambio, es decir apunta hacia otras posibilidades. Eso que tú
señalas no está en Amantes por lo que decíamos al principio: es una poesía
menos autorreferencial.

Pero en Memorial está Angts, un poema sobre ese estado de ánimo que
define esa palabra alemana tan exacta y precisa para expresarlo (No es
nada, nada/algo sin trascendencia, /nada/Una dificultad leve/en la
respiración. /Problema de angostura/parece. /Acaso no sabías/que la puerta es
estrecha?)
Sí, claro; por eso te digo: el libro apunta hacia otras posibilidades, pero
subsisten en ciertos textos eso que tú apuntas. Aunque haya cambios no
significa que de pronto uno no pueda volver a ciertos temas anteriores. La
vida no es lineal.

El mundo exterior está manifiesto en Una isla y en Cuadernos del


destierro. Derrota, incluso, llegó a ser interpretado como un manifiesto
y memorizado por una generación. De pronto, no lo hizo muy feliz esa
lectura de un poema donde usted confesaba una noción de derrota.

Derrota tiene que ver, principalmente, con una crisis personal. Lo que
sucede es que esa crisis personal coincide con una crisis colectiva, de ahí
la repercusión del poema. Es un poema limitado en el sentido que
pertenece a un momento, pero después uno cambia y ya ese poema no
lo refleja.

- ¿Hoy no se siente reflejado en Derrota?

No, para nada. No es rehuir una responsabilidad, sino que


profesionalmente me siento más lector que escritor. Para mí, escritor es el
que se dedica diariamente a escribir, si no diariamente, con frecuencia.

- ¿No lo afectan los silencios como lo afectaban a Ramos Sucre?

Claro, uno se preocupa porque piensa que no va a poder escribir. Eso está
presente en uno. No me llegan a producir angustia, pero sí preocupa un
poco. Por eso es mi relación con la literatura. De pronto escribo
anotaciones, una charla, un artículo. No tengo esa constancia, esa
continuidad del escritor.

-Asombra esa diferencia tan radical que hace entre el escritor y el


poeta…

En realidad, lo que pienso es que el escritor puede, en cualquier momento,


sentarse a escribir. En el caso del poeta no es así. Es decir, es más fácil
decirle a alguien “voy a escribir un artículo” y no “voy a escribir un
poema”.

- ¿Cree, como decía Borges, que la poesía sucede?

Borges lo expresaba partiendo de una frase de un pintor prerrafaelista “Art


happens”, el arte sucede, en el sentido que tiene algo de milagro. En general,
se da eso que se llama creación, pero depende poco de la voluntad. En
alemán existe una sola palabra para designar al poeta y al escritor: el
decidor, el que dice.

-Dichos acaba de ser publicado por La oruga luminosa. Hay otro en


imprenta: la primera traducción del inglés al castellano de
Conversaciones de Walt Whitman, anunciada por Monte Ávila hace ya
un tiempo. Varios de sus libros han sufrido largas esperas.

Dichos es un pequeño libro que se publicó parcialmente en LiPo, órgano


de la Dirección de Cultura e la UCV, dirigido por José Balza y luego por
la revista de Cultura. Me interesa señalar esto porque en el libro no se
menciona a Lito. Se trata de aforismos, tú sabes que me atraen, aunque
sean irremediablemente sentenciosos. Habría que verlos como un conjunto y
armar con ellos una visión. Es como la visión que yo tengo del mundo, la
visión básica, la que sigo compartiendo aún transcurridos 10 años desde
que lo terminé. Dichos, lo llamé, reflexiones.

Siempre se nos pregunta qué es la poesía, pero todas las definiciones que se
den –y hay muchas, son incompletas. No existe una que abarque todo lo
que es la poesía; de ahí la dificultad de definirla. No celebro ninguno de mis
libros. He dicho que de ellos prefiero Memorial y Amante.

ANOTACIONES
El ser humano tiene mucho de monstruoso; pienso en las cosas que me
preocupan. Comparto esto con Juan Nuño que ha escrito varias veces sobre
esto. Pienso que mientras el ser humano no vea eso, entonces el mundo
estará en peligro. Cuando terminó la Guerra Fría mucha gente pensó que
ya no iba a pasar más nada. Pero siguen ocurriendo cosas monstruosas,
hechos terribles en todas partes. En Venezuela, tenemos el problema de la
educación, un problema espantoso. Un país culto no puede ser subyugado
jamás.

Lo que más me afecta es el poco valor que se le da a la vida humana aquí.


Uno vive horrorizado por lo que pasa en el país, cómo se mata a la gente.
Es tan espantoso que a un muchacho lo maten por un par de zapatos o que
un policía, un guardia nacional, dispare a matar. Se supone que la policía
protege, pero aquí no sucede eso. Alguien tiene que ser responsable de eso,
los dirigentes del país. Los venezolanos se dedicaron a entrometerse y a
destruir el país en el siglo XIX y eso continúa en otra forma, a través de la
corrupción omnipresente, por ejemplo. Hay un libro de Antonio Arráiz,
Los años de la ira, donde se ve eso, es decir cómo se destrozó y se
destrozaron los venezolanos entre ellos mismos durante el siglo XIX. Está
sucediendo otra vez.
FICHAS BIO-BIBLIOGRÁFICAS DE LOS
ESCRITORES ENTREVISTADOS
(Aporte de José Antonio Parra)

1
Antonia Palacios (Venezuela, 1994-2001). Poeta y escritora venezolana
cuya vasta obra abarca novela, poesía y ensayo. En el año 1976 fue
galardonada con el Premio Nacional de Literatura, siendo la primera
mujer en obtener tal reconocimiento. En su obra destacan: Ana Isabel,
una niña decente (1949); Viaje al frailejón (1955), en colaboración con
Alfredo Boulton; Los insulares (1972); El largo día ya seguro (1975); Ese
oscuro animal del sueño (1991) y Hondo temblor de lo secreto (1993). Su
quehacer en el ámbito cultural fue protagónico. En el año 1977 llevó
adelante el taller de narrativa del Celarg y en 1978 fundó el célebre taller
literario, Hojas de Calicanto.
2
Ana Enriqueta Terán (Venezuela, 1918-2017). Poeta, escritora y
diplomática; formó parte de la denominada Generación del 18 y cuya
obra está centrada en la poesía, recibiendo en el año 1989 el Premio
Nacional de Literatura. Adicionalmente, ese mismo año fue reconocida
con un doctorado honoris causa de la Universidad de Carabobo. En su
obra resaltan, entre otros, los libros: Al norte de la sangre (1946), Verdor
secreto (1949), De bosque a bosque (1970), Libro de los oficios (1975), Música
con pie de salmo (1985), Casa de hablas (1991) y Piedra de habla (2014),
publicada en la Biblioteca Ayacucho tres años antes de su muerte.
3
Armando Rojas Guardia (Venezuela, 1949-2020). Escritor, ensayista y
poeta. Tuvo una participación relevante en el taller literario, Hojas de
Calicanto y formó parte del Grupo Tráfico, además de ser miembro de
número de la Academia de la Lengua de Venezuela. En su vasta obra
poética se cuentan: Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja
herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva
(1989), La nada vigilante (1994), El esplendor y la espera (2000), Patria y otros
poemas (2008) y Mapa del desalojo (2014). Asimismo, en ensayo destacan
los libros: El Dios de la intemperie (1985), El calidoscopio de Hermes (1989),
Diario merideño (1991), El principio de incertidumbre (1994), Crónica de la
memoria (1999), La otra locura (2017) y El deseo y el infinito (Diarios 2015-
2017).
4
Lucila Palacios, seudónimo de Mercedes Carvajal de Arocha
(Trinidad, 1902-Venezuela, 1994). Escritora, diplomática y política cuya
obra literaria se basa primordialmente en la narrativa y el teatro. Fue la
primera mujer que formó parte de la Academia Venezolana de la
Lengua. Obtuvo en el año 1943 el Premio Literario de la Asociación
Cultural Interamericana de Caracas y en 1944 el Premio Municipal de
Literatura Infantil. En su obra novelística destacan: Tres palabras y una
mujer (1944), Cubil (1958), La piedra en el vacío (1970), Reducto de soledad
(1975) y Látigo (1983). De igual modo, en teatro, resaltan: Orquídeas
azules (1942) y Juan se durmió en la torre (1956).
5
Francisco Massiani (Venezuela, 1944-2019). Escritor y dibujante cuya
obra está enfocada en la narrativa y la poesía. Fue ganador del Premio
Nacional de Cultura Venezuela, mención Literatura. Es autor de las
novelas: Piedra de mar (1968) y Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal
(1976). Reunió sus relatos en los libros: Las primeras hojas de la noche
(1970), El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes
(1975), Un regalo para Julia (1991), Con agua en la piel (1998) y Florencio y los
pajaritos de Angelina, su mujer (2006). En poesía publicó: Antología (2006),
Señor de la ternura (2007) y Corsarios (2011).
6
Julio Garmendia (Venezuela, 1898-1977). Escritor, periodista y
diplomático. Formó parte de la denominada Generación del 28. En el
año 1973 recibió el Premio Nacional de Literatura y en 1973 la medalla
Honor al Mérito. En su obra narrativa destacan: La tienda de muñecos
(1927), La Tuna de oro (1951), La hoja que no había caído en su otoño (1979) y
El médico de los muertos (1983). De igual modo, su trabajo crítico está
reunido en los volúmenes, Opiniones para después de la muerte (1984) y La
ventana encantada (1986).
7
Yolanda Pantin (Venezuela, 1954). Poeta y escritora. Entre otros
reconocimientos, recibió en el año 2004 la Beca Guggenheim, en 2017
el Premio Casa de América de Poesía Americana y en 2020 el Premio
García Lorca a su trayectoria literaria. Formó parte del taller Hojas de
Calicanto y del grupo Tráfico. En su obra poética resaltan: Casa o lobo
(1981), Correo del corazón (1985), El cielo de París (1989), Poemas del escritor
(1989), La canción fría (1989), Los bajos sentimientos (1993), La quietud
(1998), El hueso pélvico (2002), La épica del padre (2002), Poemas huérfanos
(2002), Bellas ficciones (2016) y Lo que hace el tiempo (2017). Asimismo, en
literatura infantil destacan: Ratón y Vampiro se conocen (1991), Ratón y
Vampiro en el castillo (1998) y Un caballo en la ciudad (2002). Junto a la
escritora Ana Teresa Torres publicó, El hilo de la voz, antología crítica de
escritoras venezolanas del siglo XX y Viaje al poscomunismo (2020).
8
Hanni Ossott (Venezuela, 1946-2002). Poeta y escritora cuya obra
literaria abarca poesía, ensayo, crítica y traducción. Se dedicó durante
más de dos décadas a la docencia en la Escuela de Letras en la
Universidad Central de Venezuela. En 1976 obtuvo Premio Nacional en
la II Bienal de Poesía Ramos Sucre y en 1988 el Premio CONAC Poesía
Francisco Lazo Martí. En su obra poética destacan: Espacios para decir lo
mismo (1974), Espacios en disolución (1976), Formas en el sueño figuran infinitos
(1976), Espacios de ausencia y de luz (1982), Hasta que llegue el día y huyan las
sombras (1983), Plegarias y penumbras (1986), El reino donde la noche se abre
(1987), Cielo, tu arco grande (1989), Casa de agua y de sombras (1992) y El
circo roto (1996). Autora de traducciones de D.H. Lawrence (Poesía),
Rainer María Rilke (Elegías de Duino) y Emily Dickinson (Poemas). Sus
reflexiones en torno a la poesía se leen en sus libros Imágenes, voces y
visiones. Ensayos sobre habla poética y Cómo leer la poesía.
9
Salvador Garmendia (Venezuela, 1928-2001). Escritor: narrativa,
crónica, humor y realización de guiones para radio y televisión son
cuatro de las vertientes abordadas por Garmendia. En 1973 recibió el
Premio Nacional de Literatura, en 1989 el Premio Juan Rulfo y en 1996
el galardón francés, Dos océanos. Escribió las novelas (SIC): El parque
(1946), Los pequeños seres (1959), Los habitantes (1961), Día de ceniza
(1964), La mala vida (1968), Los pies de barro (1973), Memorias de Altagracia
(1974) y El capitán Kid (1988). Asimismo, en su obra cuentística resaltan: Doble
fondo (1965), Difuntos, extraños y volátiles (1970), El brujo hípico y otros
relatos (1979), La casa del tiempo (1986) y Cuentos cómicos (1991).
10
Miyó Vestrini (Francia, 1938-Venezuela, 1991). Poeta, escritora y
periodista venezolana. En Caracas formó parte de los grupos: La
República del Este, El Techo de la Ballena y Sardio, al igual que del
grupo Apocalipsis en Maracaibo. Dirigió las páginas culturales del diario
El Nacional y fue columnista de El Diario de Caracas, La República y El
Universal. En poesía publicó: Las historias de Giovanna (1971), El invierno
próximo (1975), Pocas virtudes (1986), Todos los poemas (1994) y Es una buena
máquina (2014). En el género biográfico escribió: Más que la hija de un
presidente: Sonia Pérez (1979), Isaac Chocrón frente al espejo (1980) y Salvador
Garmendia, pasillo de por medio (1994). Sus relatos fueron reunidos en el
libro póstumo Órdenes al corazón (2001).
11
Alejandro Rossi (Italia, 1934-México, 2009). Escritor y filósofo cuya
obra literaria se centra en el ensayo. Entre otros reconocimientos,
recibió en 1960 y 1961 la beca de la Fundación Rockefeller, en 1985 la
Beca Guggenheim, en 2001 un doctorado honoris causa por la
Universidad Nacional Autónoma de México y en 2002 fue investido
comendador de número de la Orden de Isabel la católica por el
gobierno de España. En autor de los libros: Lenguaje y significado (1968),
Manual del distraído (1978), Sueños de Occam (1982), Ortega y Gasset como
coautor (1984), El Cielo de Sotero (1987), Diario de guerra (1994), La fábula
de las regiones (1998), Cartas credenciales (1999) y Edén. Vida imaginada
(2006).
12
Elisa Lerner (Venezuela, 1932). Escritora y diplomática. Su obra tiene
como ejes la narrativa, la dramaturgia y la crónica. En 1999 recibió el
Premio Nacional de Literatura. Ha publicado en narrativa: En el
entretanto (2000), Homenaje a la estrella (2002), De muerte lenta (2006) y La
señorita que amaba por teléfono (2016). En dramaturgia: En el vasto silencio de
Manhattan (1961) y Vida con mamá (1976). Sus crónicas han sido
reunidas en los libros: Carriel número cinco. (Un homenaje al costumbrismo)
(1983), Crónicas ginecológicas (1984), Carriel para la fiesta (1997) y Así que
pasen cien años (2016).
13
Adriano González León (Venezuela, 1931-2008). Escritor cuya obra
está centrada en la narrativa. Fue fundador del grupo Sardio y en 1968
obtuvo el premio Biblioteca Breve por su novela, País portátil (1968).
Formó parte de los grupos, El techo de la Ballena y La República del
Este. Además escribió la novela, Viejo (1994) y en su obra cuentística
destacan: Las hogueras más altas (1959), Asfalto-Infierno y otros relatos
demoníacos (1963), Hombre que daba sed (1967), Todos los cuentos más Uno
(1998) y Los Tres Espartanos Miedosos (1999). En poesía publicó: Damas
(1979) y Hueso de mis huesos (1997).
14
Alfredo Silva Estrada (Venezuela, 1933-2009). Poeta y traductor
venezolano. Por su trayectoria y obra fue galardonado en 1998 con el
Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2001 con el Gran
Premio Internacional de Poesía de la Bienal de Lieja en Bélgica. En
poesía publicó: De la casa arraigada (1953), Cercos (1954), Del traspaso
(1962), Integraciones. De la unidad en fuga (1962), Literales (1963), Lo nunca
proyectado (1963), Transverbales I (1967), Acercamientos (1969), Transverbales
II (1972), Transverbales III (1972), Los moradores (1975), Los quintetos del
círculo (1978), Contra el espacio hostil (1979), Variaciones sobre reticularias
(1979), Dedicación y ofrendas (1986), De bichos exaltado (1989) y Al través
(2002). Sus reflexiones en torno a la poesía están reunidas en el libro
La palabra trasmutada - La poesía como existencia (1989). Dedicó
traducciones a Dupin, Verhesen, Reverdy, Chedid, Ponge y Goldel.
15
Juan Sánchez Peláez (Venezuela, 1922-2003). Poeta cuyo trabajo fue
galardonado en 1976 con el Premio Nacional de Literatura. Fue
agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Colombia. Fue
colaborador de una multiplicidad de publicaciones, entre las que se
cuentan el Papel Literario de El Nacional, Tabla Redonda y Zona Franca.
Autor de los poemarios: Elena y los elementos (1951), Animal de costumbre
(1959), Filiación oscura (1966), Un día sea (1969), Rasgos comunes (1975), Por
cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989).
16
Rafael Cadenas (Venezuela, 1930). Poeta y ensayista; recibió la Beca
Guggenheim en 1986 y su obra ha sido distinguida con el Premio
Arturo de Asturias de las letras en 1986, el Premio San Juan de la Cruz
en 1992, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en
2015 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2018. Su
obra poética ha sido reunida en antologías e incluye los libros Cantos
iniciales (1946), siguieron: Una isla (1958), Los cuadernos del destierro (1960),
“Derrota” (1963), Falsas maniobras (1966), Intemperie (1977), Memorial
(1977), Amante (1983), Dichos (1992) y Gestiones (1992) y En torno a Basho
y otros asuntos (2016). En ensayo ha publicado, entre otros: Literatura y
vida (1972), Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (1977) y En torno
al lenguaje (1984).
ACERCA DE LA AUTORA

BLANCA ELENA PANTIN


Blanca Elena Pantin: “La poesía está llamada a
decir lo que se niega”

https://www.eluniversal.com/entretenimiento/69251/blanca-elena-pantin-la-
poesia-esta-llamada-a-decir-lo-que-se-niega

Maritza Jiménez

La crisis venezolana ha
originado el mayor número de migrantes en nuestra historia. Muchos
son los que se han ido. Pero también los que se han quedado,
apartándose en exilio voluntario. Uno de ellos es Blanca Elena Pantin
(Caracas, 1957), quien, después de diez años, rompe el silencio con el
poemario Estructura/Venado en fuga, publicado por Dcir Ediciones, en el
que esta periodista, poeta y editora conjuga dos mundos de signo
contrario, para expresar el universo que la lastima y aquel en el que se
refugia.

En el primer caso, es la realidad política que en 2014 llegó al paroxismo


con escenas de dolor para las que no alcanza el lenguaje. Fragmentos,
palabras sueltas, pronombres y el tono irónico, develan en Estructura las
instancias del poder. 

Pero la segunda parte del libro está constituida por el mundo de los
afectos familiares, las memorias, las criaturas de la naturaleza, como
ese Venado en fuga, título procedente de una noticia del diario
brasileño O Globo, y que podríamos pensar deviene su metáfora de ese
animal cuyas imágenes no vacila en presentarnos al cierre, revelándose
como fotógrafa.

-¿Cuál es la historia de este libro de signo dual?


-Mi último libro publicado (edición de autor), Poemas cosidos, fue de
2010. La circulación de Estructura/Venado en fuga se me impuso en 2019,
después de largos años de escritura. Los primeros poemas de Estructura,
son de 2004 y los últimos, de Venado en fuga, de 2014, cuando decidí
ponerle punto final después de las protestas de ese terrible año de
represión y muertes. Se me hizo necesaria la escritura del libro, lo digo a
modo de coda al final. Era mi voz, pero también la voz del testigo. La
estridente luz de ese primer poema es la oscura sombra que se
proyectaba sobre el país. Recuerdo ese día, el momento, de una claridad
meridiana, un cielo de un azul hiriente y el acto oficial, el escenario
castrense que se llevaba a cabo, a plena luz del día. Esa primera parte
del libro, Estructura, son poemas de ese andamiaje del poder al que no
podía ser indiferente. Sobre esa asfixiante parte se escribe Venado en fuga,
una fuga hacia lo luminoso en clave de ese venado en su salto.

“A Edda Armas, de Dcir ediciones, y a María Clara Salas, del comité


editorial, debo su edición”, afirma. “Cuando decidí que el libro debía
circular, preparé con una amiga diseñadora un archivo en PDF y se lo
envié a personas cercanas, una de ellas, Edda, que a la semana me llamó
para proponerme la edición en papel en el catálogo de Dcir. Me gusta
contarlo porque así fue y pone de manifiesto la atención y sensibilidad
de Edda y María Clara al momento de leer el libro”.

Blanca Elena Pantin, comunicadora social egresada de la UCAB en


1982, forma parte de la generación de esa década dorada del
periodismo cultural en Venezuela. Primero en El Diario de Caracas, luego
en El Universal y Últimas Noticias, compartió el oficio con la escritura
poética, desplegada en libros reconocidos por la crítica: Poemas del
trópico (Monte Ávila Editores, 1992), El ojo de la orca (Vitrales de
Alejandría, 1997), Diagnóstico/Días concretos (Ediplus, 2003), Diario de
guerra (Cincuenta de cincuenta, 2004) y Poemas cosidos (2010).

“Creo que los libros son en definitiva uno solo, una sucesión, uno da
paso a otro”, reflexiona en torno a la continuidad de su obra. “En
todos me reconozco y creo que eso es importante al momento de
escribir: reconocerse. Esa continuidad puede leerse en los últimos, por
ejemplo. Diario de guerra  dio paso a Estructura/Venado en fuga. Mi querida
amiga y poeta Claudia Schvartz posteó estos días en las redes un poema
de Diario de guerra. Ya era guerra la guerra y así la vi desde los primeros
días, hace ya largos años. Lo bello dejaba al descubierto el horror. No sé
bien cómo explicarlo, no era ése el silencio, en todo caso, de la calma,
sino el silencio del espanto. En estos días de pandemia, distópicos,
reviso anotaciones y me sorprendo de lo anotado hace apenas nada,
eternidad. 'Protéjanse', anoté de un sueño, no como profecía sino como
mandato”.

Una escritura que ha sido registrada en las antologías El hilo de la voz.


Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX, de Yolanda Pantin y
Ana Teresa Torres (Fundación Polar, 2003); Las voces de la hidra, poesía
venezolana de los años 90, de Miguel Marcotrigliano (Ediciones Mucuglifo,
2002), El coro de las voces solitarias, una historia de la poesía venezolana, de
Rafael Arráiz Lucca (Editorial Eclepsidra, 2003) y Nubes, poesía
hispanoamericana, de Edda Armas (Ed Pretexto y Decir ediciones, 2019),
entre otras.
-¿A qué se debió su retiro del periodismo?
-Mi último trabajo en una redacción fue entre 2009 y 2014, cuando
renuncié a Últimas Noticias. Trabajaba como editora de los
corresponsales. Lecturas diarias de la pulverización del país. Ese año, se
hizo insostenible permanecer allí después de los hechos de febrero y
marzo de 2014. Renunciamos muchos, una manera de decir no a la
mentira y a la propaganda que se pretendía imponer. Entonces me
dediqué a cosas más amables, al jardín de mis padres, al abuelazgo, a
visitar a mis hijos, afuera como tantos y tantos, miles!, y a la fotografía,
a observar pájaros…

-La ironía es el arma de la primera parte de su libro.


-El discurso del poder es un discurso cínico, de imposición a la fuerza.
Por eso se hace insoportable. No sé si ironía, prefiero pensar en
desmontaje de la mentira. Tuve noción de guerra desde inicios de la
guerra. De hecho, antes de Estructura/Venado en fuga escribí Diario de
guerra, así llamado. En la introducción de Estructura, la poeta y
traductora argentina Laura Estrín, llama así a la poesía de guerra: poesía
de guerra: “La poesía es un frente a todo sistema que consuela sin son.
La poesía siempre compone una estética trágica. La poesía es esa
reserva de verdad, de historia hacia la que sólo los poetas no
manifiestan indiferencia”. Y en ese horror, las criaturas, la naturaleza, la
vida con sus cosas amables, lo inasible.

Pantin ha sido igualmente una dedicada editora, que nos ha rescatado


voces como las de la también periodista Miyó Vestrini, ya fallecida,
Mónica Montañés, Ana Teresa Torres, Elisa Lerner y Claudia Schvartz.

-¿Cuál es para usted la relación de la poesía con la realidad?


-Vengo pensando mucho en poesía y traducción, a la que Verónica Jaffé
tanto se ha dedicado. ¡Palabras mayores! (su monumental traducción y
versión libre de Cantos hespéricos de Hölderlin y más recientemente, De la
metáfora, fluida). Para ella, y así lo creo, la poesía es traducción. Traducir
la realidad es muy complejo. La realidad es la realidad, escribió
Mandelstam en sus Cuadernos de Voronezh. Traducir, ser testigo de esa
realidad y decirla, nombrarla, y en esa realidad, la vida, lo que sigue, la
belleza, el espacio interior que protege. La poesía está llamada a decir lo
que se niega.

De Turmero, el asombro

-Fernando Rísquez dijo que la poesía es la emoción hecha


lenguaje como testimonio de la inteligencia. ¿Cómo se manifista
esa emoción en su poesía?
-En el asombro, y espero no dejar nunca de asombrarme. Estos días me
asombra a diario un azulejo con su saludo en la ventana. Poemas de
asombro, podría titular un libro y de pronto lo haga. Espero que ese
asombro se lea en mi poesía.

-¿Cómo recuerda su infancia en Turmero?


-Crecimos entre caballos y cultivos de algodón y tabaco. Una primera
infancia y adolescencia en ese lugar todo naturaleza y días en la bella
casa de mis abuelos maternos, de la hacienda San Pablo y encuentros
con nuestros primos de Caracas, un país nuestro, nuestro país. Todo
asombro. Cuando veo fotos mías de muy niña, me veo en ese estado, de
asombro y tengo recuerdos muy tempranos de detenerme y recoger
pequeñas plumas, lo que sigo haciendo hoy, o verme en contemplación,
también del mar en el que pasábamos largas temporadas. Un día de
1978 murieron dos de mis 10 hermanos en la Gran Sabana, poco
después mis abuelos y la casa de San Pablo se cerró. La mudanza fue
entonces a la casa primera, la de Paya, la de la infancia de mis padres,
primos hermanos, y a esa casa volvimos, casa-jardín. No anoto muchos
sueños, pero sí algunos. “Toda escritura viene de ti, madre”, anoté hace
poco, de un sueño. No sé si responde la pregunta, en todo caso nada de
lo que escribo podría sin esa bella hacienda y sin la casa-jardín de
nuestros padres.

-Tal vez sea odiosa la pregunta, pero ¿qué diferencias encuentra


entre su poesía y la de su hermana Yolanda?
-Prefiero hablar de lo que nos convoca, que es mucho: misma infancia,
misma casa, mismo jardín, mismos padres, mismos hermanos. La
poesía de Yolanda ha recogido de bella manera esa memoria común.
En Bellas ficciones está todo, la Biblia lo llamamos entre nosotras y así es:
está todo. Me ha dedicado hermosos poemas y yo otros. En estos años
nos hemos llamado jardineras del jardín donde todo lo que está pasa
por nuestros padres. Yolanda leyó siempre mucho, ¡una ratona de libros!
Yo lo hice después. Ahora compartimos fervores, a Silvina Ocampo,
por ejemplo, entre otros y otros.

@weykapu
EDITORIAL ÍTACA C.A.

La Editorial Ítaca es un proyecto que surgió naturalmente de las


experiencias personales y profesionales de sus socios. Puestos ante la
necesidad de editar, publicar y promocionar sus libros y los de amigos
escritores talentosos, y teniendo audacia conocimientos tanto del
mercado editorial como de los procesos, comenzaron a idear y
planificar la empresa.
Los socios previeron las vastas posibilidades que las circunstancias
están abriendo a emprendimientos de esta naturaleza, así como las
crecientes necesidades que se están generando en áreas como la
educación, el arte, la literatura, la gestión empresarial y otras áreas que
solicitan la publicación como herramienta de expansión y difusión.
Asimismo, se analizaron las condiciones de las tecnologías y la
influencia de las redes sociales para comenzar a generar una editorial de
libros digitales (eBooks) que prestara además servicios de promoción y
asesoramiento a los autores que requirieran sus servicios.
El nombre y el ideario provienen del poema de Constantin Kavafis,
ÍTACA.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca


debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones
ni a los cíclopes, ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita emoción
penetra en tu alma y en tu cuerpo. Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías: madreperlas,
coral, ébano, y ámbar, y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ella, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas
COLECCIONES

CÍCLOPES Y LESTRIGONES (Crónicas y relatos)


Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.

MERCADOS DE FENICIA (Poesía y lecturas de Poesía)


Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías

BIBLIOTECA DE ÍTACA (Ensayos, entrevistas e historia)


No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

PERSÉFONE (Novela)
Perséfone era la personificación de la renovación de la tierra en primavera

EL PUNTO AZUL (REEDICIONES)

LIBROS DEL PUERTO (Libros de temas diversos: educación,


emprendimientos, cocina, salud)

OPUS (Una vez al año, publicaremos un libro para difundir temas religiosos
cristianos)
CONTACTO

Teléfonos: +58 426-9853176, +58 424-8267473


https://editorialitaca.blogspot.com
editorial.itaca.56@gmail.com

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