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EL DERECHO MODERNO

El derecho como tal, se encuentra constreñido a un conjunto de saberes, métodos y ciencias que se

interrelacionas con el objeto de sistematizar (al menos en su prima fase) una disciplina que tenga

relevancia y concreción valorativa en la sociedad. Para ello, es menester, redimensionar el derecho como

un término que se vincula a la producción propia del conocimiento y la determinación epistemológica de

su estudio.

El derecho, así como la modernidad, son objetos de estudio, analizando su sentido material y formal y

además su relación dentro de la epistemología jurídica. Podríamos decir que la modernidad es una etapa

epistemológica que permea en el conocimiento en general, la cual se caracteriza por dejar a un lado el

conocimiento procedente de lo antiguo, la tradición, de lo místico y lo religioso; dando paso al

conocimiento razonado, es decir, el uso de la racionalidad como principio fundamental de la construcción

del conocimiento. El ese sentido, la modernidad marca el final de la edad media, así como a la forma y

desarrollo de la sociedad en todos sus entrelazados conceptuales, concretizando una nueva asimilación

social, cultural y cognitiva entre conocimiento y sociedad.}

La modernidad, como ya se ha planteado, permea todos los ámbitos; siendo identificable en la cultura de

la sociedad occidental. (Perez, 2015)

El derecho moderno se destaca como casi todo dentro de la modernidad por un funcionamiento que

primordialmente parte de los conceptos. En este sentido la operatividad de los conceptos jurídicos en el

derecho moderno se debe, no tanto, a la participación activa de los individuos en su creación, y, por tanto,

en un contenido existencial a los conceptos jurídicos, sino que más bien Se debe a un espíritu de rebaño

implícito en la obediencia del derecho moderno.

la formación de este espíritu de rebaño ha sido un producto de un lento proceso de formación del derecho

moderno, el estado la idea de estado implica por necesidad dentro del derecho moderno la producción del

derecho como un proceso de manufactura. Por un lado, el derecho moderno para su mantenimiento y
operatividad presupone la libertad de los individuos para obedecerlos es decir en el mantenimiento del

derecho moderno como el sistema normativo social por excelencia valen más los métodos de legitimidad

basados en el consentimiento que los métodos de coerción física.

Pero este consentimiento pasivo otorgado en condiciones de libertad no es algo fortuito dentro del derecho

moderno, sino que también implica por sí mismo la construcción de un proceso de producción que lo

sustente. Aquí empiezan las coincidencias entre el proceso de producción del derecho moderno y el

proceso de manufactura. En un principio el derecho era un producto meramente social, y, si bien ha sido

un proceso fluyente implicaba una participación activa de los individuos que se adherían a su

normatividad, es decir todos los individuos participan en toda la formación del proceso de producción

normativa, en cambio el derecho moderno para mantener su operatividad conlleva a la necesidad de un

proceso de producción dentro del cual los individuos no sean capaces, más que dentro de un proceso de

producción concentrado de producir normas jurídicas.

De tal forma el derecho moderno para operar este proceso de producción concentrado debe: primero

generar un proceso de alienación y parcialización de los individuos, una división de trabajo en el proceso

de producción del derecho que no solo distribuyan las funciones de producción del derecho entre distintos

individuos, sino que genere una especialización tan parcializante de las funciones globales del individuo,

que lo que importe en su producción no sea la acción concreta de los individuos, sino simplemente el

valor de la función que desempeñan, todo valor de la conducta Es simplemente una interpretación de los

conceptos. (Cervantes, 2007)

Es Imposible tratar de exponer los principios generales de un análisis del derecho sin señalar previamente

ciertas deformaciones que sufrió, durante mucho tiempo, la teoría marxista del derecho. Estas

deformaciones no son específicas de dicha teoría pues forman parte de corrientes teóricas generales en la

historia del pensamiento marxista que interpretaron de manera errónea a Marx. Si bien es cierto que Marx

en ninguna parte trata el derecho de manera sistemática, o sea como objeto específico de Investigación

teórica, no es menos cierto que su teoría nos proporciona algunos principios para esa investigación. De
este modo, las deformaciones de la teoría marxista del derecho, considerando la relación del derecho y del

Estado y la importancia política de este último objeto teórico, reflejan directamente las deformaciones

teóricas y políticas del pensamiento marxista en general.

No es cuestión de hacer aquí un inventario de esas deformaciones sino de trazar sus lineamientos

generales. Sin embargo, como toda lectura de la historia de un pensamiento procede de principios, me

inclinaré a dar esos lineamentos exponiendo el contenido original del pensamiento marxista que

precisamente nos proporciona las claves de un desciframiento sistemático de la historia de sus variaciones

deformadoras. En efecto, se puede trazar el esquema de la historia de la teoría marxista del derecho

localizando sus oscilaciones entro una tendencia que se puede caracterizar como "economista" y otra

caracterizada como "voluntarista". (Poulantzas, 1970)}

HISTORIA y TRANSFORMACIONES DEL DERECHO MODERNO

La gestación del sistema jurídico de la modernidad es un proceso lento que se va desarrollando de forma

paulatina a lo largo de varios siglos. En él inciden muchos factores que irán, con el discurrir del tiempo,

conformando los perfiles del fenómeno jurídico moderno. A partir de la concentración del poder en las

monarquías centralistas europeas, de la Revolución Industrial, de la irrupción de la burguesía como clase

política dominante y bajo la égida racionalizadora del pensamiento ilustrado, el derecho tiende a adquirir

características distintivas que vendrán a consolidar una nueva concepción de lo jurídico más acorde con el

nuevo orden social, político y económico. Resulta evidente que el nuevo orden precisaba de categorías

jurídicas accionables que concretaran los ámbitos de poder-obligaciones y derechos- en la sociedad. y que

esas categorías jurídicas, lejos de ser principios abstractos. Universales y absolutos. desposeídos de

corporeidad histórica. obedecían a concretas circunstancias que determinaron su propia identidad como

pilares del nuevo orden jurídico.

La irrupción del Estado de Derecho liberal-burgués supondría un paso decisivo en este proceso: de la

mano de la ciencia alemana del Derecho Público los viejos contenidos iusnaturalistas serían
definitivamente vaciados y apartados del ámbito de lo jurídico y, a la luz de ello, el derecho sería

concebido como derecho del Estado, con lo que se culminaba el proceso de asimilación de lo jurídico por

el poder político. Desde entonces, la juridicidad quedaba confinada en el ámbito del Estado: sólo era

derecho el derecho positivo y sólo tenía positividad el derecho promulgado válidamente por los órganos

del Estado. A su vez, el Estado, gobernado por la burguesía, quedaba instrumentalizado como recurso para

la defensa y protección de intereses de clase, que encontraban, en un derecho pretendidamente aséptico y

neutro, abrigo y cobijo.

Paralelamente a este proceso, el movimiento codificador se expandía por toda Europa ganando adeptos e

incondicionales. En él convergen, como ha puesto de relieve Tarello, no una sola ideología, sino varias

cuya convergencia sienta las bases teóricas del movimiento codificador: de un lado, la ideología

pufendorfiana, cuyos elementos integrantes son: a) el voluntarismo - el derecho es concebido como

voluntad, lo que implica tanto su carácter mutable en el tiempo, frente a la pretendida inmutabilidad de la

posición iusnaturalista, como la coincidencia de su ámbito de validez con la esfera de autoridad estatal-; b)

el imperativismo -el derecho es un mandato. lo cual implica que su cumplimiento depende de que el

destinatario pueda llegar a conocerlo-: y c) el psicologismo - que tiene una amplia influencia en la función

interpretativa, ya que se propugna que el conocimiento del derecho es el conocimiento de la voluntad

soberana del legislador-. De otro, la ideología leibniziana, que entiende el derecho como dato y aplica al

derecho el método de conocimiento en general, tendente a obtener, para cada problema jurídico, una

respuesta cierta según las reglas de la lógica. Los elementos que Tarello identifica en esta ideología son: a)

el descriptivismo - que considera el derecho como un conjunto de proposiciones jurídicas que se rigen por

las reglas de la lógica que, en cuanto verdaderas, no se pueden contradecir entre sí-; b) el sistematicismo-

que comprende el conjunto de esas proposiciones como un sistema ordenado y coherente, de modo que

cada proposición está en relación lógica y conceptual con todas las demás-; y c) el conceptualismo -que

conduce a la elaboración de conceptos sobre los predicados jurídicos, lo cual tendría una repercusión

inmediata en la ciencia del derecho. ‘Estos elementos, provenientes del iusnaturalismo racionalista,
aislados de su concreto contexto teórico, proporcionarán las bases teóricas para la fundamentación del

movimiento codificador.

Y con la cristalización del derecho en códigos, la Escuela de la Exégesis vendría a poner el último acicate

a ese proceso de sumisión del derecho a los dictados de la clase dominante, a través del procedimiento

silogístico de la subsunción.' Cerrada la puerta a la interpretación - "in claris non fit interpretatio" -, la

función del juez quedaba limitada a un procedimiento lógico-deductivo en el que, a partir de una premisa

mayor, y mediante el establecimiento de una premisa menor, se habría de llegar a una conclusión. La

subsunción es así la otra cara de la codificación. La Escuela de la Exégesis viene a completar de forma

acabada el edificio teórico levantado por el movimiento codificador. Los elementos teóricos de la Escuela

de la Exégesis son caracterizados por Tarello de la siguiente forma: en primer lugar, la convicción de que

el derecho es creado por el legislador y sólo es derecho aquello que es creado por el legislador: en segundo

lugar, la idea de la integridad del derecho positivo, que implica que el código resulta satisfactorio para

resolver cualquier posible controversia jurídica: en tercer lugar, una adhesión expresa a la doctrina de la

separación de poderes, lo cual implica una separación neta de las funciones judicial y legislativa, de modo

que la labor judicial queda limitada a escrutar la voluntad del legislador; y, por último, la concepción de la

ley como expresión de la voluntad de los legisladores históricos, que confiere a la labor interpretativa un

alcance limitado y complementario, consistente en descubrir el sentido previo y acabado de la voluntad de

quien legisla.

Vista la interpretación como algo secundario, y la aplicación del derecho como una tarea mecánica, la

razón terminaba así por consumar la irracionalidad de su desvinculación histórica: un derecho neutro y

universal que, guiado por la razón, terminaba por convertirse en una pieza más del sistema social, político

y económico. La ley natural perdía así su función de soporte de las relaciones sociales para quedar sumida

en una razón dentro de la ley, eventualmente reducida a una cuestión de voluntad subjetiva.' Si el

legislador era quien era -esto es, los elementos más conspicuos de la burguesía elegidos mediante un

sistema de sufragio censitario-; cómo podría admitir la clase dominante que la interpretación y aplicación
del derecho pudiera escapar a su control? De este modo, el positivismo del siglo XIX vino a sentar las

bases de una nueva concepción del derecho: aquella que precisaba el nuevo orden social y político para

confirmar la preeminencia de la clase burguesa.

En el plano jurídico los derechos individuales aparecen ahora ya no sólo como conquistas de la sociedad

sino, sobre todo, como límites frente a la sociedad. Como pone de manifiesto Taylor, la noción de derecho

subjetivo es la plasmación del principio de respeto igualitario. recogiendo en forma de derechos lo que

hasta entonces eran principios morales universales derivados de la ley natural de carácter objetivo. Este

cambio tiene consecuencias sustantivas, pues supone un diferente lugar del sujeto con respecto a la

afirmación de los principios morales y la consagración de “un privilegio legal que se percibe como si fuera

una cuasi posesión del agente al que se le atribuye".' De este modo, el individuo aparece en el centro del

sistema legal. que ampara así sus inmunidades bajo la forma de derechos subjetivos. El objetivo de un

individuo autónomo no es algo ajeno al orden jurídico. sino que se fortalece y consolida sobre la base de

las teorías de derechos. Este cambio es una de las claves explicativas de la modernidad: “Hablar de

derechos universales, naturales o humanos es vincular el respeto hacia la vida y la integridad humanas con

la noción de autonomía. Es considerar a las personas cooperantes activos en el establecimiento e

implementación del respeto que les es debido. Y ello expresa un rasgo esencial de la perspectiva moral

occidental moderna".

Sin embargo, esta mutación en el papel que corresponde a los sujetos en el ejercicio de los derechos, que

quedan por esta vía al alcance del sujeto, abre paso a la posibilidad de radicalizar los propios derechos a

partir de la idea de libertad negativa. De este modo. Los derechos individuales en cuante derechos

absolutos quedan condenados a ser constitutivamente negativos. ya que cualquier actuación que vaya más

allá de la garantía estricta de los derechos ya consolidados lesionaría los derechos de los demás

individuos.

Los cambios que se operarían con posterioridad es este diseño del paradigma jurídico de la modernidad

supondrían innovaciones importantes, especialmente concretadas en los derechos económicos y sociales y


en la función promocional del Estado social de Derecho, cuyo compromiso sustantivo con el ideal de

autonomía implicaba la efectiva intervención en los procesos sociales y económicos. Sin embargo, las

nuevas formas del capitalismo maduro y la creciente complejidad de los procesos sociales y políticos,

unidas a los avances científicos, la revolución informática y la propia insuficiencia de la estructura estatal

ante procesos de integración que se anuncian irreversibles, entre otros factores reseñables, han contribuido

a crear un ambiente de crisis en torno al proyecto de la modernidad y al sistema jurídico abstracto y

universal sobre el que éste se asentó: crisis que es preconizada desde distintos sectores del pensamiento y

que, abundando en las raíces teóricas de la modernidad, insisten en poner de relieve la insuficiencia,

cuando no directamente la inviabilidad. del proyecto moderno y del sistema jurídico que éste vino a

propiciar. Esta conciencia de crisis se ha visto particularmente favorecida por el desbordamiento de los

modelos tradicionales ante los vertiginosos avances tecnológicos y las mutaciones que éstos han

provocado en la dinámica económica. social y política de un mundo cada vez más interdependiente. Todos

estos cambios sociales apuntan hacia un cambio de paradigma cultural. cuya irreversibilidad sería

consecuencia de la constante mutación de la organización social. como consecuencia de la irrupción de las

nuevas tecnologías. En nuestros días, recuerda Barcelona. la contradicción entre derecho y justicia ha

alcanzado un nivel inédito c inimaginable que hace aún más dramático el problema de mantener en orden

el mundo y de encontrar una relación entre los procedimientos legales y las demandas concretas de

equidad expresadas por los distintos estratos sociales que componen la sociedad moderna. Esa

contradicción entre derecho y justicia refleja profunda e intrínsecamente, la contradicción entre técnica y

vida, entre la abstracción autosuficiente de la técnica y la demanda cada vez más angustiosa de sentido

respecto a los problemas de la vida y a la relación con el mundo.

En definitiva, la crisis del derecho moderno tiene su origen, como advierte Lars Eriksson, en las

tendencias conflictivas que el derecho de la modernidad ha desarrollado en su seno, tendencias que

impiden mantener su propia coherencia en cuanto sistema. Y es que, como hemos visto, el paradigma

jurídico de la modernidad está atravesado por una controversia entre el formalismo jurídico y la necesidad
de establecer unos criterios metapositivos de legitimación de las normas jurídicas. Ese debate afecta a la

propia unidad y coherencia del paradigma jurídico moderno e imprime un sesgo claramente diferenciado a

la concepción cientificista respecto de la originaria matriz ilustrada. En el derecho moderno, apunta este

autor, se produce la confrontación entre dos modelos de racionalidad: de un lado, la racionalidad formal,

concretada en definitiva por la concepción dogmática tradicional que da cuerpo jurídico al Estado de

Derecho liberal-burgués, y que se concreta en el principio de la autonomía privada: de otro, la

racionalidad material, incorporada al derecho principalmente por obra de las transformaciones que el

Estado social de Derecho opera en el orden jurídico. y que apunta hacia criterios sustantivos de justicia a

través del principio de intervención estatal. El derecho moderno está escindido por principios integradores

conflictivos. El orden jurídico debe pues unificar esos principios que pertenecen a distintas etapas del

desarrollo de las sociedades capitalistas. Como puede verse. estas tendencias conflictivas del derecho

moderno apuntan hacia dos direcciones del derecho de la modernidad: la de una justicia firmemente

anclada en el derecho positivo, según la concepción cientificista del derecho, y la de una justicia dinámica

y sustantiva, determinada en la evolución social mediante cauces democráticos, a la cual debe supeditarse

el derecho positivo. A la vista de lo anterior. parece llegado el momento de preguntarse cómo el gran

cambio de nuestro tiempo está afectando a un derecho cada vez más implicado en un mundo vertiginoso y

tornadizo. Las nuevas realidades sociales, la transformación continua de nuestro mundo, nos abocan a la

pregunta sobre la vigencia y utilidad de los viejos conceptos y categorías jurídicas. (Campuzano, 2002)

REGLAS Y PRINCIPIOS

Kelsen (1983, p. 71, 72), nos dice como: es sabido que existen normas primarias y normas secundarias: las

secundarias estipulan la conducta que el orden jurídico trata de provocar bajo la amenaza de la sanción, en

tanto que las primarias son las que determinan esta sanción. Ciertamente, se puede afirmar que las normas

jurídicas contienen dos expresiones del «deber ser»: una que tiende a lograr que cierto individuo observe

la conducta debida, y otra según la cual un segundo individuo debe ejecutar una sanción, en el caso de que

la primera norma sea incumplida.


Para Hart (1990, p.116-120), por su parte, el derecho puede ser caracterizado como un conjunto de dos

tipos de normas: normas primarias que imponen una obligación a sus destinatarios y normas secundarias,

que son las que especifican la manera en que las normas primarias pueden ser creadas, eliminadas o

modificadas y cómo se puede verificar su cumplimiento, así como la respuesta que hay que dar en caso de

incumplimiento (normas de reconocimiento, de cambio y de adjudicación). Ahora bien, junto a estas

clasificaciones de las normas, existe otra que las divide en reglas y principios (Ruiz, 2012)

 REGLAS

Las reglas son mandatos que permiten o prohíben algo; pertenecen al mundo del “deber ser” y por tal

razón tienen naturaleza deontológica: están establecidas para que se cumplan en el sentido que ellas

contienen.

Las reglas Constitucionales, no son otra cosa que prescripciones con mandatos de hacer, dentro de los que

generalmente figuran supuestos de hecho y consecuencias jurídicas. Las reglas constitucionales pueden ser

completas, o incompletas, cuando, aunque gramaticalmente aparezcan como completas, desde la

perspectiva jurídica requieren complementarse con otras normas que están en la misma constitución o

fuera de ella.

 PRINCIPIOS

Un principio es un concepto fundamental sobre el que se apoya un razonamiento, los principios, al igual

que las reglas, son mandatos que permiten o prohíben algo; forman parte del mundo de los deberes. A

diferencia de las reglas, se trata de normas con estructura abierta, indeterminada; proposiciones en las que

no aparecen unos supuestos de hecho a los cuales atribuirles consecuencias jurídicas precisas y

determinadas.

Los principios son normas y los valores son fines jurídicos. El primero es específico el segundo general.

Tal circunstancia basada en que el primero se haya expresamente señalado en tanto que el segundo se

encuentra en el fondo de los principios como si se tratara del alma de la norma Constitucional (principio).
Los principios jurídicos son cláusulas de derecho condensado que no tienen la misma estructura de las

reglas, aunque están dotadas de significado jurídico externo e interno: externo, porque hacen parte del

ordenamiento jurídico, se han incorporado al derecho positivo; pero además, tienen un significado interno

por sí mismos, un contenido jurídico relativamente preciso, aceptado convencionalmente por la

comunidad jurídica.

PRINCIPALES CARACTERISTICAS DE LOS PRINCIPIOS

 Son verdaderas normas que contienen mandatos obligatorios y exigibles de modo inmediato.

 Son normas de carácter general, aplicables al universo de casos y sin restricción por especialidad

jurídica. (Participación, Libertad, Seguridad Jurídica.)

 Normas que deciden los casos difíciles o complejos.

 Sus conflictos son resueltos por ponderación. (ECOTEC, 2018)

De lo anteriormente expuesto, es posible inferir tres características esenciales comunes, al menos, a la

mayor parte de los principios jurídicos, tales como la fundamentalidad, la generalidad y la vaguedad.

La fundamentalidad de una norma significa que su modificación o sustitución tiene como efecto

directo una transformación del resto del Ordenamiento jurídico o del sector del mismo en el que

ésta se inserta.

La generalidad de una norma, por su parte, alude a la amplitud del campo de su aplicación; es

decir, indica que tanto el supuesto de hecho como la consecuencia jurídica están regulados en

términos muy generales y abstractos.

La vaguedad, en fin, si bien es confundida en ocasiones con la generalidad, tiene, no obstante un

sentido distinto; así, se puede afirmar que una norma es vaga cuando, dado su amplio ámbito de

indeterminación semántica, es difícil efectuar una identificación entre un caso y el supuesto de hecho
previsto en la misma, por lo que aparecen o pueden aparecer casos límite o dudosos, que no están

claramente excluidos ni incluidos en la norma. (Ruiz, 2012)

CONFLICTO DE REGLAS Y COLISION DE PRINCIPIOS

El Tratadista Ronald Dworkin en su obra “Los derechos en serio”, advirtió sobre el particular. La

distinción entre reglas y principios se demuestra con la forma como se tratan las colisiones de principios y

los conflictos de reglas. El conflicto entre dos reglas plantea un problema de validez; una de las reglas es

válida, la otra no. Por el contrario, los conflictos entre principios se resuelven por su peso o importancia,

sin afectar su validez. El conflicto entre reglas sólo puede ser solucionado introduciendo en una de ellas

una cláusula de excepción que elimine el conflicto o declarando inválida una de las reglas.

Entre tanto, las colisiones de principios se solucionan de forma diferente. En este estadio no se trata de

que uno sea válido y el otro no. Ambos son válidos, pero uno deberá ceder ante el otro. Se hace necesario

realizar la ponderación que corresponda para que, en las circunstancias propias del caso, el principio que

tenga menor peso ceda ante el que aparece con un peso mayor. En condiciones diferentes, la ponderación

puede arrojar el resultado contrario. Los casos que se han decidido en tutela son numerosos, en unos casos

concretos, el principio de la libertad de información debe ceder ante el derecho a la intimidad de las

personas, pero en otros, especialmente cuando se trata de personajes con notoria actividad pública,

prevalece el derecho a la información. (ECOTEC, 2018)

La distinción entre reglas y principios: el enfoque estructural y el enfoque funcional La cuestión de la

distinción entre reglas y principios puede ser abordada desde dos perspectivas o enfoques diferentes: el

estructural y el funcional. Este segundo, conforme a Atienza y Ruiz Manero (1996, p. 11-15), se centra en

el papel o la función que las normas cumplen en el razonamiento práctico de sus destinatarios.

Así, si consideramos las normas jurídicas en su dimensión de pautas dirigidas a los órganos

jurisdiccionales para resolver las disputas jurídicamente, entonces la distinción entre reglas, principios
explícitos y principios implícitos aparece estrechamente asociada a la distinción entre necesidad de

obediencia a las autoridades normativas y capacidad de deliberación propia por parte de aquellos. En este

sentido se pueden considerar las reglas como razones para la acción, perentorias e independientes del

contenido. «Razones perentorias» quiere decir que constituyen razones para realizar la acción exigida y

para excluir o suprimir cualquier deliberación independiente por parte de su destinatario sobre los

argumentos en pro y en contra de ejecutar la acción. Por tanto, cuando se dan las condiciones de

aplicación de las reglas, los órganos jurisdiccionales tienen el deber de aplicarlas, excluyendo su propio

juicio acerca de las razones de las mismas. El carácter independiente del contenido afecta el porqué los

órganos jurisdiccionales deben obedecer las reglas, esto es, a las razones por las que deben considerarlas

como razones «perentorias». Y en este sentido, se supone que los órganos jurisdiccionales deben

considerarlas así por razón de su fuente (esto es, de la autoridad normativa que las ha dictado): su origen

en dicha fuente es condición suficiente para que los órganos jurisdiccionales deban considerarlas como

razones perentorias Los principios explícitos, en cambio, son razones para la acción, independientes del

contenido pero no perentorias. Son independientes del contenido porque la causa por la que deben entrar a

formar parte del razonamiento justificativo de las decisiones de los órganos jurisdiccionales es la misma

que en el caso de las reglas, esto es, su origen en una determinada fuente. No son, sin embargo, razones

perentorias porque excluyen la deliberación por parte del órgano jurisdiccional acerca del contenido de la

resolución a dictar, sino que constituyen meramente razones para resolver en un determinado sentido,

cuya fuerza respecto de otras razones (otros principios) –que puedan constituir, a su vez, razones para

resolver en otro sentido– ha de ser ponderada por el propio órgano jurisdiccional. Los principios

implícitos, por su parte, son razones para la acción ni perentorias ni independientes del contenido; no son

perentorias por la misma razón por la que no lo son los principios explícitos, y no son independientes del

contenido porque si deben entrar a formar parte del razonamiento de los órganos jurisdiccionales no es por

virtud de su origen en fuente alguna, sino por cierta cualidad de su contenido. El enfoque estructural, por

su parte, puede plantearse de la siguiente manera: «aceptado que las reglas pueden formularse siempre

recurriendo a un esquema condicional, esto es, de correlación caso/solución. (Ruiz, 2012).


Bibliografía
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Sociais Da UNIPAR, IV(2), 125-148. Obtenido de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?

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Cervantes, D. S. (2007). El Derecho Moderno: El derecho Manufacturado. Critica Juridica.

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Perez, A. H. (Diciembre de 2015). LA CONCEPCIÓN DEL DERECHO MODERNO EN AMÉRICA

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Ruiz, R. R. (2012). La distinción entre reglas y principios y sus implicasiones en la aplicacion del derecho.

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