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Capítulo 1

Desastre en Detroit
Estaba acostado en la cama del hotel donde me hospedaba en Detroit, relajado, orando en silencio y
adorando a Dios. Era un sábado por la noche. El año, 1980. El reloj marcaba la medianoche, y debía
predicar en la mañana y la tarde del día siguiente en una iglesia en las afueras de la ciudad.

Luego de unos momentos, la presencia de Dios entró a la habitación tan fuertemente que
comenzaron a brotar lágrimas de mis ojos al verme rodeado de su gloria. La maravillosa presencia
del Espíritu Santo que había revolucionado mi vida hacía varios años era tan evidente sobre mí que
no estaba consciente de nada más. Antes de que me diera cuenta, eran las 2:00 a.m. y todavía
estaba orando.

La mañana siguiente me levanté rápido, me sentía fresco y descansado, oré nuevamente antes de
salir hacia

el servicio. Estaba consciente de que mi sesión de oración esta vez no había sido extraordinaria. No
sentí nada como la noche anterior, pero aquello hubiera sido difícil de igualar.

Fui al servicio, y cuando llegó el momento debido comencé a predicar. Abrí mi boca para decir las
primeras palabras, y una nube de gloria llenó el edificio, Era como si la gloría shekinah, la
sobrecogedora presencia santa del Dios Todopoderoso, hubiera llegado. Era tan fuerte que no
podía moverme.

La gente comenzó a llorar. Mientras hablaba, algunos cayeron de sus asientos al suelo.
Simplemente quedaron allí llorando. La respuesta divina fue tremenda. ¿Que estaba sucediendo?

Entonces cerré mis ojos y dije una palabra: «Jesús». ¡Ah! La presencia de Dios barrió el auditorio
aún más que antes, y dondequiera las personas eran tocadas. No vi a nadie que no hubiera sido
visiblemente tocado.

Un hombre a mi lado dijo: «Nunca había sentido la presencia de Dios como la siento ahora». Las
lágrimas estaban cayendo por sus mejillas.
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Capítulo 1

Sabía que él tenía razón. En otro servicio jamás había sentido yo la presencia a unción del Espíritu
Santo como aquel día.

Un tiempo para almorzar


Después del servicio, se suponía que fuera a almorzar a casa de una prima que vivía en Detroit,
Hacía tiempo que no la veía y estaba esperando ansioso poder almorzar con ella.

Mi prima y su esposo me dieron la bienvenida cuando llegué, y nos sentamos a la mesa y


comenzamos a recordar tiempos pasados. El almuerzo estuvo delicioso, y nuestra conversación fue
amena y acogedora.

De pronto, mientras estábamos sentados disfrutando del almuerzo, sentí al Señor que me apretaba
el corazón. Conocía bien este sentimiento. Me estaba llamando suavemente: «Vete a orar».

Estaba desorientado, y en mi corazón respondí: Señor, no puedo irme ahora Estoy almorzando con
estas personas y ni siquiera vine en mi auto. El hotel está a cuarenta y cinco millas de aquí y no
tengo manera de llegar allá Además, cómo puedo levantarme e irme en medio del almuerzo?

Silencio.

Nuestro almuerzo concluyó y el caballero que me había llevado allí me llevó de vuelta al hotel.
Estaba tan cansado cuando llegué a mi habitación que me acosté a dormir.

Cuando llegué al servicio aquella noche había el doble de personas de las que hubo en la mañana.
El poder de Dios había sido tan sobrecogedor que todavía la gente estaba emocionada, y llena de
expectativa para el servicio de la noche. si el servicio de la mañana había sido tan poderoso, ¿qué
pasará en el de la noche?
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Capítulo 1

Fue diferente
Me levanté para predicar, pero cuando abrí la boca no hubo nada, sólo palabras. No hubo
presencia. No hubo una sobrecogedora unción del Espíritu. No hubo poder.

Luche. No sabía qué hacer. Por la expresión en los rostros dé la audiencia notaba que se
preguntaban qué estaba pasando. La verdad era que nada estaba pasando.

Hacía apenas unas horas, sólo había pronunciado la palabra Jesús, y el poder de Dios invadió el
auditorio. “Todos sintieron el toque de Dios y lloraron ante su presencia. Pero ahora... yo estaba
hablando todas las palabras que conocía, y nada sucedía.

Finalmente el servicio terminó. ¡Había sido un desastre!

El regreso al hotel no me pareció lo suficientemente rápido. Me apresuré a mi habitación, cerré la


puerta de inmediato y le pasé el seguro. ¡Que alivio! Aquel servicio había parecido una eternidad.

Me senté en la cama y mi mente recorrió en un instante los detalles de dia Estaba confundido.
«Dios, ¿qué pasó? Esta mañana tu presencia fue tan real y tu poder tan grande que casi no pude
resistir tu gloria. La gente fue movida a lágrimas».

Las palabras comenzaron a fluir de mí. «Fue como estar en el cielo. ¡Pero esta noche! ¿Qué había
sucedido? ¿Por qué parecía que el servicio había estado vacio? Vacío de t1». Finalmente me detuve.
Y la suave y tierna voz del Espíritu

Santo me susurró: «¿Recuerdas esta tarde, cuando te estuve diciendo: “Ve a orar”? Preferiste
quedarte con tu prima. Diste a tu prima y a su esposo el lugar que me pertenece a mí. Los pusiste a
ellos antes que a mí».

Mucho más calmado, pero a la defensiva, respondí: «Señor, no podía irme. ¿Qué iban a pensar mis
primas?»

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Capítulo 1

La voz todavía era suave y tierna. «Eso es parte del precio, Benny. ¿Estás dispuesto a pagar el precio
de la unción?»

Sí, hay poder en la presencia del Espíritu Santo, de la que escribí en Buenos días, Espíritu Santo. Y
hay poder en la unción de la que quiero enseñarte en este libro Y hay un precio que pagar. Este
episodio en Detroit una vez más me llevó a darme cuenta de estas cosas. La presencia del Espíritu
Santo nos guía a vivir en el poder de la unción si estamos dispuestos a pagar el precio de la
obediencia.

Kathryn Kuhlman, quien jugó un papel muy importante en el inicio de mi relación con el Espíritu
Santo y a las verdades de la presencia y de la unción del Espíritu, me había hablado del «precio».
Ella lo había pagado.

Tampoco he olvidado mis encuentros con un hombre en Inglaterra que tenía una tremenda unción
sobre su vida. Cada vez que me acercaba a él, mis piernas temblaban. A veces me sentía débil sólo
de mirarle.

Un día oré: «Señor, haz que tu unción esté sobre mí como lo está sobre él». El Señor me respondió:
«Paga el precio y te la daré».

«¿Cuál es el precio?», le pregunte.

La respuesta no llegó inmediatamente. Pero un día vino de pronto de parte del Espíritu Santo. Me
la mostró en Hechos 4.13: «Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran
hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban, y les reconocían que habían estado con Jesús».

Ahí está la clave: estar con Jesús. Una y otra vez, constantemente, no sólo unos minutos al día, no
sólo ocasionalmente. En Detroit, había estado con Jesús la noche anterior. Pero me había negado a
estar a solas con él cuando me lo pidió.

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La presencia y la unción. Según continúes leyendo, aprenderás cómo el Espíritu Santo puede
guiarte a experimentar la llenura y el poder de la Deidad cada día. Una vez que recibas lo que la
unción tiene para ti, experimentando la profundidad y la rica realidad de ese precioso toque, nunca
serás la misma persona.

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