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Sobre China

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/La-larga-y-rica-historia-de-la-evangelizacion-
china_0_890311228.html

La larga y rica historia de la evangelización


china
El misionero jesuita Mateo Ricci, el primer occidental que
ingresó al Palacio Prohibido en 1600, marcó el inicio de la
influencia religiosa de occidente en el imperio central que
atravesó cismas y prohibiciones hasta hoy, cuando unos 60
millones de chinos profesan el cristianismo, de los cuales
14 millones son católicos.
POR MIGUEL PETRECCA - Especial desde Shanghai, China



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IDEOGRAMAS EN LOS VITRALES. La Catedral de San Ignacio, en honor a los jesuitas, en


Shanghai

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La señora me había visto hacía unos minutos en la calle, parado con curiosidad frente al cartel
de un anciano taoísta de larga barba y camperón verde militar, especializado en la lectura del
rostro y la adivinación a través de los 8 dígitos. Se me puso al lado unos metros más allá,
mientras esperaba el semáforo para cruzar y me dijo: “Esos son todos unos estafadores. Si
querés podés pedirle que te adivine, por curiosidad, pero no lo des más de 10 renminbi.” Y
agregó, mientras señalaba hacia el cielo con el dedo: “Yo creo en Shangdi. Shangdi es
bueno.” Era la segunda vez en menos de un mes que escuchaba una declaración similar de
parte de un desconocido, pero no me extrañó. Aunque la poca trascendencia que la noticia de
la elección del nuevo papa tuvo en los medios podría llevar a inferir lo contrario, la cantidad
de chinos que profesa alguna variante del cristianismo es un número vasto y que viene
creciendo en forma sostenida desde los 80, cuando el Estado viró hacia una política de mayor

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tolerancia hacia la actividad religiosa. Los números varían, pero se calcula que existen hoy
alrededor de 60 millones de cristianos en China, de los cuales unos 14 millones son católicos.

La historia del cristianismo en China es larga y tiene varios comienzos, desde las primeras
misiones nestorianas que se establecieron en el siglo VII, durante la dinastía Tang, pasando
por la oleada de evangelización que avanzó en el siglo XIX de la mano del colonialismo y
hasta la nueva expansión de las últimas décadas; tal vez su momento más brillante, sin
embargo, esté ligado al trabajo de los jesuitas y particularmente a la figura de Mateo Ricci, el
gran misionero italiano que en el siglo XVI viajó a China con el sueño de evangelizar al
pueblo del imperio central.

Ricci nació en 1552 en Macerata, una pequeña ciudad italiana ubicada dentro del dominio
papal, y entró a la orden jesuita a los 19 años contra el deseo de su padre, que lo había
destinado a una carrera de abogado. Estudió varios años en Florencia y Roma y luego fue
enviado a tomar parte de una misión en la India, donde en poco tiempo la euforia con la que
había partido desde Italia cedió al pesimismo y el agotamiento. De la India fue llamado a
Macao, en el sur de China, por Alessandro Valignano, que había sido uno de sus maestros en
Roma y que planeaba lanzar desde la colonia portuguesa una misión hacia el interior de
China. Ricci empezó a estudiar la lengua y las costumbres como preparación para su misión, y
un año después partió hacia Cantón junto con Michele Ruggieri. Se instalaron en Zhaoqing,
una ciudad de la provincia de Cantón, desde donde comenzaría un lento ascenso de casi
cuarenta años, cuyo destino final fue la capital misma del Imperio. Llegó a Pekín en el 1601 y
se convirtió en el primer occidental en entrar al Palacio Prohibido. Impresionó a los letrados
chinos por su manejo del chino clásico y por sus conocimientos de geografía, matemática y
astronomía, al punto que el emperador lo designó consejero especial de la corte, le concedió
un estipendio de por vida y le permitió fundar una iglesia.

Ricci pensaba que China había desarrollado en el pasado alguna forma de monoteísmo, y que
ese origen monoteísta había sido alterado por la tradición posterior, hasta derivar en una
especie de humanismo ateo. “Yo, Matteo, dejé mi país siendo joven y viajé por el mundo
entero. Descubrí que las doctrinas que envenenan las mentes de los hombres habían llegado
hasta los últimos rincones de la tierra. Pensé que los chinos, puesto que son la gente Yao y
Shun, y los discípulos del Duque de Zhou y Zhongni, no debían haber cambiado las doctrinas
y enseñanzas acerca del cielo y no debían haber permitido nunca que resultaran manchadas.
Pero también ellos, inevitablemente, caían a veces en el error.” Enfrentado al problema de
traducir el concepto de “Dios”, entonces, Ricci buscó equivalentes dentro de los Clásicos
chinos y terminó recurriendo a dos términos. Uno de ellos era Shangdi, que designaba dentro
del folklore chino al emperador celestial, una antigua deidad que aparece ya inscripta en los
caparazones de tortuga de la dinastía Shang, unos 2000 años a.c. El segundo término elegido,
que aprovechaba la palabra tian (cielo), otro antiguo concepto de la cosmología y el
pensamiento chino, era tianzhu (señor del cielo). Estas estrategias de traducción de Ricci eran
congruentes con el pensamiento misionero jesuítico, que entendía la misión como un gesto de
inmersión en la cultura a evangelizar, lo que significaba estudiar y entender la lengua y la
cultura ajena y eventualmente adaptarse a ella. Un ejemplo de esta actitud aparece en sus
Diarios cuando cuenta que, al dibujarles un mapa de la tierra, por deferencia a la creencia
tradicional de los chinos de ser el centro del mundo, “decidió arreglarlo de tal manera que el
Imperio de China ocupara más o menos la posición central.”

Ricci logró convertir al cristianismo a algunos de los letrados confucianos con los que trabó
amistad, entre ellos a Xu Guangqi, un matemático y astrónomo de la zona de Shanghai con el
que había traducido al chino los Elementos de Euclides. Shanghai se volvió ya desde

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comienzos del siglo XVII, a raíz de la conversión de Xu Guangqi, en una de los focos de
influencia del catolicismo y especialmente de los jesuitas. Cuando a mediados del siglo XIX,
luego de la derrota en la guerra del Opio, la ciudad fue abierta como puerto libre para el
comercio, una rama de descendientes de la familia Xu Guangqi que había continuado fiel al
catolicismo les legó a los jesuitas una parcela de tierra para la construcción de una catedral.
La Catedral de San Ignacio, terminada a principios del siglo XX, se convirtió en 1933 en la
sede de vicariato de Shanghai, elevado al rango de diócesis en 1946.

A partir de la 1949 y de la fundación de la República Popular China la situación cambió. Los


comunistas consideraban a la Iglesia Católica, no sin razón, como un enemigo. El nuevo
gobierno creó una Asociación de Católicos Patrióticos de China (ACPC), que desconocía los
obispos ordenados por Roma. En 1956, Gong Pinmei, recientemente designado como obispo
de Shanghai por el Vaticano, fue encarcelado y se le dio una sentencia de por vida, mientras la
ACPC lo reemplazaba por su propio candidato. Se produjo así una especie de cisma que
continúa en parte hasta hoy, con una iglesia oficial promovida por la ACPC, y una iglesia
subterránea fiel al Vaticano, cada una con sus autoridades y sus obispos.

Esta historia de vaivenes se puede observar en la biografía de Jin Luxian, que a sus 97 es aún
hoy una de las figuras dominantes del catolicismo chino. Antes de pertenecer a la iglesia
china oficial, Jin Luxian había sido parte del grupo en torno al obispo Gong Pinmei que fue
encarcelado por el gobierno. Pasó 27 años en prisión y trabajo forzados, y en 1985, tres años
después de ser liberado, fue designado por la ACPC como obispo de Shanghai, sin la
aprobación del Vaticano, que había designado su propio obispo. Jin Luxian recibió fuertes
críticas por aceptar colaborar con el mismo gobierno que lo condenó a casi 3 décadas de
encierro, pero su decisión permitió en gran parte mantener el catolicismo vivo en China, algo
que el Vaticano terminó reconociéndole en los últimos años. En el prólogo de su
autobiografía, este hombre que atravesó casi toda la historia china moderna, cuenta: “En
1933, cuando tenía 17 años, unos amigos me presentaron al viejo patriota Ma Xiangbo, que
tenía entonces 94 años de edad. Vestía una larga túnica negra sobre la que llevaba un saco de
mandarín, y estaba sentado derecho en una silla forma. Le ofrecí mis respetos y lo felicité por
su edad. Me respondió: 94 años han pasado en un instante. En ese momento me pregunté
cómo podían pasar 94 años en un instante. Ahora yo también he llegado a los 90, y cuando
cierro los ojos y miro hacia atrás todos esos años parecen haber pasado en un instante.” 

Por la larga y rica historia de la Orden en China, uno podría pensar que nada mejor que un
Papa jesuita para conducir a un acercamiento entre el gobierno chino y el Vaticano, cuando ya
han pasado más de 60 años desde que rompieron relaciones diplomáticas en 1951. La historia,
sin embargo, pesa menos acá que el pragmatismo de la política, y no parece probable que
China está dispuesta a negociar las condiciones que ha planteado como necesarias para la
normalización de las relaciones: que el Vaticano rompa relaciones con Taipei y que se
abstenga de interferir en la política interna china. Ninguna de estas condiciones parece
sencilla.

Postdata

Después de terminar la nota fui hasta el barrio de Xujiahui para ver la Catedral de San
Ignacio. Cuando llegué eran las 4 de la tarde y acababan de cerrar la entrada de la reja que

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rodea el predio. Traté de convencer al guardia para que me dejara entrar a echar un vistazo y
sacar una foto. Al lado, dos turistas chinos, una anciana de unos 80 años y su hijo, también
habían llegado tarde y sacaban fotos. Venían de Qingdao, una ciudad costera de la provincia
de Shandong, al norte. Quise saber si eran católicos, pero me respondieron que habían venido
sólo por curiosidad, para sacarse unas fotos. Me fui a dar una vuelta, siguiendo por el camino
que marcaban los carteles hacia el parque que guarda la tumba de Xu Guangqi, el famoso
converso y amigo de Matteo Ricci. Doblé por error en un callejón que giraba en S y se
terminaba unos metros más allá en un paredón, así que volví para atrás y me encontré de
nuevo frente a la reja. La madre y el hijo ya no estaban, pero ahora había una mujer de unos
60 años, rezando con los ojos cerrados. Cuando terminó de rezar nos pusimos a hablar. Le dije
que había venido a ver la iglesia pero que había llegado tarde. “Yo te llevo, a mí me van dejar
entrar porque me conocen. Estuve rezando adentro hasta hace un rato.” Me llevó a través de la
reja, ignorando el gesto poco amistoso del guardia, y después caminamos por un sendero que
llevaba hasta una pequeña puerta lateral de madera, mientras me contaba que hacía poco
habían terminado la reparación de la iglesia. Yo quería ver los nuevos vitrales, que según leí
utilizan ideogramas chinos e imaginería tradicional, como el fénix. La puerta ya estaba
cerrada. “Acaban de cerrar. No hay caso.” En ese momento saludó a un grupo de 3 hombres
que pasaron al lado nuestro. “El que va adelante es el padre nuevo. Es muy joven, tiene unos
40 años.”  Mientras caminábamos hacia la salida seguimos charlando y descubrí que no sabía
nada sobre la elección del nuevo Papa. “El tema de las dos Iglesias, la del gobierno y la
subterránea, es muy complicado. Hay muchas de esas iglesias subterráneas en Shanghai.
Están en contra del gobierno, por eso no entran a esta iglesia. No es un tema fácil de hablar.
¿Cómo me hice católica? Por mi esposo. En mi familia son todos budistas, yo soy la única
católica. En cambio, en la familia de mi esposo ya tienen varias generaciones. El abuelo ya
era católico y mi suegro además estudió teología.”

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/China-apuntes-de-viaje-en-el-pais-de-lo-
real_0_836916505.html

China: apuntes de viaje en el país de lo real


Así comienza una serie de noticias, entrevistas, textos e
imágenes desde allá. No se trata de conocer China
(empresa imposible), sino apenas de captar algunos
fragmentos e impresiones, manteniendo el ojo atento a los
ínfimos indicios del presente y las huellas del pasado.
POR MIGUEL ANGEL PETRECCA



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DE POSTAL. Millones de visitantes en la Gran Muralla de China, en las afueras de Beijing.

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Mi nombre es Miguel Ángel Petrecca. Soy periodista cultural, traductor y editor, y durante los
próximos 6 meses voy a estar viajando por China. Jia Pingwa, escritor contemporáneo nacido
en Shan Xi, una provincia del norte, escribió que para conocer la China antigua hay que ir a
Xi An, la vieja capital de la dinastía Tang, en cuyos suburbios los arqueólogos encontraron
hace tiempo uno de los sitios más asombrosos del mundo: la tumba del primer emperador
chino, que dos milenios atrás se hizo enterrar rodeado de miles de soldados de terracota, cada
uno con sus particulares rasgos faciales. Para conocer la China moderna, la China de los
siglos XIX y XX, hay que ir en cambio a Pekín, la ciudad que desde la época de los mongoles
hasta hoy ha permanecido como capital del país. Por último, si lo que se quiere es conocer la
China de hoy y la del futuro hay que ir a Shanghai, corazón financiero del país y punta de
lanza de la modernidad.

Siguiendo a Jia Pingwa, planeo dedicar buena parte de mi viaje a al menos dos de estas
ciudades (Shanghai y Pekín). Pero mi itinerario de viaje incluye también puntos más laterales:
ciudades del sur de China como Kunming (hogar de varias de las 56 minorías étnicas),
pueblos históricos como Hongcun, en la cercanía de las Montañas Amarillas, o alguna de esas
grandes ciudades prematuramente envejecidas, que a pesar de contar con unas décadas de
historia parecen cargar ya con varios siglos sobre su espalda. No se trata, en todo caso, de
conocer China (empresa imposible), sino apenas de captar, en el mejor de los casos, algunos
fragmentos e impresiones, manteniendo el ojo atento a los ínfimos indicios del presente y las
huellas del pasado.

Empecé a estudiar chino por la aventura de estudiar una lengua nueva y, sobre todo, porque
quería poder leer en su forma original a los poetas clásicos que había conocido en
traducciones. Eso fue en 2005 y desde ahí ya no dejé. Entre 2008 y 2009 viví en Pekín y viajé
por diferentes partes del país, mientras estudiaba la lengua, la literatura y la cultura. Cuando
volví publiqué una antología de poesía china contemporánea, retomé mi vida acá pero seguí
estudiando y pensando en China. China cambia todo el tiempo y también te cambia. La que

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dejé hace tres años no es la misma a la que vuelvo hoy. Vuelvo en un momento clave:
mientras gran parte del mundo se mantiene sumida en una crisis profunda, la gigantesca
maquinaria del partido se acaba de poner en movimiento otra vez, como hace diez años, para
el recambio de las máximas autoridades del país, que se enfrenta a una serie de encrucijadas.
Entre estas, no es para nada menor la que pone al país frente a la necesidad de gestionar su
propio pasado: la memoria parcialmente soterrada de una serie de eventos traumáticos, pero
también una herencia cultural riquísima a la que en un momento no tan lejano pareció a punto
de renunciar definitivamente.

Vengo para seguir estudiando, viajando y traduciendo, y también con el objetivo de traer
desde este espacio noticias, entrevistas, textos e imágenes, que permitan conocer diferentes
aspectos del país real.

¿Beijing o Pekín? Una ciudad en la


encrucijada
De los callejones mal iluminados de Pekín al
resplandeciente Beijing de los shoppings, nombrar a la
ciudad de una u otra manera implica dónde se posa la
mirada en una metrópolis en permanente cambio, entre
souvenirs nostálgicos y la reconstrucción.
POR MIGUEL ANGEL PETRECCA



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HUTONG. Los angostos callejones que corren de este-oeste la antigua ciudad, están
desapareciendo.

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Beijing o Pekín: la ciudad se presenta ya de entrada, desde su nombre mismo, inserta en una
suerte encrucijada. Tan diferentes suenan estos dos nombres que parece como si se refirieran a
dos ciudades, o como si al elegir uno u otro para nombrarla le eligiéramos también destinos
distintos. Y sin embargo, ambos nombres son la transliteración de los mismos dos caracteres
(北京), cuyo significado literal es “capital del norte”. “Pekín” es la transliteración de acuerdo
con un antiguo sistema de romanización. “Beijing”, en cambio, surge del “pinyin”, el sistema
de romanización adoptado oficialmente por China a mediados del siglo XX. Cada vez más,
desde hace algunos años, en las noticias que se escriben sobre China Beijing viene ganando
terreno sobre Pekín. Acá utilizaré alternativamente Pekín o Beijing, porque ambos nombres
me parecen reflejar caras contradictorias pero auténticas de la ciudad. 

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El avance del nombre Beijing a costa de Pekín puede verse, tal vez, como un paralelo de la
relación entre la ciudad vieja y la ciudad moderna. Con frecuencia el viajero que llega a
Beijing se instala en alguno de los distritos de los alrededores, como Chaoyang y Haidian, que
en parte eran hasta hace pocos años zonas rurales o semi rurales y hoy se encuentran cubiertas
de rascacielos y abundantemente pobladas. Pueden pasar unos días hasta que, atravesando las
sucesivas capas urbanas se encuentre, de golpe, con un paisaje totalmente diferente: ahí, en el
corazón de la ciudad, está el viejo Pekín, cuya trama de angostos callejones que corren de
este-oeste (los “hutong”) permaneció esencialmente invariable durante siglos. La ciudad alta,
colorida y brillantemente iluminada se vuelve baja, casi aldeana, con sus casas de ladrillos y
techos de tejas grises, sus callejones pobres pero seductoramente iluminados, y sus viejos que
juegan ajedrez chino en la calle, practican caligrafía o simplemente caminan en pijama.

En el pasado, el contorno de esta ciudad antigua estaba señalado por una larga e imponente
muralla de nueve puertas. La muralla no sobrevivió a las turbulencias de la política maoísta:
fue demolida en 1965 para la construcción de una línea de subte y hoy solamente quedan en
pie un pequeño tramo y un par de las puertas. También se demolió el muro rojo que
delimitaba, en la ciudad antigua, el contorno de la Ciudad Imperial, dentro de la cual, a su
vez, se encuentra la Ciudad Prohibida, residencia del emperador y su corte durante la época
imperial.

Además de la demolición de la muralla, el rediseño de la ciudad antigua durante la etapa


maoísta incluyó la construcción de la plaza Tian’anmen y de una serie de edificios de
gobierno, de los cuales el más notorio tal vez sea el Gran Salón del Pueblo, sede de la
Asamblea Popular Nacional. Se trataba, naturalmente, de ocupar y refundar de acuerdo con
los presupuestos de una nueva nación, lo que durante siglos había representado en el
imaginario chino el lugar mismo del poder. No es extraño que de la puerta norte de la Ciudad
Prohibida cuelgue el retrato de Mao en gigantografía, un detalle que sugiere la costumbre de
colocar, en una zona de la casa dedicada al culto familiar, los retratos de los antepasados.

Fuera de esta redefinición de los espacios simbólicos, y del saldo de destrucción que la década
de la Revolución Cultural significó para muchos templos y sitios históricos, la mayor parte del
viejo Pekín, el Pekín de los hutong, con sus tradicionales siheyuan (casas construidas en torno
a un patio central) y sus costumbres relajadas, permaneció casi intacto. El giro decisivo se
produjo con la apertura económica iniciada a finales de los 70, y especialmente a partir de su
profundización en los 90. Desde entonces, el cambio se ha acelerado vertiginosamente. Zonas
enteras son asignadas, cada tanto, para la reconstrucción. Reconstrucción significa, primero,
relocalizar los viejos residentes en otra zona de la ciudad, demoler las viejas casas
tradicionales y construir en su lugar, en el mejor de los casos, una imitación destinada al
comercio y al turismo.

De esta progresiva desaparición del viejo Pekín habla, en parte, Gouzi, seudónimo de Gu
Xinxu, un narrador nacido en Pekín en 1966 y autor de la novela Confesiones de un tomador
de cerveza. En el cuento “Ah Peng”, Gouzi cuenta sus encuentros con su amigo Ah Peng,
otro escritor de una generación anterior, que obtuvo cierto nombre por su participación en los
acontecimientos de la plaza Tian’anmen de 1976, cuando una multitud se reunió para
Qingming jie (el día de culto a los muertos, literalmente: “Fiesta de la Claridad Pura”) en esa
plaza con la excusa de homenajear al recién fallecido primer ministro Zhou Enlai. El
verdadero objetivo era manifestar contra la Banda de los Cuatro, un grupo de altos dirigentes,
representantes de la tendencia más radicalmente maoísta, contraria a toda reforma. En el
cuento, los dos amigos se juntan casi diariamente en el restaurante Tianchuan del Xi Cheng
(la zona oeste de la vieja ciudad) a tomar cerveza y conversar con amigos. Cuando se

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emborracha, Ah Peng se pone a revolver en los baldíos vecinos, de donde vuelve con tejas y
ladrillos de las viejas casas demolidas, que regala a sus amigos. Hacia el final del cuento la
inminente demolición y redefinición de la zona los obliga a buscar otro lugar para sus
reuniones.

Aunque el cuento parece destilar nostalgia por la desaparición del viejo Pekín, cuando le
pregunto a Gouzi al respecto me responde que, personalmente, no siente ninguna nostalgia.
La precariedad de las condiciones de vida en los hutong –hacinamiento, falta de calefacción
adecuada y baños públicos y poco higiénicos– implica que para los pobladores la
relocalización significa, en general, una mejora. Otra es la opinión de la dueña de un café
moderno del Xi Cheng, que después de señalarnos a través de la ventana unas dos manzanas
valladas y en plena obra, nos dice: “Eran viejos hutong. Una verdadera lástima.”

Mientras el viejo Pekín desaparece o es reemplazado por una imagen for export de sí mismo,
convertido en objeto de marketing turístico y reproducido hasta el hartazgo en infinidad de
souvenirs (naipes, postales, cuadros, etc.), el nuevo se sigue expandiendo con velocidad hacia
las afueras. En los numerosos shoppings que se repiten por toda la ciudad, la Navidad parece
no haber terminado. Los negocios están repletos de gente que a pesar de los más de diez
grados bajo cero viene a aprovechar las liquidaciones de fin de año. La ciudad está iluminada
en forma exquisita, pero no hay que esperar demasiados festejos para año nuevo. El gobierno
de Beijing prohíbe el uso de pirotecnia dentro de la mayor parte de la zona urbana. Tal vez
para compensar esta prohibición que a muchos les resulta irritante, se organiza una instalación
lumínica. Una potente columna de luz de 5000 metros altura, diseñada por el artista Wang
Jianwei, se proyecta en cielo al llegar la hora cero.  

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Shanzhai-Sanzai-China-Miguel-
Petrecca_0_848915278.html

Shanzhai, la palabra fetiche que explica los


cambios en la China de hoy
El autor de esta nota, cuenta desde Shanghai las
acepciones de un término que refleja fenómenos como la
piratería, el simulacro, la copia y que se usa incluso como
marca de celulares, fideos, medicamentos, autos y
zapatillas.
POR Miguel Petrecca



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CULTURA SHANZHAI. En el mercado de los celulares los chinos hacen copias que a veces
superan a los originales.

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MÁS INFORMACIÓN
 ¿Beijing o Pekín? Una ciudad en la encrucijada
 China: apuntes de viaje en el país de lo real

Conocido por sus novelas y sobre todo por Vivir, que fue llevada al cine por Zhang Yimou en
1994, Yu Hua publicó en 2012 un volumen de ensayos llamado “China en diez palabras”. A
partir de diez palabras que el escritor considera claves, cada capítulo constituye un ensayo
sobre diferentes aspectos de la sociedad, la cultura y la historia china modernas, a la vez que
un relato autobiográfico.  “Si intentara relatar en forma exhaustiva la China actual”, dice Yu
Hua en el prólogo, “mi relato sería interminable, capaz de rivalizar en extensión con Las mil
y una noches. Esta es la razón por la que me propuse elegir diez palabras, porque diez
palabras me proveen diez pares de ojos, permitiéndome observar China desde diez direcciones
diferentes”. 

Dentro de las diez palabras elegidas por Yu Hua tal vez una de las más ricas para entender la
China de hoy es “shanzhai”. La palabra es difícil de traducir porque abarca a la vez varios
conceptos y fenómenos, como los de “piratería”, “parodia” y “simulacro”, llevados a
extremos y situaciones no tan familiares. Literalmente, shanzhai alude a una aldea de montaña
fortificada. En la antigüedad, a partir de este significado original comenzó a ser utilizada para
aludir a áreas habitadas por los pobres, a los campamentos de los bandidos en los bosques, y
en general a toda zona o fenómeno al margen del control estatal. Finalmente, en los últimos
años la palabra fue reciclada para aludir a los celulares shanzhai, es decir imitaciones de las

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marcas conocidas, pero a menor precio e incluso con mayor número de funciones. Aunque los
celulares shanzhai eran al principio sinónimos de bajo costo y pobre calidad, poco a poco
fueron ganando adeptos, a medida que en muchos casos la copia equiparaba la calidad del
original. Simultáneamente, la shanzhaización (en chino la palabra es tanto un sustantivo como
un verbo) se extendió rápidamente a cada vez más productos y territorios: cámaras digitales,
reproductores de mp3, fideos instantáneos, bebidas, leche, medicamentos, productos de
limpieza, autos y zapatillas. No hay aspecto de la vida contemporánea en donde la cultura
shanzhai no penetre: estrellas de televisión shanzhai, programas de televisión shanzhai,
propagandas shanzhai, y hasta una versión shanzhai del Palacio Prohibido. Muchas veces,
estos productos shanzhai se vuelven conocidos de la noche a la mañana al punto de rivalizar
en popularidad con el original.

Un par de anécdotas personales relatadas por Yu Hua sirve para ilustrar el lugar que ocupa lo
shanzhai en la sociedad china y hasta qué punto se encuentra naturalizado. El escritor cuenta
que una vez compró en un puesto ambulante, en Beijing,  una copia pirata de una de sus
novelas. Cuando le comunicó sus sospechas al vendedor este le respondió que no era una
edición pirata sino una edición shanzhai.  Fue similar la respuesta de un periodista al que
increpó porque había publicado una entrevista inexistente: no era una entrevista falsa; era una
entrevista shanzhai.

La cultura shanzhai no se limita a un fenómeno de copia y piratería sino que también


contiene, para Yu Hua, un fuerte sentido crítico. En ese sentido, “Shanzhai es hoy en día la
palabra con mayor espíritu anarquista de toda la lengua china.” Esto es así en tanto la cultura
shanzhai, en algunas de sus expresiones, implica la construcción de una cultura paralela,
paródica de la cultura oficial. Por ejemplo, frente al programa de gala organizado cada año
por la televisión central (CCTV) para la víspera del año nuevo chino, muchos jóvenes
prefieren ver las versiones shanzhai del mismo programa, que circulan por Internet. En ese
sentido, la cultura shanzhai duplica paródicamente la cultura oficial, devolviéndole un reflejo
distorsionado. Para estos jóvenes el shanzhai es un emblema conscientemente reivindicado,
con connotaciones incluso de cierta rebeldía.

Pero el concepto de lo shanzhai también le sirve a Yu Hua para analizar, desde otro punto de
vista, el comportamiento y la cultura de los estratos acomodados que han surgido durante los
últimos treinta años a partir del giro hacia una economía de mercado. En ellos lo shanzhai no
constituye un opción deliberada sino una conducta inconsciente. Se trata de una enorme masa
de nuevos ricos que han construido un estilo de vida alrededor de la imitación e incorporación
muchas veces fetichista de lo que, desde China, se percibe como propio de la elite europea.
Esto ha conducido en última instancia, dice Yu Hua, a la creación de una “nobleza shanzhai”,
que habita en casonas casi palaciegas de estilo europeo, decoradas con estatuas griegas, u
otros adornos similarmente imbuido de capital cultural.

En Shanghai, este fenómeno tiene tal vez una de sus expresiones más impresionantes en la
política de “Una ciudad, nueve aldeas”, lanzada en 2001. Se trata de un plan urbanístico que
proyectó la construcción, en las afueras de Shanghai, de 9 barrios nuevos, cada  uno en torno
a un motivo arquitectónico europeo. Surgieron así una “aldea inglesa”, una “aldea francesa”,
etc;  barrios desprovistos de autenticidad e historia, que se parecen menos a un verdadero
paisaje urbano que a la escenografía de un set de filmación.

En el enorme Apple Store de la calle Nanjing Donglu, ubicado en una de las zonas más
céntricas de Shanghai, mientras espero en medio de una muchedumbre mi turno para probar
uno de los dispositivos nuevos, me viene a la cabeza de repente una noticia que leí hace un

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tiempo. En Kunming, capital de la provincia de Yunnan, al sur de China, un empresario abrió
un Apple Store shanzhai. No sólo se vendían copias perfectas de los productos, sino que la
decoración misma del negocio, la vestimenta de los empleados y todos los detalles constituían
una imitación perfecta. Lo más sorprendente era que hasta los mismos empleados estaban
convencidos de estar trabajando en un negocio de Apple. En China, lo shanzhai se encuentra
hasta tal punto extendido y desarrollado que no resulta raro tener un reflejo paranoico y dudar
por un momento si nos encontramos en el lugar que creemos estar o en una imitación del
mismo. Es lo que me sucede, más adelante, cuando cruzo la avenida y entro a Starbucks a
tomar un café. Tanto en Beijing como en Shanghai, me he topado ya con cafés que imitan la
cartelería y la estética de la cadena norteamericana. Sin embargo, incluso estando en el
verdadero Starbucks, como ahora, pequeños detalles y diferencias suscitan una duda
minúscula. Es que en última instancia, pienso, tal vez shanzhai  sea también otra manera de
hablar de la traducción y del malentendido entre las culturas. 

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Xiao-Kaiyu-La-poesia-china-antigua-es-como-
poesia-de-otro-pais_0_857314449.html

Xiao Kaiyu: “La poesía china antigua es


como poesía de otro país”
Entrevista en Shanghai con una de las voces más
importantes de la poesía china contemporánea, que recrea
sus orígenes como campesino, su paso por la medicina y
muestra su postura sobre qué deben hacer los escritores
con la tradición.
POR MIGUEL PETRECCA



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XIAO KAIYU. El poeta chino cuenta que Mao fue un gran escritor, y que su retrato cuelga de
los espejitos de los taxis.

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Nacido en 1960 en una zona rural del norte de la provincia de Sichuan, Xiao Kaiyu es una de
las voces más importantes de la poesía china contemporánea. En ese ámbito, su recorrido ha
sido bastante singular, en parte por su origen campesino, que lo diferencia de la mayoría de
los poetas de su generación, y en parte porque empezó a escribir tardíamente. Antes de
dedicarse a la poesía estudió la carrera de Medicina China Tradicional y trabajó como médico.
Comenzó a escribir recién a mediados de la década del 80, y poco después se mudó a la
capital de Sichuan, Chengdu, donde entró en contacto con sus pares. Hoy reparte su tiempo
entre Kaifeng, donde da clases en la Universidad, Shanghai y Pekín.

En Pekín fue donde lo conocí hace tres años, durante mi viaje anterior. Esta vez coincidimos
en Shanghai, llegó a pasar unos días antes del año nuevo chino. Me citó en un barrio cerrado
en las afueras. El taxista que nos llevó desde la estación de subte no tuvo problemas en
encontrar el barrio, pero una vez adentro estuvimos media hora dando vueltas hasta encontrar
la casa, mientras el chofer repetía cada vez más exasperado: “¡Parece un laberinto!”. La
mayoría de las casas estaban vacías y la numeración de la calle seguía una lógica extraña, de
manera que dos números contiguos podían corresponder a casas ubicadas en extremos
diferentes del complejo.

Finalmente, vimos llegar en la oscuridad a Kaiyu, que había salido a buscarnos montado en
una vieja bicicleta. La casa a la que entramos tenía tres pisos y ambientes amplios, decorados
con buen gusto, pobremente calefaccionados. En el segundo piso, había varios cuartos: un
pequeño estudio con una biblioteca y un montón de caligrafías desparramadas por el piso;
otro con una especie de escritorio de la dinastía Qing, del tipo que los letrados antiguos
usaban para trabajar; y por último, un cuarto de estilo japonés, con tatami y ventanas de papel,
utilizado ocasionalmente para reuniones con amigos. Lo que sigue es nuestra conversación.

-¿Cómo es el lugar donde naciste?


-Nací en la montaña, en el centro de Sichuan. Mis padres eran campesinos y a la vez cuadros

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del Partido Comunista, donde mi padre era contador y mi madre trabajaba en el área de
derechos de la mujer. Ambas tareas eran simultáneas: trabajaban en el campo y una vez por
semana hacían tareas relacionadas con el Partido. Todos leían libros, mi abuelo también leía
libros. Esto es después de la Liberación. Antes del 49, eran unos niños, mi papá debía tener
unos 17 años.

 
-¿Antes de la Liberación, esta era una zona de influencia del Guomindang (Partido
Nacionalista) o del Partido Comunista?
-Del Guomindang, por supuesto. De todas maneras, la política antes del 49 era algo más
propio de las ciudades o pueblos, al campo no llegaba tanto. En el campo la autoridad recaía
sobre las personas de mayor edad, los campesinos no tenían nada que ver con la política, no
participaron de la Guerra Civil. Recién después del 49, cuando comenzó la división de la
tierra, adquirieron ideas políticas. Si bien antes tenían ya su propia tierra, era muy escasa.
Después de la Liberación, como en toda China, la tierra de los grandes terratenientes fue
dividida y repartida entre los campesinos.

Todos participaron activamente de este proceso. Años después, la tierra fue colectivizada y se
crearon las comunas populares. En ese momento, todos estuvieron contentos con la
colectivización, en parte por la legitimidad que tenía el PC, pero también, pienso, porque
nunca antes había habido la experiencia colectiva de trabajar todos juntos, comer todos juntos,
hacer asambleas, bailar, cantar, etc. Esta forma de vida era nueva. Por eso los 50 son, por lo
que me contaron, una época bastante feliz, hasta el 58, cuando se produce la hambruna.

-¿La época del Salto Adelante?


-Sí, entre el 58 y el 61. Hubo una sucesión de desastres naturales. Ese fue un momento de
crisis para las políticas del Partido, para las comunas populares (gongshe).

 
-¿Tus padres viven todavía en el campo?
-Papá todavía está vivo pero ya no cultiva la tierra, que la alquila a otra persona. Esto es algo
un poco particular de China: yo te alquilo mi tierra, pero no es que vos me das plata, sino al
revés, yo te doy plata para que trabajes mi tierra, y de esa manera evito que la tierra se
convierta en un páramo. Esto se debe a que hay mucha gente que no quiere o no puede
cultivarla. El Estado me da plata por esa tierra, y yo le doy esa plata a otra persona para que la
trabaje.

-¿Cuál es la tradición de pensamiento más influyente en la zona?


-Nuestra zona es un área de influencia del taoísmo, pero por supuesto también es importante
el budismo. En realidad, creemos en todas las religiones. En China somos bastante diferentes
de Occidente con el tema de la religión, somos más “informales”. La gente puede llegar a ir
varias veces a la semana a orar, a diferentes templos. Además de las creencias budistas y
taoístas, tenemos las creencias más locales, dioses locales, de la tierra, y los antepasados. Por
ejemplo, el zaoshen, el dios de la comida, es decir, un dios que habita en el fuego y que se
cree que está a cargo de la comida.

-Y estas creencias tradicionales, ¿cómo te afectan?


-Igual que a cualquier persona de Sichuan. En realidad no es algo que analizo, es algo que está

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dentro de la vida, son costumbres, es un contenido de la vida más que una religión. Esto no se
cortó nunca, ni siquiera durante la Revolución Cultural. De hecho, el campesino convirtió a
Mao en una especie de deidad, y así se ve por ejemplo el retrato de Mao colgado de los
espejitos de los taxis. Eso es una expresión de este pensamiento tradicional.

-¿Qué libros había en tu casa?


-La mayoría eran libros de historia y novelas antiguas. También algunas novelas rusas. Por
supuesto, poesía antigua. A mi papá no le gustaba la poesía moderna. Aunque, por ejemplo,
Lu Xun tenía lectores entre los campesinos. El campesino es una persona que ama
tradicionalmente la cultura, porque en el campo las noches son largas y la gente lee mucho.
Mi formación empezó por mi casa, pero también por ciertas personas que leían libros, dentro
de la aldea. Eran campesinos que realmente amaban los libros. Gente que en los 50 recién
empezó a ser alfabetizada, al igual que mi padre. Antes había escuelas pero eran privadas,
administradas por personas con cierta formación letrada y a las que se les pagaba.

 
-Durante la Revolución Cultural, ¿se cortó la transmisión de la cultura y la literatura
clásica?
-No, no se cortó. Lo que hizo la Revolución Cultural fue agregar nuevos contenidos. Por eso,
como cualquier chino que pasó por la escuela, yo aprendí de memoria poemas clásicos. Todos
aprendemos de memoria alrededor de 100 o más poemas clásicos en la escuela. Aún hoy es
así.

 
-¿Escribías poesía durante la adolescencia?
-No, yo quería escribir novelas, porque en ese momento había un escritor, del norte de mi
provincia, que era muy famoso por sus novelas. Escribía utilizando el dialecto de Sichuan. Era
muy popular. Lo escuchábamos por la radio, todos los días. Y yo quería escribir utilizando el
dialecto. Escribí un poco, pero no era lo mío.

 
-¿Y cómo se refleja el dialecto en la escritura?
-El dialecto de Sichuan, que pertenece al sistema lingüístico del norte de China, en
comparación con el putonghua (mandarín, lengua oficial del país), conserva una gran cantidad
de expresiones antiguas. De alguna manera, es más culto que el putonghua. En las costumbres
pertenecemos al sur, pero en cuanto a la lengua pertenecemos al sistema del norte, aunque
nuestro vocabulario es mucho más rico que el de otros dialectos del norte. Esto tiene que ver
con razones históricas, con que la población de la zona migró durante la época Ming (entre
siglo XIV y siglo XVII) desde Hunan y Cantón hasta Sichuan. Por eso, dentro de nuestra
lengua está también la tradición del sur, y también hay mucho vocabulario que proviene de lo
que era el estado de la lengua durante la época Ming. Tal vez incluso anterior, porque además
había una tradición de literatura oral muy desarrollada. Este vocabulario se mantuvo hasta el
presente.

 
-Por lo que entiendo, tu escritura se mantiene dentro del ámbito del putonghua…
-Sí, se mantiene dentro del putonghua (porque tiene mucho más alcance que el dialecto), pero
el dialecto influye. Por ejemplo, una de las características de mi forma de escribir, y que está
relacionada con el dialecto, es que tiendo a utilizar palabras de una sílaba, mientras que el
putonghua es más bien bisilábico, es decir, dos sílabas por cada palabra. Porque pienso que el

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abuso de las palabras bisílabas tiende a producir un escritura sin música. Me interesa que mi
poesía tenga un sabor oral, una musicalidad oral.

-¿Cómo fue que terminaste entrando en la carrera de Medicina Tradicional?


-No fue una elección. Quería estudiar Derecho, pero me asignaron Medicina por una cuestión
de cupos. Esto fue en el 76, y en esa época el gaokao (el examen de ingreso a la universidad)
todavía no se había reestablecido, pero yo entré igual por ser de origen campesino. Por
supuesto, también tuve que pasar por un examen, pero no era el gaokao. La mayoría de mis
compañeros de secundaria, del campo, no entraron a la universidad. Ahora es mucho más
desigual la situación: es mucho menor la cantidad de hijos de campesinos que entran a la
universidad.

-¿Y cómo fue la experiencia como médico?


-Estudié con mucho empeño, pero no es fácil ser un médico joven en la medicina tradicional,
donde lo más importante se adquiere con el tiempo. Por eso no era un buen médico. Los
pacientes preferían a médicos con más experiencia. Por otro lado, los que se dedican a la
medicina china lo hacen dentro de una tradición familiar. Además, por esa época me sentía
más atraído hacia otro tipo de saber. Ya había comenzado el período de Apertura y Reforma
(Gaige Kaifang), y yo leía filósofos y escritores occidentales, sobre psicología, libros que
habían empezado a circular. En los 70 podíamos leer material extranjero, pero más antiguo,
traducciones de literatura del siglo XIX o anterior. Las cosas más nuevas, por ejemplo el
existencialismo o la literatura norteamericana del siglo XX, empiezan a aparecer a comienzos
de los 80. Pero sí, trabajé como médico varios años. A partir del 86 fui médico de forma
intermitente: era un tiempo y después dejaba, volvía, dejaba. Hasta que en el 90 dejé
definitivamente.

 
-¿Cuándo te mudaste a Chengdu (la capital de Sichuan)?
-En el 86. Por esa época había empezado a escribir poesía. En la década del 80 hubo como un
boom, fue una época de oro por la cantidad de gente que escribía y leía, y Chengdu era uno de
los lugares más fuertes. Ahí empecé a conocer muchos poetas. Nos juntábamos a tomar y a
comer, en la casa de alguno, o en pequeños restaurantes. Ahí conocí a Wang Xia, que ahora es
un hombre de negocios muy famoso y exitoso, a Ouyang Jianghe, a Zhai Yongming. Pero mi
poesía era diferente a la de ellos. Si la mía estaba más ligada a la tradición del norte; la poesía
de ellos tenía un componente dadaísta, de vanguardia. En mi caso era diferente tal vez por mi
origen campesino: me interesaba la realidad y las relaciones entre las personas. Me interesaba
la experiencia común y la relación entre el lenguaje y la experiencia común. A ellos, en
cambio, les interesaba más el lenguaje en sí mismo, y prestaban más atención a su experiencia
personal.

-¿Qué cosas te influenciaron en esa época?


-Me gustaba Eliot, me gustaba el segundo Yeats. También Auden, que es tal vez el poeta
extranjero más influyente en la poesía china. De hecho, Auden vino a China en 1930, con
Isherwood, y escribió unos poemas. Estuvo en Yunnan, en Sichuan, en algunas otras
provincias. Isherwood no tenía ningún interés en China, pero a Auden le interesaba mucho.
Tuvo mucha influencia en algunos poetas modernistas, como Bian Zhilin. También para mí
fue muy importante, al igual que Larkin. Pero ya hacia principios de los 90 mi búsqueda
principal era cómo evitar esas influencias y hacer mi propio camino. Había una serie de

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poetas que me atraían mucho, pero por esa misma razón buscaba alejarme un poco de ellos. Y
la manera que encontraba de alejarme era apoyándome en el habla local, y en la observación
de la actitud de las personas a mi alrededor. Además, en mi poesía aparece mi perspectiva
política.

 
-¿Cómo definís esa perspectiva política?
-Soy socialista, soy de izquierda. Pero no una izquierda idealista. Mi punto de vista es
diferente al de la gente de la llamada Nueva Izquierda, como Wang Hui, ya que ellos quieren
volver a la época de Mao. Yo quiero que en esta época cada haya cada vez más gente que
pueda vivir mejor. O esa, veo a la política desde los problemas concretos.

 
-En los noventa dirigiste dos revistas: Oposición y Años noventa. ¿A qué te oponías?
-A la situación de la poesía y del ámbito intelectual, y también a cierta situación política.
Dentro de la poesía, a dos cosas: me oponía a un tipo de escritura que pensaba pasado de
moda, anacrónico, y a una poesía que negaba su propia experiencia. Por ejemplo, yo pienso
que la poesía norteamericana es muy buena, me gusta mucho, pero nosotros no podemos
escribir poesía norteamericana. Tenemos que escribir poesía china. Tiene que haber otras
formas de asimilar la influencia, más allá de la imitación. En ese momento había mucha
imitación, o poetas que escribían como si fueran poetas norteamericanos o franceses. El
nombre de la otra revista, Años noventa, también tenía que ver con esto, con la idea de que
teníamos que escribir una poesía de este momento, de esta época, y no la poesía de la década
del 80. La poesía y la sociedad de los noventa tenían problemas nuevos. Por ejemplo, la
mercantilización era un fenómeno nuevo.

 
-Uno de los grandes problema de la poesía china del siglo XX es el tema de cómo
relacionarse con la tradición. En las vanguardias chinas de las primeras décadas del
siglo XX, hubo en muchos casos un rechazo radical de esa tradición. ¿Cómo ves este
problema en la poesía actual o en tu poesía?
-Los poetas de la década del 20 buscaban romper con la tradición, con la poesía antigua. Yo
en cambio he tratado de buscar algún tipo de inspiración en la poesía antigua. Es una poesía
diferente, una poesía de otra época, pero aún así puedo encontrar cosas que me sirven,
inspiración. De alguna manera, la poesía antigua es como la poesía de otro país. No necesito
oponerme, simplemente se trata de absorber lo que me sirve.

 
En los 80 esto no estaba tan claro, había cierta confusión. A principios de esa década, por
ejemplo, hubo una serie de poetas mi generación que se dedicaron a traducir de inglés al chino
las traducciones que los poetas norteamericanos como Pound habían hecho de poemas
clásicos chinos. Es un tema difícil. Gastamos mucho tiempo para tratar de entender la relación
entre la poesía china clásica y la poesía actual. Fueron necesarios muchos años para entender
cómo incorporar la poesía china antigua en nuestra poesía, cómo encontrar inspiración en ella.
También hay otro aspecto, y es que los poetas antiguos eran funcionarios además de poetas.
Nosotros no, y no sabíamos bien cómo ver eso, porque nuestra situación es diferente. Ahora,
personalmente, pienso que su postura era correcta, porque tenían responsabilidad y utilizaban
una tradición crítica para criticar la realidad y la política del momento. Pero en los 80
pensábamos que ellos estaban equivocados.

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-Hace poco leí un artículo de una crítica norteamericana, Anna Sun, a propósito del
premio Nobel a Mo Yan. Decía que la literatura china actual es lingüísticamente pobre,
porque deriva de la lengua instaurada por Mao…
-Mao Zedong era un gran escritor y su prosa era muy hermosa. De hecho, muchos escritores
vanguardistas tienen como ideal lograr una prosa como la de Mao. No es mi caso, yo no tengo
ese ideal. La prosa de Mo Yan, por otro lado, no tiene nada que ver con la de Mao. Y creo que
el lenguaje literario actual es muy rico y complejo.

 
-En tu último libro, en uno de los poemas contás la historia de un personaje local, un
campesino que lideró el robo de un camión de mercadería. Fue atrapado y enviado a
prisión por veinte años. ¿Qué te interesa de ese personaje?
-El objetivo del libro era escribir sobre las provincias de Shanxi, Shaanxi y Henan, sobre las
transformaciones que ocurrieron en estas provincias que en el pasado fueron las más
desarrolladas en términos culturales, y hoy son el peor lugar. La estructura del libro, dividido
en cinco partes, sigue la división en cinco elementos (tierra, oro, agua, madera, fuego), que es
una concepción tradicional china. Cada una de las partes es un poema largo, corresponde a
uno de estos elementos y trata sobre un tema: la geografía cultural, la educación, la economía,
el medio ambiente y, por último, los problemas de las ciudades, la vida en las ciudades. Esta
construcción vertiginosa es una destrucción, porque se tiran abajo construcciones de valor
histórico. Esto por supuesto es malo, pero claro, desde otro punto de vista es bueno porque
gracias a eso un obrero consigue trabajo y puede comer. Por eso no estoy del todo seguro, tal
vez la destrucción sea construcción, y viceversa. También es un aspecto de la filosofía china
que es un poco difícil de entender: la relación entre construcción y destrucción. Es algo que
está en otros momentos de nuestra historia: como cuando, hace 2000 años, el primer
emperador chino mandó a quemar todos los libros de Confucio...   

-¿Cuál es tu visión sobre la situación general de China hoy?


-La presión que tiene un chino hoy en día es mayor que nunca antes. La economía está cada
vez más tensionada, y las diferencias entre clases y entre la ciudad y el campo son cada vez
más grandes; también es un período de creciente desazón a nivel político: por las críticas cada
vez más fuertes que recibe China a nivel internacional, pero sobre todo porque hay
insatisfacción a nivel interno con la falta de verdadero avance en la reforma del sistema. A
nivel general, creo que la energía creativa de nuestra cultura actual todavía no es suficiente,
mientras que nuestra identidad cultural es cada vez más borrosa. Qu Yuan, uno de los primero
poetas de la historia de China, tiene un verso: “En la veneración de la razón encontré el
camino”. Parece como si, en la China actual lo hubiéramos dado vuelta: “En la veneración de
los caminos (rutas, ferrocarriles, autopistas, etc.) encontramos nuestra razón.”

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http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Austeridad-y-faroles-colgantes-para-recibir-el-
ano-de-la-serpiente_0_861514070.html

Austeridad y faroles colgantes para recibir


el año de la serpiente
Para celebrarlo con sus familias, cientos de millones de
chinos se desplazan simultáneamente a lo largo del país
para el Año Nuevo. Desesperación por un boleto, sueldos
atrasados y cancelación de fiestas fastuosas traen los
nuevos vientos.
POR MIGUEL PETRECCA



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Obreros campesinos estafados acusan a su empleador de tener "un corazón negro".

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 Pensar en China

Por el túnel subterráneo que lleva hacia la estación de tren una multitud avanza a paso
decidido. Se ve gente que arrastra valijas y carga bolsas con regalos, listos para tomarse el
tren de regreso a sus casas o a su lugar de vacaciones, y otros que avanzan con las manos
vacías. En las escaleras que dan a la plaza un puñado de revendedores (popularmente
bautizados como huangniu o: “bueyes amarillos”) repite discretamente: “¡Boletos, Boletos,
Boletos!”, o interpelan a los transeúntes: “¿A dónde? ¿Ha’erbin? ¿Chengdu? ¿Xi’an?”
Quienes entran en este juego de adivinanzas se detienen en las escaleras y comienzan la
negociación, pero la mayoría sigue su camino hacia la plaza, un gran rectángulo abierto que
funciona como sala de espera: recién 3 horas antes de la hora de partida se les permite a los
pasajeros entrar a la estación. Las familias en círculo alrededor de sus bultos, parejas, grupos
de amigos e individuos aislados, muchos con caras curtidas que denotan su origen rural,
esperan ahí charlando o mirando la pantalla gigante instalada sobre la entrada de la estación.

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Otra pantalla, un poco más chica, muestra los horarios y destinos de salida y llegada. En la
sala amplia e iluminada donde se venden los boletos, hay largas colas frente a cada ventanilla
y caras de cansancio. En una sala más pequeña, dispuesta para la compra automática, los
hombres parados frente a la hilera de máquinas de expendio parecen apostadores en los
tragamonedas. Conseguir el pasaje a veces puede tener algo de lotería.

Escenas así son algo de lo más corriente para esta época, durante el lapso de casi cuarenta días
que antecede y sigue al llamado Festival de Primavera, cuando cientos de millones de chinos
se desplazan simultáneamente a lo largo del país. El objetivo es regresar a sus ciudades y
pueblos para festejar el Año Nuevo, el hito principal de un calendario de fiestas tradicionales
que todavía ritman buena parte de la vida colectiva. La desesperación por conseguir boletos y
las largas colas de espera generan un peligroso caldo de malhumor que tiene como blanco
principal a las autoridades del Ministerio de Ferrocarriles. El gobierno lo sabe y por eso
moviliza decenas de miles de agentes para multiplicar la frecuencia de los servicios y
canalizar la energía de este flujo demográfico. A la vez, destina una inmensa cantidad de
recursos a la ampliación y modernización del sistema de trenes. Gracias a esta inversión
sostenida, China cuenta ya con el tercer sistema ferroviario del mundo, aunque la demanda
crece año tras año a la par de la oferta.

En China, como en el resto del hemisferio norte, ahora es invierno, pero el calendario
tradicional marca el comienzo de la primavera, o más bien el comienzo del fin del invierno,
entre el 4 y el 18 de febrero. Por eso se habla del Festival de Primavera. El transporte de
pasajeros durante esta época (al que se alude sintéticamente con la expresión “transporte de
primavera”) se convirtió en un tema candente a partir de la década del 80 y del 90, con el
vertiginoso crecimiento económico y urbano. Una de las claves de ese crecimiento está en el
desplazamiento de grandes masas de población rural hacia las ciudades, adonde van en busca
de trabajo en la construcción, la industria o una gama de actividades cuentapropistas e
informales. Se palpa sobre todo en las grandes metrópolis de la franja este, como Shanghai,
Beijing o Shenzhen, donde la población flotante constituye casi la mitad del total. Cuando los
trabajadores campesinos (mingong) emprenden el regreso a sus pueblos estas ciudades quedan
en parte vacías. Por unos días, la ciudad se ve, se escucha y se huele diferente: con los
mingong desaparece la mezcla de acentos y dialectos, los olores de la comida callejera y los
puestos de fruta.

Para estos trabajadores se trata de una época sensible no sólo por el difícil regreso a casa sino
porque muchas empresas no tienen escrúpulos en retenerles la paga. Tanto en los medios
oficiales como en el Weibo (el Twitter local) se han multiplicado en los últimos días las
noticias sobre trabajadores que se ven obligados a retrasar el regreso por este motivo. Cuando
el arbitraje del Estado no resulta, muchos recurren a medios más extremos para llamar la
atención, como pasearse desnudos, con carteles que denuncian a sus empleadores, o como el
caso desesperado de un grupo que amenazó con tirarse desde un edificio. Cualquier cosa antes
de volver a casa con las manos vacías, lo cual equivale a “no tener rostro”.

No todo el mundo, sin embargo, está desesperado por volver a su casa. Para otros, los festejos
del Año Nuevo pueden significar una situación angustiante. Es el caso de Jianguo, un joven
de 26, de la provincia de Hunan, que llegó hace poco más de un año a Shanghai y encontró
trabajo como mozo en un restaurante de la zona del Bund. Para Jianguo el regreso a la casa
está asociado al asedio de sus padres, preocupados por saber cuándo se casará y formará una
familia. Por eso, este año ha decidido volver recién después de pasado el Año Nuevo. No es el
único. Son muchos los jóvenes que utilizando como excusa la dificultad para conseguir pasaje
aprovechan para evitar el regreso. Para ellos la reunión familiar en torno a la mesa de Año

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Nuevo dista mucho de tener la connotación feliz que tiene en el imaginario tradicional. La
presión que sienten es en parte producto de la concepción tradicional y jerárquica de las
relaciones, en parte una secuela de la política reproductiva promovida a partir de los 80, cuyo
fruto ha sido una generación de hijos únicos, obligados a cargar sobre sus espaldas las
expectativas de sus padres.

Faltan pocos días para Año Nuevo y ya casi no hay negocio ni casa que no estén decorados
para la ocasión: faroles y colgantes rojos, pareados con frases de buen augurio, imágenes de
peces y caligrafías con el ideograma de la felicidad o la longevidad pegados en puertas y
ventanas. En los negocios y puestos de las calles se venden los hongpao, sobres rojos en los
que, como es tradición, padres y tíos les regalan dinero a los chicos. Los petardos se escuchan
cada vez con más frecuencia, y algunos impacientes lanzan fuegos de artificio incluso en
pleno día. Algo diferente hay esta vez, sin embargo, al menos para las empresas y organismos
del Estado. Como haciéndose eco de la famosa frase de Mao (geming bu shi qingke chifan: “la
revolución no es invitar a huéspedes a cenar”), desde el recién asumido presidente Xi Jinping
se ha bajado una línea de austeridad, según revela en su nota de tapa de esta semana el
Nanfang Zhoumo, un influyente semanario de Guangdong famoso por sus artículos
controversiales. Muchas empresas y organismos han cancelado las tradicionales y fastuosas
fiestas de fin de año, que para la gente común se han convertido en símbolo de una elite
corrupta. Habrá que ver si los nuevos vientos que soplan desde Beijing logran afianzarse. Pero
todo indica que en el año de la serpiente China se prepara para cambiar una vez más de piel.

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Luces-y-sombras-del-mercado-editorial-
chino_0_865113691.html

Luces y sombras del mercado editorial


chino
Libros baratísimos, editados con aval estatal y
megalibrerías abarrotadas de lectores en los pasillos
conviven con un incipiente culto a Bolaño, un ex policía
entre los autores contemporáneos más destacados y un
género propio: las novelas que narran el ascenso de
inescrupulosos funcionarios del partido.
POR MIGUEL PETRECCA



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AVIDEZ. Un lector en la librería Shu Cheng, la más grande de Shanghai.

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 Pensar en China

Cualquiera sea el punto de partida que uno elija para hablar del mercado del libro en China,
tal vez una de las primeras cosas que llama la atención, por la diferencia con respecto a lo que
conocemos, es la forma particular en que funcionan las editoriales acá y el rol casi
omnipresente de un actor (el Estado) dentro de la cadena del libro. La expresión “socialismo
con características chinas” puede ser, en muchos aspectos, sólo una forma eufemística de
referirse a una sociedad capitalista, pero al menos en lo que hace a los libros (al igual que a
muchos otras áreas consideradas estratégicas), el Estado sigue siendo en China un actor
decisivo, ya que no el único. Esto se verifica no sólo en el funcionamiento y composición de
las editoriales, sino también en el de la distribución y las librerías, así como en el rol de las
Asociaciones de Escritores.

La complejidad del sistema proviene de la superposición entre una estructura económica que
ha avanzado rápidamente hacia la mercantilización y una superestructura legal que todavía
refleja en gran parte el estado de cosas previo a las reformas de mercado. Existen en la
práctica editoriales llevadas adelante por privados, pero siempre en asociación, de una manera
u otra, con editoriales del Estado. Puesto que carecen de estatus legal, no están en condiciones
de adquirir directamente un ISBN y deben comprárselo a las editoriales estatales o lograr que
éstas se lo cedan gratuitamente, en el mejor de los casos. Quien aparece en la tapa del libro
como responsable de la publicación no es la editorial privada, que en los hechos hace todo el
trabajo de edición (desde la selección, la traducción, la impresión, etc.), sino la editorial del
Estado, cuyo trabajo a veces sólo consiste en cederle el ISBN.

Recién ahora, me cuenta Gloria Masdeu, de Shanghai 99, una de estas editoriales de origen
privado, la situación está cambiando un poco y se permite que aparezca el logo de la editorial
privada, aunque siempre en segundo lugar con respecto al de la estatal. Gloria es, dentro del
mundo hispano parlante, una de las personas que más saben del mercado editorial chino y
cómo se inserta la literatura latinoamericana y española. Después 10 años en la agencia
Carmen Balcells, hace dos decidió dar un vuelco en su carrera y se mudó a China. A los tres

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meses, consiguió trabajo en Shanghai 99, una de las editoriales con las que ya había tratado en
la agencia, y desde entonces vive en Beijing, en el centro viejo de la ciudad, cerca del templo
Lama y no tan lejos del Palacio Prohibido. “Prefiero Beijing, en primer lugar, porque es mejor
para aprender mandarín. En Shanghai, entre el dialecto y que cuando ven que eres extranjera
te hablan en inglés, es más difícil aprender. Pero además, prefiero la manera de ser de los
pekineses, y me parece una ciudad con más vida cultural.”

Fundada hace casi 10 años, en teoría Shanghai 99 no es una editorial sino un club de lectores,
con alrededor de un millón de socios distribuidos por toda China, y una librería virtual.
Debajo de la pantalla del club y la librería virtual, se encuentra un catálogo de 1200 títulos,
dedicado fundamentalmente a la publicación de literatura extranjera en traducción. Es un
catálogo ecléctico, que incluye desde bést sellers y libros de autoayuda hasta grandes autores.
Dan Brown y Bucay conviven con Salinger, Nabokov y Vila-Matas. Lo que hace especial a
Shanghai 99 es la fuerte presencia de autores de lengua castellana dentro de su catálogo, como
Bioy Casares, Vargas Llosa, Sábato, Carpentier y Onetti, entre otros. Mientras que la
publicación de un escritor japonés o de lengua inglesa relativamente conocidos es una apuesta
segura –explica Gloria–, los escritores españoles o latinoamericanos se enfrentan en China a
un cierto prejuicio e implican un riesgo y una incertidumbre mayor. Para que funcione,
muchas veces debe haberse consagrado previamente en el mundo angloparlante, como pasó
con Guillermo Martínez, que agotó tres ediciones de su novela Los crímenes de Oxford,
cada una de 10.000 ejemplares.

Uno de los problemas con los que se enfrentan editoriales como Shanghai 99 es el de la
traducción. Los traductores se reclutan de entre los egresados de las carreras de lengua y
literatura de las universidades, pero como las tarifas de traducción literaria son bajas (8-10
euros cada 1000 caracteres) sólo una pequeña parte de los que estudian lenguas extranjeras en
la universidad se dedican a la traducción literaria. La mayoría prefiere trabajar como
intérprete para alguna empresa multinacional, lo que le asegura un salario más alto y la
posibilidad de viajar al extranjero. Entre los que sí están dispuestos, no todos están preparados
o tienen el talento. La baja tarifa que se les paga a los traductores puede tener explicaciones
diversas, pero al menos parcialmente está asociada a otro dato que sorprende al pasearse por
las librerías: el bajo precio de tapa del libro en China, tres o cuatro veces menor que en
Argentina. En el relato que hacen las editoriales privadas, que aspiran a aumentar el piso,
estos los precios no se explican tanto por los menores costos de producción, como por la
lógica de funcionamiento que predomina en las editoriales del Estado, que cuentan con un
presupuesto para editar y no deben preocuparse por la rentabilidad.

Donde también el Estado tiene un rol determinante es en la distribución y la venta. Qinghua,


la principal cadena china de librerías, presente en todo el país, es propiedad del Estado.
Competir con esta cadena resulta difícil para las librerías de capitales privados que, a
diferencia de Qinghua, tienen que lidiar con alquileres cada vez más altos. Wansheng, una
librería-café privada de la zona de Wudaokou, en Beijing, estuvo a punto de cerrar el año
pasado y fue salvada a último momento gracias al rescate de benefactores anónimos. La
principal librería de Shanghai, la Shu Cheng (Ciudad de libros), no es una excepción dentro de
este escenario y ofrece, además, otra prueba de que en China nada es lo que parece: aunque
con otro nombre, se trata en realidad de una subsidiaria de la cadena Qinghua.

Vale la pena pasearse por este monstruo de 7 pisos que los fines de semana está se abarrotado
de gente leyendo en los pasillos, sentada o de pie. Cerca de la puerta, hay una pila de Cien
años de soledad, y varias de best séllers y recomendados, entre ellas del reciente ganador del

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Nobel, Mo Yan. En el segundo piso, junto con más pilas de libros de Mo Yan, hay una amplia
sección de literatura extranjera, una de venta de lectores digitales, un Starbucks, una sección
de venta de iPods, lapiceras y máquinas de afeitar, secciones de biografías, clásicos, novelas
de artes marciales, narrativa china moderna y contemporánea, y mesas especiales para
algunos autores, como Zhang Ailin y Wang Xiaobo.

Me quedé un rato parado frente a una de las secciones, cuyo nombre no lograba decodificar:
guangchang xiaoshuo. Un amigo me explicó después: se trata de uno de los géneros más de
moda en China en este momento: novelas con un funcionario del Partido como protagonista,
que narran el ascenso o las vicisitudes de este personaje, con frecuencia carente de escrúpulos.
Algunos autores del género parecen haber tenido problemas para publicar en los últimos
tiempos, algo que remite, de nuevo, al tema de la asociación entre capital privado y estatal que
caracteriza a las editoriales. En la medida en que dependen, para adquirir el ISBN, de una
editorial estatal, las editoriales privadas se manejan con cautela a la hora de publicar material
considerado sensible.

En el segundo piso de la Shu Cheng encontré también libros de Roberto Bolaño, actualmente
un pequeño bést seller en China. Un poco en broma, Gloria se lamenta del hecho de que
mientras trabajaba en Carmen Balcells, se encargó de venderle los derechos a otra editorial
china. La existencia de un culto a Bolaño entre un grupo creciente de lectores jóvenes se me
hace evidente cuando, en el medio de una maraña de callejones angostos que se abren a un
costado de la avenida Nanjing Xi Lu, me encuentro con una pequeña biblioteca privada,
bautizada con el título de una de las novelas de Bolaño: 2666. La biblioteca, ubicada en una
casa antigua, es pequeña y acogedora: un cuarto con una o dos mesas largas en el centro y tres
paredes con estantes repletos de libros. Le pido a la chica que atiende que me recomiende
narrativa china. Quiero saber qué le gusta. Para mí sorpresa, dejando a un lado el libro que
estaba leyendo (una novela de Margaritte Duras), me responde: “No me gusta la literatura
china. Sólo leo autores extranjeros.”  Aunque ni la traducción ni los traductores tienen la
culpa, la respuesta sugiere, contra el lugar común, que  la traducción no siempre enriquece.

Me había enterado de la existencia de 2666 por una de sus fundadoras, Yu Bingxia, quien
también forma parte del equipo editor de la revista Chutzpah, dedicada a la publicación de
poesía y narrativa joven, china y en traducción. Chutzpah tiene la particularidad de ir
acompañada de un suplemento, con traducciones al inglés de algunos de los relatos incluidos
en cada número. Bingxia (y también en parte la línea editorial de la revista) se identifica con
una generación de narradores jóvenes, como Ah Yi, Cao Koua, Lu Nei y Wu Qing. Algunos
de estos autores se hicieron conocidos primero a través de Internet y no necesariamente
vienen de la literatura o de ámbitos intelectuales. Ah Yi trabajó varios años como policía, Lu
Nei fue soldador en una fábrica; Wu Qing es un caso especial, dice Bingxia: “abandonó la
universidad y se dedicó a escribir. En un momento ganó un premio y estuvo viajando un año
entero por China. Ahora vive con 3 renminbi por día. Todos los días va con esos 3 renminbi al
mercado, compra algo para cocinar y se pasa el día escribiendo”.

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http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/J-G-Ballard-Shanghai-China_0_869313261.html

Un recorrido por la historia china de J. G.


Ballard
Aunque el escritor británico pasó su infancia en la burbuja
del confort europeo en Shanghai, vivió de cerca el horror y
la violencia de las guerras y de la pobreza. Se fue de su
ciudad natal después de la Segunda Guerra y volvió recién
en 1991. En esos 45 años la ciudad no había cambiado
nada en comparación con la “revolución” de las últimas
dos décadas.
POR Miguel Petrecca - Especial desde Shanghai, China



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1 de 3

LA CASA. Allí nació Ballard, en noviembre de 1930. Se fue en 1945 y volvió a visitarla
recién en 1991.

 Etiquetado como:
 Pensar en China

MÁS INFORMACIÓN
 Luces y sombras del mercado editorial chino
 Xiao Kaiyu: “La poesía china antigua es como poesía de otro país”
 Austeridad y faroles colgantes para recibir el año de la serpiente
 Una primera aproximación a Shanghai

James G. Ballard nació en Shanghai en noviembre de 1930 y vivió en esta ciudad durante los
años decisivos de su infancia y de buena parte de la adolescencia. Tan decisivos fueron en su
caso que, aunque no volvió durante casi cinco décadas después de abandonarla en 1945, los
años shanghaineses moldearon para siempre su imaginación y su escritura. Shanghai aparece
como escenario de varias novelas y textos autobiográficos, pero en forma más general, como

30
observó él mismo, toda su ficción no es más que un intento de evocar la ciudad y su
experiencia de esa ciudad a través de medios diferentes que la memoria.

El padre de Ballard era un ingeniero que había llegado a Shanghai un año antes para
administrar una fábrica textil inglesa. Formaba parte de una próspera y heterogénea
comunidad extranjera en la que se mezclaban hombres de negocios europeos y americanos,
exiliados rusos y judíos, diplomáticos y aventureros de toda especie. En las tierras que el
Gobierno Chino se había visto obligado a ceder luego de la derrota en la Guerra del Opio,
sobre una gruesa franja al borde del río Huangpu donde antes había campos anegadizos,
chozas y tumbas dispersas, en menos de un siglo se había levantado, igual que un espejismo,
una metrópolis comparable por su vitalidad, su tamaño y su arquitectura con las grandes
ciudades europeas. Shanghai ya era, para ese momento, muchas ciudades: la de la sociabilidad
ultra formal al interior de la comunidad europea, con sus fiestas y recepciones regadas de
alcohol y sus casas atendidas por decenas de criados chinos; la Shanghai nocturna y sórdida
de los burdeles y la mafia; y también la de los miles de campesinos que buscaban refugio de
la guerra y el hambre.

Aunque pasó su infancia inmerso en la burbuja del confort europeo, entre los carísimos
regalos importados, los cómics americanos y la compañía permanente de su institutriz rusa,
desde chico Ballard asistió como espectador a la violencia y el horror exterior.  Shanghai era
un caleidoscopio sangriento y lleno de escenas de crueldad pero también de misterio.  En
“Milagros de vida”, la autobiografía terminada poco antes de su muerte en 2009, cuenta el
efecto fascinante que producían en ese niño las imágenes que pasaban por afuera de la
ventanilla del auto, camino al Country, al French Club o a la oficina del padre en el Bund:
cadáveres flotando río abajo o apilados en las calles, gángsters y ejércitos de prostitutas,
fuegos de artificio en celebración de la apertura de un nuevo club nocturno, coreografías
insólitas, y el olor de la comida callejera mezclado con la mugre de los desagües abiertos. Ese
cúmulo de imágenes extrañas, que no alcanzaba a entender del todo, convertía a la ciudad en
un lugar mágico y a la vez lo acostumbraban a tratar lo mágico, lo excepcional y lo cruel
como algo normal: para los 14, escribió Ballard, “ya me había convertido en una persona tan
fatalista acerca de la muerte, la pobreza y el hambre como los chinos.” 

En 1937 llegó la guerra. Japón invadió China y capturó las grandes ciudades de la costa, entre
ellas Shanghai, cuyos suburbios fueron escenario de combates encarnizados. Ballard recuerda
el humo sobre la ciudad, el paso de los aviones y el estruendo de las bombas y la metralla. La
vida en la Concesión Internacional y Francesa, a pesar de todo, continuó al ritmo de siempre,
a la sombra del ejército japonés, que por el momento mantenía el statu quo. Fiestas, cócteles y
brindis interminables sugerían una ceguera en relación con la catástrofe que se acercaba.  La
mayoría de los recuerdos más tempranos de Ballard datan de esta época, cuando comenzó a
dar largos paseos en bicicleta por la ciudad, escabulléndose entre la multitud de mendigos,
gángsters, prostitutas y soldados. Algunos domingos la familia entera, junto con otras familias
amigas, visitaban los campos de batalla al sur y al oeste de la ciudad, donde Ballard recuerda
las trincheras con caballos muertos y cadáveres flotando en los canales.

Luego vino la guerra en Europa y los europeos comenzaron a abandonar la ciudad.  Los
Ballard estuvieron entre quienes decidieron quedarse, confiados en que Shanghai
permanecería al margen, una esperanza que se reveló equivocada. Un día después de lanzar el
ataque contra Pearl Harbor, en diciembre de 1941, las tropas japonesas entraron en la
Concesión Internacional. En 1943, junto con otros dos mil extranjeros, los Ballard fueron
enviados a Longhua, uno de los campos de concentración de la ciudad, en una escuela varios
kilómetros al sur de la casa familiar en Xujiahui. Es el mismo lugar donde funciona hoy una

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secundaria estatal destinada a la elite shanghainesa. Sven Serrano, que vive en Shanghai desde
hace cinco años y da clases de historia en la escuela, realiza todas las semanas un paseo por el
campus, donde aún se pueden ver varios de los edificios originales. Con sus avenidas
bordeadas de álamos y plátanos, su delicado jardín chino y sus edificios perfectamente
acondicionados y pintados, el colegio parece haberse sacudido de encima todo rastro de su
pasado como campo de concentración, prefiriendo ostentar la larga lista de graduados
célebres.  Sólo una construcción más pequeña y venida abajo, el antiguo dormitorio de los
guardas japoneses, parece haber permanecido inalterada.  

“La actuación de los japoneses en Longhua no fue tan terrible como pudo haber sido en otros
sitios similares”, dice Serrano. “Una prueba de esto es que el propio padre de Ballard testificó
a favor del director del campo, en un tribunal de crímenes de guerra”. Los dos años en
Longhua cuentan, de hecho, entre los más felices de Ballard en Shanghai. A pesar de las
restricciones, la escasez de comida y la incertidumbre, la vida en el campo estaba llena de
aventuras y de personajes interesantes, y Ballard no se despidió de Longhua sin algo de pena.
Un día, al despertarse, todos los guardas japoneses habían desaparecido. Hasta ese momento,
los internos sabían que la guerra había terminado gracias a las radios que algunos guardaban
clandestinamente, pero no sabían cuál sería la reacción de los japoneses. Ballard salió del
campo y recorrió a pie el camino hacia su casa, bordeando el  ferrocarril. Una última escena
de horror lo esperaba en el trayecto: unos soldados japoneses, aburridos y a la deriva luego del
final de la guerra, estrangulaban lentamente a un campesino chino.

Henry James decía que el pasado era un lugar visitable y en el caso de Ballard lo fue. Volvió
en 1991. Habían pasado 45 años desde que se fuera de la ciudad pero buena parte de la
Shanghai que él había visto permanecía intacta. Volvió a Longhua, recorrió el cuarto que su
familia había compartido con otras familias de internados, y también la casa familiar, que
ahora alojaba un oscuro departamento estatal y que permanecía inalterada, aunque la 
interminable extensión de campos de arroz, pequeñas aldeas y canales que antes se veía desde
el techo había sido cubierta por suburbios. Por esa época escribió en una carta: “Lo que es tan
interesante acerca de Shanghai, y probablemente la vuelve única entre las grandes ciudades
del mundo, es que haya podido permanecer casi sin cambios, de manera que personas como
yo que nacieron y fueron criadas acá pueden, literalmente, meterse en una máquina del
tiempo. Es la oportunidad de tener 11 años de nuevo lo que resulta tan inquietante...”

En los 20 años que transcurrieron entre 1991 y 2013 Shanghai ha cambiado más que en los
cuarenta cinco que tardó Ballard en regresar. Muchas de las villas y casonas han sido
reemplazadas por torres y centros comerciales, como un escenario que se va desmontando
lentamente. A fines de los 90 la casa de los Ballard se convirtió en un restaurante de comida
rápida. Luego, hace un par de años, la propiedad cambió nuevamente de manos y los nuevos
dueños rehicieron la vieja casona casi desde los cimientos, alterando la planta original y
reemplazando la estructura original por una de concreto. Lo que está en pie ahora es menos un
monumento histórico que una réplica fantasmagórica, y por eso mismo tal vez más
ballardiana que nunca.  La casa, escribió Ballard luego de visitarla en 1991, era “un fantasma
que había pasado cincuenta años tratando de socavar toda memoria de una familia inglesa que
la había ocupado y se había ido sin dejar rastro”.

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Los_secretos_de_traducir_al_chino-
o_dominar_el_arte_de_perder_0_877712450.html

32
Los secretos de traducir al chino, o dominar
el arte de perder
Los traductores chinos buscan atrapar el significado, ya
sea inventando no palabras nuevas sino directamente
ideogramas nuevos o respondiendo a los juegos de
palabras del original con juegos de palabras en chino. A
continuación, dos anécdotas que indican que la traducción,
además de un oficio, puede ser una enfermedad capaz de
conducir al delirio.
POR MIGUEL PETRECCA - Especial desde Shanghai, China



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ANOTACIONES. Entre un libro comentado y uno traducido, se completa el significado.

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 Pensar en China

Dos de las películas en cartelera actualmente en China son películas sobre viajes. Una de
ellas, Perdidos en Tailandia, que ya se convirtió en la película más taquillera de la historia
del cine chino, es una comedia de enredos centrada en la competencia entre dos compañeros
de trabajo, cada uno con proyectos y éticas contrapuestas pero embarcados en una misma
carrera por ganarle de mano al rival. La otra es una mezcla de comedia y cuento de hadas,
basada libremente en Viaje hacia el oeste, una de las cuatro grandes novelas clásicas chinas,
escrita en el siglo XV, que cuenta las peripecias de un monje, un cerdo y un mono en su
peregrinaje por tierras míticas. La novela, a su vez, reformula en forma fantasiosa el viaje del
monje budista Xuan Zang a la India, a comienzos del siglo VII, en busca del “pensamiento
iluminador de tierras extrañas”.

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La historia de Xuan Zang es la historia de un viaje y también de un proyecto de traducción
que tiene un lugar clave dentro de la historia china. Nacido en Luoyang en 602, en época de la
brevísima dinastía Sui, en el marco de una familia de rigurosa tradición confuciana, Xuan
Zang se inició desde temprano en el estudio del budismo y ya a los 13 años ingresó en el
templo Jingu. En el 618 se produjo el derrumbe de la dinastía Sui y Xuan Zang, con solo 16
años, tuvo que abandonar Jingu. Se dirigió primero a Chang’an, la capital de la flamante
dinastía Tang, y de Chang’an a Chengdu, donde terminó de ser ordenado monje. Viajó por
diferentes lugares dentro de China, consultando los textos budistas y aprendiendo de
diferentes maestros. En el 629, descontento con la calidad de las traducciones que había
encontrado en sus viajes, decidió ir a la India en busca de los textos originales. Tardó un año
en llegar, a través de desierto y montaña, por las tierras de lo que son hoy Uzbekistán y
Afganistán, y luego pasó 13 años visitando sitios de culto y estudiando en la Universidad de
Nalanda. Cuando volvió a China, 16 años después, el emperador Taizong lo recibió en
persona y ordenó la construcción de la Pagoda del Ganso Salvaje, para conservar los íconos y
escrituras que el monje había traído de su viaje. Xuan Zang estableció un instituto dedicado a
la traducción y se pasó el resto de su vida traduciendo y formando traductores.

Xuan Zang no fue el primer traductor del sánscrito al chino pero el avance que produjo, tanto
por la cantidad como por la calidad, no tenía precedentes. Antes de él, la calidad de los textos
traducidos era tan mala como para motivar a Kumarajiva, un monje indio del siglo IV, a
comentar que la traducción era como “arroz pre masticado: no sólo pierde su sabor original
sino que también da ganas de vomitar." La contribución de Xuan Zang está, además, en la
sistematización y en la formulación de una serie de principios para la traducción del sánscrito
al chino, el más importante de los cuales era el wuzhong bufan: literalmente, “los cinco tipos
de palabras que no se traducen”. Esto es, cinco tipos de palabras que elegía “no traducir”,
entre las que se incluían palabras esotéricas, palabras con más de un significado, palabras sin
equivalente en China (por ejemplo nombres de plantas), términos ya establecidos y de uso
común, y palabras que sonarían menos impresionantes una vez traducidas.  Estas palabras, en
lugar de traducirse, debían ser transliteradas fonéticamente. El principio opuesto al wuzhong
bufan era el geyi, que consistía en la búsqueda de un término equivalente en chino. El
problema con este principio es que, en el camino de salvar las diferencias entre las dos
lenguas, podía terminar por asimilar y absorber toda diferencia. Es lo que sucedió con una de
las primeras versiones de la Biblia en chino, donde la traducción de “El verbo” por el “El
Dao”, una palabra de origen taoísta, corría el riesgo de tergiversar completamente el
contenido del original.

El arte de perder

Hace poco en una cena alguien de la mesa me mostró en su celular una foto de una página de
la flamante traducción china del Finnegans Wake. Noté que sobre algunas palabras de la
traducción aparecía a manera de sobretítulo la palabra original, lo cual me pareció como una
confesión de que la traducción no alcanzaba a ser legible por sí sola. Dije, con la suficiencia
del apresurado, que la traducción había fracasado, y mi comentario produjo de inmediato una
risa que no entendí hasta que me explicaron, un instante después, que uno de los comensales,
directamente en diagonal mío, era uno de los editores del libro. Para tranquilizarme, el editor
se apresuró a chocarme amablemente el vaso mientras decía: “Yo también creo que
fracasamos.” No en el plano comercial, claro. El libro, me comentó el editor, había agotado la
tirada de 10 mil ejemplares, a menos de dos meses de su lanzamiento, y ya estaban pensando
en la reedición.

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La traductora, Dai Congrong, una egresada de la Universidad Fudan de Shanghai
especializada en literatura inglesa e irlandesa, dedicó ocho años a la traducción de esta
primera parte del Finnegans wake. Antes de comenzar con la traducción en sí misma, pasó
dos años buscando las referencias, alusiones y citas del libro, como una plataforma mínima de
trabajo. Aunque es fácil imaginar la dificultad que implica la traducción de una obra en la cual
casi el 50% de las palabras son palabras inventadas o neologismos, Dai Congrong al menos
contaba con un antecedente importante dentro del chino: la traducción que Zhao Yuanren hizo
de A través del espejo, de Lewis Carroll. Zhao era un lingüista y musicólogo genial con un
talento innato para los idiomas. Antes de los 18 ya había aprendido francés, alemán e inglés,
además de varios dialectos chinos. Dominaba los idiomas rápidamente y en forma casi
perfecta: unas horas estudiando un dialecto de la boca de un hablante local, en un tren, le
alcanzaban para que al llegar lo confundieran por un nativo de esa ciudad. Zhao publicó la
traducción de Alicia en el país de las maravillas en 1921 y luego, en 1938, reincidió con una
traducción del A través del espejo. Si había alguien con la capacidad para traducir al chino
los juegos de palabras y el sin sentido de Lewis Carroll, ese era Zhao. Este optó por
aprovechar el potencial de la escritura china, inventando ya no palabras nuevas sino
directamente ideogramas nuevos. Para buscar un equivalente en castellano, habría que pensar
en palabras compuestas de letras inventadas. El resultado de este experimento fue un texto por
momentos ilegible, pero lleno también de juegos gráficos y lingüísticos que a Lewis Carroll y
Alicia quizás les hubiera divertido.

Dai Congrong estudió el trabajo de Zhao pero su abordaje frente a la traducción de las
palabras inventadas es diferente al de Zhao, al menos en el sentido de que no llega a inventar
ideogramas nuevos. Por un lado, trata de responder a los juegos de palabras del original con
juegos de palabras en chino. Por otro lado, consciente de “que un traductor es incapaz de
agotar la cantidad y la riqueza de significados contenido dentro de cada palabra”, se apoya en
las notas y en la superposición, en algunos casos, de la palabra original y la traducida. Como
si esto fuera a poco, en letra más pequeña, aparecen otras opciones de traducción. Así, donde
el original dice “nor avoice”, traduce como “no se escuchaba ningún sonido”, y al lado, en
letras más chica “Nora Joyce”, a la vez que explica en la nota correspondiente el doble sentido
del original. El resultado es algo que, como ella misma admite en el prólogo, “no es del todo
ni una traducción ni un libro anotado”, o el libro de alguien que no ha dominado todavía el
arte de perder.

Dai Congrong contó que un día, cuando ya llevaba varios años trabajando en la traducción, se
quedó absorta mirando los pantalones de su hijo, llenos de palabras en inglés mal escrito, que
le hicieron pensar en los juegos de palabras de Joyce.  También está convencida de Joyce
mismo previó que ella traduciría el Finnegans wake y lo dejó registrado en clave en el texto.
La prueba está, según ella, en una de las páginas donde aparecen, en forma separada pero no a
mucha distancia, las dos sílabas de su nombre: “Cong” y “Rong”. Estas dos anécdotas indican
que la traducción, además de un oficio, puede ser una enfermedad capaz de conducir al
delirio. Xuan Zang, Zhao Yuanren y Dai Congrong parecen compartir en ese sentido, más allá
de la distancia temporal, los mismos síntomas.

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http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/El-mercado-chino-de-los-
matrimonios_0_874712776.html

El mercado chino de los matrimonios


arreglados
Cada fin de semana, los padres se reúnen en La Plaza del
Pueblo de Shanghai en busca de un candidato para sus
hijos, idealmente al interior de la misma clase. Books de
fotos, referencias al horóscopo, incluso agencias
matrimoniales conforman la oferta y responden a un signo
cultural: la presión social para que formen su propia
familia.
POR MIGUEL PETRECCA - Especial desde Shanghai, China



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OFERTA Y DEMANDA. Los padres en el mercado de matrimonios de la Plaza del Pueblo.

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 Pensar en China

Ubicada hacia el final de la avenida Nanjing Este, en el sitio donde hasta antes de la llegada
del comunismo existía una pista de carrera de caballos, La Plaza del Pueblo es uno de los
centros neurálgicos de Shanghai, cruce de avenidas y líneas de subte y albergue de dos de los
museos más importantes de la ciudad y el Gran Teatro. A su alrededor, entre algunos de los
edificios más modernos de la ciudad, hay intercaladas varias joyas antiguas, como el
impresionante Park Hotel, un rascacielos art decó de 1934. Es en esa plaza, en un rincón en la
parte norte bautizado popularmente como el “rincón de la evaluación de potenciales
candidatos”, donde todos los fines de semana una pequeña y ruidosa multitud de padres se
junta para buscar un potencial marido o esposa para sus hijos.

Se ubican en un lugar como si instalaran un puesto en un mercado, provistos con una hoja en
la que consignan los datos de sus hijos. Algunos ponen el papel en el piso, otros sobre
paraguas o cajas, o colgado de un árbol. Visto desde lejos, a través de una especie de túnel
que funciona como entrada, parece un grupo caótico, pero al acercarse se puede ver que hay
un orden, con un puesto al lado de otro formando calles. Dentro de esa trama de calles hay,
incluso, zonas específicas, como un sector en el que se juntan padres con hijos o hijas en el
extranjero. El ambiente en los pasillos de la feria es animado y lleno de movimiento: padres
que charlan con otros padres, agentes que buscan recolectar clientes, turistas, curiosos y hasta
candidatos que se presentan en persona.

El mercado de matrimonios empezó a funcionar en el 2004 y en su momento de máxima


expansión llegó a reunir alrededor de 2000 personas. Hoy, además de los padres que vienen
directamente a buscar pareja para sus hijos, hay agencias o personas que se encargan de
manejar a varios candidatos. Se los reconoce de inmediato: en lugar de una simple hoja de
impresora tiene un póster donde exaltan su experiencia, prometen resultados y exponen su
book de candidatos, con una pequeña foto y un resumen introductorio de cada uno. Ofrecen el
servicio gratuito para los hombres, pero a las mujeres en algunos casos les cobran una tarifa.
No es necesario recorrer demasiado para entender el por qué de esta diferencia: la oferta de

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mujeres en la plaza supera ampliamente la de hombres. Son mujeres formadas y con una
buena posición económica, la mayoría de ellas promediando los veinte o apenas por encima
de los treinta, como la de este cartel, colgado muy cerca de la entrada del mercado: “Mujer.
Estado civil: soltera. Origen: Shanghai. Fecha de nacimiento: Abril de 1981. Altura: 1.68.
Estudios: dos títulos universitarios. Trabajo: profesora de inglés. Miembro del partido, trabajo
estable, buenos ingresos, tiene departamento, tiene auto, sin deuda.” Al final de la hoja,
subrayado y en letras grandes, se lee: “fei cheng wu rao”. Literalmente: “si no es sincero no se
moleste”. También es el nombre de uno de los programas más populares de la televisión
china, justamente un programa de citas en el que doce mujeres evalúan a un candidato.

Tal es la ansiedad de los padres por conseguir una pareja para sus hijos que en Año Nuevo,
mientras muchos negocios en Shanghai cerraban las persianas, la feria siguió como todos los
fines de semana. Es durante estos días, de hecho, que el estado civil de los hijos se convierte
en un tema especialmente sensible: los padres los presionan durante la cena con preguntas e
indirectas, al punto que muchos jóvenes que estudian o trabajan en las ciudades buscan
excusas para no volver. La lengua coloquial los bautizó humorísticamente como los
kongguizu, la “tribu de los que tienen miedo de volver.” La presión no es sólo de los padres
hacia los hijos sino también del entorno mismo sobre los padres, que tienen que enfrentarse a
las preguntas de vecinos y parientes.

La importancia del matrimonio se observa también en la gran cantidad de empresas y


negocios dedicados a ofrecer servicios para las bodas, wedding planners y estudios
fotográficos que ofrecen a las parejas largas sesiones de fotos en alguno de los puntos de la
ciudad considerados más románticos o escénicos. Se los puede ver, a veces, en algún parque,
o incluso en el Bund, los novios de traje, las novias vestidas de rojo o de blanco, con el
skyline de Pudong como fondo. Casarse exige dinero, no sólo por la fiesta, que hay que
registrar y planear minuciosamente, sino porque también implica tener un departamento y un
auto. Para algunos esto puede ser parte de una dote familiar, pero para la mayoría implica una
inmensa presión y esfuerzo económico, o la contracción de una deuda de por vida. Frente a
esta situación, una parte creciente de la población joven viene adhiriendo a una nueva visión
del matrimonio, resumida en un término que se popularizó en Internet a partir de 2008:
luohun o “casamiento desnudo”. Son parejas que deciden casarse sin fiesta ni álbumes
fotográficos, sin auto, ni departamento ni anillo.

“No buscamos una persona de dinero, pero sí que haya un equilibrio entre las familias”, me
dice Zhen Lan, que tiene una hija de 28 años, graduada de una de las mejores universidades
del país. El término exacto que utiliza es “men dang hu dui”, literalmente “la puerta correcta y
la ventana adecuada”, una antigua frase hecha que expresa la fórmula tradicional de los
casamientos arreglados y al interior de una misma clase. Como muchos otros padres, Zhen
Lan no confía en las agencias y prefiere ocuparse ella misma en persona. Comenzó a venir al
parque hace un año, y desde entonces ya concertó varias citas, todavía sin éxito.

Empieza a oscurecer y muchos padres se van retirando de la feria. Paso por una sección con
varios papeles colgando de las ramas de un plátano, como las cuelgas de poemas de la
literatura de cordel. Hay uno de un hombre de unos 45 años, que pone una foto de una casa;
destaca la obtención en 1991 del premio La Nueva Larga Marcha, otorgado a los jóvenes del
partido con un desempeño brillante, y aclara que busca una mujer nacida entre el 72 y el 80,
“pero idealmente entre el 73 y el 78”.  Otro de una mujer, de Shanghai, con un doctorado y un
ingreso de 10 mil renminbi. Pasando los carteles está el puesto de una agencia, con su cartel
lleno de fotos de chicos y chicas de no más de 30 años. A unos metros, dos madres conversan.
En teoría hay correspondencia: una de ellas tiene un hijo de 34 y la otra una hija de 28, ambos

39
son miembros del partido, y si bien la relación zodiacal no es la más deseable (rata y caballo),
no conviene ponerse demasiado exigente al respecto.

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/China-los-animales-mitologicos-ante-el-recambio-
politico_0_882511990.html

China: los animales mitológicos ante el


recambio político
En una Pekín envuelta en la niebla de la contaminación y
atacada por los últimos fríos del invierno, dos asambleas
definen en estos días los próximos diez años del país. Como
hijo de un prócer del Partido, Xi Jinping sucedería a Hu
Jintao con más autoridad para luchar contra la corrupción
y la desigualdad.
POR MIGUEL PETRECCA



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EN INTERNET. La Républica Popular del Cangrejo, así los internautas dialogan con el
discurso oficial burlando la censura.

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 Pensar en China

Si la peonía es la flor nacional de China, ta ma de (“su madre”) podría considerarse como el


insulto nacional. Así lo sugería Lu Xun, el padre de la literatura china moderna, en un
pequeño ensayo de 1925. “Cualquier persona que viva en China está condenado a escuchar
cada dos por tres “su madre” u otro latiguillo semejante. Pienso que esta palabra se extiende
hasta donde sea que lleguen las huellas de los chinos, y me temo que no necesariamente sea
menos frecuente que el cortés ni hao (hola).” Tanto ta ma de como su variante ni ma de (tu
madre), o cao ni ma, siguen contando hoy entre los insultos más frecuentes, tanto en la vida
cotidiana como en la literatura.

Cuando en el 2009 el gobierno sacó una directiva destinada a restringir el uso de lenguaje
vulgar en Internet, éstas eran algunas de las expresiones que entraron en la lista negra y que
llevaron al cierre de muchas páginas de Internet. Para despistar a los censores los internautas
inventaron, entonces, el término 草 泥 马 , que se pronuncia también cao ni ma (dejando
sobreentender el insulto) pero se escribe con caracteres diferentes, cuyo significado literal es
“caballo de pasto y barro”. La expresión “caballo de pasto y barro” se popularizó rápidamente
y pronto a este animal se le atribuyó una imagen (la de una alpaca), una biografía y un lugar
dentro de la constelación de los “10 animales mitológicos”, una serie de animales imaginarios
que surgieron en los blogs y foros de Internet.

Entre los 10 animales mitológicos se encuentra también el “cangrejo de río” (hexie), otro
juego de palabras que utiliza palabras homófonas para dialogar paródicamente con el discurso
oficial. Hexie puede ser “cangrejo de río” (河蟹), pero también puede ser “armonía” (和谐),
unos de los términos claves de la década de Hu Jintao, reproducido hasta el infinito en los
carteles y banderas con eslóganes que cuelgan en las puertas de los barrios y llaman a lograr
“un barrio armonioso” y “una sociedad armoniosa”. Escribiendo la palabra con otros
caracteres los internautas evitaban la censura, a la que se referían irónicamente como “ser
armonizado.”

Otros dos conceptos claves de la década de Hu Jintao son el de kexue fazhan (desarrollo
científico) y el de wenming, (civilizado, civilización). Existe entre todos ellos una
dependencia mutua: el “desarrollo científico”, que implica el paso a un crecimiento más
equilibrado, con valor agregado y tecnológico cada vez más alto, es la condición de
posibilidad de para una “sociedad armoniosa”. El ideal de wenming, encarnado en las frases
omnipresentes que llaman a “tomar civilizadamente el transporte público”, “caminar
civilizadamente”, “hacer un barrio civilizado”, se combina a su vez con el de “armonía”,
como en el eslogan: “Vos, él y yo civilizados; diez millones de casas en armonía.” (wenming
ni wo ta, hexie qianwan jia).

El ideal de una “sociedad armoniosa” subraya, por otro lado, el hecho de que el crecimiento y
liberalización de la economía engendró una sociedad que está muy lejos de ser armoniosa.
Con una brecha cada vez más grande entre pobres y ricos y entre la costa próspera y el
interior subdesarrollado, índices de corrupción crecientes y una economía con un costo
ambiental gigantesco, la herencia que recibió Hu Jintao en 2003 de su predecesor, Jiang
Zemin, era pesada. Hu Jintao intentó producir, en ese sentido, un viraje; los eslóganes de una
“sociedad armoniosa” y un “desarrollo científico” se tradujeron en una serie de medidas y

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actitudes concretas, como la inversión en fuentes alternativas de energía, la introducción de un
seguro de salud y una actitud, en general, de mayor atención a las demandas populares.
Muestras de esta actitud son la preocupación por arbitrar a favor de los mingong (campesinos
obreros) en disputas laborales, o el inédito de experimento de Wukan, una pequeña aldea de
Cantón, al sur de China, cuyos habitantes consiguieron el año pasado, luego de una serie de
protestas, el derecho a eligir democráticamente a la autoridad de la aldea.

Estos cambios no han sido suficientes para solucionar la crisis de representatividad que
experimenta el país. Uno encuentra todo el tiempo, al hablar con conocidos o con gente en la
calle, muestras de desinterés en la política o, más frecuentemente, de bronca y falta de
confianza tanto en el sistema como en el Partido. Un taxista que se quejaba por la tarifa diaria
de 300 renminbi que debe pagar a su empresa, propiedad del Estado, me resumió de esta
manera su visión del país: “China es 30% capitalista, 30% feudal y 30% esclavista.” Los
padres del taxista habían sido trasladados al campo en la década del 60, durante la Revolución
Cultural, y obligados a convertirse en campesinos. La época maoísta, por lo tanto, no
representaba para él ningún ideal, pero aún así miraba con nostalgia el igualitarismo de
aquella época.

Es la supervivencia de este ideal, y el aumento de la desigualdad económica y la corrupción,


lo que hizo posible la aparición de una figura como la de Bo Xilai, el ex intendente de
Chongqing que se hizo famoso por reflotar las canciones revolucionarias pero también por
una serie de medidas concretas a favor de los estratos más bajos de la población. Ahora Bo
Xilai está fuera de carrera, expulsado del Partido y en prisión a la espera de un juicio por
varios hechos de abuso de poder y corrupción, pero muchos sostienen que si hubiera hoy
elecciones en China, Bo Xilai sería el candidato más votado.

 
La década de Hu Jintao está llegando a su fin en estos días, con la celebración de las dos
Asambleas (la Asamblea Popular Nacional y la Conferencia Consultiva Política del Pueblo)
que terminarán de marcar oficialmente el comienzo de la era de Xi Jinping. La Conferencia
Consultiva es un órgano sin capacidad de decisión, integrado por representantes del Partido
Comunista y de los otros ochos partidos, además de personalidades del arte, la ciencia y
grupos no partidarios. La Asamblea Popular Nacional, por su parte, es el órgano político más
importante del país y en esta oportunidad, además, deberá elegir al nuevo presidente, primer
ministro y otras autoridades ejecutivas, aunque en la práctica se trata de ratificar la nómina
surgida del 18vo Congreso del Partido.

 
En una Pekín envuelta en la niebla de la contaminación y atacada por los últimos fríos del
invierno, la Asamblea traza ahora las líneas de lo que pueden ser los próximos diez años, una
de cuyas claves estará en la necesidad de explotar el potencial todavía relativamente dormido
de la demanda interna, en una economía cuyo crecimiento viene desacelerándose.

 
Todavía es muy pronto para saber cuál será la marca distintiva del nuevo presidente, pero la
declaración que hizo hace unas semanas sobre la necesidad de “colocar el poder político
dentro de la jaula del sistema” sugiere que uno de los principales objetivos de su gobierno
puede ser la implementación de mecanismos de control que permitan incrementar la
transparencia de gobierno y poner límites al accionar de los funcionarios. A diferencia de Hu
Jintao, que provenía de una familia sin prosapia revolucionaria, Xi Jinping es hijo de un
prócer del Partido, Xi Zhongxun. En China esto no es un dato para menor; indica que, a

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diferencia de su predecesor, el nuevo presidente cuenta con la autoridad y el peso suficiente
para imponer su voluntad dentro del Partido.

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