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“El pacto entre los hombres es el más divino de los pactos”: Religión y obligación
política en el Leviatán de Hobbes.
Melina Alexia Varnavoglou
Resumen:
En el desgobierno y la heteronomía que introduce la religión radica uno de los
principales peligros de la división de la soberanía. Lo cual implica en el proyecto de
Hobbes, la disolución del cuerpo político y por ende la imposibilidad del Estado o la
República. Por esto, el problema de la religión no ha de ser tratado como una cuestión
especial, sino como uno de los principales problemas ante los que la teoría política
hobbesiana tiene que poder dar respuesta.
La primera parte de nuestro recorrido atenderá a la dimensión normativa del planteo:
cómo Hobbes piensa la relación entre ley natural, ley civil y ley divina, tal como se
expone principalmente en los capítulos XIV y XXIV y XXXI de Leviatán. Este
andamiaje nos permitirá abordar luego la defensa del pacto civil frente al pacto con Dios
a través de dos ejemplos concretos: el pacto de Abraham y el juramento puritano. A
grandes rasgos, el objetivo de Hobbes será mostrar que el cumplimiento del pacto es lo
que hace posible que la ley divina se cumpla en la tierra. Como intentaremos
fundamentar, el pacto se expone así como el único dispositivo legal de sujeción que
garantizaría la obediencia de manera mucho más poderosa y duradera que la creencia,
colocando así la obligación política en el centro de la religión.
Introducción
Obligar y obedecer
11
Ídem
12
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XXVI, pág. 302.
El pacto de Abraham y la obligación primitiva
Hemos llegado a recuperar entonces dos puntos de partida básicos para despejar la
cuestión entre poder civil y divino, como los siguientes: que el reino y las leyes de Dios
se erigen por naturaleza y que en cambio el gobierno y las leyes civiles se erigen en
virtud de un pacto. Sumado a esto, el poder terrenal es temporal y el poder divino, en
cambio, al ser las leyes divinas leyes de naturaleza, es eterno.
“Los príncipes se suceden uno a otro y un juez pasa y otro viene, pero ni el cielo ni la
tierra se van, ni un solo título de la ley de naturaleza desaparece tampoco porque es la
eterna ley de Dios”13.
Ahora bien, el problema sigue siendo cómo decíamos, en establecer quién está
autorizado para hacer cumplir las leyes de Dios en la tierra. En el capítulo XXVI,
Hobbes define a las leyes positivas divinas por un argumento que parece recursivo:
“son declaradas como tales por aquellas a quienes Dios ha autorizado para hacer
dicha declaración”14.
Dios los autoriza en tanto “declarantes”, ¿pero acaso están autorizados en el sentido en
que lo está un “soberano”? ¿Podemos llamar a esto una autorización política o
meramente verbal, justamente: declarativa? Eso se pondrá en cuestión: nadie puede
asegurarse de la revelación por medio de un declarante, a menos que él a su vez tenga la
revelación.
“Ahora bien, ¿cómo puede ser conocida esta autoridad otorgada al hombre para
declarar que dichas leyes positivas son leyes de Dios? Dios puede ordenar a un hombre
por vía sobrenatural que dé leyes a otros hombres. Pero como es consustancial a la ley
que los obligados por ella adquieran el convencimiento de la autoridad de quien la
declara, y nosotros no podemos, naturalmente adquirirlo directamente de Dios ¿cómo
puede un hombre sin revelación sobrenatural, asegurarse de la revelación recibida por
el declarante y como puede verse obligado a obedecerla?”15.
Podemos observar varias cosas aquí. Primero, que esta autoridad no puede ser conocida:
es decir, que es necesario conocerla para que sea legítima: para poderla obedecer. Para
poder conocerla algo tiene que asegurarla, más que su propia declaración. La única
manera de poder asegurarla sería por vía sobrenatural, un camino que queda invalidado
para la mayoría de los hombres. En cambio, la obediencia tiene que poder alcanzar a
todos los hombres, no sólo a los que logran ser convencidos por la declaración de un
solo hombre.
De algún modo pareciera estar introduciendo que la autoridad religiosa no funciona de
la misma manera que funciona la autorización y transferencia de poder soberano. No
13
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XXVI, pág. 227
14
Ídem.
15
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XXVI, pág. 234.
son “representantes” del poder de Dios, sino declarantes de su palabra. Pero su palabra
(que es ley) es no escrita. Por este motivo, es imposible legislar la ley divina
directamente sobre la tierra. Se buscará legislar con leyes civiles que aseguren el
cumplimiento de las leyes divinas y naturales. Así, lo que realiza quien cumple con los
mandamientos no está en el terreno de la obediencia ni de la obligación, sino de la
creencia; de la cual, dice Hobbes “es unas veces más firme y otras más débil”16
Del mismo modo, libera a obligación civil de una suerte de “fe ciega” en la ley, dado
que así como creer no implica obedecer; no es necesario creer en las leyes que se
obedecen. Es necesario, en cambio, creer en Dios y cumplir las leyes.
“Si la ley exige que no se proceda contra ley de naturaleza (que es, indudablemente ley
divina) y el interesado se propone obedecerla, queda obligado por su propio acto a
obedecerla, no a creer en ella”17.
Pero el punto fundamental de este desarrollo es demostrar que creencia no obliga y por
lo tanto no puede ser la base del poder civil, en cambio la obediencia sí.
Todas estas cuestiones podemos analizarlas a la luz del pacto de Abraham, que se
presenta como ejemplo:
“El pacto que Dios hizo con Abraham (por modo sobrenatural) era así: Esta será mi
pacto que guarderéis entre mí, vosotros y tu simiente después de ti”18
¿Qué problema tiene este pacto para Hobbes? Veamos.
En primer lugar, se trata de un pacto que alcanza sólo a quien obtuvo la revelación y a
su familia “entre mí, vosotros y tu simiente”. De esta manera obedece como ley de Dios
lo que Abraham les manifestara “en virtud de la obediencia que debían a sus padres,
los cuales tienen poder soberano sobre sus hijos y sus siervos”19. Pero esta soberanía se
restringe solo a este ámbito: lo filial (y particularísimamente a una sola familia, la de
Abraham). La denomina “obligación primitiva”, en tanto no constituye un tipo de
obediencia civil, sino que es simplemente una obediencia en virtud de alguien con
mayor poder, es decir, por sumisión. Esto pasa a ejemplificarse con otro caso, el de
Moisés:
“En el monte Sinaí sólo Moisés subió a comunicarse con Dios, prohibiéndose que el
pueblo lo hiciera, bajo pena de muerte. Sin embargo, estaban obligados a obedecer
todo lo que Moisés les declaró como ley de Dios”. Indaga “¿Por qué razón sino por la
sumisión espontánea podrían decir “Hablanos y te oiremos, pero que no dejes que Dios
nos hable a nosotros o moriremos?”20
A partir de mostrar la insuficiencia de pensar estos dos casos tipos de obediencia como
modelo de obligación, Hobbes establece finalmente que “un súbdito que no tiene
revelación cierta y segura, particularmente dirigida a sí mismo de la voluntad de Dios,
ha de obedecer como tal el mandato del Estado”.
16
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XXVI, pág. 235
17
Ídem
18
Ídem.
19
Ídem
20
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XXVI, pág. 236.
El análisis de estos casos nos aporta elementos para pensar que el modelo de obligación
que Hobbes está pensando tiene que ser de carácter público. En virtud de que, como ya
hemos mencionado, los hombres han de ser obligados bajo el ejercicio de sus razones
para obedecer. De otro modo, se generan discrepancias y disputas entre los hombres que
terminan en la desobediencia: “difícilmente dos hombres se pondrían de acuerdo
acerca de lo que es mandamiento de Dios y aún a ese respecto, cada hombre
desobedecería los mandamientos del Estado”21.
En cambio, la obligación civil/política, como veremos, sí puede ser asegurada en
términos públicos, realmente soberanos. Por eso, la única manera en que la ley divina
puede obedecerse es cumpliéndola tal como se la declara por las leyes del Estado:
“Concluyo por consiguiente que en todas que no son contrarias a la ley moral (es
decir a la ley de naturaleza) todos los súbditos están obligados a obedecer como ley
divina la que se declara como tal por las leyes del Estado”22.
En consecuencia, podemos afirmar en este punto, que para Hobbes sólo el poder
terrenal tiene autoridad sobre los hombres y genera obediencia.
Así como con el caso del pacto de Abraham, Hobbes se encargará en más de una
oportunidad de mostrar que las atribuciones de ciertas autoridades religiosas que se
erigen falsamente como si fueran soberanas, están fundamentalmente basadas en
impugnar este hecho. Tal es el caso de los “sacerdotes inconvenientes” a los que se
refiere al final del capítulo XII, “De la religión” que termina con una exhortación
polémica a diferentes autoridades. Transcribimos algunos fragmentos de ella, para
analizar su intención general:
“Porque ¿habrá alguien que no advierta a quién beneficia el creer que un rey no tiene
su autoridad de Cristo sino cuando un obispo lo corona? (…) ¿Que sus súbditos
puedan verse liberados de su promesa si la Corte de Roma juzgó al rey como hereje?
(…) ¿Qué un rey puede ser depuesto por un papa, como el Papa Zacarías, sin causa
alguna y entregado su reino a uno de sus súbditos? ¿Qué el clero secular y regular
esté exento, en lo criminal, de la jurisdicción de su rey? O ¿no se advertirá en provecho
de quién redundan los emolumentos del altar y de las indulgencias, con otros signos de
interés privado, suficientes para matar la fe más viva, si, como ya he dicho, no
estuvieran más sostenidos por el poder civil que por la opinión sustentada acerca de la
santidad, sabiduría o probidad de sus maestros? Así, puedo atribuir todos los cambios
de religión en el mundo a una sola y única causa, es decir, a los sacerdotes
inconvenientes y no sólo entre los católicos sino incluso en esta iglesia que tanto ha
presumido de reforma” 23
21
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XXVI, pág. 236.
22
Ídem.
23
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XII, pág. 99.
Ciertamente, es una defensa realista (del poder soberano y de la autoridad política y
eclesiástica del rey); en primer lugar, frente a las disputas de los príncipes (quienes
tienen el “poder territorial”: en los territorios que gobiernan residen sus súbitos) y las
atribuciones autoritarias de los obispos y los sacerdotes llamados “inconvenientes
(unpleasing)” 24, en quienes nos interesa detenernos en particular.
Éstos confunden su opinión autorizada –ya sea que la hayan conseguido por sabiduría,
por santidad o por probidad- en materia religiosa con una autorización eclesiástica. Este
estado de cosas sólo favorece a que el poder eclesiástico no tenga límites para
corromperse, llevando así al desgobierno de la religión (los cambios de religión) que en
el contexto del que se está hablando, son los que estaban llevando a la guerra civil.
Obstaculizan el ejercicio de la soberanía, porque así como los profetas consideraban a
sus “propios sueños como la profecía por la cual piensan ser gobernados”, estos se
niegan a aceptar el pacto soberano, tal como veremos a continuación, profesando en
cambio el “pacto puritano”, o el pacto con Dios.
Su mención aparece dos capítulos más adelante, en un capítulo central del Leviatán, el
capítulo XIV dedicado a tratar las leyes civiles y naturales y los contratos. En la última
parte Hobbes se encargará de mostrar los diferentes tipos de contrato; entre los cuales
está se impugna esta forma paradigmática de pacto:
“Hacer pactos con Dios es imposible, a no ser por mediación de aquellos con quienes
Dios habla, ya sea por revelación sobrenatural o por quienes en su nombre gobiernan:
de otro modo no sabríamos si nuestros pactos han sido o no aceptados”25.
Sostendrá que este tipo de “pactos” tienen en realidad el status de un juramento,
ubicado en un nivel a penas mayor que el de las promesas, dado que “prometer algo
que se sabe que es imposible, no es pacto”26.
Pero lo que más nos llama la atención de la deslegitimación de este pacto, es el contexto
de enunciación que ubica: es algo que se hace “en el tiempo anterior a la sociedad civil”
o “en la interrupción que esta sufre por causa de la guerra”, dónde agrega, “la
desigualdad de poder no se discierne sino en la eventualidad de la lucha” 27. En este
estado de cosas dice Hobbes: “todo cuanto puede hacerse entre dos hombres que no
están sujetos al poder civil, es inducirse uno a otro a jurar por el Dios que temen”28.
En contraste, el pacto soberano, resulta una forma de acuerdo menos lábil para asegurar
y disipar el miedo entre los hombres, porque logra evitar que los acuerdos dependan de
las desigualdades de poder de quiénes pactan. Al obligar a todos por igual evita que las
desigualdades de poder o diferencias de intereses se diriman por la lucha. En el
juramento con Dios sólo se “hace temer a otro”, pero no obliga a ninguno de los dos a
cumplir nada. En cambio, en el pacto soberano no es más fuerte porque “genera más
24
Nuestro análisis histórico del contexto es insuficiente para referir qué se menta en el “quiénes” de
esta exhortación. Pero hay quizás un suceso que conviene tener en la mira al respecto, que es la
conformación de la Asamblea Nacional Escocesa (1638). Esta frente al intento de que la Iglesia escocesa
se guíe por la Inglesa, la Asamblea (Kirk) de Escocia afirma que es Cristo y no el rey la cabeza de la Iglesia
y que los escoceses se ven a sí mismos como “cristianos que renovaron su pacto con Dios”.
25
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XIV, pág. 113.
26
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XIV, pág. 116.
27
Cfr. Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XIV, pág. 116.
28
Ídem.
temor”, sino porque sólo este genera un orden legal que obliga a cumplir las leyes
naturales ante Dios. De él proviene la fuerza para constituir una República que es donde
efectivamente puede realizarse la consecución del fin natural, la paz. Para garantizarla,
el poder civil y el divino tendrá que mantenerse, de algún modo unido dentro de ésta.
Por eso será necesario gobernar la religión mediante el poder soberano.
Por lo desarrollado, para Hobbes la forma más celebratoria y la que garantiza que la
tarea eclesiástica se cumpla en los términos que él propondrá es la que permite la
obediencia y la misma que constituye la condición para gobernar lo civil: asegurar el
pacto entre hombres. Por eso se concluye que “El pacto entre los hombres es el más
divino de los pactos”.
Su fundamentación apuntará nuevamente a lo normativo: el pacto entre los hombres es
el único capaz de obligar, porque es el único pacto legal que existe:
“En efecto, cuando un pacto es legal, obliga ante los ojos de Dios”29 .
Es de la única manera que podemos asegurarnos de que, como se decía anteriormente,
“nuestros pactos han sido aceptados”. Así como hemos visto que la creencia no obliga,
el juramento se dice aquí “nada añade a la obligación”. Por este motivo, no puede ser
la base de la sujeción al pacto. El tipo de sujeción que tiene realmente legalidad ante los
ojos de Dios es el mismo que tiene legalidad en la tierra ante los ojos de los hombres.
Ahora bien, como hemos deslindado en los apartados anteriores: por un lado, está la ley
y por otro la creencia. La ley no está para reforzar la conducta de los hombres con
respecto a Dios, sino para la que tienen uno con respecto a otro. Volviendo al capítulo
de religión nos encontramos con una afirmación en ese sentido:
“Pero allí donde Dios mismo, por revelación sobrenatural, instituyó una religión, se
estableció para sí mismo un reino privativo y dio leyes no solamente para la conducta
de los hombres respecto a Él, sino para lo de uno con respecto a otro.”
Como hemos desarrollado, la ley divina se da por naturaleza y los hombres son reinados
por ella, pero obedecen en virtud del pacto. Podemos concluir, entonces, que el pacto
que legítimamente responde a la fe cristiana, a diferencia de los juramentos y pactos con
Dios, es el pacto soberano por dos motivos:
1. Porque tiene la fuerza para obligar (su status legal)
2. Porque obliga a un hombre con respecto a otro (su status ético-político).
Llegado este punto cabe que nos hagamos la siguiente pregunta: Así como lo que
mantiene unido a los hombres a Dios es la fe o la creencia, ¿qué es lo que mantiene
unidos a los hombres al pacto? Nuestra hipótesis es la obligación política que tiene
cada hombre de cumplirlo. La “razón en virtud de la cual” cada hombre obedece,
renunciando su derecho a todas las cosas en pos de la conservación de su fin natural.
29
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XIV, pág. 116.
Todo lo que debilite las razones para obedecer (como cuando por ejemplo peligra la
conservación o la seguridad) debilitará la fuerza de esta obligación y por ende dividirá
la soberanía.
Además de por el contexto histórico y en parte explicándolo también, no es casual que
Hobbes apunte a la religión como primera fuente de heteronomía. Cuando no está clara
o está mal asegurada la obligación, la creencia puede ocupar su lugar. Además, las
promesas de la religión se abocan a prometer lo mismo que el soberano dice cumplir:
un garante de qué la conservación del fin natural -la paz- puede conseguirse. Y algo
más, la salvación.
Sobre lo cual, lejos de poder externos aquí en profundidad, podemos mostrar cómo esta
estrategia es orgánica con su doctrina de la salvación o ingreso en el Reino de los
cielos30 según los lineamientos del Estado Cristiano. Allí, Hobbes resume que las
disputas religiosas vienen por no entender que:
“Todo lo necesario para la salvación se resume en dos virtudes: la fe en Cristo y la
obediencia a las leyes”.
Además, en tanto eclesiástico, al soberano les corresponderá impartir el camino que
conduzca a los hombres más seguramente a ganar esta salvación, mediante el culto y la
enseñanza de la religión verdadera (el cultivo de la fe cristiana, que no viene dada a
través de ningún representante, sino que es “don de Dios”31) y, por otro lado, garantizar
el cumplimiento de las leyes civiles. En cuanto a su dominio, este poder es absoluto y
omnipotente, porque obliga y consiste en que todos quienes formen parte de la
República lo obedezcan. Pero se trata de un poder “mortal” (Deus Mortalis), ósea que es
capaz de enfermar y morir, si no logra mantener el cuerpo político sano y unido.
Para concluir, creemos que lo que más se busca evitar con la deslegitimación de otros
tipos de pactos que no sean los legales, no es tanto defender la fuerza de la ley civil,
sino la obligación que los hombres tienen uno con el otro, que es en definitiva lo que los
lleva a cumplirla. Si no se da en cambio una relación bilateral erigida en virtud del
poder: de un hombre a otro hombre con más poder o autoridad; tal como ocurre en el
pacto con Abraham o de un hombre o un grupo de hombres con Dios, como en el
juramento puritano (o pacto con Dios). Por lo mismo, podemos reflexionar que el pacto
con Dios no se deslegitima en pos de erigir un pacto de los súbditos con el Rey, sino de
mostrar que el pacto soberano consiste en un pacto de los hombres entre sí.
Volviendo a observar nuevamente la portada y el título del Leviatán y lo que hemos
dicho de ella: la figura del soberano consiste y a la vez está compuesto de aquella
asociación mutua de hombres pactando. Sin ellos celebrando ese pacto, la República no
tendría forma (figura), ni materia (contenido) ni poder.
Esta es también otra vía de interpretación de que su poder en la Tierra es absoluto: Non
est potestas super terram quae comparetur ei/"No hay poder sobre la Tierra que se le
compare”. Las disputas en materia religiosa no solo condujeron a un estado guerra que
interrumpió la tan esforzada paz de la sociedad civil (el fin natural por el cual los
hombres se reúnen y acuerdan ser gobernados), sino algo más costoso aún: que estas
30
Cfr. Lev . XLIII.
31
Hobbes, Thomas, Leviatán, cáp. XLII, pág. 413.
minaron directamente la cohesión del cuerpo político ósea la imposibilidad de la
República.
Palabras finales
Este recorrido nos aportó elementos para comprender el pacto hobbesiano y la soberanía
en general que nos permiten comprender al pacto no como una “ficción normativa” que
asegura el orden legal, sino como un dispositivo que obliga ético-políticamente a los
hombres entre sí en consonancia con la ley divina y la fe. Frente al poder que la creencia
tiene para introducir un orden heterónomo; la obediencia que los hombres mismos
guardan para sí, en pos de la conservación de su fin natural conserva la autonomía de la
ley civil.
A través del análisis del caso del pacto de Abraham y la deslegitimación del juramento
puritano hemos concluido que a diferencia de estos juramentos, la fortaleza del pacto
hobbesiano radica también en que ésta no se fundamenta en términos fácticos, por así
decirlo reemplazando a “Dios por el Rey”, ni en la “eventualidad de la lucha”, sino en
términos ético-políticos: el pacto soberano es primordialmente, no un pacto ni con Dios
ni con el Rey en virtud de su poder; sino de un pacto entre los hombres en pos de
conservar la paz. Lo cual nos hace aventurar que la siguiente conclusión general: que
para que la religión pueda ser gobernada dentro y como parte del mismo orden legal que
la política, es preciso reforzar no la unión de los hombres con Dios, ni de los hombres
con el Rey, sino renovar el sentido del pacto soberano entre los hombres; esto es:
reforzar la obligación política.
También este recorrido nos ha permitido extraer algunas pautas más acerca de su visión
de la soberanía en general: la conservación del poder civil, más que de la fuerza del
soberano para obligar, dependen de la obligación política de los hombres al pacto. Para
poder asegurar la fuerza de la ley in foro externo, es necesario a su vez asegurar in foro
interno las razones para obedecerla. Podríamos pensar que la religión hace lo mismo
con la fe y sus preceptos, declaraciones y juramentos. Pero sólo en tanto promesas, sin
llegar a constituir para Hobbes una obligación.
Como hemos mostrado, cuando la creencia ocupa el lugar de la obediencia la religión
desestabiliza el orden legal. Por eso la propuesta se tratará no de rigorizar las leyes o de
persistir en una lucha de poder contra los intereses religiosos; sino de renovar el sentido
de la sujeción al pacto y de los intereses de los hombres en cumplir las leyes; en
definitiva, remite al interés de los ciudadanos a permanecer y ser parte del Estado.
El pacto soberano se fundamenta así no solo como la mejor, sino la única forma en la
cual la ley divina se cumple en la tierra; dado que es el único pacto que obliga es el
legal. Hacer concomitante la fe y el orden legal sacaría a la religión del ámbito privado,
situándolo en el mismo nivel que el poder civil. En este esquema, la religión reforzaría y
no debilitaría la soberanía, porque haría de la fe una forma de asegurar el pacto
soberano, y simultáneamente una forma en que la fe esté asegurada, por obligar “ante
los ojos de Dios” a un hombre con respecto a otro.