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Mateo 4:12-25, Galilea de los gentiles

Las historias del texto bíblico generan raíces profundas que conectan en el corazón de las personas.
El evangelio incluye entre sus beneficios, llenar los vacíos de significado y de reconocimiento por los
que el ser humano lucha durante toda su vida. En nosotros nace un pensamiento que nos inquieta,
sentimos que algo falta; porque, aunque seamos buenos para hacer algunas cosas y hayamos tenido
ciertos triunfos por medio de la disciplina y la constancia, en nuestras células se inscribe la búsqueda
de la trascendencia, esa que mantiene vivo el anhelo de una oportunidad para demostrar que somos
capaces de algo importante. Así está programada la mente del ser humano, Dios nos otorga la
capacidad de soñar y nos da el impulso suficiente para cumplir los anhelos del corazón.

Esta inclinación está presente en la humanidad, y por tanto, se encuentra en los episodios del
evangelio. La escena que narra el texto de este artículo inicia en Galilea, región alejada de Jerusalén,
no solo en distancia, pero en recursos, en oportunidades y en calidad de vida. La capital de la nación
era una ciudad amurallada, pujante, y el lugar donde ocurren los acontecimientos más importantes. El
lugar a donde quien busque el éxito debe dirigir su mirada, alejándose de las regiones lastimadas por
la pobreza y por la miseria. Al borde de un mar interior que favorece los oficios de la pesca; artesanos
y campesinos sustituyen la ocupación intelectual y religiosa por el trabajo que provee para su sustento.

Como en toda historia existe un punto de partida, este ocurre con la presentación de Juan el Bautista.
Mateo 3, narra sobre Juan como alguien privilegiado desde el nacimiento. Tenía una posición de
honor en términos humanos sin el mayor esfuerzo. En la línea de ascendencia pertenecían a la casta
sacerdotal, una familia que había sido elegida por Dios para oficiar permanentemente en el lugar más
importante de la nación, el templo. Cualquier joven hijo de un sacerdote, tenía el triunfo asegurado, era
querido por el pueblo. En el caso de Juan, su padre Zacarías oficiaba en los lugares más santos y era
candidato a formar la élite de los sumos sacerdotes de su tiempo. En la escala de valores, en términos
contemporáneos, si trazáramos el organigrama de la jerarquía religiosa del momento, pertenecer a la
familia sacerdotal ubicaba a cualquiera en el más alto escaño al que se podía aspirar, lugar vetado
para el resto de la población por ser un asunto de elección ancestral y no de méritos.

Los sacerdotes no tenían que hacer mucho para triunfar en la vida, solo realizar bien la labor heredada
de generación en generación. Pero, aunque Juan era conocido y querido por el pueblo, había algo que
hacía que las personas no quisieran tratar mucho tiempo con él. Su predicación había tomado un
sesgo en algún momento que no registra las Escrituras, y se había hecho demasiado radical, su voz se
habría convertido en la más incómoda para quienes formaban parte de este organigrama religioso.
Juan había rechazado el lugar que le esperaba, porque para conservarlo debía acomodarse a las
conveniencias de la élite judía y realizar los actos de intercesión a los que estaba destinado. Sin
embargo, él sabía que algo no andaba bien. La vida de simulación que él alcanzaba a ver, había
corrompido a los dirigentes del templo, el sistema religioso había roto sus relaciones con Dios, y el
interés genuino por la fidelidad y una vida correcta habían desaparecido.

El bautista deja el proyecto de familia de convertirse en un ministro importante del templo, y se aleja
hacia el desierto, renunciando a ser parte de la simulación religiosa, porque los sacerdotes, los ricos y
los poderosos habían negociado con el imperio opresor para no perder sus privilegios. Para Juan el
camino correcto ya no incluye a Jerusalén, así que da la vuelta y se dirige al desierto y al Jordán para
predicar del arrepentimiento, porque el fuego del reino de Dios se ha acercado. Juan se reconoce
como un enviado de Dios, pero no como el Mesías, sino como su precursor. El precursor era el alto
funcionario de un rey que se encargaba entre otros deberes de preparar el camino para una visita real.
Organizaba la agenda de visita, la participación de su comitiva, las reuniones oficiales, en algunos
casos veía que se adornaran los caminos, en fin, se encargaba de que la visita del monarca fuera un
éxito.
Si algo tienen los profetas, es un sentido muy agudo sobre la justicia de Dios y sobre la pérdida de la
alianza. En el Antiguo Testamento vemos que ser profeta era una profesión de riesgo, se exponía a
decir la verdad a los poderosos, señalando su pecado y sus errores. Sin embargo, Juan, por ser quien
era, un candidato a la élite más alta del sacerdocio, certificaba que su voz era verdadera, incómoda,
pero verdadera. Sus palabras hirientes eran bien recibidas por quienes venían hacia él.

Parafraseamos su denuncia que registra el evangelio: “¡Generación de Víboras! ¿Creen que pueden
escapar de la ira de Dios?; ¿Creen que pueden bautizarse sin arrepentimiento por ser hijos de
Abraham?; ¡Les aseguro que valen más las piedras que su linaje! ¿Les asustan mis palabras?
Esperen al que viene detrás de mí; yo los purifico con agua, pero el que viene detrás de mí ¡Lo hará
con fuego!” Mateo 3:7-10

Quienes escuchaban a Juan sabían que tenía razón, tenían temor de él y algunos aceptaban ser
bautizados ante el anuncio de la ira del cielo que se aproxima. Qué nivel de influencia había logrado
Juan; tanto que después de decirles esta serie de acusaciones se sometían a su autoridad. Todos
claro… quienes estaban conectados con la fe de Israel, quienes respetaban la voz del hijo de un
sacerdote. Todos, a excepción de quienes no tienen temor de Dios. Había uno que no tenía temor,
mucho menos de la voz de Juan. Y cuando este se entromete en terrenos más allá del religioso,
despertó la ira del tirano. Herodes es el personaje político más nefasto de la historia del evangelio. Un
protagonista de la búsqueda del éxito a su manera, que conectaba con los delirios de grandeza de sus
antepasados y que estaría dispuesto a lo que sea con tal de ser un triunfador, incluso a matar a
quienes osaran cualquier tipo de amenaza en su contra. Cuando este escucha la denuncia que hace
Juan, porque tenía como esposa a la mujer de su hermano, no dudó en arrestarlo.

Jesús que predicaba en cierta sintonía con Juan sobre la denuncia al sistema religioso del momento,
espera el tiempo oportuno dar a conocer su ministerio, y ante las aguas agitadas de este arresto, él
decide salir de Jerusalén para enseñar de manera determinada su movimiento. Necesita convocar a
un gran equipo, porque la mitad del éxito de una persona, se encuentra en el promedio de quienes se
suman a la búsqueda de su propósito. Así que, para juntar a sus congregados, Jesús tiene que decidir
a quienes convocar y dónde encontrarlos. No sería en el ambiente político ni en el ámbito religioso de
Jerusalén que estaba bastante corrompido. Es entonces cuando pone su mirada en los lugares que le
vieron crecer, necesita tiempo para adiestrar a sus ministros, un lugar alejado donde ningún poderoso
se interesaría en acudir, y donde ningún religioso se acercaría con tal de no contaminarse. Qué mejor
lugar que la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, junto al mar de Galilea.

Zabulón y Neftalí habían sido las primeras tribus de Israel que fueron tomadas por los Asirios cuando
invadieron al reino del norte siglos atrás. Por ser los primeros en ser atacados y por no conservar su
raza ni el culto libre de costumbres paganas, porque posiblemente habían negociado su supervivencia
relajando su fidelidad y perdiendo la pureza de su raza. Esto les habría atraído el castigo divino, una
sentencia por su infidelidad. Hacía siglos que esas tierras estaban olvidadas, se habían convertido en
refrán del castigo divino para el resto del pueblo. La gente de Jerusalén decía que su pobreza, su
escasa educación y sus males eran producto del pecado. Y esa pesada lápida generacional de pecado
los habría marcado por siglos. Pero hacía setecientos años que Isaías había pronunciado sobre
Zabulón y Neftalí, palabras de esperanza de que su situación cambiaría. Son las palabras que registra
Mateo: “Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, GALILEA DE LOS
GENTILES, este pueblo establecido en tinieblas vio gran luz; y a los establecidos en regiones de
sombra de muerte, luz les resplandeció”. (15-16).

Una gran voz de esperanza y una profecía que esperaba su cumplimiento, de las que después de
cientos de años nadie recordaba. ¿Recuerda a Felipe hablando con Natanael? Hemos encontrado al
Mesías, del que hablan los profetas, es Jesús hijo de José de Nazaret. ¿Qué contesta Natanael?, ¿De
Nazaret? ¿Puede haber algo bueno en Nazaret? (Juan 1:43-46), nadie recordaba la profecía de Isaías.
Y cuando a los habitantes de una ciudad se les dice que son de lo peor, y escuchan la sentencia de
que así serán por el resto de sus vidas, eso se graba en lo más profundo de su mente, las rutas de
escape se cierran y no queda más destino que el fracaso permanente. ¿Cómo podría luchar yo, solo,
contra el error de mis antepasados de toda una generación? ¿Cómo puedo arquear la historia a mi
favor? Pero Galilea la rudimentaria, la atrasada, Galilea la inculta, la región pobre y de miseria algún
día volverá a ver la luz.

Qué diferente es Jesús de Juan el Bautista. Juan había renunciado a una carrera de éxito que tenía
garantizada. Porque sabía que para triunfar tendría que cerrar sus ojos pasando por alto los pecados
de los poderosos y de los ricos, maquillando la injusticia y la infidelidad de la aristocracia, y manipular
los recursos espirituales que debían acercarlos más a Dios. Lo más íntegro para él había sido retirarse
al desierto, huir del pecado y de los pecadores. En cambio, el movimiento de Jesús hacia Galilea no es
incidental, Jesús no realiza nada de manera secundaria, tiene claros sus propósitos. Iniciar a partir de
Galilea su ministerio, tiene un propósito bastante intencionado. Nadie en su sano juicio hace lo que
Jesús realiza, acercarse a las regiones más bajas de la tierra, alcanzar a los más alejados de la
bendición y desde allí partir. ¿Pero por qué lo hace? Porque todos, incluyendo a la gente de Galilea, y
con ellos los desposeídos del mundo merecen una oportunidad.

Ahora bien, según las tradiciones israelitas, a los varones se les presentaba una oportunidad. En todo
el territorio de Israel, una vez en la vida, todas las familias tenían una gran oportunidad de salir del
anonimato y de la más cruel pobreza. Los varones adolescentes a la edad de los doce años podían
convertirse en alguien en la vida. Todo hijo de Abraham tenía la gran oportunidad de convertirse en un
maestro de las Escrituras Sagradas y con ello, en un personaje de influencia. El problema es que a
esa edad se es demasiado joven para estar conscientes de lo que está en juego, además de que, el
discipulado rabínico era bastante exigente y contenía una cantidad enorme de filtros… solo los
mejores pasaban a un siguiente nivel. Sin embargo, la ilusión de las familias de Israel era que se tenía
la misma oportunidad de sobresalir, así que a esa edad de doce años, sin importar la condición
económica o social, los hijos de israelitas aplicaban como alumnos de los maestros de Jerusalén. Pero
al iniciar la carrera había de suyo ventajas para quienes tenían recursos y buenos mentores, cosa
imposible para un aspirante galileo, eso hace sentido con la palabras de Natanael, “nada bueno ha
salido de Nazaret”.

Quienes fracasaban en conseguir los créditos suficientes, regresaban al poco tiempo para olvidarse de
sus sueños y aprender el oficio de sus padres. No había segundas oportunidades, la única posibilidad
de ingresar a una de las más grandes carreras que cambiarían su vida, la habrían perdido. Si por
alguna razón, alguno de estos jóvenes pasaba a una segunda etapa, el desafío se multiplicaba, muy
pocos continuaban. Y los que lo lograban, tenían el privilegio de estudiar a profundidad los escritos
históricos y los libros de los profetas. Después de allí, casi a los veinte años de edad, solamente los
mejores de los mejores pasaban a una última etapa, donde gracias a sus logros ganaban el derecho
de elegir al maestro o rabí que sería su instructor. Quien llegaba a ser discípulo de alguno de los
grandes rabíes era reconocido como alguien bastante sobresaliente. Y el reconocimiento era
importante en el judaísmo, estamos hablando de la meritocracia judía, de la cual Pablo deja testimonio
cuando dice, “y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo
mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”. Gálatas 1:14, no es un asunto de orgullo
personal solamente, era un reconocimiento legal y válido que abría puertas.

Bajo este contexto de competición, de éxitos y fracasos podemos dar cuenta del significado de que un
rabí como Jesús de Nazaret, no sea percibido por Natanael como alguien de influencia. Porque Jesús
deja Jerusalén antes de ser conocido, y donde la gente le da su reconocimiento es en Galilea, la tierra
de Zabulón y tierra de Neftalí, donde la gente no tenía las capacidades, la conducta, ni la seguridad
suficiente para creer que un grande pueda venir de Nazaret. Desde el principio de su ministerio, estos
gestos de Jesús, rompen moldes y expectativas de aquellos que corren el camino del éxito y del
camino por volverse un referente entre los que cambian la historia. El primer giro de Jesús es que él es
quien elige a sus discípulos. Esto ya es bastante distinto, porque Jesús como Maestro se ubica con un
mayor conocimiento que sus discípulos, por lo tanto, tendría mejor criterio de elección hacia sus
alumnos, que el criterio de un discípulo para elegir a su maestro. El segundo parte del primero, es a
quiénes elige. ¿Por qué Jesús elige de esta manera? ¿Por qué desaprovechar la oportunidad de elegir
a personas más aventajadas? Porque mientras que la predicación de Juan es radical, de alejarse y de
no saber más nada de quienes han fallado, el recorrido de Jesús hacia Galilea es un mensaje de
esperanza, es acercar a Dios para quienes les ha quedado lejos la salvación.

Existen 40 kilómetros entre Jerusalén y Galilea, Jesús los había recorrido haciendo las cosas a la
inversa. Por lo general, las personas van del campo a la ciudad, y no al revés. Jesús sabe que el
principal efecto de la meritocracia, es dejar en el olvido a los últimos en la escala social. En la ciudad
están los ricos, los bien portados, los que eran bien vistos por el sistema religioso, su mapa mental les
decía que en la prosperidad se reflejaba la bendición de Dios, y en la pobreza la humillación y la
maldición. Pero la nueva realidad del reino de Dios inicia incluyendo a los que están lejos, a los que
han quedado fuera de la misericordia, lejos en la distancia, pero lejos del amor, y lejos de la
oportunidad, lejos de merecerse algo. Jesús transmite esperanza no solo por medio de las palabras,
sino en cada uno de sus actos, porque se sitúa en un lugar alcanzable y disponible para quienes
quiere alcanzar. Comprueba para quienes lo conocen, la universalidad del mensaje de salvación que
viene predicando, cuando parte desde quienes han sido rechazados.

Es por esto que cuando Jesús va y les dice a Pedro y Andrés, “síganme”; y después se acerca a
Jacobo y a Juan y les invita, “los haré pescadores de hombres”; les está regresando la oportunidad
que el mundo les ha negado. ¿Qué otra persona confiaría en mí, conociendo quién soy y de dónde
vengo? ¿Qué persona tan grande como Jesús podría darme esta oportunidad, siendo que pertenezco
a una familia marcada por la desgracia después de tantas generaciones? Pero el más grande de todos
los profetas y maestros había puesto sus ojos en ellos. Y entonces, comenzamos a comprender este
acto que tanto hemos mal interpretado de dejar las redes. Dejar las redes no es un signo de
desprendimiento, no mis hermanos, dejar las redes por seguir a Jesús, no es un acto de generosidad
hacia quien los ha llamado. Dejar las redes es signo de una alta consciencia, de tener enfrente de sus
propios ojos, la oportunidad más grande de su vida. Hay alguien que cree en ti, hay alguien que te va a
adiestrar y que te ha elegido entre los que están alrededor de ti. De la misma manera, quienes
aceptamos el llamado al servicio de Dios, no le hacemos un favor a Jesús ni a la Iglesia. Dejamos las
redes porque hay alguien que confió en nosotros, porque conociendo mis errores, y porque a pesar de
mis fracasos, él me da la oportunidad de ser la persona que él está buscando.

Somos el testimonio de la misericordia de Dios, no de la meritocracia, no podría ser de otra manera.


Porque dimensionamos el llamado que se nos ha hecho, y porque al venir Jesús a nuestra Galilea de
pobreza de espíritu, de fracasos en intentar ser perfectos, encontramos que en él hay una oportunidad
de ser objeto de su amor y de su misericordia. Hemos sido convertidos en testimonio de lo que puede
hacer la misericordia de Dios en alguien como usted y como yo. Porque siendo quienes somos nos ha
llamado. Eres parte de los escogidos solo porque Jesús te ofreció la oportunidad de que hables en su
nombre, de convertir el amor recibido en un amor otorgado que genere vida para los demás. Si el
ministerio de Jesús fuera como el de Juan, ¿quién habría sido llamado?, no estaríamos aquí. Pero si
Dios ha puesto sus ojos en ti, el reino de los cielos se ha acercado, para que dejes tus redes y te
consagres a su servicio.
Los primeros llamados comprendieron al instante que era mejor ser siervo del Señor, que pescadores,
carpinteros o campesinos, ¿crees que será también mejor que ser abogado o ingeniero? Jesús dijo a
sus discípulos en Juan 14:12 “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él
las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre.” Ahora tienes una oportunidad más
grande que tus demás proyectos, eres llamado a ser un hombre de trascendencia, alguien que inspire
a la Iglesia, que traiga la paz de Jesucristo en tiempos violentos, que hable misericordia en época de
juicios. Estás llamado a ir por los que nadie va, a esa colonia popular a la que nadie entra porque es
peligrosa. ¿Quieres influir en tu ciudad? ¿Quieres ser reconocido como alguien que provoca que las
cosas cambien? Entonces ve a donde Jesús iría, habla con quien nadie habla, camina por esas calles
donde nadie va, predica a quienes han perdido la esperanza, brinda la oportunidad a las Galileas de tu
tiempo como Jesús lo hizo. Porque allí están los orígenes de la Iglesia.

La Iglesia no nació en Jerusalén, la Iglesia nació en Galilea, en la Galilea de los gentiles, la


rudimentaria, la violenta, allá en el pueblo que vivía establecido en tinieblas pero que vio gran luz;
aquellos establecidos en regiones de sombra de muerte, a los cuales luz les resplandeció. Jesús no
solo elige a sus discípulos, antes de ello elige el lugar donde inicia la misión, porque el lugar define el
tipo de personas a las que hay que predicar. Tu experiencia de salvación con el Padre provocará la
conversión de otros a quienes les prediques, porque el mensaje, aunque trasciende hasta los cielos,
es un mensaje encarnado desde quienes han estado más alejados hasta la persona más encumbrada
en las categorías humanas.

Abandona tus redes, déjalas en el mar, no voltees tu corazón hacia ellas. Porque Jesús te ha llamado,
no desperdicies esta grande oportunidad. Cámbialas por las redes de amor con las que te cautivó, así
serás un pescador de hombres para su gloria, establecerás el reino en tu ciudad y Cristo será
glorificado. Que así sea, amén.

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