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Proyecto

Transversal:
Compendio
Bibliográfico
Literatura
Stephanie Miranda Moreno
• Alfonso Reyes
• Octavio Paz
• Jorge Luis
Borges
• Carlos Monsiváis

LITERATURA
SEGUNDO GRADO
ALFONSO REYES
Alfonso Reyes nació el 17 de mayo de 1889 en Monterrey, México. Su padre, el
general Bernardo Reyes, era por entonces gobernador del estado de Nuevo León
y de y Doña Aurelia Ochoa de Reyes. Estudió en la escuela Manuela G. Viuda de
Sada, el Instituto de Varones de Jesús Loreto y el Colegio Bolívar, y el bachillerato
en el Liceo Francés de la Ciudad de México, y estudió Derecho en esta ciudad. En
1909 fundó, conjuntamente con otros escritores como Pedro Henríquez Ureña,
Antonio Caso y José Vasconcelos Calderón, el Ateneo de la Juventud. Cuando
tenía 21 años de edad, publicó su primer libro Cuestiones Estéticas. La
Revolución Mexicana, de 1910, trajo funestas consecuencias a la familia Reyes.
En agosto de 1912 fue nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos
Estudios, y en 1913 fue nombrado parte de la Legación de México en Francia. Su
padre participó en un golpe de estado en contra del presidente Francisco I.
Madero, lo que derivaría en la lucha fraticida conocida como la decena trágica, y
murió el primer día de la contienda, esto hizo imposible que Reyes pudiese
regresar al país, y decidió vivir en España donde permaneció hasta 1924. Fue
colaborador de la Revista de Filología Española, de la Revista de Occidente y de
la Revue Hispanique. En España se consagró a la literatura y la combinó con el
periodismo; trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección
de Don Ramón Menéndez Pidal. Una vez asentados los vientos de la revolución,
la fama de Reyes en Europa llegó a México y el gobierno lo incorporó al servicio
diplomático, fue nombrado segundo secretario de la Legación de México en
España, Encargado de negocios en España, Ministro en Francia, y Embajador en
Argentina hasta 1930, en Buenos Aires Reyes convivió con la brillante generación
literaria, Victoria Ocampo le presentó a Xul Solar, Leopoldo Lugones, Jorge Luis
Borges, Adolfo Bioy Casares y Paul Groussac. Después fue enviado a Brasil, y en
abril de 1939 presidió la Casa de España en México, una institución fundada
principalmente por refugiados de la Guerra Civil Española y que después se
convertiría en el prestigiado Colegio de México. Fue miembro de número de la
Academia Mexicana de la Lengua.
Reyes se convirtió en el principal animador de la investigación literaria en México,
y uno de los mejores críticos y ensayistas en lengua castellana.
Murió en 1959 en ciudad de México, víctima de una afección cardiaca.

Sus obras completas abarcan veintiséis volúmenes que incluyen: libros de versos,
crítica, ensayos y memorias, novelas, archivo, prólogos y ediciones comentadas,
traducciones y doscientos dos libros en total.
Entre ellos destacan:
Cartones de Madrid (1917)
Visión de Anáhuac (1917)
Simpatías y diferencias (1921-1926)
Ifigenia cruel (1924)
La crítica en la Edad Ateniense (1945)
La antigua retórica (1942)
Junta de sombras (1949)
El deslinde (1944)
Letras de la Nueva España (1948)
Ultima tule (1942)
Tentativas y Orientaciones (1944)
Norte y Sur (1945)

PREMIOS

Premio Nacional de Literatura en México, 1945

ENLACES
http://www.alfonsoreyes.org/
http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/a_reyes/default.htm
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2200 http://www.poesia-inter.net/indexar.htm
http://www.los-poetas.com/PICTOS/rey1.htm© Escritores.org. Contenido
protegido. Más información: https://www.escritores.org/recursos -
paraescritores/19593-copias
0.1 Alfonso Reyes

«Por mayo era, por mayo…»


I
¿Y tú la edad no miras de las rosas?
Rioja

Ya sabe la flor lo que la espera. Los poetas se lo han revelado mil veces. Pero hay
una flor perdurable, y es la de las artes o las letras, la que se nombra o la que se
figura, la ausente de todo ramillete, que decía el maestro Mallarmé. Cuando todas
estas maravillas naturales se hayan marchitado, todavía seguirán luciendo, con
intacta virtud, esos cuadros y aquellos poemas en que el hombre se ha apoderado
de las primaveras del mundo. Sólo así cobran, como en los ensueños de Díaz
Mirón,

inmarcesible juventud los campos y


embriagadora eternidad las flores.

Conforme la flor se traslada de la tierra al espíritu, gradualmente se va trocando


menos mortal. Pero también el cultivo de lo efímero, si ello es hermoso, posee sus
encantos irónicos. La mente se venga de la muerte adorando lo que vive un día.
No sólo entre los indígenas de Bali, sino dondequiera que hay hombres, se alza un
altar a la belleza instantánea. Los antiguos cultivaban, con supersticioso
arrobamiento, aquellos diminutos Jardines de Adonis, que nacían por la mañana y
estaban mustios a la noche. La huella de lo perecedero se inmortaliza sólo en el
alma, y Fausto es capaz de comprar un beso a cambio de la eternidad. Como el
instante de dicha se apaga casi al encenderse, podemos gritar en su seguimiento,
tocando levemente la palabra de Goethe: «¡Detente!... ¡Eras tan bello!» Pero si es
bello «es» para siempre: «Es un goce eterno», ha dicho otro poeta. Imagen de
amor y de poesía, la flor, como la sensitiva, se cierra apenas se la toca, apenas se
la disfruta. Gran privilegio humano, magia concedida al hijo de Adán, es
perpetuarla en su adoración. Y tal es la historia, la fantasía árabe, de la flor que no
ha muerto nunca.
Grande es, hasta donde alcanzan los documentos, la tradición del culto a la flor en
la poesía mexicana; es decir, en la sensibilidad mexicana. Desde los poemas
prehispánicos, el cantor indígena nos dice que «se reconcentra a pensar en las
vistosas flores». Sor Juana lloró sobre la «rosa divina» Un indio moderno, El
Nigromante, férreo caudillo liberal y poeta de corte clásico, llamó a la flor «madre
de la sonrisa». Nuestro pueblo, en sus cantares, sigue pidiendo amores a la
amapolita morada. La flor nos acompaña en vida y en muerte, con aquella
fidelidad renaciente del ciclo de las estaciones. Somos una raza prendada de la
flor; y acaso la mejor enseñanza y la más pura experiencia contra los ímpetus de
la baja sensualidad está en que la flor se disfruta con los ojos y con la mente, o por
su aroma a lo sumo, sin que nos sea dable acariciarla, a riesgo de deshacerla
entre las manos. Hay que amarla con desinterés: casi, casi, como a una idea.
Porque ¿quién ha poseído nunca una flor? Y, sin embargo, «la inconsciente
coquetería de la flor prueba que la naturaleza se atavía a la espera del esposo».
Las flores del jardín mexicano han salvado nuestras fronteras. Entre nuestros más
vivos recuerdos del Servicio Exterior, nos acude la evocación de cierto día en que
ofrecimos al Jardín Botánico de Río de Janeiro una reproducción del dios
primaveral, Xochipilli, para que presidiera el rincón mexicano que, en aquel lugar
paradisiaco, quiso y supo arreglar un enamorado de nuestra flor, Campos Porto.
Desde entonces, en el cielo de la ciudad maravillosa se establece un diálogo
etéreo entre dos númenes mexicanos: el Xochipilli, que nos tocó consagrar, y
aquel Cuauhtémoc que llevó a las playas cariocas, años antes, nuestra Embajada
al Centenario de la Independencia Brasileña.
Alfonso Reyes
Visión de Anáhuac (1519)
I
Viajero: has llegado a la
región más transparente del aire.
En la era de los descubrimientos, aparecen libros llenos de noticias extraordinarias
y amenas narraciones geográficas. La historia, obligada a descubrir nuevos
mundos, se desborda del cauce clásico, y entonces el hecho político cede el
puesto a los discursos etnográficos y a la pintura de civilizaciones. Los
historiadores del siglo xvi fijan el carácter de las tierras recién halladas, tal como
éste aparecía a los ojos de Europa: acentuado por la sorpresa, exagerado a
veces. El diligente Giovanni Battista Ramusio publica su peregrina recopilación
Delle Navigationi et Viaggi en Venecia en el año de 1550. Consta la obra de tres
volúmenes in-folio, que luego fueron reimpresos aisladamente, y está ilustrada con
profusión y encanto. De su utilidad no puede dudarse: los cronistas de Indias del
Seiscientos (Solís al menos) leyeron todavía alguna carta de Cortés en las
traducciones italianas que ella contiene.

En sus estampas, finas y candorosas, según la elegancia del tiempo, se aprecia la


progresiva conquista de los litorales; barcos diminutos se deslizan por una raya
que cruza el mar; en pleno océano, se retuerce, como cuerno de cazador, un
monstruo marino, y en el ángulo irradia picos una fabulosa estrella náutica. Desde
el seno de la nube esquemática, sopla un Éolo mofletudo, indicando el rumbo de
los vientos — constante cuidado de los hijos de Ulises—. Vense pasos de la vida
africana, bajo la tradicional palmera y junto al cono pajizo de la choza, siempre
humeante; hombres y fieras de otros climas, minuciosos panoramas, plantas
exóticas y soñadas islas. Y en las costas de la Nueva Francia, grupos de naturales
entregados a los usos de la caza y la pesquería, al baile o a la edificación de
ciudades. Una imaginación como la de Stevenson, capaz de soñar La isla del
tesoro ante una cartografía infantil, hubiera tramado, sobre las estampas del
Ramusio, mil y un regocijos para nuestros días nublados.
Finalmente, las estampas describen la vegetación de Anáhuac. Deténganse aquí
nuestros ojos: he aquí un nuevo arte de naturaleza.
La mazorca de Ceres y el plátano paradisíaco, las pulpas frutales llenas de una
miel desconocida; pero, sobre todo, las plantas típicas: la biznaga mexicana —
imagen del tímido puerco espín—, el maguey (del cual se nos dice que sorbe sus
jugos a la roca), el maguey que se abre a flor de tierra, lanzando a los aires su
plumero; los «órganos» paralelos, unidos como las cañas de la flauta y útiles para
señalar la linde; los discos del nopal —semejanza del candelabro—, conjugados
en una superposición necesaria, grata a los ojos: todo ello nos aparece como una
flora emblemática, y todo como concebido para blasonar un escudo. En los
agudos contornos de la estampa, fruto y hoja, tallo y raíz, son caras abstractas, sin
color que turbe su nitidez.
Esas plantas protegidas de púas nos anuncian que aquella naturaleza no es, como
la del sur o las costas, abundante en jugos y vahos nutritivos. La tierra de Anáhuac
apenas reviste feracidad a la vecindad de los lagos. Pero, a través de los siglos, el
hombre conseguirá desecar sus aguas, trabajando como castor; y los colonos
devastarán los bosques que rodean la morada humana, devolviendo al valle su
carácter propio y terrible: —En la tierra salitrosa y hostil, destacadas
profundamente, erizan sus garfios las garras vegetales, defendiéndose de la seca
—.
Abarca la desecación del valle desde el año de 1449 hasta el año de 1900. Tres
razas han trabajado en ella, y casi tres civilizaciones —que poco hay de común
entre el organismo virreinal y la prodigiosa ficción política que nos dio treinta años
de paz augusta—. Tres regímenes monárquicos, divididos por paréntesis de
anarquía, son aquí ejemplo de cómo crece y se corrige la obra del Estado, ante las
mismas amenazas de la naturaleza y la misma tierra que cavar. De
Netzahualcóyotl al segundo Luis de Velasco, y de éste a Porfirio Díaz, parece
correr la consigna de secar la tierra. Nuestro siglo nos encontró todavía echando la
última palada y abriendo la última zanja.
Es la desecación de los lagos como un pequeño drama con sus héroes y su fondo
escénico. Ruiz de Alarcón lo había presentido vagamente en su comedia de El
semejante a sí mismo. A la vista de numeroso cortejo, presidido por Virrey y
Arzobispo, se abren las esclusas: las inmensas aguas entran cabalgando por los
tajos.
Ése, el escenario. Y el enredo, las intrigas de Alonso Arias y los dictámenes
adversos de Adrián Boot, el holandés suficiente; hasta que las rejas de la prisión
se cierran tras Enrico Martín, que alza su nivel con mano segura.
Semejante al espíritu de sus desastres, el agua vengativa espiaba de cerca a la
ciudad; turbaba los sueños de aquel pueblo gracioso y cruel, barriendo sus piedras
florecidas; acechaba, con ojo azul, sus torres valientes.
Cuando los creadores del desierto acaban su obra, irrumpe el espanto social.

El viajero americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en


América muchos árboles. Les sorprenderíamos hablándoles de una Castilla
americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos agria seguramente
(por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montañas), donde el aire
brilla como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere
pensamientos ascéticos: el valle de México, más bien pensamientos fáciles y
sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad.
Nuestra naturaleza tiene dos aspectos opuestos. Uno, la cantada selva virgen de
América, apenas merece describirse. Tema obligado de admiración en el Viejo
Mundo, ella inspira los entusiasmos verbales de Chateaubriand. Horno genitor
donde las energías parecen gastarse con abandonada generosidad, donde
nuestro ánimo naufraga en emanaciones embriagadoras, es exaltación de la vida
a la vez que imagen de la anarquía vital: los chorros de verdura por las rampas de
la montaña; los nudos ciegos de las lianas; toldos de platanares; sombra
engañadora de árboles que adormecen y roban las fuerzas de pensar; bochornosa
vegetación; largo y voluptuoso torpor, al zumbido de los insectos. ¡Los gritos de los
papagayos, el trueno de las cascadas, los ojos de las fieras, le dard empoisonné
du sauvage! En estos derroches de fuego y sueño —poesía de hamaca y de
abanico— nos superan seguramente otras regiones meridionales.
Lo nuestro, lo de Anáhuac, es cosa mejor y más tónica. Al menos, para los que
gusten de tener a toda hora alerta la voluntad y el pensamiento claro. La visión
más propia de nuestra naturaleza está en las regiones de la mesa central: allí la
vegetación arisca y heráldica, el paisaje organizado, la atmósfera de extremada
nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía
general del dibujo—; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte
individual; y, en fin, para de una vez decirlo en las palabras del modesto y sensible
Fray Manuel de Navarrete:
una luz resplandeciente que hace
brillar la cara de los cielos.
Ya lo observaba un grande viajero, que ha sancionado con su nombre el orgullo de
la Nueva España; un hombre clásico y universal como los que criaba el
Renacimiento, y que resucitó en su siglo la antigua manera de adquirir la sabiduría
viajando, y el hábito de escribir únicamente sobre recuerdos y meditaciones de la
propia vida: en su Ensayo político, el barón de Humboldt notaba la extraña
reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central,
donde el aire se purifica.
En aquel paisaje, no desprovisto de cierta aristocrática esterilidad, por donde los
ojos yerran con discernimiento, la mente descifra cada línea y acaricia cada
ondulación; bajo aquel fulgurar del aire y en su general frescura y placidez,
pasearon aquellos hombres ignotos la amplia y meditabunda mirada espiritual.
Extáticos ante el nopal del águila y de la serpiente —compendio feliz de nuestro
campo— oyeron la voz del ave agorera que les prometía seguro asilo sobre
aquellos lagos hospitalarios. Más tarde, de aquel palafito había brotado una
ciudad, repoblada con las incursiones de los mitológicos caballeros que llegaban
de las Siete Cuevas — cuna de las siete familias derramadas por nuestro suelo—.
Más tarde, la ciudad se había dilatado en imperio, y el ruido de una civilización
ciclópea, como la de Babilonia y Egipto, se prolongaba, fatigado, hasta los
infaustos días de Moctezuma el doliente. Y fue entonces cuando, en envidiable
hora de asombro, traspuestos los volcanes nevados, los hombres de Cortés
(«polvo, sudor y hierro») se asomaron sobre aquel orbe de sonoridad y fulgores —
espacioso circo de montañas—.
A sus pies, en un espejismo de cristales, se extendía la pintoresca ciudad,
emanada toda ella del templo, por manera que sus calles radiantes prolongaban
las aristas de la pirámide. Hasta ellos, en algún oscuro rito sangriento, llegaba —
ululando— la queja de la chirimía y, multiplicado en el eco, el latido del salvaje
tambor.
Carlos Monsiváis
Carlos Monsiváis
(Ciudad de México, 1938 - 2010) Ensayista, cronista y narrador mexicano
considerado una de las inteligencias más lúcidas de la cultura de su país. Cursó
estudios en la Escuela Nacional de Economía y en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional. Dirigió suplementos culturales en los más
importantes diarios y revistas de México y durante mucho tiempo fue asiduo
colaborador de múltiples publicaciones periódicas. Con el tiempo llegaría a ser
cofundador y director de destacados diarios que ejercerían una gran influencia en
el desarrollo del periodismo mexicano. Debe destacarse, por otro lado, su labor
como investigador en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
Dotado desde muy joven de un vasto bagaje cultural, su humanismo polifacético
hizo de Monsiváis uno de los pensadores que mejor supo indagar en los aspectos
fundamentales de la sociedad, la política y la cultura mexicanas. Monsiváis cultivó
especialmente la crónica y el ensayo, con una temática y un interés estrechamente
relacionados con los problemas actuales y comprometidos con las luchas
populares de México y América Latina. Su aguda inteligencia se manifiesta a
través de una eficaz ironía y de su estilo crítico, festivo y desenfadado.
Sus crónicas periodísticas se recopilaron en numerosos volúmenes: Principios y
potestades (1969); Días de guardar (1971), sobre la matanza de estudiantes en la
plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, durante el mandato de Gustavo Díaz
Ordaz; Amor perdido (1976), libro centrado en algunas figuras míticas del cine, la
canción popular, el sindicalismo, la militancia de izquierda y la ideología burguesa;
Entrada libre (1987), donde recogió sus crónicas sobre la nueva sociedad
mexicana; Escenas de pudor y liviandad (1988), que disecciona con humor, acidez
y ternura el mundo del espectáculo; Los rituales del caos (1995), donde pinta una
panorama desolador, en medio de la debacle de la clase política y la crisis de la
democracia; y otras recopilaciones como Sabor a PRI, ¿De qué se ríe el
licenciado? y Rostros del cine mexicano.
Pero su género predilecto fue el ensayo, en el que trató variados temas
relacionados con la cultura mexicana. Destacan entre ellos Características de la
cultura nacional (1969); Historias para temblar: 19 de septiembre de 1985 (1988);
Aires de familia: cultura y sociedad en América Latina (2000) y Yo te bendigo, vida
(2002), sobre la vida y la obra de Amado Nervo. Editó además diversas antologías
literarias en las que su puso de relieve su reivindicación de la poesía y la canción
popular: La poesía mexicana del siglo XX (1966), La poesía mexicana II, 1914-
1979 (1979), La poesía mexicana III (1985), Lo fugitivo permanece. 20 cuentos
mexicanos (1990) o Amanecer en el valle del Sinú: antología poética (2006), a
partir de la obra del poeta Raúl Gómez Jattin.
Entre sus textos biográficos destaca el dedicado a la singular artista mexicana
Frida Kahlo (Frida Kahlo: una vida, una obra, 1992). Su única incursión en la
narrativa fue el Nuevo catecismo para indios remisos (1982). Recibió entre otros
reconocimientos el premio Villaurrutia (1996) y el Anagrama de Ensayo (2000),
que le fue concedido en España por su obra Aires de familia: cultura y sociedad en
América Latina. En 2006 recibió el premio Juan Rulfo y publicó Imágenes de la
tradición viva. Sus últimos títulos fueron Las alusiones perdidas (2007) y El 68, la
tradición de la resistencia (2008).

ENSAYOS:
• Principados y potestades (1969)
• Días de guardar (1970)
• «Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX» en Historia General de
México (1976)
• Amor perdido (1977)
• El crimen en el cine (1977)
• Cultura urbana y creación intelectual.
• El caso mexicano (1981)
• Cuando los banqueros se van (1982)  De qué se ríe el licenciado.
• Una crónica de los 40 (1984)

Ensayo en PDF
https://books.google.com.gi/books?id=FdzRMloT5N8C&printsec=copyright&hl=es#
v=onepage&q&f=false
Jorge Luis Borges.
Jorge Luis Borges Acevedo. (Buenos Aires, 24 de agosto de
1899 - Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986). Poeta, ensayista
y escritor argentino.
Estudia en Ginebra e Inglaterra. Vive en España desde 1919
hasta su regreso a Argentina en 1921. Colabora en revistas
literarias, francesas y españolas, donde publica ensayos y
manifiestos.
De regreso a Argentina, participa con Macedonio Fernández
en la fundación de las revistas Prisma y Prosa y firma el
primer manifiesto ultraísta. En 1923 publica su primer libro de
poemas, Fervor de Buenos Aires, y en 1935 Historia universal
de la infamia, compuesto por una serie de relatos breves (formato que utilizará en
publicaciones posteriores).
Durante los años treinta su fama crece en Argentina y publica diversas obras en
colaboración con Bioy Casares, de entre las que cabe subrayar Antología de la
literatura fantástica. Durante estos años su actividad literaria se amplía con la
crítica literaria y la traducción de autores como Virginia Woolf, Henri Michaux o
William Faulkner.
Es bibliotecario en Buenos Aires de 1937 a 1945, conferenciante y profesor de
literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, presidente de la Sociedad
Argentina de Escritores, miembro de la Academia Argentina de las Letras y
director de la Biblioteca Nacional de Argentina desde 1955 hasta 1974. En 1961
comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor, otorgado por el Congreso
Internacional de Editores. Desde 1964 publica indistintamente en verso y en prosa.
Borges utiliza un singular estilo literario, basado en la interpretación de conceptos
como los de tiempo, espacio, destino o realidad. La simbología que utiliza remite a
los autores que más le influencian -William Shakespeare, Thomas De Quincey,
Rudyard Kipling o Joseph Conrad-, además de la Biblia, la Cábala judía, las
primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía.
Publica libros de poesía como El otro, el mismo, Elogio de la sombra, El oro de los
tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro y cultiva la prosa en títulos como El
informe de Brodie y El libro de arena. En estos años Borges también publica libros
en los que se mezclan prosa y verso, libros que aúnan el teatro, la poesía y los
cuentos; ejemplos de esta fusión son títulos como La cifra y Los conjurados.
La importancia de su obra se ve reconocida con el Premio Miguel de Cervantes en
1979.

ENSAYOS DE BORGUES

Ensayo: Acerca de mis cuentos.

Borges entabla en su peculiar una especie de dialogo con el lector. Introduce el te


Acaban de informarme que voy a hablar sobre mis cuentos. Ustedes quizás los
conozcan mejor que yo, ya que yo los he escrito una vez y he tratado de
olvidarlos, para no desanimarme he pasado a otros; en cambio tal vez alguno de
ustedes haya leído algún cuento mío, digamos, un par de veces, cosa que no me
ha ocurrido a mí. Pero creo que podemos hablar sobre mis cuentos, si les parece
que merecen atención. Voy a tratar de recordar alguno y luego me gustaría
conversar con ustedes que, posiblemente, o sin posiblemente, sin adverbio,
pueden enseñarme muchas cosas, ya que yo no creo, contrariamente a la teoría
de Edgar Allan Poe, que el arte, la operación de escribir, sea una operación
intelectual. Yo creo que es mejor que el escritor intervenga lo menos posible en su
obra. Esto puede parecer asombroso; sin embargo, no lo es, en todo caso se trata
curiosamente de la doctrina clásica.
Ensayo: Historia de la eternidad
Si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikings, de Judas Iscariote y de mi lector
secretamente son el mismo destino —el único destino posible—, la historia
universal es la de un solo hombre. En rigor, Marco Aurelio no nos impone esta
simplificación enigmática. (Yo imaginé hace tiempo un cuento fantástico, a la
manera de León Bloy: un teólogo consagra toda su vida a confutar a un
heresiarca; lo vence en intrincadas polémicas, lo denuncia, lo hace quemar; en el
Cielo descubre que para Dios el heresiarca y él forman una sola persona.) Marco
Aurelio afirma la analogía, no la identidad, de los muchos destinos individuales.
Afirma que cualquier lapso — un siglo, un año, una sola noche, tal vez el inasible
presente— contiene íntegramente la historia.
Ensayo: El tamaño de mi esperanza.
Dos presencias de Dios, dos realidades de tan segura eficacia reverencial que la
sola enunciación de sus nombres basta para ensanchar cualquier verso y nos
levanta el corazón con júbilo entrañable y arisco, son el arrabal y la pampa. Ambos
ya tienen su leyenda y quisiera escribirlos con dos mayúsculas para señalar mejor
su carácter de cosas arquetípicas, de cosas no sujetas a las contingencias del
tiempo. Sin embargo, acaso les quede grande aquello de Dios y me convenga más
definirlas con la palabra tótem, en su acepción generalizada de cosas que son
consustanciales de una raza o de un individuo. (Tótem es palabra algorquina: los
investigadores ingleses la difundieron y figura en obras de Spengler y de F.
Graebner que hizo traducir Ortega y Gasset en su alemanización del pensar
hispánico).
Pampa. ¿Quién dio con la palabra pampa, con esa palabra infinita que es como un
sonido y su eco? Sé nomás que es de origen quechua, que su equivalencia
primitiva es la de la llanura y que parece silabeada por el pampero. El coronel
Hilario Ascasubi, en sus anotaciones a Los mellizos de la flor, escribe que lo que el
gauchaje entiende por pampa es el territorio desierto que está del otro lado de las
fronteras y que las tribus de indios recorren. Ya entonces, la palabra pampa era
palabra de lejanía.
Inquisiciones (1925)
El tamaño de mi esperanza (1926)
El idioma de los argentinos (1928)
Evaristo Carriego (1930)
Discusión (1932)
Historia de la eternidad (1936)
Aspectos de la poesía gauchesca (1950)
Otras inquisiciones (1952)
El congreso (1971)
Libro de sueños (1976

https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/19593-copias
https://www.caracteristicas.co/jorge-luis-borges/
Octavio Paz
(Ciudad de México, 1914 - id., 1998) Escritor mexicano. Junto con Pablo Neruda y
César Vallejo, Octavio Paz conforma la tríada de grandes poetas que, tras el
declive del modernismo, lideraron la renovación de la lírica hispanoamericana del
siglo XX. El premio Nobel de Literatura de 1990, el primero concedido a un autor
mexicano, supuso asimismo el reconocimiento de su inmensa e influyente talla
intelectual, que quedó reflejada en una brillante producción ensayística.
Nieto del también escritor Ireneo Paz, los intereses literarios de Octavio Paz se
manifestaron de manera muy precoz, y publicó sus primeros trabajos en diversas
revistas literarias. Estudió en las facultades de Leyes y de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional. Sus preocupaciones sociales también se dejaron sentir
prontamente, y en 1937 realizó un viaje a Yucatán con la intención de crear una
escuela para hijos de trabajadores. En junio de ese mismo año contrajo
matrimonio con la escritora Elena Garro (que le daría una hija y de la que se
separaría años después) y abandonó sus estudios académicos para realizar, junto
a su esposa, un viaje a Europa que sería fundamental en toda su trayectoria vital e
intelectual.
En París tomó contacto, entre otros, con César Vallejo y Pablo Neruda, y fue
invitado al Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia. Hasta finales de
septiembre de 1937 permaneció en España, donde conoció personalmente a
Vicente Huidobro, Nicolás Guillén, Antonio Machado y a destacados poetas de la
generación del 27, como Rafael Alberti, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Emilio
Prados y Manuel Altolaguirre. Además de visitar el frente, durante la Guerra Civil
española (1936-1939) escribió numerosos artículos en apoyo de la causa
republicana.
Tras volver de nuevo a París y visitar Nueva York, en 1938 regresó a México y allí
colaboró intensamente con los refugiados republicanos españoles, especialmente
con los poetas del grupo Hora de España. Mientras, trabajaba en un banco y
escribía diariamente una columna de política internacional en El Popular, periódico
sindical que abandonó por discrepancias ideológicas. En 1942 fundó las revistas
Tierra Nueva y El Hijo Pródigo.
Desde finales de 1943 (año en que recibió una beca Guggenheim para visitar los
Estados Unidos) hasta 1953, Octavio Paz residió fuera de su país natal: primero
en diversas ciudades norteamericanas y, concluida la Segunda Guerra Mundial, en
París, después de ingresar en el Servicio Exterior mexicano. En la capital francesa
comenzó su alejamiento del marxismo y el existencialismo para acercarse a un
socialismo utópico y sobre todo al surrealismo, entendido como actitud vital y en
cuyos círculos se introdujo gracias a Benjamin Péret y principalmente a su gran
amigo André Breton.
De nuevo en México, fundó en 1955 el grupo poético y teatral Poesía en Voz Alta,
y posteriormente inició sus colaboraciones en la Revista Mexicana de Literatura y
en El Corno Emplumado. En las publicaciones de esta época defendió las
posiciones experimentales del arte contemporáneo. En la década de los 60 volvió
al Servicio Exterior, siendo destinado como funcionario de la embajada mexicana
en París (1960-1961) y más tarde en la de la India (1962-1968); en este último
país conoció a Marie-José Tramini, con la que se casó en 1964. En 1966 editó con
José Emilio Pacheco y Homero Aridjis la antología Poesía en movimiento. Cerró
su actividad diplomática en 1968, cuando renunció como protesta contra la política
represiva del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz frente el movimiento democrático
estudiantil, que culminó con la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de
Tlatelolco.
Ejerció desde entonces la docencia en universidades americanas y europeas, a la
vez que proseguía su infatigable labor cultural impartiendo conferencias y
fundando nuevas revistas, como Plural (1971-1976) o Vuelta (1976). En 1990 se le
concedió el Nobel de Literatura, coronación a una ejemplar trayectoria ya
previamente reconocida con el máximo galardón de las letras hispanoamericanas,
el Premio Cervantes (1981), y que se vería de nuevo premiada con el Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades (1993).

Obra ensayística
Poeta, narrador, ensayista, traductor, editor y gran impulsor de las letras
mexicanas, Paz se mantuvo siempre en el centro de la discusión artística, política y
social del país. Tanto la curiosidad insaciable como la variedad de sus intereses y
su aguda inteligencia analítica se hicieron patentes en sus numerosos ensayos,
que cubrieron una amplia gama de temas, desde el arte y la literatura hasta la
sociología y la lingüística, pasando por la historia y la política. La enjundia, la
profundidad y la sutileza caracterizan estos textos.
De tema literario son El arco y la lira (1959), profunda reflexión sobre la creación
poética, y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), completo
estudio sobre la obra y la compleja personalidad de Juana Inés de la Cruz, poetisa
mexicana del siglo XVII. La identidad mexicana es en cambio el tema de El
laberinto de la soledad (1950) y Posdata (1970). De sus últimos ensayos cabe
destacar La llama doble (1993). La obra recorre la literatura universal en busca de
la génesis de la idea poética del amor, el amor cortés provenzal, del que halla
precedentes en las milenarias religiones indias y chinas y en el helenismo (con su
fusión de Oriente y Occidente). Después de los poetas provenzales, el cristianismo
desarboló el amor cortés; la pasión carnal, consumación del amor, fue relegada en
favor de la divinización del objeto amado (Dante, Petrarca y el neoplatonismo).
Según el autor, hubo que esperar a la Revolución Francesa para que el amor
recobrase su humanidad en manos de poetas y prosistas. Pero en el mundo
moderno, la revolución sexual de 1968 condujo al fin del alma a manos del
materialismo científico; dicho de otro modo, el amor ha sido víctima de la crisis de
la idea de persona: un pesimismo extremo cierra esta obra.

ENSAYOS
Cuadrivio (1965)
Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967)
Conjunciones y disyunciones (1969)
Los hijos del limo (1974)
El ogro filantrópico (1979) Hombres
de su siglo (1984)
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/paz_octavio.htm
https://www.gob.mx/cultura/prensa/octavio-paz-poeta-y-ensayista-
detrascendencia-universal
Sinopsis de LOS HIJOS DEL LIMO
Es una visión crítica de la poesía moderna en esas y otras lenguas, a partir de los
románticos, desde una perspectiva muy amplia; la modernidad histórica de los
siglos recientes y el contrase con lo no occidental.
PDF https://libroschorcha.files.wordpress.com/2017/12/los-hijos-del-limo-octavio-paz.pd

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