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[1] “La palabra es reciente pero lo que nombra es antiguo”,1 decía Bacon a
propósito del término ensayo. Tan antiguo que pueden reconocerse esbozos
ensayísticos en libros orientales y del Antiguo Testamento y en varios textos
griegos y latinos.2 Sin embargo, el ensayo aislado, con su propio nombre y no
mezclado ya entre meditaciones religiosas o filosóficas, narraciones
históricas o preceptivas literarias, aparecerá plenamente y con todos sus
matices y posibilidades en los Ensayos de Montaigne cuya primera versión es
de 1580.
[2] Entre tantos pasajes en que Montaigne reflexiona sobre la naturaleza de
sus propios escritos, uno me parece singularmente ilustrativo ya que define
no sólo el ánimo peculiar de que nace el ensayo sino también la mayor parte
de sus características.
Es el juicio –dice Montaigne– un instrumento necesario en el examen de toda
clase de asuntos; por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos Ensayos. Si
se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él,
sondeando el vado de muy lejos; luego, si lo encuentro demasiado profundo
para mis alcances, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir
más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A
veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en
qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y
discutido en que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan
trillado que no hay más recursos que seguir la pista que otros recorrieron. En
los primeros, el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que
mejor se le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más
convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son
igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno
contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar
todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada
cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para
penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con
toda la profundidad de que soy capaz, y la más de las veces me gusta
examinarlas por su aspecto más inusitado. Atreveríame a tratar a fondo
alguna materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia.
Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto,
desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mí que lo haga bien ni que me
concentre en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la
incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia.3
[3] Los rasgos peculiares del ensayo que explícitamente declara Montaigne
en este pasaje pueden reducirse a falta voluntaria de profundidad en el
examen de los asuntos: método caprichoso y divagante, y preferencia por los
aspectos inusitados de las cosas. Recordemos que Bacon, en sus Ensayos
publicados poco después de los de Montaigne (1597), definiría el género
naciente como dispersed meditations.4 Pero
1
“The world is late, but the thing is ancient”. Bacon, Essays, Dedication to Prince Henry,
1612.
2 Por ejemplo en Los Proverbios; La Sabiduría y El eclesiástico del Antiguo
Testamento; en las sentencias de Confucio y en las enseñanzas de Lao-Tsé; en varios
textos griegos y singularmente en los Memorabilia de Jenofonte, las Vidas paralelas de
Plutarco, los Diálogos de Platón, la Poética de Aristóteles y los Caracteres de Teofrasto;
y en pasajes del Arte poética de Horacio, las Instituciones oratorias de Quintiliano, las
cartas de Plinio el Joven, Los oficios de Cicerón los Soliloquios de Marco Aurelio –acaso,
junio con los Tratados morales de Séneca, los dos libros de la Antigüedad que más
cabalmente merecen considerarse ensayos–, las Confesiones de San Agustín y la
Consolación de la filosofía de Boecio.
3 Montaigne, Ensayos, lib. I, cap. I, “De
Demócrito y Heráclito”. Sigo la traducción de Constantino Román y Salamero (Garnier,
París, 1912), aunque retocada y ajustada al texto original.
4 Bacon, ibídem.