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Ángel Isac
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Antología de textos
Tener el mar junto a la región habitada es algo agradable día a día, pero en resumidas cuentas
es una vecindad amarga y salada. Pues así el estado se llenaría de tráfico y de asuntos
comerciales (…)
Antes que nada, es necesario establecer el número total de ciudadanos, y después determinar
su distribución en clases, y cuantas y cuán numerosas deben ser. Finalmente se distribuirán la
tierra y las viviendas con la mayor equidad posible. La masa total de ciudadanos no se puede
delimitar adecuadamente si no es en relación a las condiciones geográficas y política de la
zona circundante. (…)
Fijamos en 5040 el número de ciudadanos que tendrán asignadas otras tantas partes de
terreno para cultivarlas y defenderlas. Veremos que es un número bien elegido. Dividimos la
tierra y las casas en el mismo número de partes de modo que a cada uno le toque la suya. (…)
Tratándose de una nueva colonia, anteriormente deshabitada, antes que nada es necesario
disponer la parte, por así decir, arquitectónicamente en general, es decir, como se construirán y
se colocarán los templos y las murallas de la capital … es necesario situar todos los templos en
torno a la plaza del mercado y el resto de las viviendas privadas en núcleos concéntricos sobre
las colinas por razones higiénicas y de seguridad. Junto a los templos, la sede de las
magistraturas y de los tribunales, los lugares en los que se administra justicia a los ciudadanos
han de considerarse como sagrados … sobre todo los tribunales en los que se juzgan los
homicidios y otros delitos que se castigan con la muerte… En cuanto a las murallas… soy de la
opinión de los de Esparta, dejarlas yacer en tierra y no levantarlas nunca… las murallas no
deben de ser de tierra sino de hombres armados con petos de hierros y bronce. (…)
Sin embargo, si realmente son necesarias las murallas, se comienzan a construir con esta
función las casas de los particulares, de modo que la propia ciudad sea una fortaleza, y que las
casas estén situadas en las calles de forma regular, hechas de la misma manera, adaptadas
para la defensa; no es desagradable ver una ciudad que tiene el aspecto de una sola casa, y es
también un sistema excelente para la seguridad, tanto de los individuos como del estado, en
base a la facilidad con la que se presta a la vigilancia.
Es necesario dividir el territorio en dos partes, de las cuales una debería ser común y la otra
perteneciente a los particulares, y cada una de estas partes se debería dividir en otras dos: una
parte del territorio común se debería adoptar para el culto a los dioses, la otra para el comercio
de los mercaderes; el territorio de los particulares se debería elegir de forma que una parte
comprendiera las partes exteriores y otra la urbana (…) la conveniencia que la ciudad esté en
contacto con el continente y con el mar; además, y en la medida de lo posible, debe tener
facilidad de comunicaciones con todas las partes del territorio. También sería deseable que la
ciudad tuviera una posición alta y escarpada, teniendo en cuenta cuatro fines esenciales; el
primero de ellos, pues es de primera necesidad, las buenas condiciones higiénicas (…).
Además, las condiciones topográficas de la ciudad deben estar adaptadas a la administración
civil y a razones estratégicas. …Las salidas desde adentro deben ser fáciles, y en cambio sea
difícil la entrada desde fuera y, por tanto, la conquista de la ciudad; debe haber gran
abundancia de fuentes…
…los edificios consagrados a los dioses y los destinados a los banquetes comunes de los
magistrados conviene que tengan un lugar adecuado y siempre el mismo, fuera de cualquier
templo o lugar de oráculos, para los que la ley establece sedes precisas. (…) Conviene también
que en este lugar se construya una plaza de mercado (…) El sitio sería más atrayente si allí
tuviera lugar los ejercicios gimnásticos de los hombres maduros. Pues la presencia de los
magistrados infunde el verdadero pudor y la turbación respetuosa digna de los hombres libres.
Pero la verdadera plaza del mercado debe ser diferente de esta, y apartada de ella, con una
situación favorable para la entrada de todos los productos, tanto del mar como del interior. (…)
[Recogido en Fuentes y Documentos para la Historia del Arte, vol. IV, pp. 63-68]
3.1. Atened, atened, digo, venerables hermanos, a las razones y considerad los motivos
que nos han inducido a dedicarnos con tanto empeño a la tarea de construir y de
edificar, pues deseamos que también Vuestras Veneraciones sepan y comprendan cuáles
han sido los dos motivos principales que nos han impelido a ello. [En primer lugar], la
máxima y soberana autoridad de la Iglesia Romana sólo puede ser entendida por
aquellos que conozcan sus orígenes y sus desarrollos mediante el estudio de las letras.
Pero la masa de la población es ignorante en cuestiones literarias y carente de cultura, y
aunque muy a menudo oiga proclamar a los doctos y a los eruditos que la autoridad de
la Iglesia es enorme, y dé crédito a esa afirmación suya reputándola verdadera e
indiscutible, necesita no obstante ser impresionada por espectáculos grandiosos.
3.3. [En segundo lugar], como testimonio de la devoción de los pueblos cristianos hacia
la Iglesia Romana y la Sede Apostólica, y como defensa segura para os mismos
habitantes y amenaza para los enemigos, son necesarias las fortificaciones de los
pueblos y de las ciudades, que refuerzan su eficacia con la construcción de grandes
obras de defensa, ideadas para resistir a los enemigos exteriores y a los interiores ávidos
de novedades, siempre movidos por la voluntad de destrucción y rebelándose con grave
daño para el gobierno eclesiástico. Por estos motivos nosotros en Gualdo – para
empezar por lo menos importante-, en Frabriano y en Asís, como en las antiguas
ciudades de Civita Castellana, de Narni, de Orvieto, de Spoleto y de Viterbo, y en
muchas otras localidades de nuestra Iglesia, hemos construido innumerable edificios,
con la doble finalidad manifestada: que inspiren devoción y sirvan de defensa. Y
movidos más amplia e intensamente aún por idénticos objetivos, hemos concluido aquí
en Roma muchas y extraordinarias obras; y todavía tenemos iniciadas otras, no sin
razón, de munificencia aún muy superior.
3.4. En efecto, desde que esta ciudad feraz es tenida por más importante e insigne que
cualquier otra, y es celebrada y venerada con la mayor devoción por todos los pueblos
cristianos, desde entonces hemos considerado que debía ser más adornada y fortificada
que las demás, sobre todo sabiendo que ella ha sido designada por Dios Omnipotente
como sede perpetua de los Sumos Pontífices y como eterno habitáculo de la pontificia
santidad. Es por ello por lo que hemos decidido reparar las murallas de la Urbe,
demolidas y desmoronadas en muchos puntos, dotándolas de muchas torres en su
perímetro y construyendo otras reforzadas con muchos baluartes. Y además hemos
restaurado totalmente cuarenta basílicas de las Santas Estaciones, construidas en su
tiempo por nuestro predecesor Gregorio Magno. Y, finalmente, hemos iniciado las
tareas de construcción y reforma de este palacio, donde estamos ahora, para una digna
morada de los Sumos Pontífices, y del sacrosanto templo de Pedro, Príncipe de los
Apóstoles, contiguo a nuestro domicilio, así como del nuevo gran barrio adyacente, para
asegurar una vivienda digna y firme tanto a la cabeza como a los miembros y a toda la
Curia.
3.5. Esas obras, comenzadas desde hace tiempo, como sabéis, con toda seguridad las
habríamos llevado a término con la gracia de Dios Omnipotente y de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo, en cuya autoridad y poder confiábamos, y con la ayuda de
limosnas recolectadas al actuad con tan buenos fines, su una inesperada muerte o se nos
hubiera adelantado por la espalda. Y en verdad que, si se hubieran concluido, como era
nuestro deseo, o si fueran llevadas a cabo en el futuro, como establecíamos, se
desprendería una veneración mayor por parte de todos los pueblos cristianos hacia
nuestros sucesores, los cuales podrían residir en la Urbe con toda tranquilidad y
seguridad, pudiendo evitar más fácilmente las impías y acostumbradas persecuciones de
parte de los adversarios exteriores y de los enemigos interiores. Ha sido por estos
motivos, pues, y no por ambición, pompa, vana gloria, avidez de fama, ni para asegurar
una más perdurable notoriedad a nuestro nombre, que a nosotros nos embargó la idea y
el deseo de tales y tan grandes edificios: para garantizar una mayor autoridad a la Iglesia
Romana, y para que la Sede Apostólica pudiera gozar de más dilatado prestigio entre
todos los pueblos cristianos, y para evitar con más seguridad las consabidas
persecuciones […].
3.6. Tenemos razones para pensar y creer que los Romanos Pontífices nunca habrían
tenido que soportar las persecuciones antiguas y recientes si se hubieran protegido con
nuevas e inexpugnables fortificaciones, particularmente en el interior de la Urbe; porque
nunca los adversarios exteriores ni los enemigos interiores, por más deseosos de
novedades que estuvieran, habrían sido temerarios e insensatos hasta el punto de
emprender, con riesgo de su propia vida, empresas que con toda evidencia nunca
habrían podido surtir los efectos deseados e intentados. Además, si tal cosa les hubiera
empujado una audacia temeraria, o les hubiera arrastrado una ciega avidez, ciertamente
sus esfuerzos habrían desembocado en la nada. Y protegidos de esta manera, tranquilos
y seguros, los Pontífices habrían residido siempre con una prolongada paz en la Sede
Apostólica, con la máxima autoridad, con la más alta potestad, y también con inmensa
dignidad.
3.7. Por ello, para que, separándonos por un instante del propósito principal acerca de
esa explicación sobre nuestras construcciones, deduzcamos una fructífera y firme
lección, exhortamos en el Señor a Vuestras Veneraciones a que queráis proseguir y
terminar completamente estas obras iniciadas por nosotros a fin de que nuestros
sucesores, libres de cualquier peligro de agresión exterior o de persecución interior,
puedan apacentar más diligente y tranquilamente con saludable alimento a la grey del
Señor, a ellos confiada por Dios Omnipotente, como verdaderos pastores de almas, y
nutriéndola así puedan y sepan conducirla por el camino de la salvación eterna.
Carta al Lord Alcalde de Londres, del secretario del rey Will Morice
Milord. Su Majestad, habiendo sido informado de que algunas personas
de la ciudad de Londres están ya dispuestas a reconstruir edificios sobre
sus viejos cimientos, me ha ordenado significar a Su Señoría el deseo de
que impidáis y estrictamente prohibáis a quienesquiera que tengan esa
intención, construir vivienda alguna hasta nueva orden, teniendo Su
Majestad ciertos modelos y diseños para la reconstrucción de la City
con mayor decoro y conveniencia que con anterioridad. Y si a pesar de
esta advertencia, y por deseo de Su Majestad, aquellos quisieran
proceder a la construcción sin permiso alguno, Su Señoría les asegurará
(como infaliblemente sucederá) que cuanto sea edificado de tal modo,
será derribado y echado a tierra. El más humilde siervo de Su Señoría,
Will Morice.
LAUGIER, Marc-Antoine
Ensayo sobre la arquitectura (1753/1755)
[ed. en castellano: Madrid, Akal, 1999; BF: ......]
CAPÍTULO QUINTO
París tiene, pues, mucha necesidad de ser embellecida, y es muy susceptible de ello.
Para colaborar con mi mejor voluntad en el posible propósito de darle con el tiempo
toda la belleza que no tiene, voy a detallar aquí los principios bajo los que hay que
actuar y las reglas que igualmente se deben seguir.
Artículo I
De las entradas de las ciudades
No basta con que la avenida sea ancha, y, en lo posible, sin recodos ni vueltas,
también la puerta y la calle interior que se corresponda con ella tienen que tener las
mismas ventajas. Incluso sería deseable que a la entrada de una gran ciudad se
encontrara una gran plaza atravesada por varias calles. La entrada a Roma por la puerta
del Popolo es de este tipo, pero nosotros no tenemos nada parecido en París. Sería fácil
disponer así la entrada del faubourg de St. Antoine, pero eso seria hacer las cosas al
revés. Más valdría, trazando un nuevo plano general, arreglar según esta idea las dos
entradas principales de París, la de la puerta de S. Martin y la de la puerta de St.
Jacques, trazando en el medio de éstas una calle que corriera de una a la otra y, a los
lados, calles radiales que atravesaran los principales barrios y que desembocasen en
algún edificio notable.
Cuanto mayor sea la muralla de una ciudad, más necesario será multiplicar sus
entradas. Esto generalmente se tiene en cuenta, pero no se atiende a distribuirlas a
distancias más o menos iguales, con lo que se obtendría un mayor orden y una mayor
comodidad. Ha sido la necesidad lo que ha dado lugar a esta multitud de barreras que
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son la entrada y la salida de Paris, pero ha sido el azar el que las ha dispuesto como lo
están, con una disparidad extraña de alejamiento y distancia, dando lugar a una muralla
tan irregular y tan informe. Habría que haber trazado un polígono más o menos regular,
más allá del cual no estuviera permitido extenderse; controlar que a nadie se le
ocurriese sobrepasar los límites prescritos. Y estando así formada la muralla, distribuir
las puertas y las entradas de la ciudad en cada lado o en cada ángulo del polígono.
La entrada de una gran ciudad debe estar decorada y tener aspecto de magnificencia
y de grandeza. Nada más mezquino y más pobre que estas barreras que constituyen hoy
las verdaderas puertas de París. Por cualquier lado que se llegue a esta capital, lo
primero que se ve son unas desagradables empalizadas levantadas tan bien que mal
sobre largueros de madera que corren sobre dos viejos goznes, flanqueadas por dos o
tres montones de porquería. A esto lo califican con el pomposo título de puertas de
París. No se ve nada tan miserable ni en los más pequeños burgos del reino. Los
extranjeros que pasan por las puertas caen de las nubes, cuando se les dice que están en
la capital de Francia. Hay que discutir con ellos para convencerlos, no pueden creer lo
que ven sus ojos, se imaginan que están en cualquier pueblo vecino. Todo esto prueba
cuán impropio es que las puertas de una ciudad como París estén provistas como lo
están de todo tipo de ornamento.
...
...
Consideremos una gran avenida muy ancha, en línea recta, y bordeada por dos o tres
hileras de árboles. Esta avenida desemboca en un arco de triunfo, tal como acabo de
describirlo, y desde allí se entra en una gran plaza semicircular, sernioval o
semipoligonal, atravesada por varias calles radiales que conducen unas al centro y otras
a los extremos de la ciudad, y todas ellas con un bello objeto al final. Si todo esto se
encuentra reunido, será la entrada de ciudad más bella que pueda imaginarse. Durante
mucho tiempo no podrá realizarse nada parecido en una ciudad como París; habría que
derribar demasiado y reedificar demasiado. Pero al menos puede hacerse el plano, e ir
ordenando sucesivamente su realización a medida que la vejez deteriore las casas. Lo
que nosotros empecemos lo acabarán nuestros nietos, y la posteridad, deudora nuestra
por haber ideado la sistematización, nos agradecerá las mil obras maestras cuya
realización recordará a los siglos más alejados la exactitud y la majestuosidad de
nuestras ideas.
Artículo II
De la disposición de las calles
más que una o dos calles de comunicación con los otros barrios, lo que provoca que
habitualmente éstas estén llenas de gente y sólo puedan evitarse dando un rodeo
bastante grande. Desde el Pontneuf hasta el extremo del jardin de las Tullerías la única
comunicación con el barrio de St. Honoré es una calle y dos pequeños portillos. A lo
largo de toda la calle de St. Antoine no hay más que dos pasos de coches para ir al río.
No hay bastantes puentes sobre el río y los dos extremos carecen totalmente de ellos.
La mayoría de las calles son tan estrechas que no puedan pasarse por ellas sin peligro,
son tan tortuosas, tan llenas de recodos y de ángulos, que duplican la distancia que hay
de un sitio a otro.
Una ciudad debe considerarse como si fuera un bosque. Las calles de aquélla son los
caminos de éste y deben trazarse del mismo modo. Lo que constituye la belleza
primordial de un parque es la multitud de caminos, su anchura y su alineación, pero
esto no basta; hace falta que un Le N6tre trace su plano, que lo haga con gusto y con
ideas, que haya en él, y a un tiempo, orden y fantasía, simetria y variedad, que aquí
veamos un nudo radial, allí una encrucijada, de este lado caminos en espiga, del otro
caminos en abanico, más lejos caminos paralelos, por todas partes cruces de dibujo y
figura diferentes. Cuanta más elección, abundancia, contraste, incluso desorden haya en
esta composición, más bellezas estimulantes y deliciosas tendrá el parque. No creamos
que el espíritu sólo se manifiesta en las cosas más notables. Todo lo que es susceptible
de ser bello, todo lo que exige invención y diseño es apropiado para ejercer la
imaginación, el fuego, el verbo del genio. Lo pintoresco puede encontrarse tanto en los
adornos de un parterre como en la composición de un cuadro.
Así pues, no es una nimiedad diseñar el plano de una ciudad para que la
magnificencia del total se subdivida en infinidad de bellos detalles todos diferentes;
para que no se encuentren casi nunca los mismos objetos; para que, recorriéndola de un
extremo al otro, encontremos en cada barrio algo nuevo, singular, sorprendente; para
que haya orden y, sin embargo, también una cierta confusión; para que todo esté alinea-
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do pero sin monotonía; y para que de una multitud de partes regulares se derive, en su
conjunto, una cierta idea de irregularidad y de caos que tan bien sienta a las grandes
ciudades. Para ello hace falta poseer eminentemente el arte de la combinación, y tener
un alma llena de fuego y de sensibilidad que conmueva vivamente a los más justos y a
los más dichosos.
Artículo III
De la decoración de los edificios
Cuando una ciudad está bien diseñada, lo principal y lo más difícil ya esté hecho.
Queda, sin embargo, determinar la decoración exterior de los edificios. Si se quiere que
una ciudad esté bien construida, no hay que abandonar nunca las fachadas de sus casas
al capricho de los particulares. Todo lo que dé a la calle debe estar ajustado y sujeto por
autoridad pública al diseño que se haya determinado para la calle entera. No sólo habrá
que fijar los lugares donde esté permitido construir, sino también el modo de hacerlo.
La altura de las casas debe ser proporcional a la anchura de las calles. Nada tiene
peor aspecto que el defecto de altura de los edificios en las ciudades en que las calles
son anchas. Por muy bellos que sean los edificios, al parecer bajos y aplastados, ya no
tendrán nada de noble, ni siquiera de agradable.
En cuanto a las fachadas de las casas, tiene que haber regularidad y mucha variedad.
Las calles largas en las que todas las casas parecen un solo y único edificio, debido al
método escrupulosamente simétrico que se ha observado en ellas, ofrecen un
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Seria un gran defecto si, incluso con variedad en el diseño, todo estuviera adornado
y enriquecido del mismo modo. Para que un cuadro sea bello necesita una graduación
de luz que, imperceptiblemente, lleve de lo más oscuro a lo más luminoso, y una suave
armonía en sus colores, la cual no es, en absoluto, incompatible con las oposiciones
atrevidas, sino que, por el contrario, resulta más excitante cuando entre los colores
afines se encuentran otros que turban la calma y que causan el efecto de la disonancia.
)Queremos decorar nuestras calles con un gusto exquisito?, no prodiguemos los
adornos, introduzcamos, junto a lo elegante y lo magnífico, mucha sencillez y algo de
desorden. Pasemos habitualmente de lo desordenado a lo sencillo, de lo sencillo a lo
elegante, de lo elegante a lo magnífico; vayamos a veces bruscamente de un extremo al
otro por medio de oposiciones cuya audacia atraiga la mirada y pueda producir grandes
efectos. Abandonemos la simetría de cuando en cuando para caer en lo extraño y lo
singular; mezclemos agradablemente lo suave con lo duro, lo delicado con lo
contrastado, lo noble con lo tosco, sin apartarnos jamás de lo auténtico y lo natural.
Creo que así puede proporcionarse a los distintos edificios de una ciudad la amable
variedad y la sorprendente armonía que son el encanto de la decoración.
La ciudad de Paris es lo bastante grande para que en sus edificios se empleen todos
los tipos de decoración imaginables. Sus puentes, sus muelles, sus palacios, sus iglesias,
sus grandes hoteles, sus hospitales, sus monasterios, sus edificios públicos permiten
interrumpir frecuentemente la forma de las casas corrientes por medio de otras formas
totalmente singulares. Si derribamos esas horribles casuchas que sobrecargan, estrechan
y desfiguran la mayoría de nuestros puentes, y las sustituimos por bellos y grandes
pórticos de columnas; si revestimos todos los bordes del río y los convertimos en
grandes y anchos muelles; si guarnecemos todos estos muelles con fachadas más o
menos adornadas por gradación y matices, según el buen entendimiento de un proyecto
de conjunto, tendremos, de un extremo al otro del Sena, un cuadro al que no se acercará
nada en el universo. Si, además, a los dos lados del río, recorriendo las calles
ingeniosamente trazadas y perfectamente alineadas, encontráramos sucesivamente
casas comunes, hoteles, palacios, fachadas de iglesia, plazas; si conservando la
regularidad de las fachadas particulares viéramos en ellas lo descuidado, lo sencillo, lo
elegante y lo magnifico artísticamente mezclado y juiciosamente combinado,
realzándose mutuamente por su contraste; si, por último, a intervalos a edificios de
composición y forma extraños y cuya decoración a el gusto de lo pintoresco, dudo que
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ENGELS, Friedrich
La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845)
La cuestión de la vivienda (1887)
[CHOAY, Françoise, El urbanismo. Utopías y realidades, Barcelona, Lumen, 1976.
BF: AR 711 CHO urb]
Una ciudad como Londres, en la que se puede andar durante horas sin llegar
siquiera al principio del fin, sin descubrir el menor indicio que señale la proximidad del
campo, es verdaderamente algo muy particular.
Esplendor
...
...
Miseria
Sólo más tarde se descubren los sacrificios que todo esto ha costado. Cuando se ha
callejeado durante algunos días por las vías principales, cuando nos hemos abierto paso
a duras penas a través de la muchedumbre, de las filas sin fin de coches y de carros,
cuando hemos visitado los «barrios malos» de esta metrópoli, entonces solamente
comenzamos a darnos cuenta de que los londinenses han tenido que sacrificar lo mejor
de su condición de hombres para realizar todos los milagros de la civilización que
inunda la ciudad, de que las fuerzas que dormitaban en ellos han permanecido inactivas
y han sido sofocadas con el fin de que sólo algunas se pudieran desarrollar más
ampliamente y multiplicarse al unirse con las de los demás. La confusión de las calles
tiene de por sí algo repugnante que subleva a la naturaleza humana. Esos cientos de
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miles de personas, de todos los estados y de todas las clases, que se apiñan y se
empujan ¿no son hombres que poseen las mismas cualidades y capacidades y el mismo
interés en la búsqueda de la verdad? Y, finalmente, ¿no deben buscar esa felicidad con
los mismos medios y procedimientos? Sin embargo, esas gentes se cruzan corriendo,
como si no tuviesen nada en común, nada que hacer juntos, y, no obstante, el único
pacto entre ellos es un acuerdo tácito según el cual cada uno va por la acera por su
derecha, con el objeto de que las dos corrientes de la multitud que se cruzan no se
obstaculicen mutuamente; y, aun así, no se le viene a nadie a la mente el dispensar a los
demás ni siquiera una mirada. Esta indiferencia brutal, este aislamiento insensible de
cada individuo en el seno de sus intereses particulares, son tanto más repugnantes e
hirientes cuanto mayor es el número de individuos confinados en un espacio tan
reducido. Aunque sepamos que ese aislamiento, ese torpe egoísmo constituyen en todas
partes el principio fundamental de nuestra sociedad, en ningún sitio se manifiestan con
una desvergüenza, con una seguridad tan totales como aquí, en la confusión de la gran
ciudad. La disgregación de la humanidad en mónadas, de las que cada una tiene un
principio de vida y un fin particular, esta atomización del mundo se lleva al límite
extremo.
Toda gran ciudad tiene uno o varios «barrios malos» en los que se concentra la clase
obrera. Es cierto que con frecuencia la pobreza reside en callejones escondidos, cerca
de los palacios de los ricos, pero, por lo general, se le ha asignado un terreno aparte, en
el que, oculta a la mirada de las clases más felices, tiene que desenvolverse sola, como
puede. Esos «barrios malos» se organizan en Inglaterra más o menos de la misma
manera: las peores casas están en la parte más fea de la ciudad; lo más frecuente es que
sean edificios de dos pisos o de uno, de ladrillo, alineados en largas filas, si es posible
con los sótanos habitados y casi siempre construidos irregularmente. Esas casitas, con
tres o cuatro habitaciones, se llaman cottages y constituyen comúnmente en toda
Inglaterra, con la excepción de algunos barrios de Londres, las viviendas de la clase
obrera. Las calles habitualmente no son llanas ni están adoquinadas sino sucias, llenas
de residuos vegetales y animales, sin alcantarillas ni canalizaciones y con abundantes
charcos estancados y malolientes. Además, la ventilación se hace difícil por la mala y,
confusa construcción de todo el barrio, y, como aquí viven, en un pequeño espacio,
muchas personas, es fácil imaginar qué aire se respira en estos barrios obreros.
Además, las calles sirven de secadero, durante el buen tiempo; sé tienden cuerdas de
una casa a la de enfrente y se cuelga en ellas la ropa húmeda.
St. Giles
En Londres, 50.000 personas se levantan todos los días sin saber dónde reclinarán la
cabeza llegada la noche. Los más felices de ellos son los que consiguen disponer por la
noche de uno o dos peniques y van a lo que se llama una «casa-dormitorio» (Lodging
house); se encuentran en gran número en todas las ciudades y en ellas se da asilo a la
gente a cambio de unas pocas monedas.
Liverpool
Los otros grandes puertos no son mucho mejores. Liverpool, a pesar de su tráfico,
su lujo y su riqueza, trata a sus trabajadores con la misma ferocidad. Más de una quinta
parte de la población, o sea, más de 45.000 personas, habitan en unos sótanos exiguos y
oscuros, húmedos y mal ventilados, que alcanzan el número de 7.862 en toda la ciudad.
A esta cifra hay que añadir todavía 2.270 patios (courts), es decir plazoletas cerradas
por los cuatro costados y cuyo único acceso y salida es un pasadizo estrecho, a menudo
abovedado que, por consiguiente, no permite la menor ventilación; esos patios están
casi siempre muy sucios y los habitan exclusivamente los proletarios. Volveremos a
hablar de los patios cuando lleguemos a Manchester. En Bristol, hemos tenido ocasión
de visitar 2.800 familias de obreros de las cuales el 46 % no tenía más que una
habitación.
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Manchester
Todo el conjunto que corrientemente llamamos Manchester cuenta por lo menos con
400.000 habitantes. La ciudad misma está construida de una manera tan particular que
se puede vivir en ella durante años, salir y entrar diariamente, sin ver apenas un barrio
obrero, sin tropezar siquiera con obreros, siempre y cuando se limite uno a dedicarse a
sus negocios o a pasearse. Esto es así porque los barrios obreros -por un acuerdo in-
consciente y tácito- o están separados con el mayor rigor de las partes de la ciudad que
se reservan a la clase media, o bien, cuando esto es imposible, quedan disimulados bajo
el manto de la caridad. Manchester alberga en su centro un barrio comercial bastante
extenso, de una media milla de largo por otro tanto de ancho, y se compone casi
exclusivamente de oficinas y de almacenes de depósito (warehouses). Casi todo el
barrio está deshabitado y, durante la noche, queda desierto y vacío; sólo las patrullas de
policía rondan con sus linternas sordas por las calles estrechas y oscuras.
Cruzan esta parte unas grandes arterias con un tráfico enorme; las plantas bajas de
sus edificios están ocupadas por lujosas tiendas; en esas calles se encuentran de vez en
cuando pisos habitados en donde reina hasta altas horas de la noche una considerable
animación. Con la excepción de este barrio comercial, toda la ciudad de Manchester
propiamente dicha, todo Salford y Hulme, una parte importante de Pendleton y de
ChorIton, las dos terceras partes de Ardwick y algunos barrios de Cheetham. Hifi y de
Broughton, no son más que un distrito obrero que rodea el barrio comercial como un
cinturón, cuya anchura media es de una milla y media. Más allá de este cinturón, viven
la burguesía media y la alta burguesía.
...
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El rincón más horrible -si quisiera hablar con detalle de todos los bloques de
inmuebles por separado, no terminaría nunca- está situado cerca de Manchester,
inmediatamente al sudoeste de Oxford Road y se llama «la pequeña Irlanda» (Little
Ireland). En un hueco de terreno bastante profundo, bordeado en semicirculo por el
Medlock, y por sus cuatro lados por unas altas fábricas. En altos ribazos cubiertos de
casas o de terraplenes, se distribuyen en dos grupos unos 200 cottages, cuya pared
posterior es a menudo medianera; unas 4.000 personas, casi todas irlandesas, viven en
ese lugar. Los cottages son viejos, sucios y muy pequeflos, las calles son desiguales,
con jorobas, sin adoquinar en algunas partes'y sin canalizaciones; hay por todos los
sitios, entre los charcos estancados, una cantidad considerable de inmundicias, residuos,
barro nauseabundo, la atmósfera apesta a causa de las emanaciones, y está
ensombrecida y pesada por los humos de una docena de chimeneas industriales; una
multitud de niños y de mujeres harapientos rondan por esos lugares; están tan sucios
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como los cerdos que se revuelcan en los montones de cenizas y en los charcos. En re-
sumen, todo este rincón ofrece un espectáculo tan repugnante como los peores patios de
las orillas del Irk. La población que vive en esos cottages ruinosos, detrás de esas
ventanas rotas, sobre las que han pegado papel aceitado, detrás de esas puertas
resquebrajadas con los montantes podridos, incluso en los sótanos húmedos y oscuros,
en medio de una suciedad y mal olor sin límites, dentro de una atmósfera que parece
intencionadamente cerrada, esa población debe situarse realmente en la escala más
baja de la humanidad; tal es la impresión y la conclusión que produce en el visitante el
aspecto de ese barrio visto desde el exterior. Pero, ¿.qué decir cuando se sabe que, en
cada una de esas casitas, que tienen todo lo más dos habitaciones y una buhardilla, a
veces un sótano, habitan veinte personas; que en todo el barrio no hay más que un
retrete -casi siempre inabordable, por supuesto- para unas 120 personas, y que a pesar
de todos los sermones de los médicos, a pesar de la emoción que se apoderó de la poli-
cía encargada de la higiene durante la epidemia de cólera, cuando descubrió el estado
de la pequeña Irlanda, hoy, en el año de gracia de 1844, todo sigue casi en el mismo
estado que en 183l?
...
...
Afrenta al hombre
Esos son los diferentes barrios obreros de Manchester, tal y como yo mismo he
tenido ocasión de observarlos durante veinte meses. Para resumir el resultado de
nuestros paseos a través de esas localidades, diremos que la casi totalidad de los
350.000 obreros de Manchester y de sus suburbios vive en unos cottages en mal estado,
húmedos y sucios; que las calles están en la mayoría de los casos en el más deplorable
estado y extremadamente sucias, que han sido construidas sin el menor cuidado por la
ventilación, con la preocupación única del mayor beneficio posible para el constructor;
en una palabra: que en las viviendas obreras de Manchester no hay limpieza, ni
comodidad y, por consiguiente, no hay vida de familia posible; que únicamente una
raza deshumanizada, degradada, rebajada a un nivel bestial, tanto desde el punto de
vista intelectual como desde el punto de vista moral, psíquicamente morbosa, puede
sentirse allí a gusto y como en su propia casa.
...
...
La ciudad y el campo
...
...
Cuando M. Sax 1 deja a un lado las grandes ciudades y discurre largamente sobre
las colonias obreras que deben erigirse al lado de las ciudades, y nos pinta todas sus
maravillas, sus «canalizaciones de agua, su iluminación a gas, su calefacción central de
aire y agua, sus cocinas-lavanderías, sus secaderos, sus cuartos de baños, etc.» con unos
«parvularios, escuelas, salas de oración y de lectura, bibliotecas... con cafés, bares,
salas de baile y de música ( ... )», vemos que todo esto no cambia absolutamente nada.
Esa colonia, tal y como nos la pinta, está directamente copiada de los socialistas Owen
y Fourier por M. Huber que ha aburguesado todo lo que tenía de socialista. Por ello
resulta completamente utópica. Ningún capitalista tiene interés en edificar semejantes
colonias, así que no existen en ninguna parte del mundo salvo en Guisa, en Francia; y
ésta ha sido construida por un fourierista, no como un negocio rentable sino como una
«experiencia socialista».
...
...
1 Emil Sax (1845-1927), fue un economista burgués austríaco, que publicó en Viena,
en 1869, Las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su reforma. Para
Engels, esta obra simboliza “la literatura burguesa sobre la salud pública y la cuestión
de la vivienda»; el segundo ensayo (o segunda parte) de La cuestión de la vivienda está
enteramente consagrado a su refutación.
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Historia del Urbanismo
Ángel Isac
Textos
Búsqueda y espera
FOURIER, Charles
Teoría de la Unidad Universal. El nuevo mundo industrial y societario (1822;
1829)
[FOURIER, Charles, La armonía pasional del nuevo mundo, Madrid, Taurus, 1973,
pp.156-170; BF:...]
El edificio en el que se aloja una Falange no guarda ninguna semejanza con nuestras
construcciones, ya sean urbanas o rurales; y para fundar una gran Armonía con 1.600
personas no podría utilizarse ninguno de nuestros edificios, ni siquiera un gran palacio
como Versailles o un gran monasterio como El Escorial. Si a modo de prueba sólo se
constituye una Armonía mínima de dos o trescientos societarios, o a lo sumo de
cuatrocientos, en ese caso se podrá adaptar, aunque no sin dificultades, un monasterio o
un palacio (Meudon).
Los aposentos, plantaciones y establos de una Sociedad que actúa mediante series de
grupos, serán completamente diferentes de nuestros pueblos o villas destinados a
familias que no tienen ninguna relación societaria y que trabajan contradictoriamente;
en lugar de este caos de casitas que en nuestras aldeas rivalizan en suciedad y fealdad,
una Falange se construye un edificio tan regular como lo permita el terreno; he aquí un
esquema de la distribución de un lugar susceptible de ulteriores desarrollos.
La primera Falange será un bosquejo, un boceto realizado a cargo del globo que
reembolsará doce veces el capital invertido. En cierto modo será una brújula para las
Falanges que se fundarán por todas partes a partir del siguiente año. Servirá para
determinar exactamente las proporciones de animales, vegetales y establos necesarios
para concordar con el desarrollo de las pasiones societarias y con los trastornos de la
Atracción que provocará la desigualdad de temperaturas, tan diferentes de Nápoles a
Londres.
Todos los talleres ruidosos, como la carpintería, la herrería y los de trabajos con
martillo, se instalarán en una de las alas, junto a todos los grupos industriales de niños,
tan ruidosos generalmente en la industria e incluso en la música. Mediante esta
concentración se evitará un fastidioso inconveniente de nuestras ciudades civilizadas,
en cuyas calles siempre hay algún obrero con un martillo, un hojalatero o cualquier
aprendiz de clarinete desgarrando los tímpanos de cincuenta familias del vecindario.
La otra ala debe comprender la posada para las caravanas, con sus salas de baile y
de recreo para los extranjeros, a fin de que no obstruyan el centro del palacio, ni
transtornen las relaciones domésticas de la Falange. Estas precauciones para aislar a los
extranjeros y concentrar sus reuniones en una de las alas serán muy importantes en la
Falange experimental, ya que los curiosos acudirán por millares y reportarán por sí
solos un beneficio no inferíor a los veinte millones, si es una Falange de séptimo
grado; y de cuatro millones por lo menos en una Falange de primer grado, ya
enormemente atractiva para los curiosos que verán en ella una novedad de inestimable
valor.
...
...
Además, cada Seristerio está compuesto de ordinario por tres salas principales: una
para los grupos del centro y dos para las alas de la serie.
Por otra parte, las tres salas del Seristerio deben disponer de gabinetes adyacentes
para los grupos y comités de la Serie.
...
...
Para que se creen todo tipo de relaciones, deben disponerse al lado de cada
Seristerio o estas salitas adyacentes que favorecen las pequeñas reuniones. En
consecuencia, un Seristerio o lugar de reunión de una Serie se distribuye en sistema
compuesto, en salas de relaciones colectivas y salas de relaciones cabalísticas,
subdivididas a su vez en pequeños grupos. Este régimen es marcadamente diferente del
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Ángel Isac
Textos
Tras el cuerpo central del Palacio, las fachadas laterales de las dos alas deberán
prolongarse para rodear y encerrar un gran patio de invierno, que al mismo tiempo, será
un jardín y un paseo plantado de vegetales resinosos y verdes en todas las estaciones
del año.
Para no dar al palacio una fachada demasiado amplia, ya que los desarrollos y
prolongaciones retardarían las relaciones, convendrá redoblar los cuerpos de edificios
en las alas y centro, y dejar en el espacio intermedio de los cuerpos paralelos y
contiguos un espacio libre de quince a veinte toesas por lo menos, que formará patios
alargados y atravesados por corredores sobre columnas al nivel del primer piso, con
cristales cerrados y calentados o ventilados según el uso de la Armonía.
Si estos patios alargados entre los dos cuerpos de aposentos paralelos tuvieran
menos de quince toesas no serían útiles para el cultivo y por consiguiente inadmisibles
en Armonía, pues en ella deben procurarse todo tipo de comodidades.
Los jardines deberán estar situados, todo cuando sea posible, tras del palacio, nunca
detrás de los establos, cuyos alrededores será mejor utilizar para el gran cultivo.
...
...
El Palacio debe estar atravesado de trecho en trecho, como la Galería del Louvre,
por arcadas para los carruajes, conservando o haciendo desaparecer el entresuelo.
Para economizar muros y terreno y acelerar las relaciones será conveniente que el
palacio gane altura hasta alcanzar no menos de tres pisos y la jacobina o aposento
frigio, además de la planta baja y entresuelo que albergan a los niños y ancianos de
edad avanzada.
Todos los niños, ricos o pobres, se alojan en el entresuelo, porque en la mayor parte
de relaciones y sobre todo en las de la mañana y de la noche (noche, de 9 a 11; mañana,
de 3 a 5 h.) deben estar separados de los adolescentes y en general de las edades que
practican el amor. Más adelante se sabrán los motivos; admitámoslos provisionalmente,
así como la necesidad de separar a los niños de las relaciones de la edad de amor,
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Ángel Isac
Textos
Las calles-galerías son un método de comunicación interno que bastaría por sí sólo
para desvalorizar los palacios y las bellas ciudades de la civilización. Quienquiera que
haya visto las calles-galerías de una Falange considerará el palacio más hermoso como
un lugar de exilio, una morada de idiotas que, en tres mil años de estudios de
arquitectura, todavía no han aprendido a albergarse sana y cómodamente; sólo han
sabido especular sobre el lujo simple, careciendo de la menor noción sobre el lujo
compuesto o colectivo.
Nuestra torpeza respecto a este tipo de cosas llega a tal extremo que los mismos
reyes no sólo no disponen de comunicaciones en galería cerrada, sino que
frecuentemente ni siquiera tienen un porche para subir a su carroza al abrigo de la
lluvia. El Rey de Francia es uno de los primeros monarcas de la civilización y
efectivamente no tiene ningún porche en su palacio de las Tullerías. El Rey, la Reina y
la familia real, cuando montan en la carroza o descienden de ella, se ven obligados a
mojarse, lo mismo que los pequeños burgueses que mandan venir un fiacre a la puerta
de su tienda. Sin duda, cuando llueva, habrá numerosos lacayos y cortesanos para
sostener un paraguas al Príncipe mientras desciende de la carroza, pero eso nunca es lo
mismo que estar resguardado bajo un porche y bajo un techo.
Pero un Rey se encuentra todavía más desamparado cuando quiere comunicarse con
los diversos cuerpos de su palacio: si quiere ir del castillo a las caballerizas y al
invernadero se verá obligado a mojarse y enfangarse. En civilización no se conocen ni
las calles-galerías ni las calles subterráneas, ni la veinteava parte de los placeres
materiales que en Armonía disfruta el hombre más pobre.
Esta comunicación cubierta es aún más necesaria en Armonía, pues en ella los
desplazamientos son muy frecuentes y las sesiones de los grupos sólo duran una o dos
horas, conforme a las leyes de la onceava y doceava pasiones (Mariposeante y
Compuesta). Si para dirigirse de una sala a otra o de un establo a un taller hubiera que
exponerse a plena intemperie, sucedería que los Armonianos, en una semana de pleno
invierno con tiempo brumoso, serían acribillados por los resfriados, pulmonías y
pleuresías, por muy robustos que fueran. En una situación que obliga a desplazamientos
muy frecuentes, se exige imperiosamente que las comunicaciones estén a cubierto y por
eso será muy difícil organizar en un gran monasterio la menor Armonía, el grado
mínimo, pese a estar compuesta exclusivamente por la clase popular, bastante curtida
contra las inclemencias del tiempo.
Los que hayan visto la galería del Louvre o Museo de París pueden considerarla
como modelo de una calle-galería de Armonía, que también estará entarimada y situada
en el primer piso, aunque presentará diferencias en cuanto a las iluminaciones y la
altura.
Las calles-galerías de una Falange no reciben luz por los dos lados; están adheridas
a cada uno de los cuerpos de viviendas; todos estos cuerpos disponen de una doble fila
de estancias, de las cuales una recibe la luz del campo y la otra de la calle-galería. Por
consiguiente la calle-galería debe tener la altura correspondiente a los tres pisos que
reciben su luz por uno de los lados.
Las puertas de entrada de todos los apartamentos del primero, segundo y tercer
pisos dan a la calle-galería, con escaleras distribuidas espaciadamente, para subir al
segundo y tercer piso.
Las grandes escaleras sólo conducen, según la costumbre, hasta el primer piso, pero
dos de dichas escaleras conducen hasta el cuarto piso, donde rayando al friso se
encuentra el campamento celular, del que hablaré más adelante.
Conviene que la anchura del cuerpo destinado a las viviendas sea de ocho toesas, sin
incluir la galería, con el fin de poder disponer en las dos filas de estancias, alcobas y
gabinetes que reportarán un gran ahorro de espacio, pues una alcoba de ocho pies de
profundidad y provista de un gabinete equivale a una segunda habitación. El espacio
mínimo de las viviendas destinadas a la clase pobre será, pues, una habitación con
alcoba y gabinete para cada uno.
Las ventanas de la galería podrán ser altas y arqueadas como las de las iglesias. No
es preciso que la galería tenga tres hileras de ventanas, como los tres pisos que reciben
luz de ella.
Parte de la planta baja contiene salas públicas y cocinas, cuya altura incluye el
entresuelo. Se disponen plataformas espaciadamente para transportar los aparadores a
las salas del primer piso. Este aparato será muy útil para los días de fiesta y para los
pasos de caravanas y legiones, ya que no cabrán en las salas públicas o Seristerios, y
comerán en una doble hilera de mesas en la calle-galería.
La galería puede estrecharse hasta tres toesas en las aletas del edificio poco
frecuentadas; pero no pueden reducirse a dos toesas, como los corredores de los mo-
nasterios, porque sirve de sala pública para las comidas del ejército industrial.
Esta facilidad para comunicarse con todos los puntos al abrigo de la intemperie
durante las heladas de invierno permite acudir al baile y a los espectáculos con ropa li-
gera, con zapatos de color y sin experimentar las molestias del fango ni del frío, es un
placer tan nuevo que, por sí solo, bastaría para que nuestros castillos y ciudades
resultaran detestables a quien hubiera pasado un día de invierno en un Falansterio. Si
este edificio estuviera destinado a los usos de civilización, la sola comodidad de las
comunicaciones cubiertas y templadas con estufas y ventiladores le daría un valor
imponderable.
Uno de los inconvenientes del cuadrado reside en que las reuniones ruidosas y
molestas, los obreros con martillo y los aprendices de clarinete se oirán en más de la
mitad del cuadrado, cualquiera que sea el lugar en que se les instale. Citaré otros veinte
casos en que la forma cuadrada creará el desorden en las relaciones. Bastaría ver el
plano de este edificio (Cooperative Magazine: J. 1826) para comprobar que quien lo ha
ideado no tiene la menor noción del mecanismo societario. Por lo demás, su cuadratura
puede ser idónea para reuniones monásticas, como las que éste organiza, cuya esencia
es la monotonía.
La razón principal que impedirá el uso provechoso de los edificios civilizados reside
en la imposibilidad prácticamente total de disponer en ellos SERISTERIOS o conjun-
tos de salas y estancias adaptadas para las relaciones de las Series apasionadas: los
establos existentes padecen el mismo defecto. No obstante podrán emplearse algunos
edificios actuales para una falange de escala reducida, pero de ningún modo para
falanges de la mayor escala, cuyo plano voy a exponer.
Las líneas dobles representan los cuerpos de edificios, los espacios blancos
corresponden a los patios y a los espacios vacíos.
Las líneas de puntos sinuosos y cuadrados representan el curso de un arroyo con dos
canales.
En línea recta de L a L hay una gran calle que discurriría entre el falansterio y los
establos, pero nos abstendremos por completo de hacer pasar las calles por el interior de
la falange experimental que, por el contrario, deberá protegerse de los importunos
mediante palizadas.
Estos puntos dobles entre dos cuerpos de edificios son corredores del primer piso
sostenidos por columnas.
Los edificios que rodean y cercan un gran patio A están destinados a las
ocupaciones pacíficas; en ellos puede emplazarse la iglesia, la bolsa, el areópago, la
ópera, la torre de control, el carrillón, el telégrafo y las palomas mensajeras.
Todas las ocupaciones ruidosas y molestas para los vecinos deberán destinarse a una
de las aletas.
De los dos patios a, aa, pertenecientes a las alas, uno está destinado por las cocinas,
y el otro para las caballerizas y los carruajes de lujo. No me refiero a las arcadas de
paso.
(Folleto de propaganda)
No puede desconocerse la importancia capital que revisten hoy dfa los problemas que
afectan a la ordenación de la vida civica y al desarrollo de las ciudades. Siendo la
ciudad, por así decirlo, el más alto exponente y el más intenso factor de la vida social,
todo lo que contribuye a adaptarla a su'fin civilizador debe considerarse como materia
principal de estudio y de aplicación para todo el que tenga conciencia de los deberes
colectivos. Particularmente el arquitecto, el higienista, el ingeniero, el econoinista, el
sociólogo, el educador y el artista, tienen aquí un campo inmenso donde desarrollar en
beneficio de los más altos ideales humanos los mil diversos y vastos cometidos que la
técnica en su colosal expansión pone actualmente en sus manos. La época de las
ciudades creciendo al azar de la pura iniciativa privada, sin otras miras que el inmediato
provecho individual, puede darse hoy día virtualmente por terminada. Así al menos lo
ha proclamado universalmente la ciencia, y así, aun más, lo hafi tenido que reconocer a
sus costas precisamente aquellas naciones que por haberse adelantado 'en el camino M
progreso han sido las primeras en tocar las consecuencias de su antiguo abandono. El
hacinamiento de las moradas, con sus desastrosos efectos inmediatos para la clase
proletaria, de la inmoralidad, el alcoholismo, la tuberculosis, alta morbilidad y
mortalidad, degeneración física, etc. ; la fealdad y vulgaridad del medio mbiente que ¿1
fatalmente a la larga viene a repercutir en los espíritus ; los odios de clase atizados por
el acerbo contraste entre el extremo lujo y la extrema miseria que se codean en nuestras
calles; el encarecimiento exorbitante de la vida y sobre todo M terreno en las grandes
capitales, efecto de la especulación desenfrenada de que es objeto,~ he aquí una
pequeña lista de los- resultados que ha producido el espíritu miope, mezquino y egoísta
con que hasta el presente se han considerado los transcendentales problemas que nacen
de la vida ciudadana. Y aunque nuestro relativo atraso en España nos ha preservado
hasta ahora de sufrir estos niales en los agudos términos de otros países, no por eso
dejan de presentarse amenazadores en nuestras capitales, donde el conflicto se agrava
con el bajo nivel de cultura individual y social de nuestro pueblo.
¡Qué empresa tan magna de reconstitución económica nacional, qué obra más fecunda
y a la vez qué tentadora y qué fácil de hacer, una Ciudad Lineal gigantesca de
centenares y centenares de kilómetros que, arrancando de Barcelona la industrial, la
innovadora, la enamorada con pasión del campo, corriera todo a lo largo del litoral
levantino, por entre bosques de naranjos, de limoneros, de palmeras, de granados y de
almendros; que pasara por Tarragona, que atravesara el Ebro en su desembocadura y se
aprovechara de las aguas de este río para regar grandes extensiones de terreno; que
colonizara las llanuras de Castellón de la Plana; que llegara a la rica, a la artística, a la
hermosísima Valencia y se extendiera por aquella fertilísima encantadora vega, siempre
cuajada de flores; que fuera a Alicante, la del clima ideal, donde la Ciudad Lineal seria
un inmenso sanatorio para turistas, para enfermos y convalecientes; que atravesara el
antiguo reino de Murcia, donde la laboriosidad de sus hijos, las excelencias del clima y
la. fertilidad de aquellas huertas podrían contribuir a hacer una gran Ciudad Lineal
agrícola; que se aproximara a Cartagena, que llegara a Almería, la que no há ' mucho
clamaba a los Poderes públicos en demanda de pan, de trabajo, de obras públicas que
suprimieran la miseria y evitaran la espantosa y desesperada emigración que sufre
aquella provincia (l); que recorriera fuego el litoral andaluz y llegara a Málaga la
encantadora, la sin rival, la chispeante de gracia y de belleza, la embriagadora por su
cielo espléndido y purísimo, por su sol fecundante y abrasador, donde podría hacerse
una ciudad invernal rival de Niza. Y continuando esa Ciudad Lineal costera se llegaría
a las puertas mismas de Gibraltar, a enseñar a los soberbios ingleses cómo se hacen
ciudades que tienen más de jardín que de urbe, aprovechándose de los encantos de la
Naturaleza, tan rica, tan hermosa, tan variada en nuestra España!
Le Corbusier
La ciudad del futuro (1924)
[ed. española de Ediciones Infinito, Buenos Aires, 1971, pág. 111; BP; BF: ......]