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Los derechos humanos y los derechos de la naturaleza

Por: Adriana Rodríguez

Sin duda la construcción de los derechos humanos es uno de los grandes acontecimientos de
la modernidad que ha sido indispensable para frenar los totalitarismos y poner en el centro
de la protección internacional al ser humano; Esto ha sido parte de un desarrollo histórico-
social desde la revolución francesa hasta la declaración universal de los derechos humanos
después de la II Guerra mundial. En los últimos 25 años hay que resaltar que existe una
preocupación internacional por el derecho ambiental, de hecho, existen cerca de 20 tratados
internacionales sobre el tema y la gran mayoría de los países de América Latina y el Caribe
son parte de este giro hacia la protección ambiental con la incorporación al Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y del Acuerdo de
París. En estos tratados, nuestros países se han comprometido a disminuir la emisión de gases
con efecto invernadero y frenar la contaminación. En el año 2008 el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU adoptó la resolución 7/2376 en el que estableció la urgencia de una
interdependencia entre el derecho ambiental y los derechos humanos «si bien los tratados
universales de derechos humanos no se refieren a un derecho específico a un medio seguro y
saludable, todos los órganos de los tratados de derechos humanos de las Naciones Unidas,
reconocen el vínculo intrínseco entre el medio ambiente y la realización de una serie de
derechos humanos, como el derecho a la vida, a la salud, a la alimentación, al agua y a la
vivienda». Sin duda estos esfuerzos del derecho internacional han sido positivos, pero creo
que siguen siendo insuficientes ante la crisis civilizatoria en la que evidentemente nos
encontramos con el calentamiento global, la contaminación y la extinción de especies nos
obliga a pensar de nuevo en formas más radicales y eficientes de protección, como lo son los
recientemente conocidos como los derechos naturaleza.

Los derechos de la naturaleza cuestionan el “antropocéntrismo”, que sigue presente en la


concepción clásica de los derechos humanos, y apuestan por otras formas de relacionamiento
en el que el ser humano deja de ser el eje central de la atención moral y coloca al “bios” “La
vida” como receptor de valor moral. Este desarrollo no es tan reciente, podemos decir que
tiene dos antecedentes, por un lado, el desarrollado en pensamiento crítico del norte con la
jurisprudencia de la tierra en los EEUU y en Canadá y otro que surgió en el contexto
geográfico y cultural de Latinoamérica con las Constitución de Ecuador a partir del
reconocimiento de ontologías indígenas como la Pacha mama. En esta ponencia trataré de
explicar los fundamentos de los derechos de la naturaleza y cómo estos pueden significar un
nuevo aporte a los fundamentos de los derechos humanos desde una perspectiva distinta a la
ambiental. También plantearé algunas dudas respecto a los peligros esencialistas que puede
acarrear cualquier pensamiento.

Cuando surgen los derechos de la naturaleza y los derechos de la pacha mama en la


Constitución de Ecuador, en los artículos 71 y 74, ciertamente irrumpió en el pensamiento
jurídico occidental porque el sujeto de derecho era solo el ser Humanos a partir de entonces
en nuestro ordenamiento la naturaleza también es sujeto de derechos. Las preguntas que se
hicieron a partir de entonces fueron ¿La Naturaleza tiene derechos? ¿El río, el oso o los
páramos tienen derechos? ¿Quién los representa? Vamos a tratar de responder a cada una de
estas preguntas teniendo en cuenta siempre al desarrollo del propio pensamiento jurídico
Latinoamericano que curiosamente no proveniente exclusivamente del derecho, sino de la
biología, la antropología y otras disciplinas de las ciencias sociales.

Podemos decir con esto que la Constitución ecuatoriana de 2008 constituyó un triunfo
epistemológico de los movimientos sociales ecologistas y del movimiento indígena en cuanto
al desarrollo de la parte declarativa de los derechos. Si uno analiza solo el preámbulo y el
artículo 1 de la Constitución, nos encontraremos con un discurso pluralista, intercultural y
descolonizador. Esto no es casual, obedece a las demandas históricas de estos movimientos
en general y del movimiento indígena en particular. Además, si analizamos en paralelo los
distintos proyectos políticos de la CONAIE, que desde la década del 90 planteaban la
plurinacionalidad e interculturalidad del Estado para fundar otra forma de convivencia social
en la que se encontraba la reivindicación por el manejo sostenible del ecosistema en el que
se encuentran en sus territorios. Cabe señalar que el reconocimiento de la plurinacionalidad
e interculturalidad en la Carta Magna abrió las puertas para el pluralismo jurídico
emancipador de alta intensidad, lo cual nos obliga a entender al derecho en sus múltiples
dimensiones. Es decir, no solo la justicia estatal sino las justicias indígenas en el país conocen
sobre los casos de protección a la naturaleza.

Una referencia teórica imprescindible para entender estos derechos es la desarrollada por el
autor sudafricano Cormac Cullinan en su obra Wild Law (2011), quien señala la necesidad
de la transformación de las prioridades de la humanidad y su relación con el mundo, para dar
origen a un nuevo derecho de la tierra y a una nueva gobernanza. Y esto es imprescindible
porque según el autor los datos que demuestra de la Evaluación de los Ecosistemas del
Milenio, para el año 2050 habremos incrementado unas 10 veces más la tasa de extinción de
todas las especies, en un sistema basado en la degradación, la acumulación y la basura, ya
que la quinta parte de la población más rica del mundo es responsable del 90% del consumo
total, mientras que el 1,2 billones de personas viven con menos de un dólar al día1. De tal
forma que la degradación del ecosistema está íntimamente relacionada con la pobreza y la
violencia social.

De esta forma, los derechos de la naturaleza tratan la complejidad civilizatoria desde otras
ontologías que no son necesariamente liberales, sino entienden el fenómeno ambital-social y
cultural del capitaloceno; es decir, demuestra que existe la huella geológica destructiva del
capitalismo. Estos derechos parten de un fundamento pluralista e intercultural a la que bien
podemos llamarla ius-socio-naturalista, porque por un lado abandona el formalismo jurídico
antropocéntrico, y critica la estructura cultural dominante que ha separado irremediablemente
la naturaleza con el ser humano, haciéndonos creer que no existe otra forma de
relacionamiento civilizatorio posible. Nuestra estructura del capitaloceno se funda en la base
de la desigualdad feroz, que compensa a las principales empresas transnacionales, que
emplean solo al 1% de la fuerza de trabajo mundial y condena a la gran mayoría de la
población. En cambio, desplaza de los territorios a los pueblos indígenas quienes representan
solo al 5% de la población mundial, pero protegen al 80% de biodiversidad del planeta.
Siendo ellos quienes protegen la mayor reserva ecológica del planeta parece lógico pensar
que son quiénes pueden y deben hablar principalmente por la tierra, porque además muchos

1
Cullinan Cormac El derecho Salvaje. Editorial Huaponi, Quito, 2019. P. 54-56
de estos pueblos se resisten a la dualidad moderna seres humanos vs naturaleza. Hace algunas
semanas la Universidad Andina Simón Bolívar junto a la prestigiosa organización de la
sociedad civil, Acción Ecológica, terminó un curso avanzado sobre peritaje comunitario para
la defensa de la naturaleza en el cual participaron varios dirigentes indígenas, quienes en sus
pericias manifestaban lo que significaba el dolor que sentían cuando la naturaleza era
agredida “Cuando el río se seca o se contamina las mujeres sienten el mismo dolor que el
trabajo de parto” “Sentíamos que cortar los árboles de la comunidad era como quitarnos el
aire que respiramos” “Cuando se afecta al páramo nosotros le cantamos para que siga
viviendo”. Esto que parece una metáfora no lo es, tenemos que dejar de entender esos
relacionamientos de esta forma, son ontologías distintas que promueven otros valores y
sentido de justicia. Recuerdo a otro estudiante indígena de Perú al que le pregunté ¿Por qué
para tu comuna la naturaleza tiene derechos? Y me respondió realmente sorprendido por la
pregunta ¿Por qué no tendría derechos si tiene vida? No quiero bajo ninguna circunstancia
romantizar formas de vida distinta a la occidental, lo cual sería muy contraproducente para
mi reflexión, sino visualizar que escuchar estos discursos son necesarios para entender la
ruptura epistemológica que significan los derechos de la naturaleza y también su potencial
emancipatorio

Entonces, uno de los grandes retos es la construcción de una justicia que apueste por el giro
epistemológico y profundice los estándares internacionales dados por otras cortes, como la
Corte Constitucional Colombiana con el Páramo de Pisba, el río Atrato, en Nueza Zelanda
con los acuerdos realizados con los Maorí o los casos de protección de los glaciares y
animales en la India. En Ecuador muy recientemente se está generando ya una jurisprudencia
para la defensa de los derechos de la naturaleza, pero esto todavía sigue en construcción. Hay
que retomar también los valiosísimos aportes hermenéuticos dados por la Corte
Interamericana en Derechos Humanos que ha vinculado el derecho internacional del medio
ambiente con los derechos de los pueblos indígenas, especialmente cuando analiza los
derechos de diversidad cultural. Así el caso Comunidad Indígena Yakye Axa Vs. Paraguay,
la Corte entendió que el derecho de propiedad protege no sólo el vínculo de las comunidades
indígenas con sus territorios, sino también “los recursos naturales ligados a su cultura que
ahí se encuentren, así como los elementos incorporales que se desprendan de ellos”. Explicó
después, respecto del caso Pueblo Saramaka Vs Surinam. El reciente caso de la asociación
LHAKA HONHAT vs Argentina dijo la corte que “se busca “preservar, proteger y garantizar
la relación especial” que los pueblos indígenas tienen con su territorio, la cual, a su vez,
garantiza su subsistencia” reconociendo así el especial vínculo entre naturaleza, territorio y
cultura. Si analizamos la evolución de los casos de protección medioambiental presentados
ante el Sistema IDH, nos daremos cuenta que en la mayoría han sido las comunidades,
comunas y pueblos quienes han iniciado las acciones, las dos peticiones realizadas sobre
protección medioambiental a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fueron
realizadas por los pueblos indígenas de la región del ártico, como el pueblo de Inuit (Alaska)
y la segunda, por los Athabaskan.

Entonces, frente al actual contexto debemos preguntarnos realistamente hacia dónde vamos
y cuál es nuestro lugar como académicos defensores de los derechos humanos. Fabián
Salvioli ha dicho que hay que tener cuidado con los ingenuos optimismos que apuestan por
el fin de las contradicciones capitalistas “gracias” al coronavirus o el pensamiento ecologista
ingenuo de que ahora por fin la naturaleza va a recuperarse. El capitalismo no es ingenio y
tal como lo dice Harvey y Smith, puede tranquilamente adaptarse a lo que llama un
“capitalismo del desastre” que busca oportunidades de acumulación en los desastres
ambientales.

Los derechos de la naturaleza rescatan estas relaciones “otras” para promover una
universalización de estos valores. Podemos decir que le da un giro al propio giro copernicano
kantiano en la que se consideraba que el mundo pasa por la mente humana, por sus reglas e
imperativo categórico. Hay que salir de este centro kantiano incluso por la propia
supervivencia humana. Hay que salir también de las ecologías destructivas que amenazan al
planeta. Neil Smith sostiene acertadamente que hasta la protección ambiental ha pasado ser
parte de la “estrategia de acumulación” del capital, como los autos híbridos y la tecnología
capitalista ambiental, sin embargo, estas estrategias ambientalistas siguen viendo a la
naturaleza como objeto y tarde o temprano terminará por destruirla, por tal motivo el enfoque
de los derechos de la naturaleza remueve las estructuras destructivas de esta relación.
También es cierto que hay que tener cuidado con los esencialismos que llevan a ciertos
grupos ecologistas a plantear incluso la necesidad de que la humanidad desaparezca para que
la Naturaleza siga existiendo, lo cual para quienes venimos de los derechos humanos suena
absurdo, apocalíptico e inhumano.

Probablemente estos derechos logren fundar esto que Joaquín Herrera Flores llamaba como
“Universalismo de llegada” al promover una convivencia más grande que la humana, en la
que se encuentren también los espíritus y los no humanos, así como una economía sencilla
de consumo y de reciprocidad para el planeta. Para llegar a esto hace falta un tipo de
Gobernanza distinta, que evolucione los principios clásicos del liberalismo, como la libertad,
igualdad y fraternidad, más allá de lo antropocéntrico por otros principios necesarios presente
en estas ontologías ecocéntricas “otras” donde la naturaleza está presente como “la armonía,
la reciprocidad y la complementariedad”. Este universalismo de llegada ya está llegando a
los Derechos Humanos y, probablemente, pronto tendrán que abrirse hacia los derechos de
la naturaleza.

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