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Ensayo final – Iván Aguilar

Crimen organizado violencia y producción del espacio en Bogotá

La influencia de las estructuras de crimen organizado en la producción de espacios rurales


en Colombia ha sido analizada con relativa frecuencia, la violencia homicida -y otros
mecanismos que hacen parte de su portafolio criminal- se asume como el medio y el
producto que caracteriza los lugares por el tipo de relaciones que se dan en distintas zonas
del campo colombiano. Es, entre otras, un asunto de cómo la forma en que la renta de la
tierra ha sido utilizada para financiar a los grupos ilegales que han dejado una huella
particular de violencia en los territorios (Gutiérrez, 2014; Machado, 2004). Sin embargo,
para el caso de las ciudades, donde también operan este tipo de estructuras, no parece ser
muy clara la forma en que la influencia del crimen organizado constituye un factor de
producción espacial, especialmente en las zonas periféricas de la ciudad en las que estas
estructuras condicionan las relaciones sociales violentas que allí tienen lugar.

El fin último de este ensayo es caracterizar la influencia de las estructuras de crimen


organizado en la producción del espacio en cuatro localidades de Bogotá, tomando como
eje de análisis la violencia homicida. Se argumenta que el crimen organizado produce el
espacio urbano a partir de su influencia en las relaciones de control territorial y de usos del
suelo utilizando y produciendo relaciones de violencia homicida, a la que acude no como
un mecanismo para favorecer sus intereses. Para ello se teoriza el crimen organizado como
una analogía en la formación del Estado desde el uso de la violencia; después se expone
cómo se ha dado esta relación en una serie de antecedentes nacionales e internacionales;
posteriormente, se presenta la forma en que el crimen organizado influye en Bogotá para,
finalmente concretar el análisis en el caso de tres localidades de la capital.

La elección de las tres localidades, como forma de ejemplificar lo propuesto a lo largo del
ensayo, se ha hecho de forma arbitraria, pero tomando en consideración la posibilidad de
contrastar su variación, pues dos de ellas (Ciudad Bolívar y Kennedy) presentan altos
índices de violencia homicida, mientras que la última (Barrios Unidos), es una de las que
tiene los indicadores más bajos. Aunque el análisis por localidad pueda resultar limitado,
pues estas no son homogéneas ni social, ni económicamente, se trata de especificar a partir
de análisis territorializados la relación entre presencia de crimen organizado, violencia
homicida y producción del espacio urbano con una serie de herramientas analíticas que
otros investigadores han formulado.
La información recolectada corresponde a las bases de datos oficiales de la ciudad y a
algunas otras investigaciones que, aunque pocas, parecen ser las únicas que hay sobre el
caso concreto de Bogotá. No obstante, el marco de análisis se complementa con una
cantidad suficiente de referencias que permiten contrastar lo que sucede en la capital
colombiana con otros casos ya analizados. En consecuencia, el alcance de este ensayo es,
ante todo, descriptivo, pero ello no supone la ausencia de reflexiones y análisis que
permitan profundizar en el problema estudiado. Al final se trata, entonces, de una
contribución crítica por medio de la cual se busca dejar en evidencia algunas de las
situaciones y de los factores que parecen condenar a muchos jóvenes pobres de Bogotá a
una violencia que le es particular a la historia de este país, una en la que las víctimas, como
se dice aunque suene a retórica, valen menos que las balas que las matan.

Crimen organizado como construcción de Estado

Asociado a diferentes actividades ilícitas, el crimen organizado se reconoce por hacer de


estas un ejercicio planificado basado en el funcionamiento de estructuras organizativas
complejas (Velásquez, 2010). Por tanto, contempla una estructura jerárquica que garantiza
la continuidad de la organización, supone una racionalidad para la maximización del lucro,
intenta cubrir demandas de bienes y servicios insatisfechas tanto legales como ilegales,
acude frecuentemente a la violencia como mecanismo de regulación y protección de sus
mercados, y cuenta con distintos dispositivos de protección basados en la corrupción para
hacer frente a los riesgos de control penal (Ávila, 2011). En otras palabras, funciona como
una empresa, pero con una vocación más marcada de violencia y de corrupción.

Desde una perspectiva mucho más teórica Charles Tilly (2006) ha relacionado el crimen
organizado con la construcción de estados. Al igual que el Estado, plantea Tilly, el crimen
organizado ofrece protección; también se parece en su estructura relativamente
centralizada; pero fundamentalmente, y para el interés de este ensayo, el crimen
organizado y la construcción del Estado se asemejan en el control que ejercen sobre formas
de violencia en los territorios y en lo que ello representa como dispositivo de autoridad. Tal
como sucede con los gobiernos y los Estados, trata de organizar y monopolizar la violencia,
intento que posteriormente se traduce en el control de los mercados. En esta analogía la
violencia adopta un papel protagónico. Según el sociólogo estadounidense, la violencia
aparece como un fin, que conduce a la aniquilación de los contendores, pero también como
un proceso, gracias al cual se puede ejercer el control en los territorios. Hace de las
comunidades sujetos partícipes de la violencia, especialmente cuando se agudizan los
conflictos con los contendores. El uso de la violencia siempre está sustentado en cálculos
de costo-beneficio directamente relacionado con la capacidad de control (soberanía) por
medio del cual decide cuánta, cuándo, cómo y para qué usarla.

Si para los estados la violencia supone protección -refugio frente a otros amenazantes o
frente a la amenaza del propio gobernador-, para el crimen organizado sirve como
mecanismo de extorsión, una forma de protección mucho más mercantilizada. Mientras
los gobiernos y los estados ofrecen (venden) protección frente a la violencia local o externa
lo propio hace el crimen organizado, pero en escalas locales:

“Volviendo la vista atrás [a la conformación del Estado], la pacificación, la cooptación o la


eliminación de rivales díscolos a la soberanía parece una empresa imponente, noble,
encomiable, destinada a traer paz a la gente. Sin embargo, estaba basada ineludiblemente
en una lógica de poder expansiva.” (Tilly, 2006, 9)

No obstante, el crimen organizado no opera en solitario, su permanencia y la persistencia


de sus portafolios de criminalidad en los territorios, pero también su expansión en
búsqueda de maximizar las ganancias depende también de redes de corrupción que
ofrecen su protección respecto de la amenaza que representa el Estado. Funcionarios y
profesionales de todo tipo hacen parte de esta red de apoyo que sostiene la actividad
criminal y favorece su ejercicio de control. Por tratarse de mercados ilegales el crimen
organizado requiere de ciertos entornos jurídicos y sociales para subsistir, entornos o redes
de protección generalmente alojados en la institucionalidad del país (León, 2011).

El crimen organizado como construcción de Estado se asume desde la dimensión local: el


Estado subnacional, como suele referirse desde la ciencia política a las formas que adopta
el espacio dividido administrativa, política y socialmente.

Crimen organizado, violencia y producción del espacio

La integración de estructuras criminales a las dinámicas de producción del espacio urbano


está íntimamente ligada a la persistencia de la violencia en las zonas periféricas de las
ciudades. En Estados Unidos la violencia urbana, por lo menos durante el último siglo, se
presenta particularmente en las zonas marginales, especialmente en aquellos lugares en
los que vive la población negra; se estima que la circulación de armas de fuego en estas
zonas es mucho mayor y conduce a que se más las situaciones que se presentan de
violencia homicida (Jacoby et al., 2018).

Este es un rasgo que se comparte en las ciudades latinoamericanas. En Brasil las zonas más
deprimidas presentan una mayor concentración de la violencia homicida, generalmente
asociada al tráfico de drogas y a otros vínculos con el crimen organizado (Valente, 2019).
Un rasgo característico de estos lugares tiene que ver con las funciones de la policía, pues
en los lugares en los que opera con más fuerza el tráfico de drogas la policía tiende a actuar
de forma clandestina intensificando la violencia interpersonal (Auyero y Sobering, 2017).
También los homicidios instrumentales, aquellos con un propósito específico, suelen darse
en comunidades espacialmente próximas, siendo esto un síntoma de dinámicas de control
territorial por parte de las estructuras de crimen organizado (Mears y Bhati, 2006).

En el caso colombiano el panorama no es más alentador. La singularidad del conflicto, de


los actores armados y de las estructuras de crimen organizado se convierte en un factor
que permea las dinámicas urbanas bajo la lógica del establecimiento de órdenes locales.
La condición ‘geohistórica’ de las ciudades determinar el tipo de estructura ilegal que
suscribe el ejercicio de control territorial, pudiendo ser para cada caso un actor específico
que se identifica según el tipo de trayectorias regionales (García et al., 2014; Moncada,
2013). La violencia homicida en las ciudades, especialmente la que se ejerce con armas de
fuego, lleva a considerar que no se trata de una violencia que emana necesariamente de la
condición de pobreza, como suele hacerse creer, sino de una estructura de relaciones
ilegales que conduce a la posibilidad real de que las personas en las ciudades,
especialmente en los barrios más pobres donde se suele presentar este tipo de violencia,
accedan de la forma que sea al porte de armas (Camacho y Guzmán, 1990).

En Pasto, por ejemplo, existen estructuras orgánicas articuladas a una serie de poderes y
micropoderes (estructuras de narcomenudeo) que se encargan de ejercer control territorial
sobre entornos comunitarios, lo cual deriva en patrones delincuenciales y en
confrontaciones entre estructuras ilegales instituidas o emergentes (Narváez y Obando,
2017). En Cali parte del origen de la violencia urbana corresponde con disputas de control
político por parte de actores paraestatales y de sus retadores; mientras que otra parte
corresponde al tipo de violencia que impulsan sectores específicos que intentan resguardar
sus intereses privados, particularmente asociados al narcotráfico (Camacho, 1991).

En Medellín se ha identificado la participación de las estructuras ‘neoparamilitares’


enfocadas al control de territorios urbanos por medio de la extorsión, la venta de drogas y
la parapolítica (Terán et al., 2017). En su caso, no se puede desligar la condición histórica
de influencia de los carteles del narcotráfico, pero tampoco puede desconocerse la
incidencia que han logrado tener las guerrillas en el conflicto urbano que ha padecido la
ciudad por más de tres décadas (Camacho, 1991). Al respecto, se encuentra que una gama
amplia de actores entre policías, abogados, jóvenes y adolescentes encuentran en estas
dinámicas una fuente de ingresos poco despreciable y sobre las que se han establecido
dinámicas de ‘trabajo’ o acuerdos remunerados de naturaleza ilegal.

Con esto se tiene que las zonas más deprimidas o racializadas de las ciudades concentran
los mayores índices de violencia homicida. Una idea recurrente que no es menor en torno
a la prevalencia de este tipo de violencia tiene que ver con el tráfico de armas de fuego y la
posibilidad real de acceder a estas, pues como plantean Narváez y Obando (2017), hay, de
forma implícita en estas circunstancias, la prevalencia de estructuras ilegales con la
capacidad logística de poner a en circulación este tipo de armas. La violencia o la
inseguridad constituyen no solo indicadores, sino particularmente síntomas de un
problema mucho mayor que puede ser estructural en las zonas periféricas de las ciudades.
Situación que, según algunas investigaciones en América Latina (Auyero y Sobering, 2017;
Ryngelblum y Tourinho, 2021), se agudiza por la complacencia de la policía en las ciudades,
constituyendo esto otra forma de comprender los alcances de las estructuras de crimen
organizado detrás del fenómeno de la violencia.

Crimen organizado y violencia en cuatro localidades de Bogotá

En Bogotá parece que se ha naturalizado la presencia de estructuras criminales; no es de


extrañar, pues el flujo de capital que se mueve por la ciudad es también la oportunidad para
que el crimen organizado ejecute algunas de sus inversiones y maximice su lucro.
Particularmente al sur de la capital el control de los territorios y sus rentas ha estado en
manos de las FARC, de los paramilitares y de la fuerza pública, que en ocasiones actúa
también como crimen organizado1. La insurgencia buscó infiltrar el centro del país para
ganar mayor incidencia política y visibilidad, mientras que los paramilitares (o Bacrim -
neoparamilitares) lo hicieron para beneficiarse de la renta del microtráfico y otro tipo de
actividades legales e ilegales (Torres, 2009). Para los primeros se trató de un asunto
estratégico, mientras que para los otros de un asunto táctico.

1
Cualquier búsqueda en Google arrojará suficiente evidencia
El caso de los paramilitares y de las nuevas bandas criminales -surgidas tras el proceso de
Justicia y Paz de 2005 entre las AUC y el Gobierno de Álvaro Uribe- se ha caracterizado por
influir en diferentes mercados: narcomenudeo, compraventa de partes ilícitas y
contrabando, lavado de activos y servicios informales de vigilancia que derivan en prácticas
de extorsión. Esto último, por ejemplo, corresponde con uno de los principales
mecanismos de control a nivel territorial, se regula el espacio del mercado (de vendedores
ambulantes, de talleres, de locales informales, etc.) para garantizar un orden en el que se
respete los espacios frente a competidores aventajados u otro tipo de amenazas a la
seguridad (Ávila, 2011), tal y como se supone que lo hace el Estado.

La informalidad, en este tipo de casos, se convierte en el nicho para prácticas de tipo ilícitas
que solo pueden ser ejecutadas por una estructura con la suficiente capacidad logística
para proveer protección y controlar el uso de la violencia. Pero la informalidad tiende a ser
particularmente el escenario de pequeños comerciantes, trabajadores o emprendedores a
los que las garantías del Estado les llegan de forma dosificada o no les llega. Por razones
similares, la informalidad tiende al desorden y al conflicto, lo que convierte los espacios en
donde más economía informal existe en zonas idóneas para la regulación informal del
crimen organizado (Ávila, 2011).

Además del lucro generado por la ‘protección informal’, la ciudad se convierte en un


escenario de alto interés por una serie de ventajas asociada a la práctica criminal. El
anonimato, por ejemplo, asociado a la oportunidad de construir empresas fachada es
también una puerta para crear cada vez más negocios lucrativos que combinan lo legal con
lo ilegal. Pero también entra en juego la oferta de abundante mano de obra que encuentra
el crimen organizado, especialmente en las zonas más deprimidas de la ciudad. Obreros
rasos que cumplen funciones relacionadas con todo tipo de actividad criminal: cobro de
extorsiones, venta de drogas, prostitución y asesinatos por encargo (Ávila, 2011).

Aparece entonces la violencia homicida, no necesariamente como una fuente de recursos,


sino como un mecanismo de regulación y orden en los territorios urbanos, una forma para
que los mercados ilegales funcionen como se esperan (Cubides, 2014). El sicariato se
convierte en una extensión de la extorsión (control de la renta del suelo) y del narcotráfico
(control de los territorios) (Montoya, 2009). En una relación de prestación de servicios el
crimen organizado se beneficia de un poder asimétrico por medio del cual le confiere la
parte de mayor riesgo de su operación a los nuevos obreros, por lo general jóvenes
desempleados y en condición de vulnerabilidad.
Estas razones son las que definen que en Bogotá prevalezca la violencia instrumental por
encima de la violencia cotidiana, y aunque se asocia a la pobreza, no es esta la causa
explicativa, sino justamente la influencia de las estructuras criminales que se reafirma a
partir del uso de la violencia intensa en las zonas deprimidas de la ciudad (Llorente et al.,
2002). Estas zonas se han caracterizado como microlugares de alto riesgo (Giménez et al.
2018). Ya se ha demostrado que en Bogotá la tendencia a la concentración de las muertes
violentas se ha convertido en un patrón geográfico, siendo incluso un predictor de la
violencia homicida la tasa de homicidios observada previamente en una misma localidad
(Llorente et al., 2001). Pero también, y más recientemente, se ha establecido que el
expendio de droga es una condición necesaria para los altos niveles de violencia homicida,
y que son más altos estos indicadores cuando se combina con alguna de las siguientes
condiciones: trabajo sexual, extorsión y presencia de pandillas (Cubides, 2014).

La relación entre crimen organizado, violencia homicida y producción del espacio en


Bogotá también está determinada por el tipo de vecindario que condiciona la presencia de
estructuras criminales. El vecindario periférico que corresponde con aquellos lugares en los
que predominan los asentamientos irregulares y donde la juventud queda expuesta a la
regulación violenta del crimen por medio del mercado del narcotráfico o la contratación de
sicarios. El vecindario en transición, en donde el uso del suelo se combina entre residencial
y comercial, pero que es particularmente favorable para los mercados ilegales, tal como las
plazas de mercado. Y el vecindario de conjunto cerrado en el que el crimen organizado
opera en complicidad con la seguridad privada para cometer delitos relacionados con el
hurto de viviendas (Velásquez, 2010). Pero es particularmente en los dos primeros donde
hay mayor propensión a la violencia homicida.

En Bogotá, a nivel general, la violencia homicida se ha concentrado de forma


predominante en tres localidades: Ciudad Bolívar, Kennedy y Bosa. Aunque entre el 2018
y el 2020 hubo un descenso en los homicidios a nivel general, estas tres localidades siguen
siendo las que más delitos de este tipo concentran. En la Gráfica 1 se observa justamente
lo que se mencionaba en principio, la forma en que las tres localidades en las que se
concentra este ensayo (Ciudad Bolívar, Kennedy y Barrios Unidos) varían en el índice de
homicidios, siendo la más alta Ciudad Bolívar y la más baja Barrios Unidos.
Gráfica 1.
Homicidios por localidades en Bogotá (2018-2020)

90

80

70

60

50

40
Total Homicidios 2018
30
Total Homicidios 2019
20 Total Homicidios 2020
10

0
Los Mártires

Bosa
Usaquén

San Cristóbal

Ciudad Bolívar

Tunjuelito

Fontibón
Suba

Antonio Nariño
Sumapaz

Chapinero

Engativá
Rafael Uribe Uribe
Candelaria

Kennedy
Usme
Puente Aranda

Santa Fe
Teusaquillo
Barrios Unidos

Fuente: Infraestructura de Datos Espaciales para el Distrito Capital – IDECA

Por otra parte, siguiendo el enfoque analítico de Cubides (2014), quien propone que un
factor necesario para explicar altos niveles en el índice de homicidio es la presencia de
zonas de expendio de droga, puede identificarse, tal como se observa en el Mapa 1, que tal
relación tiene lugar, pero más en unas zonas que en otras.
Mapa 1.
Coincidencia entre la concentración de homicidios frente a la concentración de
incautaciones en Bogotá 2014-2015

Fuente: Fundación Ideas para la Paz (2016)


A pesar de que la distribución de las zonas de incautación en Bogotá está en todo el sur, en
el centro de la ciudad, al occidente, al noroccidente y en menor medida al norte, prevalecen
los homicidios en la primera zona (al sur). Allí se ubican las localidades de Ciudad Bolívar y
Kennedy. Mientras que en la localidad de Barrios Unidos esta relación es poco menos
contundente a pesar de que el mapa refleja una considerable concentración de
incautaciones.

Revisando cada una de las localidades puede detallarse algunos de los elementos que hasta
acá se han expuesto. En el caso de Ciudad Bolívar, por ejemplo, se observa una distribución
intensa y extensa de los homicidios en la localidad, por lo menos en lo que corresponde a
su zona urbana (Mapa 2). Esta es una localidad cuyos barrios pueden categorizarse como
‘vecindarios periféricos’ en los que, como se observó en el Mapa 1, hay un alto predominio
zonas de expendio de drogas.

Mapa 2.
Homicidios en Ciudad Bolívar (2018-2022)

Fuente: Geoportal de la Secretaría Distrital de Seguridad, Convivencia y Justicia


En este caso su explicación también puede estar relacionada con la histórica situación de
esta localidad asociada al ingreso de sustancias para el narcomenudeo en la ciudad. Junto
con Soacha este ha sido uno de los cruces estratégicos que las estructuras de crimen
organizado han utilizado para el tráfico de estupefacientes hacia la ciudad (Torres, 2011).
El carácter rural de gran parte de su extensión que se conecta con el páramo de Sumapaz
ha sido parte integral de esta relación con el crimen organizado, pues allí conecta con las
rutas hacia el sur del país, que es la zona que históricamente más cultivo de coca y de otras
sustancias consideradas psicoactivas ha tenido. El crimen organizado se ha incrustado
profundamente en la localidad de ciudad Bolívar, convirtiéndola en una de las localidades
con mayor propensión a la violencia, tanto por organizaciones ilegales como por actores
estatales.

En el caso de la localidad de Kennedy (Mapa 3) la distribución de violencia homicida se


extiende también particularmente por la zona occidental de la localidad, justo desde el
centro de abastecimiento de Corabastos hacia el barrio Patio Bonito. En Kennedy la
influencia del crimen organizado está determinada, en primer lugar, por el centro de
abastos que, como se ha explicado, no solo es un ‘vecindario de transición’ como
cualquiera, sino que es quizá la zona de acopio ilegal más crítica de la ciudad (Ávila, 2011;
Torres, 2011). De forma similar a lo que sucede para el caso de Ciudad Bolívar, la alta
influencia de estructuras de crimen organizado asociada al tráfico de drogas, pero también
al tráfico de armas, condiciona las posibilidades de erradicar las diferentes formas de
violencia que prevalecen en la localidad.
Mapa 3
Homicidios en Kennedy (2018-2022)

Fuente: Geoportal de la Secretaría Distrital de Seguridad, Convivencia y Justicia

Por último, la localidad de Barrios Unidos que está entre las cuatro localidades que menor
índice de homicidios presenta en el periodo 2018-2022 no está exenta de las dinámicas de
violencia asociadas al control de las estructuras de crimen organizado. Sin embargo, su
particularidad radica en que no está tan expuesta a la incidencia del narcomenudeo,
aunque algo de esto presenta, pero sí a la ubicación de una zona de mucha prostitución.
Como se observa en el Mapa 4, la prevalencia de los homicidios se da en dos lugares, la
zona del 12 de Octubre, donde está ubicada la plaza de mercado y la zona del 7 de Agosto,
justo en el punto en el que hay mayor concentración de ‘locales de actividades sexuales
pagadas’ (ver Anexo 1).

Mapa 4.
Homicidios en Barrios Unidos (2018-2022)

Fuente: Geoportal de la Secretaría Distrital de Seguridad, Convivencia y Justicia

La variación en los índices de homicidio podría estar relacionada con la tipificación de


vecindarios que Velásquez (2010). Mientras que en Ciudad Bolívar predomina el vecindario
periférico, caracterizado por la regulación violenta de parte del crimen organizado, en
Kennedy hay una combinación entre este tipo de vecindario y el ‘vecindario en transición’,
este última caracterizado por la influencia del arribo de mercados ilegales que son
‘garantía’ de cierto nivel de seguridad. Esta combinación en la localidad de Kennedy puede
ser explicativa del índice de homicidios.

Por su parte, en el caso de Barrios Unidos es mucho más marcada la prevalencia de


‘conjuntos cerrados’, lo que hace que la propensión a la violencia homicida sea menor, pero
que haya mayor influencia de otro tipo de delitos como el de robo a apartamentos, tal
como lo señala Ávila (2011) en su estudio. Sin embargo, en este caso se cumple el criterio
de influencia de crimen organizado en zonas donde también hay prostitución, pues el mapa
de incidencia de homicidios coincide justo con esta zona. Con lo cual se ratifica que la
existencia de estructuras de crimen organizado constituye una fuerza de producción del
espacio basada particularmente en el control violento de los territorios y del uso del suelo.

Pero más allá de eso, a modo de reflexiones finales, queda la sensación de impotencia en
materia de desigualdad en el acceso a la seguridad y a condiciones de bienestar
relacionadas con la reducción del riesgo a perder la vida. Como dice el profesor Renán Vega
(2021), en Colombia (y en América Latina) se asiste paulatinamente a un ‘Juvenicidio’, la
exposición a diferentes tipos de violencia que tienen que soportar los jóvenes de las clases
populares. Y no solo se trata de vulnerabilidad, sino también de impunidad, pues el patrón
de violencia homicida se repite; por lo menos así lo corroboran estudios recientes y de hace
poco más de dos décadas. En el país, no es suficiente con que el Estado deje de asistir a las
clases menos favorecidas a partir de una negativa a redistribuir la riqueza, sino que también
se les expulsa del sistema para que queden expuestos a la voluntad poco piadosa de las
estructuras de crimen organizado. Como dice Vega, a los jóvenes:

[E]l Estado y las clases dominantes de Colombia solo les ofrecen una alternativa: la cárcel o
la tumba y, finalmente, impera esta última […] Da lo mismo morir en las barricadas de la
primera línea, abaleado por los sicarios con uniforme de la Policía Nacional y el ESMAD, o
por sus paramilitares de “niños ricos de bien”, que morir de hambre y enfermedad en el
futuro inmediato. Son los nadie, los ninguneados, los que nunca aparecen en los diarios, ni
en los noticieros, salvo para registrar sus acciones, en una línea al margen de la crónica
judicial. (2021)

Ojalá desde la academia, particularmente desde el estudio sobre la violencia, algún día se
logre una contribución efectiva para que nunca más el estudio sobre esta concluya en otra
retórica…
Referencias

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