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La elección de las tres localidades, como forma de ejemplificar lo propuesto a lo largo del
ensayo, se ha hecho de forma arbitraria, pero tomando en consideración la posibilidad de
contrastar su variación, pues dos de ellas (Ciudad Bolívar y Kennedy) presentan altos
índices de violencia homicida, mientras que la última (Barrios Unidos), es una de las que
tiene los indicadores más bajos. Aunque el análisis por localidad pueda resultar limitado,
pues estas no son homogéneas ni social, ni económicamente, se trata de especificar a partir
de análisis territorializados la relación entre presencia de crimen organizado, violencia
homicida y producción del espacio urbano con una serie de herramientas analíticas que
otros investigadores han formulado.
La información recolectada corresponde a las bases de datos oficiales de la ciudad y a
algunas otras investigaciones que, aunque pocas, parecen ser las únicas que hay sobre el
caso concreto de Bogotá. No obstante, el marco de análisis se complementa con una
cantidad suficiente de referencias que permiten contrastar lo que sucede en la capital
colombiana con otros casos ya analizados. En consecuencia, el alcance de este ensayo es,
ante todo, descriptivo, pero ello no supone la ausencia de reflexiones y análisis que
permitan profundizar en el problema estudiado. Al final se trata, entonces, de una
contribución crítica por medio de la cual se busca dejar en evidencia algunas de las
situaciones y de los factores que parecen condenar a muchos jóvenes pobres de Bogotá a
una violencia que le es particular a la historia de este país, una en la que las víctimas, como
se dice aunque suene a retórica, valen menos que las balas que las matan.
Desde una perspectiva mucho más teórica Charles Tilly (2006) ha relacionado el crimen
organizado con la construcción de estados. Al igual que el Estado, plantea Tilly, el crimen
organizado ofrece protección; también se parece en su estructura relativamente
centralizada; pero fundamentalmente, y para el interés de este ensayo, el crimen
organizado y la construcción del Estado se asemejan en el control que ejercen sobre formas
de violencia en los territorios y en lo que ello representa como dispositivo de autoridad. Tal
como sucede con los gobiernos y los Estados, trata de organizar y monopolizar la violencia,
intento que posteriormente se traduce en el control de los mercados. En esta analogía la
violencia adopta un papel protagónico. Según el sociólogo estadounidense, la violencia
aparece como un fin, que conduce a la aniquilación de los contendores, pero también como
un proceso, gracias al cual se puede ejercer el control en los territorios. Hace de las
comunidades sujetos partícipes de la violencia, especialmente cuando se agudizan los
conflictos con los contendores. El uso de la violencia siempre está sustentado en cálculos
de costo-beneficio directamente relacionado con la capacidad de control (soberanía) por
medio del cual decide cuánta, cuándo, cómo y para qué usarla.
Si para los estados la violencia supone protección -refugio frente a otros amenazantes o
frente a la amenaza del propio gobernador-, para el crimen organizado sirve como
mecanismo de extorsión, una forma de protección mucho más mercantilizada. Mientras
los gobiernos y los estados ofrecen (venden) protección frente a la violencia local o externa
lo propio hace el crimen organizado, pero en escalas locales:
Este es un rasgo que se comparte en las ciudades latinoamericanas. En Brasil las zonas más
deprimidas presentan una mayor concentración de la violencia homicida, generalmente
asociada al tráfico de drogas y a otros vínculos con el crimen organizado (Valente, 2019).
Un rasgo característico de estos lugares tiene que ver con las funciones de la policía, pues
en los lugares en los que opera con más fuerza el tráfico de drogas la policía tiende a actuar
de forma clandestina intensificando la violencia interpersonal (Auyero y Sobering, 2017).
También los homicidios instrumentales, aquellos con un propósito específico, suelen darse
en comunidades espacialmente próximas, siendo esto un síntoma de dinámicas de control
territorial por parte de las estructuras de crimen organizado (Mears y Bhati, 2006).
En Pasto, por ejemplo, existen estructuras orgánicas articuladas a una serie de poderes y
micropoderes (estructuras de narcomenudeo) que se encargan de ejercer control territorial
sobre entornos comunitarios, lo cual deriva en patrones delincuenciales y en
confrontaciones entre estructuras ilegales instituidas o emergentes (Narváez y Obando,
2017). En Cali parte del origen de la violencia urbana corresponde con disputas de control
político por parte de actores paraestatales y de sus retadores; mientras que otra parte
corresponde al tipo de violencia que impulsan sectores específicos que intentan resguardar
sus intereses privados, particularmente asociados al narcotráfico (Camacho, 1991).
Con esto se tiene que las zonas más deprimidas o racializadas de las ciudades concentran
los mayores índices de violencia homicida. Una idea recurrente que no es menor en torno
a la prevalencia de este tipo de violencia tiene que ver con el tráfico de armas de fuego y la
posibilidad real de acceder a estas, pues como plantean Narváez y Obando (2017), hay, de
forma implícita en estas circunstancias, la prevalencia de estructuras ilegales con la
capacidad logística de poner a en circulación este tipo de armas. La violencia o la
inseguridad constituyen no solo indicadores, sino particularmente síntomas de un
problema mucho mayor que puede ser estructural en las zonas periféricas de las ciudades.
Situación que, según algunas investigaciones en América Latina (Auyero y Sobering, 2017;
Ryngelblum y Tourinho, 2021), se agudiza por la complacencia de la policía en las ciudades,
constituyendo esto otra forma de comprender los alcances de las estructuras de crimen
organizado detrás del fenómeno de la violencia.
1
Cualquier búsqueda en Google arrojará suficiente evidencia
El caso de los paramilitares y de las nuevas bandas criminales -surgidas tras el proceso de
Justicia y Paz de 2005 entre las AUC y el Gobierno de Álvaro Uribe- se ha caracterizado por
influir en diferentes mercados: narcomenudeo, compraventa de partes ilícitas y
contrabando, lavado de activos y servicios informales de vigilancia que derivan en prácticas
de extorsión. Esto último, por ejemplo, corresponde con uno de los principales
mecanismos de control a nivel territorial, se regula el espacio del mercado (de vendedores
ambulantes, de talleres, de locales informales, etc.) para garantizar un orden en el que se
respete los espacios frente a competidores aventajados u otro tipo de amenazas a la
seguridad (Ávila, 2011), tal y como se supone que lo hace el Estado.
La informalidad, en este tipo de casos, se convierte en el nicho para prácticas de tipo ilícitas
que solo pueden ser ejecutadas por una estructura con la suficiente capacidad logística
para proveer protección y controlar el uso de la violencia. Pero la informalidad tiende a ser
particularmente el escenario de pequeños comerciantes, trabajadores o emprendedores a
los que las garantías del Estado les llegan de forma dosificada o no les llega. Por razones
similares, la informalidad tiende al desorden y al conflicto, lo que convierte los espacios en
donde más economía informal existe en zonas idóneas para la regulación informal del
crimen organizado (Ávila, 2011).
90
80
70
60
50
40
Total Homicidios 2018
30
Total Homicidios 2019
20 Total Homicidios 2020
10
0
Los Mártires
Bosa
Usaquén
San Cristóbal
Ciudad Bolívar
Tunjuelito
Fontibón
Suba
Antonio Nariño
Sumapaz
Chapinero
Engativá
Rafael Uribe Uribe
Candelaria
Kennedy
Usme
Puente Aranda
Santa Fe
Teusaquillo
Barrios Unidos
Por otra parte, siguiendo el enfoque analítico de Cubides (2014), quien propone que un
factor necesario para explicar altos niveles en el índice de homicidio es la presencia de
zonas de expendio de droga, puede identificarse, tal como se observa en el Mapa 1, que tal
relación tiene lugar, pero más en unas zonas que en otras.
Mapa 1.
Coincidencia entre la concentración de homicidios frente a la concentración de
incautaciones en Bogotá 2014-2015
Revisando cada una de las localidades puede detallarse algunos de los elementos que hasta
acá se han expuesto. En el caso de Ciudad Bolívar, por ejemplo, se observa una distribución
intensa y extensa de los homicidios en la localidad, por lo menos en lo que corresponde a
su zona urbana (Mapa 2). Esta es una localidad cuyos barrios pueden categorizarse como
‘vecindarios periféricos’ en los que, como se observó en el Mapa 1, hay un alto predominio
zonas de expendio de drogas.
Mapa 2.
Homicidios en Ciudad Bolívar (2018-2022)
Por último, la localidad de Barrios Unidos que está entre las cuatro localidades que menor
índice de homicidios presenta en el periodo 2018-2022 no está exenta de las dinámicas de
violencia asociadas al control de las estructuras de crimen organizado. Sin embargo, su
particularidad radica en que no está tan expuesta a la incidencia del narcomenudeo,
aunque algo de esto presenta, pero sí a la ubicación de una zona de mucha prostitución.
Como se observa en el Mapa 4, la prevalencia de los homicidios se da en dos lugares, la
zona del 12 de Octubre, donde está ubicada la plaza de mercado y la zona del 7 de Agosto,
justo en el punto en el que hay mayor concentración de ‘locales de actividades sexuales
pagadas’ (ver Anexo 1).
Mapa 4.
Homicidios en Barrios Unidos (2018-2022)
Pero más allá de eso, a modo de reflexiones finales, queda la sensación de impotencia en
materia de desigualdad en el acceso a la seguridad y a condiciones de bienestar
relacionadas con la reducción del riesgo a perder la vida. Como dice el profesor Renán Vega
(2021), en Colombia (y en América Latina) se asiste paulatinamente a un ‘Juvenicidio’, la
exposición a diferentes tipos de violencia que tienen que soportar los jóvenes de las clases
populares. Y no solo se trata de vulnerabilidad, sino también de impunidad, pues el patrón
de violencia homicida se repite; por lo menos así lo corroboran estudios recientes y de hace
poco más de dos décadas. En el país, no es suficiente con que el Estado deje de asistir a las
clases menos favorecidas a partir de una negativa a redistribuir la riqueza, sino que también
se les expulsa del sistema para que queden expuestos a la voluntad poco piadosa de las
estructuras de crimen organizado. Como dice Vega, a los jóvenes:
[E]l Estado y las clases dominantes de Colombia solo les ofrecen una alternativa: la cárcel o
la tumba y, finalmente, impera esta última […] Da lo mismo morir en las barricadas de la
primera línea, abaleado por los sicarios con uniforme de la Policía Nacional y el ESMAD, o
por sus paramilitares de “niños ricos de bien”, que morir de hambre y enfermedad en el
futuro inmediato. Son los nadie, los ninguneados, los que nunca aparecen en los diarios, ni
en los noticieros, salvo para registrar sus acciones, en una línea al margen de la crónica
judicial. (2021)
Ojalá desde la academia, particularmente desde el estudio sobre la violencia, algún día se
logre una contribución efectiva para que nunca más el estudio sobre esta concluya en otra
retórica…
Referencias
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