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Lengua y Literatura Curso 2020/2021

Selección de fábulas

Será imprescindible traer este cuadernillo impreso para hacer el examen y no se admitirá ningún
tipo de anotación en él. Podéis imprimiros otra copia para trabajar en casa en la que, por supuesto,
podréis realizar todas las observaciones que consideréis necesarias.

IRIARTE
Fábula XI. Los dos conejos
Fábula XV. La rana y el renacuajo
Fábula XXVII. La mona
Fábula XXXI. La ardilla y el caballo
Fábula XXXII. El galán y la dama
Fábula XLI. El té y la salvia
Fábula LXVI. El ricote erudito
Fábula LXVII. La víbora y la sanguijuela

SAMANIEGO – LIBRO I
Fábula I. El asno y el cochino
Fábula VI. El león vencido por el hombre
Fábula XI. Las moscas
Fábula XIX. Los dos amigos y el oso

SAMANIEGO – LIBRO II
Fábula VI. El lobo y la cigüeña
Fábula VIII. El pájaro herido de una flecha
Fábula IX. El pescador y el pez
Fábula XIV. Las dos ranas

SAMANIEGO – LIBRO III


Fábula V. La zorra y la gallina
Fábula VII. El león enamorado
Fábula X. El hombre y la pulga

SAMANIEGO – LIBRO IV
Fábula VI. La zorra y las uvas
Fábula VII. La cierva y la viña
Fábula XXIII. Los navegantes
Fábula XXV. El león, el lobo y la zorra

SAMANIEGO – LIBRO V
Fábula II. El asno y el lobo
Fábula VII. Los cangrejos
Fábula IX. El cuervo y el zorro

SAMANIEGO – LIBROS VII / VIII / IX


Fábula II. Las exequias de la leona
Fábula IV. El búho y el hombre
Fábula V. El zapatero médico
Fábula VIII. La gata con cascabeles
Tomás de Iriarte

Fábula XI. Los dos conejos Fábula XV. La rana y el renacuajo

Por entre unas matas, En la orilla del Tajo

seguido de Perros, hablaba con la Rana el Renacuajo,

no diré corría, alabando las hojas, la espesura

volaba un Conejo. de un gran cañaveral, y su verdura.

De su madriguera 5 Mas luego que del viento 5

salió un compañero y le dijo: —Tente, el ímpetu violento

amigo, ¿qué es esto? una caña abatió, que cayó al río,

—¿Qué ha de ser?, responde, en tono de lección dijo la Rana:

sin aliento llego… —Ven a verla, hijo mío,

Dos pícaros Galgos 10 por de fuera muy tersa, muy lozana; 10

me vienen siguiendo. por dentro, toda fofa, toda vana.

—Sí, replica el otro, Si la Rana entendiera poesía,

por allí los veo…, también de muchos versos lo diría.

pero no son Galgos.

—¿Pues qué son? 15

—Podencos.

—¿Qué?, ¿Podencos dices?

Sí, como mi abuelo.

Galgos y muy Galgos;

bien visto lo tengo. 20 Fábula XXVII. La mona

—Son Podencos, vaya, «Aunque se vista de seda

que no entiendes de eso. la mona, mona se queda».

—Son Galgos, te digo. El refrán lo dice así;

—Digo que Podencos. yo también lo diré aquí,

En esta disputa 25 y con eso lo verán 5

llegando los Perros, en fábula y en refrán.

pillan descuidados Un traje de colorines,

a mis dos Conejos. como el de los matachines,

Los que por cuestiones cierta Mona se vistió;

de poco momento, 30 aunque más bien creo yo 10

dejan lo que importa, que su Amo la vestiría,

llévense este ejemplo. porque difícil sería

que tela y sastre encontrase.


Tomás de Iriarte

El refrán lo dice: pase. y nemine discrepante,

Viéndose ya tan galana, 15 que a la nueva compañera 45

saltó por una ventana la dirección se confiera

al tejado de un vecino, de cierta gran correría

y de allí tomó el camino con que buscar se debía,

para volverse a Tetuán. en aquel país tan vasto,

Esto no dice el refrán; 20 la provisión para el gasto 50

pero lo dice una historia de toda la Mona tropa.

de que apenas hay memoria, ¡Lo que es tener buena ropa!

por ser el autor muy raro, La Directora, marchando

y poner el hecho en claro con las huestes de su mando,

no le habrá costado poco. 25 perdió no sólo el camino, 55

Él no supo, ni tampoco sino lo que es más, el tino;

he podido saber yo, y sus necias Compañeras

si la Mona se embarcó, atravesaron laderas,

o si rodeó tal vez bosques, valles, cerros, llanos,

por el istmo de Suez: 30 desiertos, ríos, pantanos, 60

lo que averiguado está y al cabo de la jornada

es que, por fin, llegó allá. ninguna dio palotada:

Viose la Señora mía y eso que en toda su vida

en la amable compañía hicieron otra salida

de tanta Mona desnuda 35 en que fuese el capitán 65

y cada cual la saluda más tieso, ni más galán.

como a un alto personaje, Por poco no queda Mona

admirándose del traje a vida con la intentona;

y suponiendo sería y vieron por experiencia,

mucha la sabiduría, 40 que la ropa no da ciencia. 70

ingenio y tino mental Pero, sin ir a Tetuán,

del petimetre animal. también acá se hallarán

Opinan luego, al instante Monos que, aunque se vistan de estudiantes,

se han de quedar lo mismo que eran antes.


Tomás de Iriarte

Fábula XXXI. La ardilla y el caballo y revueltas, 30

Mirando estaba una Ardilla quiero, amiga,

a un generoso Alazán que me diga,

que, dócil a espuela y rienda, ¿son de alguna utilidad?

se adestraba en galopar. Yo me afano,

Viéndole hacer movimientos 5 mas no en vano. 35

tan veloces y a compás, Sé mi oficio,

de aquesta suerte le dijo y en servicio

con muy poca cortedad: de mi dueño

—Señor mío, tengo empeño

de ese brío, 10 de lucir mi habilidad. 40

ligereza Conque algunos escritores

y destreza Ardillas también serán;

no me espanto, si en obras frívolas gastan,

que otro tanto todo el calor natural.

suelo hacer, y acaso más. 15

Yo soy viva,

soy activa,

me meneo,

me paseo, Fábula XXXII. El galán y la dama

yo trabajo, 20 Cierto Galán a quien París aclama,

subo y bajo, Petimetre del gusto más extraño,

no me estoy quieta jamás. que cuarenta vestidos muda al año

El paso detiene entonces y el oro y plata sin temor derrama,

el buen Potro y, muy formal, celebrando los días de su Dama, 5

en los términos siguientes 25 unas hebillas estrenó de estaño,

respuesta a la Ardilla da: sólo para probar con este engaño

—Tantas idas lo seguro que estaba de su fama.

y venidas, —¡Bella plata!, ¡qué brillo tan hermoso!,

tantas vueltas dijo la Dama. ¡Viva el gusto y numen 10

del Petimetre en todo primoroso!

Y ahora digo yo: —Llene un volumen

de disparates un autor famoso,

y si no le alabaren, que me emplumen.


Tomás de Iriarte

Fábula XLI. El té y la salvia

El Té, viniendo del imperio chino,

se encontró con la Salvia en el camino.

Ella le dijo: —¿Adónde vas, compadre?

—A Europa voy, comadre,

donde sé que me compran a buen precio. 5

—Yo, respondió la Salvia, voy a China,

que allá con sumo aprecio

me reciben por gusto y medicina.

En Europa me tratan de salvaje,

y jamás he podido hacer fortuna. 10

—¡Anda con Dios! No perderás el viaje,

pues no hay nación alguna

que a todo lo extranjero

no dé con gusto aplausos y dinero.

La Salvia me perdone, 15

que al comercio su máxima se opone.

Si hablase del comercio literario,

yo no defendería lo contrario,

porque en él para algunos es un vicio

lo que es en general un beneficio; 20

y español que tal vez recitaría

quinientos versos de Boileau y el Tasso,

puede ser que no sepa todavía

en qué lengua los hizo Garcilaso.


Tomás de Iriarte

Fábula LXVI. El ricote erudito ¡Manos a la labor! Libros curiosos, 30

Hubo un Rico en Madrid, y aun dicen que era modernos y antiguos,

más necio que rico, mandó pintar y, a más de los impresos,

cuya casa magnífica adornaban varios manuscritos.

muebles exquisitos. El bendito Señor repasó tanto

—¡Lástima que en vivienda tan 5 sus tomos postizos 35

preciosa, que, aprendiendo los rótulos de muchos,

le dijo un Amigo, se creyó Erudito.

falte una librería, bello adorno, Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian

útil y preciso! títulos de libros,

—Cierto, responde el otro. ¡Que esa idea 10 si con fingirlos de cartón pintado 40

no me haya ocurrido!… les sirven lo mismo?

A tiempo estamos. El salón del norte

a este fin destino.

¡Que venga el Ebanista y haga estantes

capaces, pulidos, 15

a toda costa! Luego trataremos

de comprar los libros.

Ya tenemos estantes. Pues, ahora,

el buen Hombre dijo,

¡echarme yo a buscar doce mil tomos!, 20 Fábula LXVII. La víbora y la sanguijuela

¡no es mal ejercicio! —Aunque las dos picamos, dijo un día

Perderé la chaveta, saldrán caros, la Víbora a la simple Sanguijuela,

y es obra de un siglo… de tu boca reparo que se fía

Pero ¿no era mejor ponerlos todos el hombre, y de la mía se recela.

de cartón fingidos? 25 La Chupona responde: —Ya, querida, 5

Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos mas no picamos de la misma suerte:

tengo un Pintorcillo yo, si pico a un enfermo, le doy vida

que escriba buenos rótulos e imite tú, picando al más sano, le das muerte.

pasta y pergamino. Vaya ahora de paso una advertencia:

muchos censuran, sí, lector benigno; 10

pero a fe que hay bastante diferencia

de un censor útil a un censor maligno.


Félix María de Samaniego – Libro I

Fábula I. El asno y el cochino

Envidiando la suerte del Cochino,

un Asno maldecía su destino.

—Yo, decía, trabajo y como paja;

él come harina y berza, y no trabaja.

A mí me dan de palos cada día, 5

Así se lamentaba de su suerte;

pero, luego que advierte

que a la pocilga alguna gente avanza

en guisa de matanza,

armada de cuchillo y de caldera, 10 Fábula XI. Las moscas

y que con maña fiera A un panal de rica miel

dan al gordo Cochino fin sangriento, dos mil Moscas acudieron,

dijo entre sí el Jumento: que por golosas murieron,

«Si en esto para el ocio y los regalos, presas de patas en él.

al trabajo me atengo y a los palos». 15 Otra, dentro de un pastel, 5

enterró su golosina.

Así, si bien se examina,

los humanos corazones

perecen en las prisiones

del vicio que los domina. 10

Fábula VI. El león vencido por el hombre

Cierto artífice pintó

una lucha, en que, valiente,

un Hombre tan solamente

a un horrible León venció.

Otro León, que el cuadro vio 5

sin preguntar por su autor,

en tono despreciador

dijo: —Bien se deja ver

que es pintar como querer,

y no fue León el pintor. 10


Félix María de Samaniego – Libro I

Fábula XIX. Los dos amigos y el oso

A dos Amigos se aparece un Oso:

El uno, muy medroso,

en las ramas de un árbol se asegura;

el otro, abandonado a la ventura,

se finge muerto repentinamente. 5

El Oso se le acerca lentamente:

Mas como este animal, según se cuenta,

de cadáveres nunca se alimenta,

sin ofenderlo lo registra y toca,

huélele las narices y la boca; 10

no le siente el aliento,

ni el menor movimiento;

y así, se fue diciendo sin recelo:

—Éste tan muerto está como mi abuelo.

Entonces el cobarde, 15

de su grande amistad haciendo alarde,

del árbol se desprende muy ligero.

Corre, llega y abraza al compañero;

pondera la fortuna

de haberlo hallado sin lesión alguna, 20

y al fin le dice: —Sepas que he notado

que el Oso te decía algún recado.

¿Qué pudo ser?

—Direte lo que ha sido,

estas dos palabritas al oído: 25

Aparta tu amistad de la persona

que si te ve en el riesgo, te abandona.


Félix María de Samaniego – Libro II

Fábula VI. El lobo y la cigüeña Fábula VIII. El pájaro herido de una flecha

Sin duda alguna que se hubiera ahogado Un Pájaro inocente,

un Lobo con un hueso atragantado, herido de una flecha

si a la sazón no pasa una Cigüeña. guarnecida de acero

El paciente la ve, hácela seña; y de plumas ligeras,

llega y, ejecutiva, 5 decía en su lenguaje 5

con su pico, jeringa primitiva, con amargas querellas:

cual diestro cirujano, —¡Oh crueles humanos!,

hizo la operación y quedó sano. más crueles que fieras;

Su salario pedía, con nuestras propias alas,

pero el ingrato Lobo respondía: 10 que la naturaleza 10

—¿Tu salario? Pues ¿qué más recompensa nos dio, sin otras armas

que el no haberte causado leve ofensa, para propia defensa,

y dejarte vivir para que cuentes forjáis el instrumento

que pusiste tu vida entre mis dientes? de la desdicha nuestra,

Marchó por evitar una desdicha, 15 haciendo que inocentes 15

sin decir tus ni mus, la susodicha. prestemos la materia.

«Haz bien, dice el proverbio castellano, Pero no, no es extraño

y no sepas a quién». Pero es muy llano, que así bárbaros sean

que no tiene razón ni por asomo: aquellos que en su ruina

Es menester saber a quién y cómo. 20 trabajan, y no cesan. 20

El ejemplo siguiente Los unos y otros fraguan

nos hará esta verdad más evidente. armas para la guerra,

y es dar contra sus vidas

plumas para las flechas.


Félix María de Samaniego – Libro II

Fábula IX. El pescador y el pez

Recoge un Pescador su red tendida,

y saca un Pececillo. —Por tu vida,

exclamó el inocente prisionero,

dame la libertad. Sólo la quiero,

mira que no te engaño, 5

porque ahora soy ruin; dentro de un año

sin duda lograrás el gran consuelo

de pescarme más grande que mi abuelo.

¡Qué!, ¿te burlas?, ¿te ríes de mi llanto?

Sólo por otro tanto 10

a un hermanito mío

un señor Pescador lo tiró al río.

—¿Por otro tanto al río? ¡Qué manía!,

replicó el Pescador. ¿Pues no sabía

que el refrán castellano 15

dice: «Más vale pájaro en la mano…»?

A sartén te condeno, que mi panza

no se llena jamás con la esperanza.


Félix María de Samaniego – Libro II

Fábula XIV. Las dos ranas y todos los míos, 30

Tenían dos Ranas sin que haya memoria

sus pastos vecinos, de haber sucedido

una en un estanque, la menor desgracia

otra en un camino. desde luengos siglos!

Cierto día a ésta 5 Allá te compongas, 35

aquélla la dijo: mas ten entendido

—¡Es creíble, amiga, que tal vez sucede

de tu mucho juicio, lo que no se ha visto.

que vivas contenta Llegó una carreta

entre los peligros, 10 a este tiempo mismo, 40

donde te amenazan, y a la triste Rana

al paso preciso, tortilla la hizo.

los pies y las ruedas Por hombres de seso

riesgos infinitos! muchos hay tenidos,

Deja tal vivienda, 15 que a nuevas razones 45

muda de destino, cierran los oídos.

sigue mi dictamen Recibir consejos

y vente conmigo. es un desvarío;

En tono de mofa, la rancia costumbre

haciendo mil mimos, 20 suele ser su libro. 50

respondió a su amiga:

—¡Excelente aviso!

¡A mí novedades!

Vaya, ¡qué delirio!

Eso sí que fuera 25

darme el diablo ruido.

¡Yo dejar la casa

que fue domicilio

de padres, abuelos
Félix María de Samaniego – Libro III

Fábula V. La zorra y la gallina Fábula VII. El león enamorado

Una Zorra, cazando, Amaba un León a una Zagala hermosa;

de corral en corral iba saltando; pidiola por esposa

a favor de la noche, en una aldea a su padre, pastor, urbanamente.

oye al gallo cantar. ¡Maldito sea! El hombre, temeroso, mas prudente,

Agachada y sin ruido, 5 le respondió: —Señor, en mi conciencia, 5

marcha, llega, y oliendo a un agujero, que la Muchacha logra conveniencia;

—Éste es, dice, y se cuela al gallinero. pero la pobrecita, acostumbrada

Las aves se alborotan, menos una, a no salir del prado y la majada,

que estaba en cesta como niño en cuna, entre la mansa oveja y el cordero,

enferma gravemente. 10 recelará tal vez que seas fiero. 10

Mirándola la Zorra astutamente, No obstante, bien podremos, si consientes,

la pregunta: —¿Qué es eso, pobrecita? cortar tus uñas y limar tus dientes,

¿Cuál es tu enfermedad? ¿Tienes pepita? y así verá que tiene tu grandeza

Habla, ¿cómo lo pasas, desdichada? cosas de majestad, no de fiereza.

La enferma la responde apresurada: 15 Consiente el manso León enamorado, 15

—Muy mal me va, señora, en este instante; y el buen hombre lo deja desarmado.

muy bien, si usted se quita de delante. Da luego su silbido,

Cuántas veces se vende un enemigo, llegan el Matalobos y Atrevido,

como gato por liebre, por amigo. perros de su cabaña; de esta suerte

Al oír su fingido cumplimiento, 20 al indefenso León dieron la muerte. 20

respondiérale yo para escarmiento: Un cuarto apostaré a que en este instante

—Muy mal me va, señor, en este instante; dice, hablando del León, algún amante,

muy bien, si usted se quita de delante que de la misma muerte haría gala,

con tal que se la diese la Zagala.

Deja, Fabio, al amor, déjalo luego; 25

mas hablo en vano, porque, siempre ciego,

no ves el desengaño,

y así te entregas a tu propio daño.


Félix María de Samaniego – Libro III

Fábula X. El hombre y la pulga

—Oye, Júpiter sumo, mis querellas;

y haz, disparando rayos y centellas,

que muera este animal vil y tirano,

plaga fatal para el linaje humano;

y si vos no lo hacéis, Hércules sea 5

quien acabe con él y su ralea.

Éste es un Hombre que a los dioses clama,

porque una Pulga le picó en la cama.

Y es justo, ya que el pobre se fatiga,

que de Júpiter y Hércules consiga: 10

de éste, que viva despulgando sayos;

de aquél, matando Pulgas con sus rayos.

Tenemos en el cielo los mortales

recurso en las desdichas y en los males;

mas se suele abusar frecuentemente, 15

por lograr un antojo impertinente.


Félix María de Samaniego – Libro IV

Fábula VI. La zorra y las uvas Fábula VII. La cierva y la viña

Es voz común que, a más del mediodía, Huyendo de enemigos cazadores,

en ayunas la Zorra iba cazando. una Cierva ligera

Halla una parra, quédase mirando siente, ya fatigada en la carrera,

de la alta vid el fruto que pendía. más cercanos los perros y ojeadores.

Causábale mil ansias y congojas 5 No viendo la infeliz algún seguro 5

no alcanzar a las Uvas con la garra, y vecino paraje

al mostrar a sus dientes la alta parra de gruta o de ramaje,

negros racimos entre verdes hojas. crece su timidez, crece su apuro.

Miró, saltó y anduvo en probaduras; Al fin, sacando fuerzas de flaqueza,

pero vio el imposible ya de fijo. 10 continúa la fuga presurosa. 10

Entonces fue cuando la Zorra dijo: Halla al paso una Viña muy frondosa,

—No las quiero comer: «No están maduras». y en lo espeso se oculta con presteza.

No por eso te muestres impaciente, Cambia el susto y pesar en alegría,

si te se frustra, Fabio, algún intento. viéndose a paz y a salvo en tan buen hora.

Aplica bien el cuento, 15 Olvida el bien, y de su defensora 15

y di: No están maduras, frescamente. los frescos verdes pámpanos comía.

Mas, ¡ay!, que de esta suerte,

quitando ella las hojas de delante,

abrió puerta a la flecha penetrante,

y el listo cazador la dio la muerte. 20

Fábula XXIII. Los navegantes Castigó con la pena merecida

Lloraban unos tristes Pasajeros el justo cielo a la Cierva ingrata.

viendo su pobre nave combatida Mas ¿qué puede esperar el que maltrata

de recias olas y de vientos fieros, al mismo que le está dando la vida?

ya casi sumergida;

cuando súbitamente 5

el viento calma, el cielo se serena,

y la afligida gente

convierte en risa la pasada pena.

Mas el Piloto estuvo muy sereno,

tanto en la tempestad como en bonanza: 10

Pues sabe que lo malo y que lo bueno

está sujeto a súbita mudanza.


Félix María de Samaniego – Libro IV

Fábula XXV. El león, el lobo y la zorra y para más provecho, 30

Trémulo y achacoso en mi viaje traté gentes de ciencia

a fuerza de años, un León estaba. sobre vuestra dolencia.

Hizo venir los médicos, ansioso Convienen, pues, los grandes profesores

por ver si alguno de ellos lo curaba. en que no tenéis vicio en los humores,

De todas las especies y regiones 5 y que sólo los años han dejado 35

profesores llegaban a millones. el calor natural algo apagado.

Todos conocen incurable el daño: Pero éste se recobra y vivifica,

Ninguno al rey propone el desengaño; sin fastidio, sin drogas de botica,

cada cual sus remedios le procura, con un remedio simple, liso y llano,

como si la vejez tuviese cura. 10 que vuestra majestad tiene en la mano. 40

Un Lobo cortesano, A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,

con tono adulador y fin torcido, mandad que os lo apliquen al instante;

dijo a su soberano: y por más que estéis débil, flaco, viejo,

—He notado, señor, que no ha asistido os sentiréis robusto y rozagante,

la Zorra como médico al congreso, 15 con apetito tal, que, sin esfuerzo, 45

y pudiera esperarse buen suceso el mismo Lobo os servirá de almuerzo.

de su dictamen en tan grave asunto. Convino el rey, y entre el furor y el hierro

Quiso su majestad que luego al punto murió el infeliz Lobo como un perro.

por la posta viniese: Así viven y mueren cada día

Llega, sube a palacio y, como viese 20 en su guerra interior los palaciegos, 50

al Lobo su enemigo, ya instruida que con la emulación rabiosa ciegos

de que él era autor de su venida, al degüello se tiran a porfía.

que ella excusaba cautelosamente, Tomen esta lección muy oportuna:

inclinándose al rey profundamente, Lleguen a la privanza enhorabuena;

dijo: —Quizá, señor, no habrá faltado 25 mas labren su fortuna, 55

quien haya mi tardanza acriminado; sin cimentarla en la desgracia ajena.

mas será porque ignora

que vengo de cumplir un voto ahora,

que por vuestra salud tenía hecho;


Félix María de Samaniego – Libro V

Fábula II. El asno y el lobo en mi oficio de Lobo carnicero; 30

Un Burro cojo vio que le seguía pues, si puedo vivir tan regalado,

un Lobo cazador y, no pudiendo ¿a qué meterme ahora a curandero?

huir de su enemigo, le decía: Hablemos en razón: No tiene juicio,

—Amigo Lobo, yo me estoy muriendo; quien deja el propio por ajeno oficio.

me acaban por instantes los dolores 5

de este maldito pie de que cojeo;

si yo no me valiese de herradores,

no me vería así como me veo.

Y, pues fallezco, sé caritativo;

sácame con los dientes este clavo, 10

muera yo sin dolor tan excesivo,

y cómeme después de cabo a rabo.

—¡Oh!, dijo el cazador con ironía,

contando con la presa ya en la mano,

no solamente sé la anatomía, 15

sino que soy perfecto cirujano.

El caso es para mí una patarata,

la operación no más que de un momento;

alargue bien la pata,

y no se me acobarde, buen Jumento. 20

Con su estuche molar desenvainado

el nuevo profesor llega al doliente;

mas éste le dispara de contado

una coz que lo deja sin un diente.

Escapa el cojo, pero el triste herido 25

llorando se quedó su desventura.

—¡Ay infeliz de mí!, bien merecido

el pago tengo de mi gran locura.

Yo siempre me llevé el mejor bocado


Félix María de Samaniego – Libro V

Fábula VII. Los cangrejos imitaban sus pasos, más contentos. 30

Los más autorizados, los más viejos Repetían las madres sus lecciones,

de todos los Cangrejos mas no bastaban teóricas razones;

una gran asamblea celebraron. porque obraba en los jóvenes Cangrejos,

Entre los graves puntos que trataron, sólo un ejemplo más que mil consejos.

a propuesta de un docto presidente, 5 Cada maestra se aflige y desconsuela, 35

como resolución la más urgente no pudiendo hacer práctica su escuela;

tomaron la que sigue: —Pues que al mundo de modo que en efecto

estamos dando ejemplo sin segundo, abandonaron todas el proyecto.

el más vil y grosero Los magistrados saben el suceso,

en andar hacia atrás como el soguero; 10 y en su pleno congreso 40

siendo cierto también que los ancianos, la nueva ley al punto derogaron,

duros de pies y manos, porque se aseguraron

causándonos los años pesadumbre, de que en vano intentaban la reforma,

no podemos vencer nuestra costumbre. cuando ellos no sabían ser la norma.

Toda madre, desde este mismo instante, 15 Y es así: Que la fuerza de las leyes 45

ha de enseñar a andar hacia adelante suele ser el ejemplo de los reyes.

a sus hijos; y dure la enseñanza

hasta quitar del mundo tal usanza.

—Garras a la obra, dicen las maestras,

que se creían diestras. 20

Y, sin dejar ninguno,

ordenan a sus hijos uno a uno

que muevan sus patitas blandamente

hacia adelante sucesivamente.

Pasito a paso, al modo que podían, 25

ellos obedecían;

pero al ver a sus madres que marchaban

al revés de lo que ellas enseñaban,

olvidando los nuevos documentos,


Félix María de Samaniego – Libro V

Fábula IX. El cuervo y el zorro pues sin otro alimento 30

En la rama de un árbol, quedáis con alabanzas

bien ufano y contento, tan hinchado y repleto,

con un queso en el pico digerid las lisonjas

estaba el señor Cuervo. mientras digiero el queso.

Del olor atraído 5 Quien oye aduladores, 35

un Zorro muy maestro, nunca espere otro premio.

le dijo estas palabras

a poco más o menos:

—Tenga usted buenos días,

señor Cuervo, mi dueño; 10

vaya que estáis donoso,

mono, lindo en extremo;

yo no gasto lisonjas,

y digo lo que siento;

que si a tu bella traza 15

corresponde el gorjeo,

juro a la diosa Ceres,

siendo testigo el cielo,

que tú serás el fénix

de sus vastos imperios. 20

Al oír un discurso

tan dulce y halagüeño,

de vanidad llevado,

quiso cantar el Cuervo.

Abrió su negro pico, 25

dejó caer el queso;

el muy astuto Zorro,

después de haberlo preso,

le dijo: —Señor bobo,


Félix María de Samaniego – Libro VII

Fábula II. Las exequias de la leona muy cerca de la gruta aparecida. 30

En su regia caverna, inconsolable Me mandó lo callase algún momento,

el rey León yacía, porque gusta mostréis el sentimiento.

porque en el mismo día Dijo así, y el concurso cortesano

murió, ¡cruel dolor!, su esposa amable. aclamó por milagro la patraña.

A palacio la corte toda llega, 5 El Ciervo consiguió que el soberano 35

y en fúnebre aparato se congrega. cambiase en amistad su fiera saña.

En la cóncava gruta resonaba Los que en la indignación han incurrido

del triste rey el doloroso llanto. de los grandes señores,

Allí los cortesanos entre tanto a veces su favor han conseguido

también gemían porque el rey lloraba; 10 con ser aduladores. 40

que, si el viudo monarca se riera, Mas no por esto advierto

la corte lisonjera que el medio sea justo; pues es cierto

trocara en risa el lamentable paso. que a más príncipes vicia

Perdone la difunta: Voy al caso. la adulación servil que la malicia.

Entre tanto sollozo 15

el Ciervo no lloraba, yo lo creo;

porque, lleno de gozo,

miraba ya cumplido su deseo.

La tal reina le había devorado

un hijo y la mujer al desdichado. 20

El Ciervo, en fin, no llora:

El concurso lo advierte,

el monarca lo sabe, y en la hora

ordena con furor darle la muerte.

—¿Cómo podré llorar, el Ciervo dijo, 25

si apenas puedo hablar de regocijo?

Ya disfruta, gran rey, más venturosa,

los Elíseos Campos vuestra esposa:

Me lo ha revelado, a la venida,
Félix María de Samaniego – Libro VII

Fábula IV. El búho y el hombre mi mérito conocen, no lo niego. 30

Vivía en un granero retirado —¡Ah tonto presumido!,

un reverendo Búho, dedicado el Hombre dijo así, ten entendido

a sus meditaciones, que las aves, muy lejos de admirarte,

sin olvidar la caza de ratones. te siguen y rodean por burlarte.

Se dejaba ver poco, mas con arte: 5 De ignorante orgulloso te motejan, 35

Al Gran Turco imitaba en esta parte. como yo a aquellos hombres que se alejan

El dueño del granero del trato de las gentes,

por azar advirtió que en un madero y con extravagancias diferentes

el Pájaro nocturno han llegado a doctores en la ciencia

con gravedad estaba taciturno. 10 de ser sabios no más que en la apariencia. 40

El Hombre le miraba y se reía: De esta suerte de locos

—¡Qué carita de Pascua!, le decía. hay hombres como búhos, y no pocos.

¿Puede haber más ridículo visaje?

Vaya, que eres un raro personaje.

¿Por qué no has de vivir alegremente 15

con la pájara gente,

seguir desde la aurora

a la turba canora

de jilgueros, calandrias, ruiseñores,

por valles, fuentes, árboles y flores? 20

—Piensas a lo vulgar, eres un necio,

dijo el solemne Búho con desprecio.

Mira, mira, ignorante,

a la sabiduría en mi semblante:

Mi aspecto, mi silencio, mi retiro, 25

aun yo mismo lo admiro.

Si rara vez me digno, como sabes,

de visitar la luz, todas las aves

me siguen y rodean; desde luego


Félix María de Samaniego – Libro VIII

Fábula V. El zapatero médico

Un inhábil y hambriento Zapatero

en la corte por Médico corría:

Con un contraveneno que fingía,

ganó fama y dinero.

Estaba el Rey postrado en una cama 5

de una grave dolencia;

para hacer experiencia

del talento del Médico, le llama.

El antídoto pide, y en un vaso

finge el Rey que le mezcla con veneno: 10

Se lo manda beber; el tal Galeno

teme morir, confiesa todo el caso,

y dice que, sin ciencia,

logró hacerse Doctor de grande precio

por la credulidad del vulgo necio. 15

Convoca el Rey al pueblo. —¡Qué demencia

es la vuestra, exclamó, que habéis fiado

la salud francamente

de un hombre a quien la gente

ni aun quería fiarle su calzado! 20

Esto para los crédulos se cuenta,

en quienes tiene el charlatán su renta.


Félix María de Samaniego – Libro IX

Fábula VIII. La gata con cascabeles les grita: —Novel gente, 30

Salió cierta mañana ¡Gata con cascabeles por esposa!

Zapaquilda al tejado ¿Quién pretende tal cosa?

con un collar de grana, ¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta,

de pelo y cascabeles adornado. y que la dama hambrienta

Al ver tal maravilla, 5 necesita sin duda que el marido, 35

del alto corredor y la guardilla ausente y aburrido,

van saltando los gatos de uno en uno. busque la provisión en los desvanes,

Congrégase al instante mientras ella, cercada de galanes,

tal concurso gatuno porque el mundo la vea,

en torno de la dama rozagante, 10 de tejado en tejado se pasea? 40

que entre flexibles colas arboladas Marchose Zapaquilda convencida,

apenas divisarla se podía. y lo mismo quedó la concurrencia.

Ella, con mil monadas, ¡Cuántos chascos se llevan en la vida

el cascabel parlero sacudía. los que no miran más que la apariencia!

Pero, cesando al fin el sonsonete, 15

dijo que por juguete

quitó el collar al perro su señora,

y se lo puso a ella.

Cierto que Zapaquilda estaba bella:

A todos enamora, 20

tanto, que en la gatesca compañía,

cuál dice su atrevido pensamiento,

cuál se encrespa celoso;

riñen éste y aquél con ardimiento,

pues con ansia quería 25

cada gato soltero ser su esposo.

Entre los arañazos y maullidos

levántase Garraf, Gato prudente,

y a los enfurecidos

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