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Elliott, Jhon (1999). Historia nacional y comparada. En Historia y Sociedad, núm.

6,
Medellín, pp. 12-36.

Para no ser sorprendidos por lo grandes virajes de la historia, es precio mantener un alto
nivel de conciencia histórica, no aferrándose a interpretaciones que aunque en otro tiempo
mostraron su poder, hoy pueden estar debilitadas.

Annales se ha replegado a una microhistoria, subestimando la dimensión política de la


historia en favor de las mentalidades y tampoco es plenamente satisfactoria la propuesta
contraria denominada revisionismo. Se vuelve así necesario reivindicar una propuesta
historiográfica basada en una nueva dimensión de la política, que plantee una relación
evidente entre sociedad e individuo.

En la última década de, siglo XX se hace necesario el estudio de las historias nacionales,
siempre en su contexto internacional, volviendo a la propuesta de Marc Bloch de hacer
historia comparada.

Sin la historia comparada fatalmente se cae en actitudes provincianas (parroquialismo)


propias de las historias nacionales tradicionales. Así se puede manejar correctamente el
tema de las identidades nacionales, siempre tan problemático y el tema de las diversidades
siempre tan productivo.

¿Existen fuerzas históricas inmensas que irrumpen con intervalos periódicos, desafiando las
confiadas afirmaciones? No realizar suposiciones. Y tener una mayor conciencia histórica y
así no ser sorprendidos por el rumbo que tomen los hechos. Donde el nacionalismo con
pasiones sectarias y sentido de identidad colectiva se vuelve un peligroso desestabilizador.

Ese nacionalismo sectario, con su memoria colectiva se puede contrarrestar con el sentido
histórico que le da significado a su experiencia. El pensamiento histórico busca colocar
eventos temporales en una perspectiva de larga duración y que busca una comprensión de
las grandes tendencias de la historia, al tiempo que reconoce las variables que hacen única
cada situación.
Los historiadores tienen una función social, que consiste primordialmente en disipar la
disposición hacia el presente, comunicándole algo de esa forma alternativa de ver el
mundo.

La historiografía se encuentra en un estado de fluctuación. Las viejas formulas han dejado


de corresponder a nuestras formas de ver el mundo. Annales fomentaba el nacionalismo?

¿En qué medida se comparte un discurso en común y en qué medida sus valores y
suposiciones fueron moldeados por consideraciones y circunstancias más locales y
nacionales?

Elliott destaca dos tendencias en la escritura histórica actual como representativas de la era
pos-Annales. La primer inspirada en parte por la tradición de Annales y la antropología
simbólica, la llamada historia de las mentalidades. Se busca reconstruir, a través de
historias de casa, el universo mental de generaciones pasadas.

La otra tendencia es el revisionismo. Que, a través de una narrativa detallada, busca


restaurar muchas de las características tradicionales de la historiografía de vieja guardia,
donde los resultados son impulsados por la interacción accidental de personas, hechos e
intenciones que fácilmente toman una dirección equivocada.

Existe una tendencia progresiva a atomizar el pasado. En cambio, deberíamos ser más
conscientes de los profundos elementos de continuidad en la sociedad humana, de las
posibilidades de un enfoque cuantitativo.

El cuidado de este sentido de identidad, requiere algún grado de conocimiento de los


grandes eventos.

Preocupaciones de Elliott el que existan más historiadores cuya principal especialización


sea la historia de un país diferente al propio, y el tener que estudiar textos en lenguas
extranjeras, así como el que tengan un programa académico con una estructura de
conocimiento tan estrecho y cronológicamente tan limitado de la historia europea
continental. Coloca sus preocupaciones para la búsqueda de un equilibrio entre la historia
británica y la historia continental.
Aunque hace patente la descalificación que se les hacía a las investigaciones históricas de
carácter nacional, al tacharlas de providencialistas, pero no dejan de presentarse nuevos
horizontes respecto a esa historia, con nuevas estructuras supranacionales, que se vuelve un
interés presente. Así como cuestionarse el enfoque teleológico del estudio del pasado en el
que se asumía que todos los caminos conducían a una Europa de Estados-nación,
centralizados y poderosos.

No se deben abandonar el estudio de la historia nacional sino que se debe considerar los
mecanismos por medio de los cuales los estados-Nación buscaron trascender unas lealtades
locales para fomentar a devoción a sí mismos. Reconstruir el sistema de símbolos y
significados de una comunidad nacional y examinar las formas en que sus sistema cultural
fue utilizado para moldear su comportamiento social y sus modelos de respuesta.
Reconstrucción que implica el uso de evidencias literarias y visuales.

Se ha llegado a una comprensión más aguda de cómo una comunidad se imagina a sí misma
en relación con otras comunidades, y cómo define o redefine su imagen en respuesta del
exterior.

La identidad se nutre en términos de excepción, formando alrededor suyo una historiografía


de carácter nacional.

Elliott si bien refiere que la historia de cada sociedad es única, el interés de los
historiadores debe estar orientado hacia la naturaleza particular y hacia la extensión de tal
unicidad.

La diversidad es clave para gran parte de la experiencia histórica, que no es exclusiva de


una sociedad, pero el carácter especial que puede o no haber tenido, sólo puede ser
determinado en relación con otras sociedades. En otras palabras, se necesita algún elemento
de comparación. Bloch solicitaba para 1925 un estudio comparativo de las sociedades
europeas, petición reiterada por Braudel, quien reclamaba una historia comparada, una
historia que busque comparar las semejanzas, la condición necesaria de toda ciencia social
si se pretende decir la verdad.
Aun la comparación sistemática a gran escala, ha permanecido en general, en el terreno de
los politólogos y sociólogos más que de los historiadores.

La historia comparada lleva consigo riesgos y dificultades obvias, una historia que busque
comparar lo semejantes con lo semejante, pero que constituye lo semejante y al tener las
dos unidades a comparar, ¿serán los suficientemente parecidas? Será pertinente confinar
nuestras comparaciones a sociedades que compartan un mismo marco geográfico o
temporal, o extender la comparación a diferentes sociedades que alcanzaron etapas de
desarrollo similar. Eso dependerá muy probablemente de las preguntas que hemos de hacer
y en las variables que intervienen y las disparidades en cuanto a la información disponible
acerca de las unidades de comparación.

Una comparación histórica nos permite probar una hipótesis y ayuda a identificar nuevos
problemas históricos, obliga a reconsiderar nuestros supuestos sobre la peculiaridad de
nuestra propia experiencia histórica. Pero la comparación se debe hacer de manera
sistemática.

De lo que resulta, y Elliott manifiesta es que el valor de la historia comparada reside, en


última instancia, no tanto en descubrir semejanzas como en identificar diferencias. Las
comparaciones detalladas nos obligan a ir más allá de las semejanzas, y aislar aquellos
elementos que aparentemente no tienen paralelo en otras instancias. Y de hacerse de una
forma adecuada pueden vislumbrar el rol de las formas de identidad nacionales o locales en
la determinación de los comportamientos políticos y sociales en una situación particular. La
comparación exige ser explicitada por medio de un examen consciente y en contraste con
ejemplos continentales.

Espagne, Michel (1994). Sur les limites du comparatisme en histoire culturelle. In:
Genèses, 17. Les objets et les choses. pp. 112-121.

Sobre los límites del comparativismo en la historia cultural

La historiografía, especialmente la franco-alemán, se ha mantenido en un modelo de


legitimación de sus objetos en términos nacionales. La multiplicación de perspectivas
comparativas, no pueden fue un punto inflexión positivo. Sin embargo, uno podría imaginar
como el comparatismo puede escapar de las limitaciones de una historiografía nacional. Se
pretende hacer una reflexión metodológica, desarrollando sucesivamente varias tesis,
acompañadas cada una de ellas de ejemplos tomados principalmente del siglo XIX.

El comparatismo presupone áreas culturales cerradas para brindar la posibilidad de ir


más tarde más allá de sus especificidades gracias a categorías abstractas.

¿Qué se entiende por "historiografía comparada"? En primer lugar, es parte de una


investigación parcial el elevarse a un cierto nivel de generalidad y, por lo tanto, compararse
entre sí. A este sentido estrecho se suma un sentido más amplio: la historiografía debe dejar
de dedicarse a la identidad nacional y romper su marco. Comparar dos objetos significa
oponerlos para enumerar sus semejanzas y sus diferencias.

En el caso de las comparaciones entre naciones, corre el riesgo de resultar en la proyección


de un punto de vista estrictamente nacional. Aunque se tenga presente el tertium
comparationis (la tercera parte de la comparación). Si se renuncia a las categorías amplias
se corre el riesgo de considerar que no hay nada que comparar.

El nivel en el que se produce la comparación, por lo tanto, sólo corresponde a una extensión
de la dimensión subjetiva y nacional. Se compara no tanto para resaltar las semejanzas sino
las diferencias y las particularidades de quien enuncia, del investigador, que se puede
presentar hasta cierto punto nacionalista.

El comparatismo es paralelo a las constelaciones sincrónicas sin tener suficientemente en


cuenta la sucesión cronológica de sus interferencias.

Las comparaciones se relacionan con momentos de una cultura que, debido a las similitudes
semánticas, se experimentan como fenómenos paralelos. Pero arraigados en un desarrollo
que abarca décadas o incluso siglos. Y será necesarios extraerlos de un tiempo específico,
así su relación entre unidades de investigación es a nivel semántico, pues pueden explicar
diferentes cosas o realidades. A veces se podrían relacionar con mucha mayor utilidad
momentos paralelos de las dos culturas que no tienen parentesco semántico. Sólo la
dimensión del tiempo puede explicar las diferencias estructurales. Pero los segmentos de la
evolución no pueden reducirse a un denominador común tan fácilmente como las
observaciones sincrónicas. Habría en elegir objetos de investigación que revelen puntos de
contacto no sólo semánticos y formales sino también históricos.

De esta forma podríamos:

- No perder de vista la continuidad histórica de la que resulta un contacto puntual entre dos
culturas.

-Analizar las diferencias como prácticas contextualizadas.

-Comparar las expectativas características de los dos términos.

Las comparaciones dan un resultado ahistórico, mientras que los puntos de contacto entre
culturas están envueltos en un proceso permanente. Tan pronto como el historiador se
vincula a un grupo de mediadores, por ejemplo una colonia alemana en Francia, debe llegar
a aprehender el punto de convergencia de evoluciones heterogéneas, la del contexto inicial
y la del contexto receptor.

El comparatismo se opone a los grupos sociales en lugar de enfatizar los mecanismos de


aculturación.

Sin duda merece la pena registrar los estratos sociales que componen la sociedad europea.
Un efecto secundario de estas estadísticas, sin embargo, consiste en hipostasiar sujetos
colectivos, en crear universales. De ahí la necesidad de cuestionárselos. Es importante
estudiar los casos de excepción, grupos reducidos en el contexto de un país diferente, e ir
más allá de los estereotipos.

Las comparaciones se refieren en particular a los territorios. En muchos casos la


observación de relaciones objetivas entre espacios europeos podría tener un mayor valor
explicativo respecto a su estructura social y cultural.

Entre los historiadores existe actualmente una tendencia a comparar una ciudad o provincia
entre países, de tamaño equivalente. La elección de ciudades o provincias se realiza según
criterios de distribución abstracta (número de habitantes, sectores industriales
representados, etc.). Los resultados son listas de diferencias o similitudes, desde las tasas de
fecundidad hasta el estilo de gestión empresarial.
No se puede minimizar aquí el peligro de ignorar una red de relaciones reales. Ciudades
que fueron el resultado de un crecimiento económico entrelazado y una definición cultural,
lo que justificaría su comparación y el analizar la historia de un territorio europeo
constituido a partir de un eje de comunicación.

Todo ello hace evidente la relación con Francia en la historia social y cultural de algunas
regiones alemanas también merece investigación. Se puede comparar la estructura social
entre regiones o provincias, pero otra forma de abordar, a través de una historiografía
transnacional, la historia de una región consistiría en seguir el desarrollo en X de una
relación estructurante con Y. Pasando a constituir el punto de partida de una historiografía,
no sólo comparada, sino auténticamente binacional.

Las comparaciones se relacionan con objetos que supuestamente expresan una identidad.
Como resultado, la atención del observador se desvía de una parte ajena a la estructura
social de la propia memoria nacional.

Al hacer comparaciones, se enfatizan las estructuras que se perciben como propias del
espacio nacional considerado, esencialmente los elementos de una cultura en torno a los
cuales cristaliza la memoria del grupo nacional, es decir, se dice "lugares de memoria" en
sentido amplio (escuela edificios, calles, monumentos de guerra, bibliotecas). Al hacerlo,
perdemos de vista el hecho de que el tejido de la memoria abarca no solo un espacio
cultural sino varios, así como los lugares de culto pueden tener significado para varias
religiones.

Lugares de interés común. recuerdos o al menos podrían volverse comunes, ser estudiados
como tales. Maurice Halbwachs y su teoría de la memoria social, desarrollada en la década
de 1920, es muy útil para la definición de la memoria intercultural. Los pueblos, las calles,
la arquitectura y toda la estructura social reflejan rastros dispersos de esta memoria. Sin
embargo, estas huellas mnemotécnicas superpuestas no ilustran en modo alguno una
identidad nacional sino más bien una penetración recíproca. Sólo la comparación dirige las
mentes hacia una división de recuerdos, una distinción en campos determinados
nacionalmente.
La memoria nacional se conserva principalmente en archivos históricos y bibliotecas. El
orden de los números de archivo asigna a la historiografía una base clasificatoria esencial.
Una historiografía franco-alemana, pero más ampliamente transnacional, requeriría, la
definición de nuevas categorías archivísticas y al menos el concepto de una base
archivística transnacional.

Las comparaciones se enfocan primero en las diferencias antes de considerar los puntos
de convergencia. El proceso mismo de diferenciación, contra el trasfondo de las
imbricaciones preexistentes, queda así oculto.

La conciencia de las diferencias nacionales es en sí misma un producto histórico. Data


aproximadamente de la segunda mitad del siglo XVIII. Antes las naciones eran
determinaciones secundarias, incluso indiferentes. El término se refería a un origen, como
la nación alemana entre los estudiantes de derecho de Orleans. Pero cuando se trata de
comparar los momentos de las culturas nacionales, hay que considerar las posiciones
contrapuestas como dadas por la naturaleza. Esta es la condición para que el historiador
pueda proceder con su comparación de formas de identidad.

La aparición de las oposiciones, la profundización de las cesuras señalan un proceso


histórico. Sólo el intento de revertir este proceso describiendo los mecanismos de su
génesis puede permitir definir un espacio historiográfico verdaderamente supranacional.
Pero la cultura general tiene el valor de una respuesta a la dispersión académica. Los pares
de opuestos deben concebirse como pares dinámicos.

Las comparaciones en sentido estricto frecuentemente provocan efectos de opacidad.??

La historia de las ciencias sociales y humanas en el espacio franco-alemán sólo puede


señalar formas de incomunicabilidad cuando pone en primer plano los términos de una
comparación y no la interrelación entre estos términos y su evanescencia.

Transposiciones que pueden dificultar lo que se ha de comparar, o puede ser la


comparación un método que desentrañe dichas transposiciones y nos lleve a su génesis.
Se sabe que la Ecole Pratique des Hautes Etudes, creada a instancias de germanoparlantes
como Michel Bréal, fue concebida como un intento de aclimatar en París los métodos de
investigación desarrollados en Alemania.

Los estudios comparativos de los dos sistemas escolares y universitarios han revelado hasta
ahora sólo una completa falta de simetría. De esta forma, la relación recíproca que
determina en gran medida el dinamismo interno de los dos sistemas queda prácticamente
borrada. Un esfuerzo por mostrar que las dos tradiciones científicas no son autónomas sino
que pueden explicarse por sus interrelaciones, incluso por su discrepancia voluntaria, me
parecería mucho más prometedor y más apto para controlar, si no superar, las asimetrías,
precisamente porque subrayar el dinamismo.

Dinamismo vs estatismo

Las comparaciones se hacen siempre desde un punto de vista nacional. La multiplicación de


comparaciones sólo puede reforzar el concepto de nación. La tarea del historiador debería
consistir más bien en analizar los momentos extraños en el proceso de constitución de los
diversos conceptos de nación.

No se puede concebir una historiografía comparada que no se base en un concepto de


nación. En Europa existe una oposición entre el concepto de Estado-nación y el concepto
de nación lingüística, entre el modelo francés y el modelo alemán. Sin embargo, cualquier
comparación que lleve a una oposición entre los dos paradigmas corresponde en última
instancia a un juicio de valor.

Los conceptos de nación son construcciones históricas. Sin embargo, los historiadores rara
vez enfatizan el hecho de que los dos conceptos se han generado recíprocamente desde la
Revolución Francesa.

¿Nación en oposición a Monarquía?

También para las muchas etapas intermedias, el concepto de nación merece ser analizado
como un concepto intercultural, casi dialógico.
Como proceso bilateral, el concepto de nación ya no puede ser considerado únicamente en
el plano histórico-político o ideológico. En esta dinámica también juegan un papel
elementos sociopolíticos, mucho más amplios que el simple formalismo jurídico. Cuando
se adopta una definición del concepto de nación que ya no es puramente nacional, es más
fácil resaltar la indistinción o la frecuente inversión de la base socio-histórica y la
superestructura ideológica. Para reconstruir una cadena causal, un proceso de generación
recíproca entre varias representaciones de la nación independientes entre sí, una
comparación que sólo daría una visión instantánea estaría completamente fuera de lugar.

La noción de comparatismo a veces abarca tendencias en la investigación que no tienen


nada que ver con las comparaciones y más bien corresponden a una transferencia cultural.

Cuando los fundadores de la escuela de los Annales invitaron a los historiadores a buscar
puntos de contacto entre sociedades, raíces comunes a la diversidad nacional, no abogaban
en modo alguno por comparaciones en sentido estricto, sino por una perspectiva histórica
global.

Esta sed de apropiación intelectual desde el exterior, voluntariamente operada gracias a


herramientas intelectuales importadas de Alemania, no tiene nada que ver con una
comparación.

La consigna de “investigación comparada” ciertamente puede promover resultados


positivos si por eso entendemos la extensión sistemática del campo más allá de las
divisiones nacionales. Pero la comparación tomada como método no puede en ningún caso
aceptarse de manera acrítica, ni siquiera en nombre de estrategias de política cultural. La
teoría de las transferencias culturales se concibe como la contribución a una corrección
metodológica del comparativismo en la historia cultural.

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