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Historia de España

1º Asignaturas comunes

EvAU Comunidad de Madrid

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BLOQUE 5.3. - EL REINADO DE FERNANDO VII: LIBERALISMO FRENTE A
ABSOLUTISMO. EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DE LAS COLONIAS AMERICANAS.
El reinado de Fernando VII (1814-1833) estuvo marcado por el enfrentamiento entre dos ideologías, el
absolutismo y el liberalismo. Vuelve a ser rey de España en 1814, con la firma del Tratado de Valençay,
y restaura el Antiguo Régimen. En ese momento, las Cortes se habían trasladado a Madrid para
esperar su llegada y que firmara la Constitución. Sin embargo, él no está de acuerdo con ésta y decide
ir a Valencia, donde diputados absolutistas le esperan para entregarle el Manifiesto de los Persas en
abril de 1814, en el que piden que anule la obra legislativa de las cortes de Cádiz argumentando que
no es lo que quiere toda la población, sino que está en contra de los deseos de la mayoría debido a la

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desigualdad social e ideológica dentro de las Cortes.
Fernando, al ver el apoyo de los diputados y la mayoría de la población, en el Decreto de Valencia del 4
de mayo de 1814, anula toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, tanto los diferentes decretos
como la Constitución, y elimina las Cortes de Cádiz. Tras esto, se vuelve a implantar un sistema político
absolutista y se inicia la primera etapa del reinado de Fernando VII, conocida como el sexenio
absolutista, que transcurre desde 1814 a 1820. Las características de esta etapa son la vuelta al
absolutismo y la persecución y represión a los afrancesados y los liberales, lo que causó que muchos
se exiliasen a Francia y Gran Bretaña; los que permanecen en el país de manera clandestina crean
grupos para realizar pronunciamientos e intentar conseguir cambios políticos. Además, el país sufre
una grave crisis financiera, debido a que está endeudado por la guerra, a que al volver al sistema fiscal

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del Antiguo Régimen sólo pagan impuestos los no privilegiados y los ingresos disminuyen, y a que la
independencia de algunas colonias americanas hace que aumenten los gastos para intentar frenarlos y
disminuyan los ingresos (porque no reciben dinero de América). Algunos militares que participaron en la
Guerra de la Independencia protagonizan pronunciamientos en contra del absolutismo, para intentar
que Fernando cambie el sistema de gobierno y vuelva a aprobar la Constitución. Algunos ejemplos son
el de Francisco Espoz y Mina en Pamplona en 1814, el de Juan Porlier en La Coruña en 1815 y el de
Luis Lacy en Cataluña en 1817; pero los tres fracasaron. Es el general Rafael del Riego en 1820 quien
consigue triunfar con su levantamiento y la protesta se extiende por todo el país, consiguiendo que
Fernando restablezca la obra legislativa de las Cortes de Cádiz en 1820.
La segunda etapa del reinado de Fernando VII, conocida como el trienio liberal, va de 1820 a 1823.
Durante esta fase se restablece toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, la Constitución de 1812
y todos los decretos, por lo que desaparece el Antiguo Régimen y se establece un sistema liberal.
Dentro de los liberales aparecen dos grupos: los moderados y los exaltados. Los liberales moderados
consideran que las medidas aprobadas en Cádiz deben ser reformadas para hacerlas más
conservadoras y dar al rey más poder, reduciendo el poder de las Cortes y el derecho a sufragio; los
liberales exaltados consideran que había que reformar la constitución para llevar a cabo cambios aún
más revolucionarios, reduciendo el poder del rey, aumentando el poder de las Cortes y la participación
de la población.
Sin embargo, se dan movimientos de oposición al sistema liberal para obligar al rey a volver al Antiguo
Régimen, como la sublevación de la guardia real en 1822; y la formación de la regencia de Urgel en
cataluña como gobierno alternativo al liberal, protagonizado por absolutistas en 1822; ninguno tiene
éxito. Además, el rey presenta una actitud en contra del liberalismo y al tener derecho a veto en las
decisiones cancela todas las reformas liberales que se proponen. Fernando pide ayuda a las potencias
absolutistas europeas, que habían creado la Santa Alianza; estas se reúnen en el Congreso de Viena

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en 1822 y deciden intervenir militarmente en España, enviando al ejército francés de los Cien Mil Hijos
de San Luis, liderado por el duque de Angulema, en 1823.
En septiembre de 1823 se restablece el absolutismo en España y se inicia la tercera etapa del reinado

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de Fernando VII, la década absolutista, de 1823 a 1833. Fernando anula de nuevo la obra legislativa de
las Cortes de Cádiz y se da una dura represión contra los liberales, como por ejemplo el fusilamiento
de Torrijos. Los liberales vuelven a protestar y realizar pronunciamientos, pero fracasan. Se vuelve al
antiguo régimen pero no de la misma manera que en la primera fase, debido a la gran crisis económica
provocada por la independencia de las colonias americanas, que eran la mayor fuente de ingresos.
Para intentar mejorar la situación, se llevaron a cabo unas medidas económicas y administrativas
protagonizadas por el ministro López Ballesteros, esta serie de cambios incluían los primeros
presupuestos generales del Estado, el código de comercio para regular intercambios y se crean la
bolsa de Madrid, la figura del consejo de ministros y el Banco de San Fernando para la organización.
Estas reformas reciben una oposición de los realistas puros, un grupo de absolutistas muy
conservadores, que piensan que Fernando está aplicando cambios liberales, yendo en contra del

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sistema absolutista que dijo que aplicaría, por lo que se posicionan a favor de su hermano, Carlos
María de Isidro, que era el heredero al trono debido a que Fernando no tenía descendencia.
Los Realistas Puros protagonizan movimientos de oposición para enfrentarse a Fernando y acabar con
las reformas, un ejemplo es El Manifiesto de los Realistas Puros (1826) en el que piden al rey que
elimine las reformas y que conduce a la posterior Guerra de los Agraviados en 1827. Durante los
últimos años del reinado de Fernando se dan problemas sucesorios, ya que no tiene hijos hasta que su
cuarta mujer, María Cristina, se queda embarazada y ante la incertidumbre de si sería niño o niña,
Fernando aprueba la Pragmática Sanción en 1830, que permite la sucesión al trono de las mujeres.
Hasta entonces el sucesor era Carlos María, pero con esta ley el bebé sería el heredero de cualquier
manera, así que Carlos perdió sus privilegios sucesorios. En 1830 nace su hija Isabel y los realistas
puros presionan al rey para intentar que anule la Pragmática Sanción. Fernando cae enfermo y durante
un tiempo, en 1832, en los Sucesos de la Granja, anula la ley que permite que su hija sea la heredera,
volviendo a ser Carlos el sucesor legítimo. Sin embargo, al recuperarse Fernando vuelve a aprobar la
Pragmática Sanción. Al final de su reinado, el rey estuvo enfermo, por lo que María Cristina ejerció de
regente y en 1833 tomó medidas para ganar apoyo para su hija. Coloca a Cea Bermúdez al frente del
gobierno y el consejo de ministros. Además, aprueba una amnistía para que los liberales, que hasta
entonces estaban reprimidos y exiliados, puedan volver a España y dejen de ser perseguidos. De esta
manera, consigue apoyo para Isabel. A la muerte de Fernando en octubre de 1833, los carlistas no
aceptan a la heredera y el país se divide en 2 grupos, los liberales que apoyan a Isabel y los carlistas
que apoyan a Carlos, provocando la Primera Guerra Carlista.
Por otra parte, durante el reinado de Fernando VII se produce la independencia de las colonias
españolas en América. Las causas principales de este suceso fueron el descontento de los criollos, las
restricciones económicas, la difusión de ideas ilustradas y la situación interna de la península. Los
criollos, hijos de españoles nacidos en América, tienen sentimientos nacionalistas distintos, ya no se
sienten españoles; además, no podían ejercer cargos políticos, todos los cargos principales en
América los ejercen jóvenes envíados de la península. Asimismo, España poseía el monopolio
comercial de sus colonias americanas, impidiendo que estas pudieran comerciar con ningún otro país,
lo que frenaba su desarrollo y causaba descontento. También influyeron las ideas ilustradas, la
independencia de Estados Unidos y la revolución francesa. Por último, el vacío de poder en España
provocado por la guerra, facilitó el comienzo de la independencia de las colonias, que además

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contaban con el apoyo de Inglaterra y Estados Unidos (para que España no tenga el monopolio y
puedan comerciar con ellas).
El proceso se desarrolló en dos etapas. En la primera, de 1808 a 1816, ante la situación en la
península por la guerra, se crean juntas para asumir la soberanía de América, que se acaban
convirtiendo en procesos de independencia; a la vuelta de Fernando se paralizaron todos menos el de
El Río de la Plata, que se independiza en 1816. En la segunda etapa, de 1816 a 1824, debido a la falta
de recursos e incapacidad de España para restablecer el control de las colonias, se reinician los
procesos de independencia; destacan San Martín que lleva a cabo la independencia de Chile en 1817
y Bolívar que lleva a cabo la independencia de Venezuela y Colombia en 1819. Perú es el último

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territorio que se mantiene fiel a España, pero en la Batalla de Ayacucho en 1824 consigue la
independencia y se pone fin a los procesos de independencia.
Las consecuencias políticas para España fueron que al perder la mayor parte de su imperio colonial, se
convierte en una potencia de segunda categoría; y las económicas fueron que el proceso provocó una
grave crisis de la hacienda española, ya que además de la pérdida de dinero para intentar frenar la
independencia, al perder el mercado colonial se pierden financiación y recursos. Las consecuencias
políticas para América fueron que las nuevas Repúblicas americanas desarrollaron un grave problema
político: el caudillismo y el militarismo, provocando continuos golpes de estado; las consecuencias
sociales fueron que los indígenas sufrieron el poder político y económico de los criollos, la élite
dominante; y las consecuencias económicas fueron que quedaron subordinados a los intereses de

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Inglaterra y Estados Unidos.

BLOQUE 6
BLOQUE 6.1. - EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868): LA PRIMERA GUERRA CARLISTA.
EVOLUCIÓN POLÍTICA, PARTIDOS Y CONFLICTOS. EL ESTATUTO REAL DE 1834 Y LAS
CONSTITUCIONES DE 1837 Y 1845.
La Primera Guerra Carlista (1833-1840) surge como consecuencia del problema sucesorio tras la
aprobación de la Pragmática Sanción por parte de Fernando VII. En este documento, se permite que la
sucesora al trono sea una mujer, convirtiendo a Isabel, la hija del rey, en la legítima heredera, por lo que
a la muerte de Fernando en 1833, ella es la sucesora. Sin embargo, esto no es aceptado por Carlos
María Isidro de Borbón, hermano de Fernando, que en “El Manifiesto de Abrantes” (1 de octubre de
1833) reclama sus derechos sucesorios y se autoproclama rey. Ante esto, el país se divide en 2
grupos: los liberales, que apoyan a Isabel, y los realistas puros, absolutistas que apoyan a Carlos;
provocando el comienzo de la Primera Guerra Carlista. Se trata de un conflicto dinástico, ya que se
debate el heredero al trono, pero también es un conflicto ideológico, ya que cada candidato está
respaldado por un grupo ideológico y dependiendo del ganador se aplicará un sistema u otro.
Los carlistas defienden la vuelta al Antiguo Régimen: el absolutismo, la confesionalidad (religión oficial:
católica) y el foralismo (recuperación de los Fueros). Contaban con el apoyo social de las zonas rurales:
campesinos, artesanos, el bajo clero, la nobleza rural y pequeños propietarios. Contaban con el apoyo
internacional de Austria, Prusia y Nápoles, las potencias absolutistas europeas, que proporcionaban
apoyo moral porque tenían la misma ideología, pero no aportaban ni dinero ni ejércitos (ni apoyo
económico ni apoyo militar). La localización geográfica era el norte de España. Los isabelinos defienden
el liberalismo, la monarquía parlamentaria, la libertad religiosa, el centralismo liberal y la igualdad jurídica
para todos. Contaban con el apoyo social de la alta burguesía, la clase media urbana, intelectuales,

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funcionarios, mandos del Ejército, el alto clero y grandes propietarios, que les apoyaban, a pesar de
que eso conllevase perder sus privilegios, debido a su lealtad a Fernando y para conseguir puestos
altos e influencia. Contaban con el apoyo internacional de Francia, Inglaterra y Portugal, las potencias
liberales, que proporcionaban apoyo económico y militar. La localización geográfica eran las grandes
ciudades, el centro y el sur de España.
La Primera Guerra Carlista presenta tres etapas. La primera, de 1833 a 1835, presenta iniciativa
carlista; utilizan la táctica de las guerrillas y consiguen controlar zonas rurales de País Vasco, Navarra y
Cataluña. Carlos María quiere conquistar Bilbao y a pesar de la oposición de Zumalacárregui, quien
dirigía los ejércitos carlistas, Carlos insiste y se lleva a cabo el asedio a Bilbao en 1833. Zumalacárregui

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muere en él, dando fin a la primera fase. En la segunda fase, de 1835 a 1837, los carlistas realizan
expediciones para esparcir la guerra por la península y conseguir apoyo, pero fracasan. En el segundo
intento de asedio a Bilbao el general Espartero, líder de los liberales, se enfrenta a los carlistas en la
Batalla de Luchana (1836) y vence, siendo esta una importante victoria del ejército liberal. En la tercera
fase, de 1838 a 1840, el cansancio de la guerra lleva a la división del bando carlista en dos grupos: los
transaccionistas, que quieren negociar con los liberales para pactar la paz y poner fin a la guerra; y los
exaltados, que quieren seguir con la guerra. El líder de los transaccionistas es el general Maroto.
Maroto y Espartero firman el Convenio de Vergara (1839), también conocido como el Abrazo de
Vergara, en el que pactan el final de la guerra. En él, se reconoce a Isabel como la legítima reina a
cambio del mantenimiento de los Fueros en el País Vasco y Navarra y la integración de los militares

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carlistas en el ejército liberal manteniendo sus cargos. El sector exaltado permanece en guerra en
Cataluña, hasta que es derrotado por el ejército liberal en 1940, poniendo fin a la guerra.
El reinado de Isabel II (1833-1868), que comienza con un periodo de regencias (1833-1843) debido a
su minoría de edad, está caracterizado por el fin de las estructuras del Antiguo Régimen, pasando a un
sistema político y económico liberal, y por la inestabilidad política. Los liberales se dividen en dos
partidos: los moderados y los progresistas. El Partido Moderado defiende la soberanía compartida (Rey
y Cortes) conservando el monarca amplios poderes (derecho de veto, nombramiento de ministros y
poder para disolver las cortes), el sufragio censitario muy restringido (exigen un nivel de renta muy alto
para poder votar), la confesionalidad del Estado (la religión oficial es la católica) y la limitación de
derechos individuales. Sus principales líderes son Narváez y Martínez de la Rosa. Reciben el apoyo de
grandes terratenientes, el alto clero, los altos mandos militares y la alta burguesía (personas con alta
renta → pueden votar). Los progresistas defienden la soberanía nacional y la limitación del poder de la
corona, dando más protagonismo a las Cortes; también están a favor de ampliar el sufragio censitario
(bajan el nivel de renta → más gente puede) y los derechos individuales, de permitir la libertad religiosa
y de restablecer la Milicia Nacional, un cuerpo armado de civiles creado para la defensa del sistema
constitucional. Sus líderes son Espartero, Mendizábal y Prim. Cuentan con el apoyo de la mediana y
baja burguesía, la oficialidad media del ejército y las clases populares urbanas. La inestabilidad política
se debe a los continuos cambios de gobierno mediante pronunciamientos liberales para acceder al
poder, ya que la reina o regente solo les entregaba el gobierno a los moderados.
Primero se dio la Regencia de María Cristina (1833-1840), la madre de Isabel. El primer gobierno de
este periodo fue el de Cea Bermúdez (1833-1834). Era un absolutista reformista, que llevó a cabo
reformas económicas y aprobó la amnistía para que los liberales pudieran volver a España y conseguir
apoyo para Isabel. La reforma que más destaca es la división provincial de Javier de Burgos en 1833.
Estas medidas fueron criticadas por los liberales, al ser insuficientes según ellos, por lo que la regente
les entregó el gobierno. El segundo gobierno fue el de Martínez de la Rosa (1834-1835), un liberal

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moderado. Destaca por la aprobación del Estatuto Real en 1834, una carta otorgada muy
conservadora caracterizada por presentar división de poderes pero sin reconocimiento de derechos.
En el documento también se regula la creación, composición y funciones de unas Cortes bicamerales
sin facultades legislativas, sino simplemente de carácter consultivo (sólo asesoran al rey en sus tareas
de gobierno, no aprueban leyes, piden al rey que las apruebe pero depende de él, no de las Cortes).
Las dos cámaras de las que se componen las Cortes son: el Estamento de Próceres, cuyos
integrantes son designados por la corona y el cargo es de carácter vitalicio, y el Estamento de
Procuradores, cuyos miembros son elegidos por sufragio censitario muy restringido. Estas medidas
provocan una oposición de los liberales más progresistas, que las ven como insuficientes; y los

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carlistas también están en contra, ya que se alejan del absolutismo. Los liberales progresistas
comienzan a realizar revueltas urbanas y organizar Juntas. Se da una época revolucionaria en el país
que obligará a la Regente a entregar el Gobierno a los progresistas, comenzando el gobierno de
Mendizábal (1835-1836). Se encuentra una situación económica desastrosa, por lo que para mejorar la
situación y recaudar fondos para enfrentarse a los carlistas aprueba la Ley de desamortización
eclesiástica (1836) que va a afectar a los bienes del clero regular (se venden las tierras pertenecientes a
la iglesia en subastas públicas y el dinero recaudado se usa para pagar deudas y mejorar la situación
económica). Esto es visto como una medida muy radical, por lo que la Regente entrega el gobierno al
moderado Javier Istúriz, que gobierna de mayo a agosto de 1836. Los progresistas se organizan y se
movilizan, iniciando un pronunciamiento militar conocido como “El Motín de la Granja” (1836), en el que

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asaltan el palacio de La Granja de San Ildefonso y triunfan, obligando a la regente a suspender el
Estatuto Real y entregar el Gobierno a los progresistas. Comienza entonces el gobierno de Calatrava,
de 1836 a 1837, en el que se restablece la Constitución de 1812 mientras se elabora una nueva y se
consolida el sistema constitucional liberal en España, acabando con las estructuras del Antiguo
Régimen: se suprime el régimen señorial, los mayorazgos y el diezmo. El ministro de Hacienda es
Mendizábal, que restablece la desamortización eclesiástica para conseguir recursos para financiar la
guerra; además, de esta manera los nuevos compradores se convierten en apoyo político para Isabel y
en defensores del nuevo sistema liberal. Se aprueba la Constitución de 1837, que es una reforma de la
de 1812 pero más moderada. En ella se reconoce la soberanía nacional y se da una división de
poderes: el poder legislativo está en manos de la corona y las Cortes, que son bicamerales, con el
Senado y el Congreso de los Diputados; el poder ejecutivo queda en manos de la corona, que lo
delega en el presidente del gobierno pero manteniendo gran cantidad de poderes; y el poder judicial es
ejercido por tribunales de justicia independientes. Además, se amplía la declaración de los derechos
individuales, permitiendo la libertad de expresión, la libertad de prensa e imprenta, la libertad de
asociación y la igualdad jurídica para todos; el sufragio sigue siendo censitario, pero es menos
restringido que en el Estatuto Real; reaparece la figura de la Milicia Nacional. María Cristina está en
contra y entrega el gobierno a los moderados, que con diferentes líderes gobiernan de 1837 a 1840. El
detonante que acaba con la regencia de María Cristina es la aprobación de la Ley de Ayuntamientos
(1840), que indica que los cargos en los municipios serían elegidos por el gobierno central. Ante esto,
los progresistas provocan altercados en las principales ciudades y la regente se ve obligada a dejar la
regencia.
Tras esto, comienza la Regencia de Espartero, de 1840 a 1843; es elegido Regente por las Cortes al
ser quien puso fin a la Primera Guerra Carlista con el Convenio de Vergara. Negocia el acuerdo de libre
comercio con Inglaterra, permitiendo la entrada al país de productos ingleses para su venta sin
aranceles, lo que provoca la oposición de la industria textil catalana y origina el Motín en Barcelona en

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1842. Espartero bombardea Barcelona (1842) para acabar con las protestas, pero los moderados y los
progresistas están en contra, ya que son medidas muy radicales, y ambos colaboran para llevar a cabo

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un pronunciamiento liderado por Narváez (principal figura del partido moderado) en 1843 que provoca
el final de la regencia de Espartero.
Tras esto, las Cortes adelantan la mayoría de edad de Isabel y ésta asume el trono con 13 años, dando
comienzo al reinado efectivo de Isabel II (1843-1868). Este periodo presenta tres etapas. La primera es
la Década Moderada (1844-1854), en la que predominan los gobiernos del Partido Moderado, cuya
figura principal es el general Narváez. Se aprueba la Constitución de 1845, en la que se recoge la
soberanía compartida entre la corona y las Cortes, otorgando grandes funciones y amplios poderes a
la Corona (poder ejecutivo, iniciativa legislativa, derecho a veto, capacidad para disolver las Cortes,
etc.). Las cortes son bicamerales, con el Senado y el Congreso de los Diputados; el sufragio es
censitario y muy restringido; se da una declaración de los derechos individuales, que pueden ser
limitados y regulados a través de leyes ordinarias; se decreta que España es un Estado confesional,
haciendo la católica la única religión permitida, cuyo culto y clero es financiado por el Estado; y se

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suprime la Milicia Nacional. En 1844 se crea la Guardia Civil, un cuerpo armado para el mantenimiento
del orden público y la seguridad en los municipios. Se aprueba la Ley de Administración provincial y
local (1845) para fomentar la centralización del país, ya que establece que los cargos municipales serán
designados por el Gobierno central, así como el cargo del gobierno civil (máxima autoridad provincial).
También se da la reforma tributaria de Mon y Santillán (1845), en la que se implanta un sistema de
impuestos moderno basado en los impuestos directos, sobre las rentas obtenidas de actividades
económicas y propiedades, y los impuestos indirectos, que gravan el consumo de los productos de
primera necesidad. Se firma el Concordato con la Santa Sede (1851), un acuerdo firmado con el
Vaticano para restablecer las relaciones con la Iglesia, perdidas por la Ley de desamortización. La
Santa Sede reconoce el régimen liberal español y la venta de las propiedades desamortizadas
vendidas hasta ese momento, y el Estado español se compromete a paralizar el proceso de
desamortización y a mantener y financiar el culto y clero católico, además de entregarle amplias
competencias en la educación para que siga su influencia social en el país. La Segunda Guerra Carlista
(1846-1849) comienza con motivo del matrimonio de Isabel II, ya que los carlistas proponen que se
case con el hijo de Carlos María Isidro pero la propuesta es rechazada. Tras un largo período de
gobierno moderado y en contexto de crisis económica, los progresistas realizan un pronunciamiento
militar que se lleva a cabo en Vicálvaro y es conocido como “La Vicalvarada”, encabezado por el
general O'Donnell en 1854. El resultado fue indeciso, por lo que para conseguir apoyo del pueblo se
redacta el Manifiesto de Manzanares (1854), cuyo autor fue Antonio Cánovas del Castillo, en el que se
prometían reformas políticas, reducción de impuestos, restauración de la Milicia Nacional y
convocación de Cortes Constituyentes. Este texto consiguió su objetivo, la revuelta se extendió y la
reina concedió el Gobierno a los progresistas.
La segunda etapa del reinado efectivo de Isabel II fue el Bienio Progresista (1854-1856), en el que
destaca el gobierno de Espartero. Elaboran su propia Constitución pero no les da tiempo a aprobarla
antes de que Isabel les eche del gobierno, es la Constitución non nata de 1856, de ideología
progresista. La ley de desamortización de Madoz (ministro de Hacienda) en 1855 afecta
fundamentalmente a los bienes de la Iglesia que todavía no se habían vendido y a las tierras de los
ayuntamientos, por lo que los principales afectados son los vecinos, que ya no pueden usar las tierras
comunales. Los beneficios son utilizados para hacer frente a la deuda y para financiar e invertir en el
desarrollo del país, principalmente para construir el ferrocarril. La Ley de Ferrocarriles de 1855 da pie a

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la inversión extranjera para la construcción del ferrocarril, ya que permite la inversión de capital y facilita
la llegada de materiales de otros países, porque no hay ahorro en España. La Ley de Sociedades
bancarias y crediticias (1856) sirve para construir el sistema bancario moderno y crear el Banco de
España, siendo este el único con capacidad para emitir moneda (Banco Central). El final del bienio está
marcado por un contexto de bancarrota económica, malas cosechas y conflictividad social; por lo que
la reina entrega el gobierno a los moderados.
La tercera etapa es la alternancia de gobiernos de la Unión Liberal y los Moderados (1856-1868). La
etapa se divide en tres fases, la primera es del bienio moderado de Narváez (1856-1858), en la que se
restablece la Constitución de 1845 y se aprueba una nueva Ley de Educación. La segunda fase es el

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gobierno de O'Donnell (1858-1863), quien creó la Unión Liberal, un partido que contaba con los más
progresistas de los moderados y los más moderados de los progresistas. Se trata de una época de
crecimiento económico y estabilidad política; destaca el intento de una política internacional de
prestigio, participando en conflictos de la época como en Marruecos, México e Indochina para tener
presencia internacional. La tercera fase son los gobiernos moderados de Narváez y González Bravo
(1863-1868), España se encuentra en una crisis económica que provoca conflictividad social, como
quejas por el aumento de los precios. El gobierno aplasta los movimientos y es muy duro, porque se
enfrenta a conflictos políticos y sociales como la revuelta estudiantil de la noche de San Daniel en
1865, qué es reprimida de manera severa por el ejército, pero consigue que la oposición al gobierno
aumente por su dureza. Los progresistas recurren a pronunciamientos, intentan llevar a cabo uno

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conocido como “la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil” en 1866, pero fracasa y es
reprimida muy duramente por el gobierno, acentuando aún más la oposición política a la reina y el
gobierno. Ante la imposibilidad de conseguir acceso al gobierno, se dan negociaciones que
desembocan en el Pacto de Ostende (1866), en el que las fuerzas políticas que se oponen a la reina se
unen para destronarla; son los progresistas, los republicanos y los demócratas. Al pacto se une en
1867 la Unión Liberal tras la muerte de O'Donnell, por lo que la reina queda con tan solo el apoyo de
los moderados. El objetivo del pacto es acabar con la monarquía de Isabel II y convocar elecciones a
Cortes Constituyentes, y su resultado es el estallido de la Gloriosa Revolución en Cádiz en 1868, que
triunfará y provocará la caída de Isabel II.

BLOQUE 6.2. - EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868): LAS DESAMORTIZACIONES DE


MENDIZÁBAL Y MADOZ. DE LA SOCIEDAD ESTAMENTAL A LA SOCIEDAD DE CLASES.
Paralelamente a la implantación del liberalismo político, la economía española experimentó una
evolución hacia un modelo económico capitalista y al inicio de la Revolución Industrial. Los cambios
fueron muy lentos en comparación con otros países debido a la situación de partida de la economía
española, sin unas buenas comunicaciones, sin innovaciones técnicas, capital para invertir ni un
crecimiento demográfico fuerte que sirviera de estímulo para su desarrollo.
España contaba con una economía agraria basada en una agricultura tradicional que utilizaba técnicas
atrasadas, y por lo tanto tenía bajos rendimientos. Asimismo, la estructura de la propiedad era un gran
problema, pues muchas de las tierras estaban en manos muertas (nobleza e Iglesia que no invertían en
mejoras), debido a la pervivencia del mayorazgo y los señoríos, que impedían su venta en el mercado
libre. Para poner solución a este atraso en el sector agrícola se llevaron a cabo medidas entre las que
destacaron la abolición de los señoríos y el mayorazgo durante el Gobierno de Calatrava y las
desamortizaciones.

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La desamortización es un proceso por el cual los bienes y tierras de la Iglesia y de los municipios son
expropiados y pasan a manos del Estado para ponerse a la venta a particulares en subasta pública.
Los objetivos principales de las desamortizaciones fueron conseguir ingresos para reducir la deuda
pública, financiar la inversión pública en infraestructuras como el ferrocarril, y mejorar la distribución de
la propiedad para permitir que los propietarios medios consiguieran una mayor eficiencia de la
explotación de las tierras.
Las primeras medidas de desamortización se pusieron en marcha a principios del s. XIX por Godoy,
para financiar la deuda que generaron los gastos bélicos de su gobierno contra Francia y Gran Bretaña.
Por otro lado, José I puso en venta los bienes de la aristocracia y del clero que se oponía a la invasión

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francesa; y en las Cortes de Cádiz se aprobó, en 1813, un decreto de desamortización, que apenas se
pudo poner en marcha por la coyuntura bélica del país, pero que se retomó durante el Trienio Liberal al
rescatar la obra legislativa de Cádiz. No obstante los dos grandes procesos desamortizadores serían
realizados por los gobiernos progresistas del reinado de Isabel II.
El primer proceso de desamortización lo llevó a cabo Mendizábal durante la Regencia de Mª Cristina y
consistió en una desamortización eclesiástica que afectó principalmente a los bienes del clero regular
(conventos y monasterios). En 1837, mientras Mendizábal era ministro de Hacienda durante el gobierno
de Calatrava se terminó por completar el proceso de desamortización expropiando además los bienes
del clero secular. Los objetivos de esta desamortización eran: sanear la Hacienda pública para reducir
la deuda, financiar los gastos bélicos de la Guerra Carlista y buscar apoyo político en los nuevos

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propietarios, que pasarían a defender la causa isabelina y el nuevo sistema político. Los resultados de
esta desamortización no fueron tan positivos como se esperaba, debido a que consiguió reducir la
deuda pero no consiguieron los ingresos esperados, ya que se admitieron bonos del Estado como
métodos de pago. Por otro lado, consiguieron apoyo político de los nuevos propietarios que se
convirtieron en fieles defensores del sistema liberal pero los beneficiarios fueron las mismas clases
sociales de siempre, que seguían sin invertir en mejoras técnicas.
El segundo proceso de desamortización se llevó a cabo en 1855 por Madoz durante el Gobierno de
Espartero, en el Bienio Progresista. Esta desamortización fue civil y eclesiástica, pues afectó a los
bienes de la Iglesia que habían quedado sin vender en los procesos anteriores, pero fundamentalmente
afectó a los bienes municipales de los ayuntamientos (tierras comunales) que hasta entonces eran de
uso público por los vecinos o tierras arrendadas que constituían una importante vía de financiación
para los ayuntamientos. Los objetivos de esta desamortización eran reducir nuevamente la deuda
pública y conseguir dinero para financiar las inversiones públicas necesarias fundamentalmente para la
construcción del ferrocarril. A pesar de que la recaudación fue superior a la de Mendizábal los
resultados volvieron a ser peores de lo esperado.
En conclusión, ambas desamortizaciones resultaron un tanto fallidas, ya que no cumplieron con los
objetivos propuestos, aunque se redujo la deuda del Estado, los ingresos fueron menores de los
esperados. Tampoco se consiguió solucionar el problema de la estructura de la propiedad, ya que las
tierras continuaron concentradas en pocas manos, contribuyendo a fomentar el latifundismo en manos
de la aristocracia y la burguesía.
Los grandes perjudicados fueron: los campesinos, que no pudieron acceder a la compra de las tierras
y se convirtieron en jornaleros por no disponer de dinero para alquilar las tierras a los nuevos dueños
particulares; los municipios que perdieron una gran fuente de financiación; y la Iglesia que perdió parte
de su patrimonio cultural. Además, perjudicó las inversiones en la actividad industrial puesto que la
burguesía española no era tan inversora como la europea y prefirió invertir en la compra de tierras.

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Finalmente, aunque la producción aumentó por la ampliación de las tierras en explotación, este
crecimiento fue muy leve debido al mantenimiento de técnicas atrasadas y tradicionales. Por lo que fue
una gran oportunidad perdida para llevar a cabo una profunda reforma agraria con la introducción de
innovaciones técnicas que sirviera de impulso a una revolución industrial.
El cambio en las estructuras del Antiguo Régimen también afectó directamente a la sociedad,
acabando con los privilegios y apareciendo una sociedad de clases, caracterizada por la igualdad
jurídica y la posibilidad de promoción social por méritos. Todos pagaban impuestos, eran juzgados por
las mismas leyes y gozaban teóricamente de los mismos derechos. Sin embargo, en la práctica siguió
siendo una sociedad desigual donde las divisiones sociales se establecen en función de la riqueza y

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donde la mujer no tenía derecho.
La clase alta, a pesar de ser minoritaria en número, se convirtió en el sector dominante, acumulando
grandes propiedades y monopolizando los cargos políticos gracias a los elevados niveles de renta
exigidos en el sufragio censitario. Estaba formada por la antigua nobleza terrateniente, que tenía un
gran poder económico, mucha influencia social y una mentalidad rentista; la burguesía de negocios
(banqueros, industriales, grandes comerciantes) que se identificaba y se vinculaba con la aristocracia y
al querer equiparse a sus modos de vida también adoptaron una mentalidad rentista abandonando sus
inversiones industriales. A esta clase también pertenecían las altas jerarquías de la Iglesia y los altos
cargos del ejército que tenían gran influencia política y social. La clase media estaba formada por un
grupo escaso y muy heterogéneo de funcionarios, profesionales liberales, pequeños y medianos

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propietarios, cuyos limitados beneficios les excluían del censo electoral, y por tanto constituyeron las
bases del partido progresista y demócrata adquiriendo gran protagonismo político. Finalmente, las
clases populares estaban formadas por la inmensa mayoría. En el ámbito rural, estaban los
campesinos, que eran el grupo más numeroso y heterogéneo formado por jornaleros, pequeños
propietarios, arrendatarios que tenían unas difíciles condiciones de vida (bajos salarios, mala
alimentación, falta de trabajo y formación) lo que explica su fuerte conflictividad. En el ámbito urbano,
encontramos a los criados, mendigos, trabajadores de talleres artesanales y al proletariado industrial
(aún escaso) que vivía en condiciones insalubres (barrios de chabolas, largas jornadas laborales y
salarios bajos) y que poco a poco fueron creando una conciencia de clase que sirvió de base
fundamental para el inicio del movimiento obrero para mejorar su situación. Finalmente, se encontraban
los mendigos y vagabundos.

BLOQUE 6.3. - EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874): LA CONSTITUCIÓN DE 1869.


EVOLUCIÓN POLÍTICA: GOBIERNO PROVISIONAL, REINADO DE AMADEO DE SABOYA Y
PRIMERA REPÚBLICA.
La etapa final del reinado de Isabel II es la alternancia de gobiernos de la Unión Liberal y los
moderados, al final gobiernan los moderados y hay una crisis económica, por lo que los progresistas,
demócratas y republicanos firman el Pacto de Ostende (1866) para echar a la reina y convocar
elecciones a Cortes Constituyentes. Al pacto se unen los liberales con la muerte de O'Donnell; y tras la
muerte de Narváez, la reina se queda sin apoyos. En 1868 las fuerzas políticas que se oponen a la
reina se levantan en Cádiz, protagonizando un pronunciamiento militar encabezado por Topete (jefe de
la Armada española), el general Serrano (líder de la Unión Liberal) y Prim (líder progresista); se conoce
como la Gloriosa Revolución. Esta sublevación tiene un seguimiento, se organizan juntas
revolucionarias que exigen reformas y actúan como un gobierno paralelo. El pronunciamiento triunfa,
las tropas de Serrano vencen a las tropas reales/ejército isabelino en la Batalla de Alcolea (1868), por lo

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que Isabel se marcha al exilio y se crea un gobierno provisional formado por progresistas y liberales y
presidido por Serrano.

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Este gobierno restablece el orden, realiza reformas (derecho de asociación), convoca elecciones a
Cortes Constituyentes bajo sufragio universal masculino para mayores de 25 años, y crea la
Constitución de 1869. Esta constitución es la más democrática aprobada hasta el momento: recoge la
soberanía nacional; se reconoce a España como una monarquía democrática parlamentaria en la que
el rey reina pero no gobierna; aparece la división estricta de poderes: el Poder Ejecutivo queda en
manos del monarca y es ejercido por el Gobierno, el Poder Legislativo queda en manos de las Cortes,
que son bicamerales (Senado y Congreso de los Diputados) y sus integrantes son elegidos por sufragio
universal, y el Poder Judicial queda en manos de tribunales de justicia independientes; recoge una
amplia declaración de derechos individuales, muchos de ellos no recogidos hasta ahora como el
derecho de asociación y reunión; también hay libertad de cultos, se puede practicar cualquier tipo de
religión individual y públicamente, pero el Estado financia el culto y clero católico. Tras aprobar la
Constitución hay un problema, España es una monarquía pero no tiene rey, por lo que Serrano ejerce

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de Regente hasta que haya un nuevo monarca, y el presidente del Gobierno es el general Prim. Esta
Regencia dura de septiembre de 1869 a diciembre de 1870. En esta época se dan algunos problemas
como la Guerra de Cuba, conocida como la Guerra de los Diez años (1868-1878), que se inicia con el
“Grito de Yara” y está protagonizada por Céspedes. Además, hay sublevaciones republicanas y
revueltas en contra de la monarquía. También hay conflictividad social como resultado de la aparición
del movimiento obrero en España, que exige mejoras salariales y mejores condiciones de vida para los
obreros y campesinos. Por otro lado, la ausencia de rey se convierte en una cuestión internacional y los
países presentan candidatos, siendo Prim el encargado de elegir al nuevo rey, con la condición de que
no sea un Borbón. El elegido y votado en las Cortes es Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia. A los
3 días de ser elegido, Prim es asesinado.
El reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873) estuvo marcado por la falta de apoyos políticos y
sociales. Por un lado, el Partido Progresista, se divide en dos sectores: los constitucionalistas,
liderados por Sagasta, y los radicales, liderados por Zorcilla. Por lo tanto, en vez de apoyar al rey, están
ocupados en ver quién les lidera. Por otro lado, los sectores más conservadores no dan apoyo a
Amadeo, ya que quieren que gobierne Alfonso XII (hijo de Isabel), y se unen en torno a la figura de
Cánovas del Castillo. Los republicanos tampoco le apoyan, ya que están en contra de la monarquía. Y
los carlistas tampoco le apoyan porque quieren que el rey sea el nieto de Carlos María Isidro, dando
comienzo a la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Asimismo, le falta apoyo social, ya que el pueblo le
ve como un extranjero y la iglesia está en su contra por el problema entre Italia y el Papa. Ante esta
difícil situación, el 11 de febrero de 1873 Amadeo de Saboya abdica y renuncia a la corona y a sus
derechos sucesorios.
Ese mismo día, en una sesión conjunta del Senado y el Congreso de los Diputados, se proclama la
Primera República (1873-1874) como una solución temporal sin proyecto político, es decir, es una
república indefinida. Esta República está caracterizada por la división dentro de los republicanos, que
no se deciden entre la elección de una república federal o una unitaria; además, se va a tener que
enfrentar a los dos conflictos armados de la época: la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de Cuba.
También se encuentra con un ambiente de conflictividad social, con las clases populares y los obreros
formando protestas (además el pueblo se crea expectativas demasiado altas y creen que la República
arreglará todos sus problemas); asimismo, hay una constante inestabilidad política, ya que se van a
alternar cuatro presidentes en un año.

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El primer presidente fue Figueras, de febrero a junio de 1873. Convoca elecciones a Cortes
Constituyentes para decidir si se impone una república federal o una unitaria; finalmente se deciden
imponer las tesis federales. El segundo presidente fue Pi y Margall, de junio a julio. Comienza a elaborar
la Constitución de 1873 para organizar la república federal, pero no llega a entrar en vigor porque
mientras se está elaborando los republicanos federales más radicales inician el movimiento
cantonalista, un movimiento político que pretendía dividir España en pequeños estados independientes
que se irían uniendo libremente para crear el Estado Federal desde abajo en vez de esperar a que el
gobierno lo organizara en la Constitución. El gobierno reprime el movimiento mediante el ejército, pero
Pi se niega a utilizar la violencia y dimite. Entonces llega a la presidencia Nicolás Salmerón, de julio a

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septiembre, que va a suponer un giro conservador de la República, ya que él es unitario. Manda al
ejército para sofocar el movimiento cantonalista y poco a poco se van rindiendo, el último territorio es
Cartagena. Dimite por problemas de conciencia al no querer firmar sentencias de muerte a los líderes
cantonalistas. El cuarto y último presidente es Castelar, de septiembre a enero. Durante su presidencia
consigue poderes extraordinarios de las Cortes para gobernar por decreto de manera muy autoritaria.
Disuelve las Cortes, y cuando sofoca a los cantonalistas y une las Cortes de nuevo, es sometido a una
moción de censura y pierde, ya que los diputados se oponen a que siga siendo presidente. Mientras
deciden a quién elegir como nuevo presidente, el 3 de enero de 1874, el general Pavía entra en las
Cortes, da un golpe de Estado para acabar con el sistema republicano y decide entregar el gobierno al
general Serrano, dando paso a la República Autoritaria de Serrano, de enero a diciembre de 1874.

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Durante la República Autoritaria de Serrano, Cánovas del Castillo comenzó a preparar la vuelta de la
monarquía, buscando apoyos sociales sobre todo entre una burguesía cansada de experimentos
sociales y políticos que deseaba una pacificación del país que asegurara sus propiedades. Tras la
inestabilidad de la república, la mejor vía para restablecer el orden era la vuelta de Alfonso XII y la
restauración borbónica. Cánovas quería una vuelta a la monarquía pacífica, que fuera el resultado del
deseo del pueblo español y no de un nuevo pronunciamiento militar. Para ello, hizo firmar a Alfonso el
Manifiesto de Sandhurst (1 diciembre 1874) donde se presentaba la monarquía tradicional,
conservadora y católica de Alfonso como la solución para dotar de estabilidad política y orden social al
país. Sin embargo, los militares se adelantaron y el 29 de diciembre de 1874 el general Martínez
Campos proclamó rey a Alfonso XII tras un pronunciamiento en Sagunto. A continuación, se procedió a
la formación de un gobierno provisional con Cánovas a la cabeza hasta la llegada del monarca, en
enero de 1875.

BLOQUE 7
BLOQUE 7.1. - LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA (1874-1902): CÁNOVAS DEL CASTILLO Y
EL TURNO DE PARTIDOS. LA CONSTITUCIÓN DE 1876.
Durante la República Autoritaria de Serrano, Cánovas del Castillo comenzó a preparar la vuelta de la
monarquía, buscando apoyos sociales sobre todo entre una burguesía, que estaba cansada de
experimentos sociales y políticos y deseaba una pacificación del país que asegurara sus propiedades.
Tras la inestabilidad de la república, la mejor vía para restablecer el orden era la vuelta de Alfonso XII y
la restauración borbónica. Cánovas quería una vuelta a la monarquía pacífica, que fuera el resultado del
deseo del pueblo español y no de un nuevo pronunciamiento militar. Para ello, hizo firmar a Alfonso el
Manifiesto de Sandhurst (1 diciembre 1874) donde se presentaba la monarquía tradicional,
conservadora y católica de Alfonso como la solución para dotar de estabilidad política y orden social al
país. Sin embargo, los militares se adelantaron y el 29 de diciembre de 1874 el general Martínez

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Campos proclamó rey a Alfonso XII tras un pronunciamiento en Sagunto. A continuación, se procedió a
la formación de un gobierno provisional con Cánovas a la cabeza hasta la llegada del monarca, en
enero de 1875.
Con la llegada de Alfonso XII se instauró el sistema de la “Restauración” que estuvo vigente desde
1875 hasta 1931 exceptuando la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). El sistema de la
Restauración fue diseñado por Cánovas inspirándose en el modelo británico, basado en una
monarquía parlamentaria con bipartidismo donde solo dos partidos (el conservador y el liberal)
participan en el sistema sucediéndose de forma pacífica y ordenada, el resto de partidos (republicanos,
socialistas, nacionalistas y carlistas) quedan fuera y forman la oposición al sistema. Se formó un

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sistema artificial que encajaba perfectamente con las necesidades de España cuyo objetivo principal
era garantizar la estabilidad y el orden que tanto pedían las clases altas y medias. Además, para evitar
nuevos pronunciamientos, los militares se vieron obligados a abandonar la política y volver a sus
cuarteles, sirviendo al Estado con independencia de quien gobernara.
El Partido Conservador, liderado por Cánovas e integrado por los antiguos moderados y los más
conservadores de los unionistas, estaba apoyado por la burguesía financiera y latifundista, y la
aristocracia. Defendía el proteccionismo, una soberanía compartida, la confesionalidad católica,
derechos restringidos y el sufragio censitario. Por su parte, el Partido Liberal, liderado por Sagasta e
integrado por progresistas y demócratas, estaba apoyado por la burguesía industrial y comercial,
funcionarios y profesionales liberales. Defendían el librecambismo, una soberanía nacional, un estado

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laico, amplios derechos y libertades (incluidas la de asociación y culto) y el sufragio universal.
Este sistema se consolidó sobre una falsa democracia donde ambos partidos se alternaban de forma
pacífica gracias al fraude electoral, pues el presidente era elegido previamente desde arriba. Cuando
por desgaste, pacto o decisión real se decidía el cambio de partido gobernante, el rey disolvía las
Cortes y encargaba al jefe del partido de la oposición la formación del gobierno. Las elecciones no
eran previas al cambio de gobierno sino posteriores y el partido que iba a gobernar se aseguraba la
victoria electoral mediante el falseamiento de las elecciones porque los resultados estaban decididos
de antemano. A través del encasillado (acuerdo previo a las elecciones entre liberales y conservadores:
se elaboraba una lista con los candidatos que contaban con el visto bueno del gobierno de turno), la
manipulación, el caciquismo (personas influyentes encargadas de recaudar los votos y amañar las
elecciones para el diputado encasillado → a cambio de favores/para pagar deudas votan a quien les
diga) y el pucherazo (manipulación electoral que imposibilita el triunfo de los candidatos no
encasillados, a partir de la compra de votos, amenazas o cambios en el censo) se conseguían unos
resultados concretos para que el partido oportuno saliera vencedor en las elecciones.
El marco jurídico que daba base al sistema de la Restauración se desarrolló en la Constitución de
1876, elaborada por unas cortes constituyentes elegidas por sufragio universal masculino, inspirándose
en la de 1845 con elementos de la de 1869, que estaría en vigor hasta 1923. Esta Constitución se
caracterizó por ser ambigua y flexible, ya que el objetivo principal era que ambos partidos pudieran
gobernar bajo la misma Constitución. En ella se establecía una monarquía parlamentaria muy
conservadora ya que recogía una soberanía compartida con un reforzamiento del poder del rey que
tenía el poder ejecutivo (nombrando al gobierno al margen del Parlamento), derecho a veto y a
clausurar las Cortes y además se convirtió en jefe del ejército. Se establecieron unas Cortes
bicamerales con Congreso, elegido por los ciudadanos y Senado elegido entre el rey y los mayores
contribuyentes. Se declaró la confesionalidad católica del Estado pero permitía el culto privado de otras
religiones. Asimismo, se recogía una declaración de derechos y libertades algo ambigua que se

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regularía por leyes posteriores (incluido el tipo de sufragio), y se aprobó la centralización de los
ayuntamiento y diputaciones para que estos estuvieran elegidas por el gobierno central volviéndose
afines al fraude electoral. Esta constitución se convirtió en moldeable pues recogía la posibilidad de ser
regulada o cambiada con decretos posteriores dependiendo de cómo cada partido la interpretaba.
Durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885) predominaron los gobiernos conservadores exceptuando
el periodo de 1881 hasta 1883 donde fue Sagasta quien gobernó. Con los gobiernos conservadores
los derechos y libertades fueron restringidos como la libertad de prensa que fue restringida con el
establecimiento de la censura previa a las publicaciones. Por otro lado, en 1878, se estableció una
nueva ley electoral que establecía un sufragio censitario. Alfonso XII fue conocido como “El

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Pacificador'' por poner fin a la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) y por poner fin a la Guerra de los
Diez Años en Cuba (1868-1878) con la Paz de Zanjón (1878) firmada por Martínez Campos.
En 1885 Alfonso XII murió mientras la reina estaba embarazada, por lo que Cánovas decide esperar a
conocer el sexo del hijo para determinar el futuro sucesor. Finalmente, nació Alfonso XIII y su madre Mª
Cristina de Habsburgo asumió la regencia (1885-1902). Con la muerte del rey, Cánovas y Sagasta
firmaron el Pacto de El Pardo (1885) para garantizar la continuidad y estabilidad del sistema
comprometiéndose a mantener la alternancia pacífica. Durante esta regencia, predominaron los
gobiernos liberales exceptuando los periodos de 1890 a 1892 y de 1895 a 1897 en los que gobernó el
partido conservador. Estos gobiernos liberales buscaron la estabilidad a través de reformas liberales
como la Ley de Asociaciones (1887) que permitía la organización de partidos obreros y sindicatos, el

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restablecimiento de la libertad de prensa y la ley electoral de 1890 que permitía el sufragio universal
masculino. En este periodo, el problema principal fue el asesinato de Cánovas en 1897 y la pérdida de
las últimas colonias en 1898. Finalmente, en 1902, se reconoció la mayoría de edad de Alfonso XIII
comenzando su reinado.

BLOQUE 7.2. - LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA (1874-1902): LOS NACIONALISMOS


CATALÁN Y VASCO Y EL REGIONALISMO GALLEGO. EL MOVIMIENTO OBRERO Y
CAMPESINO.
Frente al bipartidismo del sistema de la Restauración, existe una diversidad de fuerzas políticas que se
oponen, ya que no les permite acceder al poder. (Son: carlistas, republicanos, nacionalistas,
movimiento obrero). La aparición de movimientos nacionalistas será uno de los aspectos más
destacados de la regencia de María Cristina de Habsburgo. Van a existir grupos que se oponen a la
estructura centralizada del Estado y el sistema de turno pacífico de la Restauración. Las diferencias
entre regionalismo y nacionalismo son que el regionalismo defiende la identidad cultural propia y busca
la descentralización, quieren que se les tenga en cuenta y se les dé autonomía; mientras que el
nacionalismo también defiende la identidad cultural propia pero es un movimiento político que busca el
autogobierno o la independencia.
El movimiento nacionalista en Cataluña surge a partir de un movimiento cultural que aparece en la
década de 1830, conocido como Renaixençe. Este movimiento reivindica la lengua, tradiciones y
literatura catalana, y es respaldado por la burguesía industrial. El primer movimiento político aparece en
1882 y está liderado por Valentí Almirall, que crea el Centre Catalá, una especie de partido cuyo
objetivo era la autonomía catalana. En el Memorial de Agravios de 1885, se justifica la autonomía para
defender los intereses de la industria catalana frente a la política librecambista del gobierno central. En
1891 se forma la Unió Catalanista, una iniciativa de carácter conservador, liderada por Prat de la Riba,
cuyo programa político se recoge en las Bases de Manresa, dónde se defiende una organización

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confederal de España con amplia autonomía. Estos planteamientos son asumidos en 1901 por la Lliga
Regionalista, un partido de carácter conservador, liderado por Prat de la Riba y Francesc Cambó, cuyo

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objetivo es conseguir la autonomía catalana apostando por el federalismo, es decir, buscan una
estructura de organización federal, no la independencia. En su programa critica al sistema de la
Restauración y es el partido más votado en Cataluña. Reciben el apoyo de la burguesía industrial y el
campesinado; los obreros no les apoyan porque no ofrecen un cambio social y mejoras laborales, tan
solo un cambio político. Se refuerzan los nacionalismos frente a la crisis del sistema de la Restauración.
En cuanto al nacionalismo vasco, todo comienza con la supresión de los Fueros, la pérdida de estos
unida a la llegada de trabajadores de otras regiones españolas a trabajar en la industria vasca hace
que, según los nacionalistas vascos, se sufra un proceso de españolización de la raza vasca. Para
defender su cultura, costumbres, etc., Sabino Arana funda el PNV (Partido Nacionalista Vasco) en
1895, un partido independentista, tradicionalista y católico, cuyo lema es “Dios y leyes viejas”. Surge
para defender la superioridad de la etnia vasca y la necesidad de perpetuarla, así como sus
tradiciones, leyes y lengua. Además, exigen la creación de un estado vasco propio, llamado Euskal

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Herria, que sería el resultado de la unión del País Vasco, Navarra y el País Vasco francés. A principios
del siglo XX, el PNV sufre un giro más moderado a favor de la autonomía, siguiendo el modelo catalán
y renunciando a las tesis independentistas. Sus principales apoyos son las clases medias urbanas; la
alta burguesía no lo apoya porque quiere una buena relación con el Estado central, no quiere salir de
España; los obreros tampoco lo apoyan.
En Galicia se da un regionalismo, pero no cuenta con una burguesía fuerte que lo respalde, por lo que
tiene menos fuerza política. Parte de un movimiento cultural, el Rexurdimento, que quiere la
recuperación de la lengua y cultura gallega, y crítica el subdesarrollo de la región acusando al Gobierno
central de no darle apoyo. Algunas figuras destacadas de este movimiento son Rosalía de Castro y
Manuel Murguía. El primer partido autonomista se crea en 1907, conocido como Solidaridad Gallega,
que solo se presenta a las elecciones municipales y no a las generales. En España se encuentran otras
zonas con regionalismos como son Valencia y Andalucía.
Las primeras iniciativas y organizaciones obreras aparecen en 1869, gracias a que la nueva
Constitución recogía el derecho de asociación, dando lugar al inicio del movimiento obrero. Las ideas
de la Primera Internacional (una organización que unía a los trabajadores de diferentes países; sus fines
eran la organización política del proletariado y la creación de un foro para examinar problemas en
común y proponer líneas de acción) llegan a España en 1864, pero durante la República autoritaria de
Serrano en 1874 es prohibido el movimiento obrero y las asociaciones, hasta que en 1887 durante la
regencia de María Cristina se permite de nuevo la creación legal de sindicatos en la Ley de
Asociaciones de 1887. El movimiento obrero presenta 2 tendencias: el marxismo o socialismo y el
anarquismo; dos corrientes con el mismo objetivo (acabar con el capitalismo y el sistema opresor) pero
diferentes estrategias.
En 1879 se crea el Partido Socialista Obrero Español en la clandestinidad, es fundado por Pablo
Iglesias y su objetivo es acabar con el capitalismo para establecer una dictadura del proletariado. Poco
a poco sus posiciones evolucionan hacia posturas más moderadas, formando la socialdemocracia.
Presentan candidatos a las elecciones para ganar representación política y poder cambiar el sistema
desde dentro; es decir, son partidarios de la lucha política y pretenden alcanzar el poder para cambiar
la sociedad. En 1888 los socialistas crean su sindicato Unión General de Trabajadores para luchar en la
mejora de las condiciones de trabajo (piden salario mínimo, jornadas de 8 horas, descanso dominical,

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etc). Las principales zonas de apoyo e implantación socialista son Madrid, País Vasco y Asturias. Tiene
un seguimiento minoritario ya que el movimiento obrero más seguido es el anarquismo.
El anarquismo carece de principios doctrinales y rechaza todas las formas de organización estatal,
oponiéndose a la participación política. Quieren realizar el cambio desde abajo, mediante huelgas y
acciones revolucionarias; es decir, no son partidarios de la lucha política en las instituciones, están en
contra de cualquier poder establecido. Tiene más difusión en el campesinado andaluz y el proletariado
catalán. Experimenta una expansión rápida y se convierte en la ideología obrera mayoritaria en España.
Presentan dos modelos de organización: el anarcosindicalismo y los grupos de acción directa. El
anarcosindicalismo defiende la actuación obrera a través de sindicatos y la huelga general

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
revolucionaria como instrumento de cambio social y transformación. La primera organización que se
crea es en 1881, la Federación de Trabajadores de la región española, que es como la sección
española dentro de la Primera Internacional. En 1910 la Confederación Nacional del Trabajo se crea
como el principal sindicato anarquista, es el sindicato obrero con mayor número de afiliados. Por otro
lado, los grupos de acción directa realizan actos terroristas de carácter violento contra miembros del
Gobierno, ejército, burguesía e iglesia para atentar contra el Estado; un ejemplo es el asesinato del
presidente Cánovas en 1897.
En Andalucía, los campesinos, siguiendo las ideas anarquistas, protagonizaron actos violentos como la
quema y ocupación de tierras para manifestar su descontento e intentar formar comunidades
autogestionadas sin autoridad ni propiedad privada, al margen del Estado (un ejemplo de organización

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clandestina que destaca es la “Mano Negra”)

BLOQUE 7.3. - EL PROBLEMA DE CUBA Y LA GUERRA ENTRE ESPAÑA Y ESTADOS


UNIDOS. LA CRISIS DE 1898 Y SUS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS E
IDEOLÓGICAS.
Tras la emancipación de la América española en el reinado de Fernando VII solo quedan bajo dominio
español Cuba, Puerto Rico, Filipinas, algunos islotes en el Pacífico y pequeños enclaves en África.
Cuba constituye una fuente de financiación muy importante para España, ya que se había establecido
un proteccionismo sobre la isla permitía ejercer un monopolio sobre ella; de esta manera otros países
debían pagar aranceles para comerciar con Cuba, mientras que España podía comprar azúcar y
tabaco a buen precio y vender productos de la industria catalana y el cereal castellano.
El primer intento de emancipación fue la Guerra de los Diez Años (1868-1878) iniciada por Manuel de
Céspedes con el grito de Yara; reclamaban la autonomía política y la abolición de la esclavitud. El fin de
la guerra se da con la firma de la Paz de Zanjón (1878) firmada por Martínez Campos, en la que se
hacen promesas de autogobierno para la isla. Aunque en 1888 se aprueba la abolición de la
esclavitud, las promesas recogidas en la Paz de Zanjón no son cumplidas lo que lleva a que en 1895
se reanude el conflicto con el Grito de Baire protagonizado por José Martí, que había creado el Partido
Revolucionario Cubano a favor de la autonomía cubana en 1882. Al inicio de la guerra el gobierno de
Cánovas envía al ejército, liderado por Martínez Campos, para sofocar la revolución. Ante su ineficacia
se decide enviar al general Weyler que lleva a cabo una dura represión concentrando la población
cubana en zonas controladas por las tropas españolas para evitar que ayudarán a los guerrilleros
revolucionarios. La concentración de tanta población provoca una alta mortalidad dentro de la
población cubana, debido a la rápida difusión de enfermedades y la dificultad de abastecimiento.
Esta acción fue muy criticada a nivel internacional, especialmente por la prensa norteamericana, que se
presenta como la gran defensora de la causa cubana y comienza una campaña de desprestigio

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criticando a España. Los intereses de Estados Unidos en Cuba son debido a motivos económicos (es
el principal comprador de azúcar y tabaco → con libertad y fin de monopolio español les costaría
menos comprar y sus productos no serían sometidos a aranceles para su venta) y motivos estratégicos
(el control de la isla otorga dominio del Caribe, la zona centroamericana y el canal de Panamá). Tras el
asesinato de Cánovas en 1897 el gobierno liberal de Sagasta cambia la estrategia apostando por la
conciliación y ofreciendo autonomía a la isla, pero ya es demasiado tarde y los cubanos rechazan la
propuesta sabiendo que cuentan con el apoyo de Estados Unidos para su independencia. En febrero
de 1898 Estados Unidos manda un barco a Cuba, conocido como el Maine, para proteger los
intereses norteamericanos en la isla. Por causas desconocidas el barco explota y se hunde. El

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gobierno de Estados Unidos acusa a España de estar relacionada con el hundimiento y envía un
ultimátum exigiendo su retirada de la isla. Los dirigentes españoles eran conscientes de la inferioridad
militar pero consideran humillante aceptar el ultimátum y debido a la presión de la opinión pública y
miembros del ejército lo rechazan y se inicia la guerra. Esta guerra dura muy poco y se desarrolla en el
mar, con dos escenarios fundamentales: Filipinas y Cuba. En Filipinas se había iniciado un movimiento
por la independencia de las islas en 1896, por José Rizal, que recibe apoyo norteamericano. Estados
Unidos ocupó Filipinas rápidamente tras su victoria en la Batalla de Cavite en mayo de 1898, donde la
flota española quedó machacada. En Cuba las derrotas son constantes y ante esta situación se firma
el Tratado de París en diciembre de 1898, en el que se reconoce la independencia formal de Cuba, la
cesión a Estados Unidos de la isla de Puerto Rico y la isla de Guam, y la venta de las Filipinas a cambio

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de 20 millones.
La pérdida de colonias se va a conocer en España como el desastre del 98 y va a tener consecuencias
en todos los ámbitos. Las consecuencias demográficas fueron las pérdidas humanas de unos 60.000
españoles como resultado de los enfrentamientos bélicos y la transmisión de enfermedades tropicales.
Las consecuencias económicas fueron la pérdida del mercado colonial americano para la venta de
productos españoles y la compra de materias primas baratas. Además, la guerra va a suponer
enormes gastos y un déficit presupuestario, aunque esto se va a compensar con la repatriación de
capitales, lo que contribuirá al desarrollo de la banca y la industria. En cuanto a las consecuencias
políticas, la derrota no provocó ningún cambio político, el sistema de la Restauración se mantiene,
aunque se empieza a criticar y plantear su ineficacia para resolver los problemas del país. Asimismo, la
nueva generación de políticos de principios del siglo XX, Maura y Canalejas, llevan a cabo intentos de
regeneracionismo desde arriba (reformas para mejorar el sistema evitando revueltas). Además, se
refuerzan los planteamientos nacionalistas en País Vasco y Cataluña como alternativa a la ineficacia del
sistema de la Restauración. También crece un sentimiento antimilitarista, ya que la población culpa al
ejército de la derrota; y hay una crítica al sistema de reclutamiento. Por otro lado, hay un resentimiento
de los militares hacia los políticos, que les condujeron a una guerra que era imposible de ganar y no
reciben la culpa. Para compensar la pérdida se van a realizar intervenciones militares en el norte de
África para intentar conseguir enclaves coloniales. En un contexto internacional de imperialismo en el
que las potencias intentan conseguir colonias, España se convierte en una potencia de segunda
categoría. En cuanto a las consecuencias ideológicas, el desastre del 98 tuvo un impacto psicológico
qué provocó una crisis moral y un sentimiento de frustración y desilusión en la población además de
hacerla sentir inferior respecto a las otras potencias. Aparece una corriente intelectual conocida como
el regeneracionismo cuya principal figura fue Joaquín Costa, este movimiento cultural defendía la
necesidad de renovar y modernizar el país para acabar con sus problemas estructurales (atraso
económico, corrupción política y analfabetismo). En el ámbito literario van a surgir un conjunto de

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escritores y pensadores conocido como la Generación del 98, que se caracterizan por un profundo
pesimismo, la crítica al atraso peninsular y plantean una reflexión sobre el sentido de España y su papel
en la historia y el contexto internacional, proponiendo la necesidad de llevar a cabo reformas en todos
los ámbitos del país. Algunos ejemplos de estos autores son Unamuno, Azorín y Pío Baroja.

BLOQUE 8
BLOQUE 8.1. - EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN EL
SIGLO XIX. EL DESARROLLO URBANO.
La evolución demográfica de España en el siglo XIX se caracteriza por un lento crecimiento,

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inferior al del resto de países europeos.
España se encontraba en un régimen demográfico antiguo con una alta natalidad debido a la
inexistencia de métodos anticonceptivos, la necesidad de mano de obra y la importancia de la religión;
y con una alta mortalidad debido a las malas condiciones higiénicas, el atraso de la medicina, las
enfermedades, la mala alimentación, las hambrunas y las constantes guerras que acentuaban una alta
mortalidad catastrófica. Todo ello provocaba un crecimiento vegetativo bajo y una baja esperanza
de vida. El crecimiento demográfico del siglo XIX se dio gracias a la mejora en la alimentación y
en las condiciones sanitarias y a los avances en la medicina preventiva con la aparición de vacunas.
La mayor parte de la población (más del 70%) trabajaba en el sector agrario y vivía en el campo, pero
a finales del siglo se inició un paulatino desplazamiento de la población del campo a la ciudad,

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denominado éxodo rural, que sería más evidente en el siguiente siglo. Las causas fueron la
superpoblación rural provocada por el impacto del proceso desamortizador en el sector agrario, la
mejora de los transportes y la búsqueda de una vida mejor en las ciudades, para trabajar en las
fábricas o como servicio doméstico. Estos movimientos migratorios interiores, llevaron a una
distribución desigual de la población española, que se concentraba principalmente en las grandes
ciudades (Madrid, Cataluña y País Vasco) y en las zonas periféricas por el despegue industrial, lo que
implicaba una tendencia al despoblamiento del interior peninsular. Se iniciaba el estancamiento de los
tradicionales centros agrarios y ganaderos del interior, frente al crecimiento de las nuevas ciudades
emergentes y los centros industriales que demandaban mano de obra.
Por otro lado, se incrementaron los movimientos migratorios exteriores, mayoritariamente a
América, gracias a la mejora de las comunicaciones marítimas y a una legislación favorable, pues hasta
1853 estaba prohibida la migración, ya que suponía perder trabajadores y potenciales soldados. En la
Constitución de 1869, se reconoció formalmente el derecho a emigrar y en 1907 se firmó la primera ley
que regulaba el fenómeno de la migración. Los destinos migratorios principales eran Brasil, Cuba,
México y Argentina que atraían gente de zonas rurales de Galicia, Asturias y Canarias. Algunos
consiguieron “hacer las Américas”, formando un gran patrimonio económico; y muchos de ellos
retornaron, los denominados indianos, tras hacer fortuna y colaborar en el desarrollo de sus lugares de
origen. La emigración a Europa fue casi mínima, limitada a los exiliados por razones políticas.
El desarrollo urbano español en el siglo XIX fue considerable, pero no alcanzó las cotas de los países
industrializados europeos. La división provincial de Javier de Burgos (1833), dio impulso a las
ciudades capitales de provincia, beneficiándose de servicios complementarios. Por otra parte, el
desarrollo económico ligado al proceso de industrialización junto con el éxodo rural condujeron al
engrandecimiento de muchas ciudades necesitadas de más espacio para la población creciente, por lo
que se iniciaron planes de ensanchamiento más allá de las murallas, siendo la mayoría derribadas. Las
ciudades se quedaron pequeñas y era necesario crear nuevos barrios para alojar a la población.

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Surgieron así, los barrios burgueses o ensanches, con un plano regular, con calles rectilíneas,
pavimentadas y anchas, bien comunicados, dotados de variedad de servicios y próximos al casco

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histórico.Paralelamente, surgieron los barrios obreros situados cerca de las fábricas, fuera del
ensanche, sin ningún tipo de planificación, sin buenas infraestructuras ni condiciones higiénicas.
Sin embargo, y a pesar de este trasvase de población y modernización de las ciudades, la España del
siglo XIX continuaba siendo esencialmente rural, la población campesina predominaba sobre la urbana
y la sociedad seguía dominada por una tradicional mentalidad en las costumbres y las creencias, que
en muchos aspectos coincidían con los valores del Antiguo Régimen.

BLOQUE 8.2. - LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX. EL SISTEMA


DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL. PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO. LA
APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA.
Durante el s. XIX la economía española experimentó numerosos cambios, sin alcanzar el desarrollo
de otros países europeos. A finales del XIX, España era aún un país poco desarrollado industrialmente,

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continuaba siendo eminentemente agrario. La Revolución Industrial en España se caracterizó por ser
un proceso lento, tardío, incompleto y desequilibrado en comparación con el resto de Europa. Solo en
el País Vasco y Cataluña hubo una transformación industrial importante.
No obstante, cabe mencionar que España tenía varios condicionantes negativos que explicaban este
retraso:
- Inestabilidad política (guerras y pérdida de colonias)
- Falta de burguesía emprendedora → deficiente inversión
- Insuficiente disponibilidad de materias primas y fuentes de energía
- Estancamiento de la agricultura → baja productividad agraria
- Debilidad del mercado interior español → baja demanda de productos industriales
- Atraso tecnológico → dependencia de la tecnología extranjera.
- Política proteccionista
La inestabilidad política por las constantes guerras y pérdidas de colonias dificultaron mucho la
estabilidad económica y además no existía una burguesía inversora que invirtiera a largo plazo, por
lo que eran el Estado (que estaba endeudado) y los inversores extranjeros quienes lo hacían.
Asimismo, España carecía de materias primas y fuentes de energía, pues contaba con carbón
escaso y malo. Por otro lado, el estancamiento de la agricultura y la baja productividad agraria
no permitió llevar a cabo una revolución agraria que diera base a la revolución industrial y además la
falta de modernización no permitió ni liberar mano de obra para la industria ni aumentar la renta de los
campesinos para invertir o consumir. La debilidad del mercado interior español debido al escaso
crecimiento demográfico, la deficiente red de comunicaciones y la baja capacidad adquisitiva de la
población, tenía como consecuencia una baja demanda de productos industriales. Por si fuera poco, el
atraso tecnológico era muy importante, lo que nos obligó a tener dependencia de la tecnología
extranjera. Finalmente, España tenía una política proteccionista que defendía la industria de su
competencia exterior a través de aranceles, pero esto implicó un gran inmovilismo pues no se
incentivaba la mejora y modernización industrial.
Los principales sectores se desarrollaron en zonas costeras con fácil accesibilidad y cerca de los
países europeos más desarrollados económicamente:
● La industria textil se desarrolló en Cataluña, principalmente Barcelona y su área metropolitana.
El sector del algodón se caracterizó por recibir mano de obra poco cualificada procedente de

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varias regiones españolas, por estar completamente mecanizado a la altura de 1830 (máquinas
de hilar, telares mecánicos a vapor y después eléctricos) y por el impulso empresarial de la
burguesía catalana dispuesta a emprender y asumir riesgos para mejorar el sector. Tras la
pérdida de Cuba, este sector perdió su principal mercado internacional por lo que orientaron su
producción al mercado nacional, protegido por aranceles de la competencia inglesa.
● El desarrollo de la industria siderúrgica se vio dificultado por la escasa calidad y alto coste del
carbón español y la insuficiente demanda de productos siderúrgicos por parte de la agricultura, la
industria y sobre todo los transportes, ya que para la construcción del ferrocarril se utilizaron
materiales de hierro importados. Su localización fue cambiando a lo largo del siglo. Se pueden

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distinguir tres etapas: se inició en Málaga (1830-1860), aprovechando sus yacimientos de hierro;
a partir de 1860 se centró en Asturias aprovechando los yacimientos de carbón, pero su escasa
calidad y poder calorífico le restaba competitividad; para pasar a partir de 1880 a localizarse en
Vizcaya, debido a la abundancia de hierro, donde se instalaron lo primeros Altos Hornos y se
convertiría la zona en el principal foco sidurúrgico del país. La clave del éxito estuvo en los “fletes
de ida y vuelta” en barco: se exportaba mineral de hierro vasco a Gran Bretaña y se compraba
carbón de Gales, más barato y de mayor poder calorífico que el asturiano. El desarrollo de la
siderurgia vasca permitió la expansión de otros sectores como el naval.
● Otras industrias de consumo como la de alimentación, calzado, cerámica y vidrio se
desarrollaron en este periodo pero su producción era de pequeña escala, con bajos índices de

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capitalización y, en algunos casos, con sistemas de producción más artesanales que industriales.
En cuanto a la minería, España era rica en reservas de hierro, plomo, cinc, cobre y mercurio. Sin
embargo, la explotación minera no alcanzó su plenitud hasta el último cuarto del siglo XIX, debido al
aumento de la demanda internacional, los avances técnicos que abarataron la extracción y el
endeudamiento de la Hacienda española. Durante el Sexenio Democrático (1868-1874) se aprobó una
legislación minera, Ley de Bases sobre Minas de 1868, que permitía la venta o concesión de los
yacimientos mineros (que pertenecían al Estado) a distintas compañías, fundamentalmente extranjeras,
a cambio de una compensación monetaria; esto provocó una “desamortización” del subsuelo español.
A partir de 1868 la exportación de minerales representó una de las principales partidas dentro de
nuestro comercio exterior.
La construcción del ferrocarril fue un factor clave de modernización, como en el resto del mundo.
España llegó con retraso al nuevo medio de transporte y la primera línea fue la construida entre
Barcelona y Mataró en 1848, seguida por la de Madrid-Aranjuez en 1851, pero la construcción era
muy lenta por la falta de iniciativa y de capitales. La construcción del ferrocarril, muy cara debido al
relieve montañoso de la Península, se aceleró con la Ley General de Ferrocarriles de 1855 que
favoreció la creación de sociedades anónimas ferroviarias que se encargaran de construir y explotar los
diferentes tramos de la red. Para ello se dieron subvenciones a los inversores, se eliminaron los
aranceles a la importación de materiales ferroviarios y se permitió la entrada de capitales extranjeros,
sobre todo franceses, ante la falta de recursos internos.
El ferrocarril español presenta dos características: una estructura radial con el centro en Madrid de
donde partían las líneas hacia las costas y fronteras, diseño que dificultaba las comunicaciones entre
las zonas más industrializadas y pobladas; y un ancho de vía mayor que el europeo (debido al relieve),
que dificultó las comunicaciones ferroviarias con otros países.
El ferrocarril jugó un papel fundamental en la articulación de un mercado nacional, al conectar centros
de producción y de consumo e incrementar intercambios de productos agrarios e industriales. Hará

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también posible el desarrollo urbano y la gran emigración del campo a las ciudades que se empieza a
producir a finales de siglo. Pero será una oportunidad perdida para el desarrollo de la industria
siderúrgica al favorecerse la importación de hierro extranjero.
Se produjeron también otros avances en transportes y comunicaciones. Se extendió la navegación a
vapor, se modernizó el correo, apareció el telégrafo, el alumbrado eléctrico y los tranvías urbanos. La
modernización era palpable en las ciudades, pero no en el medio rural.
La balanza comercial española era negativa, siendo mayor el número de importaciones que de
exportaciones, lo que creaba la necesidad de desarrollar una política comercial proteccionista,
defendida por los fabricantes de algodón catalanes, los cerealistas castellanos y los industriales

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siderúrgicos vascos. Exigían la protección de los productos nacionales imponiendo aranceles y
prohibiciones de cara a la importación. A ellos se enfrentaban los librecambistas (comerciantes y
compañías ferroviarias), que exigían la supresión o rebaja de los aranceles con la esperanza de que ello
conllevara un aumento del comercio y los transportes. En todo caso, la tendencia general de los
gobiernos españoles del siglo XIX fue fomentar la aplicación de medidas proteccionistas a la
producción española, tanto de grano como textil y minera, para soportar la competencia europea. Solo
durante el Sexenio Democrático hubo cierto aperturismo del mercado español tras la aprobación del
Arancel librecambista Figuerola de 1869, que suponía una rebaja de aranceles y no prohibía la
importación de artículos extranjeros. El modelo político proteccionista se mantuvo vigente hasta el
franquismo lastrando la economía española.

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El sistema financiero jugó un papel básico en la industrialización y la economía. Con Fernando VII se
creó el Banco de San Fernando (1829) y la Bolsa de Madrid (1831). La Ley de Bancos y Sociedades
de Crédito (1856) durante el reinado de Isabel II inició la modernización del sistema bancario y la
expansión de la banca, tanto pública como privada. Nace el Banco de España (1856), el único con
capacidad de emitir moneda; y gracias al proceso de industrialización aparecieron entidades privadas,
que cumplían la función de sociedades de crédito como el Banco de Vizcaya, el Banco de Bilbao y el
Banco de Santander. Hasta los años treinta circulaban monedas distintas obstaculizando el comercio.
En 1868 se instauró la peseta como moneda nacional oficial, logrando la unidad monetaria y se fue
generalizando el uso del papel moneda.

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