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Muchas veces escuchamos decir que el universo está en permanente transformación, y de

hecho, el principio de la vida, es el movimiento. Esto es directamente comprobable. Una


semilla, deja de serlo, se abre, y va dando lugar a la planta. Esta da un fruto, que al tiempo
madura, cae y se pudre, dejando así lugar a la próxima vida. Si la semilla no abandonara
su estado, la planta no existiría. Pero al parecer, el cambio en nosotros los seres humanos,
no es tan fácil, tan espontaneo, ni tan natural. Demanda un profundo esfuerzo psicológico,
un salto al vacío de lo desconocido, una pérdida de la comodidad y muchas otras
realidades que solemos experimentar como negativas. Pero cierto es, siguiendo con el
ejemplo de la semilla, que cuando la realidad nos exige cambiar de forma, es para que la
vida pueda continuar…

Ahora leamos este artículo respecto al fenómeno del cambio.

“Cambiar no es tan natural como la gente lo dice”

Cristian Castillo Peñaherrera

Stephen Robbins (2004) se plantea en su libro de Comportamiento Organizacional, entre


otras, las siguientes preguntas: ¿Las personas creen que es posible cambiar? Y si es así,
¿cuánto tiempo tarda un cambio? Estas preguntas son recurrentes en no solo en la gestión
de las organizaciones en la actualidad, sino en la vida de un individuo así como en una
sociedad. Desde luego, no existe una respuesta específica. Lo que existen son diferentes
comprensiones de un mismo fenómeno. Las formas de enfrentar un cambio han sido
estudiadas a lo largo de la toda la historia. La dinámica del cambio es inherente a la
condición de ser vivo. Heráclito ya lo dijo hace más de 2000 años: “nadie puede bañarse
dos veces en el mismo río”. Nadie puede asumir que el día siguiente es igual al anterior y
que su propio organismo es el mismo día tras día.

Sin embargo, hagamos un punto acá, porque el proceso de evolución de las civilizaciones
se ha construido sobre la base de que esto puede detenerse.

Los orígenes de esta concepción se remontan más o menos al año 12 mil antes de Cristo.
Según Alvin Toffler en esa época, alguien, probablemente una mujer, descubrió, en algún
lugar de lo que actualmente se conoce como Turquía, que una semilla se podía recoger y
volver a poner en la tierra, y una planta, muy parecida a aquella que dio lugar a la semilla,
crecería. Descubrió, por lo tanto, que no era necesario cambiar cada día el estilo de vida,
movilizarse kilómetros en busca de alimentos, montar y desmontar las viviendas, sino que
alojándose en el mismo sitio y haciendo cada día lo mismo, es decir, interrumpiendo el
cambio, el alimento se obtendría de la misma forma y mejor aún. Esto modificó para
siempre nuestra forma de entender el proceso de civilización, que a partir de ese momento
comenzó a forjar una fuerte idea relativa a que para sobrevivir, es necesario hacer siempre
lo mismo, construir hábitos, repetir los procesos y la forma de hacer las cosas. Así las
generaciones venideras buscaron la estabilidad y fueron asumiendo que las cosas no
deberían cambiar, al menos no mucho, ni notoriamente.

Sin embargo, en la actualidad, la dinámica social ha obligado a los seres humanos a


enfrentar procesos de adaptación y cambio cada vez más rápidos y cada vez más frecuentes.
Durante casi 14 mil años, buscamos como civilización una permanente estabilidad, y ahora,
nos enfrentamos contra la idea que más nos atemoriza: volver a una dinámica de cambio
permanente. Para Morgan (1998), las organizaciones, como las personas, buscan sobrevivir,
y en la situación actual “sobrevivir” sólo puede ser “con” y nunca “contra” el entorno o el
contexto en el que se están moviendo. En estos momentos, estar en “contra” probablemente
quiere decir, no moverse. Esto obliga a las sociedades a emprender procesos permanentes
de transformación. Algunos de estos procesos son simplemente demasiado para las
personas que integran la comunidad, y cuando el cambio es demasiado grande las personas
presentan experimentan resistencia y un elevado sufrimiento.

Por lo tanto, Según Robbins (2004) el comportamiento de resistencia al cambio, tiene a


nivel individual, los siguientes orígenes: la idea inconsciente de estabilidad sobre la cual
evolucionó la especie, el esfuerzo de cambiar hábitos y volver a empezar, el abandono de la
comodidad, la pérdida de control o de un lugar de poder, la sensación de inseguridad y/o
perjuicio que trae el cambio, la forma en la que estos pueden afectar a factores económicos
individuales, el miedo a lo desconocido, el sentimiento melancólico de pérdida, entre otros.
Estas formas de reacción ante un proceso de cambio, no son las únicas. Existen muchísimas
más.

Según los estudios realizados por parte de la psicología experimental en relación al cambio,
se extraen dos conclusiones. Por un lado, que cuando más profundo y disruptivo es el
cambio que debemos realizar, más resistencia y dificultades genera. Y por otro, que una
primera instancia las personas solemos sentir que el cambio nos quitará más cosas que las
que nos dará. Por eso, para poder transitar el proceso de cambio con relativo éxito, siempre
es necesario poner en evidencia el conjunto de oportunidades que ese proceso de
transformación nos dará, tanto a nivel personal, como grupal, porque una persona cambia,
solo cuando encuentra razones vitales para hacerlo.

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