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En los últimos cincuenta años, el hombre ha experimentado una explosión en los límites de su
mente y en su uso del poder, gracias a que tanto la psicología como la física han abierto nuevas
perspectivas a su comprensión de la realidad. Como consecuencia, se ha generado una inmensa
fuente de información que expande cada vez mis nuestra comprensión de los misterios del
universo. Además de este movimiento, nuestro enfoque de la medicina y la terapia se ha ampliado
y nos ha permitido conocer mucho más profundamente el funcionamiento del cuerpo y la mente
como una unidad. De esta noción deriva el concepto de la medicina holística, que reconoce que
una persona no debería ser tratada como un conjunto de partes, sino como una unidad viviente;
integrada, y que todos contamos con la capacidad de curar nuestras propias dolencias.
Entre estas innovadoras nociones surge la Técnica Metamórfica, que incorpora la cualidad de la
auto-curación poniendo en práctica una idea que se ha repetido a lo largo de los siglos. Parece
simple y obvio, pero la mente finita tiene dificultades para comprenderlo: la vida es la gran
sanadora.
La vida es un factor que lo impregna todo y, a su vez, lo supera; es y actúa como un poder de la
materia, y a dicho poder lo denominamos fuerza vital. La vida es creación, y de la creación surge el
movimiento; el movimiento es cambio, y es la fuerza vital la que sustenta este cambio dentro de
los diversos ciclos de la existencia, ya se trate de un árbol, un planeta o un ser humano. Ningún
estado es permanente; por lento que sea, siempre está experimentando un cambio. La Técnica
Metamórfica pone especial énfasis en la idea de que, más allá de esta fuerza vital, el principio con
el movimiento; el movimiento es cambio, y es la fuerza vital la que sustenta este cambio dentro de
los diversos ciclos de la existencia, ya se trate de un árbol, un planeta o un ser humano. Ningún
estado es permanente; por lento que sea, siempre está experimentando un cambio. La Técnica
Metamórfica pone especial énfasis en la idea de que, más allá de esta fuerza vital, el principio con
el que los practicantes deben trabajar es, simplemente, la vida.
Podemos establecer una comparación entre la vida y el agua, un fluido capaz de adoptar forma de
hielo, vapor, río o mar. Entre todas sus formas, existe una continuidad a muchos niveles diferentes
-molecular, atómico, etc.-; pero, sin embargo, es posible que, en el río que fluye corriente abajo,
las aguas se encuentren con ciertos obstáculos, como piedras o cunas. De todos modos, la realidad
del río siempre existe, más allá de las piedras, y el potencial de cambio continúa presente, por
encima de cualquier obstáculo. Idéntica situación experimentan nuestro movimiento y nuestra
capacidad de cambio: a pesar de los obstáculos que puedan surgir, la fuerza de la vida siempre
espera pan transportarnos a un estado superior de libertad.
La vida es el poder que cura; pero, desafortunadamente, la aplicación de esa facultad en nosotros
mismos ha quedado atrofiada con el paso de los siglos. Ahora el hombre necesita un catalizador
para contactar con esa cualidad y despertarla. En la Técnica Metamórfica los practicantes son
catalizadores, en el mismo sentido en que la tierra también lo es. Una semilla cae al suelo, y la
tierra y los elementos simplemente se ocupan de deshacer la estructura física de la misma, porque
dentro de la semilla se esconde el poder que libera su potencial de crecimiento. El practicante,
como la tierra, se encarga de deshacer una estructura interna del paciente; al igual que ésta, es el
catalizador. Existe un punto de encuentro entre la tierra y la semilla que no necesita ser expresado
ni impuesto por ninguna de las dos partes. En este trabajo el practicante y el paciente se
encuentran y, de forma similar, entre ellos no existen expectativas ni imposiciones. El objetivo de
la naturaleza es la fertilidad, y el propósito último de la vida es la realización, siempre al nivel más
elevado. El hombre goza de ese mismo poder que es la vida y del potencial de realización absoluta
como ser humano. Pero ¿cuál es la estructura que debemos deshacer pan alcanzado?
Durante los nueve meses de gestación nos vemos sometidos a la influencia de innumerables
factores diferentes: la forma de ser de nuestros padres, el entorno cultural y físico en el que viven,
y la etapa de evolución que el hombre ha alcanzado, unidos a influencias cósmicas de carácter
inmaterial. Todos estos factores dan forma a los patrones de nuestra vida y quedan establecidos
durante dicho periodo. En esencia, somos la conciencia que se ha desarrollado durante la
gestación como resultado de todas las influencias presentes en el momento en que fuimos
concebidos. La Técnica Metamórfica se centra en estos nueve meses: así como la tierra trabaja con
la estructura física de las semillas, el practicante, como un catalizador, se ocupa de deshacer una
estructura abstracta, una estructura de tiempo, que es el período de gestación.
Por consiguiente, uno de los aspectos más importantes de la Técnica Metamórfica es la actitud
mental del practicante. Su objetivo es trabajar con la fuerza vital, sin imponer su voluntad ni
dirigirla en modo alguno. Si, por el contrario, desea ayudar o canalizar energía hacia o desde sus
pacientes, lo único que consigue es negar a las vidas de esas personas el derecho de contar con un
espacio para actuar. Así como no podemos sonreír o respirar por otra persona, ¿cómo podemos
presumir de ser capaces de curarle? La acritud del practicante, repetirnos, debe ser la de
considerarse un catalizador, a sabiendas de que es la propia fuerza vital del paciente la que hará lo
más apropiado.
Esta actitud hacia los síntomas es una importante diferencia entre la Técnica Metamórfica y las
terapias alternativas o la medicina convencional. Todo el trabajo lo lleva a cabo la fuerza vital del
paciente, no el practicante. El poder actúa sobre el paciente y puede dar lugar a diversas
circunstancias que permitan alcanzar un estado de integración o totalidad. Por ejemplo, se ha
observado que un paciente puede recurrir a otras formas de tratamiento mientras recibe la
Técnica Metamórfica semanalmente, al igual que las raíces buscan el alimento de la tierra
mientras, simultáneamente, la energía que se aloja en el interior de la semilla la transforma en
una planta.
Resulta sencillo aprender esta técnica. No existe ninguna restricción: cualquier persona puede
ponerla en práctica sobre otra. Por ejemplo, es posible dirigirla a un niño con alguna discapacidad
mental, y a su vez ese niño puede aplicarla a otros. Está al alcance de todo el mundo,
independientemente de su edad y condiciones de salud, en sesiones en las que cada persona
puede tanto dar como recibir.
Este libro describe el modelo con el que estamos trabajando, una práctica simple que se limita a
permitir que nuestra propia fuerza vital actúe por sí sola. Si se le da libertad la fuerza vital se
mueve naturalmente hacia la concreción de nuestro potencial como seres humanos; sólo
necesitamos tornar conciencia de nuestros patrones y permitir que se manifiesten como son,
sabiendo que pueden ser transformados desde dentro. Por consiguiente, la combinación de
concienciación y buena disposición constituye la más elevada de las acciones, un acto de amor y
aceptación. En su condición de catalizadores, los practicantes no llevan a cabo el cambio; de eso se
ocupa la fuerza vital. Y resulta obvio, porque somos vida y la vida es nuestra sanadora.
2. HISTORIA
Hombre, pisa la tierra suavemente; lo que a polvo se asemeja es también la sustancia de la que
están hechas las galaxias.
EVELYN NOLT
Hace cinco mil años, los chinos observaron que ciertas partes del cuerpo se comunicaban con el
mundo exterior, y que la naturaleza de dicha conexión difería según la parte corporal empleada
para ese fin: la cabeza, gracias a los sentidos y el cerebro, es el canal de comunicación con el cielo;
y las manos, merced al tacto y la expresión creativa, representan el canal con el que nos
comunicamos entre nosotros. También destacan los pezones, como fuente de nutrición y también
de sensualidad; el ano, no sólo a través de la defecación, sino también de la sensualidad, en
especial en los niños pequeños; los genitales, mediante la sensualidad y su capacidad de concebir
vida; y los pies, que a través de nuestro movimiento en el mundo se convierten en nuestro canal
de comunicación con la tierra. En el momento en que nos erguimos sobre nuestros pies se plasmó
la polaridad entre el cielo y la tierra, simbolizada en la filosofía china por las fuerzas energéticas
yin y yang. A partir de esa primera observación, los chinos descubrieron que determinadas zonas
reflejan el cuerpo; que cada área en sí misma es un microcosmos que reproduce lo que sucede en
el organismo y que, por consiguiente, actúa como un puente de comunicación entre el cuerpo y el
mundo exterior.
Se partía de la base de que todos los órganos contaban con puntos reflejos que marcaban la
correspondencia entre cada órgano y otras partes del cuerpo, entre los que destacan los pies, las
manos y la cabeza debido a su gran sensibilidad. Este enfoque de la medicina fue exhaustivamente
investigado y se convirtió en la Terapia de Zonas, a comienzos del siglo XX, gracias a un médico
norteamericano llamado Williatn Fitzgerald. Él dividió el cuerpo en diez zonas, desde la cabeza
hasta los dedos de las manos y de los pies, y estableció que la energía que fluye por estas áreas
recorre el cuerpo hasta llegar a los puntos reflejos de ambos pares de extremidades. Su trabajo
fue ampliado posteriormente por Eunice D. lngham y recibió el nombre de reflexología, que es una
forma de masaje de compresión que se concentra casi en su totalidad en los pies y difiere
mínimamente de la técnica china original.
Todas las partes del cuerpo se corresponden con los pies. Son como un espejo en el que los pies,
tanto el izquierdo como el derecho, reflejan ambos lados del cuerpo, respectivamente. Los dedos
de los pies reflejan la cabeza, el cerebro, los ojos, la nariz, la boca y los senos. Las plantas
reproducen los órganos internos, y la estructura ósea imita la contextura corporal. Los talones
reflejan la zona pélvica, incluyendo los órganos de reproducción y eliminación; y la columna
vertebral se evidencia en el borde óseo de la cara interna de ambos pies, desde la primera
articulación del “dedo gordo” (primer dedo) hasta el hueso del talón. Los extremos superiores de
las uñas de los dedos mayores de cada pie reflejan la glándula pineal, y los extremos inferiores la
glándula pituitaria. La línea que cruza la parte superior del pie desde la base del hueso interior del
tobillo, hasta lavase de su hueso exterior, indica el área refleja del anillo pélvico.
Es interesante apuntar que hasta la fecha se han confeccionado muchos gráficos distintos pero
que todos muestran puntos reflejos en zonas del pie, que difieren ligeramente entre sí, sin
embargo, el tratamiento parece dar buenos resultados independientemente del gráfico utilizado.
Así llegamos a la conclusión de que gran parte del proceso de curación consiste en la liberación, en
otras palabras, el poder de curación se activa ante la estimulación de la energía y no de un punto
específico la reflexología. Demuestra que los pies reflejan el resto del cuerpo y que los resultados
no se consiguen a través de la actividad en los sistemas nervioso o circulatorio, porque no existen
vínculos directos entre los órganos internos y los pies, de hecho sugiere que nuestra capacidad
para curarnos a nosotros mismos recibe nuestro sistema energético interno. Los físicos explican lo
mismo con otras palabras, que en la asombrosa complejidad el cuerpo humano cada célula es un
holograma que contiene el conocimiento de cada una de las demás células y por consiguiente del
organismo en su totalidad.
A partir de la reflexología se desarrolló una técnica sumamente importante iniciada por Robert St.
John. A pesar de los muchos años que había dedicado a ejercer la naturopatía, él se sentía
disconforme con la cura natural en general, porque había comprendido que somos nosotros
mismos quienes creamos el estrés que origina nuestras enfermedades. Se dio cuenta de que
existen dos patrones básicos que influyen sobre nuestra vida: el aferente que es el movimiento
hacia dentro y el eferente que se centra en el movimiento hacia afuera. Claros ejemplos, aunque
extremos, de estos patrones, son las personas autistas que tienden a alejarse de la vida, y las
afectadas por el síndrome de down, que se aferran a la vida sin reservas. Los métodos de
tratamiento habituales no portaban ningún beneficio en ninguno de los dos casos. La
insatisfacción laboral de John le llevó a explorar la reflexología; así observó que los diversos
sistemas utilizados eran tan diferentes que parecía, al menos en aquel momento, que uno o más
estaban equivocados y por eso se propuso investigar el tema en profundidad. Según sus
investigaciones y partiendo de la gran maestra naturaleza John creó su propio gráfico sobre los
puntos reflejos del pie. A partir de entonces, su intuición le permitió comprender que muchas de
las dolencias corporales que se ven reflejadas en los pies también podían estar relacionadas con
un correspondiente bloqueo en los reflejos de la columna vertebral. En efecto, gracias a sus
observaciones, llegó a la conclusión de que el masaje resultaba igualmente efectivo tanto cuando
se aplicaba únicamente sobre el área refleja de la columna vertebral, como cuando afectaba a
todo el pie.
Debido a que la columna vertebral, que constituye el soporte óseo del cuerpo, contiene al sistema
nervioso central y no existe separación alguna entre el cuerpo y la mente, la atención de Robert St.
John se centró en la observación de los efectos psicológicos del tratamiento. Al trabajar sobre el
área de los talones, notó que en el paciente surgía una asociación con Jo que él denominó
principio materno. Si existían bloqueos o desequilibrios en esa zona, -que refleja la base de la
columna vertebral, los órganos sexuales y el lugar del nacimiento- entonces había dificultades en
la relación entre el paciente y su madre, o en el principio materno dentro del paciente mismo; es
decir, en su capacidad para expresar aptitudes como la capacidad de cuidar, nutrir y ser receptivo.
Posteriores observaciones de otros practicantes permitieron concluir que estas dificultades
también pueden estar relacionadas con el arraigo, el contacto con la realidad o el hecho de poner
los pies sobre la tierra.
Después de descubrir el principio materno en la zona del talón, llegó la pregunta más lógica:
¿dónde se encontraba el principio paterno? Al trabajar sobre el área circundante a la primera
articulación del primer dedo del pie, que se corresponde con la parte superior del cuello donde los
nervios salen del cerebro para adentrarse en la médula espinal, si aparecían bloqueos en esa
región significaba que existían dificultades psicológicas en el paciente con el principio del padre, el
padre externo o la figura de autoridad. Posteriores observaciones demostraron que el paciente
también podía tener dificultades para expresar su propia autoridad interna o sus cualidades
paternas, o bien tener problemas con el derecho a ser él mismo e, incluso, con el derecho a ser.
Para reconocer dichos estados psicológicos, Robert St. John había superpuesto un mapa
psicológico al mapa de los reflejos físicos, gracias a lo cual percibió que entre el principio del padre
en el dedo del pie y el principio de la madre en el talón existía un reflejo de otro mapa, un mapa
temporal sobre los nueve meses que pasamos en el vientre de nuestra madre. Así, los puntos
reflejos de la columna vertebral son considerados el soporte de una estructura de tiempo. Durante
la concepción, podría decirse que el padre es el miembro más activo de la pareja, ya que es el
único momento en que participa de la creación de una nueva vida. Obviamente, la madre también
es partícipe de la concepción, y percibe el producto de su participación en el momento en que da a
luz. Entre ambos acontecimientos se desarrolla el periodo gestacional. Por consiguiente, mientras
trabajamos sobre esta zona, en realidad estamos trabajando sobre la estructura temporal durante
la cual se establecieron inicialmente todas nuestras características.
Fue en la década de los sesenta cuando Robert St. John hizo su descubrimiento, al que ya habían
hecho alusión los acupunturistas chinos tradicionales. En un primer momento le dio el nombre de
Terapia Prenatal, ya que se ocupa del periodo prenatal o de gestación, pero con posterioridad
decidió denominarla Técnica Metamórfica.
Nos centramos en este período prenatal no como algo pasado, sino como una parte integral de
nuestro presente. En este sentido, el tiempo es como un río que fluye desde un lago hacia el mar,
y en el que la humedad alcanza la atmósfera para regresar a la tierra y repetir el ciclo. Los sucesos
del pasado aún existen de alguna forma.
En Nacimiento sin violencia, el doctor Frederick Leboyer sugiere que la columna vertebral
conserva en su interior todos los recuerdos de nuestro periodo prenatal, y explica que a través de
la columna estamos en contacto permanente con las paredes del útero y de todos los
movimientos que se producen dentro de nuestra madre. En los reflejos espinales encontramos el
patrón prenatal.
Se descubre así un nuevo mapa, que describe una imagen previa de la zona reconocida hasta
entonces. En primer lugar, contamos con el mapa de la reflexología, que muestra el cuerpo físico
reflejado en los pies. Luego, encontramos que existe un mapa psicológico debajo del físico, y bajo
el mapa psicológico descubrimos el mapa del periodo de gestación. En cualquier caso, si miramos
más allá de ese mapa, siempre encontraremos vida.
Debido a que el período gestacional pertenece al pasado, es evidente que el trabajo de la Técnica
Metamórfica debería concentrarse en ese momento. Pero el tiempo no es un factor lineal: los
sucesos del pasado continúan con nosotros. Con la desarticulación de la estructura temporal, la
fuerza vital del paciente puede alterar las características establecidas o formadas en el pasado
(que aún ejercen un efecto sobre él} y deshacerse de ellas, creando por consiguiente una mayor
liberad interior. De esta forma se activa Ia capacidad del paciente para curarse a sí mismo.
Extracto del Libro: “La Técnica Metamórfica”. Autor: Gastón Saint-Pierre. -Gaia Ediciones-