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W Y - Taking Heart
W Y - Taking Heart
Siete semanas han pasado desde que la dueña de una panadería, Ren, perdió
a su novio en un accidente de esquí, y sus órganos fueron enviados por todo el
país para ser donados. Ahora debe volar hacia Denver para vaciar su apartamento y
encontrar la manera de finalmente poder despedirse.
A Eric Sorenson, una celebridad poco conocida, le hace falta algo pero no
está seguro de qué. Desde que tuvo su cirugía al corazón se siente incompleto por
lo que ha estado explorando el país en busca de ese elusivo elemento.
Los dos se encuentran en un avión a Colorado, pero lo que Ren descubre en
el enigmático Eric la toma por sorpresa y comienza a preguntarse, ¿es posible que
un corazón donado encuentre el camino hacia su amada?
A Renee Lawton no se le hacía desconocido Colorado, pero mientras se
encontraba en la Terminal 1 del aeropuerto de Chicago O'Hare, sentía como si
todas las células de su cuerpo se estuvieran apretando contra su piel, tratando de
reorientar su cansado cuerpo de regreso al refugio de su cama.
No estaba lista para volver a Colorado. Prefería no tener que desgarrar las
heridas abiertas que apenas estaban cicatrizando, pero no tenía otra opción.
—¿Puedo ayudarle? —le preguntó el empleado del mostrador de facturación,
su mandíbula tensa como la de la mayoría de los de su clase durante la temporada
alta de viajes.
Ren quería decirle que lamentaba volar en un fin de semana tan cargado, que
preferiría que le hicieran una triple endodoncia1 antes que tener que hacerlo, pero
hablar gastaba energía que simplemente no tenía. Ren le entregó la hoja de papel
impresa con la información de su boleto.
—Si se puede, me gustaría usar mis millas extras para viajar en primera clase.
¿Por qué no? Había acumulado cientos de miles de millas de vuelos a Denver
en los últimos años y parecía apropiado utilizarlos en su última visita.
—¿Tiene algún equipaje para registrar?
Ren miró la bolsa de viaje de cuero en su mano y sacudió la cabeza. Todo lo
que necesitaba para el viaje de dos días se encontraba en esa pequeña pieza. Se
preguntó si volvería con otra bolsa, se preguntó si podría incluso soportar traer
con ella cualquier cosa en absoluto.
Una hora más tarde, después de caminar penosamente a través de la línea de
la seguridad y la demasiado larga explanada, Ren finalmente fue capaz de sentarse
y ubicarse en la puerta de embarque. Un vistazo alrededor confirmó que el vuelo
estaría lleno. Dejó la bolsa a sus pies y sacó su iPod, deseosa de dejar fuera el
traqueteo del animado mundo. A su alrededor, la gente se movía alejándose o
corriendo hacia los seres queridos, pero de todas esas miles de personas, ella
apostaba que nadie más además de ella se dirigía a las montañas para vaciar el
apartamento de su recientemente novio fallecido.
Fallecido. Expirado. Muerto.
1
Endodoncia: Es el tratamiento que consiste en la extracción de la pulpa del diente, un tejido
pequeño en forma de hebra que se encuentra en el centro del conducto del diente. Una vez que la
pulpa muerta se enferma o es dañada, se extrae; el espacio que queda se limpia, se vuelve a dar
forma y se rellena
Ren parpadeó rápidamente tratando de impedir que las lágrimas se le
escapasen y divulgaran su secreto. De repente una canción invadió sus
pensamientos y se arrancó los auriculares de las orejas como si fueran de ácido.
Fue demasiado tarde, el recuerdo de Ben Blair de uno de sus últimos momentos
juntos en la estación de esquí en Winter Park, apareció en sus pensamientos.
Ben había estado articulando la letra de una canción popular, en su
encantadora manera tonta y adorablemente genial al mismo tiempo. Ren siempre
había envidiado eso de él, su talento para dejarse llevar y soltarse. Esa noche, con
la ayuda de la música, Ben se puso en frente de toda la casa de campo y bailó
como un tonto sin preocupaciones. Le había pedido a Ren que se uniera, pero ella
se había negado, por temor a avergonzarse a sí misma en una habitación llena de
gente.
Oh, cómo deseaba ahora haber aceptado esa mano tendida, no haberse
contenido por vergüenza de bailar con el amor de su vida.
Ren cerró los ojos con fuerza, deseando que los recuerdos se alejaran. Era
inútil porque los recuerdos, al igual el dolor que viene con ella, era ahora una parte
de su ADN.
Suspiró temblorosamente haciendo que escalofríos la atravesaran, casi
rompiendo su decisión de no llorar. Estaba comenzando a maldecir su falta de
previsión al no borrar las canciones de Ben de su iPod, cuando notó la presencia de
un tipo alto de pelo oscuro en el mostrador de la puerta. No podía estar segura de
por qué le llamó la atención, no era más que alguien en sus veinti tantos, vistiendo
jeans, una camisa roja de botones y mocasines negros. Era, en todos los sentidos,
nada fuera de lo común a excepción de la forma de pararse: tan seguro de sí
mismo que le recordaba a alguien.
Apartó la mirada con la esperanza de que algún día dejaría de buscar rastros
de Ben a su alrededor. Aun así, se tomó el atrevimiento de darle miradas robadas
al tipo de a ratos notando que llevaba puestas gafas de sol bajo techo durante un
día de Chicago nublado. Definitivamente algo que Ben no haría.
Después de un breve intercambio de palabras con el agente de la puerta, el
hombre se apoyó sobre el mostrador de forma agresiva, sin duda tratando de
parecer intimidante.
Pero el hombre más pequeño detrás de la mesa permaneció impasible,
aburrido incluso.
—Señor, aprecio que compre billetes de primera clase cada vez que vuela con
nosotros. Realmente, lo hago. Y estoy seguro de que los tipos de traje en sus
grandes oficinas están escribiendo una larga nota de agradecimiento en este
mismo momento. Pero el hecho es que usted no compró el asiento de su lado,
dejándolo disponible para que alguien más lo comprase. Lo cual hicieron. Así que
siento profundamente informarle que, por doloroso que sea, tendrá que sentarse
al lado de alguien durante el próximo par de horas.
La nariz del tipo alto se ensanchó bajo las gafas de sol y dijo unas palabras
enojadas antes de apartarse del mostrador y andar con paso majestuoso lejos de la
atestada terminal hacia el bar, si Ren tuviera que adivinar, para beber sus inmensos
infortunios lejos.
Deseaba tener sus problemas en vez de los suyos.
Ren encontró su asiento con rapidez en la parte delantera del avión, pero
tuvo que estirarse un poco para alcanzar el compartimiento superior. Se acomodó
en su asiento de pasillo de lujo y estiró las piernas delante de ella, saboreando el
pequeño placer de tener un poco más de espacio por todos lados. Sí, decidir sacar
provecho de sus millas acumuladas había valido la pena sin duda por el espacio
extra.
—Disculpe.
Los ojos de Ren viajaron hacia arriba desde los zapatos negros de los
pantalones vaqueros de diseño a la camisa roja, se detuvieron un instante en el par
de botones desabrochados en la parte superior para revelar un puñado de pelo en
el pecho, y siguieron finalmente hasta las inexplicables gafas de sol . Se las arregló
para sonreírle.
«Por favor, que tenga el número de asiento incorrecto»
—¿Podría, por favor, dejarme pasar a mi asiento? —dijo el chico con una falsa
dulzura.
Con un suspiro de derrota, Ren se puso de pie y le permitió al hombre un
amplio paso a su asiento junto a la ventana. Ella captó el tenue aroma de su
colonia y lo que normalmente le habría traído imágenes de océanos y dunas de
hierba, en cambio le recordó a metrosexuales urbanos que pensaban que eran lo
más ardiente del mundo.
Una vez que se acomodaron en sus respectivos caros asientos, Ren
inmediatamente se puso los auriculares de nuevo para evitar cualquier posibilidad
de conversación. Las siguientes tres horas iban a ser un infierno.
Eric Sorenson cerró los ojos y respiró hondo para evitar el inminente dolor de
cabeza y se frotó el puente de la nariz bajo sus gafas de sol. Lo que era parte de un
día monótono en el cual iba a abandonar su hotel en Chicago y volar a Colorado
había sido interrumpido por una llamada telefónica furiosa de su madre, que le
había dado una reprimenda por no haberla llamado en el último mes o dos o tres.
Su excusa, como siempre, era que había estado ocupado, pero con qué no podía
articularlo plenamente. ¿Cómo podía poner en palabras esa inmensa sensación de
vacío con la que se despertó en la sala de recuperación, como si el cirujano
hubiese sacado algún órgano vital que fuese crucial para disfrutar de la vida?
Después de recuperarse de la cirugía, Eric había quemado un infierno de
montón de dinero para recorrer todos los rincones de los EE.UU, desde Miami
Beach a San Diego, buscando eso que le faltaba y volviendo con las manos vacías.
Él debería haber sabido mejor que no se podía buscar el significado de la vida en
una playa llena de cuerpos casi desnudos. Sin embargo, era lo que se esperaba.
Era, después de todo, Eric Sorenson, el heredero de una dinastía de navieras
extranjeras, y sobre todo, conocido juerguista y el objetivo básico de los paparazzi.
Sin embargo, no era una celebridad en el verdadero sentido. Él no era un
actor, cantante o estrella de reality, sólo que su mejor amigo era un actor
increíblemente famoso que también era famoso por parrandear constantemente.
Eric sólo se había convertido en una celebridad por defecto, famoso por
asociación.
A principios de año, la pareja había sido fotografiada en varios bares con
varias mujeres en diferentes estados de desnudez y, por supuesto, los blogs de
chismes y revistas inmediatamente les habían puesto la etiqueta de embravecidos
alcohólicos. La madre de Eric, que probablemente había escuchado los informes de
su hermana experta en los medios de comunicación, había estado frenética en sus
llamadas telefónicas, instando a Eric a entrar a rehabilitación tan pronto como
fuera posible. Por supuesto que él no lo iba a hacer, porque realmente no lo
necesitaba, pero tomó un poco de tiempo convencer para aliviar las
preocupaciones de su madre.
Poco después de que el avión saliera del aeropuerto, la azafata se detuvo en
el pasillo con el carrito de bebidas en el remolque. Eric le sonrió como un niño en
la mañana de Navidad.
—Jack y Coca-Cola, por favor.
—No hay problema —dijo con una sonrisa coqueta y preparó su bebida —.
Señora —le dijo a la vecina de asiento de Eric, quien al parecer ya se había
quedado dormida en los treinta minutos desde que el avión había despegado—.
¿Señora?
Eric empujó el codo de la muchacha dormida. Abrió los ojos tímidamente.
—¿Necesitas algo? —preguntó, señalando con el pulgar en dirección al carro.
Se lamió los agrietados labios y se sentó.
—Mmmm, sí. Coca-Cola Light, por favor.
Él la miró por el rabillo del ojo mientras tomaba un sorbo de su bebida. La
chica se veía fatal con su cola de caballo castaño desordenada y su enorme suéter
gris. Incluso los vaqueros eran holgados y se veían peor por el desgaste. Se
preguntó qué podría poseer a alguien de tal manera para dejar su casa, y mucho
menos viajar a través del país, en un estado tan descuidado. Le recordaba a
aquellas personas que habían perdido la esperanza en su apariencia por completo,
o que tal vez no le importaba un comino, para empezar. Lo cual, ahora que lo
desmenuzaba, era en realidad un rasgo que podría admirar. Le encantaría tener la
posibilidad de cerrar la puerta a otras opiniones injustificadas, las de su padrastro,
por ejemplo.
Para evitar pensar en el hombre que lo había criado desde que tenía siete
años de edad, Eric se volvió hacia su compañera y le dijo:
—¿Colorado es su destino final o simplemente una parada?
Volvió la cabeza y fijó sus grandes ojos marrones sobre él, los cuales estaban
inyectados en sangre y rodeados de líneas.
—Destino final.
—También el mío —dijo—. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?
—Todo el tiempo que sea necesario —murmuró en su vaso de plástico.
Él esperó, pero ninguna explicación adicional llegó. Ella simplemente se
concentró en su bebida mientras giraba la pequeña servilleta cuadrada en la mano.
—¿Sabes?, la Coca Cola Light es en realidad bastante mala para la salud.
Ella le lanzó una mirada de asombro antes de decir:
—Gracias por la información. No me di cuenta de que mi bebida estaba
siendo examinada.
Ah, infiernos. No había querido insinuar que tenía pobres habilidades
eligiendo bebida, en realidad no había querido insinuar nada.
—Realmente yo no puedo hablar porque Jack y Coca-Cola no es exactamente
el elixir de la salud, ¿sabes? —Se detuvo y tragó, preguntándose qué demonios
había en su bebida que hacía sus labios temblar de repente.
Se mordió el labio inferior y un lado de su boca se arqueó hacia arriba.
—¿Fuiste a la escuela para obtener ese conocimiento en profundidad? —
preguntó ella con una expresión perfectamente seria.
—Pues sí, en realidad, tengo una maestría en Cocalogía—dijo con una
sonrisa—. La bebida, no la sustancia del fármaco, aunque supongo que podría
decir que tuve una asignatura en eso también.
Sus cejas se levantaron.
—Um, eso es bueno. —Ella bebió el resto de su bebida y sacó la revista del
vuelo. Estaba claro que prefería leer el catálogo Sky Mall que continuar hablando
con gente como él.
Se removió en su asiento para mirarla mejor. —Bueno, eso fue sin duda
demasiada información, pero no he tocado esas cosas desde el año pasado.
Mierda, ¿qué hay de malo en mí?
Ella continuó ojeando las páginas de la arrugada revista como si no lo hubiera
escuchado. Justo cuando él pensaba que ella estaba completamente pasando de
él, dijo:
—¿Qué pasó? ¿Tocaste fondo ?
Él sabía que sólo debía callarse, que debería parar ya de hablar de consumo
de drogas, pero su boca siguió moviéndose por sí sola.
—Me gustaría poder decir que fue el caso, pero la verdad es que los médicos
me dijeron que si no dejaba de consumir drogas, me iba a morir.
—Oh.
—Yo no era un adicto ni nada. Era un usuario social, sólo en las fiestas y cosas
así. —Levantó la copa a los labios para tomar otro sorbo nervioso, pero decidió no
hacerlo—. Supongo que para ti sueno como un cocainómano total, ¿eh?
—¿La verdad? Sí. Sin embargo, un cocainómano muy honesto —dijo, y
deslizó la revista de nuevo en el bolsillo del asiento—. Eres muy directo.
—Lo sé, lo siento. No puedo creer que soltase eso. Mi boca no se detiene.
—Eso es extraño —dijo—. Teniendo en cuenta que ni siquiera querías
sentarte al lado de nadie.
Él le dedicó una sonrisa tímida. —¿Hablaba tan alto?
—No, pero yo estaba lo suficientemente cerca como para oír. —Ella frunció el
ceño—. ¿Siempre intentas intimidar a la gente para salirte con la tuya?
Su pregunta le hizo detenerse. No había querido ser agresivo con el
encargado de la puerta. Eric sólo se había acercado al hombre, y enfocado la
situación, con su franca actitud habitual. Nunca nadie le había dicho que estaba
siendo un matón antes.
—¿Tan mal estuve? —preguntó.
Ella suspiró, como si fuera a asestar un golpe. —Sí. Si hubiese un Salón de la
Fama de Imbéciles, habrías sido admitido al instante.
Hizo una mueca.
—Ouch . El Salón de la Fama de Imbéciles, ¿eh? —Ella asintió con la cabeza—.
Para ser justos, la aerolínea me aseguró que habría mucho espacio. Que no tendría
que sentarme al lado de alguien.
—¿Por qué era tan importante para ti? —preguntó.
—¿Qué es lo que me hace ser un copo de nieve tan especial, quieres decir?
Su sonrisa se reflejó en su rostro. Gracias a Dios que tenía sentido del humor.
—Sí, exactamente.
—Bueno, yo sólo odio tener que sentarme al lado de alguien que me
reconozca. Tener que hacer una pequeña charla con extraños es muy agotador. —
Se rió en voz baja—. Lo sé, no se me escapa la ironía. No puedo creer que esté
hablando contigo como si te conociese toda mi vida.
Ella sonrió entonces, una especie de sonrisa triste.
—¿Así que te pones las gafas para que no te reconozcan? Porque, para ser
honesta —y estamos siendo honestos, ¿no? —, te ves como un total imbécil.
—Así que soy un candidato doble del Salón de la Fama del imbécil, ¿eh?
Ella se encogió de hombros con buen humor.
—Yo diría que eso es bastante exacto. En realidad, se me olvidó incluso que
las estabas usando. Supongo que mis ojos debieron de acostumbrarse. — Se quitó
las gafas de sol tipo aviador, tratando de parecer picado. No había logrado mucho
en su vida, no pudo demostrar mucho en sus veintiocho años de existencia, pero
su imagen era algo que cuidadosamente había perfeccionado y trabajado. Que se
le informase de que había estado fuera de lugar era un poco desconcertante.
—¿De verdad crees que soy tan malo? —preguntó, dándose cuenta
demasiado tarde de lo inseguro que esas palabras le hacían sonar. Después de
pensarlo un momento, decidió que no le importaba como sonase, porque no la
volvería a ver. Bien podría hacer uso de la caja de resonancia de forma gratuita.
Ella se removió en su asiento y tiró del borde de su suéter hacia abajo.
Finalmente dijo:
— Lo siento. No sé por qué dije eso. Quiero decir, creo que de primeras
parecías estar en el lado arrogante, pero ahora que estamos hablando creo que
probablemente eres un tipo agradable y normal.
—Gracias —dijo él, sintiéndose ligeramente reivindicado. Maldita sea claro
que era normal. Tan normal como podría ser un hombre que hubiese vivido sus
años de formación en Los Ángeles. Se merecía una maldita medalla por salir de su
juventud sin haber hecho una película porno—. Pero avísame cuando deba volver a
imbécil.
—Lo haré.
Él la miró con atención, teniendo en cuenta la falta de maquillaje en su piel
pálida, como complemento de la falta de alegría en su rostro.
—¿Quieres oír mi honesta versión sobre ti? —preguntó.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
—No, gracias. Mi autoestima no es tan saludable como la tuya.
—¿Estás segura? Tengo esa forma extraña de dar descripciones precisas de
las personas.
—Estoy bien. En serio. —Ella se alejó de él.
Pero él estaba decidido. Demonios, ella no era la única a la que se le permitía
entregar descripciones desagradables de las personas.
—Bueno, por ejemplo, creo que la ropa holgada significa que estás ocultando
algo. Para la mayoría de las personas, eso significa que está ocultando su malestar
por su apariencia física, pero en tu caso, creo que es emocional. —Buscó una
respuesta, pero sólo la vio fruncir los labios—. Bueno, ¿Estoy en lo cierto?
Ella evitó su mirada. —Hablas demasiado.
Él se echó a reír a pesar de su evidente incomodidad.
—Estoy en lo cierto, ¿no? —Ella no le hizo caso—. Vamos, te hablé sobre mi
consumo de drogas en el pasado. Una conversación es un toma y da. Una calle de
dos vías.
—¿Por qué necesitas saber? ¿No podemos quedarnos sentados en silencio?
—Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza en el reposacabezas, bloqueándolo
eficazmente.
—Yo... Lo siento. Tengo un tiempo duro con los límites y su trasgresión. — Él
se acomodó en su asiento y fijó sus ojos en un punto negro en el fondo de la tabla
de la bandeja—. Silencio eso es.
Los ojos de Ren habían estado cerrados durante varios minutos, pero
resultaba difícil de alcanzar el sueño. Tal vez se estaba sintiendo culpable por lo
grosera que había estado con el hombre sentado a su lado. No era un mal tipo, de
hecho, era entretenido hablar con él. Pero ella tenía la sensación de que era un
alma solitaria, como si hubiera pasado la vida sin tener a nadie con quien hablar y
ahora está explotando con un completo desconocido. Y, la verdad, con tanto dolor
como por el que ella estaba pasando, no la lastimaría escuchar. Otras personas
también tenían problemas.
Ella echó un vistazo al tipo que estaba jugando un juego en su teléfono. Sin
sus gafas de sol, era bastante guapo, con hoyuelos y ojos que se volvían
ligeramente hacia abajo como si estuviesen cansados del mundo.
—Así que, ¿eres un actor o algo así? —preguntó finalmente. Él le sonrió
mientras apagaba el teléfono, sus ojos azules encendiéndose como un cigarrillo.
—No, soy un don nadie que es muy fotografiado con un montón de
personas.
—¿Así que entonces eres una sanguijuela de la fama? —Ella esbozó una
sonrisa para mostrar que su comentario era en broma.
—Sanguijuela de la fama. Sí, me gusta eso —dijo las palabras unas cuantas
veces más—. Aunque para ser justos, no me propuse serlo. Cuando se vive en Los
Ángeles y tu mejor amigo es Carson Kingsley, realmente no tienes opción.
—¿Carson Kingsley es tu mejor amigo? ¿En serio? —Sus ojos se abrieron y
ella se sorprendió al encontrarse a sí misma un poco impresionada—. ¡Es muy
buen actor!
—Nah, es sólo un charlatán. —Él sonrió, dejando al descubierto sus dientes
muy blancos. Este hombre parecía un actor—. Es broma. Está realmente muy
dedicado a su oficio. Él hace su investigación y habita completamente en el
carácter del personaje. Realmente metódico.
—Recuerdo que tuvo que perder mucho peso para una película sobre un
adicto al crack.
—El hombre comió sólo brócoli al vapor y arroz integral durante meses.
—Tal vez podría utilizar esa dieta para bajar mis últimos cinco kilos
Ella inmediatamente se arrepintió de sus palabras cuando sus ojos recorrieron
su cuerpo evaluándolo.
—No te ves como si necesitaras bajar de peso —dijo.
Aspiró su estómago. —Bueno, eso es un sentimiento agradable, pero he
ganado peso en las últimas semanas.
Sus ojos eran astutos cuando él se centró en la cara.
—¿Por qué, qué pasó recientemente para que te hiciera ganar todo ese peso?
—Um. —Se mordió el labio inferior. ¿Estaba dispuesta a hablar de Ben?
—Ah. No tienes que hablar de ello si no quieres —dijo con un movimiento de
cabeza, como si intuyera que su secreto era lo que le dolía.
—No es que yo no quiera. No creo que esté lista para hablar de eso todavía.
Él asintió con la cabeza una vez más. —Bueno, en cualquier caso, no creo que
la dieta de Carson sea la forma más saludable de perder peso. Todo regresa tan
pronto como se empieza a comer normalmente de nuevo. ¿Trabajas fuera?
Alegrándose por su sensibilidad para cambiar de tema, ella contesto: — Solía
viajar mucho, pero no lo he hecho últimamente.
—Déjame adivinar, ¿no has viajado en varias semanas? —Hubo un ligero
destello de picardía en sus ojos que decía lo mucho que quería saber lo que había
sucedido hacían casi dos meses.
Pero ella no había hablado de la muerte de Ben desde esa llamada inicial en
abril de su afligida madre, Linda. Ren se había tragado su propia histeria y trató de
sonar fuerte, sobre todo por causa de la señora mayor. Ben le había dicho a todos
que ella era una mujer valiente y amorosa, un cumplido que Ren trató de cumplir
todos los días desde la noticia. Ren le había dicho a Linda que se encargaría de
limpiar su apartamento en Colorado, sin saber si era realmente capaz de realizar la
tarea, pero había hecho la promesa, y no importaba como, encontraría la fuerza
para completarla.
Todo este tiempo había mantenido todo el dolor dentro, a pesar de los
intentos de su propia familia de darle consuelo. No quería abrazos de compasión y
palabras tranquilizadoras. Todo lo que quería era mantenerse en el dolor, porque
era lo único que le quedaba de Ben.
Ahora, un completo desconocido quería saber lo que ella había mantenido
oculto a la vista por mucho tiempo y, lo más extraño, era que ella era en realidad
estaba considerando el contarle. O estaba perdiendo la cabeza, o tal vez, estaba
finalmente lista para empezar a dejarlo ir.
Ren se inclinó y ató de nuevo los cordones de sus zapatos, luego corrigió su
cola de caballo. Cogió pelusa de su suéter. Enderezó las revistas del bolsillo. Por
último, cuando no le quedaba nada más que la verdad, ella tomó una respiración
profunda y temblorosa y dijo:
—Hace unas semanas, hubo una muerte.
—Oh.
—Sí. Ahora tengo que ir a su apartamento en Winter Park y limpiarlo, tirar las
pruebas de que existía. —Ella tragó con dificultad y sintió la presión familiar de las
lágrimas detrás de sus ojos.
Ella se sorprendió al sentir el peso de su mano en su brazo, sus dedos
apretando un poco, pero por suerte no dijo nada. Ella habría perdido de otra
manera.
—No hace falta decir que recientemente he estado un poco desastrosa.
Espero que después de este viaje finalmente sea capaz de seguir adelante.
—Entonces espero que consigas tu cierre —dijo, tan suavemente que ella lo
miró con sorpresa.
Levantó la mano de su brazo y lo pasó por el pelo corto.
—Mi papá murió cuando yo tenía cinco. Ataque al corazón —dijo—. Así que
en cierto modo conozco esa sensación de pérdida. Yo fui el que llamó al 911. Lo vi
morir ante mis ojos. No pude salvarlo. Ni siquiera era lo suficientemente mayor
como para entender lo que era la muerte.
—No fue tu culpa. Dios, eras solo un niño.
Él sonrió torcidamente. —No te preocupes. He tenido un montón de terapia
desde entonces.
Ella se mordió el labio inferior.
—Yo no estaba allí cuando murió. Sólo me enteré por teléfono. Nunca le
llegué a decir un adiós apropiado.
—Maldita sea —dijo con una rápida pequeña exhalación—. Vaya que somos
divertidos, ¿no te parece?
Ren se echó a reír, disfrutando de la pequeña sensación de ligereza que le
siguió.
—Entonces, por favor, hablemos de algo positivo.
En ese mismo momento, la voz del capitán llego a la cabina para anunciar el
comienzo de su descenso. Ren captó la mirada de Eric, compartiendo un momento
de silencio.
—Estas tiene que ser las dos horas y media de vuelo más rápido que he
tomado —dijo, y Ren expresó su acuerdo.
Pasaron los siguientes treinta minutos en amigable silencio, con los brazos
descansando al lado del otro en el reposabrazos. Era tiempo de empezar a decir
adiós. El pensamiento llenó a Ren de tristeza inesperada.
Mientras esperaban para desembarcar con su equipaje en la mano, Ren se
volvió hacia él y le dijo:
—Fue un placer hablar contigo.
Él sonrió, y se permitió el lujo de saborear sus hoyuelos por última vez.
— Para mí también, ¿pero nunca conseguí tu nombre?
Comenzaron un andar incómodo hacia la salida. —Renee. Ren, para abreviar.
—Mi nombre es Eric —dijo antes de que resurgiesen sus gafas de sol y
cubriese los ojos una vez más—. Espero que tu viaje termine bien.
—El tuyo también. Nos vemos. —Con un gesto, se alejaron el uno del otro, él
para reclamar su equipaje y ella hacia la salida para hacer frente al brillante y
alegre Colorado.
Ren conducía por la ruta principal en el pequeño coche de alquiler,
disfrutando del viento que soplaba a través de la ventana abierta y movía su
cabello suelto. Se había impulsado por esta misma ruta muchas veces en el
pasado, la vista de las majestuosas montañas nunca fallaba en dejarla sin aliento.
Esta vez, sin embargo, los magníficos picos sólo servían para recordarle que las
montañas, por más hermosas que fueran, eran peligrosas, y tomarían vidas sin
prejuicios. De repente, el paisaje de Colorado adoptó una forma sombría, una
hilera de afilados dientes a punto de tomar un bocado del cielo azul.
El recuerdo de la mañana de esa llamada telefónica regresó corriendo hacia
ella. Trató con todas sus fuerzas de alejarlo, incluso prendió la radio con la
esperanza de ahogar sus susurros, pero nada logró detener la embestida de su
memoria.
Había estado durmiendo después de una noche tarde de decorar dos
pasteles en la panadería. Claramente recordaba el dolor en su mano por apretar la
manga pastelera mientras alcanzaba el teléfono.
—Ren. —La voz de Linda tenía una calidad cruda y nunca jamás había
llamado a Ren por su apodo antes.
Ahí fue cuando Ren supo que algo andaba mal. Se imaginó que tal vez el
marido de Linda, Brad, había sufrido un ataque al corazón, o tal vez la abuela de
Ben había tenido un ataque. Ren no estaba en absoluto preparada cuando Linda
dijo: —Es Ben.
—¿Qué sucede? —Ren se levantó, igual que siempre hacían en las películas, y
empezó a hiperventilar antes de poder comenzar a prepararse para lo que vendría
después—. ¿Qué pasó?
Linda sollozó durante un insoportable momento antes de recuperarse y decir:
—Tuvo un accidente en las pistas. La nieve ya estaba en mal estado, y Ben
alcanzó un trozo malo y perdió un esquí y...
—¿Y? ¿Y Linda? —Las lágrimas habían comenzado a caer por su cara, y lo
supo, simplemente supo que Ben se había ido—. Linda, dime lo que sucedió con
Ben. Por favor.
—Chocó contra un árbol y se fracturó el cuello —dijo la señora mayor y
comenzó a llorar en serio, grandes enormes trasiegos de sollozos. Ben era su único
hijo—. Se fue, Ren. Se fue.
El primer instinto de Ren fue cerrarse para evitar sentir el dolor apretando su
pecho, pero todo en lo que Ren podía pensar era en lo que Ben haría si estuviera
en su situación, si hubiera sido ella la que hubiera muerto.
Y sabía con absoluta certeza que, a pesar de que él estaría devastado en
silencio, pondría un muro y sería fuerte, porque esa era la clase de persona que
era. Y ahora que había perdido a esa persona, quería ocupar su lugar en el mundo.
Sin embargo era un inadecuado reemplazo.
El sol comenzaba a ponerse en el momento en que Ren condujo a través del
paso ventoso de Berthoud. Mientras entraba en los límites de la ciudad de Winter
Park, el pozo de angustia en su estómago crecía constantemente hasta que estuvo
empapada de sudor.
«¿Realmente puedo hacer esto?», pensó mientras conducía por las familiares
calles; su cuerpo funcionaba como en piloto automático ya que no podía confiar
en que su cerebro pensara con claridad. Sus manos temblaban visiblemente para el
momento en que entró en el complejo de apartamentos. Fue un milagro lograr
aparcar el coche en absoluto.
Mientras salía del coche, evitó mirar hacia el balcón del segundo piso,
temerosa de que los recuerdos de noches con mantas y grandes tazas de chocolate
caliente viniesen a su frágil mente. Sus ojos se mantuvieron pegados a los
escalones de concreto mientras hacía su camino hasta el edificio, tratando de
pensar en otra cosa que no fuera la tumba a la que estaba a punto de entrar.
Obligó a su cerebro a pensar en el hombre guapo que se había sentado al
lado en el avión. Eric, el Taradiro, como había llegado a llamarlo, a pesar de haber
demostrado ser todo lo contrario. Había sido agradable al hablar y en realidad
había hecho el insoportable viaje en avión tolerable con los labios flojos y
profundos hoyuelos. Si se hubieran conocido en un momento diferente de su vida,
puede ser que incluso se hubieran convertido en amigos.
Todos los pensamientos de Eric se fueron lejos en la brisa del atardecer,
cuando Ren abrió la puerta del apartamento de Ben. El olor fue el primer asalto a
sus sentidos, esa mezcla especial de hojas de pino y jabón de primavera irlandesa
que era inconfundible, incluso en el funk del verano. El olor de Ben flotó hasta su
nariz y de inmediato la hizo llorar. Había pensado que dos meses sería tiempo
suficiente para recuperarse, pero sus entrañas temblando le decían lo contrario.
Como si hubiera perdido todo el control de su cuerpo, sus ojos se cerraron y
sus pulmones tomaron aire.
—Ben —susurró.
Con los ojos borrosos, dejó caer su bolso en la puerta y caminó hacia
adelante en el apartamento que había llegado a conocer tan bien. Por todas partes
donde veía, podía ver las huellas de Ben, como si de repente hubiera desarrollado
súper vista y pudiera ver sus huellas en todas las superficies que él había tocado.
Siete atrás semanas él había estado aquí, sano y salvo.
¿Era feliz? El pensamiento inundó su mente mientras se encontraba con una
taza vacía de Mary Jane Mountain en el piso junto al sofá. Debido a sus apretados
horarios, no habían en varios días, lo que habría sido normalmente una línea en
cualquier relación a largo plazo, pero en estas circunstancias parecía tan revelador.
¿Nos habríamos distanciado? ¿Estábamos empezando a perder la chispa?
No se entretendría aún más en esa posibilidad. En su recuerdo, Ben había
sido un firme y leal novio y habían estado enamorados.
Una lágrima cayó por su mejilla mientras se desplomaba en el viejo sofá de
cuero. Sus ojos recorrieron la habitación en una nube hasta que aterrizaron en un
marco de madera que estaba en el manto. Dentro había una foto en blanco y
negro de Ren, su mejilla presionada contra un Ben sonriente, con los ojos
arrugados en las esquinas.
Se sentó congelada en el sofá por un momento, incapaz de apartar sus ojos
de la fotografía mientras la realidad se desplomaba sobre ella. Ben había
desaparecido. No volvería a ver esa sonrisa de nuevo, nunca besaría la hendidura
en su mentón ni jugaría con sus oídos otra vez. Las fotografías eran todo lo que
tenía del hombre a quien una vez le había dicho que si alguna vez competía en los
Juegos Olímpicos, ganaría el oro porque bajaría su trasero de esa colina para
volver a ella.
Un sollozo brotó de su garganta. Salió corriendo de la habitación, tomó su
bolso y cerró la puerta. No había manera de que pudiera soportar dormir allí esta
noche.
De regreso en el hotel, Ren se dio una ducha súper larga, cerrando los ojos y
dejando que el agua caliente golpeara su rostro por varios minutos. El amor de Ben
por ella podría no haber cambiado, pero aún había una pregunta que rondaba su
mente, ¿era él feliz?
No sabía por qué era tan importante saberlo, pero de alguna manera se
sentía intranquila, sabiendo que si había sido feliz cuando murió, entonces tal vez
su vida no hubiera terminado por nada.
Y, tal vez, su agudo quiebre podría ser validado.
Después de secarse, se puso un par de jeans ajustados, y un top negro. Miró
al reloj, y se preguntó cuándo la llamaría Eric. Deseaba haberle pedido su número
de cuarto también, odiaba tener que esperar y preguntarse.
Quince minutos después, ya se había maquillado y arreglado su cabello, y aún
no sabía nada de Eric.
Cuando el reloj marcó las 8: 45, finalmente aceptó que él debía haber
cambiado de idea. Lo cual era mejor. No estaba segura de estar lista para compañía
de todas formas.
Salió del cuarto y bajó al primer piso por el elevador, sorprendiéndose al
encontrar el bar casi vacío a excepción del barman y un hombre de mediana edad
en traje.
Ella se sentó en el extremo opuesto de la barra donde estaba el del traje,
esperando estar a solas con sus pensamientos.
—¿Qué te sirvo? —preguntó con una amplia sonrisa el barman, el cual
parecía tener alrededor de veinte. Después de que Ren ordenara Whisky con cola,
la única cosa que se le ocurrió en ese momento, dijo—: Gracias a Dios que viniste.
Realmente necesitaba alguien con quien hablar.
Ren le dio una media sonrisa mientras él le pasaba un vaso con líquido
marrón.
—¿Sabe bien? —le preguntó.
A pesar del fuerte gusto a alcohol, asintió.
—Justo lo que necesitaba. —Luego de un par de minutos de silencio, dijo—:
Supongo que no viene mucha gente por aquí durante el verano, ¿no?
El barman se apoyó sobre la barra con sus manos.
—Nadie que se vea como tú.
Tomando otro enorme trago de su bebida, se acomodó un mechón de
cabello detrás de su oreja y sintió un ligero rubor en sus mejillas. Había algo en el
ligero aire montañoso que la hacía atractiva para los hombres de por aquí. Ella lo
atribuía a la falta de oxígeno.
—Mi nombre es Caleb —dijo con una sonrisa—. ¿El tuyo?
—Renee —dijo, finalmente aceptando que no se iba a ahogar sola en su
pena.
—¿Estás solas? —preguntó Caleb.
El sentido común le decía que dijera que no, que estaba aquí con alguien
más, pero de pronto se sentía temeraria. Si Ben podía arruinarse su vida, ¿por qué
no podía ella?
—Sí, completamente sola.
El hombre en traje llamó a Caleb. Ren se tragó el resto de la bebida, mientras
miraba el esbelto cuerpo de Caleb moviéndose alrededor, sus músculos
presionando contra su fina camiseta mientras le servía al hombre otro trago.
Cuando regresó unos minutos después, tenía un vaso más alto lleno de un líquido
color ámbar en sus manos.
—Prueba este. Es mi favorito.
Lo miró con una ceja levantada, y tomó un sorbo.
—Un vaso de té helado de Long Island2, ¿es tu favorito?
Él se inclinó más cerca, y dijo conspiradoramente: —Creo que es mejor que la
cerveza, y te emborracha más rápido. Pero no le digas a nadie que lo dije. Tengo
una imagen que proteger. —Se enderezó serio, e infló el pecho.
Ren se rió, ya comenzando a sentir los alegres efectos del alcohol. Realmente
debería haber cenado antes.
—Así que, ¿qué andas haciendo por Winter Park tú sola? —Él se apoyó contra
la barra detrás de él, y cruzó sus brazos sobre su pecho.
—Sólo necesitaba arreglar unos asuntos —dijo evasivamente—. ¿Qué fue lo
que me delató.
La sonrisa de Caleb fue infantil y amplia.
—Si fueras de por aquí, ya te conocería —dijo con un guiño.
No podía decidirse si el alcohol ya estaba afectando sus pensamientos, o si su
tonto tipo de encanto realmente estaba funcionando, pero ella le guiñó también.
Estaba abriendo la boca para seguir con el coqueteo, cuando una voz detrás de ella
dijo:
2
Té helado de Long Island: Bebida alcohólica hecha de una mezcla de ginebra, tequila, ron y vodka
entre otras cosas.
—¿Podrías darme una cerveza, por favor?
Ren no necesitaba verlo para saber quién estaba de pie detrás de ella. Sin
reconocer la presencia del recién llegado, se volvió hacia el barman y rodó sus ojos.
Las fosas nasales de Eric se ensancharon cuando el barman le abrió una
cerveza mientras simultáneamente le daba otro guiño a Ren.
Eric no había esperado ir al bar. Estaba, de hecho, yendo hacia el pueblo en
busca de comida, cuando había visto a Ren a través de las puertas de vidrio del bar
del hotel.
A medida que se fue acercando para verla mejor, se había sorprendido a
encontrarla sonriéndole y hablando con el joven barman, muy diferente a la
destrozada persona que había esperado ver. Así que, aunque se había decidido a
mantener distancia, la curiosidad le ganó y había entrado al bar para descubrir lo
que la ponía tan alegre.
Pero ahora su cabeza estaba dada vuelta, y se estaba rehusando a saludarlo, y
en realidad, se lo merecía por haberla plantado. Sólo deseaba que no fuera tan
grosera por eso.
Se sentó en el banquito de cuero junto a ella.
—¿Qué tal te fue con el apartamento?
Pasó un rato largo, en el cual ella sólo planeó ignorarlo. Finalmente volvió su
cabeza, y clavó sus ojos marrones en su cara.
—Fue una experiencia iluminadora. —Tomó otro trago de lo que parecía ser
Té helado y regresó su atención al barman—. ¿De qué hablábamos? — le preguntó
con una sonrisa.
El Barman miró a Eric y entonces le dijo a Ren:
—Iba a decir que recordaría un rostro como el tuyo. —Extendió su mano giró
un mechó de su cabello en su dedo, y Eric estuvo a punto de abofetear la ofensiva
mano en protesta. Eric se obligó a calmarse y simplemente tomó otro trago,
porque actuar como un mono celoso no era su modus operandi.
Ni siquiera sabía para qué había ordenado la cerveza. Debería simplemente
terminarla y salir a cenar como originalmente había planeado.
—Salió todo bien, entonces —se encontró diciéndole a su cuello.
Ella pareció crisparse cuando volvió su cara hacia él.
—¿Qué te hace pensar que limpiar el apartamento de mi novio muerto
podría salir bien?
—¿Se conocen? —preguntó el barman.
—Nos sentamos juntos en el avión —dijo con un cansado suspiro—. Eso es
todo.
Aunque ella tenía razón, si lo ponías de esa manera, y ellos dos eran
esencialmente dos personas que se habían hablado en el avió, sus desdeñosas
palabras aún picaban. Tenían una conexión, ¿o lo había imaginado?
—De hecho, somos más que eso —dijo Eric antes de volverse loco—. Somos
almas gemelas.
Ren escupió su bebida, y el barman dejó escapar un resoplido.
—¿Qué? —dijeron al unísono.
—Ya me oyeron —dijeron con una ligera sonrisa—. Almas gemelas —repitió,
diciendo las palabras lenta y desdeñosamente.
Ren se terminó el resto de la bebida, y se puso de pie.
—Cárgalo al cuarto 234 —le dijo al barman y se sostuvo a la barra para
bajarse del banquito. Se volvió hacia Eric—. Tú-estás-demente.
—Y tú —dijo Eric, parándose y tomándola por el codo—, estás ebria.
—No, no lo estoy.
—¿Necesitas que te acompañe hasta tu cuarto? —preguntó rápidamente el
barman, saliendo su lugar detrás de la barra.
—¿Para qué? ¿Para aprovecharte de ella?
—¿Cómo sé que no es esa tu intensión? —le replicó el barman—. Como
personal del hotel, tengo la responsabilidad…
Erico resopló.
—Responsabilidad tu trasero. Estabas intentando emborracharla.
Ren tiró su brazo del agarre de Eric.
—¿Podrían callarse? ¡No estoy ebria y puedo llegar a mi cuarto sin ayuda! —
dijo y se alejó pesadamente.
Eric, se movió para seguirla cuando el barman dijo:
—Si hace eso, tendré que llamar a seguridad.
—¿Qué demonios? Ella es mi amiga.
El tipo, quien se veía unos años más joven que Eric, regresó detrás de la barra
y se llevó a la oreja un teléfono colgado en la pared.
—Tú dijiste que eran almas gemelas, pero ella dijo que eras sólo un tipo que
conoció en el avión —dijo burlonamente—. Suenas más un acosador que un amigo
para mí.
Eric apretó sus puños a sus lados, pero sabía que el barman tenía un punto.
No había forma de explicar por qué sentía como si conociera a Ren desde siempre.
De ninguna manera que sonara certificable, de todas formas. Así que hizo lo único
que podía hacer y se fue.
Una hora después, regresó al lobby del hotel con una caja de pizza de
Hernando´s.
Luego de revisar el bar, y verificar que estuviera todo apagado, se dirigió
hacia el escritorio vacío de la recepción. Una conserje salió de detrás de una
puerta.
—¿Puedo ayudarlo, señor? —preguntó.
—Me preguntaba si pudiera usar el teléfono —respondió. La conserje lo miró
vacilante, así que Eric agregó—: Soy huésped aquí. Cuarto 315. Sorenson.
Ella le pasó el teléfono inalámbrico y se quedó ahí, mirándolo marcar, pero el
teléfono de Ren sólo sonó y sonó. Casi se había rendido cuando finalmente
respondió.
—¿Hola? —dijo con voz ronca—. ¿Ben?
Eric se pausó para considerar a este Ben, el barman tal vez, pero dijo:
—No, es Eric. ¿Sigues ebria?
Ella suspiró.
—No estaba ebria.
—¿Tienes hambre entonces?
Hubo una pausa.
—Tal vez
—Bueno, estoy en el lobby, con una caja de la mejor pizza del estado.
—¿Y?
—Y la compré para ti.
Desde el otro lado del cuarto, Eric vio al barman dirigiéndole hacia la salida,
no sin antes mirar a Eric. Eric le dio la espalda al tipo.
—Espero que te guste la pizza con queso doble —le dijo al teléfono.
—Deberías saberlo, alma gemela —dijo Ren ronca voz, arreglándoselas para
agregar sarcasmo. Él gimió por dentro.
—Solo encuéntrame abajo si quieres un poco.
Cinco minutos después ella emergió del elevador usando una bata rosa,
pantuflas negras y una expresión somnolienta.
—Por lo que veo, vuelves a verte desaliñada —dijo él, mientras hacía su
camino hacia él.
—Ya estaba dormida, muchas gracias —dijo, arreglándose inútilmente el
cabello—. ¿Dónde está la pizza con queso doble?
Él señaló hacia fuera.
—Por aquí.
La guió por el estacionamiento hacia una colina con césped, donde había
arreglado un picnic bajo las estrellas, completo con una manta, la pizza y platos
descartables,
—Bueno, sí que eres dulce, ¿no? —dijo Ren, pero frunció el ceño mientras
miraba la comida—. No entiendo por qué si me plantaste más temprano, ahora
haces esto.
—Siéntate y come primero y te lo digo. —Tras acomodarse en la manta, le
pasó un plato con un pedazo de pizza. Le dio una mordida al suyo—. Más
temprano después de verte en el estacionamiento, decidí evitarte.
Sus cejas se juntaron.
—¿Por qué?
—Porque estaba realmente interesado en ti, y no quería ser rechazado —dijo,
encogiéndose de hombros para parecer desinteresado.
—Y esto —dijo ella, señalando a la comida—, ¿es tu solución?
Él asintió mientras masticaba.
—Bueno, estás haciendo un gran trabajo evitándome.
Tragó su comida y respiró hondo, finalmente dejando de actuar.
—No sé por qué, pero parece que no puedo mantenerme alejado de ti.
Sus cejas se levantaron.
—¿Es por eso que dices que somos almas gemelas?
Se rió suavemente.
—Relájate, sólo lo dije para molestar al niño del bar. —Enrolló su dedo en un
mechó de su cabello—. “Nunca podría olvidar un rostro como el tuyo” —imitó.
Ella sonrió, y sacó su mano.
—Cállate. Él solo estaba siendo amable.
—¿Quién es Ben? ¿Es él Ben?
Ella se mordió el labio inferior, y miró arriba al cielo nocturno, el cual brillaba
con estrellas.
—Ben era mi novio. —Se llenó la boca con más comida y continuó evitando
su mirada.
—Lo siento —dijo, mirando su rostro intensamente, estudiando su adorable
perfil, bajo el brillo de la luz de luna—. Entonces, murió hace siete semanas, pero
¿vienes recién ahora a Colorado a limpiar su apartamento? Puedo ver porqué
necesitabas una bebida y un poco de amabilidad después de eso.
Ella se volvió hacia él, sus ojos brillando.
—Ni siquiera pude decirle adiós —dijo con un susurro—. Un día estábamos
haciendo planes para visitarnos, y al siguiente se había ido.
Eric se inclinó más cerca, y envolvió sueltamente sus brazos alrededor de sus
hombros.
—No llores. Vamos, los llantos me ponen nervioso.
Ella se rió, limpiándose las mejillas con la manga de su bata.
—Al menos no me dijiste que todo iba a estar bien. Odio que la gente diga
eso.
—Entonces, ¿qué tal lo estás llevando? —preguntó, dejando que su mano
cayera de su hombro—. Quiero decir, obviamente no va a ser fácil, pero…
—Es malditamente difícil. Y acabo de descubrir que fumaba hierba, lo cual
probablemente no es nada para ti, pero para alguien como Ben, es un gran asunto.
—¿Nada para alguien como yo? —dijo sintiendo la comezón de su
insinuación—. ¿Estás intentando decir algo?
—No quería decir que eres alguna clase de drogadicto —dijo cortando un
puñado de césped—. Pero como dijiste que has probado la cocaína… sabes a lo
que me refiero.
Suspiró.
—No soy un drogadicto. —Un búho ululó a la distancia, respaldando o tal vez
oponiéndose a sus palabras.
—No dije que lo fueras —dijo gentilmente.
—A veces desearía ser mejor persona ¿sabes? —dijo sintiendo una extraña
clase de libertad en la oscuridad, listo para abrir su pecho para ser escrudiñado de
nuevo—. Porque siento una verdadera conexión contigo.
—Eric, no estoy lista para ningún tipo de relación. Soy un completo desastre
emocional ahora —dijo suavemente—. Pero sí que pienso que eres una buena
persona.
Ella encontró su mano en la manta y la apretó y, aunque no lo dijo, sabía por
el calor de sus dedos que ella finalmente estaba reconociendo que tenían una
tentativa y pequeña amistad.
—Ven a hacer caminata por los cerros conmigo mañana —dijo Eric cuando se
detuvieron en la puerta del cuarto de ella.
—No puedo. No he terminado con el apartamento aún. —Giró la llave y abrió
la puerta—. Bueno, adiós.
—¿Y si te ayudo? Podríamos terminar más rápido y aún podríamos ir a dar
una vuelta.
Se detuvo sospesando su oferta.
—Dije en serio lo de no estar lista para una relación.
—Tranquila, no es lo que estoy buscando —dijo lo cual no era del todo cierto
Aun así, si lo decía lo suficiente hasta podría volverse verdad—. Sólo disfruto de tu
compañía. Y además, creo que serías una buena influencia para mí.
Se mordió el labio y consideró su oferta.
—De acuerdo, pero si me empiezo a poner siquiera un poco emocional, será
mejor que dejes el cuarto y me des un momento.
—Oh, no tienes que preocuparte por eso. Me pongo nervioso alrededor de
personas llorando, ¿recuerdas? —dijo con una sonrisa—. Además, creo que
tenerme a tu alrededor te va ayudar a mantenerte compuesta, al menos por pura
vergüenza.
—Tienes un argumento irrefutable —dijo comenzando a cerrar la puerta—.
De acuerdo, encuéntrame en el lobby a las ocho.
—¿Qué tal a las nueves?
—Ocho treinta.
—Tú sí que sabes cómo regatear, señorita —dijo mientras se iba por el
pasillo—. Buenas noches.
Ren tenía que admitirlo: tener a Eric dando vueltas por el apartamento era
beneficioso, y ni cerca tan incómodo como había temido. Era capaz de darle un
punto de vista objetivo, y a menudo le daría su opinión en cuanto a qué objetos
debería quedarse y cuáles necesitaba tirar. Sin la ayuda de Eric, simplemente podría
haberlos tirado sin darle una segunda consideración, pero él le recordaba que
algunas cosas valían la pena quedárselas.
—Realmente deberías quedarte con eso —dijo justo cuando la mano de Ren
estaba posicionada para tirar un reloj a la caja de donaciones.
Ren le dio una segunda mirada —un reloj de marca Fossil original con una
ancha correa de cuero—, y finalmente lo reconoció como uno de los regalos de la
abuela de Ben. Tras años de comprarle a su nieto ridículos regalos —como un par
de bóxer con el logo del conejito Playboy por todos lados—, la abuelita Kate
finalmente había buscado la ayuda de Ren y, ese año, le había dado a Ben un
regalo que en realidad podía utilizar.
El recuerdo llenó a Ren de un calor agridulce; la anciana siempre había hecho
que Ren se sintiera como una parte natural de la familia. Ren suspiró, sentándose
en el piso mientras miraba el reloj.
—Tienes razón.
Justo cuando Ren estaba por sucumbir ante otro acceso de desesperación,
Eric dijo—: Además, apuesto a que puede valer algo de dinero. Diez dólares como
mínimo.
Ren resopló, la oscura nube sobre su cabeza, de pronto disolviéndose, y
levantó la mirada a Eric con gratitud.
—Gracias. Eres realmente útil. —Depositó el reloj en la caja para los padres de
Ben—. Creo que su primo probablemente podría usarlo.
Entonces llegó el momento de enfrentarse al pequeño armario de Ben que, si
su memoria no le fallaba, debía estar todo desordenado y lleno. ¿Quién sabe que
encontraría en ese infinito pozo de recuerdos.
—¿Qué pasa? —le preguntó Eric mientras Ren se quedaba quieta frente a la
puerta blanca, su espalda tan tensa como sus labios. Se paró junto a ella y deslizó
su mano sobre la de ella—. ¿Tal vez sería un buen momento para que me vaya a
buscar mi súper temprano almuerzo? —preguntó apretándole la mano.
Ren asintió.
—Eso sería una gran idea.
Después de oír la puerta de enfrente cerrarse detrás de Eric, Ren lentamente
abrió el armario y de inmediato sintió la embestida de la presencia de Ben. Había
estado manteniendo sus emociones fuertemente suprimidas toda la mañana, y fue
como si el abrir ese armario de pronto produjera una avalancha.
Sus ojos se humedecieron de inmediato, pero se sobrepuso y dio un paso
dentro. Este era el último sitio que tenía que limpiar, así que mientras más pronto
lo terminara, más pronto terminaría este tortuoso viaje a través de los recuerdos.
Comenzó con la ropa en el piso metiendo cada prenda en la pila de
donaciones, ya no importándole si estaba limpia o no. Aquellas que estaban en
perchas fueron las siguientes y buscó superficialmente aquellas que pudieran ser
caras o especiales, salvando sólo una chaqueta de cuero antes de tomar un enorme
montón y metiéndolas directamente en la pila de donaciones. Sus padres no
querían nada de su ropa, sólo le habían pedido a Ren que apartara aquellas cosas
que parecieran demasiado sentimentales para ser tiradas.
Después de un rato, entró en una especie de ritmo mientras vaciaba sección
por sección, la parte de su cerebro encargada de procesar las emociones, apagada
la mayor parte del tiempo. Con un suave gruñido, se arrodilló para alcanzar un par
de pantalones caqui enrollados en la esquina más lejana. Cuando lo sacudió, algo
salió volando por la puerta del armario, un borrón negro que hizo que su corazón
se saltara un latido.
Mientras miraba hacia afuera de la puerta con sus ojos como platos, un par de
enorme botas de escalar aparecieron a la vista.
—Esto salió del armario… —Eric se quedó callado al ver la expresión de Ren.
Miró a la pequeña caja forrada en seda negra en sus manos—. Oh. Mierda.
Eric tomó a Ren y la sacó hacia el balcón en búsqueda de aire fresco.
—Oye, di algo —dijo desde algún lugar lejano, pero Ren no podía enfocarse
en otra cosa que no fuera la caja abierta y el anillo que ésta guardaba. Girándola
en sus manos, dejó que la luz del sol atrapara las facetas del fino corte del
diamante, llenando las paredes del balcón con brillo.
—¿Ren?
Ella sintió una mano en su brazo y, por un momento, miró los largos dedos
pretendiendo que pertenecían a alguien más. Cerró los ojos, deseando con todo su
ser tener el poder de regresar el tiempo atrás, y tal vez entonces sería la mano de
Ben la que la estaría tocando ahora mismo.
Con sus labios temblando, sacó el anillo de la almohada y lo deslizó en su
dedo; encajaba perfecto.
Un sollozo se levantó por su garganta, pero lo cortó tragando. El anillo era
hermoso, justo del tipo que hubiera querido recibir de su novio de tanto tiempo.
—Ren, te estás torturando a ti misma —dijo Eric.
—Yo hubiera dicho que sí —susurró, su voz ronca por el esfuerzo de intentar
no llorar—. ¿Cómo crees que me lo hubiera pedido? Creo que hubiera hecho algo
simple, pero romántico; tal vez llevarme de campamento y proponérmelo bajo las
estrellas.
Levantó la mirada al hombre junto a ella y, a través de la neblina, finalmente
vio la lástima en su rostro. Eso probó ser más efectivo que un bofetazo. Se sacó el
anillo, y lo devolvió a su lugar en la caja, cerrando la tapa definitivamente.
—Creo que he terminado —dijo limpiándose la esquina de su ojo—. Es sólo…
No estaba preparada para encontrar eso. Puedo lidiar con la hierba. Pero un anillo
de compromiso…
Eric la empujó juguetonamente con su hombro.
—Nadie dijo que tendías que superarlo en siete semanas.
—Bueno, bien —dijo, dejando la caja en el piso de madera donde estaban
sentados—. Porque estoy descubriendo que no es posible.
—Entonces supongo que será mejor que deje de flirtear contigo —dijo con
una tonta sonrisa, causando que su boca hiciera algo que se sentía innatural bajo
las circunstancias—. ¡Ja! ¡Por fin, una sonrisa! Es pequeña, pero es un avance.
—Gracias por intentar animarme. Has sido oficialmente ascendido de tarado a
tonto.
—Eso no suena mucho como un ascenso, pero lo tomo. —Él miró hacia la
impresionante vista de las montañas, la principal razón por la que su ocupante
anterior había decidido vivir ahí—. Realmente siento todo esto. Es extraño, pero me
hace mal verte atravesar todo esto.
—Eso es muy dulce —dijo ella, sus ojos clavados en el piso entre sus pies.
—No es dulce, es extraño. Yo nunca me sentí así, quiero decir, no soy el tipo
de persona que ni siquiera piensa de esa manera.
—Creo que se llama empatía.
—Y yo que pensé que era acidez estomacal —dijo con una pequeña sonrisa—
. En cualquier evento, mi cerebro simplemente se desconecta. Así que tú, mi amiga,
deberías sentirte especial.
—Oh, por supuesto —dijo mirando la caja negra de nuevo—. ¿Siempre eres
tan directo?
Él dejó escapar una pequeña risa.
—No, nunca. Siempre creí que comportarme todo misterioso y reservado me
hacían sexy.
—Probablemente lo hacía, porque justo ahora eres cualquier cosa menos sexy
—dijo ella con una sonrisa.
—Yo… no tengo respuesta para eso. —Se puso de pie, se sacudió sus
pantalones y le ofreció su mano—. ¿Podemos decir que nuestro trabajo está
hecho?
Ren la aceptó y fue tirada hacia arriba, la caja de seda firmemente agarrada
en su otra mano.
—¿Por qué eres tan agradable conmigo? —le preguntó mientras abría la
puerta deslizante de vidrio dando un paso dentro.
—Para ser sincero, no lo sé.
Ella lo consideró durante un momento con el ceño fruncido.
—Sigo olvidándome que sólo nos conocemos hace unos días.
—Se sienten como si fueran años.
Ella no estaba lista para meterse en ese confuso tema, así que dejaron todo
como estaba y salieron hacia el coche de Eric. Fue muchos minutos después,
mientras estaban estacionando en el aparcamiento del hotel, que se dio cuenta de
que la caja con el anillo, el cual preservaba perfectamente la promesa de lo que
podría haber sido, seguía enclaustrada en sus manos.
Ren definitivamente seguía enamorada de su novio muerto, eso estaba claro.
Eric sabía que no tenía ninguna oportunidad con ella, lo cual es el porqué de que
se sintiera tan masoquista cada vez que sentía esa extraña emoción que no era ni
lujuria ni amor, sino algo entremedio de eso. Sí, él, Eric Sorenson famoso entre las
damas por nunca involucrarse emocionalmente, se encontraba actualmente
guardando sentimientos románticos por una mujer. Y nada menos que por alguien
enamorada de alguien más. Pero no le importaba.
—No tengo botas para escalar —dijo Ren cuando se volvieron a encontrar en
la recepción. Levantó una pierna mostrándole las zapatillas de correr que había
llevado en el avión—. Sin embargo estas deberían servir bastante bien para
caminar por el Byer’s Peak.
Asintió, mirando la mano izquierda de ella buscando alguna señal del
diamante.
—Me dijeron que el terreno no estaba húmedo, así que debería estar bien —
dijo, respirando con alivio al ver que el anillo no estaba por ningún lugar a la vista.
Él había visto la manera en que había agarrado la caja mientras conducían de
regreso al hotel; como si se estuviera ahogando y el anillo fuera un salvavidas.
—¿Qué vas a hacer con él? —había tenido que preguntarle, haciéndole caer
en la cuenta que sus nudillos estaban blancos.
Ella se había mirado la mano, pretendiendo no haberlo notado y
despreocupadamente metió la caja en su bolso.
—Probablemente se lo devuelva a sus padres.
Pero él supo entonces, justo como sabía ahora, que lo más probable es que se
lo quedara por un largo tiempo, porque no estaba lista para dejarlo. Y mientras ese
anillo estuviera, ella jamás lo estaría.
El camino hacia el punto de partida fue de alguna manera extraño, muy
diferente a los silencios cómodos que habían llegado a compartir. Sentía un
cambio en Ren, como si la aparición de ese anillo hubiera presionado un
interruptor en su cabeza, y ahora se encontrara en la oscuridad una vez más.
La primera milla del Sendero Byer’s Peak iba por un viejo camino protegido y
estaba marcado por pinos. Eric respiró hondo para tomar el limpio aire de
montaña, sintiendo una marea de gratitud por estar vivo y saludable.
Tras solo quince minutos de caminata, Ren se detuvo.
—¿Podrías descansar un segundo? —preguntó, acuclillándose a un lado
jadeando—. Necesito beber agua.
Él sacó dos botellas de su mochila, y le ofreció una.
—¿Te sientes bien?
Sacudió la cabeza.
—Al parecer estoy fuera de forma.
—Lo estás hacienda bien —dijo, ligeramente jadeante también—.
Honestamente yo también necesitaba un respiro. Culpo al aire ligero y no al hecho
de que no me he ejercitado durante los últimos tres meses.
Ren tomó un trago de agua, mirándolo de reojo.
—Sabes por qué no he hecho ejercicios en varias semanas. ¿Cuál es tu
historia?
Se encogió de hombros.
—Fue sólo por una cirugía mayor.
Sus ojos se ampliaron bajando hacia su pecho.
—Siento oír eso. ¿Supongo que la cirugía salió bien?
—Sí. —Respiró hondo de nuevo—. Me siento como una persona diferente. Me
hace preguntar si habrán puesto corazón correcto dentro.
Ren frunció el ceño. No dijo nada más, pero lo miró extraño incluso después
de que continuaran con la caminata.
—¿Qué? —preguntó finalmente.
Ren parpadeó un par de veces antes de mirarlo.
—¿Qué de qué?
—¿Por qué me estás mirando así?
—No te estaba mirando de ninguna manera —dijo, y siguió adelante.
—Lo que sea. Estabas como toda… —Intentó imitar la expresión que ella
había tenido hace unos minutos.
—De acuerdo, ahora me estás asustando —dijo Ren y se alejó—. No te vas a
poner todo psicópata y asesino aquí en la nada, ¿cierto?
Él levantó las manos en el aire.
—¡Gracias! ¿Ves? Me diste exactamente esa misma mirada hace unos
momentos.
—Lo siento. No lo noté. —Sonrió tímidamente—. Sólo me estaba
preguntando si tus gustos cambiaron después de tu cirugía.
—Seguro, algunas cosas. ¿Por qué?
—Oí que ese tipo de cosas pasaban —dijo con un encogimiento de hombros
como si no significara nada—. ¿Te comenzó a gustar el chocolate?
Eric no sabía adónde se dirigía con esta línea de preguntas, pero suponía que
tenía algún punto. Al menos, esperaba que lo tuviera.
—Sí, pero no me importaba mucho antes de la operación.
Sus ojos se iluminaron.
—¿En serio?
Ella parecía emocionada por algo, así que decidió seguir hablando. Cualquier
cosa era mejor que esas psicóticas miradas.
—Ahora que lo pienso, prefería más las cosas saladas antes de la operación. Y
ahora también lo dulce. —El cambio de los gustos de su paladar había sido casi
imperceptible, tanto que ni siquiera había pensado en eso hasta ahora.
—¿Qué hay de la mantequilla de maní? ¿Te gusta la mantequilla de maní? —
preguntó, caminando hacia un pequeño árbol caído.
—¿A quién no le gusta la mantequilla de maní?
—¿Y las aceitunas? Las verdes con la cosa roja en el centro.
Él se pausó.
—Uh, no.
Su rostro decayó, y tuvo el distintivo sentimiento que la magia que había
estado dando vueltas por su cabeza, de pronto se había esfumado.
—Oh.
—Me gustan las cerezas desecada —ofreció como un soso intento por
apaciguar a su reina—. ¿Y la Nutella?
Una sonrisa se formó en sus labios.
—A todos les gusta la Nutella —dijo con tono condescendiente, pero por el
momento él sabía que estaba satisfecha. No sabía qué es lo que acaba de pasar,
pero le había dejado una peculiar sensación en su estómago como si algo
importante acabara de suceder, pero él fuera demasiado lento para comprenderlo.
Ren no podía dejar de mirar fijamente a Eric. A medida que el sendero se
volvía más pronunciado hacia la vegetación arbórea, sus pies comenzaron a
moverse como pesas de plomo. A pesar de que estaba actuando de manera un
poco peculiar, no tan hablador, ahora lo veía a través de otros colores. Y,
finalmente, la sensación de culpa se había disipado al darse cuenta de que había
una buena explicación de por qué sentía una atracción inexplicable hacia él.
Le habían dado el corazón de Ben.
Recordaba claramente la conversación que había tenido con el padre de Ben
acerca de lo que habían hecho con el cuerpo de Ben después del accidente. Ella
había escondido su consternación tras una fachada de fortaleza, pero se había
horrorizado al pensar que Ben iba a ser cortado en una docena de pedazos como
si fuera una pieza de caza y distribuido a diferentes partes del país. Estaba sano,
dijeron los médicos, y los órganos sanos eran casi siempre escasos.
Pero ahora una pieza de Ben había encontrado su camino de regreso a ella,
había impulsado el cuerpo en el que estaba encerrado para encontrarla, conocerla
aquí en Colorado y cortejarla de nuevo, como lo había hecho antes. Se sentía
absolutamente mareada debido a las posibilidades.
Ben estaba de vuelta.
—Ren, estás actuando raro. —Eric dejó su mochila sobre una roca bastante
grande y sacó las botellas de agua de nuevo—. ¿Te sientes mareada o débil?
¿Náuseas?
Ella se encaramó sobre una roca cercana y se sentó, con una amplia sonrisa
similar a la del gato de Alicia en el País de las maravillas en su rostro.
—No, no, y no —dijo, y tomó un trago de agua.
—¿Te sientes deshidratada? —Él se acercó más, posiblemente para
inspeccionarla, y ella agarró sus mejillas y le dio un sonoro beso en la nariz.
Él se apartó, sobresaltado.
—Umm...
Ren se puso de pie sobre la roca, dándose cuenta de que en realidad estaban
ya en la cima, y extendió los brazos ampliamente.
—¡Me siento jodidamente fantástica! —gritó, esperando un eco, pero sus
palabras fueron desvaneciéndose por el viento. Se volvió hacia Eric, con los ojos
muy abiertos—. ¡Las rocas del Pico Byer!
—No estamos en el Pico Byer todavía. Esta es sólo una de las falsas cumbres
—dijo, extendiendo sus brazos para estabilizarla—. Oye, cuidado. Esa no sería para
nada una linda caída.
Miró a su alrededor, sintiéndose como si estuviera flotando por encima de sí
misma mientras toda la sierra dentada se desplegaba ante ella y desaparecía en el
horizonte nebuloso. Casi se podría imaginar volando...
—Está bien, Ren, baja en estos momentos. —El tono de preocupación en la
voz de Eric le llamó la atención y se dio media vuelta para mirar hacia él. Con un
asentimiento de la cabeza saltó de la roca y le echó los brazos al cuello—. Bebe
más agua. Nos vamos —dijo él, apartándose torpemente.
Ella tomó un trago exultante del líquido refrescante.
—¿Qué? ¿Por qué? ¡Ni siquiera hemos llegado a la verdadera cumbre todavía!
—Porque me estás preocupando. Creo que la altura está afectante tu cabeza.
Tenemos que llevarte de regreso a lo plano.
—No, no podrías estar más equivocado —dijo—. Estoy perfectamente lúcida y
por primera vez en mucho tiempo, puedo ver las cosas con claridad.
—¿Y qué es lo que estás viendo claramente ahora? —Tocó la parte inferior de
la botella de ella, y la obligó a beber más.
―A ti.
Eric no movió un músculo, sino que simplemente permaneció en el lugar y
fijó sus ojos azules resplandecientes en ella.
—¿Qué quieres decir?
Ren sonrió tan ampliamente como sus labios le permitían.
—Ahora veo que realmente eres un gran chico. Que mi atracción hacia ti es
racional, así que está bien para aceptarla.
Pero la noticia no fue recibida como lo había esperado.
—Bueno, tú definitivamente estás sufriendo de mal de altura. Vamos —dijo, y
tiró de su mano, mientras lentamente descendían desde las nubes—. ¿Cómo te
sientes ahora? —le preguntó Eric alrededor de un kilómetro más abajo por el
sendero.
Ren se encogió de hombros, sintiendo lo mismo.
—Bien. Igual que antes.
—No estabas bien antes. Estabas saltando y delirando.
Ella sintió la pérdida en el instante en que él liberó el suave agarre de su
mano.
—Tuve un momento de lucidez y me hizo sentir mareada —dijo.
—¿Entonces estás diciendo que en realidad estás admitiendo que sientes algo
por mí? —preguntó vacilante—. ¿Esto viene de la chica que hace sólo unas horas se
encontraba agonizando por el anillo de compromiso de su novio muerto?
Ren frunció el ceño, el filo de sus palabras atravesándola justo en el lugar
adecuado.
—¿Y?
—Me está costando conciliar las dos personalidades —dijo él—. Es por eso
que pensé que estabas sufriendo de falta de oxígeno en el cerebro.
—Bien, muy bien, entonces —dijo ella, pisando fuerte—. Debo haber estado
bajo mucha coerción para pensar que pudiera tener sentimientos por alguien
aparte de Ben.
La agarró del brazo y la giró hacia él.
—¿Por qué te estás enojando tanto? —Sus ojos revisaron su cara y ella analizó
la suya.
—Por favor, suelta mi brazo. —Sintió aflojarse su agarre—. No me gusta que
me agarren.
Él dio un pequeño paso hacia atrás.
—Lo siento. Sólo estoy tratando de entender lo que pasó allí.
—No pasó nada allá arriba.
—Sabes que algo sí pasó.
Ella hizo rodar los ojos, sin dejar de caminar un paso por delante.
—Lo que haya sido, al parecer, ocurrió porque mi cerebro tenía escaso
oxígeno.
—Siento que estamos hablando en círculos.
—¡Lo hacemos! —gritó ella con frustración—. O piensas que estaba enferma o
crees lo que dije. No puedes hacer ambas cosas.
Él la miró fijamente.
—Me gustaría creer que estabas lúcida cuando dijiste esas cosas. Pero la
esperanza es algo peligroso y no dudará en traicionarte en el momento que te
sientas satisfecho.
Sus palabras flotaron a su alrededor como luciérnagas. Ella sabía que era la
verdad, pero en esa montaña, la esperanza estaba en todo alrededor, en el cielo
azul jaspeado y en la suave caricia de la brisa. Allá arriba, en la cima del mundo, la
creencia de que el corazón de tu novio muerto podría encontrar su camino de
regreso no sólo era una posibilidad, sino que era inevitable, y la idea de decepción
era tan fácil de descartar que yacía a millas abajo, en la base de la montaña.
—Bueno, supongo que eso depende de ti entonces —dijo ella con otra amplia
sonrisa que sin duda le dejó aún más perplejo.
—Eso... pero... espera —dijo Eric, siguiéndola de cerca mientras Ren guiaba el
camino de vuelta. Por el rabillo del ojo vio que él negaba con la cabeza y sonrió.
—¿Qué? —preguntó.
—Me estás volviendo loco. Es como si alguien hubiera accionado un
interruptor y de repente fueras una chica despreocupada que no tiene miedo de
decirle a un chico que le gusta.
—Para tu información, no siempre fui un saco de tristeza. Intenta perder el
amor de tu vida y dime si tu personalidad no cambia un poco. Así que esta —dijo,
señalando a sí misma—, soy yo; finalmente empezando a dejar de lado la tristeza
que ha sido mi vida durante los últimos meses y viviendo mi vida un poco.
—Bueno, estoy feliz de que finalmente estás dejando que parte de la tristeza
se vaya. Pero, aun así. No eres bipolar, ¿verdad?
Su risa hizo eco, asustando a algunos pájaros y alejándolos de un pino.
—No. Oye, tú tampoco estás actuando como tú mismo. En un primer
momento eras todo “Somos almas gemelas, me siento como si te conociera desde
siempre”, y ahora has dado un giro de 180 grados.
Un cambio se apoderó de él cuando sus facciones se suavizaron y su boca se
curvó en una sonrisa.
—El comentario de alma gemela era una broma.
—Eso dices tú. —Ella le pellizcó el brazo juguetonamente—. ¿Podemos
detenernos por un momento? Realmente tengo que hacer pis, porque alguien me
hizo tragar toda una botella de agua.
—Bueno, no hay baños cerca de aquí...
―Ya lo sé. Yo sólo voy a colocarme en una posición de cuclillas detrás de ese
árbol. —Ren caminó varios metros fuera del camino y se alegró de ver a Eric darle
la espalda sin que se lo hubiera pedido.
—¿Quieres que silbe o algo así? —le preguntó, con las manos en los bolsillos
de sus pantalones cortos de color caqui.
—¿Para qué?
—En caso de que seas consciente de orinar.
Ella se echó a reír cuando se agachó detrás de un árbol, asegurándose de no
mojarse.
—No, estoy bien.
—Bien, que bueno —expresó él—. Porque yo no puedo silbar de todos
modos.
Ella se subió los pantalones cortos y regresó al sendero.
—¿Qué quiere decir con que no puedes silbar? Hasta mi sobrina de tres años
puede silbar.
—Simplemente no puedo. No sé por qué —dijo encogiéndose de hombros—.
¿Estamos listos para continuar?
Ella se acercó más.
—No. Espera. Haz esto. —Ella frunció sus labios y él hizo lo mismo —. Ahora,
desliza tu lengua al paladar. Luego sopla.
Pero sólo un silbido de aire se escapó de la boca de Eric. Él sonrió.
—¿Ves?
—No soples con tanta fuerza —dijo—. Y mueve la lengua más cerca de tus
dientes.
Esta vez, fueron recompensados con otro silbido con algunas notas altas
débiles en el medio.
—Casi lo tienes —dijo ella, pero se dio cuenta al verlo humedecer sus labios,
que su mente ya no estaba en la tarea.
Él se inclinó hacia delante y susurró con voz ronca.
—¿Podrías mostrarme eso otra vez?
Ren frunció la boca de nuevo y cerró los ojos. Un largo suspiro escapó en el
momento en que sus labios tocaron los suyos. El beso comenzó tímidamente, pero
la agarró de la nuca y el beso se profundizó. Ella revivió en sus brazos, como si él
estuviera respirando vida a su cuerpo cansado.
Cuando se apartaron, ella parpadeó hacia él, incapaz de decir cosa alguna.
Eric la miró con una mirada desconcertada, sus ojos azules parpadeando
hacia su cara. Se lamió los labios una vez más mientras seguía frunciendo el ceño.
—¿Qué? —Entonces cayó en la cuenta: él no sabía acerca del corazón de Ben.
¿Cómo podía saber que su corazón de segunda mano lo había conducido a este
mismo lugar, a ese mismo beso? No es de extrañar que estuviera confundido.
―No estoy seguro. Déjame ver otra vez ―dijo, y con el destello de una
sonrisa, agarró ambos lados de su cara y la besó de nuevo.
3
CEO: El Chief Executive Officeres la persona que tiene una misión estratégica en el desarrollo actual y
el futuro de la empresa. Como consecuencia es quien mayor responsabilidad tiene y por ende quien
mayor paga recibe
El tejido de la cicatriz se sentía suave bajo sus dedos mientras lo trazaba
suavemente.
Eric se movió.
―¿Qué has dicho?
―Nada. ―Ella apartó la mano―. Pensé que estabas dormido.
―¿Me llamaste Ben?
―No, por supuesto que no. ―Ella pesó sus opciones y no encontró ninguna
salida excepto por la verdad—. Estaba agradeciéndole al corazón de Ben.
―¿Qué? ―dijo él, rascándose la cabeza―. ¿Es esto un sueño?
―Eric, creo que tienes el corazón de Ben.
―¿En sentido figurado? Como en, ¿nos preocupamos por la misma chica?
―Sí, pero también literalmente. Como que, tu donante de órganos fue Ben.
Él se sentó.
―¿Donante de órganos? No tuve un trasplante. —Entendimiento apareció en
su rostro―. ¿Crees que la razón por la que estoy contigo es porque el corazón de
Ben me llevó a ti?
―¿No es así?
―¡No! ―Exclamó él, cogiendo su mano―. Yo no tuve un trasplante. Sólo
tuve una cirugía de válvula.
Los ojos de Ren comenzaron a moverse sin control mientras su mundo se
derrumbaba a su alrededor.
―Pensé que... Quiero decir, ¿por qué otra cosa podrías estar atraído por mí?
―Por tu personalidad, nuestra química. No porque algún órgano de bombeo
de sangre me dijo que lo estuviera. ―Él se sentó y se puso serio. Tragó saliva―.
¿Esa es la única razón por la que estabas atraída por mí?
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas, sin poder llegar a una respuesta
satisfactoria porque las líneas entre Ben y Eric estaban tan borrosas. Le había
gustado Eric antes de que la idea de que tuviera el corazón de Ben echara raíces en
su cabeza, pero no fue hasta después de eso que ella realmente se dejó sentirse
atraída por él. Y en esa habitación de hotel, mientras miraba el dolor en sus ojos a
la tenue luz de la salida del sol, sus facultades mentales se nublaron aún más.
Así que optó por ser honesta y decir lo único que tenía claro.
―No lo sé.
Eric esperaba estar soñando. De lo contrario, en realidad estaría teniendo
esta jodida conversación con Ren.
―¿No lo sabes? ―repitió con incredulidad.
Se echó hacia atrás con una mezcla entre un suspiro y un gemido. En un
momento, había estado durmiendo pacíficamente con una mujer con la que había
estado y que de verdad le importaba, y al minuto siguiente, la mujer le decía que
sólo dormía con él porque pensaba que tenía el corazón de su novio muerto. Se
sentía como si fuera un actor en una telenovela barata.
―Ren...
Ella comenzó a llorar en serio, y no tuvo más remedio que aplastar su pánico
y envolver mis brazos alrededor de ella, murmurando sonidos tranquilizadores
indistintos. ¿Qué otra cosa podía hacer?
―Lo siento ―repetía ella―. Estaba tan equivocada.
―Ren, shh, está bien ―dijo, aunque sabía que era todo lo contrario. No
quería tener que compartir a Ren con un muerto que nunca había conocido.
Cuando levantó la vista, vio a una niña perdida, y aunque no quería nada más
que para protegerla, no podía estar con ella. No es así.
―Esto no va a funcionar, ¿verdad? ―preguntó ella, y él asintió.
―La conexión que sentía contigo era real, pero esto no va a funcionar si no
sientes lo mismo por mí. ―Cerró los ojos y besó la parte superior de su cabeza―.
Voy a dejar que te vayas a dormir, ¿de acuerdo?
Ella agarró su mano y él se puso de pie, y justo cuando pensaba que nunca
iba a dejarlo ir, lo soltó.
―¿Podemos hablar más tarde? ―preguntó ella, secándose las mejillas con el
dorso de la mano.
―Sí, claro. ―Con los músculos hechos plomo, se puso su ropa arrugada
antes de hacer la caminata solitaria por la habitación y cerrar la puerta tras de sí.
―Lo siento por todo ―dijo Ren en el momento en que se unió a ella para el
desayuno en el restaurante del hotel.
―¿Cómo están los huevos? Porque los huevos de los desayunos
continentales son siempre muy malos ―dijo él, pero se encontró con un rostro
serio―. ¿No hay tiempo para bromas, entonces?
Ella negó con la cabeza y lo miró con las cejas levantadas.
―Espera, aférrate a ese pensamiento ―dijo y se levantó para tomar un
café. Cuando regresó, se sentó y tomó un sorbo pausado de la bebida
amarga. Finalmente, después de que ella suspiró con impaciencia, dijo―. Está
bien. Lo que no entiendo es cómo pudiste haber pensado que tenía el corazón de
Ben. ―Ella se mordió los labios durante unos instantes.
―Fue cuando hiciste un comentario acerca de las manos de los médicos
poniendo el corazón equivocado devuelta dentro.
―Ah. ―Apretó la palma de la mano contra su frente―. Lo siento. Nunca me
di cuenta de que mi broma iba a ser mal entendida. Estaba diciendo que debido a
que…
―Lo sé. Porque te sentías diferente. Esa es otra razón del por qué. Te sientes
diferente, te gustan cosas que no lo hacían antes.
―¿Mantequilla de maní y Nutella?
Ella asintió.
―Y, ya sabes, cuando lo único que seguías diciendo era que sentías cierta
atracción hacia mí. Pensé que era el corazón de Ben el que te conducía hacia mí.
―Supongo que puedo entender por qué llegaste a esa conclusión. Es una
idea romántica. ―Él se echó hacia atrás, sintiendo su pecho comprimirse mientras
miraba la tristeza en su rostro. Había tenido una visión de una Ren feliz, y esta capa
maltratada palidecía en comparación―. Pero todo eso era sólo yo. Sólo yo. ¿No es
eso suficiente?
Ella no dijo nada, así que tuvo su respuesta.
―Realmente pensé que estabas empezando a gustarme. Incluso antes de esa
maldita caminata ―dijo―. ¿Lo estabas tú?
―No lo sé ―dijo, sacudiendo la cabeza―. Todo es muy confuso.
―Esa noche, comiendo pizza afuera. Sentí una conexión entre nosotros. No
me lo imaginé. ―Se sentía como un niño insistiendo en que el hada de los dientes
existía. Tal vez si él la convencía de que ella sentía algo por él antes del fiasco del
corazón, todo se haría realidad.
―Sentí algo. Algo parecido a la esperanza.
Cerró los ojos y suspiró. Esperanza, qué meticulosa musaraña.
―Estaba contenta de tenerte alrededor, y en algún lugar en el fondo de mi
mente, me gustabas. Pero no estaba dispuesta a involucrarme con alguien nuevo,
así que ni siquiera lo reconocí ―dijo ella.
―Hasta que...
Ella inclinó la cabeza.
―Sí.
Se sentaron en silencio por un largo tiempo. Sus ojos la devoraban,
aprendiendo de memoria las curvas de sus labios, el color chocolate marrón de su
cabello, la dispersión de pecas en su nariz.
―Me voy hoy ―dijo finalmente. Lo más probable era que nunca la volvería a
ver, lo que era lo mismo.
Ren miró hacia otro lado, y se alegró de no tener que ver el dolor en su
rostro, sobre todo porque él era el que lo había puesto allí, dándose cuenta o no.
Hizo un último intento.
―Allá arriba, en la montaña, me dijiste que me veías con claridad. Que estaba
bien abrazar tus sentimientos hacia mí. ¿Me estabas hablando a mí, o a Ben?
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
―No importa. Lo que dije en la montaña, lo dije porque pensé que tenías el
corazón de Ben. Por eso pensaba que era normal sentirse como me sentía acerca
de ti.
―¡Ajá, así que sentiste algo primero! ―dijo en voz mucho más alta, girando
algunas cabezas.
―Tal vez lo hice. No lo sé.
Suspiró, el júbilo ido.
―¿Cómo podría competir con Ben? En tu memoria, es la perfección. Yo… yo
sólo soy un tipo con una cicatriz en el pecho. Tengo veintiocho años y todavía no
tengo ni idea de lo que quiero ser cuando sea grande.
―Lo descubrirás―dijo ella, apretándole la mano―. Sé que lo harás.
La alarma sonó en su teléfono celular y se bebió el resto del café.
―Me tengo que ir.
―¿Ya? ―Ella lo miró con tristeza mientras él se ponía de pie, y casi le rompió
el corazón lleno de cicatrices.
―Sí, todavía tengo que conducir de vuelta a Denver.
―¿Y si te pido que te quedes?
Su pausa fue larga, pero al final su mente ya estaba decidida.
―No lo harás porque sabes que no voy a decir que sí.
Ella esbozó una sonrisa triste.
―Eso es cierto.
Se pusieron de pie e intercambiaron un abrazo. Él metió la mano en su
bolsillo de atrás y sacó una de sus viejas tarjetas de visita; la parte de atrás tenía un
número escrito a mano.
―Ese es mi teléfono celular. Por si alguna vez quieres hablar.
Ella asintió y le dio un golpecito nerviosamente a la tarjeta en sus dedos. Fue
entonces cuando él se dio cuenta de que ella estaba una vez más con el suéter de
gran tamaño puesto.
―Creo que deberías quemar eso ―dijo en una ráfaga final de sinceridad,
tirando suavemente de la manga larga―. En serio te arruina.
Ella sonrió con tristeza.
―Tenías razón, ¿sabes?
―¿Acerca de qué?
―Lo estaba usando para ocultar mi equipaje emocional. Pero puede que
necesito uno más grande y feo después de este viaje.
Debía darse la vuelta y marcharse, pero una enorme gravedad lo impulsó
hacia adelante y él la envolvió en sus brazos, oliendo su aroma de vainilla pastel
por última vez.
―Mantente en contacto, ¿de acuerdo? ―dijo, besando su frente.
―Lo haré ―dijo ella contra su pecho, sobre su desconocido corazón.
Con un apretón final, él se fue.
No, esto no está sucediendo. Ren miraba a través de las puertas del vestíbulo
mientras Eric guardaba sus maletas en su auto. A pesar de que cada célula de su
cuerpo le estaba diciendo que corriera al exterior y lo besara, que lo convenciera
de quedarse un día más para que pudiera decidirse, sabía que no sería justo para
él. Se merecía algo mejor que una chica con unos antecedentes emocionales
complicados. Pero más que eso, esto no era justo para Ben. Comenzar una nueva
relación cuando ella todavía no había terminado su luto por Ben sería parecido a
glasear un pastel antes de que incluso hubiese terminado de enfriarse; sólo
terminarías con una masa pegajosa.
Su cerebro podría darle sentido a la situación, pero de todas formas le dolía
el corazón. Era como si la verdad sobre la cirugía de Eric le hiciese perder a Ben de
nuevo. Pensaba que Ben la había encontrado y estaba de regreso en su vida.
Pensaba que había sido un golpe de suerte que el corazón de Ben hubiese sido
trasplantado a alguien tan bondadoso, y, aunque Eric tenía sus fallas, era
maravilloso y honesto. Pensaba que por fin había encontrado al hombre perfecto.
Pensaba, pensaba, pensaba... y finalmente decidió que no podía pensar en
nada más.
Empacar el resto de las pertenencias de Ben pasó rápidamente cuando ella
sólo lanzó todo en las bolsas de donación. Al final tenía varias bolsas para donar y
una caja para enviar a los padres de él en Chicago. Todo lo demás fue dejado al
amigo de Todd, quien estaba recibiendo un buen trato con un apartamento lleno
de cosas gratis. Todd había ofrecido pagar, pero ella no podía aceptar un pago por
algo que no le pertenecía.
―De todos modos creo que Ben sería más feliz si a sus cosas les fuese dado
un buen uso, en lugar de ser vendidas ―dijo ella mientras echaba un último
vistazo a la cáscara vacía del apartamento. Parecía tan normal, como si alguien más
hubiera vivido allí en vez del hombre al que había amado... y fue entonces cuando
supo que había logrado su cometido en Colorado.
―Cuídate, Ren ―dijo Todd, dándole uno de sus grandes abrazos de oso que
ella había conocido durante sus tiempos más felices―. Espero que las cosas vayan
bien para ti.
―Tú también ―dijo ella, sabiendo que era la última vez que se verían―.
Buena suerte en las próximas pruebas. Sé que Ben estará allí para animarte.
Todd se echó hacia atrás y sonrió.
—Por supuesto. Él estará a mi lado, diciéndome que apresure mi trasero
cuesta abajo.
—Suena bien —dijo ella con una sonrisa triste—. Cuídate.
Ocho horas más tarde, estaba de regreso en su apartamento de Lakeview,
Chicago, exhausta tanto física como emocionalmente. De camino a su dormitorio,
notó el contestador automático parpadeando con cinco mensajes. Aunque estaba
a punto de quedarse dormida de pie, presionó el botón de reproducción.
Los primeros eran de sus hermanas, Lisa y Jolene, pidiéndole que le
devolviera las llamadas tan pronto como llegara a casa. Uno era de su amigo, Orby,
queriendo hablar sobre un pastel con el que sorprender a su novia. El último
mensaje fue una completa sorpresa porque ella nunca le había dado su número.
Sin embargo, la profunda voz de Eric llenó el pequeño apartamento.
―Hola, Ren, soy yo. Espero que no te importe que te llame aquí. Llamé a tu
panadería y tu hermana, Jolene, me dio tu número —decía él en un tono apagado.
En el fondo, podía oír el estruendo de la vida moviéndose a su alrededor―. Así
que sólo estoy sentado aquí en el aeropuerto, esperando mi vuelo, que por cierto
está retrasado. Vaya suerte la mía, ¿eh? Pero estoy bastante seguro de que nadie
estará sentado a mi lado en la primera clase. Pensé que apreciarías eso.
Ren sonrió, imaginando al candidato perfecto al Salón de la Fama de
Imbéciles, que había conocido en el avión. Cuán rápidamente le había demostrado
que estaba equivocada.
El mensaje continuaba:
―Así que tuve mucho tiempo para pensar mientras conducía hasta Denver, y
a pesar de que era una situación bastante jodida en la que nos encontrábamos, no
podía evitar de extrañarte. Incluso aunque estás confundida en este momento y
obviamente todavía enamorada de Ben, sigo pensando que eres asombrosa. No
quería irme sin decirte eso.
Ren sintió el escozor de las lágrimas una vez más y supo que si no estuviese
tan agotada, estaría llorando de nuevo por enésima vez ese día.
―Así que, fue un placer pasar estos días contigo. Y, por cierto, lo siento por el
comentario del suéter. Cuídate, Ren.
La máquina emitió bip indicando el final de los mensajes. Ren colocó una
mano sobre sus ojos, cansada y en carne viva más allá de toda comparación.
Esperaba que dormir un poco y un nuevo día le traería un poco de claridad
altamente necesaria a su confuso cerebro.
―¿Por qué no me llamaste? ―preguntó Lisa, su hermana, en cuanto Ren
entró por la puerta trasera de su panadería―. Podría haberte recogido en el
aeropuerto.
―Lo sé. Es sólo que llegué muy tarde ―dijo Ren, colgando su bicicleta verde
azulada en la pared de la oficina de la trastienda, observando que uno de los tres
ganchos de bicicleta estaba desocupado―. ¿Jolene no está aquí todavía?
―Está cargando la camioneta ―dijo Lisa, sin levantar la vista del pastel que
estaba glaseando. Después de completar una serie de líneas onduladas que se
asemejaba los volantes de una falda, Lisa soltó la manga pastelera, se apartó el
cabello del rostro de un soplo y miró a Ren―. Santa mierda. Te ves cómo...
―¿La mierda? ―ofreció Ren amablemente, atándose un delantal azul
turquesa sobre su falda.
―Sí, exactamente. ―Lisa frunció el ceño―. El viaje fue así de malo, ¿eh?
Ren se acercó a las mesas de trabajo, mirando la lista de cosas por hacer
adherida al tablero de corcho en la pared.
―Fue malo, luego fue bueno, y luego fue malo otra vez.
―¿Bueno? ―Lisa llenó la manga pastelera con más glaseado de crema de
mantequilla, retorció el extremo, y continuó decorando.
―Bueno, en cierto modo conocí a alguien.
―¿Qué? —Jolene entró desde el frente de la tienda, con una caja de pastel
de macarrones en sus manos y una expresión de asombro en su rostro―.
¿Conociste a alguien? ¿Mientras limpiabas el apartamento de tu novio muerto?
Ren sacudió la cabeza.
―Lo sé, es una estupidez...
―¿Fue ese sujeto Eric? Llamó aquí y pidió tu número, dijo que era tu amigo
―dijo Jolene.
Ren suspiró, preguntándose por qué empezó la conversación, para empezar.
Agarró la caja de Jolene y se trasladó a la mesa del fondo para conseguir un poco
de cinta roja y una etiqueta logotipo para fijar a la misma.
―Se los diré más tarde, chicas. La tienda está a punto de abrir.
―Padma está atendiendo el frente y los pasteles pueden esperar ―dijo
Jolene. Asomó la cabeza por la puerta de vaivén y llamó a la empleada―. Pad,
¿atiendes el frente? Estaremos en la oficina para una reunión si nos necesitas.
Y antes de que Ren pudiera siquiera empezar a protestar, sus hermanas
estaban ya escoltándola hacia la oficina en la trastienda y cerrando la puerta.
―Está bien, cuéntalo todo ―dijo Lisa, apoyándose contra el escritorio blanco.
Jolene se sentó junto a Ren en el sofá verde de dos plazas con el rostro lleno de
expectación.
Ren respiró hondo.
―Bueno, conocí a este sujeto en la sección de primera clase del avión...
―empezó a decir.
Después de que contó la historia, Ren se dio cuenta de que sus dos hermanas
estaban frunciendo el ceño.
―¿Y bien?
La pragmática Lisa fue la primera en hablar.
―Debes tener cuidado con gente así, Ren. No puedes simplemente darle tu
corazón a cada tipo que te dice que siente una conexión contigo.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Jolene―. Él parece un buen sujeto.
Lisa sacudió la cabeza.
―¿No lo ves? Las personas como esas, especialmente las que viven en Los
Ángeles, engatusan, saben cómo jugar el juego. Él se concentró en la
vulnerabilidad de Ren y tomó ventaja de ello.
―No creo que eso sea lo que pasó —dijo Ren débilmente.
―¿Por qué si no iba a hacer comentarios sobre el médico poniéndole el
corazón equivocado de nuevo? ―preguntó Lisa, quitándose las gafas de marco
negro.
Ren se encogió cuando las palabras de su hermana dieron en el clavo.
―Él confesó que era un mujeriego. Pero parecía tan sincero...
―No, me niego a creerlo ―dijo Jolene, poniéndose de pie y caminando de
un lado a otro en la pequeña habitación. Jolene, la más joven y la más optimista,
siempre era la defensora incondicional del amor―. ¿Cómo podría siquiera saber
que los órganos de Ben fueron donados?
El corazón de Ren cayó ante la súbita imagen del cuerpo de Ben en la mesa
de operaciones, sus órganos siendo sacados con pinzas como en el juego de mesa.
Lisa le dio a Jolene una dura mirada e inclinó la cabeza hacia Ren en
advertencia.
―Lo siento, Ren ―dijo Jolene y se sentó junto a su hermana una vez más―.
Pero no creo que Eric estuviese jugando contigo. Si lo estaba, ¿por qué iba a pasar
por toda la molestia de encontrar tu número de modo que pudiera llamarte?
Tratando de eliminar las horribles imágenes de sangrientos órganos de su
cabeza, Ren se centró en el tema que las ocupaba.
―No lo sé. Pero me dijo que yo era asombrosa.
Lisa puso los ojos en blanco.
―Y ni siquiera es creativo.
―Dios, Lisa, ¿por qué siempre tienes que ser tan pesada? ―preguntó
Jolene―. Él la llamó la excepción. ―Se volteó hacia Ren con una expresión
suave―. Él te llamó la excepción.
Ren cerró los ojos y se imaginó el momento en que Eric había dicho esas
palabras, recordó sentir como un diminuto sol estaba calentándola de adentro
hacia afuera.
―De todos modos, no puedes comenzar algo sin terminar con Ben ―dijo
Lisa.
―Lo sé.
Lisa se volvió a poner las gafas.
―Claramente no lo has superado todavía.
―Pensé que lo había hecho.
―Está bien, Ren ―dijo Jolene, palmeando el brazo de su hermana―.
Estuviste con él durante más de la mitad de tu vida. Nadie dijo que tenías que
conseguir superarlo en unos pocos meses.
Ren se recostó en el sofá con un suspiro.
―Lo sé. Es que, tras la muerte de Ben, pensé que no sentiría nada por nadie
por unos cuantos años, ¿sabes? Ni en un millón de años se me ocurrió que incluso
me gustaría un hombre, y mucho menos dormir con él, tan pronto.
―Sigo pensando que él sólo estaba aprovechándose de ti ―dijo Lisa―. Sólo
porque dijo que quería cambiar no significa que lo hiciera.
4
¿A quién Ama Gilbert Grape?: Película norteamericana
―Cállate, Kingsley ―dijo Eric, golpeando a Carson en la parte posterior de su
cabeza―. Nada resultó de eso.
Carson se relajó, riendo.
―Entonces, ¿cómo se llama?
El nombre se deslizó de la lengua de Eric sin esfuerzo.
―Ren.
—¿Así como en Ren y Stimpy?
Así como en Ren y Ben, pensó tristemente.
―No, su nombre es Renee.
—Bueno, ahora que hemos establecido el nombre de la chica que te rompió
el corazón, vamos a discutir la forma en que te lo rompió. ―Carson se inclinó hacia
delante, con las manos entrelazadas sobre la mesa―. ¿Cómo pudo perforar a
través de tu frío exterior y sacar ese congelado corazón tuyo? ¿Eh, Sorenson?
―Ella no me rompió el corazón ―dijo Eric indignado―. Y no soy frío.
―Maldita sea, vaya que te tiene mal.
―Sólo estoy cansado, hombre ―dijo con un suspiro.
El comportamiento de Carson cambió al darse cuenta de la gravedad de la
situación.
―¿Físicamente o mentalmente?
―Todo. Estoy tan cansado de ir a bares, mirar mujeres restregarse unas con
otras para llamar nuestra atención. Estoy cansado de los parasitarios paparazzi
siguiéndonos alrededor, diciendo mierdas estúpidas para hacernos enojar para que
mañana puedan vender una imagen de nosotros golpeando a un tipo en el
pavimento. Estoy cansado de toda esta gente quirúrgicamente deshonesta
caminando, ocultando sus bajas autoestimas detrás del Botox y la solución salina.
Pero sobre todo, estoy cansado de no saber qué hacer con mi vida. No puedo
seguir simplemente yendo tras de ti.
―¿De qué estás hablando? ¿Qué hay de tu trabajo?
―¿En serio? ¿Crees que tengo una larga carrera como camarero? ―Eric se rió
con amargura―. La paga no es tan buena y apesto en eso.
―Sí, pero eres popular con las chicas, por lo que consigues un montón en
propinas.
Como era de esperar, las palabras de su amigo no estaban haciendo mucho
para aliviar sus preocupaciones... estaban, de hecho, haciéndolo sentir peor.
―No es por el dinero. Se trata de encontrar algo que me apasione. Así como
tú, con la actuación.
―Mierda, hombre. No sabía que te sentías así. ¿Qué quieres hacer? Tal vez
pueda hacer un par de llamadas. ―Carson, como buen amigo, ya estaba sacando
su celular y desplazándose por la lista de contactos.
―Realmente no lo sé ―dijo Eric, y miró a su alrededor sin rumbo fijo―. No
tengo ni la más mínima puta idea.
Carson le dio una palmada en la espalda.
―Bueno, encontraremos tu pasión, hombre. Si sólo así puedo tener a mi
divertido mejor amigo de vuelta.
Al día siguiente, Carson envió a su ayudante de nuevo con una lista de
posibles puestos de trabajo.
―El Sr. Kingsley dijo que usted necesitaba esto ―dijo Dale, tendiéndole un
pedazo de papel a Eric.
Eric, todavía en calzoncillos, echó un vistazo a la larga lista y bostezó. Carson
no sólo era fiel a su palabra, también fue exhaustivo.
―¿Todavía te hace llamarlo Sr. Kingsley? ¿En serio? ¿Cuánto tiempo has
estado trabajando para él ahora? ¿Seis meses? ―preguntó Eric.
La confusión se dibujó por todo el rostro del joven.
―Unas pocas semanas.
―Ah, lo siento. Pensé que eras el otro chico ―dijo Eric, rascándose
perezosamente el pecho―. Esperemos que dures más tiempo que él, entonces.
Dale le dio una sonrisa forzada y se fue. Eric sintió pena por el chico nuevo
porque a pesar de que Carson era un buen amigo, no era un buen jefe.
Eric se sentó en su mesa de comedor de madera de ébano y miró a través de
la larga lista de trabajos disponibles en Los Ángeles. Justo cuando estaba a punto
de perder la esperanza, vio algo que despertó su interés: artesano. El taller de
carpintería había sido la clase en la que había sobresalido en la escuela secundaria,
y recordó que una vez había albergado el deseo de hacer muebles, yendo tan lejos
como para elaborar diseños para un escritorio de varios niveles. Al final, esos
planes fueron abandonados cuando la vida de los fiesteros llamó a la puerta.
Al mirar alrededor, se dio cuenta de que sus muebles reflejaban ese sueño
largamente olvidado. Todo en su apartamento estaba hecho a mano, sin chapas y
caro como el infierno, pero construido para durar toda la vida.
Tan pronto como su amigo contestó la llamada, Eric dijo:
―Carson, tú mamón, puede que acabes de salvar mi vida.
―¿Encontraste algo? ―gritó Carson por encima del alboroto detrás de él.
―Sí. ¿Qué está pasando ahí?
―Estoy entre escenas. Están armando una toma de huracán con la pantalla
verde. ―Él apartó el teléfono e intercambió unas palabras con alguien más―. Lo
siento por eso. Oye, ¿recibiste la lista?
―Lo hice. Gracias, hombre.
―Me lo debes. Ahora, ¿qué encontraste?
―Artesano ―dijo Eric sin dudarlo―. Así como para la fabricación de
muebles.
―¡No me jodas! Escucha, tengo que irme. Pero voy a hacer que Dale se
ponga en contacto con el sujeto que hizo mi cama. Tal vez conseguirte una
pasantía o algo así.
Eric sólo tuvo tiempo de agradecerle a su mejor amigo antes de Carson
tuviese que irse.
Una semana más tarde, Eric estaba de muy buen humor mientras se dirigía
hacia su bar favorito en Melrose Avenue. Su buen estado de ánimo no se vio
afectado, incluso cuando varios hombres con cámaras ridículamente grandes se le
acercaron mientras caminaba hacia la entrada, gritando su nombre como si lo
hubieran conocido toda su vida. Reconoció algunos de los fotógrafos habituales,
pero no sentía ninguna sensación de familiaridad con ellos. Para Eric, no eran más
que rostros sin nombre detrás de la lente de una cámara, tipos que se ganaban la
vida invadiendo el espacio personal de los demás. Esta noche sus tendencias
parasitarias no hicieron nada para amortiguar su estado de ánimo; él estaba allí
para celebrar.
―Por Carson ―dijo un poco más tarde en torno a su grupo de amigos.
Levantó una pinta de Guinness por encima de su cabeza―. ¡Por ayudarme a
encontrar algo en lo que soy bueno!
Carson, una vez más con su brazo alrededor de otra mujer rubia, brindó por sí
mismo.
―¡Slainte!5
Una morena se acercó a Eric y movió rápidamente su cabello sobre su
hombro.
―¿Qué te ayudó a encontrar? ―preguntó, batiendo sus pestañas demasiado
largas rápidamente.
―Mi carrera.
5
Slainte: es una palabra que literalmente traduce como "salud" y es de uso general brindis en Irlanda.
―¿Y qué sería eso?
―Carpintería.
La chica, obviamente poco impresionada, miró a su alrededor. Mientras la
miraba, no podía dejar de preguntarse cómo reaccionaría Ren a la noticia,
suponiendo que probablemente sería lo contrario a esta chica.
―¿Cuál es tu nombre? ―le preguntó a la morena, que volvió a encender su
sonrisa en el momento en que regresaron a su tema favorito: ella misma.
―Karina —le dijo al oído.
―Soy Eric ―dijo, y fue recibido con una sonrisa divertida.
―Lo sé ―dijo―. Tú eres el amigo de Carson Kingsley. Y entre ustedes dos, el
hombre más sexy.
―Bueno, gracias.
―En lugar de carpinloquesea, ¿por qué no sólo te consigues un reality show?
Eric levantó una ceja. En realidad él había tratado de estar en un reality show
una vez, simplemente sobre la base de ser el amigo de tragos de Carson, y aunque
un gran estudio le había dado luz verde al proyecto, él inesperadamente había
tenido que someterse a la operación. Varios meses después, aparecer delante de
las cámaras, televisando sus asuntos privados para que todo el mundo lo viera, ya
no parecía como una forma atractiva de ganarse la vida. Además, no era la carrera
duradera que buscaba.
―No, gracias ―dijo―. No necesito cámaras metidas en mis asuntos las
veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
―¿Y si entras en algún concurso de baile de celebridades o algo así? ―Tenía
que reconocerlo, ella era insistente con Hollywood. Con su apariencia y su
tenacidad, probablemente podría conseguir entrar en Big Brother o The Bachelor.
Sin embargo, la pobre chica, obviamente, tenía la impresión equivocada de él.
Por supuesto, él había proyectado esa imagen durante mucho tiempo, así que no
la culpaba por pensar que todavía era una especie de caza fama.
―Nada en la televisión. Quiero algo con longevidad, algo lejos del ojo
público.
Karina le dirigió una mirada extraña, en algún lugar entre la lástima y la
repugnancia.
―Tengo que ir al baño ―dijo ella y se fue a paso tranquilo. Eric sabía sin
ninguna duda que no la volvería a ver por el resto de la noche, lo cual francamente
era una especie de alivio.
Al otro lado de la mesa, Carson llamó su atención y le hizo un guiño.
―¿Ella no te interesa? ―gritó por encima de la música a todo volumen.
Negó con la cabeza, metió un dedo a modo de pistola en su boca y apretó el
gatillo pulgar. Se acercó a su amigo.
―Gracias por contactar con ese fabricante de muebles por mí ―dijo―. Él y
yo cuadramos un horario en el que él me enseñará todo lo que puede, lo más
rápido que pueda, si le suelto un montonón de dinero. Nos reunimos mañana.
Una de las oscuras cejas de Carson se elevó.
―¿Así que realmente va a hacer esta cosa de la fabricación de muebles?
―Cuando Eric asintió Carson levantó su copa en el aire―. Pues bien, ¡brindo por ti,
amigo! ¡Estoy seguro de que serás impresionante trabajando con la madera, tuya o
de otra clase!
Los dos amigos se rieron, junto con aquellos en su grupo que habían estado
escuchando. Pero incluso a pesar de que las personas rodeándolo, incluido su
mejor amigo, Eric no pudo evitar sentir una ligera punzada de soledad. Cualquiera
que fuese la condenada cosa que había estado buscando, seguro como el infierno
que todavía no la había encontrado.
Tomó otro trago de licor, tratando de abandonar la búsqueda.
—Hey, Ren —dijo Jolene mientras abría la puerta roja de la casa de ladrillo de
dos aguas que había pertenecido a sus padres. Ahora, Jolene, su esposo y su niña
la llamaban hogar.
—¡Tía Ren! —La voz provenía de una niña de tres años, mientras esta rodeaba
la esquina en un triciclo rosado y blanco de Barbie—. ¡Mira mi nuevo coche!
Ren la levantó del triciclo en un enorme abrazo, y la giró por el cuarto.
—¡Nina! ¡Cómo te he extrañado!
La preciosa niña le dio una mirada incrédula.
—Te vi el otro día pasado, Tía Ren.
—Ha sido una semana, Nina —la corrigió gentilmente su madre—. Siete días.
—¡Aun así te extrañé!
Ren la puso en el suelo de nuevo y le acomodó los cortos y marrones rizos.
—¿Te quedas a cenar? —preguntó emocionada Nina, tirando de la mano de
Ren.
—Por supuesto, es por eso que la invité —dijo Jolene, regresando a la cocina
a los vegetales que estaba cortando. Ren y Nina la siguieron, sus entrelazadas
manos balanceándose mientras caminaban.
—¿Dónde está Paul?
—Está en Singapobre —dijo Nina.
Las hermanas compartieron una divertida sonrisa antes de que Ren dijera:
—Qué afortunado. Siempre he querido ir a Singapur.
—Yo también, pero no está haciendo mucho turismo que digamos. Tiene
muchísimo trabajo que hacer. —Jolene dejó de cortar el brócoli y le dio a Ren una
larga y evaluativa mirada—. ¿Y qué tal estás tú?
—Estoy bien —dijo Ren, subiéndose a un banquillo y robándose un brócoli
para mordisquea —. ¿Y podrías por favor dejar de preguntar eso? No necesito que
se me trate con guantes.
—¡Yo tengo guantes! —gritó Nina y salió corriendo del cuarto. Jolene se
aprovechó de la ausencia de los pequeños oídos.
—¿Lo llamaste?
—¿A quién?
Jolene rodó sus ojos.
—A Eric, ¿Quién más?
—No. ¿Por qué iba a llamarlo?
Jolene inhaló impacientemente como si Ren fuera su hija y no su hermana
mayor.
—Porque él te llamó a ti. Porque, a pesar del hecho de que estás en una
terrible situación, aún le gustas.
—Tienes razón. Estoy en una terrible situación, lo cual es precisamente el por
qué no debería llamarlo. Él quiere que tenga todo resuelto. Bueno, adivina qué, no
lo tengo.
Jolene levantó sus manos.
—De acuerdo. No te erices.
—Y tú no seas tan entrometida.
—Soy tu hermana. Ese ha sido mi trabajo desde mis días en que leía tu diario.
Ren gruñó cuando el timbre sonó.
—Yo voy.
Un momento después Ren regresó con Lisa.
—¿Sin Jordan? —dijo Jolene con una ceja levantada. Lisa suspiró.
—¿Por qué siempre me preguntas eso? No es como si estuviéramos unidos
por la cadera.
—Me temo que tengo que diferir —dijo Ren, aliviada de cambiar de tema.
—¡Los encontré! —Nina entró corriendo con un par de guantes de nieve—.
Mis guantes.
Ren se rió y le hizo cosquillas a su sobrina. Mientras ponían la enorme mesa,
que también había pertenecido a sus padres, comenzó a sentir la sensación de paz.
Aquí, en la casa en la que había crecido, las cosas tenían sentido. Y aunque sus
padres ya no estaban, aún podía sentir el amor a su alrededor, en la hermosa casa
que habían construido y, lo más importante, la familia a la que le habían insuflado
vida. Así que sí, su futuro era incierto con la muerte de Ben, pero en esta casa con
sus hermanas siempre tendría un lugar al cual pertenecer.
Un par de horas después, luego de que los platos estuvieran lavados y Nina
ya estuviera en la cama, las tres hermanas tomaron asiento en los sillones forrados
con imitación de piel, cada una con un vaso de vino en la mano. Jolene encendió el
televisor de pantalla plana, para luego ignorarlo por completo volviendo su
atención hacia Ren.
—Así que… ¿Cómo es? Este chico, Eric.
Ren suspiró. Nunca iba a librarse de las preguntas.
—¿Qué es esto de preguntar sobre el chico nuevo que la va a ayudar a
olvidar al viejo? —preguntó Lisa, tomando un sorbo de Merlot—. Ren necesita
concentrarse en superar a Ben primero, atravesar todas las etapas del duelo.
Entonces podrá pensar en este tal Eric.
Jolene subió las piernas sobre el sofá, poniéndolas debajo de su cuerpo.
—Y qué tal tú Lisa. ¿Dónde está Jordan?
—Se fue a ver el partido a la casa de sus amigos —dijo Lisa—. Jolene, ¿estás
intentando vivir tu vida a través de nosotras?
Jolene sonrió como un gato que se acababa de comer a un canario.
—¿Es tan obvio? Estar casada con una hija no es exactamente lo más
emocionante. Si entiendes a lo que me refiero.
—Cambiaría mi vida por la de ustedes cualquier día —dijo Ren vacíamente.
Sus ojos se fijaron en la imagen en la pantalla, algún programa nuevo de
entretenimientos—. Mi vida está diez veces más jodida.
Lisa acarició gentilmente la pierna de Ren.
—Más bien nueve veces más, hermana —la corrigió socarronamente.
—Ben era un gran tipo, ¿no? No estaba sólo imaginándolo, ¿cierto? —. Ren
miró a sus hermanas buscando confirmación. Ambas asintieron.
—¡Por supuesto que lo era! —exclamó Jolene—. Todas las chicas de la
escuela estaban enamoradas de él. Incluso Lisa.
Lisa mantuvo sus labios apretados, pero su rostro se ruborizó traicionándola.
—De acuerdo, sí, bien. Cuando ustedes empezaron a salir, puede que tuviera
un pequeño enamoramiento por él.
Ren sonrió.
—Eso no era tan secreto, Lisa. Él lo sabía.
El rostro de Lisa se tornó profundamente más escarlata, mientras Jolene reía.
Ren apoyó la cabeza contra el sofá, mirando hacia el techo.
—Dios, lo extraño. —Las lágrimas se agolparon en sus ojos, pero intentó
espantarlas—. Y lo peor de todo es que creí que estaba de regreso, al menos una
pequeña parte de él. Pero estaba equivocada. Se ha ido y tengo que hacerle frente
a eso. De nuevo. —Las lágrimas se deslizaban por su rostro y por su cabello—.
Estoy tan cansada de estar triste. Al menos cuando estaba con Eric era feliz.
—Pero…
—Lo sé, no era por completo Eric el que me hacía feliz. Era la idea de que
Ben y yo pudiéramos estar juntos de nuevo.
—Pero, ¿qué tal si en realidad era Eric el que te hacía sentir de esa manera?
—dijo Lisa.
Ren bajó la mirada y se dio cuenta de que compartía la misma mirada de
incredulidad de Jolene mientras miraban a su hermana mayor.
—Disculpa, ¿quién eres tú? —preguntó Jolene—. Creí que estabas en el
Equipo de Eric Apesta.
Lisa se encogió de hombros.
—Tal vez sea el vino. Sólo me preguntaba si tal vez ella tendría verdaderos
sentimientos por el tipo.
—Sé que los tengo —dijo Ren—. Pero se entrecruzan con mis sentimientos
por Ben. Así que necesito pasar algo de tiempo desenredándolos.
—Bueno, tienes tiempo para hacerlo hermana. Nadie te está diciendo que
tienes que solucionar todo de inmediato.
Ren se preguntaba si eso sería cierto. Incluso si Eric pensaba que era increíble,
no iba a esperarla por siempre. Repentinamente, sus ojos captaron el vistazo de
una cara familiar en la televisión. Se puso derecha.
—Sube el volumen, Jo.
Todos los ojos se pegaron al televisor.
—De acuerdo, ¿qué estamos mirando? —dijo Jolene un momento después.
—Shh —dijo Ren, mientras la piel de gallina subía por sus brazos.
“Carson Kingsley fue visto ayer por el pueblo junto a su amigo, Eric Sorenson.
Después de desaparecer sin rastros a comienzo de año, Eric finalmente ha
regresado a las andanzas hace una semana cuando él y Carson fueron vistos en su
Pub nocturno favorito, el Club Ámsterdam.”
Entonces apareció en pantalla un video del fornido actor Carson Kingsley
caminando confiadamente junto a un hombre de cabello oscuro. El aliento de Ren
se quedó atascado en su garganta al reconocer el rostro debajo de esos lentes de
sol
—No… —dijo Jolene.
—¿Ese es tu Eric? —dijo Lisa con igual incredulidad—. Dime que ese no es tu
Eric.
Ren comenzó a asentir, pero su corazón se detuvo cuando mostraron un
borroso video de Eric dentro del club, teniendo una íntima conversación con una
sexy mujer sobre una mesa cubierta con bebidas alcohólicas.
Jolene apagó el televisor una vez que el segmento terminó y el show fue a
comerciales.
—¿Eric Sorenson es el tipo que conociste y con el que te acostaste en
Colorado? —preguntó, sonando como si no pudiera creerse las palabras que
estaban saliendo de su boca—. ¿Ese Eric Sorenson?
Ren se hizo hacia atrás, el shock aún impidiéndole hablar.
—A ese tipo se le conoce por ser un don nadie que se volvió famoso por ser
el mejor amigo de un actor —dijo Lisa, señalando con su dedo hacia el televisor—.
El tipo es un completo aprovechado.
—¡Lisa! —exclamó Jolene—. Eso…eso podría ni siquiera ser verdad.
Ren cerró los ojos, evitando mirar la expresión en la cara de sus hermanas. No
sabía qué la sorprendía más: el hecho de que Eric estuviera apareciendo en la
televisión, o que aparentemente había regresado a sus viejas costumbres.
Y ahora su hermana Lisa traía a colación un buen punto, uno que no había
sido tenido en cuanta cuando había estado desnuda debajo de él. Él no era alguien
a quien pudieras llamar virtuoso. Recordó sus palabras: a veces, desearía ser una
mejor persona.
—Hipócrita. —Las palabras salieron de su boca antes de poder detenerlas.
—¿Quién? ¿Yo? —preguntó Lisa.
—No —dijo Ren con un suspiro—. Eric. Él me dijo que estaba intentando ser
mejor persona. Supongo que ya terminó de intentarlo.
—Lisa tenía razón. Sobre Eric no siendo más que un jugador de Los Ángeles.
Lisa se acomodó los lentes sobre su nariz.
—Para que conste, no quería tener razón.
—Supongo que eso es todo, entonces —dijo Ren, dejando su copa de vino en
la mesita y poniéndose de pie—. Al menos eso elimina una de las cosas por las que
estaba preocupada.
—Ren —dijo Jolene, agarrando su mano mientras pasaba—. Quédate aquí
esta noche. Podemos quedarnos despiertas y hablar.
Ren negó con su cabeza.
—No quiero hablar de esto. Esto es un asunto que tengo intención de dejar.
—¿Entonces, terminaste con Eric? —preguntó Lisa con un dejo de
escepticismo—. ¿Te librarás por completo de él?
—Sí, definitivamente —dijo Ren con determinación—. Tan pronto como le
diga lo que pienso.
Eric salió del baño silbando una melodía. Finalmente sentía como si estuviera
dirigiendo su barco hacia aguas limpias. Aunque sabía que no sería fácil, esperaba
estar en el curso correcto hacia una vida de la que pudiera estar orgulloso. Las
clases privadas que estaba teniendo con Greg Hudson, un maestro carpintero,
estaban probando ser todo un reto pero lo llenaban con un sentimiento de ser. Se
sentía bien trabajar con las manos de nuevo, sin importar las astillas o el inherente
riesgo de cortarse un miembro o dos.
Eric tiró la toalla al piso y se subió a la cama, dándose cuenta de que había
pasado un buen tiempo desde que había tenido a alguien para pasar la noche. Casi
había cerrado trato con una mujer la otra noche en el club, quien estaba realmente
interesada en sus historias de carpintero (o al menos así actuaba) pero se había
detenido. Sus acciones solían dejarlo perplejo pero ahora, en el silencio de su
cuarto, se dio cuenta de que se estaba auto saboteando. Y tenía la leve sospecha
que era a causa de la chica con afición a usar suéteres horribles.
Como si fuera ordenado por su mente, el teléfono comenzó a sonar y su
razón para dormir solo apareció en el identificador.
—Ren —dijo en cuanto recogió el teléfono.
—Hola Eric.
Se rió de emoción y alivio.
—¡Justo estaba pensando en ti!
—Que gracioso, porque yo estaba pensando en ti.
Él cerró sus ojos y se acostó.
—¿En serio? —preguntó con voz ronca—. ¿En qué estabas pensando? Y por
favor, no escatimes en detalles.
Ren dio un sorprendido resoplido.
—Dios, tú sí que eres ruin. No es eso porque te llamé.
Abrió los ojos y sonrió.
—Bueno, valía la pena el intento. ¿Qué pasó? ¿Qué tal has estado?
¿Sigues pensando en Ben?
—Te vi en la televisión. —Por primera vez oyó la tirantez en su voz. Ren al
parecer no estaba contenta.
Eric se puso un brazo debajo de la cabeza.
—Oh. ¿Y qué estaba haciendo?
—De fiesta, y flirteando con una mujer —dijo con disgusto.
—Oh.
—Espero que no estés usando cocaína de nuevo, porque no creo que sea
bueno para tu corazón.
—¡Detente un minuto! —dijo sentándose—. No es que sea de tu
incumbencia, pero no he comenzado a usar drogas de nuevo, muchas gracias.
—Creí que dijiste que querías ser un hombre mejor.
—¡Y así es!
—Ciertamente no lo parece. Incluso la presentadora del show decía que
estabas volviendo a tus Viejas Andanzas.
Él respiró hondo.
—¿Estás enojada porque salí de fiesta y bebí con personas que no he visto en
meses? ¿O hay algo más molestándote? —De pronto comprendió las palabras de
ella—. Me viste flirteando con una mujer.
—Te vi con una mujer por televisión nacional —dijo—. Justo después de que
mis hermanas me preguntaran por ti.
—¿Les dijiste a tus hermanas sobre mí? —preguntó—. ¿Qué les dijiste?
Oyó el sonido de un chasqueo de dedos.
—Hey, Eric, ¡enfócate!
A pesar de su enojo, sentía un poco de felicidad bullendo en su pecho. De
verdad debía significar algo para Ren si le había contado a sus hermanas sobre él.
—Realmente te he extrañado Ren.
—No lo parecía en la televisión —dijo, el duro borde en su voz comenzando a
ceder. Cuando suspiró, pudo imaginar todo el aire caliente dejando su cuerpo en
rendición—. Lo siento. No tengo derecho a estar celosa.
Sonrió.
—No es tan malo estar celosa. Al menos me dice que estás pensando en mí.
—Verte coquetear con otra hermosa mujer en televisión fue… duro. No
esperaba sentirme de esa manera.
—Si te hace sentir mejor, no he dormido con nadie desde, tú sabes, que te
conocí.
Ren se quedó callada en el otro lado de la línea; casi podía verla mordiéndose
el labio. Dios, quería ser él quien lo mordiera.
—Lo hace, pero no lo hace. No tengo ningún derecho sobre ti, Eric —dijo
finalmente.
—¿Estás diciendo que ya no quieres que te espere?
—No lo sé. No puedo pedirte que hagas eso —dijo—. Pero no quiero sacarte
por completo de mi vida.
—¿Qué quieres Ren?
—Quiero liberarme. De todo.
—Entonces dejémoslo todo. Vayámonos de vacaciones a Monte Carlo.
Se rió suavemente.
—Eso está un poquito fuera de mi presupuesto. No le está yendo así de bien
a la panadería —dijo—. Realmente extrañaba hablar contigo, Eric. Siento haber
sido un poco perra. Es sólo… no me gusta verte con otra mujer. Pero supongo que
mejor debería irme acostumbrando.
—Supongo que sería mucho pedir que ya hayas superado a Ben, ¿no?
—No aún. Y si lo hubiera hecho, de todas maneras tú vives en Los Ángeles y
yo en Chicago. Nunca funcionaría entre nosotros.
—Ya has tenido una relación a distancia antes y la hiciste funcionar.
—Y mira cómo terminó.
—Podemos hacer que funcione, Ren —dijo con una convicción que ni
siquiera él se creía por completo.
—Probablemente tengas razón —dijo—. Pero creo que por ahora deberíamos
ser amigos.
—Déjame ver si lo entiendo. Me llamas para romperme las bolas sobre
coquetear con otra mujer, y ahora me dices que vaya y salga con otras mujeres.
Ren balbuceó durante un momento, y entonces comenzó a reírse.
—Sí, cállate.
Deseaba estar cerca de ella cuando riera de esa forma, para poder hacerle
cosquillas y hacerla reír incluso más. Si simplemente no la hubiera arruinado.
—Ren —dijo—. Siento haber sido tan mierda en Colorado. No debería
haberme ido tan rápido. Debería haberme quedado y ayudarte a resolver las cosas.
—No debería haber asumido lo del corazón de Ben. No quería ofenderte.
—Te perdono, si tú me perdonas.
Pudo sentir su cálida sonrisa a través de la línea.
—Trato hecho —dijo. Él suspiró.
—Bueno Ren, mi amiga, tengo que irme a dormir. Mañana aprenderé sobre
machimbre.
—¿Machimbre?
—Oh, no tuve la oportunidad de contarte sobre eso.
—Eso. ¿Qué es eso?
—Encontré algo en lo que soy bueno. O al menos salgo que me gusta hacer.
—Sonrió, su pecho henchido con orgullo.
—¿Y qué sería eso?
—Carpintería —dijo, anhelando oír su aprobación. No lo decepcionó.
—¿En serio? ¡Eso es fantástico!
—Sí, pero te contaré sobre eso otro día. Así tendremos algo de qué hablar.
—De acuerdo —dijo emocionada—. Estoy realmente feliz por ti, Eric.
—Gracias. —Le sonrió al teléfono mientras agregaba—: Te deseo buenas
noches.
—Buenas noches.
Dejó el teléfono en la mesita de noche y puso sus brazos detrás de la cabeza,
sintiéndose inusualmente feliz para alguien que acababa de recibir el pavoroso
discurso de “seamos sólo amigos”.
—Ren, cuanto tiempo ha pasado.
La familiar voz envolvió el corazón de Ren, dejándola helada mientras estaba
acuclillada detrás de la vitrina. Miró a través del vidrio del frente y vio un par de
pantalones caqui y, por un eufórico momento antes de levantarse para enfrentarse
a la realidad, se permitió el lujo de soñar que Ben estaba de regreso.
—¿Ren? —Ella suspiró profundamente antes de levantarse y enfrentarse cara
a cara con el padre de Ben, Brad.
—Hola —dijo con un aire de agradable sorpresa a pesar de lo que le dolía ver
el rostro que tanto le recordaba a su hijo muerto.
Los labios de Brad esbozaron una pequeña sonrisa. Se aclaró la garganta.
—Lo siento por presentarme sin avisar —dijo, metiendo sus manos en los
bolsillos—. Estaba en el vecindario y pensé en pasar por aquí, ver cómo lo estás
llevando.
Forzó una sonrisa, recordando lo tierno que Brad había sido después del
funeral de su propio padre. La había envuelto en sus brazos y simplemente la había
sostenido.
—Si sirve de algo —había dicho en esa fría tarde de otoño—, siempre
encontrarás un padre en mí. —Y ahora aquí estaban, con otra insuperable pérdida
entre ellos.
—Lo estoy llevando bien —dijo y caminó alrededor del mostrador para darle
un incómodo abrazo.
A pesar de que vivían en la misma ciudad, no se habían visto el uno al otro
desde el funeral de Ben, y cualquier aire de familiaridad que habían conocido a
través de los años se había disuelto en algo incierto.
¿Seguiría él pensando en ella como su propia hija ahora que sus lazos con su
familia habían sido cortados?
¿Seguía ella queriendo que lo hiciera?
—Ha pasado mucho tiempo, Ren —dijo él, sosteniéndola un poco más antes
de dejarla ir—. Linda te manda saludos.
—Dile que le mando saludos también.
—Quiere que vengas a cenar alguna vez.
Ren deslizó sus manos dentro de los bolsillos de su delantal.
—Gracias, me gustaría eso —dijo, no siendo del todo verdad.
Tendría que ser una masoquista para querer visitar el hogar de la infancia de
Ben.
Brad miró la vitrina y señaló con la cabeza.
—¿Están buenos esos bollos? Bueno, supongo que deben estarlo si que tú los
hiciste.
—Están buenos, recién salidos del horno en realidad.
Brad se frotó las manos, claramente contento de estar moviéndose a un
terreno más cómodo.
—Muy bien entonces, ¿podrías darme uno de arándanos y uno de plátano y
nuez?
—Por supuesto. —Ren se dedicó entonces a los bollos, poniéndolos dentro
de una bolsa de papel café y sellándola con una calcomanía—. Aquí tiene. Van por
la casa.
Brad sacó diez dólares de su billetera.
—No, insisto en pagar.
Sacudió la bolsa hacia él.
—No, yo insisto.
De todas maneras el hombre azotó el dinero sobre el mostrador de cristal.
—Viendo que soy mayor, te supero en jerarquía y digo que estoy pagando —
dijo con esa exasperante sonrisa que compartía con su hijo.
Con un asentimiento, abrió la caja y le entregó su cambio. Se permitió otra
larga mirada a su rostro, buscando un atisbo de Ben en sus facciones, sin importar
cuán pequeño fuera. Su corazón dolía, pero estaba sorprendida de encontrar que
las ganas de llorar no estaban presentes.
—También quería agradecerte por enviarnos sus pertenencias —dijo Brad,
abriendo la bolsa y tomando un gran bocado de uno de los bollos, tratando lo
mejor que podía de parecer casual—. Debe haber requerido mucho coraje ir allí, a
su apartamento. Linda se alegró mucho de que recuperaras su conejo de peluche.
Había tenido esa cosa desde que era un bebé, ¿sabías?
—Lo encontré en un estante en su guardarropa. No podía creer que lo
mantuvo todo este tiempo.
—Linda tampoco lo podía creer —dijo él con una irónica sonrisa—. Como te
puedes imaginar, se puso toda con los ojos llorosos sobre eso.
Ren tomó aliento, rogando por valor para hablar. Finalmente, lo encontró.
—Hay una cosa más a la que me aferro, que probablemente ustedes podrían
querer. —Las gruesas cejas de Brad se levantaron.
—¿Qué es?
Se mordió los labios ansiosamente.
¿Qué podría pensar de ella? ¿Vería compasión en sus ojos?
—Es, uh, algo que él no había tenido tiempo de darme todavía.
La expresión de su rostro dijo que sabía exactamente de lo que estaba
hablando. Dio un ligero asentimiento.
—Creo que eso es probablemente algo que querría que mantuvieras.
Sacudió la cabeza, las emociones atoradas en su garganta.
—No sé si tal vez hubiera cambiado de parecer. Quiero decir, estaba
profundamente enterrado en su clóset.
—No, Ren. Tenía la intención de preguntar. Confía en mí cuando digo que iba
a preguntar.
—Yo tenía miedo de eso —dijo, con lágrimas picando sus ojos. Podría haber
sido más fácil de soportar si él hubiera cambiado de opinión y había planeado
regresar el anillo—. Eso lo hace un poco peor, creo.
Los ojos de Brad también brillaban. Dio la vuelta al mostrador y la envolvió en
un abrazo paternal.
—Él realmente te amaba, Ren. Todos lo hicimos. Quiero que sepas que sigo
pensando en ti como parte de la familia.
Se apartó, aliviada cuando una cliente entró en la tienda. Brad levantó la
bolsa de papel de los bollos.
—Estoy seguro de que Linda va a disfrutar estos —dijo con una triste
sonrisa—. Por favor mantente en contacto. Ya hemos perdido a Ben, no podríamos
soportar perderte a ti también.
El labio inferior de Ren temblaba, así que lo mordió. No podía permitir que
un cliente la viera llorar a gritos.
—Gracias —fue todo lo que pudo manejar.
Brad le envió un triste saludo antes de salir de la tienda. Ren se volvió hacia el
cliente, una joven madre con un bebé atado a su pecho, cuando sintió una
gentilmente mano colocada sobre su hombro.
—Cubriré el frente por un tiempo —dijo Lisa, empujando a Ren fuera del
camino.
—Gracias.
Se dio la vuelta hacia la puerta de la cocina justo cuando las lágrimas
comenzaban a caer.
Esa noche, tan pronto como hubo cerrado la puerta del apartamento detrás y
sacado su zapatos sin tacón, Ren se derrumbó en el sofá y se quedó viendo la
pantalla negra de la televisión. La reunión con Brad había tomado un giro
emocional, uno que no había sido capaz de expresar a sus hermanas porque no lo
hubieran entendido. No sabía por qué nunca les habló del anillo de compromiso
en primer lugar, pero sabía que no iba a ser capaz de manejar ver pena o juicio en
sus ojos si les decía ahora.
Sólo una persona sabía lo del anillo, una que sabría hablar con franqueza y
decirle las duras palabras que necesitaba escuchar. Agarró el teléfono y marcó.
—¡Ren! —dijo Eric, entonces jadeó—. Mierda. Espera un segundo ¿De
acuerdo? Déjame ponerte en altavoz.
Escuchó atentamente, oyendo el estruendo de cacerolas.
—¿Estás en un restaurante? —le preguntó tan pronto como regresó al
teléfono—. Suena como si estuvieras en una especie de lugar Hibashi .
Eric resopló.
—No. Ojalá. En realidad, estaba intentando cocinar algo por mí mismo.
—¿En serio? —Nunca habría imaginado que fuera tan doméstico—. ¿Cómo te
está yendo?
—Oh, está bien —dijo, luego gruñó—. En realidad, revolver carne frita y
vegetales es mucho más difícil de lo que parece. —Dejó salir una maldición de
sorpresa seguido de un tintineo metálico en el fondo—. ¿Por qué demonios hacen
las agarraderas del wok de metal? ¡Esta mierda sí se pone caliente!
Ren se rió, sintiendo ya el pesado temor saliendo de su cabeza.
—Bueno, no te vayas a mutilar a ti mismo o algo así.
—Gracias por el dato, Einstein —dijo—. Entonces, ¿Cómo estás?
—Yo... yo estoy haciéndolo mejor. ¿Y tú?
—Además de estar ocupado en no mutilarme a mí mismo, estoy bastante
bien, gracias. —Escuchó algo sisear en el fondo y esperaba que no fuera su piel.
—¿En qué nivel tienes encendida la estufa?
—¿Uh, alto? —Se rió.
—Tal vez quisieras bajarle un poco o quemarás todo.
—Ajá —rió él —. Sabía que había una razón de que fuera amigo tuyo.
—Eso es bueno. Me vendría bien un amigo en este momento.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz repentinamente seria.
—Estoy bien —comenzó a decir, pero cambió de idea—. No, eso no es
verdad. El padre de Ben pasó por la pastelería hoy, para agradecerme que les
enviara sus cosas.
—Oh, ¿cómo estuvo?
—Fue, eh, no fácil —dijo, recostándose a lo largo del sofá—. Le dije del anillo.
—Así que ¿todavía lo tienes? —dijo en voz baja—. Me preguntaba sobre eso.
—Sí. Creo que estoy teniendo dificultades para dejar ir eso también. Entre
otras cosas.
—Entonces, ¿qué dijo? ¿Lo quieren de vuelta?
—No, me dijo que lo conservara. Que Ben querría que yo lo tuviera. —Eric
silbó.
—¿Entonces tú…vas a quedártelo?
Se detuvo, dándose cuenta de que en realidad no había pensado en qué
hacer con el anillo. Desde que regresó de Colorado, lo había puesto dentro del
cajón de su mesa de noche. De vez en cuando, lo había sacado y observado
resplandecer en la luz, preguntándose lo que su vida hubiera sido si Ben no
hubiera pisado esas pistas ese día. No había pensado qué hacer con el anillo más
allá de eso.
—Bueno, si me preguntas —dijo Eric, sonando como si tuviera un bocado de
comida—. Deberías deshacerte de él. Sólo está restringiendo tu habilidad de seguir
adelante.
—Eso es... eso es…
—La verdad —dijo—. Me llamaste porque querías escuchar la verdad. Y ahí la
tienes. Necesitas regresar ese anillo. Sabes eso.
Hizo una pausa, su pecho oprimiéndose ante el pensamiento.
—¿Ren?
—Sí, estoy aquí. Y lo haré —dijo—. Solo que todavía no.
—Ren —dijo Eric en un tono suave que señalaba que algo duro estaba a
punto de salir de su boca—. Ya han pasado cuatro meses. ¿No crees que ya es
tiempo de comenzar a dejarlo ir?
Su rostro se enrojeció instantáneamente.
—¿Así que no sólo eres un cocinero ecologista, sino que además eres un
experto en cómo superar al amor de tu vida? —estalló, pero Eric no se inmutó
—Yo no creo en tener un único amor en tu vida —dijo sacándola de balance.
—¿Qué?
—Creo que te estás sosteniendo en un amor que piensas que es
irremplazable. Lo que estoy diciendo es que puedes amar así de nuevo. Tal vez
incluso mejor.
Ella soltó una risita.
—Eres increíble.
—¿Qué?
—Aquí estoy yo, derramándote mi corazón a ti y todo lo que puedes hacer es
planear cómo inclinar hacia ti mismo mi afecto.
Eric balbuceó y sonó irritado cuando habló una vez más.
—Ren, creo mejor te vayas a descansar un poco. Porque estás comenzando a
hablar tonterías.
—Seguro, lo que sea. Buenas noches entonces.
—Y para que conste, en realidad creo lo que he dicho.
Ren colgó, siendo un revoltijo de emociones. Pero a pesar de sus defectos,
Eric al menos había conseguido que parara de sentir pena por sí misma.
Eric quería golpear sus puños sobre la mesa, pero sólo apretó el tenedor en
su mano con exasperación. Ren lo acababa de acusar de tratar de ganarse sus
afectos, una afirmación que normalmente habría aceptado con una sonrisa y un
guiño ya que en realidad habría sido la verdad, pero por una vez no había habido
ninguna intención oculta detrás de su consejo. Cogió el teléfono, con la intención
de limpiar su nombre.
—Por cierto —dijo tan pronto como Ren contestó —. Esta honestidad-sin-
barreras que tengo contigo no va a funcionar si sigues cuestionando mis
motivaciones.
Ella guardó silencio por un largo tiempo antes de finalmente decir:
—Tienes razón. Lo siento. Pero para ser justos, creo que estás exagerando un
poco.
Suspiró, expulsando todo el aire caliente de sus pulmones.
—Lo sé. Pero tenerte cuestionando mi palabra es injusto, especialmente
desde que tú eres la única persona con la que he tenido este tipo de diálogo
abierto. Cuando te dije que sería tu amigo, lo dije en serio. No me voy a acercar a ti
descaradamente, hasta que me lo pidas.
—Muy bien entonces —dijo—. Y a pesar de que te cuestione de vez en
cuando, realmente valoro tu amistad. En verdad lo hago.
—¿Entonces estamos bien otra vez? —dijo esperanzado.
—Sí. No me gusta pelear contigo.
—A mí tampoco, Ren.
Después de colgar y terminar su cena, la cual no sabía del todo mal para ser
la primera vez que cocinaba, fue hacia el cajón de cocina lleno de miscelánea y
sacó su muy venerada agenda. Aquí estaba, un viernes por la noche, solo y
cocinando para sí mismo. Simplemente parecía no estar bien.
Mientras iba a través de innumerables páginas de chicas con las que había o
bien salido o bien solo dormido con ellas, llegó a un nombre en el que no había
pensado en mucho tiempo. Karen Miller a quien conoció allá en la UCLA , mucho
antes de que abandonara la universidad para convertirse en un vago profesional.
Habían estado saliendo por casi cinco meses, hasta que se dio cuenta de que
en realidad tenía sentimientos por la chica. Así que hizo lo que cualquier macho
racional hubiera hecho en esa situación: corrió. Dejó de llamar, paró de contestar
sus llamadas, incluso empezó a tomar el camino largo del campus con el propósito
de evitar toparse con ella. Todo porque se había encontrado a sí mismo cariñoso.
En verdad fue un idiota.
Karen Miller, pensó mientras empezaba a marcar su número. Me pregunto
qué es lo que estás haciendo en estos días.
6
Macaron: es un pastelito tradicional francés hecho de clara de
huevo, almendra molida, azúcar glas y azúcar.
—¿Conoces a alguien que pueda arreglarla? —preguntó Padma.
Además de su padre muerto, Ren sólo sabía de otra persona que trabajaba
con muebles.
—Sí, pero él vive en California —dijo con un suspiro.
—Oh, esa mesa definitivamente no vale un boleto de avión —dijo Padma y
continuó barriendo—. No te preocupes, Renee. Solo vamos a comprar una nueva
de Craigslist7.
A última hora de esa tarde, una hora después de que la tienda había cerrado
y Padma y Lisa se habían ido a casa, Ren se sentó sola en la parte de atrás de la
oficina y se quedó mirando fijamente a la pantalla del ordenador. Se suponía que
debía terminar de hacer las cuentas del día pero, por su vida, no podía obligar a
que las columnas de números tuvieran sentido. En cambio, su mente estaba
ocupada con pensamientos sobre la mesa y de la persona que tenía en mente para
repararla y de repente se le ocurrió que no había pensado en Ben durante todo el
día. La comprensión la golpeó como un puñetazo en el estómago, sustituyendo el
aire en sus pulmones con culpa ardiente.
—Pero esto es lo que se supone que tengo que hacer, ¿no? —le preguntó a la
silenciosa habitación. Cogió el teléfono y marcó el número de Eric, necesitando
escuchar algo que no fuera el zumbido bajo del ordenador.
Un par timbres más tarde, el sistema de mensajería sonó.
—Hola —dijo Ren, dándose cuenta de que no tenía ensayado qué decir. —
Soy yo. Sólo tuve un día horrendo y supongo que sólo quería escuchar una voz
amiga diciéndome que tengo que ponerme mis bragas de chica grande y seguir
adelante. Pero tal vez en otro momento. Bueno, espero que estés bien. Buenas
noches.
Trató de concentrarse en la tarea a mano, preguntándose por qué, de las tres
hermanas, había sido delegada a las funciones de contabilidad. Desde luego, no
era porque fuera buena con los números. Treinta minutos de aturdimiento mental
más tarde, terminó la tarea y apagó el ordenador.
Mientras se ponía de pie, el teléfono comenzó a sonar.
—¿Hola?
7
Craigslist: es una Web de comunidades en línea organizadas por ciudades, que ofrece en cada
una de ellas anuncios clasificados gratis sobre diversos temas: empleo, vivienda, sentimentales,
venta/trueque, servicios diversos, trabajos de corta duración, etc. También dispone de foros
clasificados por varios tópicos.
—¡Ren! —La voz de Eric era alegre, justo el sonido que necesitaba oír
después de su día—. ¿Dijiste algo sobre ropa interior?
Ella se echó a reír.
—Lo dije para que te concentraras en esa única palabra de todo mi mensaje
—dijo, hundiéndose de nuevo sobre la silla.
—Siento no haber podido responder. Tenía compañía.
—Eso está bien. Sólo me sorprendiste, en realidad. Estaba a punto de salir por
la puerta.
—¿Quieres que te llame a casa?
—No. Me dirijo a casa de mi hermana a visitar a mi sobrina.
—Entonces, ¿qué pasa? ¿Tuviste un día horrible?
Ren relató todo lo que había salido mal, incluida la mesa rota.
—Yo sé que todo suena tan trivial, pero todo sucede a la vez, lo que hizo que
mi día realmente apestara…
—Así que ponte tus bragas de niña grande y supéralo —dijo él de hecho—.
Aunque espero que tu sobrina se mejore pronto.
—Gracias. —Jugó con la fila de tres muñecas princesas de Disney de cabeza
bamboleante sobre el escritorio—. Así que, ¿puedes arreglar mi mesa? —bromeó.
—Am, no, a menos que puedas enviármela por correo.
—Maldición. Supongo que voy a tener que encontrar a algún otro amigo sexy
para que lo haga por mí.
—¿Crees que soy sexy? —preguntó con un dejo de sorpresa en su voz.
—¿Dije sexy? —Una sonrisa apareció en las comisuras de su boca—. Quise
decir tan horriblemente grotesco que ninguna mujer jamás se acercaría a él, y
mucho menos besarlo.
—Oh, ay, eso duele. Estás haciendo un gran trabajo para convencerme de
arreglar tu mesa.
—¿Te pagaré en bizcochos?
—Olvídalo. Me llamaste horriblemente grotesco. Mi autoestima nunca se
recuperará.
—Lo superarás. Probablemente.
—Para lo que vale —dijo él—. Creo que eres horriblemente grotesca también.
Como, más desagradable que las mujeres aquí en Hollywood.
Hablaron un poco más de tiempo y efectivamente, después de colgar, Ren se
sintió desahogada de sus problemas. De alguna manera siempre podía contar con
Eric para eso.
La buena sensación se prorrogó hasta el día siguiente, y todos a su alrededor
parecían ser capaces de percibir su estado de ánimo. Ren estaba en la cocina
atando una cinta alrededor de una caja de pasteles cuando Jolene llamó desde la
oficina.
—Oh hermana mía —dijo con voz cantarina—. ¿Tuviste sexo?
Los ojos de Lisa se agrandaron mientras ella se apresuraba a reconvenir a su
hermana menor.
—¿Vas a cerrar tu boca? ¡Los clientes podrían escucharte en la parte delantera
sabes!
Jolene estaba sonriendo cuando salió de la pequeña habitación. Se acercó a
Ren y se apoyó contra el mostrador de metal.
—¿Pero lo hiciste?
Las cejas de Ren se juntaron mientras negaba con la cabeza.
—En primer lugar, esa es una pregunta realmente al azar para hacer en una
mañana del miércoles. Y en segundo, ¿qué te haría pensar eso?
—Sólo pareces diferente. Tienes ese brillo en ti, como si acabaras de tener
algo de sexo caliente. —Jolene se volteó hacia Lisa, quien estaba dando los toques
finales al pastel de una traviesa despedida de soltera—. ¿No te parece?
Lisa miró y estudió a Ren con los ojos entrecerrados.
—Hum, un poco. Me he dado cuenta de que sonríes más y estás más
agradable con los clientes.
—Siempre soy agradable con los clientes —dijo Ren a la defensiva—. ¿Hay
algo malo conmigo simplemente por tener un buen día, por una vez?
—No —dijeron al unísono.
—No es malo, simplemente extraño —dijo Lisa—. Teniendo en cuenta lo
triste que has estado desde que volviste de Colorado.
—Ella estaba un poco sombría antes de eso, también.
—Sí, pero no tan mal.
—Tal vez está comenzando realmente a sanar.
—Puede ser. Esperemos.
Ren alzó las manos con exasperación.
—¡Hola! Estoy parada justo aquí. —Agarró la caja ya encintada y salió
pisoteando—. Olvidé ponerme mi capa de invisibilidad esta mañana.
—Eso es más como la Ren a que estamos acostumbradas —dijo Lisa. De
repente, Padma entró por la puerta giratoria.
—¿Ren? Hay alguien aquí preguntando por ti.
—¿Quién es? —preguntó Ren.
Padma se encogió de hombros.
—¿Supongo que el hombre que contrataste para arreglar la mesa? Su
nombre es Eric.
—¿Eric? ¿Pero...? —Ren giró hacia sus hermanas, justo a tiempo para ver sus
ojos abrirse con sorpresa.
—¡No se atrevan a ir por ahí! —dijo, sabiendo que las posibilidades de que
eso ocurriera eran básicamente nulas.
—Sí, claro —dijo Jolene, corriendo a través de la cocina y parando justo antes
de llegar a la puerta giratoria. Lisa se apresuró a seguirla.
El corazón de Ren golpeaba salvajemente mientras caminaba hacia sus
demasiado curiosas hermanas. Ella les dio un codazo al pasarlas y, con su
respiración contenida, abrió la puerta.
—¡Ren! —Eric saludó con una gran sonrisa en su hermoso rostro. Estaba
usando botas marrones, pantalones vaqueros y una camisa a cuadros rojo,
viéndose como el leñador más sorprendente que jamás había visto en su vida.
—Eric —dijo, su voz quebrándose un poco—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—He venido a arreglar tu mesa —dijo con los brazos extendidos. Él sonrió y
sacó sus gafas de sol de marca del bolsillo de su camisa—. Y mira, incluso me las
arreglé para no ponérmelas
—Bueno, pasos de bebé supongo —dijo ella, acercándosele poco a poco
como si fuera un sueño—. Pero en serio, ¿qué estás haciendo aquí? ¿No estabas en
Los Ángeles anoche?
—Cogí una vuelo temprano esta mañana. —Sus brazos se quedaron
extendidos—. Bueno, no me dejes colgado aquí.
Ren cautelosamente se puso delante de él y fue envuelta inmediatamente en
sus brazos, su aroma familiar llenando su nariz. Le gustara o no, había extrañado
ese olor de la brisa del océano y hierba. Sus brazos estuvieron alrededor de su
cintura e instintivamente le devolvió el abrazo, apretando su cara contra su pecho.
Sus ojos se abrieron cuando alguien se aclaró la garganta. Ella se apartó
mientras su cara se sentía en llamas.
—Hola —dijo Jolene, acercándose con la mano extendida—. Soy Jolene, la
hermana menor de Ren.
—Eric Sorenson —dijo él, sacudiendo su mano. Se volvió hacia Lisa y le
estrechó la mano también—. ¿Tú debes ser Lisa, la hermana del medio de Ren?
—La mayor, en realidad —dijo Lisa—. Encantada de conocerte.
—Bueno, todavía tenemos que terminar de decorar los pasteles —dijo Jolene,
lanzando un guiño en dirección a Ren y empujando a Lisa simultáneamente.
Eric sonrió.
—Bueno, fue un placer conocerlas a las dos.
El suspiro de alivio de Ren cuando sus hermanas se dirigieron de nuevo hacia
la cocina resultó prematuro cuando Jolene giró sobre sus talones.
—Por cierto —dijo con una sonrisa pícara que congeló a Ren en el acto—,
Ren, recuerda que esta noche es nuestra cena semanal. —Se volvió hacia Eric—.
Siempre tenemos una cena en mi casa los miércoles por la noche. Es una tradición.
Ren tragó, sintiendo la arena movediza jalando de ella pero incapaz de hacer
nada al respecto. Luchar era inútil.
Jolene volvió su mirada hacia Eric.
—¿Quieres venir, también? Vamos a tener un montón de comida. Prepararé
lasaña.
—Me encantaría ir —dijo.
—Increíble. Entonces te veremos esta noche a las seis y media. —Con una
sonrisa de triunfo, se volvió y desapareció por la puerta.
Eric respiró hondo y se volvió hacia Ren con una mirada cálida.
—Hola.
No podía hacer otra cosa que sonreírle, con el rostro aún caliente.
—¿Realmente viniste a arreglar mi mesa?
—Me alegro de verte, también —dijo él, extendiendo la mano y metiendo un
mechón de pelo detrás de su oreja. Sus ojos nunca dejaron su cara. Se acercó más,
ella se habría movido también, si no estuviera completamente inmovilizada por la
sorpresa.
Afortunadamente, un hombre con una niña vestida en traje de princesa entró
disparada a la tienda e interrumpió el momento.
—¡Emergencia de galleta! —Exclamó la niña. Corrió hacia la vitrina de vidrio
en sus zapatillas plásticas incrustadas de joyas y apretó las manos contra el
vidrio—. ¡Tenemos una emergencia de galletas!
Ren despertó de su trance y señaló a la mesa rota en la esquina.
—Bueno, la desafortunada mesa está ahí. Solo déjame atender la emergencia
realmente rápido.
A medida que la niña y su padre explicaban la verdadera naturaleza de la
emergencia de galleta, que su fiesta de cumpleaños era en una hora y su madre se
las había arreglado para quemar las galletas en el horno, Ren observó a Eric por el
rabillo de sus ojos. Por su parte, parecía estar realmente interesado en la mesa rota.
Después del examen, esperó pacientemente apoyado en el mostrador con la pata
dañada en la mano, mientras Ren, muy consciente de su presencia, se hacía cargo
de los clientes. Podía sentir sus ojos sobre ella todo el tiempo, poniéndola ansiosa
y nerviosa.
—Muchas gracias —dijo el padre con una caja de las más frescas galletas de
chocolate en sus manos—. Caroline, ¿qué le dices a la buena señora?
—¡Gracias! ¡Salvó mi vida! —dijo la niña, y con un revoloteo dramático de su
vestido rosa, se dio la vuelta y corrió hacia la puerta principal.
—Esa chica tiene un futuro en el mundo del espectáculo —dijo Eric una vez
que los clientes se habían ido.
—Así es como era exactamente Jolene a esa edad —dijo Ren, manejándose
con el cambio en la registradora, haciendo todo y cualquier cosa para evitar
enfrentar a Eric.
Colocó la pata rota de la mesa en el mostrador de vidrio.
—Creo que está ya no sirve, pero tal vez podamos encontrar una pierna de
reemplazo en la ferretería.
—Claro —dijo ella—, pero tendremos que esperar hasta que la tienda esté
cerrada. De cierta forma estamos llenos justo ahora.
Ren podría haber jurado que oyó grillos cantar cuando Eric miró fijamente
alrededor de la tienda.
—Claro que se ve de esa manera.
—Me refiero a allí atrás. Tenemos una gran cantidad de pasteles que terminar.
Eric se dirigió a la puerta giratoria.
—Solo déjame comprobar, ¿de acuerdo? —Metió la cabeza en la cocina—.
¿Chicas, pueden prescindir de Ren durante una hora más o menos? Tenemos que ir
a la tienda a comprar algunas cosas para esa mesa.
—No hay problema —oyó decir a Lisa.
—Ella puede tomarse el resto del día si quiere —intervino Jolene. Eric se
volvió hacia Ren con una sonrisa descarada.
—Parece que estamos listos para irnos.
Para Eric, caminar por los amplios pasillos de Home Depot con Ren era una
experiencia surrealista. Él no podía creer que en verdad había subido a un avión en
medio de la noche y volado a Chicago en un pestañeo, y por las miradas que Ren
calladamente le estaba lanzando, ella debía estar experimentando el mismo
sentido de asombro.
—Estás muy callada —dijo, empujando su brazo—. ¿Todavía en estado de
conmoción?
Lo miró con esos grandes ojos marrones.
—Sí. Todavía no puedo creer que volaras hasta aquí para arreglar mi mesa.
—Tú sabes que esa no es la única razón por la que vine —dijo—. Quería
visitarte.
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? ¿Y qué hay de tu maestro carpintero? ¿No
se va a molestar por haberte ido?
—De hecho —dijo, hojeando la selección de husos de madera de la tienda—,
se tomó el día libre hoy, así que estoy volando de vuelta esta noche.
Podía sentir que ella estaba tratando de encontrar las palabras para expresar
cuán gran gesto había hecho, pero no quería ir allí. Al menos, no en este momento.
—No veo nada que coincida con las otras patas. —Se volvió hacia Ren—.
Podemos cambiarlas todas. ¿Cuál te gusta más?
Después de que Ren eligiera, se dirigieron de regreso a la casa de Jolene y a
las herramientas en el garaje.
—Estas eran de mi padre —explicó Ren, tocando una sierra con cuidado. —.
Paul, el marido de Jolene, trabaja mucho y no tiene tiempo para usarlas. Así que
todos estos años han estado colocadas aquí, exactamente en el mismo lugar en
que mi padre las dejó.
Eric pasó sus manos por las polvorientas herramientas, una sierra de mesa,
taladro de columna, incluso un torno, y pensó que lástima que iban a perderse.
—Jolene dijo que podíamos servirnos de lo que necesitáramos —dijo
mientras llevaban la mesa y las patas hacia el garaje. Buscó en los estantes la lata
de pintura blanca satinada que había utilizado en la mesa—. ¡Ajá!
Él sonrió para sí mismo cuando empezó a quitar las patas restantes con un
destornillador, contento de que finalmente Ren se hubiera relajado. Ahora que
estaba en su elemento, estaba viendo otra faceta de su personalidad.
—¿Así que creciste en esta casa? ¿Cómo es que Jolene vino a vivir aquí?
—Mi madre murió hace seis años, y mi padre dos años después de eso. Nos
dejaron esta casa y algún dinero para iniciar la panadería. Jo compró nuestra parte
de la casa después de que se casó. —Ren miró alrededor, como si la historia de su
familia estuviera escrita en las paredes del garaje—. Estoy muy contenta de que no
la cambiara mucho.
Cuando se dio cuenta de que ella estaba empezando a mirar hacia el espacio,
decidió cambiar de tema.
—Así que, me encontré con Will Smith, el otro día —dijo, perforando
agujeros en la parte superior de los husos para alinear con la mesa—. Él estaba en
Starbucks con su hija, Willow.
Ren se dio la vuelta, con los ojos muy abiertos.
—¿En serio? ¿Hablaste con él?
—Sí. Entré justo cuando estaban pidiendo su orden, y nos saludamos.
Supongo que me reconoció. Entonces le dije que mi amiga Ren era su mayor fan y
que podía rapear el tema de Fresh Prince en un instante.
—¡No! ¿Qué dijo? —Se sentó en una mecedora pequeña, con la boca abierta.
—Él se rió y me dijo que te dijera hola. —Eric vio que su rostro pasó de la
sorpresa a la alegría. Puse esa sonrisa allí, pensó con una pequeña cantidad de
satisfacción—. Dijo que le gustaría oírte rapear si alguna vez estás en Los Ángeles.
Ren sonrió de oreja a oreja.
—¿Así que Will Smith sabe que existo? —preguntó con asombro—. Tal vez un
viaje a California esté en mi futuro cercano.
—Creo que eso sería muy bienvenido.
Con unas cuantas perforaciones aquí y allá y algo de pintura, la mesa quedó
como nueva. Una hora más tarde se encontraban mirando la obra terminaba
mientras esperaban a que la pintura se secara.
—Hiciste un gran trabajo —dijo Ren, inspeccionando las patas que, después
de limar un poco en los extremos, estaban perfectamente equilibradas—. Ni
siquiera parece que estas patas fueran nuevas.
Él se encogió de hombros.
—El poder de la pintura. Pero, en realidad, era un arreglo fácil.
Lo miró, con una sonrisa de lado en su rostro.
—Supongo que tengo que pagarte esos prometidos pastelitos ahora.
—De hecho, me gustaría simplemente algo de beber.
—¿Quieres sentarte en la terraza de atrás? Te voy a encontrar ahí con una
bebida. ¿Qué quieres?
—Sólo agua helada por favor. Me siento un poco deshidratado. —Sintió los
ojos de Ren en él mientras lamía sus labios secos.
—¿Seguro? Yo podría hacer un poco de té helado.
—El agua está bien —dijo, y abrió la puerta lateral que daba al patio trasero.
El patio no era grande, por ningún medio, pero la hierba era verde y corta, y las
plantas que corrían a lo largo de la valla estaban bien cuidadas. En la parte trasera
de la casa estaba una plataforma elevada de madera y sobre esta, colocada, una
larga banca estilo Adirondack con una otomana de madera a juego. Se acercó a
ella para inspeccionarla más de cerca, reconociendo su exquisita calidad artesanal.
—Mi padre hizo eso —dijo Ren mientras salía de la casa con dos vasos
grandes de agua.
—¿En serio? Es fantástica. Nunca he visto nada igual. ¡Con una otomana nada
menos! —Se movió hacia esta—. ¿Puedo?
—Claro —dijo ella, entregándole un vaso—.. Para eso es que fue hecha.
Se sentó a su lado, y a pesar de que no se estaban tocando, él todavía podía
sentir el calor que estaba irradiando. Se sentaron en agradable silencio durante
mucho tiempo, bebiendo sus bebidas y viendo al sol comenzar su descenso desde
el cielo en un alarde de carmesí y oro.
Finalmente, no pudo soportar más el silencio.
—Entonces, ¿cómo te va? Con la situación de Ben, quiero decir —preguntó,
mirando el vaso vacío en su mano.
—No lo sé. A veces, todavía sueño con él, me levanto y llevo esa tristeza
conmigo todo el día. Sin embargo, algunos días, sólo olvido completamente
pensar en él. Y sé que eso significa que estoy empezando a superarlo, pero esto
me llena de culpa, ¿sabes? ¿Y si lo olvido por completo?
—No creo que eso vaya a suceder —dijo él, atreviéndose a mirar su cara y
viendo la tristeza detrás de sus ojos. Pero esta era diferente de las miradas que
había visto en Colorado, un poco menos de desesperación y un poco más de
esperanza—. A menos que tengas amnesia o algo así.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Bueno, eso sin duda me hace sentir mejor. —Le dio un codazo—. Entonces,
¿Qué hay de ti? ¿Cómo estás en estos días?
Contuvo el aliento y se aclaró la garganta.
—Estoy bien. Estoy viendo a alguien.
Sin perder un momento, dijo:
—Eso es genial. ¿Cuál es su nombre?
Soltó el aliento, resignado a la idea de que Ren realmente quería que fueran
amigos y nada más. Su reacción era sólo una prueba de ello.
—Su nombre es Karen. Es una chica con la que salí en la universidad. En
realidad, sólo reconectamos y estamos viéndonos otra vez.
Ella terminó el resto de su agua y dejó el vaso en la terraza.
—Me alegro de que estás saliendo. ¿Te gusta? —le preguntó en voz baja—.
No importa, esa es una pregunta tonta. Por supuesto, que te gusta ella.
Quería decir que ella también le gustaba, incluso más en realidad, pero el
orgullo mantuvo su boca cerrada.
—Yo creo que podría ser algo serio, pero estamos tomando las cosas con
calma. —Lamentó la admisión en el momento en que la dijo en voz alta. Se pasó la
palma de la mano por la cara, preguntándose qué podría haberlo poseído
posiblemente para admitir algo en lo que sólo había pensado ligeramente. Por otra
parte, se dio cuenta con una sensación agridulce, que esta era Ren, la única
persona en quien siempre podía confiar.
—Yo estaba enamorado de ella en la universidad, pero la dejé porque me
asusté.
Se sintió revindicado cuando vio un atisbo de malestar en su rostro.
—¿Y ahora? ¿Sigues enamorado de ella? —preguntó.
Negó con la cabeza.
—No lo sé.
—Entonces creo que eso significa que no lo estás. —La intensidad de su
mirada quemó en su cerebro, pero lo que normalmente lo habría repelido en su
lugar lo llevó a acercarse más.
—¿Me amas, Ren? —se encontró a sí mismo preguntando. Era una pregunta
sencilla, con dos distintas respuestas, dos caminos que conducían a la felicidad o la
decepción.
Sus ojos recorrieron su rostro y sabía, simplemente lo sentía en sus huesos,
que ella todavía no había terminado con Ben y que una vez había pensado que él
había llevado el corazón de Ben en su pecho.
—No lo sé.
Sus palabras flotaron entre ellos como la niebla.
—Hola, ¡aquí estás! —dijo una pequeña voz detrás de ellos, dispersando la
tensión.
Eric se volvió, contento por la interrupción, y vio a una niña con cara de
querubín con el pelo castaño y rizado.
—Tú debes ser Nina —dijo él con una sonrisa amigable.
Ella se aferró al costado de Ren y le susurró en voz alta:
—¿Quién es ese chico, tía Ren?
—Su nombre es Eric —dijo Ren, dándole al hombro de la chica un apretón—.
Él voló hasta aquí desde California.
Nina le dio una mirada una vez más y se volvió hacia su tía.
—¿Es tu novio?
Ren le lanzó una mirada de disculpa.
—No —le dijo a su sobrina—. No es mi novio. Es solo un amigo.
Trató de sonreír a pesar del clavo en el ataúd.
La cena con Ren y su familia fue bastante agradable, con el marido de Jolene
presente para ayudar a contrarrestar la sobrecarga de estrógeno. Eric sospechaba
que Paul servía como amortiguador a la naturaleza curiosa de las hermanas y les
impidió lanzar preguntas que ellas normalmente no habrían pensado dos veces en
preguntar.
Eric comenzó a sentirse más a gusto mientras comían y hablaban. No podía
recordar la última vez que había experimentado una cena familiar, ya que su propia
familia estaba dispersa por todo el mundo. Su madre y su padrastro vivían en
Noruega, su hermanastra en Alemania con su marido militar, y sus varios abuelos o
bien habían muerto o vivían en una casa de retiro suburbano. Conseguir ponerlos a
todos juntos para una comida tomaría nada menos que un acto del Congreso.
La cena pasó rápido, y muy pronto él y Ren estaban de vuelta en el coche, en
dirección al Aeropuerto O’Hare de Chicago. No habían hablado entre sí mucho
durante la noche, sólo habían intercambiado miradas silenciosas y sonrisas
laterales, y la torpeza se extendió al coche. El incómodo silencio era casi
demasiado para soportar.
Finalmente, cuando se acercaban a la terminal de salidas, Ren rompió el
silencio.
—Gracias por venir a visitarme, y por arreglar mi mesa —dijo mientras
estacionaba el coche junto a la acera.
—De nada —dijo—. Me alegra haber venido.
Salieron del Honda Accord plateado de Ren y se pusieron de frente el uno al
otro. Él colgó su mochila sobre un hombro y sonrió levemente.
—Sobre tu pregunta de antes... —Empezó a decir, mirando sus pies—. Sí, ya
sabes, te quiero. Sólo que no de la manera en que tú deseas que lo haga.
Envolvió sus brazos alrededor de ella.
—Voy a tomar cualquier cosa que tengas para ofrecer.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo?
—Porque eres mi alma gemela, ¿recuerdas? —Él la apretó una vez antes de
dejarla ir—. Dije que sería tu amigo. Así que aquí estoy, siendo amigable.
—Esto es más que amigable. Esto raya humanitario.
—Bueno, puedes añadir hacedor del bien a mis muchos otros títulos.
Se puso de puntillas, y por un momento él pensó que iba a besar sus labios.
En cambio, torció ligeramente su cabeza y plantó un largo beso en su mejilla.
—Cuídate.
—Tú también, Ren.
Con un último gesto de su mano, ella subió al coche y se marchó y, aunque
no tenía ningún sentido en absoluto, no pudo evitar sentir como si hubiera sido
abandonado.
—¿Fue real el día de ayer? —preguntó Ren dirigiéndose hacia la cocina de la
panadería el día siguiente.
Parecía demasiado bizarro que hacían menos de 24 horas, Eric había estado
en su tienda, llenando el cuarto con su alegre presencia, y que hoy estuviera de
regreso en L. A.; de regreso a su vida y a su nueva novia.
El mero pensamiento oscurecía su humor, pero sólo ligeramente. No olvidaba
que Eric había volado a través del país sólo para verla, lo cual por si sólo era más
que suficiente para hacerla sonreír.
—Lo entiendo ahora —dijo Jolene mientras deslizaba una bandeja con
muffins dentro del horno tamaño industrial.
Padma hizo una bola con la masa para galletas y la aplastó contra las
bandejas para hornear.
—¿Qué es lo que entiendes?
—Por qué parecía como si ayer ella tuviera ese brillo postsexo. —Jolene se
volvió hacia Ren, quien estaba decorando con queso crema un muffin de
zanahoria—. Era por Eric.
—Eso es una locura —dijo Lisa—. Dijiste eso antes de que ella siquiera
supiera que Eric estaba en la ciudad.
Jolene tiró sus guantes para horno sobre el mostrador de metal.
—Cierto. ¿Pero viste la forma que se veía cuando lo vio? Nuestra hermana se
iluminó igual que un árbol de navidad.
—Creo que esa expresión es mejor conocida como shock —dijo Ren, aunque
sabía que las palabras de su hermanas habían dado en el blanco. Aun así, no tenía
nada de malo negar algo que nunca iba a suceder.
—Jolene tiene razón —dijo Lisa, acomodándose los lentes sobre su nariz—. Y
sabes que nunca digo eso a la ligera.
Jolene esbozó una triunfante sonrisa.
—Y en la cena, no dejaron de mirarse tímidamente el uno al otro. Fue tan
tierno. Me recordó a los días cuando Paul y yo estábamos saliendo.
—Bueno, no estamos saliendo —dijo Ren, terminando con la decoración y
limpiándose las manos con un trapo—. Él está en una relación seria ahora. Así que
hasta ahí llega su teoría.
—¿Una relación seria? —preguntó Lisa, su voz llena de escepticismo—. Hizo
todo un viaje a través del país para supuestamente arreglar una mesa rota, ¿y me
dices que está en una relación seria? Este tipo es increíble.
Ren sacudió la cabeza.
—No, quiero decir, cuando estábamos hablando, me contó sobre esta chica
con la que estaba saliendo que potencialmente podría volverse una relación seria.
—Y vino aquí, ¿por qué? —Lisa levantó una ceja.
Fue entonces cuando Padma interrumpió.
—¿No es obvio? —La mujer, quien tenía unos diez años más que las
hermanas y nunca ofrecía su opinión sobre su vida personal sin que se lo
solicitaran, así que cuando hablaba, las tres hermanas prestaban total atención— .
Vino aquí para ver si Ren intentaba disuadirlo de salirse de esa relación.
La comprensión bañó el rostro de las hermanas por algo que Ren ya sabía.
Ren se había pasado toda la noche pensando sobre la visita de Eric, y esa había
sido la única conclusión que pudo formular.
—¿Y bueno? —dijo Jolene—. ¿Lo hiciste?
—Por supuesto que no —dijo Ren ofendida—. ¿Por qué iba yo a romper una
relación que tiene el potencial de volverse seria? ¿Qué clase de amiga sería para
negarle eso?
Jolene negó.
—Tú no viste la manera en que te miraba. Como un niño viendo una torta de
chocolate.
—Estoy de acuerdo —dijo Lisa—. No puedes negar una mirada como esa.
Ren se encogió de hombro, intentando ignorar el pequeño dejo de placer en
sus entrañas.
—No importa de todas maneras, acordamos ser amigos.
Jolene suspiró.
—Bien, bien. Si ustedes, niños locos, están dispuestos a ignorar una atracción
como esa entonces háganlo.
—¿Estás lista para salir de nuevo? —preguntó Lisa—. ¿Ya superaste a Ben?
—No completamente.
—Tengo un lindo chico para presentarte —dijo Padma, y una vez más las tres
hermanas la miraron—. Kam. Él es un chico muy especial.
Jolene levantó una ceja.
—¿Especial?
Padma la miró de reojo.
—Me refería a que es agradable. Apuesto también. ¿Te gustaría conocerlo,
Renee?
—Yo… um… —tartamudeo Ren, sintiendo encima de ella la mirada de todas.
—Eso significa que sí —dijo Lisa—. A Ren le encantará conocer a Kam.
8
Juego de palabras en inglés, ya “Knock yourself out” también puede significar “Golpéate a ti
mismo.
Se rascó la parte posterior de la cabeza, queriendo nada más que cruzar la
sala y sentarse en la cama con ella, pero no se atrevió. Cosas extrañas pasaron
cuando estaba tan cerca de Ren.
—Lo siento, te desperté —dijo en su lugar.
—¿Vas a dejar de pedir disculpas? —preguntó con un poco de irritación—. ¿Y
podrías por favor, simplemente empezar a decir lo que estás pensando ya? Nunca
te habías contenido antes.
Se dio por vencido y finalmente, permitió acercarse.
—No puedo estar a tu alrededor, porque todos mis pensamientos dicen más.
No es justo para Karen y no es justo para ti.
—¿Qué hay de ti? ¿Es justo?
Hizo una pausa y sus ojos se clavaron en los suyos.
—Bueno, no, pero eso es una decisión que he tomado —Se volvió al oír a
Carson decir adiós, y antes de que su amigo pudiera volver y arruinar el momento,
se regresó hacia Ren y le dijo—: No creas que no sé por qué estás aquí en realidad.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué estoy aquí? —dijo con los ojos brillantes.
Pero antes de que pudiera responder, Carson salió del baño y el momento se
perdió.
De vuelta en su apartamento, Eric se dirigió directamente a su habitación, a
su cajón de cómoda y sacó el anillo escondido debajo de un montón de camisas
dobladas. Abrió la tapa de terciopelo y tomó un largo vistazo al anillo solitario de
diamante. Había pertenecido a su madre, que le dio el padre biológico de Eric, y se
lo había dado a su hijo el día antes de su boda con Jens. Eric había mantenido el
anillo todo este tiempo, en realidad se había olvidado durante muchos años, ya
que estaba en una caja de seguridad en el banco, pero últimamente todo lo que
había sido capaz de pensar, era en la pieza circular de oro blanco y lo que
significaba para presentar a una mujer que amaba.
Mientras lo miraba, un suave golpe en la puerta hizo que su corazón se
alegrara. Le dio un agradecimiento silencioso al anillo antes de devolverlo al cajón,
y entonces se dirigió hacia la puerta con ágil anticipación.
Pero la mujer que se encontraba del otro lado de su puerta, no era la que él
quería ver, y se dio cuenta de que su destino estaba sellado.
—Karen —dijo dejándola entrar. Miró el reloj en la pared—. ¿Qué haces aquí
tan tarde? ¿O tan temprano?
Karen tragó duramente mientras se acomodaba el ajustado cuello de su
suéter. Tenía puestos jeans y sandalias, y su rostro estaba libre de cualquier
maquillaje.
—No podía dormir. Tenía que hablar contigo.
La tomó por los hombros e intentó encontrar su mirada, pero ella mantuvo
sus ojos apuntando a su pecho.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Respiró hondo y fue entonces cuando noto la enrojecida piel alrededor de
sus ojos.
—He estado pensando. Sobre tú, yo y Ren —dijo con voz ronca—. Y no
puedo evitar llegar a la conclusión de que soy el sobrante de la ecuación.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que siempre voy a perder cuando se trate de ella. Y lo
entiendo porque es asombrosa. Es hermosa. —Se limpió la punta de la nariz y
finalmente encontró sus ojos—. Y vi la manera en que la mirabas.
—¿Cómo la miraba? —Había sido muy cuidadoso con sus acciones, y había
intentado con todas sus fuerzas evitar que su mirada tocara el rostro de Ren
porque era casi doloroso.
Karen suspiró.
—Supongo que es más bien la manera como no la mirabas. Como si temieras
que te atraparan mirándola.
—Eso es ridículo.
—¿Lo es? —Lo desafió—. ¿Podrías ser honesto conmigo, por lo menos en tu
cumpleaños?
—Ya no es mi cumpleaños —dijo con una sonrisa irónica.
Pero no estaba para bromas.
—Dime la verdad, Eric. ¿Estás enamorado de ella?
Ambos aguantaron la respiración mientras se miraban, esperando las
palabras que saldrían de la boca de Eric. Los dos conocían la respuesta, así que no
sabía por qué seguía sintiendo la necesidad de negarlo.
—No.
—Pura mierda.
—De acuerdo, sí lo estoy —dijo con un suspiro. Se pasó la palma por el
rostro—. Lo siento.
Las cejas de Karen se juntaron en enojo.
—¿Entonces por qué me dijiste que sólo eran amigos, y que nada estaba
sucediendo?
—Porque es la verdad —dijo—. Y porque no quería decepcionarte de nuevo.
Miró una pequeña marca en su mejilla y de pronto se dio cuenta que estaba
llorando.
—Me decepcionaste en el momento en que me mentiste sobre ella.
—¡No mentí! Incluso estaba pensando en declararme ante ti —tartamudeó,
como si eso fuera a disminuir el dolor que le estaba causando.
Un par de diferentes emociones se mostraron sobre sus cansados rasgos,
hasta que finalmente se quedó con el enojo.
—¿Por qué mierda harías eso cuando estás tan obviamente enamorado de
alguien más? ¿Eres estúpido?
—Aparentemente sí —replicó.
Karen cerró los ojos y se limpió las lágrimas de las mejillas con su manga.
Entonces asintió suavemente.
—Al menos esta vez hay un cierre. Sé que no debo esperar tu llamada en la
mañana.
De pronto se sentía tan pequeño, tan desmerecedor del amor de cualquiera,
especialmente después de haber tratado tan horriblemente a esta mujer.
—Lo siento. Lo siento es todo lo que puedo decir. —Levantó sus manos, con
las palmas hacia afuera, y ella las miró por un largo ratos antes de poner la suya
propia encima.
—Nunca vuelvas a llamar —dijo gentilmente, pero el enojo y la culpa bullían
en la superficie—. Adiós.
La miró salir por el pasillo, y desaparecer en el elevador.
Su interior se sentía como un procesador de comida lleno de emociones, pero
el pensamiento que las superaba a todas era que finalmente había reconocido sus
sentimientos por Ren. Estaba enamorado de ella.
Ahora, igual que como estaba en Colorado, se encontraba de regreso en el
principio, porque ella seguía enamorada de su amor muerto.
Hubiera dado lo que fuera, ir a cualquier lugar para dar el cierre que
necesitaba.
Más tarde, mientras comenzaba a dormirse, en algún lugar entre los sueños y
la realidad, descubrió la respuesta.
Esta convención es un fracaso, pensaba Ren mientras caminaba a lo largo de
las mesas envueltas en manteles blancos, mostrando tortas de todas las formas y
tamaños. Tendría que haber estado encantada de estar en presencia de una visión
tan artística y técnica, debería haberse detenido más de cinco segundos para
aprender algo nuevo de cada stand, pero la verdad era que su mente no estaba en
el centro de convenciones, ni siquiera en la ciudad de Burbank, California.
Eric había dicho que sabía la verdadera razón de su visita. ¿Entonces por qué
no había intentado siquiera contactarla desde la noche anterior? ¿O acaso su
lealtad hacia Karen le había impedido hacerlo?
Ren había volado a Los Ángeles con su cabeza en las nubes, pero en algún
lugar a lo largo del camino se había encontrado a sí misma desanimándose y
cayendo al suelo con un ruido sordo. Eric estaba en una relación seria, ¿qué
demonios había estado pensando? Karen tenía razón al sugerir que Ren era una
perra roba hombres. La verdad dolía, pero ahí estaba.
Ren suspiró y trató de dejar fuera el ruido de la sala de convenciones que
hacía eco de todas las voces en su cabeza. Sus hermanas, Eric, Ben, incluso Karen;
estaban todos allí, diciéndole que hiciera lo correcto. El problema era que lo
correcto para ella era sin duda lo incorrecto para otra persona.
No puedo quedarme aquí, pensó resueltamente. No podía quedarse en
California y no pensar en su proximidad a Eric y la relación seria que casi había
arruinado.
Aunque a la convención le faltaban varias horas para terminar, se dirigió hacia
la salida y hacer planes para ir a casa.
—¿Así que eso es todo? —preguntó Jolene en la cena esa noche—. ¿Has
terminado con Eric?
Ren se encogió de hombros pero mantuvo la boca cerrada.
—¿Qué significa eso? —preguntó Lisa—. ¿Por qué eres tan misteriosa?
—Simplemente ya no hablaré del tema —dijo Ren, mirando fijamente su
plato de espaguetis casi intacto—. Sobre todo no con ustedes dos.
—Um, bien —dijo Jolene en un tono que no podía ocultar el dolor. Ella tomó
un bollo de pan y comenzó a romperlo en pedazos sin hablar.
Ren tomó aire, inmediatamente apenada.
—No quise decir eso.
—Entonces, ¿qué quisiste decir? —preguntó Lisa, bajando el tenedor y
mirando fijamente a Ren—. Suena como si nos estuvieras culpando por todo lo
que ha pasado.
—No las estoy culpando —dijo Ren—. Y por favor, dejen de tomarse esto tan
personal.
Lisa soltó un bufido.
—¿Cómo podemos no tomarlo como algo personal? Somos tus hermanas, se
supone que debemos hablar una con otra.
Ren se mordió los labios, pensativa.
—Ya lo sé, pero en este caso, necesito algo de tiempo para pensar sola, para
actuar sola y sin ayuda de ustedes dos. Las quiero, pero ustedes influencian
demasiado mis decisiones.
—¿Estamos siendo demasiado entrometidas o controladoras? —preguntó
Jolene.
—¿O las dos cosas?
Ren se tocó la frente.
—Todo está demasiado enrevesado aquí. Sólo quiero un poco de tiempo
para analizarlo todo, por mi cuenta, y entender una manera de encontrar la
felicidad en mis propios términos —dijo ella, dándose cuenta de que sus labios
temblaban. Bajó la mirada hacia la mesa y se sorprendió al encontrar la pequeña
mano de Nina sobre la de ella.
—No te pongas triste, tía Ren —dijo, la seriedad escrita por toda su cara
manchada de salsa.
Ren acarició el pelo de la niña y forzó una sonrisa.
—Voy a estar bien, chiqui. Sólo necesito averiguar qué hacer conmigo.
—¿Qué quieres decir ? —preguntó Nina—. ¿Qué vas a hacer contigo?
Su madre tomó la palabra.
—Creo que la tía Ren sólo necesita encontrar su propio lugar en el mundo.
Como cuando juegas al pato ñato. La tía Ren necesita simplemente saber dónde
encaja.
Esa noche, mientras Ren se estaba cepillando los dientes, recibió una llamada
telefónica de Eric. Había considerado no responder, pero finalmente decidió
enjuagarse la boca y hacer frente a los problemas.
—¡Ren! —saludó—. ¿Sigues en Los Ángeles?
—No, volví en un vuelo más temprano.
—¿Qué? ¿Y ni siquiera te despediste? —preguntó—. Tenía muchas ganas de
hablar contigo antes de que te fueras. Incluso fui a la convención, pero no pude
encontrarte.
—¿Me estabas buscando? ¿Para qué?
—Quería decirte algo.
Ella esperó.
—¿Y bien? Puedes decírmelo ahora.
—He decidido esperar. Es mejor decirlo en persona, de todos modos —dijo.
—Anoche dijiste que sabías por qué había ido a Los Angeles, pero fuimos
interrumpidos.
—Sí. Sólo estabas usando la convención como una excusa para verme. —Se
detuvo un momento, y luego dijo—: ¿Estoy en lo cierto?
—Sí —susurró—. Pero no es por eso que me vi obligada a venir a California
en primer lugar.
—¿No fue para confesarme tu amor eterno?
—No exactamente. Fue debido a la necesidad de ser independiente, de tomar
el control de mi vida y sólo hacer lo que demonios es que quiero hacer.
—¿Y cómo resultó eso?
—Resulta que, cuando haces lo que sea que quieras hacer, la gente termina
siendo herida. Como Karen, para empezar.
—Acerca de Karen…
—La verdad es que llegué a California para tratar de convencerte de estar
conmigo. Pero cuando vi a Karen, me di cuenta de que no podía hacerlo. No soy
esa persona.
—Karen y yo ya no estamos juntos.
Ren se congeló.
—¿Qué?
—Ella rompió conmigo anoche —dijo, en un tono extrañamente carente de
arrepentimiento.
—¿Por qué?
—Porque no te miré durante la cena —dijo con una sonrisa—. ¿No es el
motivo más estúpido para estar celoso de alguien?
—Yo estaba tratando con todas mis fuerzas de no mirarte también —dijo
Ren—. No quería darle más razones para odiarme.
—Entonces, ¿ahora qué? —preguntó él en voz baja.
—Tú dime. Eres el que acaba de ser dejado.
Él se echó a reír.
—Ouch. Vaya forma de golpear a un hombre cuando está caído. Muestra un
poco de ternura. —Su tono se hizo ronco y grave cuando dijo—: ¿Así que querías
estar conmigo?
Su corazón latía rápidamente en su pecho mientras clamaba por el valor de
hablar. Tragó fuerte antes de decir: —Sí.
—¿Y en tiempo presente?
Cerró los ojos.
—Sí, pero…
—No hay peros. Sólo ven a encontrarme en Iowa —dijo tan pronto que a ella
le tomó un momento procesar sus palabras.
—¿Qué hay en Iowa?
—Sólo dime que me encontrarás allí en una semana —dijo—. ¿Recuerdas que
dijiste que querías irte lejos? No es Monte Carlo, pero está lejos.
Ella frunció el ceño, encontrando difícil seguirle el ritmo a las cambiantes
circunstancias.
—¿Así que tú y Karen realmente terminaron?
—Sí —dijo, casi con alivio.
—No quiero ser la segunda —dijo Ren—. Tú eras mi segundo y mira cómo
resultó eso.
—No ha terminado todavía —dijo con una sonrisa en su voz—. Y creo que,
para decirlo más precisión, Karen era la segunda.
Ren sintió una repentina oleada de esperanza, como si todo en su vida
estuviera finalmente empezando a caer en su lugar. Ella pensó en Ben y cuánto
tiempo todavía tenía que pasar antes de que pudiera soltarlo completamente, pero
al menos ahora podía pensar en otro hombre y no casi ahogarse con la culpa. Tal
vez había esperanza para ella después de todo.
—¿Qué pasa si —comenzó vacilante—, vienes a Chicago y conducimos juntos
a Iowa. ¿Tener un pequeño viaje por carretera?
—Eso suena como un plan mejor.
—Todavía no me has dicho lo que hay en Iowa.
—Y no pienso hacerlo hasta que lleguemos allí —dijo—. ¿Nos vemos la
semana que viene entonces?
—Sí, definitivamente.
Eric se despertó un poco más tarde con la luz del sol calentándole la cara. Se
incorporó y se desperezó lánguidamente antes de notar movimiento en la cocina.
Unos segundos más tarde la cabeza de Ren apareció desde detrás del mostrador.
—Estás despierto —dijo ella, doblando una bolsa de comestibles de tela—.
¿Necesitas una ducha o algo antes de partir?
Eric miró su reloj.
—¿Me dejaste dormir hasta casi las once?
—Parecía que lo necesitabas.
Si él pensaba que ella se había recuperado de su pelea estaba muy
equivocado, ya que se trataba de sus últimas palabras cordiales hasta que hubieran
conducido fuera del área metropolitana de Chicago.
Después de conducir durante treinta minutos en la I- 55, Eric ya no podía soportar
el silencio.
—Este viaje de seis horas se va a sentir más largo si no me hablas —dijo.
Ella mantuvo los ojos en la carretera y sus manos firmemente en el volante.
—¿Dirás algo?
Ella lo miró, pero sólo brevemente.
—¿Por qué vamos a Iowa?
¡Por fin! pensó triunfalmente.
—Tenemos una cita en Des Moines.
—Eso no me dice nada.
—Y yo tampoco lo haré —dijo con una sonrisa. No creía que podía esperar
otras varias horas para ver su reacción, pero no tenía otra opción.
—Es mejor que valga las seis horas —dijo, y estuvo otra vez en silencio por
otros ochenta kilómetros.
El estómago de Ren gruñó alrededor de las cuatro y fue entonces cuando se
dio cuenta de que se había saltado el almuerzo. Miró a Eric quien se había
quedado dormido alrededor de las dos y se permitió que el afecto que sentía por
él brillara a través de la niebla de enojo por unos momentos.
No podía culparlo por creer que ella seguía colgada por Ben; ella hubiera
tenido la misma reacción si la situación fuera la opuesta. Aun así, deseaba que Eric
le diera el beneficio de la duda y de que aceptada que en realidad había superado
a su novio muerto.
Extendió su brazo y pinchó a Eric en el brazo. Cuando no reaccionó miró por
el espejo retrovisor y, después de asegurarse que estaban solos en la carretera,
pisó de golpe el freno. El flojo cuerpo de Eric se aventó hacia adelante,
golpeándose el tablero. Se despertó gritando.
—¿Qué carajo?
Ren se rió, una profunda risa desde el fondo de su vientre que se sentía bien.
Miró a Eric, quien aún se veía desorientado, y se rió de nuevo.
—Ese fue un muy muy sucio truco —dijo con una sonrisa gruñona. Ella
intentó contener la risa, pero falló.
—¡Lo siento! ¡No me pude resistir!
—Esto es la guerra. —Su estómago eligió ese momento para gruñir, haciendo
que Ren se riera de nuevo.
—Comamos antes de la batalla —dijo ella.
Se detuvieron en una sandwichería conectada con una estación de servicio
justo al borde de la interestatal. Después de que comenzaran a comer, Eric dijo:
—¿Tienes planes para Acción de Gracias?
Ren terminó de masticar.
—Lo que generalmente hacemos, ir a lo de Jolene. Es nuestra tradición —
dijo—. ¿Qué hay de ti?
—No solemos hacer nada debido a que la familia está por todo el mundo. Un
par de veces he ido a ver mi mamá a Norway, pero no pasa muy seguido.
—¿Vienen alguna vez a verte ellos?
Sacudió la cabeza. —No que mamá no se haya ofrecido. Es sólo que siempre
pongo la excusa de estar ocupado y cosas así.
—¿Por qué? ¿No quieres ver a tu mamá? —preguntó—. ¿O es por tu
padrastro?
—No, Jens de hecho… me ha sorprendido últimamente. Cuando le dije sobre mi
plan de negocios, estaba seguro de que iba a echarme malas ondas. Pero
retrocedió y simplemente miró desde los costados, ofreciéndome consejos
realmente buenos.
—¿Cómo?
—Me sugirió pensar en algo más grande. Dijo que Hollywood estaba lleno de
tipos ricos que querían muebles tradicionales, pero que hiciera en otras ciudades
—dijo—. Hasta pensaría que quiere que me disperse por el mundo.
Ella sonrió. —Podría ser peor.
—Seguro, pero me hace sentir incómodo. Ni siquiera puedo imaginar pasar
tiempo con él sin la posibilidad de animosidad entre nosotros. Quiero decir, ¿qué
hago si descubro que no odio realmente al tipo? Todo mi mundo se desmoronaría
—dijo con una mirada burlona.
—Sí, eso sería catastrófico.
—Tal vez vaya a Norway este año.
—Creo que sería una gran idea. —Ella suspiró, mirando alrededor—. Me
encantaría conocer el mundo alguna vez. Él único otro lugar en el que he estado es
Canadá. Triste, lo sé.
—Tal vez puedas viajar algún día —dijo con una pequeña sonrisa.
—Tal vez. Cuando me gane la lotería.
Media hora después ya estaban de regreso a la carretera, con Eric al volante,
dándole a Ren total chance de estudiarlo. Los carbohidratos en la comida la hacían
sentir somnolienta, lo cual también la ponía charlatana.
—¿Así que te gusta? ¿Hacer muebles? —preguntó mientras estudiaba su
perfil. No se había afeitado hoy, lo cual le daba un desaliñado atractivo a su
hermoso rostro. Casi podía imaginarlo en alguna parte sin camiseta y cortando
madera con un hacha.
Él le dio una coqueta sonrisa, haciéndola preguntarse su podía leer mentes.
—Si sigues mirándome de esa manera, nunca llegaremos a Iowa.
Ella cerró los ojos, pero siguió enfrentándolo.
—¿Mejor?
—Mucho.
—Responde mi pregunta.
—Sí —dijo. Ella mantuvo los cerrados, lo cual le dio la posibilidad de
realmente escuchar su voz, la cual era profunda y un poco grave—. No estaba
seguro de qué esperar al principio, pero Greg es un gran instructor. Y ese
momento en el que retrocedí y vi lo había hecho con mis propias manos: wow. —
Sopló profundamente—. Es un sentimiento difícil de explicar.
Ella abrió los ojos.
—Sentí lo mismo cuando terminé mi primer pastel de boda. Te hace sentir…
—Se detuvo, buscando las palabras correctas—. Como si todo el mundo se abriera.
Como si pudieras hacer lo que sea que quisieras.
Él asintió. —Exacto.
—¿Es algo que quieres hacer para mantenerte?
—Definitivamente. Tengo tantos diseños en mi cabeza y, con los contactos de
Carson, creo que podría lanzar un negocio exitoso.
Compartieron entonces un momento de completo entendimiento, en el cual
pareció como si nada fuera del auto existiera, entonces Eric dijo:
—Nos queda como hora y media hasta que lleguemos ahí.
—¿En serio no me vas a decir sobre lo que hay en Des Moines? —preguntó
sentándose—. ¿Podría intentar adivinar al menos?
—No —dijo con un determinado sacudimiento de su cabeza—. Sólo tendrás
que esperar.
Ella respiró hondo, intentando amainar la curiosidad. No tenía idea de qué es
lo que Eric tramaba, pero de alguna manera sí sabía que lo cambiaría todo.
Eric miró a Ren mientras ella conducía en silencio, sus manos rígidas
alrededor del volante.
—Háblame —casi suplicó. Él solamente quería discutir a fondo de modo que
ellos pudieran recuperarse y estar bien otra vez.
—¿Qué quieres que diga?
—No sé. ¿Cómo te sientes?
—¿Cómo me siento? Bien, siento como si hubiera sido apuñalada por la
espalda.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Fuiste a mis espaldas y me tendiste una emboscada con esta información.
¡Ni siquiera me advertiste! —Estaba tan enojada que resoplaba.
—Pensé que te iba a gustar.
—¿Sabes lo horrible que fue eso para mí? ¿Que no tuviera ni idea de en lo
que me estaba metiendo? Y sin mencionar el hecho de que robaste la fotografía de
Ben de mi apartamento.
—Lo siento por la fotografía. Pensé que ayudaría —él dijo—. Y para que
conste, alguien que dice haber superado la muerte de su novio muerto ya no
debería tener un foto enmarcada de dicho novio muerto colgando en su
apartamento.
—¡Deja de decir novio muerto! —gritó ella.
—Muerto. Él está muerto, Ren. Pero tú todavía estás viva. ¿Dejarás de añorar a
alguien que nunca volverá? —Él inmediatamente lamentó las palabras al momento
que vio la reacción de Ren. Ella no podía lucir más derrotada si él le hubiera
abofeteado el rostro—. Lo siento. Lo siento.
Ella apretó el volante y el auto llegó a un alto en el arcén de la carretera
interestatal. Sin decir una palabra, ella salió del auto y caminó trabajosamente
hacia el oscuro maizal. Unos momentos más tarde él escuchó su grito, un grito
gutural, desgarrador que al instante trajo lágrimas a sus ojos. Era el grito de
alguien que finalmente había comenzado a reconstruir su vida trastornada sólo
para ser derribada otra vez por un transeúnte descuidado. Él había venido de un
gran lugar, sinceramente pensaba que ella apreciaría el gesto, pero si hubiera sido
completamente honesto consigo mismo, sabría que él había buscado
incansablemente el corazón de Ben para empujarla al cierre. El problema era que
no había sido su llamado el decidir cuándo y cómo ella debería dejarlo ir.
Bajó su ventana y escuchó los sollozos de Ren durante algunos agonizantes
minutos hasta que no pudo soportarlo más. Él entró corriendo en ese sombrío
campo hasta que la encontró de rodillas sobre la fría tierra, su rostro enterrado en
sus manos. Se agachó a su lado y corrió la palma de su mano arriba y abajo de su
espalda, deseando poder rebobinar el día y sólo quedarse en el apartamento de
ella. La noche estaría terminando de manera diferente si él simplemente hubiera
tenido fe de que Ren sanaría a su debido tiempo.
—Lo siento —dijo él una y otra vez.
Finalmente, ella se recogió y alzó la vista hacia la luna incompleta.
—Sé que tenías buenas intenciones —dijo ella, sorbiendo. Se puso de pie,
volvió a subir al asiento del conductor, y se fue sin decir nada más hasta que
llegaron a los límites de la ciudad de Chicago—. Creo que debería estar sola por un
tiempo —dijo ella, manteniendo los ojos hacia adelante.
Cuando vio las señales hacia el aeropuerto, él sabía que estaba siendo echado
a patadas del estado.
—Lo entiendo.
Cuando llegaron al terminal de salida, ella estacionó en la acera y dejó el auto
en ralentí. Su cinturón de seguridad permanecía abrochado.
—Podrías no tener noticias mías por un tiempo —dijo ella, su voz ronca.
—¿Todavía puedo llamarte?
La piel bajo sus ojos estaba hinchada, Pero intentó una sonrisa valiente,
titubeante.
—Probablemente no. Por un tiempo, de todos modos.
—Ren, yo tenía las mejores intenciones.
—Lo sé.
—Yo solamente... No quiero perderte.
—Lo sé —dijo ella—. Solamente quiero estar sola y pensar por un tiempo.
Él giró alrededor en su asiento.
—Quería que lo superaras, que realmente lo superaras, de modo que
nosotros pudiéramos estar juntos. Sé que suena egoísta, porque te amo y quiero
que estés conmigo, pero realmente lo hice por ti. Quiero que finalmente vivas tu
vida y seas feliz.
—Lo sé —dijo ella, situándose más allá de dónde incluso sus sentimientos
pudieran alcanzarla. Él quería besarla y hacerla entender, pero todo lo que tenía
eran palabras, y ellas no eran suficientes para penetrar su cubierta de pena.
—Te amo, Ren. Esperaré por ti. —Cuando ella no dijo nada, él salió del auto.
Esperó cuando llegó al frente de la taquilla, y esperó antes de pasar por
seguridad. Cuando llegó a su puerta, finalmente tuvo que admitir que ella no
saldría corriendo tras él, y salió por la puerta final con los ojos cansados y un
corazón pesado.
Ren se despertó esa mañana con un sentido de propósito. Había pasado
algún tiempo desde aquella noche en Iowa y, después de semanas de pensar y
analizar la dirección en la que se dirigía su vida, finalmente se dio cuenta de lo
que tenía que hacer. No sería fácil, pero en realidad, nada era fácil en ese
momento.
Dio un largo trote por el suburbio, sus músculos recordando la alegría de
simplemente moverse a su propio ritmo, de dirigirse por el mundo con sus propios
pies. Mientras los zapatos golpeaban en el pavimento, ella pensó en Ben y cómo
aún lo extrañaba. Tal vez siempre lo haría. Su recuerdo siempre ponía una sombra
sobre sus pensamientos porque él había sido una parte tan importante de su vida,
pero ya era hora de dar el siguiente paso y seguir adelante.
Ella estaba lista.
Después de una ducha, se dirigió hasta la ciudad de Wilmette. La ruta a la
casa de Brad y Linda era una que Ren había conducido tantas veces antes, que
probablemente habría podido hacerlo con los ojos vendados, pero el viaje de hoy
era sombría en su tinte de finalidad. Ren amaba los Blair, pero no era tan ingenua
para pensar que permanecerían en su vida. Ben era el hilo que los conectaba y
ahora que ya no estaba, su vínculo estaba roto. Ella sería una tonta en pretender lo
contrario.
Se estacionó frente a la casa dos pisos de color amarillo limón, encantada de
que el césped se encontraba de nuevo impecable, un marcado contraste con el
período de tiempo después de la muerte de Ben cuando las vidas de los Blair eran
un caos y se notaba. Ren se acercó al porche y llamó toco la puerta roja, el sobre
guardado en su bolso.
—Ren —retumbó la voz de Brad por todo el pasillo de entrada. Él le dio un
abrazo antes empujarla dentro de la casa, lamentando la falta de nieve que se iba
mano a mano con el clima frío—. Linda está en la cocina —dijo mientras tomaba el
abrigo de Ren.
Kelly, su labrador negro, llegó corriendo por el pasillo, saludando a Ren con
besos lloriqueantes y llenos de baba.
—Hey, viejo amigo —dijo ella, bajando a Kelly de nuevo al suelo—. También
te he echado de menos.
—Me alegro de que hayas podido venir a Acción de Gracias —dijo Brad,
guiando el camino a la parte posterior de la casa desde dónde el delicioso aroma
de pavo asado emanaba.
Linda cerró la puerta del horno y se puso de pie, agitando los guantes de
cocina antes de abrazar a Ren.
—Es maravilloso verte, querida.
—A ti también —dijo Ren, entregándole una caja de la repostería—. He traído
algunas tartaletas de calabaza. —Brad cogió la caja y miro debajo de la tapa.
—Dios te bendiga. He esperado todo un año por estos.
La cena se sirvió en el comedor formal, pero lo que era normalmente un
animado asunto de familia era ahora tenue e íntimo. Incluso solitario. Los tres se
sentaron alrededor de la mesa incómodos, evitando mirar el agujero negro enorme
que era el asiento de Ben.
—Sé que Acción de Gracias es normalmente una gran ocasión familias —dijo
Brad, juntando las manos. El sostuvo la mirada de su esposa a través de mesa—.
Pero no hay mucho que agradecer este año.
Linda bajó la cabeza.
—Creo que podemos estar agradecidos por haber tenido a Ben en nuestra
vida durante el tiempo que lo tuvimos. Incluso si se lo llevaron antes de tiempo. —
Ella le dio una pequeña sonrisa Ren—. ¿Y tú, querida? ¿Tienes algo que añadir?
—Estoy agradecida por el anillo que Ben dejó, porque fui capaz de venderlo a
un buen precio y donar el dinero para el equipo de esquí en su nombre.
Brad se veía orgulloso.
—Ben hubiera querido eso.
Ren se aclaró la garganta, su corazón latiendo fuertemente en su pecho.
—Y estoy agradecida con un buen amigo que me ayudó a encontrar a quien
le dieron el corazón de Ben.
Linda jadeó. Brad sólo frunció el ceño.
—Pensé que no teníamos acceso a los beneficiarios —aclaró.
—Mi amigo tiene conexiones —dijo Ren, sintiendo su rostro enrojecer—. Él
encontró el corazón de Ben y nos fuimos a verla en Iowa.
Se inclinó hacia delante.
—¿Y?
Ren miró a Linda, preguntándose si la mujer mayor se iba a enojar.
—Su nombre es Ángela y ella está en sus cincuentas, creo. Se estaba
muriendo por una enfermedad del corazón. Dijo que el corazón de Ben parece
estar cambiándola en pequeñas maneras, haciéndola intentar cosas que
normalmente no le gustarían.
Linda se dio la vuelta, secándose los ojos con la servilleta de tela verde.
—Ella dijo que cuidará del corazón de Ben. —Ren se acercó y apretó la mano
de la mujer mayor—. Me dio una carta para dársela.
Cuando Linda volteó, sus ojos aun brillaban, pero su rostro estaba
compuesto.
—¿Fue difícil saber que Ben tuvo que morir para mantenerla con vida?
Ren asintió suavemente.
—Lo fue. Puede que haya considerado la posibilidad de arrancarle el corazón
del su pecho y traerlo a casa conmigo.
Linda sonrió tristemente y no dijo nada más. Ella simplemente cogió el plato
de puré de patatas se lo dio a Ren. Sentía que había más que decir pero no quería
ser quien lo hiciera, sobre todo porque parecía que Linda y Brad estaban en paz.
Aun así, estaba el tema de la carta.
—Lamento tener que irme tan pronto —dijo Ren, mientras la acompañaban
hasta la puerta de entrada un poco después. El sol empezaba a ponerse, pero ella
no tenía que manejar mucho.
—Entendemos. Tienes eso con tus hermanas —dijo Linda.
Ren metió la mano en su bolso y sacó el arrugado sobre blanco. Ella lo
sostuvo, con el nombre escrito a mano claramente visible. Linda respiró hondo,
pero Brad fue el que lo tomo.
—Gracias, Ren —dijo él—. Voy tener esto hasta que Linda éste lista.
—No creo que algún día llegue a estar lista.
Ren le dio un cálido abrazo a Linda.
—Fue difícil, no voy a mentir. Lloré como un bebé. Pero estoy feliz de haberla
conocido. Una parte de Ben vive en ésta mujer y de alguna manera, eso me da un
poco de paz.
Ren notó que los ojos de Brad brillaban. Él miró hacia otro lado mientras
metía sus manos, junto con el sobre, en los bolsillos del pantalón.
—Por favor, mantente en contacto y déjanos saber cómo estás —dijo él.
Después de que se despidieron, Ren se dirigió a casa de sus padres con una
extraña calma. Ella ya no se preocupaba por olvidar a Ben ¿cómo podría olvidar el
primer gran amor de su vida? Pero había suficiente espacio en su corazón para él y
para alguien más. Estaba segura de que podía amar de nuevo sin culpa o
preocupación.
Cuando Ren llegó a la casa de su hermana, todo el mundo le dio una
apresurado hola, ya que todos estaban jugando con un vídeo juego. Incluso sus
hermanas estaban atentas a Nina y los chicos mientras bailaban junto con el juego,
riendo y jadeando.
Después de escuchar la historia sobre el corazón de Ben, Lisa y Jolene le
habían ordenado a Ren tomarse una semana de vacaciones de la panadería para
pensar con una mente clara. En otras palabras, ellas querían que llorara y raspara el
fondo de varios botes de helado para finalmente arrastrarse sacarse los pegajosos
restos de su vida amorosa. Que ellas mostraran la suficientemente restricción como
para no llamar o aparecerse por ahí durante esa semana, era un pequeño milagro
en sí mismo, el cual ella recibió con los brazos abiertos.
Ren aprovechó esa buena oportunidad. Dudaba que alguna vez le fueran dar
un pase libre de nuevo. Ciertamente, cuando volvió a trabajar una semana más
tarde, habían vuelto a ser las mismas entrometidas y ruidosas. Después de servirse
una copa de vino, Ren se unió a su familia en la sala, ansiosa por compartir la
diversión. Nina se sentó en su regazo y le dio un beso en la mejilla.
—¿Te sientes mejor ahora, tía Ren?
Ren le dio un abrazo a la niña.
—Sí, gracias por preguntar.
—Mamá dijo Eric estaba siendo un idiota.
Ren se rió.
—En realidad, yo estaba siendo una idiota. Eric estaba tratando de ayudarme
a dejar de estar triste por Ben.
Nina apoyó la cabeza en el hombro de Ren.
—¿Así que ya no estás triste por Ben?
—Sí y no.
—Eso no tiene sentido, tía Ren.
—A veces la vida es así de confusa. Pero hay momentos en que todo se
acopla, cuando todas las estrellas se alinean finalmente, y entonces todo se aclara.
—Ella besó la frente de su sobrina—. Entonces tu corazón finalmente se da cuenta
de lo que debes hacer.
Eric miró alrededor de la mesa, todavía no sin poder creer que toda su familia
en realidad estuviera sentada en un solo lugar, coexistiendo pacíficamente. Tras el
desastroso viaje a Iowa con Ren, había hecho llamadas a Noruega y Alemania por
pura soledad, invitando a todos a su departamento para Acción de Gracias, pero
realmente no esperaba que nadie apareciera y sin embargo allí estaban, comiendo
en una mesa que él mismo había construido a partir de madera recuperada.
Su madre había llegado el día anterior, mientras que Jens había llegado en
un vuelo nocturno. Su hermana, Lara, y su marido habían llegado esa noche y
estaban sorprendentemente despiertos a pesar de su vuelo nocturno. No
importaba que no hubieran empezado a comer la cena hasta las diez, o que la
comida hubiera sido comprada casi en su totalidad en un restaurante. Lo que era
verdaderamente importante era que, después de casi diez años, estaban todos
bajo el mismo techo de nuevo.
¿Esto es todo? ¿Esto es lo que he estado buscando?
Apenas podía creer que la pieza faltante del rompecabezas que había estado
buscando todo este tiempo podría haber estado bajo su nariz siempre, sólo
necesitaba volver a casa. Sin embargo, ahí estaba ese pensamiento persistente de
que habían vivido en cada una de sus células cerebrales en las últimas semanas,
impidiéndole terminar su búsqueda. Había estado a punto de llamar a Ren un par
de veces, pero había colgado el teléfono nuevamente, sabiendo que ella tenía que
dar el paso inicial. Él había terminado de intentar que ella cerrara el capítulo. Lo
único que quedaba por hacer era esperar con los brazos abiertos y una esperanza
en el corazón.
Para evitar pensar en Ren una vez más, Eric alzó su copa de vino para brindar.
—Por la familia Sorenson —dijo, asintiéndole a Jens, quien le devolvió el
gesto.
—Esto es agradable —dijo su madre—. Vamos a tener que hacer esto para
cada festividad.
—No sé, Kathleen —dijo Jens, acariciando su mano. Ella aun parecía
esperanzadora.
—¿Qué hay de ir a Noruega para la Navidad?
Eric sonrió a pesar de los pensamientos tristes que estaban serpenteando
alrededor de la cabeza, recordando que hace unas semanas tuvo dos mujeres
maravillosas en su vida, y ahora pasaría la temporada de vacaciones solo.
—Nos encantaría conocer a esa chica a la que te le ibas a proponerte —dijo
su hermana, terminando su último bocado de pastel de calabaza.
—Me encanta Ren pero no iba a pro…—Eric se detuvo, dándose cuenta de
que no estaban hablando de Ren en absoluto—. Ah, Karen y yo nos separamos
hace un tiempo.
Nadie dijo una palabra. Todos ellos sólo lo miraron con ojos expectantes,
esperando una explicación. Así que respiró profundamente y contó toda la
situación, a partir de ese fatídico vuelo a Colorado.
—Una chica llamada Ren se sentó a mi lado en el avión...
Después que Eric termino su historia, Lara preguntó.
—¿Así que la amas?
El bajo la copa de vino, incómodo con la idea de hablar de sus sentimientos.
—Hey vamos a hablar de otra cosa. —Se volvió a CJ, el marido de Lara—.
¿Así que he oído que vas para alcalde?
—Sí —dijo CJ con una mirada divertida a su mujer, que claramente tenía más
que decir.
No estaba equivocado.
—Lo que quiero saber es —dijo Lara—. Si estás tan enamorado de ella, ¿por
qué no simplemente vas y la conquistas?
Jens tomó la palabra, tomando por sorpresa a Eric.
—Él tiene que dar un paso al costado y dejar que ella haga las cosas por su
cuenta.
Sus ojos se encontraron, y padrastro e hijastro compartieron un momento de
entendimiento antes que el timbre de la puerta sonara. Eric se apartó de la mesa,
preguntándose qué quería Carson a ésta hora de la noche.
Cuando Eric abrió la puerta, su corazón dio un pequeño vuelco.
—Ren —dijo, apenas capaz de decir el nombre, como si todo el oxígeno
había sido succionado del edificio entero—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Ren sonrió, un tentativo movimiento de labios que le daba esperanza y que
tenía sus nervios hormigueando con anticipación.
—Quería desearte una feliz Acción de Gracias. —Ella le tendió una caja de
color marrón oscuro con una pegatina del logotipo de la panadería en la parte
superior—. Te traje esto.
Abrió la caja para encontrar cinco macarons rojos9, cada uno con una letra en
la parte superior.
—¿Ae Tom?
Ella se sonrojó y agarró la caja.
—Deben de haberse movido cuando salí del taxi —murmuró mientras los
reorganizaba.
La sonrisa en su rostro se amplió al ver su apuro. No necesitaba que se lo
deletrearan, era la ausencia de preocupación en su rostro, por la confianza en su
postura, incluso por el relajado estilo de su cabello. Esta era una persona diferente
a la que había dicho adiós hace casi tres semanas.
—Hey —susurró, inclinándose cuando ella miró hacia arriba—. Yo también te
amo. —En el momento en que sus labios se tocaron, sintió que algo cambiaba en
el interior y supo entonces que todo finalmente estaba en su lugar.
9
El macaron (a veces en español macarrón) es un pastelito tradicional francés hecho de clara de
huevo, almendra molida, azúcar glas y azúcar. Este estaba decorado con letras.
La caja cayó al suelo con un ruido sordo, él la acerco más y la besó con todo
lo que tenía, expresando con sus acciones lo que sus palabras no podían. Gimió
para sus adentros cuando ella se apartó, no dispuesto a dejarla ir.
—Vine aquí para darte las gracias por encontrar el corazón de Ben —dijo—.
No creo que yo…
—De nada —dijo rápidamente y le tapó la boca con la suya una vez más.
Pero estaba decidida a seguir hablando.
—Y quería decirte que ya…
Él la interrumpió con otro beso.
—Pero tú...
Él le puso un dedo sobre los labios.
—Superaste a Ben y finalmente llegaste a la conclusión de que me amas,
¿verdad? —Ella asintió—. Bueno, entonces ¿por qué estamos perdiendo un tiempo
precioso hablando? —le preguntó antes de besarla de nuevo.
Nada iba a detenerlo ahora que estaban finalmente juntos, ahora que los
melocotones estaban de temporada. Le tomó a Eric un segundo darse cuenta del
coro de carraspeo detrás de él. Demasiado eufórico cómo para sentirse
avergonzado, le dio un suave beso en la frente de Ren antes de volverse a su
familia.
—Bueno, ¿vas a invitarla o planeas simplemente besarla en la puerta toda la
noche? —le preguntó su madre con una expresión de falsa inocencia.
Eric se volvió hacia la mujer increíble en sus brazos.
—¿Te gustaría venir y conocer a mi familia, a sabiendas de que
probablemente van a hacer preguntas embarazosas?
—También tengo algunas fotos de él de bebé desnudo —Su mamá añadió.
Ren se echó a reír, el sonido llenando su corazón con tanta alegría que él pensó
que podría explotar.
—Me encantaría.
Él cogió su bolso, colocó la mano en la parte baja de su espalda, y la llevó a
su apartamento y, finalmente, dentro de su vida. CJ ya estaba de vuelta en el
comedor, y agregó otra silla a la mesa, mientras que Eric hizo las presentaciones.
Se sentó junto a Ren y sostuvo su mano durante la cena mientras su familia trató
de suprimir su curiosidad, pero sin tener éxito. Preguntaron por Ben, por la
panadería, por sus hermanas, y Ren, por su parte respondió con aplomo veraz.
—Así que Ren, tengo que preguntar —dijo Jens cerca del final de la comida—
. ¿Qué es lo que ves en Eric?
Eric no le sorprendió en absoluto que el cese provisional de ira entre ellos no
hubiera durado más de una comida, pero no dijo nada, decidido a no dejar que
nada le arruinara la velada. Ren le apretó la pierna de Eric debajo de la mesa.
—Bueno, él es amable y divertido y reflexivo —dijo—. Y es muy trabajador y
talentoso.
El anciano cruzó los brazos sobre el pecho y se echó hacia atrás.
—Pero yo no tengo que decirles eso —ella dijo, pasando sus largos dedos
por la superficie labrado de la mesa—. Su trabajo habla por sí mismo.
Eric se sorprendió al ver a su padrastro, asintiendo.
—Estoy de acuerdo —dijo Jens—. Durante un tiempo mi hijo estaba, a falta
de una palabra mejor, desorientado. Pero creo que ha cambiado su vida y es muy
bueno verlo hacer algo de sí mismo. Creo que te tenemos que dar las gracias por
el cambio en él.
Eric abrió la boca para estar de acuerdo cuando Ren negó con la cabeza.
—Oh, yo no puedo tomar ningún crédito por eso —ella dijo—. En todo caso,
Eric fue quien me ayudó.
—¿Cómo es eso? —preguntó su mamá.
Ren dio a Eric una mirada tan tierna que le calentó todo el cuerpo.
—Me dio su amistad y una esperanza —respondió—. Básicamente, él me
enseñó a vivir de nuevo.
Más tarde, después de que la cocina hubo sido limpiada y todo el mundo se
había ido a sus propios hoteles, Eric y Ren estaban finalmente solos en su
apartamento. Sin mediar palabra la tomó de la mano y la condujo por el pasillo
hasta su habitación, apagaron las luces al pasar. Finalmente se enfrentaban entre sí,
a los pies de la cama y sólo el sonido de su rápido latidos del corazón se oía. Le
tomó la cara entre las manos y simplemente la miró, tomando todos los pequeños
detalles, saboreando el momento.
—¿Cómo es qué soy tan afortunado? —se preguntó, frotando sus pulgares a
lo largo de sus mejillas. Ella cerró los ojos inclino su cara en sus manos, cubriendo
sus manos con las suyas.
—Estoy bastante segura que soy la única afortunada.
—Dios. Te amo. —No podía demorarse por más tiempo, se inclinó y le tocó
los labios con los suyos, que encendió el fuego hasta su medula. Ella abrió la boca
y lo aceptó, profundizando el beso. Sus manos dejaron la cara y vagaron sobre ella,
quitando su ropa por cuenta propia. Él no podría haberlos detenido si lo
intentaba. Cuando la última pieza de sus ropas había desaparecido, ella trató de
cubrirse pero él apartó las manos.
—Quiero verte —dijo, con los ojos teniendo en su cuerpo desnudo con
avidez—. Toda tú.
—Sólo si también te veo —dijo ella, tirando de su camisa sobre su cabeza.
Les tomó sólo diez segundos quitarse toda la ropa y terminar con un condón
de su cartera en el proceso, se quedó desnudo ante ella, esperando que no tuviera
dudas. Él obtuvo su respuesta un momento más tarde, cuando ella lo empujó
sobre la cama y se subió encima, a horcajadas sobre sus piernas agarrando el
paquete de aluminio ella rasgó y le deslizo el condón sobre él.
—Ren —dijo con voz áspera, apoyándose en los codos. Apenas podía
controlar sus cuerdas vocales pero es necesario hablar sobre esa parte antes de ir
más lejos.—. Quiero que sepas que no importa si aún no está completamente
terminado.
Ella lo hizo callar con un beso.
—Es sólo tú y yo, Eric, — dijo, quemándolo con su mirada—. No hay nadie
más.
Se sentó y la estrechó contra su pecho, por lo crudo de sus palabras.
—No tienes idea de lo feliz que me hace.
Miró hacia abajo entre sus piernas.
—Estoy segura de ello —dijo con una sonrisa un momento antes de que ella
levantara sus caderas y se colocara encima de él.
Eric no se dio cuenta que estaba conteniendo el aliento hasta que ella se
movió hacia abajo, su envolvente calor alrededor de su longitud, y dejó escapar un
largo gemido feliz. Cualquier duda fue borrada en ese momento en que él se
deslizó a casa, cuándo por fin sabía lo que era sentirlo todo.
Ren sacudió sus caderas, mirándolo cómo una diosa con el pelo de color
chocolate, con movimientos suaves serpenteados para él más y más fuerte.
Mantuvo los ojos en él, incapaz de mirar a otra cosa, y presionó su palma en su
pecho, por encima del músculo que latía con todas sus fuerzas en su interior,
haciéndole saber que su corazón era propio y estaba total y absolutamente
enamorado. Ella reconoció el gesto con un beso y apretó su agarre mientras cogía
velocidad.
Todo su cuerpo se esforzaba mientras sostenía el cuerpo de ella contra el
suyo, levantando sus caderas para encontrarse con las suyas una y otra vez. Ella se
vino con un grito suave, sus piernas temblando igual que sus entrañas temblaban a
su alrededor. Continuó moviéndose hasta que él también llego a su clímax,
gimiendo contra su oreja y sosteniéndole la parte posterior de su cabeza mientras
volaba a través de sus temblores.
—Te amo, Eric Sorenson —susurró Ren contra su cuello, su aliento y sus
palabras haciendo escocer su piel, y en ese momento, escucho cómo sus corazones
palpitaba al unísono. Eric pensó entonces que era el hombre más afortunado vivo.
Epílogo
—¡Gracias, tía Ren! —Nina dio un brinco y lanzó sus pequeños brazos
alrededor del cuello de Ren—. ¡Siempre quise una!
—¿Una flecha y un arco, Ren? —Paul la miraba con una de sus cejas
levantadas mientras su hija luchaba contra el aparentemente indestructible
empaque. Finalmente extendió un brazo y la ayudó.
Ren se encogió de hombros.
—Le pregunté qué quería y dijo que eso. Dudo que pueda hacer mucho daño
con un arco de plástico y flechas punta de plástico.
— Te sorprenderías —murmuró Paul. Jolene alcanzó otro regalo de debajo
del árbol y se volvió hacia Eric.
— Y aquí hay uno para ti —dijo con un emocionado brillo en sus ojos.
Eric se veía asombrado. —¿Me compraste un regalo?
—También de parte de Lisa, de hecho.
—Sólo ábrelo —dijo Lisa.
Eric arrancó el envoltorio, abrió la caja y comenzó a reírse Siguió riéndose
incluso mientras se volvía hacia Ren y le daba un beso en la mejilla.
—¿Qué es? —preguntó Ren, estudiando el extraño material gris sobre su
regazo.
Eric extendió el artículo de ropa, uno que Ren reconoció con vergüenza.
—El mejor regalo del mundo —dijo él, todavía riendo—. Gracias por el suéter
de feo equipaje emocional.
Ren gimió. No sabía cómo se las habían arreglado Jolene y Lisa para meterse
en su closet sin notarlo, pero si tenía que adivinar apostaba que Jolene había sido
la mente maestra. De alguna manera la hermana más chica de las Lawton siempre
se las arreglaba para serlo.
—Esperamos que no lo vayas a necesitar en un buen tiempo —dijo Lisa con
una ceja levantada.
—No si puedo evitarlo. —Eric dejó el presente a un costado y se puso de
pie. Respiró hondo—. Supongo que ahora es mi turno para darle su regalo a Ren.
Ren lo miró con aprehensión. La última vez que la había sorprendido, había
llorado durante una semana.
Su horror debe haberse mostrado en su expresión, porque Eric rió y dijo:
—No es nada malo. —Entonces con una sonrisa alcanzó su bolsillo trasero y
lenta, casi tortuosamente, sacó una llave.
Jolene se golpeó la frente.
—Oh Dios mío, creí que le ibas a pedir matrimonio.
Ren le disparó a sus hermanas una exasperada mirada.
—Ni siquiera llevamos un mes saliendo. Contrólense un poco —dijo, aunque
ella también había creído lo mismo por un instante. Aun así, sin importar lo
increíble que su relación era, sabían que era demasiado pronto para planes tan
grandiosos. De a un día a la vez.
—¿Se van a mudar juntos? —Jordan, quien había estado silenciosamente
comiendo tarta en una esquina, preguntó.
Eric sacudió la cabeza y se mordió el labio inferior divertido.
—Wow, esto no es como lo había planeado.
—Bueno, sólo dínoslo gran reina del drama —dijo Jolene.
Eric se sentó junto a Ren y presionó el objeto de metal en su mano.
Quiero darte una llave de mi apartamento. Aquí, en Chicago.
Los ojos de Ren se ampliaron cuando la comprensión la golpeó.
—¿Te estás mudando aquí? —Eso sí que era una sorpresa inesperada. Él
asintió y apenas podía contener su sonrisa.
—La compañía de mudanzas estará trayendo mis cosas dentro de un par de
semanas. Tengo que arreglar algunas cosas más en L. A., entonces volveré aquí en
trece días.
—¿Lo has mantenido en secreto todo este tiempo? —preguntó Lisa. Eric
sonrió.
—La cosa más difícil que he hecho alguna vez.
—¿Es decir que ya no habrán más vuelos en avión, o idas y venidas a través
del país? ¿Cómo podré vivir sin las puertas de seguridad, los bebés chillones, y los
cargos extras por cada pequeña cosa? —preguntó Ren teatralmente.
Eric meneó las cejas.
—No te preocupes, prometo catearte siempre que sea necesario.
Ren estudió el rostro de Eric, su expresión tan llena de emoción, y supo
entonces que era el momento adecuado.
—Ven conmigo —dijo parándose y tirando de su mano.
—¿Adónde vamos? —preguntó Eric, dejando que Ren lo guiara a través del
grupo.
Ella se mantuvo en silencio y lo sacó de la sala, llevándolo por el largo pasillo
hacia el oscuro garaje.
—¿Me compraste un coche? —bromeó.
Ella encendió las luces, iluminando el maravillosamente atestado garaje.
Eric caminó por el suelo de concreto aluminizado y miró a su alrededor.
—¿Está por algún lugar?
—Sí. Es todo esto —dijo, rebosante de alegría—. Las herramientas de mi
papá.
La mandíbula de Eric cayó.
—Paul nunca las va a usar, así que son tuyas ahora —dijo, sorprendida de que
estuviera tirándose las mangas de su suéter con nerviosismo—. ¿Y bueno?
—Eso es muy generoso —exhaló, sus ojos disparándose por todo el cuarto.
—Jolene dijo que podrías mantenerlas aquí hasta que pudieras llevarlas a L.
A., pero supongo que ya no tendrás que hacer eso.
Eric avanzó y pasó una mano sobre los polvorientos anaqueles. Se dio la
vuelta hacia Ren, con sus cejas levantadas.
—¿Estás segura?
—Absolutamente.
Mientras se acercaba hacia el hombre que amaba, y su cálida mano se
envolvía alrededor de la suya, ella sabía que nunca había estado tan segura de
nada en la vida.