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El mundo está cambiando a una velocidad increíble. Estos cambios rápi- dos y no predecibles
cuyo objetivo es equilibrar las fuerzas de la globalización y el mercado económico con un
aumento de los requisitos sociales hacia las empresas, exigen nuevos comportamientos de los
actores económicos que se concretan en expresiones tales como “responsabilidad social de la
empresa”.
Desde un punto de vista ético, la consecuencia de esta nueva realidad es evidente: a mayor
poder de las empresas, mayor es su responsabilidad sobre el estado del sistema físico-social en
el que operan.
En el año 1999, Environics International en colaboración con The Prince of Wales Business
Leaders Forum y The Conference Board realizó la Mille- nium Poll on Corporate Social
Responsibility, en la que más de 25.000 ciuda- danos de 23 países de todos los continentes
fueron entrevistados.
Un año más tarde, Market and Opinion Research International (MORI) llevó a cabo otro
estudio sobre la misma temática en el que 12.000 ciudada- nos de 12 países europeos fueron
entrevistados.
Algunos de los resultados más significativos de dichos estudios son los siguientes:
• El 49% de los encuestados afirma que la responsabilidad social es el factor que más influye
en la percepción de una empresa.
• El 58% de los europeos considera que las empresas no prestan sufi- ciente atención a la
responsabilidad social (este porcentaje se eleva al 62% en el caso de España).
• Es incuestionable que las empresas están por detrás de las expectati- vas de los ciudadanos
en RSC, es más, espera mucho más de ellas.
• La sociedad ya no espera que sean los Gobiernos sino las empresas las que den respuesta a
los problemas medioambientales y sociales, locales y globales.
Competir con éxito en este nuevo entorno conlleva un cambio profundo en las principales
tareas y responsabilidades de la alta dirección de las empre- sas, en los temas en los que ésta
ha de centrar el foco de su atención.
La que se podría denominar empresa tradicional el objetivo último de la gestión era conseguir
satisfacer a los accionistas. Éstos eran la parte interesada de la empresa por antonomasia. Por
ello, la gestión se centraba en los activos tangibles ya que de éstos dependía en buena medida
el valor de la compañía y, por lo tanto, el valor de sus acciones y la satisfacción de sus
accionistas.
Estamos pasando de una economía de los accionistas a una economía de las partes interesadas
(shareholder economy versus stakeholder economy). La empresa no debe rendir cuentas única
y exclusivamente a sus accionistas, sino que debe, además, tomar decisiones teniendo en
consideración otros actores sociales o stakeholders: empleados, Gobiernos, consumidores,
orga- nizaciones sociales, clientes… En resumen, los accionistas han pasado de ser la parte
interesada a ser una de las partes interesadas a las que las empresas han de prestar atención.
En este sentido, cabe señalar que, según un estudio reciente del profesor de la escuela de
negocios de Harvard Robert Kaplan, en 1929 el 85% del valor de una empresa correspondía a
sus activos tangibles, mientras que sólo el 15% dependía de sus activos intangibles. Por ello,
dicho 15% podía en la práctica contabilizarse bajo el epígrafe de fondo de comercio. Hoy en día
la situación se ha invertido y los intangibles han pasado a suponer por término medio cuatro
quintas partes del valor de las empresas.
Por tanto los directivos han de dedicar el grueso de su tiempo y esfuerzos a la gestión de los
activos intangibles y al establecimiento de relaciones fe- cundas con las diversas partes
interesadas.
Los activos intangibles más importantes son la reputación y la capacidad de innovar. Ambos
están interrelacionados. Una buena capacidad de innovar, siempre y cuando sus resultados
estén alineados con los deseos de la socie- dad, incidirá de forma importante en la reputación
de una empresa; asimismo, una buena reputación facilitará el mantenimiento de un diálogo
fluido y enri- quecedor de la empresa con la sociedad, lo que redundará en la mejora de su
capacidad de innovar en la dirección socialmente deseada y valorada.
La reputación de una empresa se define como la percepción que de ella tienen las partes
interesadas. Pero no debe tomarse como un mero resultado sino como lo que es, un
importante activo estratégico a gestionar.
En general, se puede afirmar o cabe afirmar que una empresa goza de una buena reputación
cuando los mejores profesionales quieren desarrollar en ella su carrera, los accionistas e
inversores le confían su capital, los consumidores la tienen como una de las primeras opciones
por la calidad de sus productos y servicios, y los países donde opera desean que permanezca
en los mismos por su capacidad de crear riqueza para toda la sociedad.
Sin duda, una adecuada política de comunicación de la empresa hacia la sociedad es hoy en día
una condición sine qua non para tener una buena reputación. Por lo tanto, la comunicación de
la empresa ha de contemplar su rendimiento económico, social y medioambiental, y ha de
tener en cuenta los intereses informativos de todas las partes interesadas.
La innovación no se refiere sólo a nuevos productos, servicios o proce- sos, sino también a
nuevos mercados. En el contexto de la sostenibilidad, en los últimos años han emergido con
fuerza:
• Los denominados mercados más pobres. Estamos hablando de cuatro mil millones de
personas, es decir, por dos de cada tres habitantes de nuestro planeta, que han de subsistir
con menos de cuatro dólares al día. Recientes experiencias tanto de empresas locales como de
multinacionales como Hewlett Packard, Unilever o Tetra Pak están demostrando que son
precisamente estos mercados emergentes los que ofrecen un mayor potencial de crecimiento
sostenible.
• El mercado asociado a las decisiones de compra del 10 % de la po- blación, que tiene una
discapacidad. Aunque este universo no sea en todos los casos homogéneo, porque no lo es,
sobre todo sí hay que tener en cuenta que formamos parte de un grupo mayor formado por
los discapacitados y sus familias. Estamos ante un grupo social con poder adquisitivo creciente
fruto de la progresiva incorporación al mercado laboral o al disfrute de una pensión.
Los cambios en el entorno que se han descrito implican también cambios en el gobierno de las
empresas. Esta necesidad se ha visto acentuada por los escándalos financieros que en los
últimos años han supuesto un duro golpe a la credibilidad del mundo empresarial e, incluso, la
desaparición de empresas como Arthur Andersen.
Estos escándalos han obligado a desarrollar un conjunto de iniciativas tanto públicas como
privadas con el objetivo último de que casos como los de Enron, Worldcom o Parmalat no
vuelvan a repetirse. Podemos señalar desde la Ley Sarbanes Oxley de Estados Unidos hasta el
Informe Aldama, pasando por el Informe Winter de la Unión Europea o las iniciativas que las
propias empresas están poniendo en marcha.
Veamos a continuación razones fundamentales que determinan la necesi- dad de esta NCE,
especialmente en nuestro contexto comunitario:
• Inversión Directa Exterior. El sector privado adquiere cada vez mayor protagonismo en la
conducción del desarrollo económico. La Inversión Directa Exterior en países del sur en el año
2000 ya cuadri- plicaba la Ayuda Oficial al Desarrollo. El sector empresarial actúa en numerosas
ocasiones en estados que se caracterizan por la debilidad o laxitud de sus legislaciones
nacionales (en el ámbito laboral, fiscal etc.), al buscar con ello atraer la inversión directa
extranjera, aún cuando esto dañe el propio desarrollo sostenible del país.