Hasta la invención de la aguja a mediados del siglo XIX, para depositar un
medicamento en el interior del paciente se hacía una incisión y se colocaba una pasta o líquido. Se trataba de evitar esta opción y generalmente se depositaban y o extraían fluidos por el recto y la vagina con las jeringas, el tubo con un émbolo con una pequeña apertura en uno de sus extremos por el que sale el líquido. También para limpiar los oídos o para los lacrimales las que acababan en cánulas finas.
Las aguja hueca la inventaron varios médicos de manera simultánea. Era el
complemento perfecto y necesario para adosar a la jeringa. Tiene las dimensiones adecuadas para atravesar la piel humana y poder depositar el medicamento bajo la piel o directamente en el torrente sanguíneo.
Buscando una cura para su esposa
En 1844 el médico irlandés Francis Rynd diseñó una aguja para inyectar líquidos bajo la piel de los pacientes. Una década más tarde el escocés Alexander Wood ideó el ingenio buscando una manera de aliviar los dolores que provocaba la neuralgia a su esposa. Descubrió que pinchando morfina en el nervio que provocaba el dolor este se mitigaba con más rapidez y eficacia. A la vez, el cirujano francés Charles Gabriel Pravaz ingenió otra aguja que usó por primera vez en una inyección intravenosa para administrar anticoagulantes a un paciente con aneurisma.
Las primeras jeringuillas estaban hechas de metal. Pronto, en 1866, se harían
de cristal para que el practicante pudiera ver el volumen y el estado del líquido que se inoculaba al paciente. Con el paso de los años el invento se fue perfeccionando e incorporando detalles que hacían su uso más cómodo para el médico y menos molesto para el paciente.
Estas jeringuillas hipodérmicas se esterilizaban después de cada uso y aun así
los científicos documentaban casos de contagios de enfermedades por su uso, entre ellas hepatitis, malaria, polio y tuberculosis. El veterinario y farmacéutico neozelandés Colin Murcdoch desarrolló el primer modelo de jeringuilla desechable en 1956. Estaba tratando de mejorar las que usaba para vacunar animales. Diseñó un modelo de un solo uso que se vendiera ya cargado con la vacuna.
Cuando presentó al Departamento de salud de Nueva Zelanda su idea no tuvo
éxito por considerarla demasiado futurista. Años más tarde se vendía en todo el mundo gracias a la empresa australiana Tasman Vaccine Ltd. Las jeringuillas desechables de plástico vacías saltaron al mercado en 1964 con la empresa estadounidense líder en instrumental médicos Becton Dickinson.
La jeringuilla española que revolucionó el mercado
A España las jeringuillas desechables llegaron en 1973 de la mano de Manuel Jalón Corominas, también inventor de la fregona. En ese entonces en España se seguían usando jeringuillas de cristal. Tan solo había algunas desechables en alguna clínica privada compradas en el extranjero. La jeringuilla de Jalón Coromillas tendría un embolo que no se atascaba y sobre todo sería más fácil de destruir, porque harían las paredes más finas. Así, con 200 millones de pesetas de inversión nació en 1979 la fábrica Fabersanitas, ubicada en Fraga (Huesca) que revolucionó el mercado. Tanto que a los tres años exportaban a 80 países para abastecer toda la demanda y pusieron otras 11 fábricas en países como China, India, Rusia o Turquía.
Enseguida compró la fábrica la multinacional Becton Dickinson y sigue
fabricando unos 5 millones de jeringuillas diarios. En total cada día en el mundo se hacen cerca de 20.000 millones de unidades de este invento español.
La jeringa autodescartable es un tipo especial de jeringa descartable que, una
vez usada, se auto-destruye evitando así su reutilización, gracias a su mecanismo en donde una vez que el émbolo extrae y empuja el líquido a ser inyectado, el disco se separa automáticamente del vástago que lo sostiene. La diferencia entre una y otra radica en que la jeringa descartable necesita ser descartada por el usuario. En cambio, la jeringa autodescartable se descarta sí o sí. Y esto hace que la jeringa quede sin poder ser utilizada por una segunda vez, lo cual es fundamental para evitar el contagio de enfermedades por esta vía.
El inventor de este dispositivo que revolucionó la medicina fue el argentino
Carlos Arcusin, quien tuvo la idea al escuchar que en un hospital de Buenos Aires reutilizaban las jeringas descartables, lo que provocaba contagios entre pacientes.