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El género como construcción cultural en antropología:

las aportaciones de Margret Mead

Nadia Violeta Olarte Rosso1

Introducción

La cultura ha sido un concepto fundamental en el campo de la antropología y los


cuestionamientos en torno a ella nunca han cesado. Una de las discusiones centrales en
antropología tiene que ver con la división entre naturaleza y cultura. A pesar de que la
antropología llevaba tiempo preocupada por distinguir las construcciones culturales
en una sociedad y sus determinaciones biológicas y ambientales, la tradición
androcéntrica no cuestiona de fondo la construcción cultural del género ni la distingue
de la de sexo. Margaret Mead (1901-1978), antropóloga estadounidense, como alumna
de Boas cuestionaba que los comportamientos se relacionaban más con la cultura que
con la biología, y al enfocar sus estudios en las mujeres, comprendió también que
cómo se es mujer en cada cultura tiene que ver asimismo con una construcción
cultural y no con determinaciones biológicas. (Sullivan, 2008: 203). Con los estudios de
Margaret Mead no sólo comenzó el interés por estudiar a las mujeres como centro y no
sólo en función de los varones, sino que además introdujo la noción de que en torno a
los sexos se generan construcciones culturales que no son universales sino particulares
a cada sociedad. A pesar de las duras críticas y deslegitimaciones que esta antropóloga
vivió –vinculadas por cuestiones personales y relacionadas con su entorno en la
antropología de la época- es innegable la importancia de esta autora en la escuela de
cultura y personalidad, y como introductora del análisis del género (Sullivan,
2008:205).

1
Maestría en Antropología Social, CIESAS, Ciudad de México, Marzo de 2014.
En este sentido “La publicación en 1928 de Adolescencia, sexo y cultura en Samoa de
Mead inaugura un período en el que, en Estados Unidos, se editan un número
significativo de monografías escritas por antropólogas que describen la vida de las
mujeres en diversas sociedades primitivas” (Méndez, 2008:69). Esta publicación marcó
un parteaguas en las tendencias antropológicas que milenariamente habían ignorado a
las mujeres como tema central de estudio. Es evidente que atender a un grupo
poblacional que había sido desatendido, conllevó muchas consecuencias que fueron
transformando paulatinamente el saber antropológico.

Pero no sólo fue importante romper con la invisibilización de las mujeres en los
estudios antropológicos, sino que con el posterior surgimiento del feminismo surgió y
se consolidó una categoría que vino a poner fin a la incuestionada tradición
androcéntrica y biologicista: la categoría de género. En su acepción más reciente,
"género" apareció entre las feministas americanas que hacían énfasis en el carácter
social de las distinciones basadas en el sexo. Esta palabra indicaba rechazo al
determinismo biológico de términos como "sexo" o "diferencia sexual". Pero el término
se fue introduciendo en el vocabulario analítico de las ciencias sociales y no sólo vino a
transformar la manera en la que se miraban y analizaban los fenómenos sociales, sino
que:

Además, y quizá sea lo más importante, género fue un término propuesto por
quienes afirmaban que el saber de las mujeres transformaría
fundamentalmente los paradigmas de la disciplina. Las estudiosas feministas
pronto indicaron que el estudio de las mujeres no sólo alumbraría temas
nuevos, sino que forzaría también a una reconsideración crítica de las premisas
y normas de la obra académica existente (Scott, 1996:267).

Así pues, el surgimiento de esta categoría es acorde con las críticas sobre el sitio desde
donde se produce el conocimiento: “Estas antropólogas inician una revisión crítica del
androcentrismo en la antropología y en el pensamiento socialista respecto a las
mujeres” (Lamas, 1986:180).
La antropología ya se había interesado en como se manifiestan las diferencias entre
hombres y mujeres en diferentes culturas (Lamas, 1986:174; Mead, 1990:40), estas
diferencias –los roles sexuales– habían sido registradas en los trabajos etnográficos,
sobre todo con el interés de ver como cada cultura manifiesta esta diferencia, y en la
búsqueda de encontrar tanto su variabilidad como su universalidad. Sin embargo, esta
variación no se había analizado de una manera crítica ni con una categoría que diera
cuenta del carácter cultural y no determinado biológicamente, de estas diferencias.
Además, estos estudios han sido revisados y cuestionados por su sesgo androcéntrico
desde una perspectiva que incluye el género –y no sólo el sexo– como categoría de
análisis. Esta categoría aporta un análisis crítico de la subordinación de las mujeres, de
modo que “se añadieron matices y precisiones que modificaron y enriquecieron
sustancialmente el conjunto de la teoría y la información antropológica” (Lamas,
1986:181). A pesar de que no ha sido atendida aún en todos los estudios
antropológicos, en realidad la categoría de género ha aportado un cuestionamiento
profundo a las formas en las que se analizaban las sociedades y la cultura. A
continuación, pretendo revisar las anticipaciones y aportaciones del trabajo de Mead
para la construcción de esta categoría.

Gestando la noción de género: Margaret Mead

La antropología siempre se interesó en analizar las relaciones sociales y en el camino


encontró inevitablemente las diferenciaciones que las culturas hacen entre los sexos.
Así, se estudiaba la relación que existía entre la evolución biológica y comportamiento
sociocultural de las diferencias entre los sexos (Lamas, 1986:175). En tanto su interés
por estudiar la cultura, la antropología fue “una de las disciplinas pioneras en el
análisis de la elaboración cultural del género” (Castañeda, 2010:217). La tradición
antropológica, de este modo, era el semillero ideal para comenzar a cuestionarse lo
incuestionado, y a desmantelar la naturalización de elementos culturales. En palabras
de la propia Margaret Mead:
El antropólogo, mientras examinaba su creciente conjunto de materiales sobre las
costumbres de los primitivos, llegó a reparar en el enorme papel desempeñado
en la vida de cada individuo por el ambiente social en que nace y se desarrolla.
Aspectos de la conducta que estábamos habituados a considerar como
complementos invariables de la naturaleza humana, aparecieron uno a uno
como meros resultados de la civilización, presentes en los habitantes de un país,
ausentes en los de otro, y esto sin un cambio de raza. (Mead, 1990:40).

Aquí Mead cuestiona que incluso las emociones consideradas universales en el


humano, como el amor y la ira, también varían entre las culturas de acuerdo con sus
normas particulares. Plasticidad de los seres humanos. Le importaba también
comprender el proceso en el cual la infancia iba adaptándose –o no- a esas normas
culturales.

Ella fue una de las primeras en definir las diferencias de género como construcción
cultural, que venía con una tradición de antropología culturalista y que se interesó en
estudiar a las mujeres. La aproximación inicial tenía que ver sobre todo con cuestiones
metodológicas, en las sociedades con fuertes divisiones y normas restrictivas entre los
sexos, es más sencillo que una mujer pueda acceder a informantes mujeres para el
trabajo etnográfico. Margaret Mead utilizó métodos específicos para estudiar a los
individuos en las culturas, considerando elementos biológicos, psicológicos y
culturales, algo que hasta entonces no se había hecho en este campo. (Sullivan,
2008:205). De manera implícita, esto también visibiliza la poca atención que en la
antropología se ha puesto en estudiar a las mujeres: “debido a la escasez de etnólogas,
nuestro conocimiento de las jóvenes primitivas es mucho más superficial que el de los
muchachos” (Mead, 1990:43).

Al comenzar este estudio sobre mujeres en otra sociedad distinta a la suya, la


construcción de los géneros tan diferentes a la que ella conocía, comenzó a lanzar
diferentes preguntas y planteamientos. En general, las preguntas que empezaron a
plantearse giraban en torno a la relación y determinación entre naturaleza y cultura
en el caso del sexo y el género, que tenían que ver directamente con el viejo debate
sobre la dicotomía entre naturaleza y cultura. Además de este debate, Mead estaba
interesada en los procesos de desarrollo de personalidad de los individuos,
especialmente relacionados con la adolescencia, y la influencia o determinación que la
cultura ejerce sobre ella. La pregunta inicial que llevó a Mead a iniciar su
investigación en Samoa era: “las perturbaciones que afligen a nuestros adolescentes
¿se deben a la naturaleza de la adolescencia misma o a los efectos de la civilización?”
(Mead, 1990:45).

Para comprender estos procesos Mead nos dice que “El único método es el del
antropólogo; ir a una civilización diferente y efectuar un estudio de los seres humanos
bajo diferentes condiciones culturales en alguna otra parte del mundo” (Mead, 1990:
42) También hace hincapié en la importancia de estudiar no sólo sociedades “más
sencillas”, sino que tengan una tradición histórica diferente a la que se planea
comprender (en este caso, a la occidental) (Mead, 1990:43).

No se puede desmarcar estos estudios de su momento histórico, en el cual la sexología


y el psicoanálisis se encontraban en un boom. Comenzaba una época de modernidad
implicaba un reconocimiento a la sexualidad femenina, así como una construcción de
la mujer moderna como un tipo ideal (Méndez, 2008:69-70). También debe
considerarse que Mead fue alumna de Boas, cuya concepción de la cultura no es en un
sentido evolucionista sino especialmente particularista, donde la cultura comienza a
cobrar primacía sobre otros elementos. Así, el alumnado de Boas considera que “es la
cultura la que estructura la existencia de los seres humanos y la que, en tanto sistema,
condiciona –e incluso determina- lo psicológico y lo biológico” (Méndez, 2008:70). En
este sentido, el interés va enfocado en las relaciones entre individuo y cultura. Este es
el caso del trabajo de Mead, que por lo mismo fue acusada de determinista cultural,
pues inicialmente dio mucha importancia a la determinación cultural de la
personalidad de los individuos. Sin embargo, en su trabajo más tardío Mead incluyó
los conceptos biológicos y psicológicos como todos ellos determinantes en la
personalidad.

Esta escuela antropológica se interesa entonces por “cuál es la naturaleza de la cultura


y cómo incide cada cultura en, por ejemplo, las formas culturalmente establecidas de
ser hombre y ser mujer” (Méndez, 2008:70). Para ello, Mead concluye que en cada
cultura existen normas que regulan las relaciones entre los sexos y cada individuo
interioriza esas normas culturales y es moldeado por ellas. Cada cultura crea un
temperamento predominante, que no está determinado biológicamente (Méndez,
2008:71) Esta noción contribuye enormemente a comprender cómo las diferencias
entre los géneros no están determinadas biológicamente, sino culturalmente, y para
ejemplificarlo sólo basta mostrar las diferencias de las construcciones de género en
diferentes culturas. En este sentido, En este camino, “Las categorías sociales de
hombre y mujer, y los temperamentos femenino o masculino, serán el objeto de
prioritario de (…) Margaret Mead” (Méndez, 2008:72). Esta desnaturalización de los
roles de género resulta esencial para el posterior desarrollo de los estudios de género y
en general del pensamiento feminista.

Mead integraba en sus estudios posteriores la biología con la personalidad y la


cultura, lo cual comenzaba a influenciar en la construcción multifactorial de las teorías
sobre el comportamiento social humano. Este debate no estuvo desligado del
surgimiento del feminismo, que reaccionaba ante el hecho de que esa “diferencia
sexual” se convirtiera en desigualdad. (Lamas, 1986:179). Las feministas comenzaban
a analizar la relación entre el capitalismo y la opresión del patriarcado y cuestionaban
su supuesta naturalidad. “No es de extrañar, por lo tanto, que la antropología haya
resultado un terreno fértil a sus cuestionamientos, que se dirigían a esclarecer qué era
lo innato y qué lo adquirido en las características masculinas y femeninas de las
personas” (Lamas, 1986:179).

Por otro lado, la vinculación que después se convertiría en característica del


feminismo, de la academia con causas sociales, también estaba ya presente en Mead,
que trabajaba como educadora y estaba interesada en la transformación de la
educación en torno a la sexualidad, que consideraba represiva, en su contexto
occidental (Sullivan, 2008:213). Mead estaba preocupada por la educación de las
personas jóvenes y la crisis de la adolescencia, buscando un punto en el cual se
entendieran las necesidades de esta población y no se impusieran modelos que no
fueran acordes con éstas. Los intentos de respuesta se habían dado únicamente desde
la psicología. (Mead, 1990:37)

Una de las propuestas de Mead va en el sentido de que si las divisiones sexuales son
culturales y por tanto artificiales, su flexibilización o eliminación podrá permitir un
mayor desarrollo de los individuos sin las limitaciones impuestas culturalmente para
su género, dado que estas imposiciones coartan la libertad y el desarrollo de los
individuos relegándolos sólo a ciertos ámbitos y actividades restringidas. Todo esto,
partiendo que nada es innato en los sexos, es adquirido culturalmente (Méndez,
2008:77-79)

Así pues, Margaret Mead en sus estudios “either anticipated later concerns or put
forth what are really more sophisticated versions of ideas and concerns that those
which have followed” (Sullivan, 2008:226). Todas estas aportaciones sentaron las bases
para la consolidación del género como una categoría empleada en el análisis no sólo
antropológico, sino en otras ciencias sociales. La importancia de esta categoría es que
introduce la diferencia entre una característica biológica (sexual) con la construcción
cultural en torno a ella, lo cual vino a cuestionar la naturalidad de los roles sexuales y
de la división sexual del trabajo, cambiando estas categorías por la de género. La
antropología comenzó a preocuparse por definir las características que el género tiene
en las diferentes sociedades: asignación de género, identidad de género y rol. Con
algunas características psicológicas que dan cuenta de la adquisición del género en la
cultura y su relación con la identidad.

De las primeras antropólogas que buscó explicar ya la construcción del género en su


contexto social y cultural fue Gayle Rubin, con su artículo “El tráfico de mujeres, notas
sobre la política económica del sexo”. En él analiza las estructuras del parentesco y su
relación con la organización económica y política dentro de un sistema de intercambio
matrimonial y lo que denomina el sistema de sexo-género. Sus planteamientos han
servido como base para muchos estudios posteriores que toman en cuenta el género
como parte constitutiva de los sistemas sociales occidentales.

Lo que la categoría de género en antropología ha permitido es “el desmantelamiento


del pensamiento biologicista (...) respecto al origen de la opresión femenina,
ubicándolo en el registro 'humano', o sea, en lo simbólico” (Lamas, 1986:196). Esto
implica que hay una nueva categoría de análisis social y antropológico que todavía
tiene mucho que aportar en este campo del conocimiento, y que es esencial para el
análisis de múltiples elementos sociales, pues la división de géneros está presente en
todos los ámbitos.

Conclusiones

El trabajo de Mead fue importante no sólo por su inclusión del estudio de las mujeres,
pues es de llamar la atención que la ciencia enfocada en el estudio del ser humano
hubiera relegado a más de la mitad de la población de sus trabajos, sino
especialmente por su comprensión del género como una construcción cultural.
Aunque la escuela Boasiana y el culturalismo habían puesto el enfoque en el origen
principalmente cultural de múltiples elementos de las sociedades humanas, el género
permanecía bastante intacto, considerándose aún determinado en gran medida por la
biología.

Parece ser que la intención inicial de Mead en comprender la adolescencia y brindar


respuestas en el terreno de la educación de la sexualidad, aunado con la limitante
metodológica para trabajar también con varones, culminó en una situación idónea
para desarrollar lo que después se convertiría en la categoría de género. Esta
categoría no sólo mostró la necesidad de estudiar a las mujeres, a las relaciones entre
los géneros y la manera en la que éstos se construyen, reproducen y funcionan en las
sociedades, sino que ha cuestionado el paradigma mismo de producción de
conocimiento de las ciencias sociales, particularmente en tanto éstas jamás
consideraron el género como una categoría problemática que es constitutiva de las
relaciones sociales, del poder y de la producción simbólica de la cultura, muchos
elementos de la construcción social humana habían sido ignorados o tratados de
manera superficial. Sin mencionar, por supuesto, que esto impedía que se mirara con
visión crítica la producción simbólica masculina, en tanto se daba por única e
universal, no marcada por la categoría de género.

Gracias a las aportaciones de Mead, en la antropología se enfatizó en el carácter


cultural del género, rompiendo con los biologicismos que evitaban el análisis crítico
de las desigualdades de género y las relaciones de poder y logró insertar dicho tema
como fundamental en el análisis social. Al considerar la constitución cultural de las
personalidades, cuestiona también hasta qué punto las características y diferencias
construidas social y culturalmente entre los sexos pueden coartar o limitar el
desarrollo de cada uno de ellos. Por otro lado, al conjuntar en su análisis elementos de
psicología, biología y cultura, permitió el inicio de una comprensión más integral y
cada vez menos esencialista y determinista de las personalidades de los individuos,
comprensión que posteriormente se ha ampliado mucho más, y no sólo en
antropología, sino también en otras disciplinas. El género como construcción cultural
añade otro elemento esencial al inventario de elementos culturales en las sociedades,
y así desnaturaliza las diferencias entre los sexos, empleadas históricamente para
perpetuar las desigualdades entre éstos. Finalmente, es también mediante el uso de
esta categoría que fue posible abrir nuevos horizontes para entender las sociedades,
su funcionamiento constitución y estructura, así como proponer nuevos paradigmas,
mediante contrastes que permitan cuestionar los propios, para estudiar a la
humanidad desde una perspectiva más crítica e integral, de hecho, a partir de otra
mirada totalmente diferente.
Bibliografía

• Castañeda Salgado, Martha Patricia, “Etnografía feminista” en: Blaquez Graf,


Norma, Fátima Flores Palacios y Maribel Ríos Everardo (coords.), Investigación
feminista. Epistemología, metodología y representaciones sociales, Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM,
México, 2010, pp. 217-238
• Scott, Joan, El género, una categoría útil para el análisis histórico, en: Lamas,
Marta (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual,
PUEG, UNAM, México, 1996, pp. 265-302
• Lamas, Marta, “La antropología feminista y la categoría de género”, en: Nueva
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• Sullivan, Gerald, “Three Boasian Women: Margaret Mead, Ruth Benedict and
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• Mead, Margaret, Adolescencia y cultura en Samoa, Paidós, Barcelona, 1990.
• Méndez, Lourdes, Antropología feminista, Síntesis, Madrid, 2008.

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