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Cada año, desde 1993, el 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, reconocimiento
pese al cual cada día se observa cómo aumentan las amenazas alrededor de los territorios
del agua. De hecho, en el marco de esa conmemoración, del 21 al 26 de marzo de este año
tendrá lugar el 9º Foro Mundial del Agua en Dakar, Senegal, escenario adverso para los
derechos de los pueblos y espacio ilegítimo que promueve diversas formas de contratos
y negocios alrededor de las fuentes de agua, mediante la entrega de lineamientos
internacionales de política pública para que sean aplicadas por los Estados. En este
contexto, el presente documento es un esfuerzo por entregar una reflexión sobre las
amenazas que se ciernen sobre las aguas en Colombia y una disertación sobre algunos
desafíos que consideramos fundamentales.
Estas dinámicas implican controles territoriales que afectan el acceso al agua como un
derecho fundamental, generando una escasez inducida como retórica que facilita la
privatización. En este sentido, el discurso de la escasez es utilizado como una estrategia
para promover la regulación por parte de los mercados con el objetivo, supuestamente,
de controlar la carencia. Sin embargo, como ha sido insistentemente demostrado, las
causas de la escasez no se deben sólo a elementos físicos y/o ecológicos de los territorios,
sino a una inequitativa distribución, normas de acceso injustas, tecnologías
monopolizadas y que desconocen otros saberes populares, prácticas y discursos que
niegan el accesos a otras comunidades y a la naturaleza. De aquí, que las crisis hídricas
son socialmente producidas por un proyecto de crecimiento económico donde la
abundancia se transforma en escasez.
En este marco, la gobernanza del agua es propuesta por algunos sectores como un
mecanismo de participación para la administración de recursos hídricos, que da cabida a
nuevos sectores para tomar decisiones políticas al respecto. Este modelo, muchas veces
enmarcado en la Gestión Integrada del Recurso Hídrico (GIRH) planteada por el Consejo
Mundial del Agua y el Foro Mundial del Agua (FMA), instruyen a los gobiernos locales a
abrirle campo a sectores más “eficientes” que las comunidades, para que den solución a
los problemas asociados a la gestión del líquido, mientras que los Estados deben tener
menos protagonismo, profundizando así la privatización del agua. Durante el 8º FMA se
planteó que en la GIRH, además de involucrar a socios comerciales, debe adaptarse y
responder a las demandas de otros sectores como la agricultura y la energía, apuesta que
seguro será profundizada durante el actual 9º FMA.
En este contexto, los desafíos para la defensa de los territorios del agua son múltiples.
Uno de los principales retos consiste en el reconocimiento del derecho fundamental al
agua, pero no con una mirada reduccionista desde el enfoque occidental y de la
concepción del Estado moderno, que desconoce los múltiples conocimientos, sentidos y
emociones que inspiran y se construyen alrededor de las aguas. Los territorios no son el
decorado que contienen las aguas, por el contrario deben ser comprendidos como
entidades producidas socio-naturalmente, que conjugan elementos físicos, ecológicos,
infraestructurales, simbólicos, sagrados, políticos, administrativos y culturales, dentro de
un entramado complejo de relaciones de poder. Lo anterior, plantea una lucha frontal por
recuperar su sentido frente a la cooptación de los embates de las corporaciones, quienes
se presentan a sí mismas como garantes de ese derecho.
Es por eso que, por ejemplo, se ha reivindicado a los ríos, eje central en diversas luchas
ambientales, como sujetos de derechos que deben poder fluir libremente, exigiendo que
no sea interrumpido o desviado su cauce por proyectos que amenacen su caudal
ecológico mínimo. También tienen el derecho a mantener sus capacidades, dinámicas y
ciclos ecosistémicos esenciales como la conectividad, las fases de inundación, el depósito
de sedimentos, la recarga de las aguas subterráneas y la provisión de un hábitat adecuado
para la flora y la fauna nativas.
Por tanto, las aguas no pueden desligarse de las cuencas por dónde fluyen, de las
fuentes de las que se alimentan o de las tierras que nutren. En particular, para la defensa
de territorios de agua como los páramos, es necesario acabar con una lógica
fragmentaria que intenta dividir la integralidad de la montaña andina y superar el
imaginario que los considera como “fábricas de agua”. Las altas montañas son territorios
de vida y son un todo: son páramos, ríos, selvas altoandinas, osos de anteojos, cóndores,
pero al mismo tiempo son pueblos que han pervivido desde la diversidad y la complejidad.
Uno de sus retos es construir una propuesta de permanencia digna y cuidadora de la
montaña andina, con mecanismos vinculantes y democráticos que permitan una
deliberación amplia de los y las habitantes de estas altas montañas sobre estos territorios
del agua.
Las luchas por la defensa del agua se encuentran íntimamente ligadas por los derechos a
participar y decidir soberana y autónomamente sobre las formas de vivir dignamente en
los territorios, estando esencialmente conectadas con la lucha por la democratización de
la sociedad. Uno de los retos frente al deficiente acceso a la información sobre la situación
de las aguas en el territorio nacional, es la construcción de conocimientos públicos y
compartidos sobre su estado y el impacto de las intervenciones sobre ellas. Sin embargo,
debe superar el control corporativo que siempre intenta financiar y orientar la
investigación y las políticas científicas por sobre las valoraciones y construcción de
conocimiento del agua de las culturas étnicas y populares. De aquí que esta información
tenga que ser confiable, oportuna y relevante, pero en particular debe ser construida con
los conocimientos locales y tener en cuenta otras diversas formas de comprender,
conocer y relacionarse con el agua y lo territorial, con el fin de distribuir el conocimiento.
En estas perspectivas del debate, sigue siendo un reto integrar las reivindicaciones
relacionadas con la soberanía y autonomía de los pueblos para decidir el uso y el manejo
de sus aguas y territorios bajo aspectos consuetudinarios, históricos, culturales,
espirituales y medicinales. Al respecto, la gestión comunitaria de las aguas, realizada
principalmente por acueductos comunitarios, se ha convertido en la guardiana de las
aguas en los territorios y representa alternativas que construyen relaciones de cuidado,
solidaridad, democracia radical, tecnologías apropiadas y reciprocidad, reivindicando el
agua como bien común, como lo expresan los acuerdos de los espacios organizativos que
gestionan las fuentes hídricas en los territorios.
A pesar de que los territorios del agua y su gestión han sido cada día más objeto
de modelos neoliberales que niegan y privan a comunidades y a la naturaleza misma
de sus dones, siguen naciendo resistencias que reivindican su concepción como
bien común y público, y que exigen justicia ambiental para la vida digna en todas
sus expresiones.