En la actualidad la sequía es uno de los problemas que más daños está
provocando en la sociedad mexicana, principalmente en el norte del país, donde
históricamente se presenta dicho fenómeno meteorológico. La sequía es un fenómeno natural cuya característica principal es la ausencia o la disminución de precipitaciones pluviales durante un periodo que se estima lluvioso, y esta mengua en la cantidad de agua existente y disponible para el abasto humano desencadena una serie de dificultades derivadas de la escasez del líquido que finalmente crea conflictos y desastres sociales. De forma simple, una sequía se define como la disminución o la ausencia de precipitaciones pluviales respecto al índice anual y, contrario a lo que se supone, es un evento normal y recurrente que se presenta de forma cíclica en todas las zonas climáticas del mundo, aunque con mayor intensidad y recurrencia en las zonas áridas y semiáridas.2 En nuestro país estos fenómenos ocurren en promedio "cada 20 años", y cuando se presentan provocan un desbalance hídrico en el ciclo del agua, pues la disponibilidad del recurso es insuficiente para satisfacer las necesidades de los seres vivos. Una sequía puede durar en promedio de uno a tres años, y termina cuando las lluvias regresan y se recupera el índice normal de precipitación y se restablece el funcionamiento de los cuerpos de agua. México es un país vulnerable a las sequías porque gran parte del país (52%) está catalogado como árido o semiárido.11 Es decir, catorce estados del territorio nacional presentan zonas áridas y semiáridas.12 Estas áreas son territorios más susceptibles al fenómeno de las sequías porque son sitios con baja precipitación pluvial a lo largo del año (un mes para las zonas áridas y de uno a tres meses para las semiáridas), y esta condición provoca que las sequías se presenten de manera más recurrente y que haya mayor presión sobre el agua existente cuando ocurren. El paradigma de la abundancia Aunque desde hace años el gobierno y los medios han señalado en repetidas ocasiones que el agua es cada vez más escasa, al parecer, aún no se toma conciencia del problema, pues las personas, o mejor dicho, los empresarios que lucran con el agua de diversas comunidades, sin que el mismo gobierno les ponga un límite o multa. Un ejemplo de esto es en Nuevo León: Carlos Montemayor Dirnbauer es uno de los empresarios con mayor número de títulos de concesiones para aprovechamiento de agua en el estado. La herramienta que ha utilizado para multiplicar sus pozos ha sido recurrir a tribunales, donde ha ganado demandas en contra de la Comisión Nacional del Agua (Conagua). Y, por si esa agua no le fuera suficiente, también desvía el cauce de un río para inundar sus campos tapizados de naranjos. Carlos Montemayor Dirnbauer, uno de los mayores productores de naranjas en la región norte del país, tiene a su nombre 23 títulos de concesión para aprovechamiento de agua; 22 de ellos son para uso agrícola en Montemorelos, General Terán y Hualahuises, municipios de la región citrícola; y uno para servicios en Guadalupe, en la zona conurbada de Monterrey, de acuerdo con datos del Registro Público de Derechos de Agua (REPDA). En total, estas concesiones le permiten contar con 78 pozos y utilizar poco más de cinco millones de metros cúbicos de agua al año, una cantidad con la que se podrían llenar 2 millones de tinacos de agua con una capacidad de 2 mil 500 litros cada uno. Quienes viven alrededor de las huertas de Montemayor aseguran que el agua que utiliza el empresario es más que eso. En el municipio de Hualahuises, por ejemplo, el consumo de agua de Montemayor Dirnbauer, así como las acciones que realiza para mantener sus huertas, son un tema de conversación en la comunidad de Cinco Señores. Ahí viven un centenar de personas que reciben agua potable que les da un pozo operado por los Servicios de Agua y Drenaje de Monterrey (SADM), que solo les falla cuando se va la luz. La poca agua que lleva el río Hualahuises les alarma. Atribuyen su sequía a los pozos que el empresario tiene para regar sus tierras. En el REPDA —donde la Comisión Nacional del Agua (Conagua) difunde los datos de las concesiones que ha otorgado— en el municipio de Hualahuises están registrados a nombre de Montemayor Dirnbauer seis títulos, para el aprovechamiento de un total de 26 pozos. Las historia que se presenta muestra, solo una parte, de cómo el agua, un recurso de la nación, se compra, vende y explota como si se tratara de un bien privado abundante, mientras el Estado no pone ninguna traba. Esto ocurre más que por las fallas en el sistema de concesiones vigente en México desde 1992, por el diseño mismo de ese entramado legal y la debilidad de sucesivos gobiernos para aplicar las normas. El fracaso de la gestión democrática de este recurso se refleja, además, en una profunda falta de información sobre cuánta agua extraen los privados, en la incapacidad gubernamental para vigilar cómo se explotan ríos y pozos, y en la inequidad en su distribución. El propio secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Víctor Toledo, ha reconocido que existe un “uso indiscriminado y antidemocrático del agua”. El sistema de concesiones de agua se creó en 1992, como parte de la Ley de Aguas Nacionales, y desde su origen comenzó a hacer agua. Entre las fallas que pronto fueron evidentes, por ejemplo, estuvo la entrega de títulos sin verificar cuánta agua realmente se extraía y para qué fines. Pasaron los años y los problemas en el sistema nunca se atendieron. Y se agudizaron conforme se entregaron más y más títulos para aprovechamiento. Desde 2003 se alertó de esta situación. En un estudio —publicado entonces por la FAO, y cuyos autores son Marco Cantú y Héctor Garduño, quien fue subdirector general de administración del agua en la década de los noventa— se señaló que se habían identificado a usuarios que tenían títulos de concesión para uso agrícola, pero que utilizaban el agua para fines distintos, “incurriendo en delitos fiscales y en desviaciones del subsidio, ya que no solamente gozan indebidamente de la exención del pago de derecho (del agua), sino del subsidio que se otorga a los usuarios agrícolas en la tarifa eléctrica”. ¿Qué podemos aportar como sociedad? Desde hace décadas se ha promovido una cultura de prácticas para el cuidado del agua en el hogar, que ahora más que nunca debemos tener presente. Esto es relevante sobre todo a nivel local, ya que un consumo moderado e inteligente del vital líquido garantiza una mejor distribución de este, lo que se traduce en un acto de justicia social, enfatizó el investigador del CIAD Mazatlán. “Sin embargo, el mayor consumo de agua no es necesariamente el que se realiza para consumo en zonas urbanas o rurales, sino el que se destina a la producción de alimentos (agricultura, ganadería) y a la industria. En ese sentido, lo que debiéramos cambiar es nuestra forma de consumo, hacia un esquema más sostenible, que privilegie la producción de alimentos básicos, con técnicas agrícolas de bajo impacto y productos adaptados a las condiciones locales, y no aquellas que privilegien el desmonte de grandes extensiones de tierra para destinarse a la agricultura intensiva de productos con alta demanda de agua”. Por último, la investigadora del CIAD Guaymas coincidió en que es necesario que todos hagamos esfuerzos para conservar el agua, ya que es un recurso muy preciado y necesita valorarse en la sociedad. “El agua que se consume en las ciudades se colecta de ríos y cuencas que ya se encuentran estresadas, por lo que debemos disminuir nuestra huella hídrica para reducir esta presión. De igual forma, agregó, es necesario hacer cambios en la agricultura extensiva porque el tipo de riego que se usa (por gravedad) ocasiona grandes pérdidas por evaporación y genera grandes volúmenes de agua contaminada con sedimentos, nutrientes y otros contaminantes químicos que afectan los ecosistemas de ríos y bahías, además de que generan desigualdad social, pues, contrario a lo que se piensa, un gran número de comunidades establecidas en valles agrícolas padecen inseguridad alimentaria, a pesar de las bondades naturales de su entorno. Por lo tanto, concluyó, es necesario mejorar las condiciones sociales en estas comunidades y remediar los impactos ambientales.