Está en la página 1de 1

“Yo soy la luz del mundo”, dice el Señor, la luz que hizo un llamado a nuestro

corazón de pescadores que andábamos en nuestros afanes de este mundo. Ese


llamado a la vocación para seguirlo más de cerca es una aventura hacia un
paisaje desconocido que nace del amor. Es un sueño de Dios para nuestra
felicidad y la de nuestros hermanos y hermanas.

La vocación es un camino de miedos, dudas, incertidumbres y renuncias que nos


acompañan, pero siempre bajo la promesa de que el que nos llama va con
nosotros en nuestro caminar hacia la santidad a la que todos estamos llamados
como hijos de un mismo Padre. Un camino donde todos, con nuestras diferencias,
nos unimos bajo una misma alma y un mismo corazón con la fe puesta en el que
vino a nuestro encuentro.

Decidir por esta opción de vida es una decisión personal que se debe hacer desde
la libertad. Y para tomar esta decisión es necesario un proceso de discernimiento
profundo y honesto, sostenido por la oración y por un testimonio vivo de lo que el
Señor nos pide en la intimidad. Así poco a poco, podemos ir reconociendo con
cierta claridad el camino y las decisiones que, en su momento y con la fe puesta
en Él, debemos de tomar.

Pero también, para tomar esta decisión necesitamos sabernos abrazados y


confiados en su providencia, que lo hace porque tiene un sueño especifico para
cada uno de nosotros, aunque de momento no lo entendemos bien. Es confiar en
que Él nos irá moldeando y transformando poco a poco, por lo que necesitamos
de paciencia amorosa y generosa para compartir y recibir de los demás en el
proceso.

Aun con nuestros miedos, dudas e incertidumbres nos confiamos en el Espíritu


que nos aconsejó a través de una persona anónima en la siguiente frase:

“Sabrás que es el momento cuando sientas miedo y confíes en Dios.”

También podría gustarte