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Queda prohibida la distribución de esta traducción sin la

aprobación expresa del grupo West Pride, además esta


obra es de contenido homoerótico, es decir tiene escenas
sexuales explicitas hombre/hombre, si te molesta este
tema no lo leas, además que su contenido no es apto para
cardíacos
La vida de Tate Fuller es un lio espantoso. Está
sin blanca, los padres de su amante muerto le
demandan otra vez y su casero idiota A.J. Boyd lo
está desalojando de su tienda de motos, la única
constante en la vida de Tate. Está empezando a
pensar que las cosas nunca van a remontar, cuando
ve un anuncio en el periódico para una niñera de
noche y fin de semana. ¿Y que si el tipo que está
haciendo la demanda no es otro que el mismo AJ, o
que si AJ le hace hervir la sangre con algo más que la
ira?

Después de que su esposa lo desechó porque


afirmó que un hombre bisexual nunca podría ser fiel,
AJ Boyd dejó de sorprenderse cuando la vida se le
tuerce. Dejó de sorprenderse, es decir, hasta que
descubre que su ex –esposa ha muerto y lo dejó con
una hija de seis semanas de edad que ni siquiera
sabía que tenía. Ahora él está privado de sueño,
muerto de miedo, y listo para hacer algo realmente
estúpido, como contratar al terco, exasperante,
engreído Tate. Y si la tensión entre ellos es lo
suficientemente caliente para reiniciar el incendio de
Chicago, bien, que así sea.
El notificador de procesos vino para hacerle
saber a Tate que los Michaelsons le demandaban –
otra vez- exactamente diez minutos después de que
le llegaran los avisos de desconexión para el gas y la
electricidad en su tienda. Ya que la experiencia de
Tate era que las malas noticias llegaban en grupo de
tres, no podía dejar de preguntarse qué nuevo
infierno le esperaba después.

Su respuesta llegó una hora después de que el


servidor de procesos salió, cuando A.J. Boyd, su
casero y un dolor en el culo para Tate, se paseó por la
tienda con una sonrisa triunfal en su cara demasiado
-guapa-para-no-tener-ningún-retoque-hecho.

—Te has retrasado en el alquiler —AJ estaba


prácticamente saltando sobre las puntas de los
italianos de cuero que calzaba.

Tate tragó. Tenía exactamente cuarenta dólares


en su cuenta corriente, sus tarjetas de crédito estaban
al máximo, y todavía tenía que notificarle a su
abogado la nueva demanda de los Michaelsons. —Ni
siquiera llevo un mes de atraso. —Lo
suficientemente cerca. Veintiocho días, pero aun
así…— Mira, soy bueno para ello. Tengo tres buenas
motos a la venta y un chico está a la espera de
financiación. Tan pronto como el dinero entre en
juego…

—Presentaré el porceso de desalojo mañana a


primera hora —dijo AJ alegremente—. Sin rencores.

Tate sintió que iba a la deriva en medio del


Atlántico dentro de una bañera agujereada. Sin
importar toda la mierda por la que había pasado en
los últimos dos años, siempre tuvo su tienda a la que
recurrir. Su propietario anterior, Red Hanks, había
sido un mentor para Tate, enseñándole los entresijos
del sector comercial de las motos, vendiéndole el
negocio y alquilándole el edificio. Pasaron a ser algo
más que socios de negocios, fueron amigos hasta un
año y medio atrás, cuando Red tuvo un ataque al
corazón caminando a través de su propia sala de
estar en su camino a la mesa para la cena del
domingo. La esposa de Red no quería la
responsabilidad de pagar impuestos, mantener
códigos, etc…, por lo que había decidido vender el
edificio Road Hog Custom Cycles donde se
encontraba. Ella se lo había ofrecido a Tate en primer
lugar, por supuesto, pero gracias a los Michaelsons,
no podía financiar ni una pajita de un zumo de
frutas, mucho menos una propiedad comercial en
Chicago. Se presentó A.J., que había enganchado el
edificio de la viuda de Red como una canción y había
procedido a convertir en un infierno la vida de Tate
desde entonces.

—Tú no puedes hacer esto —dijo Tate—. Yo


tengo derechos.

—Tú y Red no teníais un contrato, lo que


significa que tú y yo no tenemos un contrato de
arrendamiento. —AJ lo miró con algo parecido a la
compasión en sus inexpresivos ojos azules—. Eres
mes a mes, amigo, no tengo que tener una razón para
que te vayas. —Del bolsillo de la chaqueta negra de
AJ, sonó su teléfono móvil. Levantó un delgado dedo
mientras respondía—. Espere un momento.

A.J. caminó hasta la esquina de la plaza de


garaje principal para atender su llamada. Con su
pelo rubio y piel bronceada por el sol, A.J. se parecía
más a un dios surfista californiano que a un magnate
de bienes raíces, pero Tate suponía que todo el
mundo tenía sus propios talentos. Una lástima que
uno de los principales logros de A.J. se sumara a la
lista de males de un kilómetro de largo de Tate.
—Sí. No, lo entiendo —decía A.J. al teléfono y
Tate no podía dejar de notar que lo tenía agarrado
con fuerza—. No, estaré allí en quince minutos. Bien.
Adiós. —Cortó la conexión y miro a Tate, todo el
color de sus mejillas se había ido—. Tengo que irme.
Recuerda lo que te dije. —Todo el calor había
desaparecido de él junto con el color—. Quiero que
te vayas.

Tate lo vio alejarse, preguntándose cuál de ellos


era el hijo de puta más miserable.

A.J. no estaba seguro de cómo llegó desde la


cutre tienda de Tate hasta la circunvalación. Condujo
en piloto automático, las mismas tres palabras
golpeando una y otra vez a través de su cerebro
como el estribillo de una canción horrible que le
hubiera pegado en la cabeza, pero no podía dejar de
cantar.

Cindy está muerta. Cindy está muerta. Cindy está


muerta.
De alguna manera llegó a la calle Madison, de
una sola pieza. Mucho antes de que estuviera listo,
subió doce pisos arriba, parándose en las elegantes
oficinas jurídicas de Story, Stone y Turner y siendo
acompañado a una sala de conferencias por una
recepcionista mayor quien le dio una sonrisa
simpática y una taza de café caliente.

El café lo tomó. La sonrisa se la podía guardar.

Lon Story, el abogado de Cindy, se unió a A.J. en


la sala de conferencias cinco minutos y cuarenta y
tres segundos –según el reloj de A.J.– después de que
la recepcionista lo dejó allí. Story parecía el palo de
una escoba caminando, recordándole a A.J. a
Ichabod Crane en Sleepy Hollow1. Fue amable cuando
le informó que Cindy llevaba muerta casi una
semana, lo que hizo que A.J. se enojara más.

—No lo sabía —dijo Story con la percepción que


probablemente le hacía mortal en un tribunal.

1
Sleepy Hollow (La leyenda del jinete sin cabeza en Hispanoamérica) es una película
de 1999 dirigida por Tim Burton y protagonizada por Johnny Depp, basada en el relato
de terror La leyenda de Sleepy Hollow de Washington Irving.
A.J. negó con la cabeza. —Hemos perdido el
contacto después de… —¿Qué podía decir? Después
de que ella me dejó sin ninguna buena razón, rompió mi
corazón en pedazos, y me dejó como a un animal
atropellado en la carretera de la vida. Bebió un sorbo de
café, esperando que el líquido amargo mojara sus
labios—. ¿Cómo murió? —La última palabra
quemaba al salir.

—Cáncer de mama. —Story se sentó a la


cabecera de la mesa de conferencias—. Una forma
particularmente virulenta. Por lo que entiendo que
los médicos creen que ella probablemente tenía
antecedentes familiares de la misma.

A.J. se encogió de hombros. Cindy era hija


adoptiva, puesta en el sistema al nacer cuando su
madre, puta y drogadicta, salió del hospital la noche
que Cindy nació sin ella a cuestas. Sólo Dios sabía
quién era su padre.

Si Story sabía sobre el pasado de la historia de


Cindy no hizo ningún comentario al respecto. En
cambio, dijo: —Estoy seguro que sabes que Cynthia
era una mujer rica.

A.J. estuvo a punto de reír. ¿Saber? Su cuenta


bancaria seguía sangrando por el acuerdo de
divorcio de siete cifras que Cindy le había sacado.
Parpadeó cuando el significado de lo que decía Story
se hizo evidente. —No es posible que me haya traído
aquí para hablar de la voluntad de mi ex –esposa. De
ninguna manera iba a dejarme nada.

—Me temo que ahí es donde se equivoca —dijo


Story. Por primera vez, A.J. se dio cuenta de lo
incómodo que el hombre parecía. Story hizo crujir
sus nudillos, el sonido sonó fuerte y brusco en la
tranquila habitación—. ¿Tiene usted el conocimiento
de que Cynthia dio a luz recientemente?

—No. —A.J. se sorprendió a si mismo ahogando


la respuesta en su garganta. Él y Cindy habían
intentado durante años tener hijos –medicamentos
para la fertilidad, inseminación artificial, in vitro–
pero nada funcionó. Se había quedado embarazada
un par de veces, pero ambos embarazos terminaron
en abortos. Cindy entró en una espiral de
depresiones, y A.J. temió que nunca hubiera salido.
Por último, hizo un alto en el interminable desfile de
los métodos de embarazo, cuando el precio en su
matrimonio –y la salud mental de Cindy– parecía un
precio demasiado alto incluso para la felicidad de su
esposa. A.J. intentó todo lo posible para conseguir
que Cindy considerara la adopción, pero ella no
quería oír hablar de ello. Por lo que a ella concernía,
no dar a luz la hacía de alguna manera menos mujer.

No estaba seguro de si estar feliz de que Cindy


por fin había logrado su sueño de ser madre o llorar
por la tristeza de que no sería una parte de todo esto
cuando finalmente ese sueño había sido
probablemente lo que a él le costó su esposa, la
excusa débil y tonta de Cindy para poner fin a su
condenado matrimonio.

—Una niña, de apenas seis semanas —dijo


Story—. El doctor de Cynthia descubrió el cáncer
durante un examen de rutina justo después del
comienzo de su segundo trimestre, o eso me dijo.
Cynthia, por supuesto, se negó a cualquier
tratamiento que hubiera perjudicado al bebe.

—Por supuesto. —La expresión de A.J. era sin


duda tan amarga como sus palabras—. No quiero ser
un burro pero todavía no me ha dicho por qué estoy
aquí. —A.J. quería salir de ese lugar, ir a alguna
parte y hacer algo –gritar, correr, vomitar– cualquier
cosa menos estar sentado aquí discutiendo por una
mujer que llevaba muerta para él tres años, ya.

—Así es. Cynthia vino a verme tan pronto como


se enteró de que era terminal. Me pidió que
escribiera un testamento dejándote todo. —Story se
miró las manos por un segundo antes de fijar sus
ojos en A.J—. Realmente quiere decir todo.

El corazón de A.J. Comenzó a dar unos latidos


extraños, hacia los lados, como si no estuviera
cómodo en el interior de su pecho. —No puede estar
hablando de la niña.

—Su nombre es Madeline —dijo Story con la


misma voz tranquila, sin inflexiones—. Ha estado en
la casa de una amiga de Cynthia desde su muerte. —
Estiró una mano comprensiva sobre la mesa, sin
llegar a tocarlo realmente—. Sé que esto debe ser un
shock, pero…

—Mira, yo… —A.J. se preguntó si esta idea de


Cindy era un broma de mal gusto, si ella estaba
escondida detrás de alguna pared falsa en algún
lugar de la oficina, a la espera de saltar y decirle que
estaba en uno de esos programas de cámara oculta—.
No he tenido ni siquiera una llamada telefónica de
Cindy desde el día que ella me echó de mi propia
casa. —Una casa que él había pagado—. Espera que
me haga cargo de su niña, aunque sea por Cindy. —
A.J. se sentía como si tarareara la canción del tema de
la dimensión desconocida o algo así—. Mi ex esposa,
obviamente, no ha tenido esta niña por ella misma.
El tipo que la dejó embarazada debe ser el que vele
por el cuidado de… el bebé. ¿Quién demonios es él,
de todos modos?

—Ahí está la parte bochornosa. —Story estiró su


cuello—. Eres tú.
—¿Cómo podría pasar algo como esto? —Nana
puso una cookie en una de las manos de A.J. y una
taza de chocolate caliente en la otra. Si no hubiera
estado temblando como una réplica de San
Francisco, podría haber sonreído. Comida
reconfortante. La panacea de su abuela.

A.J. dejó la taza y mantuvo su galleta apretada


tan fuerte que amenazaba con desmigarse. Miró
alrededor de la vieja mesa de la casa de campo de
sus abuelos los rostros de su familia: su madre,
Emily; sus abuelos, Nana y Papa, su hermana,
Jessica, su cuñado, Eli, y su sobrino de siete años de
edad, Max.

—¿Conoces esos tratamientos por los que


pasamos Cindy y yo? —A.J. escogió sus palabras con
cuidado en deferencia a Max—. Durante las
declaraciones de divorcio Cindy juró que todos los
embriones se habían agotado durante la primera
FIV2. —Se pasó una mano por la cara—. Al parecer,
ella mintió.

Su madre lo miró con los ojos muy abiertos,


ligeramente desenfocados. —Seguro que es algún
tipo de delito.

—A Cindy no le importaba eso. Todo lo que


quería era un bebé. —A.J. dejó escapar un suspiro
que no hizo nada para aflojar la tirantez en su
pecho—. Mi bebé, al parecer.

—¿Qué vas a hacer? —La voz de Papa era


profunda, rica y suave, una voz que le recordó a A.J.
los viajes de los sábados al embarcadero del puerto,
los paseos a caballo y las historias antes de ir a
dormir que el abuelo le dedicaba.

—Yo… —Miró al otro lado de la mesa en la que


Max estaba empapándose de sus palabras como una
esponja—. Oye, superman, ven aquí un momento.

Max saltó de la silla y fue a la mesa en dos


segundos. Se puso en el regazo de A.J. para un
abrazo.

2
Fecundación in Vitro. La FIV es el principal tratamiento para la esterilidad cuando
otros métodos de reproducción asistida no han tenido éxito.
A.J. lo mantuvo apretado. Siempre imaginó que
Max era lo más cercano que tendría a un hijo propio,
y no podría amar al pequeño Rugrat3 más que si
fuera hijo suyo. A.J. besó la parte posterior de su
cabeza y lo puso de pie—. ¿Por qué no te vas al
estudio a jugar con ese juego de estación de
bomberos que te conseguí? Estamos teniendo una
aburrida conversación de mayores. —Cuando Max
empezó a protestar A.J. dijo—. Yo haré que valga la
pena. Digamos, ¿un camión nuevo que añadir a tu
juego?

—Trato. —Max salió como alma que lleva el


diablo para el estudio.

—Lo estás echando a perder —dijo Eli con una


sonrisa.

—Sé exactamente como tratar a tu hijo —dijo


A.J—. Es al mío a quien no sé cómo tratar. —Esto no
puede estar pasando. Incluso las palabras sonaban
mal. No podía ser el padre de alguien.

3
Rugrats es una serie de televisión de dibujos animados producida por el canal
infantil estadounidense Nickelodeon. Esta serie trata de unos bebés que hacen
travesuras, la antagonista principal es Angélica Pickles, prima hermana de Tommy, el
protagonista principal, que no para de hacer rabiar a los pequeños.
—¿Qué pasa si te niegas a llevártela? —Dijo
Nana—. Estoy asumiendo que puedes hacer eso, ya
que Cindy te mintió y todo.

—Por supuesto. —Story había mencionado la


posibilidad. Debido a las acciones de Cindy, A.J. no
tenía ninguna obligación legal hacia este niño. Pero
en cuanto al bebé…— La niña, Madeline, no sería
elegible para adopción hasta que todo éste lío legal
se aclare. Iría a hogares de acogida temporal.

En el momento en que él dijo la palabra, todo el


mundo en torno a la mesa se estremeció. Entonces
todos lo miraron con lástima. Todo el mundo excepto
Jessica. Ella lo miraba con una rabia fría como una
piedra.

A.J. se sorprendió. —¿Qué? ¿Qué he dicho?

—¿Adopción? —La voz de Jessica se elevó—.


¿Hogares de cuidado temporal? ¿Está fuera de tu
cabeza quererla?

—Jessie. —Eli puso su mano sobre su brazo,


pero eso no la frenó ni un segundo.
—¿Cómo puedes siquiera pensar en hacerle eso
a tu propia carne y sangre, sobre todo después de lo
que papá te hizo pasar?

Mencionar su vergüenza privada en voz alta,


aunque probablemente todos lo estuvieran
pensando, era como una bofetada en la cara de A.J.
—Yo soy la victima aquí.

—Tú eres una víctima, tal vez, pero no eres la


víctima. La víctima es un bebé de seis semanas de
edad, cuya madre era una puta egoísta y cuyo padre
es un hombre cobarde que se niega a levantarse y
hacer lo correcto. —Jessica señaló con el dedo a su
cara—. Si necesitas ayuda, la conseguirás, pero si le
das la espalda a esta niña, que Dios me ayude Aarón
Joseph, dejarás de tener una hermana y un sobrino.
—Cogió el brazo de su marido y le dio un tirón de su
silla—. Eli, busca a Max. Ya nos vamos.

Después de que su hermana se fuera, A.J. miró


con asombro su silla. —Yo no he dicho que lo iba a
hacer. Nana me preguntó cuáles eran mis opciones y
yo… Dios mío, ¿soy un hijo de puta tan grande?

Papa se levantó, se acercó a la silla de A.J., y


puso una mano en su fornido hombro. —Desde que
Cindy te dejó, sí.
—Oye, Papa, no lo endulces.

—Parte de amar a alguien es decirle cuando está


siendo un burro, cariño. —Su madre se inclinó sobre
la mesa y tomó su mano—. Tú no estás solo en esto.
Jessica estaba en lo cierto cuando dijo que sería de
ayuda. No hay presión, pero contamos contigo para
que hagas lo correcto.

Si eso era la idea de su madre de no presionar,


A.J. estaba aún más jodido que antes.

—Tengo miedo de preguntar, pero ¿Cómo va?


—Naomi se sentó sobre la moto que Tate acababa de
dejar en el garaje, con sus manos estiradas sobre el
manillar como si estuviese lista para hacer un
recorrido de prueba.

—¿Sabes esas cuatro ofertas de las que te hablé


la semana pasada? —Cuando ella asintió, Tate dijo—
: Tres de ellas se convirtieron en ventas reales. Con
las ventas que hice tuve suficiente para pagar el gas
y la luz, pagué el alquiler atrasado de mi
apartamento, y conseguí que mi abogado comenzara
con lo último de los Michaelsons, ―campaña para
destruir a Tate Fuller‖.

Naomi tamborileó los dedos sobre el tanque de


gasolina de la motocicleta de color rojo cereza. —
¿Qué pasa con el alquiler de este lugar? —Cuando
Tate no respondió de inmediato, ella dijo—: Sabes
que la familia puede…

—Infiernos, no. —Para suavizar sus palabras


cruzó el garaje y besó la parte superior de su
cabeza—. No voy a dejar que los chicos me rescaten.
Este es mi lío y lo arreglaré. —Él la despeinó, de la
misma forma que lo hacía cuando era una niña
molesta, siguiendo a su hermano mayor donde fuera,
sacándole de sus casillas. Se dirigió al otro de la
tienda, a la ordenada exposición de herramientas
encima de su mesa de trabajo—. Realmente tengo
bastante para pagar el alquiler de este mes, pero no
creo que vaya a importarle a mi propietario. Un
supremo Gilipollas. Ni siquiera puedo contactar con
ese bastardo ni por teléfono. He estado intentándolo
durante una semana. —Sus dedos se anudaron
alrededor de una llave inglesa—. Creo que filtra sus
llamadas.
—Sabes… incluso si el hijo de puta te desaloja,
tus clientes te seguirán —dijo Naomi suavemente—.
Esto es sólo un edificio, cielo. Tú puedes encontrar
otro, probablemente en mejores condiciones.

Tate se volvió para mirarla. —No va a ser lo


mismo. —Suspiró—. Si pierdo este juicio por muerte
negligente… —Su corazón dio un vuelco, la palabra
―muerte‖ era condenadamente difícil de decir,
incluso después de dos años—. Si pierdo, no tendré
nada con que abrir una tienda.

—Ningún jurado en el mundo estaría del lado


de esas personas, no después…

Tate la cortó tajante con su mano, incapaz de


oírla. Algunas heridas nunca se cierran, sólo se
abrían y rezumaban.

—Lo siento. —Naomi se bajó de la moto y se


acercó a él, apoyándose a su lado, los dos encajando
como piezas de un rompecabezas a pesar de que él
era mayor y ella más joven y él era casi treinta
centímetros más alto—. Una nota más inquietante,
Acción de Gracias.

Tate se echó a reír, el sonido arenoso por falta de


uso. —¿Cómo es eso de un asunto más inquietante?
—Mamá quiere saber si traerás una pareja.

—¿Y dar rienda suelta a La Prole sobre un pobre


tipo? —Tate tembló. Era el mayor de sus nueve hijos.
Añadir varias esposas, sobrinas, sobrinos, tíos, tías,
primos y similares, y la familia Fuller era un infierno
sobre ruedas—. Dile a mamá que voy a asistir sólo si
puedo.

Naomi se retiró para mirarlo de frente. —¿Qué


quiere decir, si puedes?

Tate se encogió de hombros. —Incluso si por


algún milagro Boyd no me saca fuera de aquí, mis
facturas legales serán astronómicas. Tengo que
conseguir un segundo trabajo.

—Trabajas doce horas al día ya.

—Supongo que tendrá que ser un trabajo de


noche.

Los grandes ojos marrones de Naomi


amenazaban con desbordarse. —Oh, Tate.

—Ni se te ocurra. —Le pellizcó su nariz—. Haré


este trabajo. —Tate tiró de ella en un abrazo—.
Ahora sal de aquí antes de que Brad envíe un equipo
de búsqueda de su media naranja.

Naomi se fue pero no sin antes hacerle prometer


que la llamaría si necesitaba algo. Él lo prometió,
aunque ambos sabían que era una promesa que no
sería efectiva. Tate había llevado sus problemas él
mismo. No iba a canalizarlos en su familia.

Se dirigió a su despacho, se hundió en su


maltrecha silla, cubierta de cinta adhesiva, y cogió el
ejemplar del día del Sun-Times. Fue directamente a
los clasificados, pasando por la sección de empleo.
Rodeó un par de anuncios –uno para lavaplatos de
noche en un restaurante chino, otro de vigilante
nocturno en un complejo industrial que le
garantizaba no dormir en absoluto– y estaba a punto
de llamar al primer número cuando otro anuncio
llamó su atención.

Necesito niñera de tarde para recién nacido. Salario


competitivo. Fines de semana a convenir. Llamar al 555-
1437 para programar una cita.

Niñera. Ese era un trabajo que Tate conocía.


Prácticamente había criado a sus hermanos y
hermanas menores, por no hablar de todo el tiempo
que había invertido con sus sobrinos y sobrinas. Por
supuesto, su pelo largo, metro ochenta y dos,
tatuajes, alegre-como-un-día-de-mayo,
probablemente no era lo que la persona del anuncio
tenía en mente, pero nunca se pierde nada con
probar. Antes de ir a la segunda, tercera o cuarta
conjetura, Tate cogió el teléfono.

—Ella me odia —dijo A.J. en el teléfono por


encima de los lamentos de Madeline.

—Oh, cariño, estoy seguro de que eso no es


cierto.

—Cinco días, mamá. Ella lloró durante cinco


días. —Madeline se puso a llorar al minuto que A.J.
la recogió de la casa de la niñera y con excepción de
los breves momentos, benditos cuando ella dormía,
había estado llorando desde entonces. A.J. no había
podido ir a la oficina, no había sido capaz de salir de
la casa, no había podido hacer otra cosa que ir
despacio y completamente desanimado.
—Cariño, puedo tratar de llegar si me necesitas
—dijo su madre—. Ya estaría allí, pero sabes que tu
abuela…

—No. No dejes a Nana. —El día que había


recogido a Madeline, su abuela se había caído y se
había roto el codo izquierdo. Los médicos les
aseguraron que ella iba a estar bien, pero a su edad
necesitaba descanso y cuidados. Con lo mucho que
A.J. odiaba admitirlo, Nana necesitaba a Emily más
que él—. Sólo cuida de Nana. Yo… puse un anuncio
en el periódico para una niñera de noche, así que por
lo menos tal vez pueda dormir un poco. Mi ayudante
selecciona las llamadas por mí. Se supone que van a
enviar a alguien en unos minutos.

—¿Qué vas a hacer con Madeline durante las


horas de trabajo?

A.J. instaló a Madeline en lo que esperaba fuera


una posición más cómoda mientras ella dejó escapar
un particular y ensordecedor aullido. —Yo había
planeado convertir una de las oficinas vacías en un
cuarto para niños y llevarla conmigo, al menos por
un tiempo. Suena estúpido, pero estaba esperando
crear un vínculo entre nosotros dos.
—Creo que es una idea encantadora. —La voz
de su madre fue suave—. ¿Por qué crees que es
estúpido?

—No lo sé —dijo A.J. Porque eché un vistazo a esta


niña y caí de cabeza mientras que ella ni siquiera soporta
que yo la abrace. Se salvó de tener que decir otro tanto
por un golpe en la puerta—. Esa debe ser la niñera,
mamá. Le dije a mi asistente que la enviara
directamente aquí. —Rodó sus ojos—. Espero que
esta sea mejor que los últimas seis que he
entrevistado. Yo no dejaría ni a un perro con algunas
de esas personas. —Otro golpe, y Madeline gritó más
fuerte—. Espere —A.J. gritó por encima de su hija—.
Tengo que irme, mamá.

—Adiós, cariño. Quiero saber cómo va.

A.J. cortó la llamada y cambio de posición a


Madeline por lo que ella estaba ahora sobre su
hombro. No hizo nada para parar su llanto pero hizo
el caminar hacia la puerta más fácil. Su apartamento
–que él había considerado espacioso cuando lo
compró– estaba lleno con toda la parafernalia del
bebé y se vio obligado a moverse por un camino de
obstáculos hasta la puerta. Llegó al pomo de la
puerta al mismo tiempo que sonó el tercer golpe,
poniendo a Madeline aún más enojada.
—Por el amor de Dios, le dije que iba a venir. —
Abrió la puerta y dirigió una mirada malvada al
arrogante rostro de Tate Fuller.
—Joder. —Dijo A.J., pero Tate pensó que
resumía sus sentimientos bastante bien. Demasiado
para un segundo trabajo como niñera. Si no fuera por
el bebé que lloraba en el hombro de A.J., Tate habría
jurado que el hombre era incapaz de descongelarse el
tiempo suficiente para reproducirse.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —A.J.


dijo moviendo el bebé con la cara roja a su otro
hombro.

—A menos que quieras que "joder" sea la


primera palabra de la criatura, te sugiero que dejes
de decirlo. —Tate cruzó sus brazos, su chaqueta de
cuero le pesaba demasiado debido al ambiente
caldeado del apartamento a pesar de que era
noviembre en Chicago—. Vine por el trabajo de
niñero, pero puedo ver que eso no va a producirse.
—Vio como el bebé movía sus brazos y piernas como
si tuviera dolor—. ¿Desde cuándo está con cólico?
—Ella, y ¿de qué demonios estás hablando? —
A.J. entrecerró los ojos inyectados en sangre—. Mi
hija está perfecta.

—¿Ella llora durante más de tres horas seguidas


sin ninguna razón que puedas ver?

A.J. asintió como un Bobble head4.

—Cólico. —Sin esperar una invitación, Tate


arrancó al bebé de las manos de A.J. y entró en el
apartamento. Tenía toda posibilidad de joder el
trabajo, pero esto era por la salud del bebé y su
felicidad. No podía darle la espalda.

—Ahora, espera un maldito minuto… —A.J.


trató de agarrar al bebé pero Tate no cedió.

—Le duele el estómago. Está llorando porque


ella está sufriendo. Mi hermana pequeña pasó por

4
Muñecos de cabeza desmesurada que representan tanto a personajes
de ficción, ya sean procedentes del cine, la animación o el cómic, como a personajes
reales tales como cantantes, actores o incluso políticos.
ello, al igual que dos de mis sobrinas y uno de mis
sobrinos. —Tate la puso sobre su hombro y calmó su
espalda—. Lo sé, hermosa —canturreó él—. Yo sé
que te duele, pero vamos a arreglarlo. —Se encogió
de hombros con un brazo cada vez, quitándose su
chaqueta.

Sus palabras hicieron parar a A.J. —¿Madeline


está enferma? —Parecía que estaba a punto de entrar
en pánico—. ¿Debo coger el coche, llevarla al
hospital?

Tate estaba a medio camino de sentir lástima por


el tipo hasta que recordó lo gilipollas que era A.J.
Negó con la cabeza. —Podemos arreglar esto aquí.
Ve a poner una toalla en la secadora, y cuando lo
hayas hecho, prepara un baño caliente para la
señorita Madeline. Mientras estás en ello, baja la
temperatura. Esto está como un horno.
Probablemente se está asando, pobre niña.

A.J. empezó a marcharse cuando se volvió,


dándole a Tate una mirada recelosa. —¿Puedo
confiar en ti?

Tate levantó una ceja. —¿Quieres que tu bebé


deje de llorar o no?
Esta vez, A.J. se fue.

A.J. no estaba seguro de creer todavía en


milagros, pero la tranquila criatura cubierta con el
antebrazo de Tate masajeándole la espalda tenía que
ser producto de una intervención divina. Después de
que A.J. la bañó, le puso un pañal limpio y un pijama
rosa, Tate había tomado la toalla de la secadora, la
apretó contra el vientre de Madeline, la colocó en la
posición actual, y procedió a masajear su espalda
hasta que ella estuvo relajada y feliz.

A.J. no estaba seguro si abrazar al hombre o tirar


billetes de cien dólares a sus pies.

—¿Cómo hiciste eso?

Tate sonrió, su mano frotaba la espalda de


Madeline haciendo pequeños círculos. —Te lo dije,
soy un veterano en esto. —Una vez que la niña se
calmó totalmente, dijo—, pásame una manta,
¿quieres?
A.J. le trajo al hombre una manta tan rápido que
estaba sorprendido de no haberse tropezado con sus
propios zapatos.

—¿Alguna vez has envuelto a un bebé antes?

—No —dijo A.J.—. ¿Duele esto?

Los labios de Tate se crisparon. —¿Puedo


hacerte una pregunta personal?

—Supongo que sí.

—¿Dónde está la madre de Madeline?

Era una pregunta razonable, pero no una que


A.J. pudiera contestar sin sentir que alguien
introducía una espada en su estómago. —Soy padre
soltero.

—Entiendo. —Tate señaló la mitad vacía del


sofá—. Extiende la manta en forma de diamante, ¿de
acuerdo?

A.J. asintió con la cabeza y empezó a extenderla.


Una vez que la manta estaba dispuesta a satisfacción
de Tate, le dijo: —Esta es tu segunda lección de
BABY 1015: pañales. —A.J. observaba con
embelesada fascinación como Tate acostaba a
Madeline en el centro de la manta y luego acomodó
sobre ella una complicada serie de pliegues hasta que
pareció un bebe burrito de mejillas sonrosadas.

—¿No estará incomoda, toda incapaz de mover


sus brazos y piernas de esa manera?

—No. —Tate recogió a Madeline en sus


brazos—. Justo lo contrario. Estar envueltos les
recuerda a los bebés el vientre materno. Les da una
sensación de seguridad, sobre todo cuando son
quisquillosos. ¿Ves?

A.J. miraba con asombro como los abiertos ojos


de Madeline se volvían pesados y se deslizaba hacia
el sueño.

Tate pasó el bebé envuelto a las manos de A.J. —


No mantengas tanto calor aquí, de ahora en adelante.
Mañana es posible que desees conseguirle unas gotas

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información sobre todo, desde el baño y la alimentación de su bebé para establecer
buenos hábitos de sueño, interpretar el llanto de su bebé, y saber cuándo llamar al
médico.
de probióticos6 para mezclar con su fórmula. Hace
maravillas en algunos bebés con cólicos. —Tate
agarró la chaqueta del sofá—. Bueno, cuídate.

—Espera. —Un temor no muy diferente a lo que


se imaginó sentir si cayese en un nido de serpientes
de cascabel hirió su organismo de alguna manera—.
¿Te vas?

—¿Por qué no? —Tate se encogió de hombros—.


He estado tratando de localizarte durante una
semana para informarte que tengo el dinero del
alquiler pero no tomas mis llamadas. Supongo que
eso significa que estás pensando en el desalojo, ¿no?

—Sí, pero no es lo que piensas. —A.J. no podía


explicar por qué quería el edificio de Tate, no de una
manera que Tate entendiera o le importara.

—Así es. No te preocupes, jefe, tengo tu número.


—Tate se dirigió a la puerta.

—No puedes simplemente dejarme así. —El


bebé estaba inquieto en su sueño, el terror aumentó

6
Los probióticos son microorganismos vivos que promueven beneficios para la salud,
especialmente en las mujeres, embarazadas, bebés y niños.
en A.J. multiplicándose por diez—. Por favor. Yo…
te voy a dar tres meses.

Tate se volvió para estudiarlo, la chaqueta


colgada al hombro como un Dios de la motocicleta.
No era que él antes no hubiera notado el increíble
semental de que era el tipo, con todo su pelo largo,
ondulado negro y esos penetrantes ojos marrones.
Por mucho que intentara no hacerlo.

—Dame un contrato de arrendamiento de un


año por la tienda y hablaremos de ello. —Tate se
cruzó de brazos, con una postura que mostraba a la
perfección todos los músculos desde su estómago.

—Seis meses —dijo A.J., orgulloso de que su voz


no revelara el hecho de que estaba deseando a un
hombre que apenas podía estar de pie en su propia
sala de estar—. Te voy a dar un contrato de
arrendamiento de seis meses por escrito y vamos a
hablar de renovación cuando se acabe el tiempo. —
Seguramente seis meses sería suficiente tiempo para
convencer a Tate de que ese pedazo de mierda de su
garaje debía ser derrumbado.

—Trato. —Tate lo miró con cautela—. Y a


cambio quiero…
—Para ti el contrato como niñero de Madeline.
—Sólo la perspectiva de no tener que ir por su cuenta
ya llenó a A.J. de alivio, pero había aprendido hace
tiempo a vivir en el antiguo axioma de confiar, pero
verificando antes—. Siempre que pases una revisión
de antecedentes, por supuesto.

Una de las esquinas de la boca de Tate se


levantó. —Por supuesto.

—Es un empleo interno, noches y algunos fines


de semana —dijo—. ¿Será eso un problema?

—Ser interno está bien para mí —la mirada de


Tate fue intensa e inquebrantable—, pero si vas en
serio acerca de la verificación de antecedentes, hay
algo que debes saber antes de perder nuestro tiempo.

El corazón de A.J. se hundió. Aquí venía, otro


zapatazo, la razón de que la única oportunidad que
tenía de unirse con la hija que estaba rápidamente
llegando a adorar estaba a punto de estallar en
llamas.

—Soy gay —dijo Tate con toda la delicadeza de


un luchador de sumo.

A.J. parpadeó. —¿Eso es todo? ¿Qué eres gay?


—Sí. Tengo mi tarjeta de afiliación en el bolsillo
si necesitas verla.

A.J. se sintió tan aliviado que aupó a Madeline.


Ella dejó escapar un aullido de indignación.

—Lo siento. Lo siento. —A.J. la meció y acarició


hasta que ella se calmó. Una vez que ella se recostó
hacía abajo miró a Tate—. Me importa un bledo con
quien te acuestas siempre y cuando no hagas
tonterías delante de la niña.

Tate soltó un bufido. —Eso no será un problema,


confía en mí.

A.J. se dijo que no era nada más que mera


curiosidad lo que le hizo preguntar. —¿Entonces, no
tienes un novio celoso que vaya a estar golpeando mi
puerta, preguntándose porque estás viviendo con
otro hombre?

—¿Esto es una parte normal de la entrevista o


una mala partida de Twenty Q? —Tate descruzó los
brazos y empezó a ponerse la chaqueta.

A.J. acunaba a una relajada Madeline en su


brazo derecho y levantó la mano izquierda. —Lo
siento. No quise ponerte nervioso. Mira… te
necesito, y maldita sea si estoy orgulloso de
admitirlo. —El orgullo requería más de dos horas de
valor de sueño por día—. Estoy dispuesto a pagar
mucho dinero, y pagaré el doble del sueldo la
primera semana si duermes en el sofá esta noche, así
por lo menos tengo la oportunidad de dormir más de
quince minutos de un tirón.

Tate dudó. —¿Cuál es tu idea de mucho dinero?

—Nueve cincuenta por semana más vacaciones


pagadas y el seguro completo. —A.J. ni siquiera
había pensado en el seguro hasta ese momento, pero
no era como si no pudiera pagarlo. En este punto él
le cambiaría su coche a Tate por una buena noche de
sueño.

Después de un largo y tenso momento, la


respuesta de Tate fue: —Muéstrame donde colgar la
chaqueta.

El primer pensamiento de A.J. cuando se


despertó a la mañana siguiente fue el sol está brillando.
Su siguiente pensamiento fue ¡Oh, dios mío, el sol está
brillando, ¿Qué le ha pasado a mi bebé? Salió corriendo
de la habitación, en nada más que sus calzoncillos.
Madeline no había dormido más de dos horas
seguidas desde que estaba con él. Todo tipo de
terribles escenarios volaron por su cabeza, sus
pensamientos corrieron tan rápido como su corazón.

Se detuvo en la cocina, tratando de recuperar el


aliento mientras observaba a Tate con el torso
desnudo sentado en la barra de desayuno, dándole el
biberón a Madeline. Una morena delgada que A.J. no
había visto nunca antes estaba al lado de Tate,
admirando al bebé.

—Buenos días —dijo Tate con una sonrisa—.


¿Has dormido bien?

—Madeline no me despertó. —A.J. entendió que


estaba de pie en nada más que su ropa interior
delante de un desconocido, pero simplemente no
pudo pasar por alto ese hecho.

Tate rodó los ojos. —Pensé que era la idea por la


que me contrataste.

La morena golpeó el brazo desnudo de Tate. —


No seas insensible. —Ella le sonrió a A.J.—. La
primera vez que mi hija mayor durmió toda la noche
me asustó de muerte. Todo lo que podía pensar era
que ella había dejado de respirar o algo así. Por
cierto, soy Deanna. Hermana de Tate. Me paré para
traer a este gran ―nani‖ una camisa limpia.

—A.J. Boyd. Encantado de conocerte. —


Realmente se sentía desnudo ahora, dijo—: Si me
disculpas… —Retrocedió con tanta gracia como
podía por el pasillo un hombre que vestía unos
calzoncillos de seda de Bob Esponja.

Cuando regresó después de ponerse un par de


jeans y una camisa de manga larga, Deanna se había
ido. —Tu hermana no tenía que irse por mí. —A.J.
olfateó el aire—. ¿Es café lo que huelo?

—Espero que no te importe. —Dijo Tate—.


Empecé el desayuno. Hay huevos calentándose en la
parte posterior del fogón y magdalenas en el horno.

¿Importarme? El estómago de A.J. quería lanzar


al hombre a una fiesta. —No. Quiero que te sientas
como en casa.

—Gracias, pero no quiero ser prepotente. No


habría invitado a Deanna sin preguntar, pero
Madeline vomitó por toda mi camisa, y tengo que
abrir el garaje pronto. Tenía miedo de no tener
tiempo para correr a casa y cambiarme. —Tate sonrió
mientras Madeline terminó lo último de su biberón
con un suave suspiro. Él dejó el biberón sobre la
mesa, echó un paño de cocina por encima de su
hombro, puso a Madeline en posición, y la hizo
eructar como una campeona.

A.J. se quedó impresionado. —A mí me cuesta


un montón de tiempo hacerla eructar.

—Probablemente porque tienes miedo de


hacerle daño, así que no le das suficientes
palmaditas. —Tate besó la suave pelusa blanca que
cubría la cabeza del bebé—. Espero que esté bien que
haya dejado a Deanna que consiguiera algunas de
esas gotas probióticos de las que te hablé. Puse un
poco en el biberón de esta mañana.

—No. Quiero decir. Eso es genial. Gracias. —A.J.


apenas dijo las palabras antes de que Tate le
entregara a Madeline. Una vez más, el pánico se
apoderó de él—. Espera. ¿Te vas?

—Dijiste que me pagarías mil novecientos mi


primera semana si me quedaba en el sofá anoche. —
Tate entró en la sala de estar, donde una camiseta
limpia yacía en la parte de atrás de una de las sillas
ultramodernas de A.J—. Lo hice. Ese posmodernista,
como lo quieras llamar, alta pieza de diseño de la
creación basura que llaman sofá mató mi espalda,
pero lo hice. —Tiró la camiseta por encima de su
cabeza, no dando a A.J. otra opción, sólo notar como
los músculos de su estómago se ondulaban con cada
movimiento que hacía—. Tu hija está limpia,
alimentada y feliz por lo que puedo ver. —Volvió a
través de la habitación para dejar a Madeline
envolver sus dedos diminutos alrededor de los
suyos—. Ahora si no me das una buena razón por la
que no pueda irme, me voy a trabajar.

A.J. se sentía como un utensilio total. Allí estaba


él, un tipo que había diezmado los consejos de
administración y propiedad de una buena parte de la
gran ciudad de Chicago. El mismo tipo con la
reputación de ser un tiburón inmobiliario estaba
completa y totalmente deshecho por su propio bebé.

Pues bien, que así sea.

—¿Y si ella se pone a llorar otra vez?

Al principio pensó que Tate se iba a reír de él.


Dios sabe que había tratado al hombre bastante mal
y que Tate podía cobrar su venganza. En cambio,
Tate sacó su cartera y sacó una tarjeta de visita
maltratada de Road Hog Custom Cycles.

—Me imagino que ya tienes el número del


garaje, pero mi móvil está aquí también, en el caso de
que esté con un cliente. —Apretó la tarjeta en la
mano libre de A.J., su toque fue cálido—. ¿Te
acuerdas de cómo te enseñé para envolverla?

A.J. pensó en el proceso. —Lo recuerdo.

—Bueno. Trata con eso si ella se pone


quisquillosa y nada funciona. Después de cerrar el
garaje, pasaré por mi casa, recogeré algo de ropa y
estaré de vuelta aquí, por ejemplo ¿en torno a las
siete?

—Okay. —A.J. miró a Tate, rezando para que las


siete llegaran muy, muy rápido.

La mañana de Tate fue bien teniendo en cuenta


que había pasado la noche en el sofá del infierno.
Madeline era una cosita dulce, y una vez que su
estómago se hubo asentado, había dormido por
intervalos de tres horas, sólo despertándose dos
veces durante la noche para su alimentación. Tate
llegó a trabajar con un buen estado de ánimo, él y
Gordy Brown –el empleado a tiempo parcial con el
que iba tirando para no quedarse colgado– estaban
bien dentro del organigrama de los turnos que Tate
había creado para cuando tuviera un día nefasto y se
volviera todo negro.

Marv y Francis Michaelson entraron en su


garaje, llevando el mismo aspecto que llevaban cada
vez que se preparaban para destrozar su vida.
Tate dio a los Michaelsons la misma mirada que
les daba cada vez que los veía, buscando algún
atisbo de la risa del hombre de gran corazón que
había amado tanto, en los estériles androides sin
emociones que lo habían criado.

No por primera vez, Tate se preguntó si tal vez


Christian había sido cambiado al nacer con el
verdadero niño de los Michaelsons.

Tate se limpió las manos sucias en un trapo. —


¿Qué están haciendo aquí? —Además de joder lo que
queda de mi vida.

—Hemos venido a felicitarte por tu nuevo


trabajo —dijo Francis con una voz que podría
romper el vidrio—. Es irónico que estés al cuidado
del hijo de otro hombre después que mataste al
nuestro.

A Tate se le heló la sangre. No sabía cómo


habían averiguado sobre A.J., pero era obvio por sus
expresiones engreídas que ya habían hablado con él.
—No te preocupes —dijo Marv con los ojos del
mismo color que Christian pero sin todo su calor—.
Nosotros ya le dijimos todo acerca de ti.

Francis puso una esquelética mano en el codo de


su marido. —No me molestaría en volver allí esta
noche, si fuera tú.

Gordy se colocó detrás de Tate. —¿Quieres que


llame a la policía?

Tate sacudió la cabeza. Había aprendido hace


mucho tiempo que nadie le podía ayudar con estos
dos interesados. Miró a las pesadillas de su
existencia. —¿Por qué me hacen esto?

—¿Sabes por qué? —Francis dio un paso hacia


él, con una luz salvaje en sus ojos—. Si puedo hacerte
sentir siquiera una fracción de mi dolor, todo lo que
estamos haciendo ahora valdrá la pena.

¿Dolor? ¿Ella quería dolor? Tate se habría reído si


no hubiera sido tan jodidamente triste. Ahora sentía
dolor. Hace dos años, cuando él había sostenido la
mano de Christian, mientras que el monitor cardiaco
pasó de un pitido constante a un silbido agudo, ese
no había sido dolor.
Fue la agonía.

Tate se humedeció los labios. —Acusarme con


documentos legales es una cosa. Acosarme en el
trabajo es otra.

—Le ganaste al sistema de justicia una vez. —


Marv intervino junto a su esposa, sus gruesas
mejillas le recordaron a Tate las de un buldog
inglés—. Hemos decidido cubrir nuestras apuestas.

Tate estaba a punto de decirle donde podía


seguir esas apuestas cuando la puerta de la tienda se
abrió y A.J. corrió dentro. Por lo menos lo intentó.
Parecía estar teniendo un momento difícil haciendo
malabarismos con la puerta y la mochila portabebés
que tenía en la mano como si estuviera aterrorizado
de que se le cayera.

Gordy se precipitó a través de la tienda para


ayudarlo con la puerta. Tate habría ido a ayudar a
A.J., pero había aprendido hacía mucho tiempo que
nunca debía apartar los ojos de los Michaelsons.

—Gracias —le dijo A.J. a Gordy. Él y Madeline –


por lo menos, Tate imaginó que Madeline tenía que
estar bajo esa pila de mantas– se dirigieron a su
lado—. ¿Hay algún problema? —dijo A.J.

—No. —Tate mantuvo la mirada fija en Marv y


Francis—. ¿Madeline está bien?

—Sí. O lo estaba hasta que estos dos


irrumpieron en mi casa y ella se despertó de su
siesta. —A.J. empujó el portabebés en las manos de
Tate—. ¿Por qué no la compruebas por mí?

—A.J…

—Adelante, Tate. —Este era el A.J. Boyd, que


Tate conocía mejor: A.J. el bastardo, el magnate de
los negocios. El que había infundido miedo en los
corazones de criaturas mucho mejores que los
Michaelsons.

Tate llevó el portabebés de Madeline hasta el


lavabo de la tienda, para lavarse bien las manos
antes de desenvolverla y levantarla. Podría haber
sido su imaginación –o la gasolina– pero parecía que
ella le sonreía.

—Pensé —A.J. dijo en un tono aburrido—, qué


les dije a los dos que se quedaran fuera de mi
propiedad.
—Salimos de su casa —resopló Francis—. El
garaje de Tate es un edificio público.

—Que me pertenece. —A.J. miró hacia atrás a


Tate, que estaba asentando a Madeline en el hueco
de brazo—. ¿Los quieres aquí?

—Hum… —Tate miró al bebé—. Um, no.

—Puedo conseguir una orden de protección si es


necesario —A.J. les dijo a los Michaelsons en lo que
Tate pensó era su voz en la sala de juntas.

—No. Nos vamos. —Marv apuntó con un dedo


a Tate—. No hemos terminado.

—Nunca lo hemos hecho. —Tate los vio alejarse,


preguntándose si era así como se sintió Atlas7
sosteniendo el cielo con las manos desnudas.
Algunos días le parecía que sus cargas tarde o
temprano se harían tan pesadas que colapsarían
sobre él.

7
En la mitología griega, Atlas o Atlante (en griego antiguo ‘portar’, ‘soportar’) era un
joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros con los pilares que
mantenían la Tierra (gea) separada de los cielos (urano)
—¿Estás bien? —A.J. tomó a Madeline de sus
brazos, luego hizo una inspección visual de daños.
De Tate, no de Madeline.

—Sí. —Tate se apartó el pelo fuera de los ojos,


algunas de los largos mechones se habían escapado
de la cola de caballo que llevaba a la nuca cuando
estaba trabajando—. Supongo que te dieron un
rapapolvo, ¿eh?

En vez de contestar directamente, A.J. se giró


hacia Gordy. —¿Puedes controlar este lugar, cerrar
esta tarde?

Gordy se encogió de hombros. —Ya lo he hecho


antes.

Tate sacudió la cabeza. —Tengo trabajo que


hacer. —Él ya sabía que A.J. iba a despedirlo. Bien
podría hacerlo aquí—. Mira, sé que no me quieres
cerca de tu hija ya. Lo entiendo. Yo…

—Tú no conoces a Jack —dijo A.J. con una


mezcla homogénea de ácido y acero sólido—. Ahora
cállate y sígueme a mi casa.
A.J. tenía una corta lista de personas en su vida
por las que se sentía protector. Su madre, su
hermana y Max, sus abuelos –Joe Smithon, su primer
novio y Sherlly Hendryx, su primera novia– Cindy, y
ahora Madeline. El hecho de que Tate Fuller
estuviera rápidamente ganándose un lugar en la lista
de A.J. ―La gente que tú jodes bajo tú propio riesgo‖
probablemente debería haberle preocupado, pero
ahora tenía cosas más importantes de las que
preocuparse, como borrar la miseria absoluta del
rostro de Tate.

Madeline se había quedado dormida durante el


viaje de vuelta a casa, así que A.J. la dejó en el
portabebés, pero lo colocó a sus pies donde pudiera
verla.

Tate le dio su primera sonrisa desde que


entraron por la puerta. Era débil, pero A.J. la tomó.
—Tú sabes que no va a desaparecer si dejas de
mirarla, ¿verdad?
—Lo sé. Quiero decir, tengo un sobrino de siete
años que estoy loco por él, pero es diferente, ¿sabes?
—Tenía la sensación de que Tate lo entendía.

Tate asintió. —Las sobrinas y sobrinos son una


pasada, pero al final del día se envían de vuelta a
casa.

—Correcto. —A.J. miró lo que tenía que ser la


cara más hermosa que había visto nunca—. Ella es
mía para cuidarla. Para protegerla. —Nunca se había
dado cuenta de lo que era su lugar en el mundo
hasta que tuvo a Madeline por primera vez y
entendió que era lo único que se interponía entre ella
y todas las cosas malas que vio en las noticias. Se
obligó a no caer en un estado de trastorno obsesivo–
compulsivo, A.J. miró a Tate—. Háblame de los
Michaelsons.

—¿Por qué? —Tate se sentó con la fuerza


suficiente para sacudir el armazón de la silla—. Estoy
seguro de que te dijeron un montón.

—No he llegado a donde estoy sin aprender a


mirar todas las partes de un acuerdo. —A.J. se
levantó del sofá, fue a la cocina y volvió con una
cerveza que presionó en la mano de Tate—. Ahora,
dime.
Tate desenroscó la tapa y tomó tres tragos antes
de decir: —Salí con su hijo, que murió, y ellos me
odian.

—Christian, el único hijo de los Michaelsons.

Tate tomó otro trago —Adivino que te dieron


una charla.

—Creo que sabes lo que me dijeron. —Y A.J.


estaba bastante seguro de que el noventa por ciento
de que lo que había oído era una mierda—. ¿Ahora
vas a contarme o voy a tener que preguntar a la
persona que está revisando tus antecedentes para
profundizar un poco más? Va a salir de tu primera
semana de pago si lo hago —añadió alegremente.

—Bastardo —dijo Tate sin malicia. Suspiró, su


única muestra de rendición—. Christian y yo nos
conocimos hace cuatro años. Él y algunos de sus
jóvenes amigos ricos entraron en mi tienda, mirando
las motos.

—¿Era más joven que tú?

—Seis años. Veintitrés a veintinueve. —Tate


rodó el dedo índice por el borde de la botella de
cerveza—. En el momento en que lo vi… —Tate
sacudió la cabeza—. La química entre nosotros, fue
una locura.

A.J. entendió. Lo mismo le ocurría a él cuando


estaba con alguien, ya fuera hombre o mujer. Había
sido desde que era un adolescente. Fue como
entendió finalmente que era bisexual y no
simplemente gay o heterosexual. No lo había hecho
más fácil para aceptarse a sí mismo, pero al menos
estaba en un buen lugar con ello ahora. Y si sentía
algunas de esas mismas chispas inducidas
químicamente cada vez que estaba a unos seis
metros de Tate Fuller… bien, se ocuparía de eso más
tarde.

Como nunca.

—Te ahorraré los detalles —prosiguió Tate—,


las cosas se pusieron pesadas entre nosotros muy
rápido. —Sus labios hicieron un gesto de disgusto—.
A los Michaelsons no les hizo gracia.

—¿No les gustaba que Christian fuera gay? —


Gracias a Dios que A.J. tenía una buena madre. Casi
compensado por tener un infierno de padre.
—Al contrario, les gustó mucho. —Tate se
inclinó hacia delante, acunando la botella de cerveza
en sus manos—. Los Michaelsons son grandes en la
escena de la sociedad-de-la-caridad- cualquier-cosa-
que-les-consiga-atención. Tener un hijo gay era como
un regalo de los dioses progresistas.

—Ah —dijo A.J—. Muchas reuniones de LGBT


en la agenda de Francis Michaelsons.

—Oh, sí. —Tate se estremeció—. Deberías


haberla visto marchar en su primer desfile del
Orgullo. No has vivido hasta que has visto a una
dama de sociedad abrazando a un hombre que
llevaba un collar de perro y chaparreras.

—Voy a pasar. —A.J. imaginó que pasaría un


tiempo hasta que sacara esa imagen de su cabeza—.
Así que, si estaban bien con que Christian fuera gay,
¿cuál era el problema?

—Yo. Los Michaelsons podrían ser los chicos del


cartel para la defensa de los marginados, pero eso no
significa que ellos querían que su único hijo
estuviera con un asalariado. —Tate se echó hacia
atrás en su silla, con los ojos pesados, pero si era
dolor o los recuerdos, A.J. no podía decirlo—. Los
Michaelsons veían a Christian establecerse con un
buen médico o un abogado, alguien que pudiera
acabar con el Sida o librar a los pobres de la
adversidad —dijo Tate con un toque teatral. Negó
con la cabeza—. Cuando se fue a vivir con un
mecánico de motocicletas de una familia de clase
trabajadora, fue un duro golpe.

—Constructor de motocicletas —corrigió A.J.


Cuando Tate lo miró, le dijo—: Eres más que un
mecánico, y lo sabes.

—Para los Michaelsons, eso es semántica. Ellos


no querían nada que ver conmigo, y muy poco que
ver con Christian en los dos años que estuvimos
juntos. —Los labios de Tate se levantaron en una
sonrisa tensa—. No es que a él le importara. Él y yo
éramos felices juntos. Eso es todo lo que le importaba
a Christian.

Christian sonaba como un buen hombre.


Desafortunadamente, A.J. había oído bastante de los
Michaelsons para conocer que esta historia no tenía
un final feliz. —Cuéntame el resto, Tate.

—Christian nunca llegó a comprarme la moto


que él y sus amigos vinieron a buscar el primer día
que nos conocimos. En su lugar, decidí construir una
como regalo. Era muy difícil mantenerlo en secreto,
pero lo logré. Se la di en nuestro segundo
aniversario. —Las palabras de Tate eran desiguales y
crudas—. El peor error de mi vida. Iba… él iba
conduciendo por una carretera resbaladiza por la
lluvia. Perdió el control y… —No terminó, pero A.J.
no necesitó que lo hiciera.

Él consiguió esa parte de los Michaelsons.

—Háblame de la demanda. —A.J. sabía que se


estaba metiendo en una herida abierta, pero tenía
que saber con lo que estaba tratando.

—Las demandas, querrás decir. —Tate sonaba


más cansado que enfadado, ahora—. La primera vez
que los Michaelsons me demandaron tenían razón,
fue después de la muerte de Christian. Alegaron que
un defecto en el diseño de la moto causó el accidente.

A.J. sólo podía imaginarse cómo una acusación


como esa –y mucho menos una prueba– había
diezmado a Tate. —¿Qué pasó?

—El jurado falló a mi favor, pero el costo de mi


defensa… —Tate hizo un movimiento de rotación
con la mano que sostenía la botella de cerveza—. Los
Michaelsons se dispusieron a arruinarme, y así lo
hicieron, ganara o perdiera. No tuvieron que pagar
mis costas legales después de haber ganado porque
el juez consideró que habían sufrido lo suficiente.

A.J. por lo general tenía la cantidad justa de


respeto por el sistema de justicia estadounidense.
Hoy en día, no tanto. —¿Y la otra demanda?

—La interpusieron la semana pasada. —Tate


terminó el resto de su cerveza—. Muerte por
negligencia.

—¿Otra vez?

—Christian… —Tate se atragantó y pasó un


minuto antes de poder hablar—. Christian no murió
en el lugar del accidente. Tenía heridas en la cabeza,
pero estaba vivo cuando llegó la ambulancia. Él… él
estuvo en coma durante seis días. Yo tenía un poder
notarial… –ambos nos lo hicimos, por si– por lo que
cuando los médicos me dijeron que tenía muerte
cerebral…

—Tomaste la decisión de desconectar las


máquinas que lo mantenían con vida. —A.J. sentía
como si estuviera siendo torturado por grados,
viendo a Tate revivir su infierno privado.
Tate asintió con rigidez. —Christian y yo
hablamos de eso el día que firmamos los papeles de
nuestra vida en común. Yo sabía que no quería estar
el resto de su vida conectado a una máquina, sin
esperanza de recuperación. —Dejó escapar el
aliento—. Los Michaelsons no lo ven así. Pelearon
contra mí, trataron de decir que estaba tras la póliza
de seguro de vida de Christian.

Una bola de ira caliente agitó el intestino de A.J.


—¿Es de eso de lo que trata esta última demanda?

—Parte de ello. Están reclamando que tiré del


enchufe para poner mis manos en el seguro de vida
de Christian. —Tate miró a A.J. a los ojos—. Los
cinco mil dólares del mismo.

—Jesucristo.

—Gente agradable, los Michaelsons. —Tate se


levantó de la silla—. Mira… debería haberte hablado
de eso antes de que me contrataras. Si quieres que
me vaya, lo entenderé…

—La madre de Madeline me dejó, luego utilizó


embriones congelados que me dijo que habían sido
destruidos para quedarse embarazada de mi bebé, y
nunca me lo dijo. —A.J. pensó que no era mucho
para cambiar de tema, pero al menos calló a Tate.

Tate se recostó en su silla. —Mierda.

—Se pone mejor —dijo A.J—. Cometí el error de


decirle a Cindy que era bisexual. Pensé que estando
casados, no debería haber nada por lo que no confiar
en ella, ¿correcto?

Tate asintió inexpresivamente.

—Yo era cien por cien fiel a mi mujer. Por lo


tanto, nunca toqué a otra persona –hombre o mujer–
desde el día que conocí a Cindy hasta que me sacó de
su vida. —A.J. recordó la arrolladora necesidad que
él había tenido con Cindy, como ella había sido lo
único en su órbita, como sabía que sería así el resto
de su vida—. Pensé que seríamos sólo ella y yo para
largo. —No podía dejar la amargura que se deslizó
en su voz—. Cuando me dejó, me dijo que era
porque ella pensó finalmente que una mujer no sería
suficiente para mantenerme satisfecho. Dijo que me
estaba dejando antes de que tuviera la oportunidad
de engañarla con un hombre. —Odiaba que todavía
le doliera después de tanto tiempo.
—Eso es un tanto disparatado... —Tate miró la
cara dormida de Madeline—. Justo un disparate.

—Estoy de acuerdo, pero Cindy se mantuvo


firme. —A.J. no podía creer lo fácil que era contarle a
Tate estas cosas. Apenas había hablado de Cindy con
su familia—. Nunca oí hablar de ella otra vez, no
después de que ella acabara con el matrimonio. El
divorcio lo manejaron nuestros abogados. Luego, la
semana pasada, recibí una llamada telefónica
diciéndome que Cindy estaba muerta, oh, y
enhorabuena, soy padre.

A.J. vio cuando Tate lo tuvo. —La llamada


telefónica que tomaste mientras estabas en mi garaje.

—Sí, sólo que no sabía todo eso en ese momento


o probablemente me hubiera matado tratando de
llegar al centro. —A.J. se agachó para enderezar la
manta de Madeline—. Tú no eres el único con una
historia desastrosa que contar.

—Si esto es un concurso para ver quién de


nosotros ha sido más traumatizado —Tate se recostó
en la silla—. Me temo que tendrás que traer a un juez
independiente. Estoy un poco sesgado por el
momento.
—No hay necesidad de concurso —dijo A.J—.
Estoy dispuesto a dejar de tomar la delantera por un
tiempo. Mira, sé que has tenido un infierno de día y
aún ni siquiera es mediodía, pero creo que te das
cuenta que ahora no tengo ninguna intención de
despedirte.

Tate lo miró con cautela. —¿Y?

—Y, puesto que se trata de un empleo interno y


odias mi sofá, tendremos que conseguir que te
mudes a la habitación de invitados, lo que significa
comprar muebles.

—¿Tienes una habitación sin amueblar? —Tate


bien podría haber dicho, ¿de qué planeta vienes?

—Estaba planeando que empezaras la semana


que viene, si quieres saberlo. —A.J. le dio su mejor
sonrisa tímida—. ¿Qué puedo decir? Tiempos
desesperados requieren medidas desesperadas. —
Eligió sus siguientes palabras con cuidado—. Ahora
que ya has comenzado y me he familiarizado de
nuevo con la alegría de una noche completa de
sueño, ¿por qué no nos tomamos el resto del día para
ir a comprar muebles? Tú, yo, y Madeline. Incluso
tomaremos tiempo para almorzar. —Cuando parecía
que Tate argumentaría, A.J. dijo—: Es eso u otra
noche en el sofá.

La amenaza consiguió poner a Tate en


movimiento como ninguna otra cosa podía hacerlo.
—Voy a asearme un poco primero.

A.J. asintió con la cabeza. Esperó hasta que Tate


salió de la habitación, luego sacó su teléfono móvil
del bolsillo y tecleó en su guía de contactos.
Encontrando el número que quería, esperó hasta que
la otra parte se puso al teléfono y le dijo: —¿Ralph?
Sí, soy A.J. Tengo un trabajo para ti. Necesito que
averigües todo lo que puedas de Marv –
probablemente Marvin– y Francis Michaelsons.
Las próximas dos semanas sorprendieron
incluso a las fantasías más vívidas de Tate. No sólo él
y A.J. se llevaban bien, en realidad estaba
empezando a gustarle el tipo. Y Madeline… Tate
estaba loco por esa niña. Tenía que ser la criatura de
dos meses más inteligente que Dios había creado, sus
sobrinas y sobrinos aparte. Los tres estaban cayendo
en una rutina. A.J. tenía a Madeline en la oficina
durante el día, y Tate iba directamente a la casa de
A.J. cuando cerraba la tienda. Cenaban juntos,
cuidaban al bebé, veían la televisión: era
completamente doméstico.

Tate tenía que recordarse a sí mismo que era


sólo un trabajo para no tomarle mucho el gusto. Su
creciente atracción hacía A.J. Boyd no estaba
ayudando en la cuestión, tampoco. Ni el hecho de
que A.J. salía cada mañana a desayunar en un par de
ridículos calzoncillos, de personajes de dibujos
animados.

Hoy dedicado a Scooby y la pandilla.


—Sabes… —Tate hizo eructar a Madeline, la
beso dulcemente en la mejilla, y luego la acomodó en
su asiento de bebé—. Trato de no juzgar a un hombre
por lo que lleva puesto, pero me resulta difícil
tomarlo en serio cuando tiene un perro animado en
su culo.

—Sólo deseas que tu culo esté tan entonado


como el mío. —A.J., se sirvió una taza de café—. Max
me compra esto para Navidad y los cumpleaños. No
tengo corazón para no usarlos.

Tratando de no pensar en el culo de A.J., Tate


aprovechó el tema de la familia. —¿Tu hermana no te
habla aún?

—Muy poco, pero algo es algo, al menos. —A.J.


levantó la taza a los labios y la sopló—. Nunca
hubiera dado a Madeline. ¿Dios mío, no pudo ver
Jessica bajo el estrés que estaba?

—Al menos os estáis comunicando otra vez. —


A.J. le había contado acerca de la pelea con su
hermana. Tate sabía que tenía que ser duro, pero
tenía el presentimiento de que trabajarían a través de
ello. Echó un vistazo a su reloj—. Dess… quiero decir
me despido. Tengo que irme. —Se inclinó para darle
un beso a Madeline—. Nos vemos esta noche. —Se
fue con la extraña sensación de que debería haber
dado un beso de despedida a A.J., también.

Al principio A.J. se había preocupado por su


decisión de llevar a Madeline a la oficina con él, pero
después de sólo dos semanas, no podía recordar
cómo había conseguido hacer antes cualquier trabajo
sin ella. Los empleados de Bienes Raíces y Desarrollo
Boyd adoptaron a Madeline como su mascota no
oficial, y si A.J. estaba siempre ocupado cuando la
niña lo necesitaba, siempre había alguien allí,
deseoso de lanzarse.

A.J. estaba tan agradecido que estudiaba


comenzar un servicio de guardería infantil dentro de
la compañía para el resto de su personal.

El mayor apoyo de A.J. era su secretaria, Leticia


Pippen. Una ex patriota británica y abuela de cuatro,
Leticia había estado con A.J. durante nueve años,
desde que era un as de los negocios de veintisiete
años de edad, dejando las maravillas de Wall Street
para enredarse en el mundo de bienes raíces, y
parecía encantada con el cambio.
—La señorita tiene un pañal limpio, el estómago
lleno, y es por lo que me atrevo a decir que será una
larga siesta —Leticia dijo mientras se acercaba a la
oficina de A.J. desde la habitación sobrante que
habían convertido en un cuarto infantil para
Madeline.

—Gracias, Lettie. Lamento que hayas tenido que


ocuparte. —Hizo una mueca—. Los inversores en el
acuerdo de rehabilitación de la zona sur estaban en
una conferencia a tres bandas. Pensé que decir ―mi
bebé tiene el pañal sucio‖ no era una buena excusa
para mantenerlos en espera.

—Son muy agresivos, si me pregunta. —Leticia


resopló—. Hablando de esperar, hay un señor que
espera por usted en la zona de recepción. Señor
Story.

Las palmas de A.J. se pusieron húmedas, pero se


frenó antes de tener la oportunidad de entrar en
pánico. Story había prometido ponerse en contacto
con él una vez que el testamento de Cindy fuese
legalizado, y también había prometido apresurarlo.
A.J. se dijo que toda esta visita trataba de eso, sólo
Story siguiendo una promesa.
Lo malo que el corazón de A.J. no lo acababa de
creer.

Leticia le mostró a Story la oficina de A.J. y


luego discretamente se excusó. A.J. sabía que estaba
en problemas cuando le ofreció a Story una taza de
café y un asiento, y rehusó ambas cosas.

—No creí que los abogados trabajaran el día


antes de Acción de Gracias. —La broma de A.J. cayó
tan plana como la cara de Story.

—Tiene que entender que no sabía nada de esto


—dijo Story. Sacó un sobre del bolsillo interior del
abrigo que aún no se había quitado—. Apresuré a
través de la legalización como prometí tan pronto
como terminé, apareció una amiga de Cinthya en mi
oficina con esto. Corrine. La recuerda, estoy seguro.
Ella es la que…

—Ella es quien mantuvo a Madeline después


que Cindy murió. —A.J. buscó en su memoria una
imagen de Corrine, pero lo mejor que tuvo fue un
recuerdo suave de pelo marrón y una camisa azul.
Miró al sobre en la mano de Story de la misma
manera que lo haría una cobra irritada—. ¿Va a
decirme lo que hay ahí o ésta es la parte donde
adivino?
Story colocó un sobre encima del escritorio de
A.J. —Nunca hubiera acordado representar a
Cinthya si hubiera sabido lo que… —Negó con la
cabeza—. Contrariamente a la reputación de los
abogados, no estoy en el negocio de jugar con la vida
de las personas. —Dio una mirada tan profunda y
penetrante tan llena de piedad que A.J. casi se ahoga
en ella, y luego se fue.

Las manos de A.J. temblaban tanto después del


relato de Story que apenas podía abrir el sobre.
Reconoció la letra de Cindy en el momento que
desplegó la página. A mitad de camino en el primer
párrafo, el temblor dio pasos a violentas sacudidas, y
en el párrafo número dos dejó de leer, cogió el
teléfono, y llamó a la única persona cuya voz quería
oír.

—Jesús H. Cristo. —Era la cuarta vez que Tate lo


había dicho, pero esta vez A.J. sonrió.

—Siempre me he preguntado qué significa la H.


—Hernry, según mi tío Pete, pero él es un
borracho, así que no se le puede tomar en serio. —
Tate se sentó en un taburete junto a A.J. Estaban en
la mesa de la cocina en la barra del desayuno.
Madeline había estado durmiendo un ratito, pero
ellos seguían sentados, hablando, pero no más cerca
de una solución.

Tate puso sus manos con las palmas hacía abajo


en el granito. —Dime lo que dice la carta.

—Tate… —Ya habían hablado sobre esto.

—Una vez más, A.J. tenemos que asegurarnos


de que no nos hemos perdido nada, si queremos
llegar a una solución.

Nosotros. No tú, sino nosotros. Y eso, en pocas


palabras, era la razón por la que A.J. había llamado a
Tate antes que a cualquier otro. Por qué en el poco
tiempo que lo había conocido, había llegado a
admitir que Tate era el tipo de persona que ayudaba
a las personas que consideraba amigos, para hacer de
sus problemas los suyos, para asumir cargas que no
esperaba.

Que Dios lo ayudara, A.J. quería contar con eso.


Suspiró. —Según la carta, Cindy sobornó a un
médico para implantar los óvulos de otra mujer con
mi esperma sin mi consentimiento. —Se estremeció
al pensar en ellos como algo salido de una mala
película de ciencia ficción—. Todas esas veces que
pensé que iba a una clínica de buena reputación y
dando mis, um... donaciones para que Cindy y yo
pudiéramos concebir… Cindy ya sabía que sus
óvulos no eran viables. —No se molestó en ocultar
su angustia ante Tate—. Ella planeó esto, Tate. La
separación, el embarazo, todo.

Tate dio unos golpecitos con los dedos sobre la


encimera de granito. —No entiendo todo el secreto.
¿Por qué no te dijo simplemente que desecharon sus
óvulos, después pasáis por los tratamientos, tenéis
un bebé, y vivís felices para siempre?

—Es la razón por la que fueron desechados sus


óvulos. —Una razón que le rebanaba el tuétano a
pesar de que Cindy lo dejó hace mucho tiempo—.
Durante un tiempo, yo trabajaba muchas horas,
tratando de hacerlo en las grandes ligas. Nunca
estaba en casa y… —No le había contado esta parte a
Tate, y no le salían las palabras.

Tate no era ningún tonto. —Ella tuvo una


aventura.
A.J. asintió con la cabeza. —Su novio, novios,
Dios… Ni siquiera sé cuántos tuvo, le pasó una
enfermedad venérea. La carta no decía cuál, pero
parece ser que la dejó estéril.

Los ojos de Tate se agrandaron. —Estás…

—Estoy limpio —dijo A.J. en voz baja—. Me


reviso dos veces al año, para todo, desde SIDA hasta
padrastros.

—Gracias a Dios. —Tate se inclinó sobre la


encimera y le apretó la muñeca. Sólo un toque fugaz,
pero cálido y real, exactamente lo que A.J. necesitaba.

—Por lo tanto, ¿cuáles son tus opciones? —Dijo


Tate mientras replegaba su mano—. ¿Cazar al tipo
que Cindy sobornó y procesar su culo?

—Desearía que fuera así de simple. —A.J. pensó


en Madeline, en ese rostro dulce e inocente que no
sería capaz de ver todos los días, si no hubiera sido
por la duplicidad de Cindy—. Cindy consiguió una
cantidad infame de dinero de nuestro acuerdo de
divorcio, una buena parte de la cual se utilizó para
pagar a este hombre por hacer su trabajo sucio. Estoy
seguro que el buen doctor ha hecho desaparecer ese
dinero de la faz de la tierra. Y eso no es lo peor. —
Toda la lucha lo abandonó, y A.J. estaba
repentinamente tan cansado que no estaba seguro de
cómo permanecía erguido todavía.

Tate se acercó, como si estuviera listo para


sostenerlo, si fuera necesario. —Estoy listo.

—Cindy me conocía, Tate. Sabía que una vez


que pusiera los ojos en Madeline iba a amarla más
que a mi propia vida. —A.J. apoyó la cabeza en sus
brazos—. Es por eso que se llevó los embriones
restantes y los trasladó a una instalación de
almacenamiento de criogenización respetable.

—¿Restantes? —Tate retrocedió—. No me


dijiste…

—Sí, estoy teniendo una parte difícil para lidiar


con eso. —A.J. se sentía sorprendido ahora, siete
horas más tarde, cuando había leído por primera vez
la carta de Cindy—. De acuerdo con mi ex esposa,
tengo siete embriones por ahí, esperando a que yo
decida si viven o mueren.
Tate se despertó alrededor de las cinco, se puso
una sudadera, y se coló a la habitación de la niña
para comprobarla. Encontró a A.J. sentado en la
mecedora, dándole los restos de un biberón. —
Buenos días.

A.J. hizo una mueca.

—¿Dormiste algo?

—Creo que unos treinta o cuarenta minutos aquí


y allá. —A.J. le puso el chupete a Madeline. Tate la
agarró, rozando el pecho desnudo de A.J. cuando la
levantó en sus brazos. A.J. se estremeció.

Tate fingió no darse cuenta. Puso a la niña en su


cuna, a continuación, sostuvo la puerta abierta
mientras que A.J. lo siguió fuera de la habitación.
Sonrió ante la elección de los bóxer de A.J.: los Pica
piedra.
A.J. fue para la cocina, dirigiéndose
directamente a la cafetera. —Supongo que tienes
grandes planes con tu familia hoy, ¿eh?

Mierda. Acción de Gracias. Tate apenas había


pensado en ello. —Mi madre por lo general tiene una
gran tarea para hacer, pero con nueve hijos, ¿cómo
puede ser de otra manera? —Agarró algunos rollos
de canela del congelador para calentarlos al horno—.
¿Y tú? ¿Tú familia tiene algo planeado?

—Este año no, no con mi abuela en la forma que


se encuentra. —A.J. vertió café molido en el filtro de
la cafetera—. Menos mal que no estoy para una
fiesta, ¿no?

Tate hizo una pausa, sus dedos todavía en la


bandeja de horno que había estado tratando de
alcanzar. Se volvió para mirarlo. —Tú tienes
opciones. Sólo porque tu ex esposa era una egoísta….

—¿Te he dicho que Cindy era una niña


adoptada? —A.J. vertió agua en la cafetera—. Creo
que ella había planeado implantarse finalmente los
siete embriones –los habría tenido si el cáncer no la
detiene– y yo nunca habría sabido que mis hijos
estaban ahí, creciendo sin mí.
—Otra razón por la que tu ex era una perra de
proporciones épicas, pero ¿qué tiene que ver…? —
Tate dejó caer la bandeja encima de la encimera de
granito con un ruido metálico—. A.J. por favor, dime
que no estás pensando en lo que creo que estás
pensando.

A.J. ni lo confirmó ni lo negó. Siguió trabajando


en la maldita cafetera.

—Mira, estás en estado de shock en estos


momentos. Lo entiendo. —Tate volvió a intentarlo—.
Pero incluso considerar la posibilidad de tener ocho
hijos porque tú ex esposa chiflada contrató a un
científico loco…

—La fecundación in vitro no funciona de esa


manera. No todos los embriones pueden ser viables,
y no todos ellos se pueden implantar. Pero ¿y qué si
lo hacen? —A.J. se volvió hacia él con los ojos
brillantes—. Son mis hijos.

—Son grupos de células congeladas, ni siquiera


se pueden ver sin un microscopio. —Tate había sido
criado como católico cuando era niño, hasta que sus
padres aprendieron la verdad acerca de él cuando
era un adolescente y toda la familia se cambió a la
iglesia Episcopal más tolerante (católicos light , había
dicho el abuelo con mucho desprecio). Tate conocía
todos estos argumentos. Había oído más de un
sermón sobre los males de la reproducción asistida,
pero eso no significaba que él estaba puesto en eso
de ―la vida está en la concepción‖.

Infierno, Tate no había ido a la iglesia en tanto


tiempo, que ni siquiera estaba seguro de que todavía
se celebrara los domingos.

Manchas rojas marcaban las bronceadas mejillas


de A.J. —Llévala a su habitación, contémplala por un
largo periodo de tiempo, y luego vuelve aquí y dime
otra vez que crees que esos embriones son sólo un
montón de células al azar. —Cerró los dedos como si
quisiera golpear algo—. Mejor aún, espera unos años
y dile a mi hija que habría sido mejor si su padre la
hubiera dejado congelada en una probeta en alguna
parte. —Ahora A.J. estaba temblando. Le dio la
espalda a Tate, mirando otra vez la cafetera.

—Está bien. Está bien, tranquilo. Entiendo lo que


dices. —Tate se acercó a él lentamente con las manos
levantadas para agarrarlo por los hombros—. Pero
hay otras cosas que puedes hacer. ¿No existen
lugares en los que puedes donar los embriones?
Parejas sin hijos que no pueden…
Con la cabeza todavía abajo, A.J. resopló. —
Estupendo. Y estamos de vuelta a mí teniendo hijos
por ahí que no saben absolutamente nada acerca de
su verdadero padre. —Otro resoplido—. Desearía
que mi hermana pudiera ver esto. Estaría muy
orgullosa.

Tate acarició la piel desnuda de A.J. —Mi punto


es, que tienes opciones, además de contratar una
sustituta y tratar de criar ocho hijos por tu cuenta.

A.J. se volvió tan rápido que casi noqueó a Tate.


—No estoy solo. Te tengo a ti.

Tate no se había quedado sin habla muchas


veces en su vida, pero ésta era una de ellas. Allí
estaba él, de pie con su pecho desnudo contra el
pecho desnudo de A.J., quien lo estaba mirando con
una expresión que Tate nunca había visto antes en su
rostro, y él no tenía idea de que decir.

Después de un momento incómodo, A.J. llenó el


silencio. —Piensa en todo el dinero que ganarás, por
no hablar de tu tienda. — La forma extraña en la que
dijo la última palabra desató el radar de Tate. A.J.
frunció los labios—. Infierno, probablemente podrías
sacarme un acuerdo de arrendamiento de quince
años si firmas para ser niñero de mis ocho hijos.
—No hagas eso. —Tate anhelaba acariciar la
mejilla de A.J., quitar ese horrible color rojo, pero
simplemente no podía permitirse hacerlo—. No te
escondas detrás del sarcasmo. Sé que estás sufriendo.

—Sí. Bueno. —A.J. se alejó de él—. Joder, esto es


lo único que puedo hacer al respecto.

—Mal. —Tate tomó una decisión, y lo hizo


rápido—. Vístete.

—Tate…

—Mira, si estás incluso pensando en hacer… —


Tate hizo un movimiento con la mano—, eso,
entonces, al menos debes ver cómo es la vida en una
gran familia. Tú y Madeline vendréis a la casa de mis
padres, y veras a lo que tendrás que hacer frente.

Al principio Tate pensó que se negaría, pero


finalmente dijo. —Está bien.

A.J. se dio vuelta para irse, pero Tate lo detuvo


—Niñero, ¿eh?

—Tu cuerpo está constituido como un defensa


de los Bears y te pareces al modelo que habla en
Badass Weekly —A.J. se volvió con una sonrisa. –De
alguna manera ―niñera‖ simplemente no encaja.

Tate miró a A.J. con una pequeña sonrisa.


Niñero. Que dios le ayudara, le gustaba.

—Pensé que dijiste que este tipo era un idiota


real —dijo el padre de Tate después del almuerzo.
Los dos estaban de pie en el porche mirando
mientras hermanos, cuñados y sobrinos jugaban al
fútbol en el patio trasero. Su padre se sentó en el
fuerte marco de la barandilla—. Me parece un tipo
simpático. Cuidando de su hija, renovando tu
contrato.

—Sólo porque lo saqué de un apuro. —Tate


miró a través de las ventanas dobles a la cocina
donde A.J. estaba rodeado de mujeres, todas ellas
preocupándose por Madeline.

—Vende la carga de mierda a alguien que


necesite el fertilizante, hijo. —Big Jim Fuller nunca
dejó que sus hijos se escaparan de algo—. Tengo dos
ojos. Hay mucho más en juego aquí que un cheque.
Tate agarró la barandilla. Tenía frío, y no tenía
nada que ver con el frío de la tarde otoñal. —Para mí,
tal vez. —Tenía que otorgarle eso a su padre.

—Para él, también —dijo Big Jim—. Apostaría


por ello, y me conoces lo suficientemente bien como
para saber que sólo apuesto a lo seguro.

—¿Te importaría si siente algo por mí? No es


que esté convencido de que lo haga. —Tate suspiró
con fuerza—. Soy mercancía dañada.

Big Jim alzó una ceja peluda. —Cuéntale.

—Esta cosa con los Michaelsons es fea y se


pondrá más fea aún. Ningún hombre en su sano
juicio quiere un pedazo de eso.

Big Jim se cruzó de brazos, metiendo los dedos


en la curva de cada codo. —¿Te acuerdas de cuando
nos dijiste a tu madre y a mí que eras gay?

Tate rodó los ojos. —No es algo que un chico


olvida, papá.

—No ibas a decírnoslo, no lo hubieras hecho si


esa pequeña comadreja de Todd Perkins no te
hubiera visto besuquear a Bill Pereti detrás de las
gradas de la escuela y amenazado con delatarte. —
Big Jim se rió—. Estabas tan asustado que casi te
meas encima.

—Y has decidido llevarme en este viaje por la


Autopista de la humillación, ¿por qué?

—Relájate, hijo. Tú y tu madre, siempre con el


corazón en la manga. —Big Jim le dio unas
palmaditas en el hombro—. Mi punto es, que tenías,
¿dieciséis? Y tú mismo te habías convencido de que
íbamos a echarte a la calle, tal vez una paliza de
camino a la puerta. —La palmadita se convirtió en
un apretón—. ¿Te acuerdas de lo que pasó?

Tate asintió. —Yo estaba llorando como un


mocoso. Dije: Mamá, Papá, no me odiéis. Soy gay. —
Recordó como su pecho le había dolido cuando dijo
aquellas palabras—. Tú te limitaste a asentir y mamá
dijo: ―Muy bien, cariño. Ahora ve a lavarte la cara.
Tenemos carne asada para la cena‖.

Big Jim sonrió. —Tu madre siempre sabe cómo


dar la vuelta a una frase.

No por primera vez Tate echó una mirada atrás


al milagro que le habían hecho ese día. —No pudo
haber sido tan fácil para ti y mamá escuchar.
Aceptar.

—Ves, eso es lo que nunca entendiste. Ya


habíamos aceptado. Tu madre y yo, nos habíamos
dado cuenta mucho antes de que tú nos dijeras. —
Ante la extrema mirada de asombro de Tate, su
padre dio rienda suelta a una carcajada que balanceó
su vientre—. ¿Por qué crees que te estoy diciendo
esto ahora? Siempre has sido tu peor enemigo, hijo.
Tienes problemas, algunos grandes. ¿Y qué?
También el resto del jodido mundo. —Miró a Tate a
los ojos—. ¿No piensas que es momento de conseguir
salir de esa dirección? ¿Momento de dejar de ponerle
fin a las cosas antes de que comiencen, momento de
dejar de imaginar el peor de los escenarios, y dejarlo
sin luchar? —Abofeteó el cuello de Tate—. Tu madre
y yo tuvimos un tiempo difícil contigo siendo gay al
principio. Pero no éramos tan estúpidos como para
echar a nuestro propio hijo por una razón tan tonta
como esa.

Tate se apartó de la barandilla del porche. —¿Y


si las cosas salen tan mal como me imagino que
podrían?

—Entonces lo tachas como una cagada y sigues


con tu vida. —Ben Jim miró por encima al equipo de
fútbol improvisado—. No entras en el juego…
incluso si consigues que la mierda te golpee fuera de
tu vida… ¿es mejor ver toda la acción desde el
banquillo?

Tate no le dio a su padre una respuesta. Por el


momento, no estaba seguro de tener una.

—No tenía idea de que en una tarta entraran


tantos sabores. —A.J. volvió y se dejó caer en el sofá
con un gemido—. Creo que no vuelvo a comer en un
mes.

Tate le sonrió a Madeline, que estaba en sus


brazos. —Tu papá es tan tonto. —Ella puso carita
dulce, esa que mejor le funcionaba siempre. Echó un
vistazo a A.J.—. La única razón por la que todos te
han llenado de comida es porque, según mi madre,
―ese muchacho parece que no ha tenido una comida
decente en su vida‖.

—Me gusta tu madre. —Dijo A.J.—. Toda tu


familia, de verdad. Son geniales. —Sonrió, y Tate se
sintió un poco aliviado. Había estado en lo cierto al
llevar a A.J a la casa de su familia. Ahora estaba más
relajado, su boca no tan apretada en las esquinas.

Contra su pecho, Madeline bostezó. Tate se echó


a reír. —Está bien, magnifico, puedo tomar una
indirecta. Vamos a bañarte y llevarte a la cama.

La hora del baño de Madeline, casi era tanto


para Tate como para ella. Le gustaba ver como
aprendía a chapotear en su bañera azul de bebé. Por
lo general la repisa del baño conseguía tanta agua
como ella, pero a Tate no le importaba. Era especial,
algo que atesoraría mucho después de que… bueno,
no podía soportar pensar en el después, cuando
Madeline no lo necesitara más.

Cuando A.J. no lo necesitara más.

Esos oscuros pensamientos seguían


persiguiendo a Tate mientras vestía a Madeline. A.J.
entró en la habitación con un biberón mientras Tate
le ponía su pijama. A.J. le dio a Tate el biberón y dijo
—¿Por qué no te tomas el resto de la semana libre?

Tate se quedó de piedra, por dentro y por fuera.


—¿Eh?
—Es un fin de semana festivo. Voy a cerrar la
oficina, de todos modos. —A.J. lo dijo de una forma
desinteresada—. Todavía tienes tu apartamento,
¿no?

—Sí. —Tate había mantenido el lugar, un


apartamento pequeño de una habitación, en caso de
que el trabajo no funcionara. Se preguntó ahora si
eso era lo que A.J. estaba tratando de decirle, que las
cosas no estaban funcionando.

—Entonces deberías ir a casa, tal vez pasar más


tiempo con tu familia. —A.J. asintió con la cabeza
como si hubiera llegado a alguna decisión—. Sí. Esa
es una buena idea. —Salió fuera de la habitación.

Tate le dio el resto del biberón a Madeline con


un sudor frío. Sus emociones cambiaban de curso
más rápido que si hubiera fumado marihuana:
miedo, frustración, confusión y por último como le
dijo a Madeline abatido, ira.

Fue la ira quien lo condujo mientras irrumpía en


la habitación de A.J. sin llamar. Estaba tan furioso
que apenas registró que A.J. no llevaba nada más que
unos ajustados bóxer. Tate tuvo el fugaz
pensamiento de que tal vez A.J dejara de usarlos a
diario una vez que lo despidiera.
—Sabes, si me estás despidiendo, lo menos que
puedes hacer es tener las pelotas para salir y decirlo.

—¿Despedirte? —A.J. lo miró como si estuviera


loco. Sostenía sus vaqueros en una mano, su cinturón
en la otra—. ¿De qué estás hablando?

—¿Toma el resto de la semana libre? ¿Pasa algún


tiempo con tu familia? —Más, Tate se puso más loco—.
¿Qué demonios fue eso si no estás tratando de
deshacerte de mí?

—Te prometí que te pagaría las vacaciones.


Jesús. —A.J. arrojó los pantalones al suelo—. Tú eres
el que dejó claro esta mañana que pensaba que
estaba loco por querer más hijos, que estaba solo si lo
llevaba a cabo.

Tate se quedó cortado. —Nunca he dicho nada


de eso.

A.J. arrojó la camisa encima de sus pantalones.


—Entonces me llevas a la casa de tu familia para que
pueda ver lo loco que estoy por pensar siquiera en
tener una gran, ruidosa prole. —Señaló con un dedo
en dirección al pecho de Tate—. Bueno, tengo
noticias para ti, amigo: te salió el tiro por la culata.
Me parece que tu familia es genial.

—No es por eso que te llevé allí. Bueno, tal vez


yo quería que vieras lo frenético que puede ser estar
con tanta gente. Era honesto sobre eso desde el
principio —dijo Tate—. Pero sobre todo no me
gustaba la idea de Madeline y tú solos el día de
Acción de Gracias. —Sin mí.

—Nunca he dicho nada de despedirte. —A.J.


continuó como si no hubiera hablado—, pero que
pienses en esa línea me dice que tal vez eres tú el que
está descontento con nuestro pequeño arreglo.

Las dispersas emociones de Tate oscilaron al


miedo. —No. Yo no…

—Yo no soy el único que no sabe lo que quiere,


colega. —A.J. cortó la distancia entre ellos, con los
labios torcidos y mirada dura—. Tú tampoco.

—Eso no es cierto. —Así de sencillo, Tate volvió


a la ira. Empujó el esternón de A.J.—. Y deja de
llamarme colega.
—Está bien —A.J. lo dijo como si estuviera
desafiando a Tate a hacer puenting—. ¿Entonces, que
quieres?

Tate no estaba muy seguro de poder hablar en


ese momento por lo que decidió mostrarle. Robó
cualquier observación inteligente que A.J. estuviera a
punto de hacer con un beso.
Era una apuesta. A algunos chicos no les gusta
besar. Tate había estado con más de uno que pensaba
que era demasiado femenino, casi indigno o algo así.
Por suerte para él, A.J. no parecía estar en esa
categoría. Otra gran cosa acerca de A.J. es que
parecía completamente capaz de lamer las amígdalas
de Tate y desnudarle al mismo tiempo.

—¿Tienes idea de cuantas veces he fantaseado


con hacer esto? —A.J. le dijo mientras le despojaba
de la camisa. Mordisqueó la oreja de Tate, los dientes
tirando de su pendiente—. Verte caminar por aquí
sin camisa. Me ha vuelto completamente loco.

—Sí, como si no hubieras hecho a propósito el


desfile de bóxer cada mañana. —Tate desgarró su
propia cremallera cuando A.J. tanteaba con ella—.
¿Tienes idea de cuantas veces he ido a trabajar con
una erección?

—Me alegro de no ser sólo yo —le dijo A.J. Bajó


los pantalones de Tate, y terminó de hablar, porque
la polla de Tate estaba en su boca.
Tate casi cayó de rodillas. Para un tipo que había
pasado un gran número de años casado con una
mujer, A.J. Boyd sabía cómo chupar una polla. No
sólo eso, sino que jugaba con las bolas de Tate, algo
que encendió su interruptor de una manera
importante. A.J. lo tenía en el borde en cinco cortos
minutos. Tate gruñó una advertencia, pensando que
A.J. se iba a retirar. Pero se mantuvo en él, chupando
como la soda a través de una pajita.

Tate se corrió en su boca. Y A.J. lo tragó como un


campeón.

—Oh, Dios. —Tate cayó sobre la cama—. Creo


que me estoy muriendo.

—Espero que no. —A.J. llegó a su lado con una


sonrisa—. No he terminado contigo todavía, y no
estoy en la necrofilia.

Tate lo atrajo para darle un beso. —Me alegra oír


eso, en ambos casos. —Podía sentir la polla de A.J.
contra su muslo—. Quiero que me folles. —No era
una oferta que hacía a mucha gente. Mamadas eran
una cosa, pero no había mucha gente a la que Tate
confiara su culo.
—¿Estás seguro? —A.J. jugaba con los suaves
pelos que cubrían el pecho de Tate—. Yo imaginaba
que eras de estar arriba.

—A veces. —Tate pasó la mano entre los muslos


de A.J., acariciándolo hasta su punto álgido—. Esta
noche soy tuyo.

A A.J. le tomó un largo tiempo encontrar


condones y lubricante. —Compré estos después de
mudarme, por si acaso decidía traer a alguien a casa.
—La caja estaba sin abrir. A.J. se rio—. Deberíamos
comprobar la fecha de caducidad.

Saber que A.J. era tan selectivo como él, hizo a


Tate quererlo más. Tiró de A.J. hacia abajo para tener
una larga y lenta sesión de besos que terminó con los
dedos de A.J. enterrados en su culo.

—Estoy listo —dijo Tate cuando había tocado el


cielo de ida y vuelta. Estaba duro otra vez, su
segunda erección en veinte minutos, algo que no le
había sucedido a Tate desde que era un
adolescente—. Ahora.

—¿Lo quieres así? —A.J. se colocó entre las


piernas separadas de Tate, abriéndolas más.
—Dios, sí. Quiero verte. —Tate dejó salir todo el
aire de sus pulmones cuando A.J. alineó su polla y
comenzó un lento deslizamiento en su interior.

A.J. era un amante considerado. No dio por


sentado que porque Tate era un tipo grande y
musculoso quería el sexo duro. A.J. tomó su tiempo,
dejo que Tate se acostumbrara a la sensación de estar
lleno antes de empezar a moverse. Era gentil,
cuidadoso, y condujo a Tate salvajemente.

—Más duro —dijo Tate, apretando los bíceps


temblorosos de A.J—. Follame más duro.

A.J. hizo lo que le pidió, cambiando su ángulo


para golpear el punto especial de Tate con cada
golpe. —Dios —gimió cuando estaba cerca, pero no
importaba porque Tate se corrió otra vez, y después
que todo se había perdido en un ambiente cálido y
dulce enredo en el que Tate estaba más que
dispuesto a caer.

—Esto va a cambiar las cosas —dijo Tate en las


primeras horas de la mañana.
A.J. se rio. No pudo evitarlo. Él era cálido,
sexualmente activo, y complaciente en todos los
sentidos. —Eso espero. Hemos pasado las últimas
seis horas follando de todas las formas posibles. Mis
sentimientos estarían afectados si te olvidaras de mi
nombre mañana. —Echó un vistazo al reloj—. Mejor
dicho hoy.

—Lo digo en serio —dijo Tate.

—Lo sé. Siempre estás tan serio. —A.J. besó el


costado de su cabeza y luego tiró de ella para ponerla
en su pecho. Estaban recostados en la cama de A.J. y
maldita sea si él planeaba dormir de cualquier otra
forma de ahora en adelante—. Sé por lo que estás
preocupado.

Tate se echó hacia atrás, apoyándose en un codo


para mirar hacia él. —¿Eso crees?

—Sí. Estás pensando, ¿Sigue siendo A.J. todavía


mi jefe? ¿Qué pasa si las cosas no funcionan entre
nosotros? ¿Qué hay de mi tienda? ¿Y los
Michaelsons? ¿Qué pasa con el bebé? ¿Qué pasa con
los otros embriones? —A.J. se inclinó para pellizcar
su barbilla—. ¿Me he dejado algo?
Tate suspiró. —Creo que lo has cubierto todo.

—No puedo darte una respuesta fácil. —A.J.


acarició el cuello de Tate—. No tengo ninguna. —
Tate comenzó a girar la cabeza, pero A.J. lo detuvo,
con las manos suaves pero firme en su rostro—. Lo
que puedo decir es que me gusta estar contigo.
Quiero estar contigo. —Deseaba que Tate escuchara
la verdad detrás de las palabras—. ¿No podemos
averiguar el resto sobre la marcha?

Tate le hizo esperar por un instante angustioso


antes de decir. —Sí. Sí, podemos.

Las siguientes tres semanas fueron increíbles.


A.J. nunca imaginó que tanta felicidad pudiera estar
en sus manos. Incluso cuando él y Cindy estuvieron
en su mejor momento, el amor de Cindy siempre
había estado teñido de desesperación, algún tipo de
necesidad que A.J. nunca podría satisfacer. A.J. era
capaz de estar simplemente con Tate, disfrutar de él,
y ser disfrutado sin sentir que estaba siendo
clasificado en una especie de retorcida locura.
Desde Acción de Gracias, pasaban todas las
noches en la cama de matrimonio de A.J. juntos. Se
turnaban para levantarse con el bebé, se turnaban
para cocinar el desayuno y la cena. Tate estaba
cerrando la tienda antes de lo que había estado
haciendo para tener más tiempo con A.J. y Madeline.

—Buenos días, hermosa —dijo Tate mientras se


acercaba a la cocina donde A.J. estaba haciendo
huevos y Madeline estaba balanceándose en su
columpio de bebé.

—Buenos días a ti, cosa caliente. —A.J. le sopló


un beso.

—Yo estaba hablando con el bebé —Tate agarró


a A.J. por detrás y mordisqueó su cuello—, pero tú
eres la segunda persona más bonita de esta cocina.

A.J. se retorció, trozos de huevos gotearon por


su espátula sobre los fogones. —No tengo ningún
problema en ser el segundo tras mi hija. —Se movió
hacía atrás y frunció el ceño ante los vaqueros de
Tate, camisa de trabajo y botas—. Estás vestido.

—Sip. Reunión con un cliente. —Los ojos de


Tate brillaron—. Lo creas o no, el tipo es un
fabricante a pequeña escala interesado en comprar
tal vez un par de mis diseños para la producción en
serie.

—¿Por qué no me lo dijiste? —A.J. le dio un


pequeño empujón y luego un beso—. Tendríamos
champán en vez de huevos revueltos.

—A, es un gran tal vez, y B, las seis es un poco


temprano para tomar alcohol, incluso para un chico
de pueblo como yo. —Tate llegó a su alrededor para
apagar el fuego—. Mira, si este acuerdo sale bien o
no, hay algo que tenemos que hablar.

A.J. no estaba seguro de que le gustara como


sonaba eso. —Está bien.

—Dinero. —Tate fue derecho a ello—. No me


siento cómodo con que me pagues por encargarme
de Madeline. No ahora que estamos… ya sabes.

A.J. había temido algo como esto, pero había


estado esperando aplazarlo al menos hasta que
Ralph completara la investigación de los
Michaelsons. —Cuidas de ella tanto como yo. ¿Por
qué no debería pagarte por ello?

Tate sacudió la cabeza. —Sabes lo que quiero


decir. No tengo tiempo para discutir a fondo ahora.
El fabricante sólo va a estar en la ciudad por un corto
tiempo, por lo que tengo que reunirme con él al
despuntar el alba. —Besó rápido a A.J—. Vamos a
hablar de esto, sin embargo. No es lo mismo y tú lo
sabes.

A.J. no dijo nada, precisamente porque sabía de


lo que estaba hablando Tate. Casi se había referido a
Madeline como nuestra hija en vez de sólo de él. El
deslizamiento no le molestó en absoluto, pero se
preguntó si Tate podría decir lo mismo.

La inmobiliaria, la forma en que A.J.


desempeñara el trabajo de todos modos, era
impredecible. Había días que estabas en la cima del
mundo, haciendo tratos que llevarían a Rockefeller
hasta las lágrimas. Y algunos días –como el de hoy–
que todo lo que A.J. tocaba se convertía en plomo.
Estaba a punto de recoger a Madeline y volver a casa
temprano cuando Lettie le dijo por el
intercomunicador: —Ralph Waldo está aquí para
verlo, señor.

A.J. pulsó y dijo: —Dígale que entre, por favor.


A.J. conocía a Ralph Waldo desde hacía años.
Era un investigador de la vieja escuela a quien A.J.
generalmente llamaba para investigaciones de
negocios que daban muestra de no ser legales. Ralph
le saludó con una marcada sonrisa, y ahí fue cuando
A.J. supo. —¿Tienes algo de los Michaelsons?

—¿Querías basura? —El curtido rostro de Ralph


se iluminó como una ventana de Navidad en
Macy´s8—. Amigo, dime lo sucio que lo quieres.

Tate pasó la mayor parte de su tiempo en un


estado de shock. El tipo que había conocido —
Leonard Peale de Indiana— quería producir en serie
tres diseños de Tate. Le había ofrecido un contrato y
la garantía de que una vez que Tate tuviera aquel

8
Decoraciones navideñas en una tienda Macy's de San Francisco,
California. Macy's es una tienda por departamentos de los Estados Unidos. Su tienda
principal se encuentra en Herald Square, Ciudad de Nueva York.
contrato revisado por un abogado, seguiría un
cheque con muchos ceros pequeños y brillantes.

Tate no se había sentido tan alucinado desde sus


días de fumar malas hierbas en la escuela secundaria.

Estaba en su oficina, mirando el contrato como si


pudiera volar de su escritorio, cuando Gordy asomó
la cabeza por la puerta. —Jefe, hay un tipo mirando
por la tienda. Dice que conoce a A.J.

Tate entró en el garaje principal para encontrar a


un hombre alto con una cinta métrica y un bloc de
notas. —¿Puedo ayudarle?

—Soy Jeff Lesterman. —Le tendió la mano, se


dio cuenta de que aún tenía en la mano la cinta
métrica, e hizo un movimiento rápido para poder
estrechar la de Tate—. A.J. me contrató.

—Está bien. —Cuando Jeff voluntariamente no


dijo nada más, Tate dijo—: ¿Contrató para hacer que,
exactamente?

—Oh, caray. Soy un bobo a veces. —Jeff se rio de


sí mismo—. Soy un contratista. —Tomando la
expresión en blanco de Tate, dijo—. Ya sabes. —
Viendo que Tate todavía no lo entendía, Jeff hizo
señas con sus manos cuando habló—. Soy el tipo que
A.J. contrató para derribar este lugar.
A.J. condujo a casa tan rápido como podía
conducir sin poner en peligro a Madeline. No podía
esperar a llegar y ver el sosiego en la cara de Tate
cuando se enteró de la verdad. A.J. lo encontró en el
dormitorio, empacando. Gracias a Dios que
Madeline estaba en el suelo en su portabebés y no en
sus brazos.

A.J. se sentía mareado, como si fuera a


desmayarse.

—¿Qué estás haciendo?

—Marcharme de una puta vez de aquí. —Tate


tiró un puñado de camisetas en su bolsa, y luego
volvió a su armario y recogió una hilera de
calzoncillos.

—¿Por qué? —A.J. tenía que hacer la pregunta.


Había jugado esta escena antes, la noche que Cindy
lo echó. Es curioso, no recordaba que le lastimara
tanto.
—¿Realmente tienes que preguntar? —Tate se
echó a reír, un sonido ácido.

—Sí, creo que sí. —A.J. puso su mano sobre el


brazo de Tate—. Simplemente para por un minuto.
—Tate se detuvo, con los músculos como el
hormigón bajo la mano de A.J—. ¿Quieres decirme lo
que hice para que pueda arreglarlo?

—Jeff Lesterman se detuvo para hacerse una


idea de mi tienda. —Tate se apartó de él—. Tú sabes,
el lugar que va a destruir.

—Oh, Dios. —A.J. sintió como algo dentro de él


empezó a romperse—. Mira, puedo explicarte si me
lo permites. —Un torrente de miedo palpitando hizo
la voz de A.J. tenue y débil—. Llamé hace semanas a
Jeff, antes de que empezaras a cuidar a Madeline.
Infierno, antes de saber incluso de ella. Él ha seguido
para adelante y yo… olvidé decirle que no viniera.

Durante un minuto A.J. pensó que había llegado


a través de él, pero luego Tate dijo: —Tú todavía vas
a destruir el lugar. Es por eso que sólo me hiciste un
contrato de seis meses.

A.J. quería mentir. Quería con todo su ser decirle


a Tate que el edificio era suyo, que todo esto era un
error, algo que sólo pudiera llevarlos a la cama y
reírse juntos sobre ello. En cambio, dijo: —Sí. Voy a
derribarlo.

—Sí. Eso es lo que pensaba. —Tate metió el resto


de sus cosas en la bolsa, cerró la cremallera y se la
echó al hombro—. Eres una parte repugnante del
trabajo, A.J. Me siento tan mal por Madeline que casi
no puedo soportarlo. Sólo Dios sabe de cuantas
maneras le joderás la vida. —Salió corriendo sin
mirar atrás.

A.J. estaba orgulloso de sí mismo. Alcanzó a


llegar al cuarto de baño antes de vomitar.

Tate no se acordaba de los dos primeros días


después de irse de la casa de A.J., sábado y domingo.
Los pasó encerrado en su apartamento, dañado y
borracho. Pensó seriamente en seguir el patrón
llegado el lunes, pero una llamada ese día por la
mañana de su abogado haciéndole saber que los
Michaelsons estaban presionando para una fecha en
la corte en Enero le convenció de que era mejor
conseguir levantarse y abrir la tienda.
Tate tenía que hacer tanto dinero como pudiera
antes de que el hijo de puta del que había sido tan
estúpido de enamorarse derribara el lugar.

Gordy estaba sentado en su camioneta fuera de


la tienda, cuando Tate llegó. Gordy no dijo nada
sobre el hecho de que Tate llegaba con dos horas de
retraso, ni tampoco dejó comentarios por el hecho de
que olía como una botella de ginebra barata. Gordy
sólo consiguió sus herramientas y se puso a trabajar.

Tate se recordó a si mismo darle al hombre una


subida tan pronto como el acuerdo de fabricación se
llevara a cabo.

El día fue largo, tedioso y doloroso como el


infierno. El ruido metálico y una resaca cegadora no
se debían mezclar. Tate estaba a punto de mandar a
Gordy a buscar una aspirina cuando una pequeña
rubia con un puñado de pecas y los ojos de A.J. entró
en la tienda.

Caminó hasta Tate. —Soy Jessica Martin,


hermana de A.J. —Se acercó a él y arrugó la nariz—.
Vine aquí con la completa intención de abofetear tu
cara, pero por el olor que tienes, apuesto a que ya
estás sufriendo bastante.
—Señora, no tienes ni idea. —Tate quería una
cosa: deshacerse de ella—. Vamos a mi oficina para
que me puedas dar tu perorata y regreses a tu casa.

Jessica no se inmutó por su rudeza, y ella no


dudó en sentarse en la silla sucia que le ofreció. Tate
tomó su propia silla, pensando que si fuera hetero,
podría salir con una chica como la hermana de A.J.

Jessica no perdió el tiempo para llegar al punto


de su visita. —A.J. me llamó la noche del viernes. Me
lo contó todo. —Le dedicó a Tate una mirada de
acero—. Mi hermano es un desastre y es tu culpa.

—Oh, así que has hablado con él esta semana,


¿tú? —Fue un golpe bajo, pero Tate siguió—.
Agradable de tu parte.

No le sorprendió mucho que Jessica se echara a


reír. —A.J. me dijo que eres el mayor de nueve hijos.
No tengo que decirte cómo funciona con los
hermanos y hermanas. Cuando estamos enojados el
uno con el otro, eso es una cosa. Que alguien hiera a
uno de nosotros y….

—Le sacas sus entrañas. —Tate era de la misma


manera. Desafortunadamente para Jessica, ella era la
hermana del enemigo, lo que anulaba cualquier
afinidad que pudiera haber sentido con ella—. Llegas
demasiado tarde para sacar mis tripas. Tu hermano
te ha superado. —Y si Tate moría desangrado
lentamente por dentro, que así fuera.

—¿Acaso A.J. te dijo lo que planeaba hacer con


este inmueble, una vez que lo derribara? —Jessica
cruzó las piernas y se puso cómoda, como si
estuviera en un almuerzo de damas en lugar de en
un garaje.

—No. —Pensar en A.J. y Madeline era el


equivalente mental a ser golpeado por un palo. Tate
había tratado como loco para no hacerlo—. Me
imagino que tiene un acuerdo de desarrollo
emprendedor. Dios sabe que Chicago necesita otro
centro comercial.

—Un parque —dijo Jessica casualmente—. Mi


hermano es dueño de todos los edificios de esta fila.
Los está derribando todos para construir un centro
recreativo y un parque de mantenimiento físico para
niños desfavorecidos.

Tate pensó que tal vez el alcohol había jodido su


audición. —Eso no tiene ningún sentido. Esta
propiedad debe valer…
—Tres punto seis millones de dólares, según la
última tasación. —Jessica ajustó la correa de su
zapato—. Mi madre y yo hemos intentado hablar con
él de ella, pero ya sabes lo testarudo que es cuando
quiere algo.

—Sí. —El estómago de Tate quemó—. Bueno, lo


que él quiere es sacarme del negocio. —Se echó hacia
atrás en su silla—. Todo lo que tengo es la palabra de
que va a convertir este lugar en un parque. Por lo
que yo sé te ha enviado aquí para hacerlo aparecer
bien. —La despidió con la mano como si fuera una
mosca—. Estás perdiendo el tiempo, incluso si estás
cada vez mejor. A.J. todavía me mintió. No puedo
estar con un hipócrita…

—A.J. no sabe que estoy aquí, pero si tú llamas a


mi hermano lo que creo que estás a punto de hacer,
lo sabrá. Mi nombre estará en la noticias cuando
ponga tu culo en el hospital. —Lo dijo con dulzura,
con una sonrisa—. ¿Acaso A.J. te dijo por qué quería
tanto este edificio? ¿Le diste esa oportunidad? —
Antes de que Tate pudiera responder, Jessica
siguió—: Este lugar pertenecía a su padre.
—¿Su padre? —Lo que había esperado Tate no
era eso. Se inclinó hacia arriba—. Su padre, ¿no el
vuestro?

—No, gracias a Dios. —No faltó el


estremecimiento—. A.J. es mi medio hermano. Mi
madre se casó con Palmer Boyd cuando yo tenía tres
años. A.J. nació un año después. —Ella nunca
rompió el contacto visual con él—. Llamé a Palmer
―papa‖, porque él era el único padre que conocía,
pero me siento orgullosa de decir que él y yo no
compartimos sangre.

—¿Llamabas? —Tate buscó en su memoria. No


podía recordar a A.J. mencionar nunca a su padre—.
¿El tipo está muerto?

Jessica asintió. —Está desaparecido desde hace


siete años, puede pudrirse. —Parecía como si
quisiera escupir—. Antes de que el viejo cabrón se
fuera, se aseguró de hacer tanto daño como le fue
posible.

—Dime. —No importa ya que A.J. hubiera


guardado secretos o que hubiera mentido. La idea de
A.J. dañado sacaba todo eso fuera de la mente de
Tate.
—Palmer fue un idiota desde el principio del
matrimonio, pero después de nueve años de abuso
emocional, mi madre tuvo suficiente. Ella decidió
divorciarse del hijo de puta. —Jessica estaba en
calma, como si esto fuera algo de hacía mucho
tiempo y ya había hecho las paces con ello—. Los
padres de mi madre son buenas personas, pero son
de clase obrera. Palmer, él tenía dinero por las
trampas. Cuando mamá se atrevió a dejarlo, él
decidió hacerla pagar por ello. —Ella se movió en su
asiento—. De la única manera que podía hacerlo era
manteniendo a A.J lejos de ella.

—Oh, Dios. —Tate se sintió enfermo.

—Palmer convenció a un juez para que le diera


la custodia total de A.J. y a mamá se le concedió las
visitas. —Ella soltó un bufido—. Vaya broma. Palmer
lo hizo así, y mamá tenía suerte si conseguía ver a
A.J. una vez cada seis meses.

Tate sabía por la forma que A.J. hablaba de su


madre lo cercanos que eran. —Debe haber estado en
el infierno.

—Oh, no te puedes imaginar. Ninguno de


nosotros puede, en realidad no. —La voz de Jessica
se ablandó—. A.J. todavía no quiere hablar de los
años que pasó con Palmer. No mucho. —Ella
enderezó los hombros—. A.J. comenzó a actuar como
cualquier niño pequeño que haya sido arrancado de
su madre y de su hermana… que haya estado en esa
clase de dolor.

—Por supuesto que sí. —Infierno, Tate y sus


hermanos habían sido diablos sobre ruedas a veces, y
habían tenido un hogar que la mayoría de los niños
matarían por tener.

—No es que A.J. fuera un delincuente ni nada.


Casi todo lo que hacía era una vida completamente
normal. Abandonó la escuela un par de veces, se
metió en un par de peleas. —Jessica dio unos
golpecitos con los dedos sobre las rodillas—. Pero a
los ojos de Palmer, lo que A.J. estaba haciendo
ascendía a pecados capitales.

—Porque él no podía controlarlo. —Tate no


podía recordar si alguna vez quiso herir a alguien
tanto en su vida, muerto o no.

—Exactamente. El colmo llegó cuando A.J. y un


amigo se escabulleron una noche, agarraron
marihuana en el centro, y luego caminaron el resto
del camino hasta este edificio, que Palmer había
comprado como una inversión inmobiliaria.
Forzaron la entrada. El lugar estaba vacío en ese
momento. Su gran plan era fumarse un paquete de
cigarrillos que le habían arrebatado al padre de su
amigo. —Los ojos de Jessica eran amplios y tristes—.
Un oficial de la patrulla los sorprendió entrando a
hurtadillas y llamó a sus padres.

—¿Qué edad tenían?

—Doce. El oficial pensó que estaba ayudando.


Chicago es un lugar peligroso para dos chicos solos
por la noche. —Jessica se abrazó—. No tenía ni idea
de que lo que le esperaba a A.J. en casa era casi tan
malo como la droga escondida en la oscuridad.

—Dime que no lo hizo…

—¿Golpearlo? No —dijo Jessica—, eso hubiera


sido más amable. Los moretones sanan. —Ella tomó
un profundo aliento—. Palmer colocó a A.J. en
hogares de acogida. Lo cedió al estado como un niño
incorregible.

Tate se había caído de su moto una vez, cuando


pasó por un bache que era mucho más profundo de
lo que parecía. Aterrizó sobre su espalda y se quedó
sin aire. Se sentía así ahora, como si se estuviera
muriendo en busca de aire. Cuando pudo hablar,
dijo: —¿Realmente puede alguien hacer eso?

—Normalmente se hace en casos extremos,


como cuando un niño es violento. Amenaza contra
los padres, mutila animales, provoca incendios, ese
tipo de cosas. —Jessica se apartó el pelo por encima
del hombro, moviendo la mano—. Los tipos de
conducta que se escuchan sobre los asesinos en serie
de bebés. No es algo que asociarías con A.J.

—Por supuesto que no. —Una imagen se formó


en la mente de Tate, A.J. con un par de bóxer de
Fairly Odd Parents9, cantando There She Goes by the
Las a Madeline mientras bailaba en su habitación con
ella. Cualquier hombre capaz de la clase de amor que
mostraba a la niña nunca podría lastimar a nadie.

—Como he dicho, Palmer utilizó sus conexiones.


Dijo que quería enseñar a A.J. una lección que nunca
olvidaría. —Ya sea que había hecho las paces con el
divorcio de su madre o no, Jessica, obviamente, no

9
Los padrinos mágicos (a veces abreviado FOP) es una serie de
televisión estadounidense ganadora de un premio Emmy, creada por Butch Hartman
para Nickelodeon.
había hecho las paces con lo que le había sucedido a
su hermano. Una lágrima rodó por su mejilla—. Él
estuvo en un hogar de grupo durante seis semanas
antes de que mi madre finalmente lo encontrara.
Ella… —Jessica tomó un pañuelo de su bolso y se
limpió la mejilla—. Mamá había estado ahorrando
durante años para recuperar a A.J. Eso, además de la
segunda hipoteca sobre la casa de mis abuelos fue
suficiente para contratar a un maldito buen abogado
que fue capaz no sólo de recuperar la custodia para
mamá sino para deshacer la mayoría del daño que
Palmer había hecho.

Tate se aferró al borde de la mesa hasta que la


formica astillada daño sus palmas. —El daño legal,
tal vez. Los daños colaterales… esos no tienen
medida.

—No, mamá, ella tuvo a A.J. en terapia durante


un tiempo, pero no estoy segura de si le hizo mucho
bien. —Jessica dejó caer el pañuelo en el bolso—. Era
un chico muy abierto, tolerante antes de que Palmer
ganara la custodia. Después… la diferencia era como
entre la noche y el día.

—Y qué, ¿piensa derribar este lugar y


convertirlo en un parque infantil para exorcizar sus
demonios? —Si eso realmente traería la paz a A.J.,
Tate arrasaría el maldito garaje él mismo.

Jessica asintió. —Creo que ese era su plan. Al


menos lo era hasta que llegaste tú. —Ella inclinó la
cabeza hacia un lado, como si Tate fuera un
rompecabezas que estuviera tratando de resolver—.
Mi hermano nunca ha estado enamorado antes. Está
aterrorizado.

Tate estaba sacudiendo la cabeza antes de que


ella terminara la frase. —Eso no es cierto. Cindy…

—Hay una gran diferencia entre estar


enamorado y ser curioso. Cindy… —La expresión de
Jessica le dijo a Tate todo lo que necesitaba saber
acerca de sus sentimientos sobre el tema—… pudo
haber engañado a A.J. –infierno, incluso a mis
abuelos le gustaba– pero tanto mi madre como yo
vimos lo que ella estaba haciendo. —Jessica juntó la
uña del pulgar con el dedo índice, en un corto pero
rápido movimiento—. Utilizó el hecho de que era
una niña adoptada para conectar con A.J., y una vez
que le hizo sentir lástima por ella, supo que lo tenía.

Tate entendía. —Ella jugó esa carta en el


momento que quiso a su manera.
—Así es. —Jessica se puso de pie—. Eso no es
amor. Eso es cautiverio. —Otra vez, le dio a Tate la
razón—. Ahora lo que tú y él tenéis, estoy pensando
que podrían tener una autentica relación si uno de
los dos o ambos deja de ser un burro obstinado el
tiempo suficiente para ceder. —Ella cargó con su
bolso—. Está bien. Esa es mi perorata. El resto
depende de ti.

Tate esperó cinco minutos después de que


Jessica se marchó, y salió por la puerta.

A.J. se había ocupado de todo tipo de personas


durante su tiempo en el mundo de los negocios.
Desde tiburones corporativos, a comerciantes
arrogantes, a empleados tímidos, a algunos
personajes francamente sospechosos con los que no
trató hasta que Ralph dio su visto bueno. Se
necesitaba mucho en estos días para ponerle la piel
de gallina.

Francis y Marv Michaelsons le daban


escalofríos.
Estaban sentados en la sala de conferencias de
A.J., sin abogados, tal como lo había solicitado A.J.
Estaba sentado frente a ellos, Ralph a su lado. Lettie
tenía a Madeline en la oficina exterior, y aunque A.J.
odiaba dejarla un minuto –parecía que ella había
estado tan miserable como él en estos dos últimos
días y medio sin Tate– A.J. contaba que esta reunión
con los Michaelsons no le tomara mucho tiempo.
Sabía cómo tratar a personas como éstas.

Les pararía los pies.

—¿Quiere decirnos por qué estamos aquí? —Se


quejó Francis—. ¿Y por qué no podíamos traer a
nuestro abogado? —Ella miró por encima del
hombro—. Si nos está pidiendo que retiremos la
demanda en contra de ese pedazo de…

—No soy de hacer muchas preguntas. —A.J.


deslizó la carpeta manila frente a él a través de la
mesa de conferencias de palisandro, dentro de la
mano de Francis con el sincero deseo de que ella
tuviera un desagradable corte con el papel—.
Generalmente le digo a la gente cómo va a ser, y
dicen: Sí, señor. Sobre todo cuando esas personas
miran una condena de cárcel.
—¿La cárcel? —El tono de Marv era aburrido,
pero la gota de sudor en el labio superior lo delató—.
¿De qué demonios está hablando?

—Fraude. Malversación, falsificación de


documentos. —A.J. miró a Ralph—. ¿No dirías que
esas cosas darían con un cuerpo en la cárcel, Ralph?

Ralph extendió sus manos al revés y crujió sus


nudillos. —Me imagino que sí.

Francis se puso de pie. —No tenemos que


escuchar…

—Sé acerca del fideicomiso de Christian y de su


voluntad —dijo A.J. con calma—. También se dónde
fue el dinero. A menos que quiera que vaya
directamente al fiscal del Condado de Cook, me
gustaría que se sentara.

Francis se sentó.

Marv cogió la carpeta. —Esto es…

—Mi evidencia. —A.J. cruzó las manos sobre la


mesa—. Espero que no piense que soy rudo, pero
cuatro abogados diferentes tienen copias con las
instrucciones que deben seguir si nos sucede algo
inexplicable… a mí, a mi familia, o a Tate. —Dolía
como el infierno decir su nombre, pero A.J. logró un
buen espectáculo—. Dicha prueba les llevan
directamente a las autoridades competentes. —
Sonrió—. Yo en su lugar, rezaría porque mi buena
salud continuara.

—¿Inexplicables? —Francis estaba indignada—.


No somos una especie de delincuentes.

—En su vigésimo primer cumpleaños, su hijo


iba a heredar el fideicomiso que le dejaron sus
abuelos. Un fideicomiso del que nunca le hablaron a
Christian. —A.J. luchó por mantener la calma, pero
era muy duro. Los padres como los Michaelsons le
recordaban mucho a su mezquino padre—. Un
fideicomiso que desangraron para soportar su estilo
de vida en la alta sociedad. —Mantuvo la respiración
lenta y regular—. Sabían que Christian tenía un
testamento, que le dejaba todo lo que tenía a Tate. —
A.J. no se molestó en ocultar su desprecio por la
pareja sentada frente a él—. Legalmente, le deben a
Tate hasta el último centavo que se supone debían
entregar a su hijo hace seis años, más los intereses.

Francis abrió la boca, pero Marv la detuvo. —


Cállate, Fran. —Miró a A.J—. Si está esperando que
nosotros paguemos el dinero, no podemos. Ya no
queda nada.

—Oh, lo sé. He estado controlando sus


hambrientos culos.

—Entonces, ¿Qué quieres de nosotros? —


Círculos húmedos florecieron en las axilas de Marv.

—No es lo que quiero. Es lo que va a suceder. —


A.J. miró a Marv—. Van a salir de la vida de Tate y
alejarse de él para siempre.

A Francis se le llenaron los ojos de lágrimas.


Probablemente estaba esperando compasión, pero lo
único que hizo fue revolver el estómago de A.J. —Yo
quería a mi hijo.

—Entonces actúe como tal. Honre la memoria de


Christian y demuéstrele al hombre que amaba
alguna brizna de decencia y respeto. —A.J. señaló al
archivo—. Puedes quedarte con eso. Mis abogados y
yo tenemos muchas, muchas copias. Y si el abogado
de Tate no recibe una llamada del suyo para mañana
a más tardar, el fiscal tendrá una copia, también.

Marv hizo un gesto cortante con la cabeza. —Él


recibirá la llamada.
—Me alegro que todos estemos en la misma
línea —dijo A.J—. Estoy seguro de que ustedes
mismos pueden encontrar la salida.

Tan pronto como los Michaelsons abandonaron


la sala de conferencias, Ralph dijo: —He tratado con
algunos personajes babosos, pero los dos… Jesús.
Siento que necesito una ducha.

—Amén. —A.J. se levantó—. Todo lo que quiero


es tomar a Madeline y salir de aquí. —Se frotó los
ojos irritados—. Me siento fatal.

—Sin ánimo de ofender, pero se nota.

—Gracias Ralph. Eres un encanto.

Ralph inclinó la silla hacia atrás sobre dos patas.


—¿Hay alguna posibilidad de que tú y Fuller podáis
resolver las cosas?

A.J. negó con la cabeza. —Ya me conoces. Yo no


hago nada a medias. Aparentemente eso incluye
joder lo mejor que me ha pasado.

—¿Vas a decirle que recién diste la cara por él?


Antes de que A.J. pudiera responder a la
pregunta de Ralph, se abrió la puerta y una voz dijo:
—No hay necesidad. Estaba escuchando en la puerta.

A.J. dio vuelta a su cabeza para ver a Tate en la


puerta, sosteniendo a Madeline. —He venido a
hablar contigo —dijo Tate—. Cuando tu asistente me
puso al tanto de lo que estaba sucediendo aquí, tuve
que escucharlo por mí mismo. —Tate ofreció una
sonrisa que no era de disculpa—. Lo bueno de la
puerta es que es bonita y fina.

Ralph puso su silla sobre las cuatro patas. —


Creo que debería dejar que vosotros habléis.

A.J. recordó sus modales. —Permíteme que te


presente, por lo menos.

Ralph sonrió. —En otro momento. —Le palmeó


el brazo a A.J. al pasar—. Buena suerte, amigo.

Con sólo Madeline como amortiguador, A.J. no


tenía idea de qué decir. Se quedó allí como un idiota,
viendo a Tate sostener a su hija, su corazón se
rompía más a cada segundo.

—Madeline estaba molesta cuando llegué aquí


—dijo Tate, como si tuviera que explicar por qué la
estaba abrazando. Pasaba su gran mano arriba y
debajo de su espalda—. La señora Pippen ya llevaba
un tiempo con ella.

—Ninguno de nosotros ha tenido un buen fin de


semana. —A.J. no agregó la parte sin ti, pero supuso
que Tate recibió el mensaje.

Madeline gimió y Tate comenzó a caminar con


ella. —Lo que hiciste por mí con los Michalsons…
‖Gracias‖ es demasiado flojo para algo como eso.

—No, no lo es. —A.J. miró hacia el suelo—. No


después de lo que te he hice pasar.

—Sí, sobre eso… —Tate dejó de caminar—. Tu


hermana vino a verme.

A.J. maldijo en voz baja. Él debería haber sabido.


Mirando hacia arriba a Tate le dijo: —Te juro que no
la envié. Ella estaba preocupada por mí y…

—Me gusta. Ella es una descarada. Dijo que


nosotros podríamos tener una autentica relación si
conseguimos sacar la cabeza de nuestro culo el
tiempo suficiente para darnos cuenta de ello. —Tate
sonrió—. Estoy parafraseando, pero eso es lo que
quiso decir.
El ritmo del corazón de A.J. era flojo. —¿Qué
quieres decir?

—Que os extrañé tanto a ti y a Madeline que


pensé que iba a morir por ello. —Tate acortó el
espacio entre ellos—. Que dos días alejado de
vosotros son demasiado largos. —Apretó sus frentes
juntos, y la niña en medio de ellos—. Que te quiero y
quiero que esto funcione.

A.J. envolvió sus brazos alrededor de él, tirando


de Tate tan fuerte como pudo sin aplastar a
Madeline. Quería decirle muchas cosas, pero las
palabras se atascaron en su garganta. En ese
momento lo más que pudo decir fue: —Vamos a
casa.

El día de Navidad llegó a las cuatro y media, con


el madrugón de Madeline. A.J. juró que era porque
quería ver lo que Santa le había traído. Tate se echó a
reír y dijo que era porque tenía hambre. Después de
que estuvo cambiada y alimentada, los tres se
dirigieron al pequeño árbol de navidad que A.J.
insistió en poner el lunes por la noche.

La noche que Tate volvió a casa para siempre.

Puesto que tenían planes para pasar por casa de


los padres, tanto de Tate como de la madre de A.J.
por la tarde, decidieron abrir sus regalos después del
desayuno. —Tú sabes —dijo Tate con un café—, que
Madeline tiene veinticuatro regalos bajo el árbol.

—Sip. —A.J. puso a Madeline en su sillita—.


También sé que la mitad de ellos son tuyos.

Llevaron a Madeline, sillita y todo, a la sala de


estar. Les llevó casi una hora desenvolver y mostrar a
la niña todos sus regalos.

Se quedó dormida a medio camino.

Tate se echó a reír. —Creo que estaba más


fascinada con las luces de navidad que con los
regalos.

—Conseguiremos algún provecho de algunas de


estas cosas por el camino. —A.J. empujó una pila de
papel de regalo fuera de su camino. Todavía estaban
en el suelo delante del árbol de navidad. Metió la
mano debajo y cogió una caja rectangular plana del
tamaño de un libro de tapa dura. Se la entregó a Tate
y dijo: Feliz Navidad.

Tate le dio la vuelta, encantado de ver que A.J.


no era uno de aquellos sobre velas. Le dio la vuelta
hacia arriba y quitó la tapa de la caja para encontrar
un pedazo de papel amarillento en la parte superior
con varios otros papeles debajo. —¿Qué es esto?

—La escritura de tu garaje. —A.J. tomó la caja de


la mano de Tate, sacó las páginas y les dio la
vuelta—. He incluido los otros edificios de la fila,
también. Pensé que ahora que tienes el contrato de
fabricación puedes darte el lujo de ampliar.

Hacía quince minutos, Tate habría dicho que no


había manera de que pudiera amar más a A.J. Boyd
de lo que ya lo hacía, pero hacer una cosa tan
desinteresada hacía que el corazón de Tate se
hinchara. Tomó los papeles de las manos de A.J.
sintiendo todo de una manera que pensó que nunca
volvería a sentir de nuevo.

—Mi madre siempre dice que es de mala


educación rechazar un regalo, pero en este caso me
temo que voy a tener que ir en contra de los consejos
de mamá. —Ante la mirada vacía de A.J., Tate le
dijo—: He oído de un elegante parque nuevo que
está en movimiento por la zona. Creo que mi lugar
sobresaldría.

—Pero yo…

Tate le hizo callar con un beso. Cuando se retiró,


Tate dijo: —Gracias a ti que has conseguido sacar a
los Michaelsons de mi culo, puedo permitirme un
traslado. —Cogió la mano de A.J—. Me he
mantenido en ese edificio por Red y todos mis
recuerdos. Quizá sea hora de que ambos lo dejemos.

A.J. se apoyó en él. —¿Cómo te volviste tan


inteligente?

—Creo que me contagiaste. —Tate besó la parte


superior de su cabeza—. Tengo algo para ti también
pero no es un regalo-presente.

A.J. se recostó mirando a Tate. —En inglés, por


favor.

—Bueno, quiero decir, que también te conseguí


un regalo-presente… Te he comprado una botella de
whisky de malta del que presumes que tanto te
gustan, pero el verdadero regalo es algo que sólo
tengo que… maldita sea. —Tate se pasó la mano por
el pelo—. Soy tan malo en esto.

En los ojos de A.J. se reflejaban las chispeantes


luces del árbol de navidad. —Lo estás haciendo bien
hasta ahora.

—Está bien. Así que aquí está. —Tate agarró


cada onza de coraje que tenía—. Sabes que te amo.

—Te amo, también. —A.J. se lo había dicho una


docena de veces ya, pero el corazón de Tate todavía
trastabillaba cada vez que lo escuchaba.

—Lo sé, y es por eso que quiero que seamos una


familia, una familia tan real como el estado de
Illinois nos deje serlo. Yo, tú, Madeline… —Tate
quería que A.J. viera lo mucho que significaba lo que
estaba diciendo—. Y todos los niños que quieras que
tengamos.

—¿Seguro que no quieres un poco de tiempo


para pensar en eso? —A.J. jugaba con los dedos de
Tate—. Hace un mes, pensabas que estaba loco.

—Oh, todavía creo que estás loco. —Tate tiró de


A.J. sobre sus piernas y lo puso en su regazo—. Pero
pienso que deberíamos volvernos locos juntos. Yo,
tú, Madeline, y todo aquel que se presente.

A.J. puso sus brazos alrededor del cuello de


Tate. —Si se trata de una propuesta, mi respuesta es
sí.
Sara Bell vive en el norte de Alabama con el
marido más sexy, solidario del mundo, las dos hijas
más bellas y talentosas del planeta, y dos de los
perros más neuróticos pero adorables jamás creados.
Ella es una autora a tiempo completo que escribe
historias sobre el amor para todo tipo de personajes
sin fin – homosexuales, heterosexuales, y en algún
punto intermedio. Sara todavía no puede creer que le
paguen por hacer algo que ella ama tanto, y está muy
agradecida a sus increíbles lectores por hacer
realidad su sueño.

Puedes seguir a la autora aquí:


http://www.sarabellromancewriter.com/

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