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Maestros/as (me adelanto a su día)
Seguramente cuando te recibiste, tuviste algo de miedo cuando enfrentaste por primera
vez un aula. A tu cargo. Toda esa infancia en tus manos. O gente que ya de grande decidió o
pudo darse una preciosa oportunidad y llega con su timidez y su cuaderno a aprender. Y
siempre, tu primera labor es la bienvenida.
Un título te puso allí, pero luego te sostuvo una rara vocación que se amasa y leuda, o se
agota (o quema) a lo largo del tiempo. Después, algún día, algo se movió dentro tuyo y
decidiste quedarte en serio, simplemente porque era "tu lugar en el mundo". La escuela.
Siempre te quedó un pedacito de ese miedo, miedo a fallarles, a no estar a la altura. De
no poder lograr que aprendieran todos, todas o de no poder congeniar tu tarea con la de las
familias; también de no poder cobijarlos, sobre todo a los que al salir de tu aula se quedaban
a la intemperie.
(Nos cuesta admitir que algunas veces nos hubiera gustado llevarnos a alguno a casa para
abrigarlo, escucharlo, darle el amor que todo pibe se merece. Pero no.
Tu tarea de nutrir, aunque tu reloj se estire, tiene horario. Eso dicen, pero siempre hay más
trabajo en casa y te llevás el aula al hombro a tu hogar. Porque vos construís a diario el aula,
que no son cuatro paredes. De hecho tu pareja o tu familia "conoce" a tus estudiantes).
Sabés que ellos y ellas, "tus" niños, tus estudiantes, porque los sentis tuyos de una forma
que solo un docente entiende, esperan mucho de vos. Todos los años te miraron, te
midieron, te dieron una confianza en cuotas que te fuiste ganando o te hicieron ansiar las
vacaciones. A veces te fue mejor y a veces fue muy difícil. Pero ahí estás. Con ese orgullo
tantas veces cascoteado por gente que no comprende que no sos un engranaje. Sos
importante. Tu voz alienta sueños.
Y cada tanto una clase que soñaste y preparaste te salía como una torta mal horneada. Y
ahí volvías al otro día para seguir intentando y peleando. Y a veces te preguntaste por qué
no elegiste otra cosa. Pero seguís ahí; te ponés el guardapolvo, cruzás la puerta de la escuela
y te crece esa responsabilidad de dejar huella. De enseñar.
Alguna vez pensaste que lo que te llevó a este oficio fue el amor por los chicos, o esa
pasión por enseñar, pero no es así. Lo sabés. Lo que te llevó o te retuvo fue esa luz que
brilla en sus ojos cuando de repente comprenden, leen, sonríen, reciben su cuaderno y lo
intentan de nuevo. Cuando avanzan aunque sea un pasito. Cuando lo que hacés, enseñar, da
ese fruto tan dulce, tan inmenso y duradero, tan revolucionario, que es el aprendizaje. O
cuando no hay rastro, pero sospechás que oculta está la semilla, y sabes que enseñar
también es un acto de confianza. De esperanza. De invencible esperanza.
Te has derretido tantas veces con un "gracias seño", te has quebrado cuando alguno de
ellos ya no pudo decir nunca más "presente", te has movido para que coman, estudien,
tengan justicia, abrigo o un poco del amor que les falta. Te has enojado con los que están
tan lastimados que se hace muy difícil llegar a ellos o ayudarlos a ser mejores, o con el
abandono que sufren algunos. Te has preguntado, hasta dónde podés.
Hasta dónde.
Y has visto escuelas donde ese "hasta dónde" es tan elástico que va mucho más allá de la
profesión, del compromiso y del trabajo. Y duele. También te has encontrado colegas,
equipos directivos o funcionarios que se la juegan con vos, o que hacen la plancha. Pero vos
tenés una responsabilidad y es tuya. La tenes enfrente cada día.
Y si algo te ha sostenido es saber que no es un trabajo en soledad, que si bien hay
escuelas inhóspitas, hay otras que cobijan también a sus docentes y les ayudan a apechugar
con la parte fea y hostil de la docencia, la que no se puede "romantizar", como dicen ahora.
Esa lucha que nunca termina.
Y hoy es tu día. Un día para que te llenen de esos abrazos que no se pueden dar
físicamente. Para que te mimen un poco. Para que se entienda, de una vez por todas, que
cuidarte es cuidar el futuro de las generaciones de tu patria. Para que te digan gracias sin
peros, sin mezquindades. Porque con vocación no se pagan las cuentas. El mejor regalo es
el reconocimiento.
Hoy es tu día. El día para reunirte con colegas que han decidido celebrar esta vida llena
de sobresaltos, sorpresas, rutinas, exigencias, desafíos, alegrías y amarguras.
En la palabra gracias, en el "feliz día" no cabe lo que les debemos: apoyo,
reconocimiento y cuidado.
Y si se parte el mundo o el respeto en dos, quiero estar de tu lado.
Un abrazo.
Img. 72 kilos
GRACIAS A CADA HOMBRE Y A CADA MUJER QUE CON VOCACIÓN, ÉTICA,
RESPONSABILIDAD Y COMPROMISO HAN CUMPLIDO SU PROPÓSITO COMO
EDUCADORES
Con ocasión de la celebración del “Día del Maestro” es importante traer a la memoria una
de las reflexiones de Paulo Freire respecto a la labor trascendental de los maestros y
maestras que día a día realizan en sus estudiantes a través de cada una de sus enseñanzas y
de su ejemplo mediante esa arma poderosa que es la educación, con gran impacto social.
“La educación es un acto de amor, de coraje; es una práctica de la libertad dirigida hacia la
realidad, a la que no teme, más bien busca transformarla por solidaridad, por espíritu
fraternal; la tarea de educar, solo será auténticamente humanista en la medida en que se
procure la integración del individuo a su realidad nacional, en la medida que pierda el
miedo a la libertad, en la medida en que pueda crear en el educando un proceso de
recreación, de búsqueda de independencia y, a la vez de solidaridad”.
Colega, hoy te felicito en este día, que sigas dando lo mejor de tu vida en pro
de los estudiantes, que son los que recibirán las lecciones de la vida cuando se
enfrenten verdaderamente a la lucha cotidiana. Que celebremos con mucha
alegría este día y un abrazo de felicitación por esta bella labor”.
“No solamente pasar varias horas de pie impartiendo clases te hace un buen
maestro. Es la forma en que tu corazón y tu oído permanecen pendientes para
escuchar, para sanar, para acudir, para aclarar, para enseñar. Eso es un
verdadero maestro. Te admiro mucho y te felicito por este día, colega”.
“Con tanto fervor celebro este día, que no me alcanzan las palabras para
terminar de felicitarte por una labor que más que sea un designio, es una
vocación, un llamado a ser el portador de las buenas nuevas, del conocimiento,
de permitir descubrir la franqueza del ser y por formas personas nuevas llenas
de valores en una sociedad carente. Colega, le felicito de todo corazón en este
día por esa labor tan excepcional y que siga cultivando muchas almas para el
conocimiento”.