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The Demon in The Wood

Una precuela sobre el Darkling

LEIGH BARDUGO
Para los lectores… gracias por desear saber más.
—¿Cuántos había, Eryk?
Era la voz de un desconocido, diciendo el nombre de un
desconocido. Pero entre la neblina de dolor, él recordó. Su
madre le había dado su nuevo nombre en el camino de ascenso
a la montaña, mientras el viento soplaba desde la gruta,
agitando las agujas de pino. «Los norteños querrán llamarte
Eryk», le había dicho. Se había levantado las pieles sobre las
orejas y pensado: «No querrán llamarme de ningún modo.»
Consiguió abrir un ojo. Podía sentir la costra de sangre tirando
de su párpado. El otro debía estar demasiado hinchado.
¿Alguien le había roto la nariz? No podía recordarlo.
Yacía sobre una camilla. Dos hombres estaban inclinados
sobre él, y deseaban respuestas.
—¿Cuántos? —preguntó el hombre de la barba rojiza dorada,
el Ulle.
—Seis —consiguió decir—. Tal vez siete.
El otro hombre se inclinó más cerca. Eryk sólo había visto al
padre de Annika desde lejos, pero lo reconoció bastante bien
ahora… su cabello casi blanco como el de ella, sus ojos del
mismo azul brillante. —¿Fjerdanos o ravkanos?
—Hablaban ravkano —croó. Su garganta estaba en carne viva.
«Porque estaba gritando cuando me hundieron.»
—Suficiente. —La voz de su madre, fría y dura como
diamante.
«Madraya». Le avergonzó el alivió que lo recorrió. «No eres
un niño,» se dijo a sí mismo. Pero se sentía como uno,
yaciendo allí con ropa mojada; frío e indefenso.
Eryk se forzó a girar la cabeza para poder verla. Su cráneo
palpitó con un ritmo rojo, cada punzada profundizaba el dolor
en esquirlas dentadas. Parpadeó para intentar apartarlo.
El rostro de su madre estaba arrugado de preocupación, pero
también reconoció la mirada vigilante de sus ojos. Ellos eran
los recién llegados—siempre eran los recién llegados—, y
cuando las cosas se tornaban mal, eran las personas más
fáciles de culpar.
—Necesitamos evacuar el campamento —dijo el padre de
Annika—. Si encontraron a los niños anoche… —Su voz se
quebró.
—No iremos a ningún lado —gruñó el Ulle—. Arrasaremos
ese pueblo y tomaremos diez de sus niños por cada uno de los
nuestros.
—No tenemos los soldados para un ataque. Debemos ser
precavidos…
La voz del Ulle raspó como una espada sacada de su vaina. —
Mi hijo está muerto. Igual que tu hija. Mi precaución pereció
con ellos.
—¿En principio, qué estaban haciendo allí fuera, Eryk? —
preguntó el padre de Annika miserablemente.
—Nadando. —Sabía lo tonto que sonaba.
El Ulle apuntó un dedo furioso en su dirección. —Nunca
debieron haber dejado el campamento después del anochecer.
—Lo sé —murmuró Eryk—. Sólo estábamos… sólo
queríamos… —Encontró los ojos de su madre y tuvo que
apartar la mirada, la vergüenza era demasiada.
—Estaban siendo niños —dijo ella.
El Ulle se giró hacia ella. —Si vamos a organizar un ataque,
necesitamos tu fuerza.
—Primero me encargaré de mi hijo.
—Su pierna casi fue cortada. Tenemos Sanadores…
La mirada de su madre fue suficiente para silenciar al Ulle,
incluso en su pena, incluso en su rabia. Tal era el poder de ella.
El Ulle hizo un gesto a sus hombres y levantaron la camilla.
La cabeza de Eryk giró. Una oleada de nausea se apoderó de
él. Su madre le tomó la mano y presionó sus nudillos
suavemente contra su mejilla. Tenía que contarle.
—Lo siento —le susurró.
Esta vez fue ella la que apartó la mirada.

***

—Los norteños querrán llamarte Eryk —le dijo su madre


sobre el rugido del viento. Suspiraba a través de las grutas,
cantando su vieja canción, prometiendo invierno, agitado
como un hombre revolviéndose en el sueño.
«No querrán llamarme de ningún modo», pensó, pero todo lo
que dijo fue: —¿Por qué? Se suponía que fuera Arkady.
—Si fuéramos del sur, necesitarías un nombre sureño como
Arkady. Pero Eryk se ajustará mejor a sus lenguas. Aquí son
tanto fjerdanos como ravkanos. Ya lo verás. Ahora, ¿cuál es tu
nombre?
—Arkady. Eryk.
—¿De dónde eres?
—Balakirev.
No formuló la siguiente pregunta, la pregunta que los
desconocidos siempre formulaban: «¿Dónde está tu padre?»
Por supuesto esa era fácil porque la respuesta nunca cambiaba.
«Está muerto». Una vez le había preguntado a su madre si esa
era la verdad, si su padre estaba realmente muerto.
«Lo estará,» había dicho. «Antes que puedas parpadear. Le
sobrevivirás durante cien años, tal vez mil, tal vez más. Él es
sólo polvo para ti.»
Ahora dijo: —De nuevo, ¿Cuál es tu nombre?
—Eryk.
—¿De dónde eres?
—Balakirev.
Siguieron así mientras subían la montaña. Era una ladera, en
realidad, uno de los fríos y silenciosos picos que marcaban los
principios de la cordillera Elbjen. Le había mostrado la ruta en
un mapa dos días antes, antes de adelantarse para asegurar que
serían recibidos en el campamento Grisha. Los Grisha eran
precavidos con los forasteros, y él y su madre nunca podrían
estar seguros de cómo serían recibidos.
Lo había dejado en una tienda acuñada dentro de un viejo
escondite de cazadores con suministros para dos días de pastel
de mijo y una ración de sal para hacer salmuera para
empaparlo. Cuando se fue, se llevó su única linterna. Él no
había tenido el coraje de pedirle que la dejara con él. Era
demasiado mayor para temerle a la oscuridad. Así que había
estado tumbado despierto durante dos noches, acurrucado bajo
sus pieles, escuchando a los lobos aullar, contando los minutos
hasta la mañana.
Cuando su madre volvió a recogerlo, se encaminaron cuesta
arriba por la montaña. «Arkady. Eryk.» Ahora dijo su nombre
una y otra vez, en voz alta, luego dentro de su cabeza,
repitiéndolo con cada pisada hasta que el nombre dejó de ser
un segundo pensamiento, hasta que no hubo eco y fue sólo
Eryk. Un niño del sur, un niño que desaparecería en una
semana o un mes, que se desvanecería bajo un nuevo nombre
y una nueva historia. Su madre le cortaría el cabello o lo
teñiría o le raparía la cabeza. Así era como vivían, viajando de
lugar en lugar. Aprendían lo que podían, entonces se ponían en
marcha y hacían su mayor esfuerzo por ocultar su rastro. El
mundo no era seguro para los Grisha, pero era particularmente
peligroso para ellos dos.
Él tenía trece años, pero había tenido un centenar de nombres,
uno nuevo para cada pueblo, campamento y ciudad: Iosef,
Anton, Stasik, Kirill. Hablaba un fluido Shu y Kerch, y podía
pasar como cualquiera de los dos. Pero su fjerdano aún era
pobre y las comunidades de Grisha tan al norte se conocían
bien las unas a las otras, así que sería Arkady, y los norteños lo
llamarían Eryk.
—Allí —dijo su madre.
El campamento estaba asentado en un valle superficial entre
dos picos, un grupo de chozas bajas cubiertas en turba, sus
chimeneas humeando, todas apretujadas alrededor de una larga
y estrecha cabaña de madera gruesa.
—Podríamos pasar el invierno con ellos —dijo ella.
Él la miró fijamente, seguro que había entendido mal. —
¿Durante cuánto tiempo? —dijo al fin.
—Hasta el deshielo. El Ulle es un Impulsor poderoso, y ha
visto combates con estos nuevos fjerdanos cazadores de
brujas. Podríamos resistir hasta que aprendamos lo que sea que
tiene por enseñar.
«Hasta el deshielo». Eso podrían ser tres, tal vez cuatro meses.
En un solo lugar. Eryk miró el pequeño campamento. El
invierno sería duro aquí; noches largas, frío brutal, y el pueblo
de «otkazat’sya», que habían rodeado durante la caminata,
estaba desagradablemente cerca. Pero conocía la forma en que
su madre pensaba. Una vez que llegaran las nevadas
profundas, nadie se aventuraría a esos pasos montañosos ni
siquiera para cazar. El campamento sería seguro.
A Eryk no le importaba mucho. Habría vivido junto a una
zanja de basura si eso significara un techo sobre su cabeza,
comidas calientes, despertar en la misma habitación cada
mañana sin el corazón martillando mientras intentaba recordar
dónde estaba.
—Muy bien —dijo.
—¿Muy bien? —se burló ella—. Vi la forma en que se
iluminó tu rostro. Sólo recuerda, cuanto más tiempo nos
quedemos, más cuidadoso tendrás que ser. —Él asintió y ella
echó un vistazo al campamento—. Mira, el Ulle mismo ha
salido a recibirnos.
Un grupo de hombres había emergido del gran salón.
—¿Quiénes son? —preguntó Eryk mientras seguía a su madre,
bajando por el sendero.
—Se llaman a sí mismos ancianos —dijo con una risa—.
Ancianos que se frotan las barbas y se felicitan unos a otros
por su sabiduría.
Era fácil reconocer al Ulle entre ellos. Era un gigante, sus
hombros amplios cubiertos de pieles oscuras, el cabello rojizo
dorado, trenzado y echado a la espalda en la costumbre del
norte. Ulle era fjerdano para “jefe tribal”. Verdaderamente no
eran muy ravkanos por aquí.
—¡Bienvenida, Lena! —tronó el Ulle mientras se acercaba a
ellos a zancadas. Eryk apenas registró el nombre que su madre
había tomado. Para él, siempre era «Mama, Madraya.»—.
¿Cómo estuvo su viaje?
—Agotador.
—Me avergüenzas como anfitrión. Los ancianos felizmente
hubieran mandado hombres y caballos para recoger a Eryk.
—Ni mi hijo ni yo necesitamos mimos —replicó. Pero Eryk
sabía que había más al respecto. Había aprendido mucho
tiempo atrás que existía un segundo Ravka, un país secreto de
cuevas ocultas y canteras vacías, pueblos abandonados y
fuentes de agua fresca olvidadas. Había lugares donde podías
esconderte de una tormenta o un ataque, donde podías entrar
como una persona y emerger disfrazado de otra. Si los
ancianos hubieran mandado hombres con su madre para
recogerlo, ella habría tenido que revelar el escondite de
cazadores. Nunca renunciaba a un escondite o posible ruta de
escape sin una buena razón.
El Ulle los condujo a una choza y retiró las pieles de alce
cosidas que cubrían la abertura entre la puerta y el dintel de
madera cruda. El interior era acogedor y cálido, aunque
apestaba pesadamente a pieles húmedas y a algo que Eryk no
pudo identificar.
—Por favor acomódense aquí —dijo el Ulle—. Queremos que
se sientan en casa. Esta noche les daremos la bienvenida con
un festín, pero los ancianos estamos a punto de reunirnos
ahora y estaríamos honrados que te nos unieras, Lena.
—¿Lo estarían?
El Ulle lució incómodo. —Algunos de ellos objetaron a tener
una mujer en la reunión del concejo —admitió—. Pero fueron
superados en votos.
—La honestidad es siempre lo mejor, Ulle. De esa forma sé
cuántos tontos debo esforzarme en convencer.
—Están aferrados a sus costumbres, y no sólo eres una mujer,
pero… —Se aclaró la garganta—… temen que no seas
completamente natural.
Eryk no se sorprendió. Cuando otros Grisha veían el poder que
él y su madre poseían, sólo tenían una de dos respuestas:
miedo o avaricia. Huían de él o lo deseaban para sí. «Es un
balance», siempre decía su madre. «El miedo es un poderoso
aliado, pero aliméntalo con demasiada frecuencia y se hará
demasiado fuerte, y se volverá contra ti». Le había advertido a
ser precavido cuando desplegara su poder, nunca mostrar la
extensión total de lo que podía hacer. Ella ciertamente nunca
lo hacía… nunca utilizaba el Corte a menos que la situación
fuera desesperada.
Ese no era un problema para él, pensó con amargura. Aún no
había dominado el Corte. Su madre lo había conseguido
cuando tenía la mitad de su edad.
Ahora ella levantó una ceja y se dirigió al Ulle. —Los
primeros hombres que vieron osos creyeron que eran
monstruos. Mi poder es poco familiar, no sobrenatural.
—Un oso sigue siendo peligroso —notó el Ulle—. Aún tiene
garras y dientes para atacar a un hombre.
—Y los hombres tienen lanzas y acero —dijo bruscamente—.
No juegues al débil conmigo, Ulle.
Eryk vio el destello de ira que se movió por el rostro del
hombretón ante el tono irrespetuoso de su madre. Entonces el
Ulle se rio. —Me gusta tu ferocidad, Lena. Pero ten cuidado
con los ancianos.
La madre de Eryk inclinó la cabeza en aceptación.
—Ahora, Eryk —dijo el Ulle—. ¿Crees que puedas ponerte
cómodo aquí? —Sus ojos eran alegres, y Eryk sabía que se
esperaba que sonriera, así que lo intentó.
—«Der git ver rastjel» —dijo, dando el tradicional saludo
primero en fjerdano y luego en ravkano—. Somos huéspedes
agradecidos.
El Ulle lució ligeramente divertido, pero replicó en la moda
prescrita: —«Fel holm ve koop djet.» Nuestra casa es mejor
para ello.
—¿Por qué no hay un muro alrededor del campamento? —
preguntó Eryk.
—¿Eso te preocupa? Los pueblerinos apenas saben que
estamos aquí… ciertamente no saben qué somos.
«Alguien debe saberlo,» pensó Eryk. «Así es como los
encontramos». Así era como siempre encontraban a los
Grisha. Él y su madre seguían leyendas, susurros, cuentos de
hechiceros y brujos, de demonios en los bosques. Historias
como esa los habían conducido a una tribu de Impulsores que
acampaban a lo largo de la costa occidental, a Baba Anezka y
su cueva de espejos, a Petyr de Brevno y Magda del bosque
negro.
—Mi hijo hace una buena pregunta —dijo su madre—. No vi
fortificaciones y sólo un hombre en vigilancia.
—Empieza a construir muros y la gente empieza a preguntarse
qué estás escondiendo. Mantenemos bajas nuestras
edificaciones. No saqueamos los campos o granjas de los
pueblerinos, o vaciamos sus bosques de gamo. Mejor que no
nos noten a que piensen que tenemos algo que ellos desean.
«Porque no lo tienen. Y nunca lo tendrán.» Era así a donde sea
que fueran. Grisha viviendo en campamentos y minas
colapsadas, ocultándose en túneles. Eryk, había visto la isla
nación de Kerch, la librería de Ketterdam, los grandes caminos
y corrientes de agua. Había visto los templos en Ahmrat Jen, y
el gran fuerte en Os Alta, protegido por sus famosos muros
dobles. Se sentían permanentes, sólidos, un baluarte contra la
noche. Pero lugares como éste apenas se sentía reales, como si
pudieran desaparecer en la nada, desvanecerse sin aviso o
consideración.
—Aquí estarán a salvo —dijo el Ulle—. Y si se quedan hasta
la primavera, podríamos ir a ver los tigres blancos en el hielo
permanente.
—¿Tigres?
—Tal vez eso me gane una sonrisa real —dijo el Ulle con un
guiño—. Mi hijo te contará todo sobre ellos.
Una vez que el Ulle se despidió y partió, la madre de Eryk se
sentó en el borde de su camastro. Lo habían levantado del
suelo para evitar el frío, y estaba apilado con mantas y
pieles… otra señal de respeto.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué piensas?
—¿Podemos quedarnos hasta la primavera? —Ahora no pudo
ocultar su anhelo. El prospecto de tigres había derrotado su
precaución.
—Ya veremos. Cuéntame sobre el campamento.
Eryk soltó un suspiro irritado. —Doce chozas. Ocho
chimeneas en funcionamiento…
—¿Por qué?
—Esas son las chozas para Grisha de gran estatus.
—Bien. ¿Qué más?
—El Ulle es rico, pero sus manos están callosas. Hace su
propio trabajo, y camina con cojera.
—¿Herida vieja o nueva?
—Vieja.
—¿Estás adivinando?
Eryk se cruzó de brazos. —El desgaste en el costado de su
bota muestra que ha estado favoreciendo esa pierna durante un
tiempo.
—Continua.
—Mintió sobre los ancianos.
Su madre ladeó la cabeza, sus ojos negros resplandecían. —
¿Lo hizo?
—Ninguno de ellos votó para tenerte en la reunión, pero el
Ulle lo exigió.
—¿Cómo lo sabes?
Vaciló, ahora menos seguro. —Fue el sonido de la voz del
Ulle, la forma en que los ancianos estaban separados de él
mientras nos observaban bajar la cuesta.
Ella se levantó y le apartó el cabello del rostro. —Lees el flujo
de poder igual que otros trazan las mareas —se maravilló—.
Te hará un gran líder. —Él rodó los ojos ante eso—. ¿Algo
más? —preguntó.
—Esta choza huele horrible.
Ella se rio. —Es grasa de animal —dijo—. Probablemente
reno. Los norteños la utilizan en sus lámparas. Podría ser peor.
¿Recuerdas el pantano cerca de Koba?
—Estoy seguro que eso fue sólo un Cardio apestoso.
Ella se estremeció exageradamente ante el recuerdo. —
¿Entonces crees que puedes soportarlo?
—Sí —dijo con firmeza. Podría tolerar cualquier cosa si
podían pasar una estación completa en un solo lugar.
—Bien. —Se ajustó sus pieles plateadas, luego sacó un pesado
anillo burdeos de su morral y se lo puso en el dedo—.
Deséame suerte en la reunión. ¿Irás a explorar?
Asintió. No le gustaba la explosión de nerviosismo que se
elevó en su interior, pero allí estaba.
Ella le dio un rápido pellizco en la barbilla. —Ten cuidado. No
dejes que nadie…
—Lo sé. —El Corte no era el único secreto que mantenían.
—Sólo hasta que seas lo bastante fuerte —previno—. Hasta
que aprendas a defenderte tú solo. Y recuerda que eres…
—Eryk —dijo—. Lo sé. Es mi propio nombre el que temo
olvidar.
—Tu verdadero nombre está escrito aquí —dijo, dándole
golpecitos en el pecho—. Tatuado en tu corazón. Sólo no dejes
leerlo a cualquiera.
Se removió incómodo. —Lo sé.
—Lo sé, lo sé —lo imitó—. Suenas como un cuervo
cacareando. —Le dio un pequeño empujón—. Regresa antes
del anochecer.

***

El mundo del exterior lucía demasiado brillante después de la


penumbra cerrada de la choza. Eryk bizqueó contra el fulgor y
observó a su madre dirigirse al gran salón, luego él se
encaminó al bosque. Esos eran los árboles que más le
gustaban, de la clase que nunca perdía su verdor, que siempre
olían a savia. En bosques como esos, se sentía como si el
verano aún estuviera vivo, como si el sol estuviera enterrado
en cada basto tronco como un corazón cálido y latente.
Se encaminó al norte del campamento, siguiendo la ladera de
la colina, pero cuando los árboles empezaron a ralear, dudó.
Podía escuchar risas y ver un claro más adelante. Se obligó a
seguir adelante.
Dos niñas estaban jugando en la ribera de un arroyo. Ambas
tenían cabello claro y ojos azules, la coloración fjerdana que
era común cerca de la frontera.
—¡Cuidado, Sylvi! —gritó la niña mayor cuando la otra saltó
de roca en roca, soltando risitas. Ambas se quedaron calladas
cuando notaron a Eryk.
—Hola —ofreció, y luego intentó—. «Ajor» —en fjerdano.
—Hablamos ravkano —dijo la niña más alta, aunque tenía ese
acento fjerdano en la voz. Lucía de la edad de Eryk, tal vez un
poco mayor—. Sylvi, detente. Regresa aquí.
—¡No! —gritó la niña más joven alegremente, y se lanzó a
saltar de nuevo sobre el agua corriente—. ¡Mírame, Annika!
Eryk caminó un poco corriente arriba a donde pudiera estudiar
el agua avanzando en los rápidos y se sentó sobre una roca.
Levantó un palo y dejó que la punta fuera a la deriva en el
agua, sintiendo el tirón de la corriente, esperando. Ellas se le
aproximarían. Siempre lo hacían. Pero se sentía más ansioso
de lo normal. Había dejado de intentar hacer amigos en los
lugares que él y su madre visitaban… no tenía sentido cuando
se marchaban tan rápido. Ahora no estaba muy seguro de
cómo abordar el asunto.
Unos pocos minutos después, por el rabillo del ojo, vio a Sylvi
saltando hacia él.
—¿Eres el hijo de Lena?
Asintió.
—¿Puedes hacer esa cosa? ¿Lo mismo que ella?
—Sí.
—¿Puedo verlo? —preguntó Sylvi.
Empezaban curiosos, pero usualmente terminaban
atemorizados.
—No seas grosera, Sylvi —la regañó Annika.
Sylvi pateó un terrón a la corriente. —Quiero ver.
—Está bien —dijo Eryk. Bien podría terminar con eso.
Levantó la mano y convocó un círculo de oscuridad en el aire.
Giró y se retorció, sus hebras atrajeron la luz del sol antes de
desvanecerse.
—De nuevo —dijo Sylvi.
Él sonrió un poco y repitió el gesto. Dejó que el círculo girara
hacia Sylvi. Ella metió los dedos y observó mientras las puntas
se desvanecían. Gritó y retiró la mano.
—¡Annika, ven a intentarlo!
—Déjalo en paz, Sylvi.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Sylvi.
—Arkady —dijo. Cuando ella frunció el ceño, corrigió—.
Eryk.
—No me gusta ese nombre.
—A mí tampoco.
—¿Por qué no te lo cambias?
—Tal vez lo haga.
—Haz la cosa de nuevo.
—Deja de fastidiarlo, Sylvi.
Creó otro círculo, pero esta vez hizo la espiral más grande.
Annika abandonó cualquier pretensión de perder el tiempo
junto a la corriente y miró fijamente. Él moldeó la oscuridad
en un disco que flotó junto a los rápidos como una puerta
negra que podría conducir a cualquier lugar. Sylvi caminó
hacia ésta.
—¡Sylvi, no! —gritó Annika.
La niñita se desvaneció en la negrura.
—¡Sylvi! —gritó Annika, corriendo.
Del disco negro giratorio vino la risa de Sylvi. —¡No puedo
verlos! —cacareó—. ¿Pueden verme?
—Tráela de vuelta —rugió Annika. Levantó las manos, y la
superficie del arroyo tembló levemente.
—Está parada justo allí —dijo Eryk, intentando ignorar la
forma en que sus palabras aguijonearon. Ya debería estar
acostumbrado para entonces. Hizo un movimiento rápido de
dedos. El disco negro se desvaneció, y allí estaba Sylvi, con
los brazos extendidos frente a ella.
Hizo una mueca. —¿Por qué te has detenido?
Annika sujetó a Sylvi en un fuerte abrazo. —¿Estás bien?
—¿Cuál es el problema? —preguntó Sylvi, luchando por
desembarazarse.
Las mejillas de Annika enrojecieron. —Nada. Yo… lo siento
—murmuró a Eryk.
Él se encogió de hombros.
—Es sólo que nunca he visto nada igual tan de cerca.
Él levantó su palo y volvió a meterlo en la corriente del
arroyo.
—Escucha —dijo Annika—. Lo siento. Yo…
Fue interrumpida por el sonido de voces. Tres chicos
aparecieron en el claro, empujándose unos a otros y riendo.
Annika se apartó de Eryk, con los hombros tensos.
—¿Saliste a practicar, Annika? —preguntó el chico más alto
cuando los vio. Tenía el mismo cabello rojizo dorado del Ulle
—. Ciertamente lo necesitas.
Annika tomó la mano de Sylvi. —Estábamos yéndonos, Lev.
El niño echó un vistazo a Eryk. —Eres el otro invocador de
sombras, ¿no? Viniste con la Bruja Negra.
—No utilices esa palabra —espetó Annika.
—¿Cuál es el problema¡
—Si hubieras visto un ataque «drüskelle», lo sabrías. Anda,
Sylvi, vámonos.
—No quiero —dijo Sylvi.
Lev sonrió. —No se vayan por nuestra culpa. —Retorció las
muñecas y dos pequeñas corrientes de aire giraron a la vida,
levantando agujas de pino del suelo y formando diminutos
ciclones. Zumbaron sobre el arroyo, reuniendo agua, luego se
liberaron para girar sobre el piso del bosque como trompos.
Sylvi aplaudió y persiguió uno por la ribera. —Haz una,
Annika.
—Sí, haz una —dijo Lev, intercambiando una mirada
conocedora con los otros chicos.
Annika se ruborizó de un rojo profundo. Inhaló y levantó las
manos. El agua se elevó de la superficie del arroyo en un arco
tembloroso. Sylvi soltó un grito triunfante. Cuando Annika
torció las muñecas, el agua giró lentamente hacia la izquierda
y entonces colapsó con una salpicadura.
Los dos chicos soltaron la risa, pero Lev sólo sacudió la
cabeza.
—Débil —dijo—, igual que tu padre. Deberías pasar más
tiempo entrenando y menos tiempo jugando con esa pigmea.
Sylvi frunció el ceño. —¿Qué es una pigmea?
Lev se inclinó para mirar a Sylvi a los ojos y sonrió. Su voz
era amigable, cálida como miel. —«Tú eres» una pigmea,
«lapushka». Pequeña y raquítica e inútil. Un pequeño error
«otkazat’sya».
El labio de Sylvi tembló. Eryk se levantó, inseguro de qué
tenía la intención de hacer. Su madre no querría que se
involucrara, particularmente en un conflicto con el hijo del
Ulle.
Pero antes que pudiera decir una palabra, Annika le dio a Lev
un fuerte empujón. —Déjala en paz.
Lev sonrió socarronamente. —Ella no debería estar aquí. Este
es un campamento Grisha.
—Algunas personas no muestran su poder hasta después.
—Ella es «otkazat’sya», y lo sabes. Un alfeñique más en una
familia llena de alfeñiques. Ella debería irse. Diablos, todos
ustedes deberían irse. No pueden cargar su propio peso.
—Esa no es tu decisión.
—No, es la decisión de mi padre. Tal vez sencillamente
deberíamos ahogar a la pigmea ahora. Sacarla de su miseria.
—Dio un paso hacia Sylvi.
—Dije «déjala en paz».
Annika levantó los brazos y, tal vez debido a su ira, el agua
saltó de la superficie del arroyo en un latigazo de punzantes
gotas. Pero no era rival para Lev. Con el mínimo gesto de su
mano, el agua se disipó en niebla.
—Esto debería ser divertido —dijo.
Levantó los brazos y una ráfaga de aire llegó desde el bosque,
derribando a Sylvi y Annika al suelo. El viento rugió entre los
árboles, quebrando ramas, y precipitándose hacia las niñas.
Sylvi gritó.
—¡Alto! —gritó Eryk, y antes que pudiera pensarlo mejor, una
madeja de oscuridad se disparó de sus manos y se envolvió
alrededor de Lev. Rodeó el cuerpo del chico como una
serpiente y se cerró sobre su rostro.
Lev aulló y el viento se desvaneció, las ramas cayeron
inofensivas al suelo. —¡No puedo ver! —gritó—. ¡Ayúdenme!
Los otros chicos dieron un paso vacilante hacia Eryk.
Eryk reunió la oscuridad en sus manos y se las lanzó. Ellos
gritaron e intentaron arañar las sombras que reptaban sobre
ellos. Uno perdió el balance y cayó hacia delante. El otro gritó,
manos agitándose en el aire, sujetando ciegamente a la nada.
Eryk sintió la oscuridad rizarse a su alrededor en olas negras.
Caminó hasta detrás de Lev y le dio un empujón hacia el
camino. El chico se giró salvajemente, y Eryk apenas evitó su
puño.
—Regresen al campamento y déjennos en paz —dijo,
deseando que su voz sonara más profunda, más intimidante.
—Devuélveme mis ojos, pequeño bastardo —chilló Lev.
—¡Váyanse! —dijo Eryk, dando a cada uno de los chicos un
empujón con la bota.
Avanzaron trastabillando, chocando unos contra otros,
sujetándose las mangas entre sí. Entonces recorrieron el
sendero, con los brazos estirados frente a ellos mientras se
topaban de árbol en árbol.
Eryk mantuvo la oscuridad girando alrededor de sus cabezas
hasta que estuvieron a unos cuantos cientos de metros de
distancia, entonces la liberó. Lev dejó escapar un sollozo. Los
chicos se miraron fijamente con conmoción, luego corrieron
hacia el campamento.
—No he terminado contigo —le gritó Lev.
El corazón de Eryk estaba golpeteando. Había tenido que
utilizar su poder antes, para mostrar que no podían meterse
con él. Pero si su madre realmente tenía la intención de que se
quedaran, acababa de hacer tres enemigos, todos ellos mayores
y mucho más grandes que él. Y había conseguido enfurecer al
hijo del Ulle. Tal vez no serían bienvenidos a quedarse en el
campamento en absoluto. Suspiró y giró cuidadosamente hacia
las hermanas, listo para que ellas dieran la vuelta y corrieran
también.
Ambas seguían en la tierra, mirándolo con ojos alarmados.
Entonces Sylvi dijo: —Quiero aprender a hacer eso. —Se
levantó de un salto y agitó los dedos hacia el árbol más
cercano—. ¡Soy Grisha! ¡Las sombras obedecen mi orden!
Annika la observó salir corriendo, su expresión un poco
melancólica. —Aún cree que puede aprender a ser Grisha. Un
día lo descubrirá. —Se presionó las palmas contra los ojos—.
Ha sido muy duro desde que vinimos aquí —dijo—. Gracias.
Él parpadeó sorprendido. —Yo… de nada.
Ella le sonrió, y sin pensarlo, él le ofreció la mano. Fue hasta
el segundo que sus dedos se cerraron sobre los de él que se dio
cuenta de su error. Tan pronto su mano tocó la de ella, sus ojos
se abrieron mucho. Inhaló bruscamente. Se miraron el uno al
otro un largo momento. Él la puso de pie y dejó caer su mano.
Pero el daño estaba hecho.
—Eres un amplificador —dijo ella.
Él echó un vistazo a donde Sylvi estaba abalanzándose sobre
otro árbol indefenso, distraída, y dio un solo asentimiento
asustado. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Ahora tendría
que contarle a su madre, y ella insistiría en que se fueran
inmediatamente. Si se sabía, ambos estarían en peligro. Los
amplificadores eran raros, difíciles de encontrar, más difícil de
cazar. Sus vidas serían sacrificadas. Incluso si se iban, el
rumor se esparciría. Ya podía escuchar la voz de su madre:
«Tonto, descuidado, despiadado. Si no valoras tu propia vida,
muestra algo de preocupación por la mía.»
Annika le tocó la manga. —Está bien —dijo—. No lo contaré.
El pánico lo atenazó. Sacudió la cabeza.
Ella deslizó la mano en la suya. Era difícil no apartarse. Debía.
Estaba rompiendo la regla fundamental de su madre para
mantenerlos vivos. «Nunca permitas que te toquen», le había
advertido.
—Protegiste a Sylvi. No lo contaré. Lo prometo.
Miró sus manos unidas. Le gustaba la presión desconocida de
su palma contra la suya. Ya no parecía asustada de su poder. Y
era valiente. Había defendido a su hermana aunque sabía que
Lev era más fuerte. Él tenía demasiados secretos. Se sentía
bien compartir uno.
—Quédate —dijo—. ¿Por favor?
Él no dijo nada, pero le dio a su mano un apretón suavísimo.
Annika sonrió, y para sorpresa de Eryk, se encontró
devolviéndole la sonrisa.

***

Pasaron la tarde practicando junto al arroyo mientras Sylvi


inventaba canciones y cazaba ranas. Annika incluso ayudó a
Eryk con su fjerdano. La idea de que podría haber más días
como este parecía casi demasiado maravilloso de creer, y
conforme se hacía más tarde, se preocupó de lo que su madre
diría sobre lo que le había hecho a Lev, que cambiara de
opinión sobre quedarse. Pero cuando regresó a la choza al
anochecer, ella no estaba allí.
Se lavó las manos y la cara de la suciedad del día, entonces se
dirigió al gran salón, donde la mayoría del campamento ya
estaba reunido para la cena. Estaban sentados en mesas que
abarcaban la longitud de la cabaña, comían de platos colmados
de carne de venado y cebollas asadas.
Vio a su madre sentada junto al Ulle en la mesa de los
ancianos. Ambos lo reconocieron con un asentimiento.
Eryk escaneó la extensión de mesas y divisó el cabello rojizo
dorado de Lev. Sus ojos se entrecerraron cuando encontró la
mirada de Eryk. Si Lev no lo había contado, era sólo porque
deseaba vengarse de Eryk personalmente. Todo lo que tenía
que hacer era esperar y arreglar una emboscada, inmovilizar
los brazos de Eryk para que no pudiera invocar.
Probablemente ni siquiera necesitaría a sus amigos. Eryk podía
pelear, pero era quince centímetros más bajo que Lev.
—Eryk —gritó Annika, agitando la mano mientras Sylvi
brincaba en la banca junto a ella. Tal vez Eryk no era tan mal
nombre. Sonaba muy bien cuando ella lo decía.
Comieron en silencio durante un rato. La comida del norte
nunca le había atraído mucho, y se encontró removiendo las
cebollas en su plato.
—¿No te gustan? —preguntó Annika.
—Están bien.
—¿Cuál es tu comida favorita?
Arrastró el pan por los restos de su comida. —No lo sé.
—¿Cómo puedes no saber? —preguntó Sylvi.
Eryk se encogió de hombros. Nadie le había preguntado
nunca. —Mm… cualquier cosa dulce.
—¿Pudín?
Asintió.
—¿Tartas?
Asintió de nuevo. Había un pastel que servían en Kerch,
cubierto de cerezas y servido con crema dulce, y había dulces
Shu recubiertos en ajonjolí que podría comer por puñados.
Pero no se suponía que hablara sobre los lugares a los que
había viajado. Sólo era un niño del sur. —Me gusta todo —
dijo.
—¿Cuál es tu color favorito? —preguntó Sylvi.
—No tengo uno.
—¿Cómo puedes no tener uno?
Azul oscuro como el Verdadero Océano. Rojo como los
tejados de los templos Shu. El puro color a mantequilla de la
luz del sol… no realmente amarillo o dorado, ¿cómo lo
llamarían? Todos los colores que no podías ver en la
oscuridad.
—Realmente nunca lo pensé.
—El mío es el arcoíris —dijo Sylvi.
—Ese no es un color.
—Es demasiado.
Cuando Sylvi enfocó su atención en molestar a la familia junto
a ellos, Annika dijo: —No has preguntado dónde está nuestra
madre.
—¿Quieres contarme?
—Los «drüskelle» la atraparon, los cazadores de brujas.
Cuando aún vivíamos cerca de Overut.
—Lo siento.
—¿Tu padre murió en batalla?
«Mi padre es polvo. Todos ustedes lo son.» —Sí.
Sus ojos se dispararon hacia un hombre con cabello rubio y
brillantes ojos azules sentado en el extremo más alejado de la
mesa de los ancianos. No era una posición de mucha estima.
—¿Ese es tu padre? —preguntó.
Annika miró su plato. —Probablemente tú y Lev serán
mejores amigos para mañana.
Frunció el ceño. —No, no lo seremos.
—Tu madre está sentada junto al Ulle. No estarás comiendo
conmigo dentro de unos pocos días.
—Sí, estaré —dijo, luego añadió—. Si nos quedamos.
—Dijiste que lo harían.
Eryk jugueteó con su cuchara. Debería hablar con su madre
sobre lo que Annika había descubierto. Lo sabía.
Annika dijo: —¿Quieres venir a nadar conmigo y Sylvi esta
noche?
—Está demasiado frío para nadar.
—Hay un estanque alimentado por aguas termales más allá del
río.
Miró la mesa donde su madre estaba hablando con el Ulle, sus
ojos negros resplandecían. —No creo que deba.
Annika hizo un rígido encogimiento de hombros. —Muy bien
—dijo.
Pero podía ver que no lo estaba. Recordó la sensación de su
mano en la suya. Durante los siguientes pocos meses podría
ser Eryk. Podría pertenecer a este lugar. Podría tener un hogar,
tal vez incluso amigos. Y los amigos iban en aventuras. Juntos
rompían reglas.
Le dio un codazo a Annika por debajo de la mesa. —¿A qué
hora?

***

Incluso después de mucho tiempo que las lámparas se


extinguieron y Eryk estuvo seguro que su madre estaba
dormida, dudó. Su madre desconfiaba de la vulnerabilidad del
sueño; realmente nunca parecía soñar profundamente y
siempre estaba lista para saltar de la cama ante cualquier
sonido.
Pero habían pasado tres semanas aprendiendo a rastrear con
los cazadores de la cordillera sur. Había estudiado cómo
caminar en silencio, girando los tobillos, los pies desnudos
moviéndose silenciosos sobre el piso cubierto de pieles.
Estaba más brillante fuera que dentro de la choza, el
campamento estaba bañado en un azul pálido por la luz
plateada de la luna llena. Esperó hasta casi llegar al bosque
para ponerse las botas, entonces se dirigió a los árboles para
encontrar el camino de regreso al arroyo. Lo siguió durante
casi un kilómetro, esperando no llegar tarde, e incluso empezó
a preguntarse si de alguna forma había ido en la dirección
errónea, cuando trepó una loma baja y el estanque apareció a
la vista, más grande de lo que esperaba, la luz de luna
extendiéndose sobre su superficie.
Annika estaba allí, flotando de espaldas en el agua, su cabello
rubio blanco estaba extendido alrededor de su cabeza como un
halo. Mientras la observaba, ella se giró y empezó a deslizarse
a través del estanque, silenciosa como fantasma.
Él bajó a la orilla, y cuando su cabeza volvió a emerger a la
superficie, le susurró: —¡Hola!
Ella giró, mandando pequeñas olas que lamieron la arena. —
Creí que no vendrías.
—Tuve que esperar a que mi madre se durmiera —dijo
mientras se quitaba las botas y se desvestía hasta la ropa
interior. No sabía cómo explicaría a su madre la ropa interior
empapada, pero se sentía demasiado tímido para quitarse todo.
Cuando se sumergió en el agua, una vertiginosa clase de
entusiasmo se infló en su pecho. Agachó la cabeza, dejando
que el agua llenara sus orejas para que el mundo se silenciara,
entonces volvió a emerger, sintiendo el aire nocturno enfriar su
piel empapada. Podía escuchar el suave rugido del arroyo y a
Annika salpicando en el agua a poco más de un metro. «Hasta
el deshielo». Podría hacer esto cada noche si lo deseaba. Tal
vez cuando el estanque se congelara podrían patinar.
—¿Dónde está Sylvi? —preguntó.
—Se quedó dormida antes que mi padre. No quise despertarla.
—Qué lástima.
Annika escupió agua. —Es más silencioso sin ella. Por cierto,
ha decidido que tu madre es una princesa.
Eryk sumergió la cabeza de nuevo. —¿Princesa de qué?
—Sólo una princesa. Es realmente hermosa.
Eryk se encogió de hombros. Estaba consciente de la forma en
que los hombres miraban a su madre. Era un arma más en su
arsenal.
—¿Cómo era tu madre? —preguntó. La pregunta se sintió
extraña en sus labios, y no supo si era la correcta.
Ella agitó la superficie del agua con los dedos y dijo. —
Amable. Solía cantarnos para dormir. Le dije que ya era
demasiado mayor para canciones de cuna. Ahora lamento eso
cada noche.
Eryk se quedó callado. Esta era la ocasión para decir algo
sobre su padre, caído en batalla. Pero vivo o muerto, no tenía
recuerdos del hombre para compartir.
—Los cazadores de brujas tenían esos caballos —dijo Annika,
su rostro alzado hacia el cielo nocturno—. Sé que estaba
asustada, pero juro que eran tan grandes como casas.
—Tienen razas especiales de caballos para los «drüskelle».
—¿Las tienen?
Tenía que tener cuidado sobre revelar dónde había estado o lo
que había aprendido, pero esto se sentía lo bastante seguro. —
Son criados por tamaño y comportamiento. No se asustan ante
el fuego o las tormentas. Perfectos para batallas contra Grisha.
—No fue una batalla. Ni siquiera fue una lucha. Mi padre no
pudo protegernos.
—Él las puso a salvo a ti y a Sylvi.
—Supongo. —Pataleó hacia la orilla—. ¡Voy a dar un
clavado!
—¿Estás segura que es lo bastante profundo?
—Lo hago todo el tiempo. —Salió del estanque, goteando
agua de su camisón, y trepó uno de los peñascos que bordeaba
la orilla.
—¡Cuidado! —gritó. No estaba seguro de por qué. Tal vez la
sobreprotección de su madre se le estaba pasando.
Ella levantó las manos, preparándose para arrojarse al agua,
entonces hizo una pausa.
Eryk se estremeció; tal vez el agua no estaba tan cálida como
pensó. —¿Qué estás esperando?
—Nada —dijo, con las manos aún estiradas.
Un escalofrío lo recorrió. Fue entonces que se dio cuenta que
apenas podía mover los brazos. Intentó levantar las manos,
pero era demasiado tarde. El agua se sentía espesa a su
alrededor. Se estaba endureciendo en hielo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, esperando que fuera
alguna clase de juego, una broma. Eryk empezó a temblar, su
corazón golpeando en un latido temeroso mientras su cuerpo
se enfriaba. Aún podía mover las piernas, apenas rozar el
lodoso fondo del estanque con sus dedos, que pataleaban
frenéticamente, pero su pecho y brazos estaban sujetos
inmóviles, el hielo se presionaba a su alrededor—. ¿Annika?
Había bajado del peñasco y estaba eligiendo el camino
cuidadosamente sobre el estanque congelado. Estaba
temblando, sus pies aún desnudos, su camisón empapado y
adherido a su piel. Tenía una roca en las manos.
—Lo siento —dijo. Sus dientes castañeaban, pero su rostro
estaba determinado—. Necesito un amplificador.
—Annika…
—Los ancianos nunca me dejarían cazar uno. Se lo darían a un
Grisha poderoso como Lev o su padre.
—Annika, escúchame…
—Mi padre no puede protegernos.
—Yo puedo protegerte. Somos amigos.
Ella sacudió la cabeza. —Somos afortunados de que siquiera
nos dejen quedarnos aquí.
—¿Qué estás haciendo, Annika? —suplicó, aunque lo sabía
muy bien.
—Sí, ¿qué estás haciendo, Annika?
Giró la cabeza lo mejor que pudo. Lev estaba parado en la
orilla más lejana.
—¡Vete! —gritó ella.
—Ese pequeño fenómeno y yo tenemos asuntos pendientes.
Igual que tú y yo, para el caso.
—Regresa al campamento, Lev.
—¿Me estás dando órdenes?
Ella lo ignoró, moviéndose sobre el hielo. Crujió debajo de sus
pies. Annika tenía razón: no era fuerte. Había sido incapaz de
solidificar completamente el hielo.
—Hazlo, Annika —dijo Eryk, en voz alta—. Si voy a morir,
no quiero que Lev use mi poder.
—¿De qué estás hablando? —dijo Lev, poniendo un pie
tentativo en la gélida superficie del estanque.
—Silencio —susurró Annika furiosamente.
—Soy un amplificador. Y una vez Annika vista mis huesos, ya
no serás capaz de avasallarlas a ella o a su hermana.
—Cállate —gritó ella.
Eryk vio entendimiento descender en el rostro de Lev, y en el
siguiente minuto, estaba corriendo sobre el hielo. Crujió bajo
la constitución de Lev. «Más cerca», lo urgió Eryk
silenciosamente, pero Annika ya estaba sobre él.
—Lo siento —gimió—. Lo siento mucho. —Estaba llorando
mientras bajaba la piedra sobre su cabeza.
Dolor explotó sobre su sien derecha, y su visión se volvió
borrosa. «No te desmayes». Le dio una sacudida a su cabeza a
pesar de la oleada de dolor que vino con ella. Vio a Anikka
levantar la roca de nuevo; estaba mojada con su sangre.
Una ráfaga de aire la impactó, haciendo que se deslizara por el
hielo.
—¡No! —gritó—. ¡Él es mío!
Lev estaba aporreando el hielo hacia Eryk. Ya tenía un
cuchillo en la mano. Eryk sabía que su poder pertenecería a
quien fuera que lo matara. Era como funcionaban los
amplificadores. «Nunca permitas que te toquen.» Porque un
toque era suficiente para revelarlo, su don acechando en su
interior. Era suficiente para hacerlo menos un niño que un
premio.
Annika estaba levantando la roca de nuevo. Ese sería el golpe
que le partiría el cráneo. Lo sabía. Eryk se concentró en las
botas de Lev, las grietas que se extendían debajo de ellas.
Estiró las piernas, luego retrajo las rodillas hacia arriba para
azotarlas contra el hielo. Nada. A pesar de la náusea que lo
atenazaba, lo hizo de nuevo. Sus rodillas golpearon el hielo
desde abajo con un doloroso crujido. El hielo a su alrededor se
quebró. Entonces Annika se vino abajo, colapsando dentro del
agua, la piedra escapó de sus manos.
Eryk liberó sus brazos y se sumergió bajo la superficie. Bajo el
agua no podía ver nada más que oscuridad. Pataleó con fuerza.
No tenía idea de en qué dirección iba, pero tenía que llegar a la
orilla antes que Annika pudiera congelar el estanque de nuevo.
Sus pies tocaron el fondo, y medio nadó, medio se arrastró
hacia el agua superficial. Una mano se cerró alrededor de su
tobillo.
Annika estaba encima de él, utilizando su peso para
mantenerlo sujeto. Gritó, luchando en sus brazos. Entonces
Lev estaba allí, empujándola a un lado, sujetando un puñado
de la camisa de Eryk, levantando el cuchillo. Todos estaban
gritando. Eryk no estaba seguro de quién lo tenía agarrado.
Una rodilla se presionó contra su pecho. Alguien volvió a
empujar su cabeza bajo la superficie. El agua inundó su nariz y
sus pulmones. «Voy a morir aquí. Vestirán mis huesos.»
En el espeluznante y amortiguado silencio del agua, escuchó la
voz de su madre, feroz como el chasquido de un látigo. Ella
siempre pedía más de él, lo demandaba, y ahora le dijo que
luchara. Dijo su nombre verdadero, el que sólo utilizaba
cuando entrenaban, el nombre tatuado en su corazón. Un
corazón que no había dejado de latir. Un corazón que aún tenía
vida.
Con la última pizca de su fuerza, liberó su brazo de un tirón y
fustigó ciegamente, furiosamente, con todo su terror e ira, con
toda la esperanza que había nacido y muerto este día. «Déjame
hacer una marca en este mundo antes de abandonarlo.»
El peso se quitó de su pecho. Luchó por sentarse, ahogándose
y jadeando, con agua chorreándole de la boca. Tosió y tuvo
arcadas, entonces consiguió inhalar una respiración débil y
dolorosa. Miró a su alrededor.
Lev flotaba boca abajo junto a él, sangre negra escurría de un
profundo corte diagonal que abarcaba desde su cadera hasta
casi todo su pecho. Su camisa estaba desgarrada, y se ondeaba
por atrás en el agua, revelando piel pálida que brillaba de un
blanco como panza de pez a la luz de la luna.
Annika estaba del otro lado, tumbada en el agua superficial,
sus ojos amplios y temerosos. Un profundo tajo le recorría
desde el hombro hasta un costado de la garganta. Tenía una
mano presionada en el cuello para intentar detener el flujo de
sangre. Sus dedos y manga estaban empapados.
Finalmente había conseguido utilizar el Corte. Los había
desgarrado a ambos.
—Ayúdame —croó—. Por favor, Eryk.
—Ese no es mi nombre.
Él no se movió. Se sentó y observó mientras sus ojos se
volvían vidriosos y su mano caía, mientras finalmente se
desplomaba de espaldas, su mirada vacía fija en la luna.
Observó los trozos restantes de hielo mecerse en la superficie
y derretirse lentamente. Su cabeza palpitaba, y estaba mareado
por el dolor. Pero su madre le había enseñado a pensar con
claridad, incluso cuando sentía dolor, incluso cuando no estaba
tan seguro de querer seguir adelante.
Lo culparían por esto. Sin importar lo que Annika y Lev
habían intentado, lo culparían. Los ejecutarían a él y su madre
y darían sus huesos al Ulle o a algún otro Grisha de rango. A
menos que pudiera darles alguien más a quien odiar. Eso
significaba que necesitaría una mejor herida. Una herida
mortal.
Perdería un montón de sangre. Podría no sobrevivir, pero sabía
que tenía que hacerlo. Sabía que «podría» hacer ahora. La
evidencia estaba toda a su alrededor.
Esperó hasta que el cielo había empezado a clarear. Sólo
entonces invocó las sombras y de ellas sacó una espada oscura.

***

Cuando los hombres del Ulle lo despertaron en la orilla, les


dio las respuestas que necesitaban, la verdad que estaban
demasiado ansiosos de ver en los cadáveres de sus hijos, en las
profundas heridas de corte que estaban seguros habían sido
hechas por espadas de «otkazat’sya».
Perdió la consciencia mientras lo cargaban al campamento, y
fue muchas horas después que regresó a sí mismo, esta vez en
la acogedora choza pequeña. Su madre estaba una vez más
junto a él, pero ahora su rostro estaba manchado de sangre y
ceniza. Olía a hogueras. El Ulle estaba sentado en la esquina,
con la cabeza en las manos.
—Está despierto —dijo su madre.
El Ulle levantó la vista bruscamente y se puso de pie.
La madre de Eryk presionó una taza de agua contra sus labios.
—Bebe.
El Ulle se irguió sobre la cama de Eryk. Sus rasgos estaban
demacrados y cubiertos de hollín. —¿Estás bien? —preguntó.
—Lo estará —dijo su madre con convicción—. Si sus heridas
se mantienen limpias.
El Ulle se frotó los ojos cansados. —Me alegra, Eryk. No
podría haber cargado con otra… otra muerte este día.
Estiró la mano, pero la madre de Eryk le sujetó la manga para
detenerlo. —Déjalo estar —dijo.
El Ulle asintió. —Necesitaremos abandonar aquí —dijo—. El
rumor viajará después de lo que hemos hecho esta noche.
Habrá consecuencias.
La madre de Eryk presionó una toalla mojada en su frente. —
Tan pronto esté lo bastante fuerte para viajar, nos iremos.
—Tienes un lugar con nosotros, Lena. Es más seguro viajar
juntos…
—Nos prometiste seguridad antes, Ulle.
—Creí… creí que podía ofrecérsela. Pero tal vez no exista
lugar seguro para nuestra especie. Debo ir a ver a mi esposa…
—Su voz se quebró—. Y a Lev. Perdónenme —dijo, y salió a
trompicones por el umbral.
Hubo silencio en la choza. La madre de Eryk humedeció el
paño de nuevo, y lo exprimió. —Eso fue muy astuto —dijo al
fin—. Utilizar el Corte en ti mismo.
—Ella congeló el lago —carraspeó.
—Niña astuta. ¿Puedes tomar otro sorbo de agua?
Lo consiguió, con la cabeza dándole vueltas.
Cuando pudo encontrar la fuerza, preguntó: —¿El pueblo?
—No delataron a los jinetes que los atacaron a ustedes, así que
los matamos a todos.
—¿A todos?
—Cada hombre, mujer y niño. Entonces quemamos sus casas
hasta los cimientos.
Él cerró los ojos. —Lo siento.
Ella le dio la más ligera sacudida, forzándolo a mirarla. —Yo
no. ¿Me entiendes? Quemaría mil pueblos, sacrificaría mil
vidas para mantenerte a salvo. Seríamos nosotros los de la pira
si no hubieras pensado rápidamente. —Entonces sus hombros
cayeron—. Pero no puedo odiar a ese niño y niña por lo que
intentaron hacer. La forma en que vivimos, la forma en que
somos forzados a vivir… nos hace desesperados.
La lámpara se redujo y finalmente se apagó con un
chisporroteo. Su madre se adormiló.
Afuera, escuchó voces tristes elevadas en canciones de
lamento mientras la pira funeraria ardía y los Grisha ofrecían
oraciones por Annika, por Lev, por los «otkazat’sya», en las
ruinas humeantes del valle de abajo.
Su madre debió haberlos oído también. —El Ulle tiene razón
—dijo—. No hay lugar seguro. No hay paraíso. No para
nosotros.
Él entendió entonces. Los Grisha vivían como las sombras,
pasando sobre la superficie del mundo, sin tocar nada,
forzados a cambiar sus formas y ocultarse en rincones,
conducidos por el miedo igual que las sombras eran
conducidas por el sol. Ningún lugar seguro. Ningún paraíso.
«Lo habrá», prometió en la oscuridad, palabras nuevas escritas
sobre su corazón. «Yo haré uno.»
Agradecimientos

The Guardians

Traducción:
Pamee
Azhreik

Epub
Azhreik

Esta traducción es de fans para fans.


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