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Vigilancia y castigo

Aproximaciones al concepto de poder de Michel


Foucault
María de Jesús Rojas Espinosa
María del Pilar Anaya Ávila

Entender la manera en que las relaciones sociales se


estructuran, particularmente las relaciones desiguales de la
obediencia y la dominación que justifican la autoridad y la
naturaleza de la obligación política, ha sido uno de los esfuerzos
constantes del pensamiento humano. Sostenemos que Michel
Foucault ha ofrecido una contribución decisiva para una
comprensión mejor de estos fenómenos sociales. En la primera
parte de este artículo examinamos algunas características del
concepto de poder de Foucault. En la segunda parte seguimos
las transformaciones que este concepto sufrió en su trabajo.

Introducción

Desde que nace, el ser humano vive en un entramado de relaciones de poder.


Estas relaciones aparecen en todos y cada uno de los ámbitos en que la persona se
desenvuelve, sean públicos o privados, y son una constante en juego de la
cotidianidad. El poder es lo que pulsa toda relación.
Detenerse a deliberar sobre el concepto poder es pensar en Foucault casi como
un sinónimo, es recordar su obra Vigilar y castigar porque describe la sociedad
moderna rígida y la forma en que ésta construye sujetos modernos, con marcas y
heridas que obedecen a una cultura.
La sociedad se encarga de disciplinar a través de una tecnología de control y
vigilancia capaz de codificar y marcar uno a uno todos los cuerpos, sin descanso,
día y noche, desde el nacimiento hasta la muerte; donde sea, aquí y allá, en todos y
cada uno de los espacios por donde circula el sujeto.
En éste y en cuantiosos sentidos el pensamiento de Foucault continúa vigente,
abre nuevas rutas de reflexión: “El poder no es sólo una cuestión teórica, es algo
que forma parte de nuestra experiencia”, que en palabras de Bourdieu sería el
habitus.
A lo largo de su labor filosófica y de reflexión, Michel Foucault se pregunta
quiénes somos, cómo y mediante cuáles mecanismos hemos sido configurados en
nuestros pensamientos, en nuestros cuerpos, ritmos y gestos; en nuestros afectos,
sentimientos y sensaciones; con qué formas se elaboró nuestra sensibilidad… Su
intento de respuesta tendió, más que a descubrir lo que somos, a rechazar el tipo
de individualidad que nos han impuesto desde siglos.
Un concepto concebido por Bourdieu como el principio generador de las
prácticas sociales, el habitus, destraba el problema del sujeto individual al
constituirse en el lugar de “incorporación” de lo social en el sujeto, lo que permite
colocar al centro de la reflexión una subjetividad modelada, configurada y
enmarcada por un conjunto de estructuras sociales objetivas de carácter histórico
que el sujeto incorpora de acuerdo con el lugar social que ocupa en dicha
estructura.
Bourdieu propone que el habitus es un conjunto de disposiciones lógicas y
afectivas. Su teoría abre la posibilidad de entender la negociación entre sujetos
históricos y situados, y las estructuras que los han formado como tales, negociación
que se verifica en la práctica, es decir, en la puesta en escena de los valores y
saberes incorporados (el habitus) que se enfrentan a su pertinencia y validación en
la situación social en la que éstos son desplegados.
En efecto, el hombre se mueve en diferentes campos, en los cuales incorpora
saberes y valores que se traducen en el habitus, que, a juicio personal, lo adquiere
a través de dos instituciones: la familia y la escuela; ambas contribuyen a la
formación del sujeto a partir de una trama instituida bajo un régimen estructurado, el
Estado. Esto se observa a lo largo de la historia en diferentes culturas, lo que
induce a reflexionar que la educación y otras instituciones surgen de la lucha de
relaciones de conocimiento, política y de producción, por lo que se puede
argumentar que el sistema capitalista, que se consolida en el siglo XVIII, trae
consigo una serie de experiencias y que parte de repartirse el mundo, es decir, las
tierras y los humanos, para imponerse.
Los científicos lucharon contra el predominio del principio teológico que
constituía el orden feudal, al tiempo que convivieron, desde el Renacimiento en el
siglo XV y XVI, con la filosofía, la religión, la masonería, la astrología, la metafísica y
lo esotérico. Esto es una muestra de poder, sólo basta hacer un recorrido por la
historia, contextualizarla y observar que el poder y el control siempre están
presentes, que según el sistema político y económico que rija esta etapa serán las
normas que se establezcan, y de esta manera se verá cómo el ser humano siempre
ha estado sometido por el ser humano.
A lo largo del periodo feudal aparecen las castas, lo que da lugar a la
discriminación debido a las diferentes etnias. En cuanto a las clases sociales y las
clases gobernantes, unas a otras se someten, prima el poder del conocimiento, el
poder económico y desde luego el político, que tiende sus redes al campo
educativo. Al respecto del funcionamiento del poder en la sociedad, Michael
Foucault considera que cada época cultural posee un código fundamental, un
orden, configuraciones que adopta el saber –que Foucault llama episteme–, lo que
se dice y se calla en aquella cultura, y sobre cuyo fondo se elaboran, piensan e
interpretan los objetos (a priori histórico).

Sociedad disciplinaria

Foucault sitúa a la Europa de finales del siglo XVIII y principios del XIX como el
1 J. Varela, “El modelo genealógico de análisis. Ilustración a partir de Vigilar y
castigar de Michel Foucault”, en E. Crespo y C. Soldevilla (eds.), La constitución
social de la subjetividad, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2001, p.125.
2 M. Foucault, Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones, Alianza/Materiales
de Estudios y Publicaciones, Madrid, 2001, p. 11.
3 P. Bourdieu, La distinción, Taurus, Madrid, 1998.
4 S. Carli, Niñez, pedagogía y política. Transformaciones de los discursos acerca de
la infancia en la historia de la educación argentina entre 1880 y 1955, Miño y
Dávila, Buenos Aires, 2002.
5 J. Varela, “El modelo genealógico de análisis. Ilustración a partir de Vigilar y
castigar de Michel Foucault”, en E. Crespo y C. Soldevilla (eds.), La constitución
social de la subjetividad, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2001, p.124.
6 Platón, La República, 415 a.C., Alianza, Madrid, 1997.
7 Idem.
8 J  M. Blanch, Trabajo y experiencia social, Universitat Oberta de Catalunya,
Barcelona, 2001, p. 33.
9 Walkerdine, 2001; Beck, 1998; Sennet, 2000.
 

 
 
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