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Los siete derechos naturales

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Este es un apéndice atrevido que no puede convenir sino a los lectores


confiados. Vamos a esclarecer el tenebroso debate sobre los derechos del
hombre examinando cómo el orden societario asegura a cada individuo el libre
ejercicio de sus siete derechos, tan incompatibles con el mecanismo civilizado
y bárbaro. Procedamos primero a definirles someramente, así como sus
pivotes:

Derechos Pasiones Colores Curvas

1. Cosecha Amistad Violeta Círculo


2. Pastizal Amor Azul Elipse
3. Pesca Familismo Amarillo Parábola
4. Caza Ambición Rojo Hipérbola
5. Liga interior Cabalista Índigo Espiral
6. Robo exterior Compuesta Naranja Logaritmo
7. Despreocupación Mariposa Verde
Concoide
Y. El MÍNIMO UNITISMO BLANCO
CICLOIDE
X. Libertad Favoritismo Negro
Epiciclo

La libertad es el efecto de los siete derechos naturales; es el resultado de


su combinación, como el Blanco y el Negro son la unión o la absorción de los
siete rayos. La libertad no es más que simple y falsa, mera duplicación de
acción, si no se apoya en su contra-pivote, el MÍNIMO, principal de todos los
derechos y por tanto inadmisible en la Civilización.
Definamos brevemente cada uno de los siete: es inútil hablar de los
cuatro derechos cardinales. Todos saben que el Salvaje tiene plena licencia de
caza y pesca, libre cosecha de frutas y verduras que dona la tierra, y libre
pastizal para los animales que le place criar.
Él disfruta el derecho de robar al exterior y al botín, es decir sobre todo
lo que no está en liga federal y pasional consigo. No roba a sus compañeros de
la horda: esta restricción no es obstáculo, sino ejercicio federal del robo,
extensión de la licencia o prerrogativa, según la cual toda la horda se
confedera para hurtar lo que se apropiará, ya sean los otros salvajes, las
caravanas, los vecinos civilizados, etc. Así, el ejercicio de los derechos 5 y 6,
federación interior y robo exterior, es una actividad plena en el Salvaje
(incluso entre tantas personas honestas y civilizadas que, aunque son las más
fuertes, se entienden tan bien como para vivir a costa de los más débiles).
El séptimo derecho, la Despreocupación, felicidad de los animales: no
disfrutamos este derecho en Civilización sino a fuerza de los tesoros: pero 9
de 10 civilizados, lejos de poder estar despreocupados del día siguiente, se
preocupan del mismo día presente, ya que están obligados a ocuparse en un
trabajo forzado y repugnante. Así los domingos van a tabernas y lugares de
entretenimiento, para saborear por algunos instantes de esa despreocupación
en vano buscada por tanta gente rica que continúa viviendo inquieta. Post
equitem sedet atra cura1.
Los murmuradores dirán que la Despreocupación es un carácter y no un
derecho; pero deviene en derecho en la medida en que está proscrito en el
estado de la Civilización, donde la despreocupación es deshonrada, altamente
condenada.
Dejemos que un padre poco afortunado se dedique íntegramente a darse
goces, sin pensar en su taller, sin apartar nada para los impuestos, rentas y
necesidades futuras; la opinión de sus críticos, y del recaudador de impuestos
a través de sus matones, le advertirá que no tiene derecho de estar
despreocupado, de disfrutar de la felicidad de los salvajes y de los animales, y
que a pesar de su inclinación a la despreocupación debe abstenerse. Además,
la educación civilizada interviene sistemáticamente para combatir en nosotros
este gusto por la despreocupación, un placer cuyo desarrollo no se
obstaculizará en Armonía.
En cuanto al Salvaje, es evidente que disfruta de la despreocupación y
no está dispuesto a inquietarse por el futuro: de otra forma, viviría con temor
de que sus niños, su horda, sufrieran de hambre; aceptaría las ofertas que le
1
Detrás del caballero se oculta la pena negra (Horacio, Odas, III, i, 40).
ofrecen los gobiernos civilizados, de instrumentos agrícolas y objetos
necesarios para la cultura: pero él no cederá ninguno de sus siete derechos; en
esto es sabio, puesto que si cede uno, la despreocupación, los perdería todos
sucesivamente.
La única objeción plausible que se puede plantear contra este privilegio
del Salvaje es que las mujeres no gozan de él: sin embargo, las mujeres
constituyen la mitad de la raza humana y su condición con el Salvaje es muy
servil, muy miserable.
Nada es más cierto, y si omito esta vejación, los filósofos no la
mencionarán; porque tienen la costumbre de no considerar a las mujeres para
nada. De los tres sexos pasionales que componen la especie humana,
El mayor, los hombres,
La menor, las mujeres,
El mixto o neutro, los niños,
la filosofía no ve más que un sexo y no trabaja más que por uno sólo, por el
mayor o el masculino; aunque, ¿qué felicidad le procura a los hombres? Nada
más que las siete plagas límbicas:
1. Indigencia 2. Fraude 3. Opresión
4. Matanza 5. Destrucción Atmosférica
6. Enfermedades Provocadas 7. Circulo Vicioso
Y. Egoísmo General X. Duplicidad de la Acción

en lugar de los siete derechos que componen la libertad. Sin embargo,


respondí de antemano a la objeción antes mencionada, cuando mencioné la
libertad de los salvajes compuesta divergente. Diverge de dos modos;
materialmente por la incompatibilidad del cuerpo social llamado Horda con el
lujo industrial o destino; socialmente, por la exclusión del sexo femenino que
participa poco o nada de los siete derechos naturales.
Retomemos lo concerniente a las libertades. Ya es cierto que el Salvaje
está más avanzado que los civilizados en el desarrollo de la libertad, pues se
eleva en el compuesto divergente o al disfrute de los siete derechos sólo para
hombres. Por lo tanto, está muy por encima de nosotros, que privamos a la
inmensa mayoría de ambos sexos de esta ventaja.
El orden civilizado que nos despoja de todas o casi todas estas siete
ventajas nos debe una indemnización equivalente; y primero lo Mínimo o
necesario en alimentos, vestimenta y vivienda; incluso eso no haría nada por
la libertad individual; porque un hombre es alimentado, vestido y alojado en
depósitos de mendicidad, donde es prisionero y muy desdichado. Quedan otras
condiciones que deben cumplirse para alcanzar la libertad; y delante de todo,
garantizar a cada individuo el completo ejercicio o el equivalente acordado de
los siete derechos que lo componen, para asegurarle el desarrollo activo de las
pasiones.
Para compensar a un civilizado por la pérdida de los siete derechos
naturales, nuestros publicistas civilizados le garantizan algunos ensueños y
vanaglorias, como el orgullo del embellecido nombre de hombre libre, y la
felicidad de vivir bajo una constitución. Estas estupideces ni siquiera merecen
el título de ilusiones; un trabajador infeliz no puede contentarse con leer la
constitución en lugar de cenar, él quisiera sobre todo comer a su antojo, vivir
alegre, despreocupado, cazador, pescador, cabalista, obtenedor como el
Salvaje y como toda persona, hombre, mujer o niño, que se enfila al gran
juego del Orden Societario.

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