Este es un apéndice atrevido que no puede convenir sino a los lectores
confiados. Vamos a esclarecer el tenebroso debate sobre los derechos del hombre examinando cómo el orden societario asegura a cada individuo el libre ejercicio de sus siete derechos, tan incompatibles con el mecanismo civilizado y bárbaro. Procedamos primero a definirles someramente, así como sus pivotes:
La libertad es el efecto de los siete derechos naturales; es el resultado de
su combinación, como el Blanco y el Negro son la unión o la absorción de los siete rayos. La libertad no es más que simple y falsa, mera duplicación de acción, si no se apoya en su contra-pivote, el MÍNIMO, principal de todos los derechos y por tanto inadmisible en la Civilización. Definamos brevemente cada uno de los siete: es inútil hablar de los cuatro derechos cardinales. Todos saben que el Salvaje tiene plena licencia de caza y pesca, libre cosecha de frutas y verduras que dona la tierra, y libre pastizal para los animales que le place criar. Él disfruta el derecho de robar al exterior y al botín, es decir sobre todo lo que no está en liga federal y pasional consigo. No roba a sus compañeros de la horda: esta restricción no es obstáculo, sino ejercicio federal del robo, extensión de la licencia o prerrogativa, según la cual toda la horda se confedera para hurtar lo que se apropiará, ya sean los otros salvajes, las caravanas, los vecinos civilizados, etc. Así, el ejercicio de los derechos 5 y 6, federación interior y robo exterior, es una actividad plena en el Salvaje (incluso entre tantas personas honestas y civilizadas que, aunque son las más fuertes, se entienden tan bien como para vivir a costa de los más débiles). El séptimo derecho, la Despreocupación, felicidad de los animales: no disfrutamos este derecho en Civilización sino a fuerza de los tesoros: pero 9 de 10 civilizados, lejos de poder estar despreocupados del día siguiente, se preocupan del mismo día presente, ya que están obligados a ocuparse en un trabajo forzado y repugnante. Así los domingos van a tabernas y lugares de entretenimiento, para saborear por algunos instantes de esa despreocupación en vano buscada por tanta gente rica que continúa viviendo inquieta. Post equitem sedet atra cura1. Los murmuradores dirán que la Despreocupación es un carácter y no un derecho; pero deviene en derecho en la medida en que está proscrito en el estado de la Civilización, donde la despreocupación es deshonrada, altamente condenada. Dejemos que un padre poco afortunado se dedique íntegramente a darse goces, sin pensar en su taller, sin apartar nada para los impuestos, rentas y necesidades futuras; la opinión de sus críticos, y del recaudador de impuestos a través de sus matones, le advertirá que no tiene derecho de estar despreocupado, de disfrutar de la felicidad de los salvajes y de los animales, y que a pesar de su inclinación a la despreocupación debe abstenerse. Además, la educación civilizada interviene sistemáticamente para combatir en nosotros este gusto por la despreocupación, un placer cuyo desarrollo no se obstaculizará en Armonía. En cuanto al Salvaje, es evidente que disfruta de la despreocupación y no está dispuesto a inquietarse por el futuro: de otra forma, viviría con temor de que sus niños, su horda, sufrieran de hambre; aceptaría las ofertas que le 1 Detrás del caballero se oculta la pena negra (Horacio, Odas, III, i, 40). ofrecen los gobiernos civilizados, de instrumentos agrícolas y objetos necesarios para la cultura: pero él no cederá ninguno de sus siete derechos; en esto es sabio, puesto que si cede uno, la despreocupación, los perdería todos sucesivamente. La única objeción plausible que se puede plantear contra este privilegio del Salvaje es que las mujeres no gozan de él: sin embargo, las mujeres constituyen la mitad de la raza humana y su condición con el Salvaje es muy servil, muy miserable. Nada es más cierto, y si omito esta vejación, los filósofos no la mencionarán; porque tienen la costumbre de no considerar a las mujeres para nada. De los tres sexos pasionales que componen la especie humana, El mayor, los hombres, La menor, las mujeres, El mixto o neutro, los niños, la filosofía no ve más que un sexo y no trabaja más que por uno sólo, por el mayor o el masculino; aunque, ¿qué felicidad le procura a los hombres? Nada más que las siete plagas límbicas: 1. Indigencia 2. Fraude 3. Opresión 4. Matanza 5. Destrucción Atmosférica 6. Enfermedades Provocadas 7. Circulo Vicioso Y. Egoísmo General X. Duplicidad de la Acción
en lugar de los siete derechos que componen la libertad. Sin embargo,
respondí de antemano a la objeción antes mencionada, cuando mencioné la libertad de los salvajes compuesta divergente. Diverge de dos modos; materialmente por la incompatibilidad del cuerpo social llamado Horda con el lujo industrial o destino; socialmente, por la exclusión del sexo femenino que participa poco o nada de los siete derechos naturales. Retomemos lo concerniente a las libertades. Ya es cierto que el Salvaje está más avanzado que los civilizados en el desarrollo de la libertad, pues se eleva en el compuesto divergente o al disfrute de los siete derechos sólo para hombres. Por lo tanto, está muy por encima de nosotros, que privamos a la inmensa mayoría de ambos sexos de esta ventaja. El orden civilizado que nos despoja de todas o casi todas estas siete ventajas nos debe una indemnización equivalente; y primero lo Mínimo o necesario en alimentos, vestimenta y vivienda; incluso eso no haría nada por la libertad individual; porque un hombre es alimentado, vestido y alojado en depósitos de mendicidad, donde es prisionero y muy desdichado. Quedan otras condiciones que deben cumplirse para alcanzar la libertad; y delante de todo, garantizar a cada individuo el completo ejercicio o el equivalente acordado de los siete derechos que lo componen, para asegurarle el desarrollo activo de las pasiones. Para compensar a un civilizado por la pérdida de los siete derechos naturales, nuestros publicistas civilizados le garantizan algunos ensueños y vanaglorias, como el orgullo del embellecido nombre de hombre libre, y la felicidad de vivir bajo una constitución. Estas estupideces ni siquiera merecen el título de ilusiones; un trabajador infeliz no puede contentarse con leer la constitución en lugar de cenar, él quisiera sobre todo comer a su antojo, vivir alegre, despreocupado, cazador, pescador, cabalista, obtenedor como el Salvaje y como toda persona, hombre, mujer o niño, que se enfila al gran juego del Orden Societario.