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Un punto de partida:
¿Por qué escribir sobre esta obra de Eco? Podría ofrecer varias respuestas, pero la
principal es autobiográfica: fue el libro que me abrió las puertas al estudio de la Filosofía y es
una manera de rendirle tributo. La gente que me conoce (familiares, amigos, estudiantes) sabe el
cariño que le tengo a este libro. Siempre lo releo, vuelvo a él, lo cito en conversaciones o en
clase, y lo recomiendo porque es una obra maravillosa y muy bien confeccionada, por su trama,
su historia, los niveles de interpretación que posee, los temas que toca, etc.
Realizar un análisis de El nombre de la rosa de Umberto Eco no es tarea fácil, no por
las dificultades que la novela pueda presentar o los niveles de interpretación que nos ofrece,
sino por los infinitos caminos que se pueden recorrer. Al ser una obra tan compleja donde cada
palabra, objeto, personaje, etc. está colocado no sin una previa intensión muy específica: la de
hacer referencia a algún aspecto de la Edad Media, a la historia, al arte o a la tradición
filosófica, entre otras cuestiones. Es una obra que constantemente alimenta la imaginación y
despierta todos los conocimientos que hayamos adquirido, y obviamente numerosas
asociaciones y relaciones. El filósofo y semiólogo Charles Sanders Peirce en su teoría de los
signos sostiene que todo signo representa un objeto que está ausente, y al interpretarlo se genera
un interpretante, que no es otra cosa que un nuevo signo que debe ser interpretado; lo que pone
en juego las posibles relaciones que pueda llevar, generando una cadena de interpretaciones que
el filósofo llamó semiosis infinita. Eco es heredero de esta tradición, él es Semiólogo y en esta
novela pone en juego todo su conocimiento desafiando al lector a interpretar su obra, los
ejemplos son muchísimos pero los invito a descubrirlos por su cuenta.
Hace poco tiempo ingresaba por primera vez a una Sede de
Fines llamada Aldea Jóvenes para la paz en Villa Rosa, y me
encontré con el edificio de la foto, obviamente la semiosis que en
mi mente se produjo me llevó a asociarla con la abadía de la
novela y su imponente Torreón donde se ubicaba la Biblioteca, allí
surgió la idea de comenzar este escrito.
No es mi intención contarles la historia del libro, eso corre
nuevamente por cuenta de ustedes, sino detenerme en ciertos
aspectos filosóficos que han llamado mi atención y que están
encarnados en los dos personajes principales, porque (y volviendo a la teoría de los signos) ellos
representan algo a través de sus palabras y actos, representan dos corrientes antiguas de
pensamiento que son el platonismo y el aristotelismo, o el neoplatonismo y el tomismo si vamos
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
a ser un tanto más específicos. La primera representada por Jorge de Burgos, y la segunda por
Guillermo de Baskerville. Corrientes antagónicas al igual que nuestros personajes.
Pretendo en este breve texto
presentar las diferentes perspectivas que
estos dos sabios o intelectuales tienen
con respecto a la posesión y uso del
conocimiento y la ciencia. Para lograr
desentrañar estos puntos de vista es
necesario analizar el contexto en el que
La Abadía y su imponente Biblioteca
se han formado, las enseñanzas que han
tenido y las instituciones que han transitado, como las abadías y universidades que les han
transmitido los conocimientos que poseen. Es importante conocer su formación porque un
pensamiento o filosofía se encuentra condicionado por el ambiente sociocultural en el que es
gestado.
Nuestros personajes:
Jorge de Burgos.
El “Venerable Jorge”, como
acostumbraban llamarlo, es un monje
benedictino, anciano y ciego, de origen
español; quien antiguamente había sido el
bibliotecario de la abadía; ahora acérrimo
defensor de la “Verdad” y de la tradición
neoplatónica-agustiniana que representa,
tradición que “exalta de un modo totalizante
los elementos constitutivos del mundo y del pensamiento monástico” ( Zecchini, 1987: 428). Es el
personaje antagonista de Guillermo de Baskerville, el monje franciscano, y todo discurso que
enarbola es opuesto al del mencionado, marcando profundamente las diferencias que entre sus
“mundos” se encuentran, donde hay pocos elementos en común, llevándolos a una continua
lucha entre la tradición monástica de Jorge y la tradición escolástica de Guillermo por defender
los valores que a cada uno le corresponden.
El nombre que Eco le asigna al personaje es en homenaje al escritor argentino Jorge
Luis Borges, de quién también toma ciertos rasgos característicos para construir al personaje
tales como: la similitud en cuanto al nombre ya mencionada, el parecido físico y la ceguera que
acompaño a Borges durante sus últimos y largos años de su vida; y además el hecho de haber
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
Guillermo de Baskerville.
Es un monje franciscano británico, formado en la
Universidad de Oxford y principal figura de la novela. Pese a
que la novela está narrada en la Edad Media, Guillermo es más
cercano a la concepción de un ser humano moderno que a la del
medieval. Un rasgo que caracteriza esta distinción es que en
varios momentos de la novela afirma que el orden es una
categoría impuesta o creada por la mente del ser humano, y no
algo existente en la naturaleza, sino que es algo absolutamente
contingente. Esta es una concepción contraria a la medieval o a
la mencionada tradición neoplatónica-agustiniana que afirmaba
la existencia de un orden natural que regía en este mundo y
poseía un carácter necesario. De hecho, el franciscano niega todo el tiempo la existencia de este
orden, porque si lo aceptáramos condicionaría la “infinita omnipotencia divina”. Y un punto que
marca el fin de la Filosofía Medieval es el abandonar la creencia en este orden de la naturaleza,
por esta razón Guillermo representa en la novela una nueva tendencia, un ser humano que se
encuentra en el punto medio de esa ruptura entre lo medieval y lo moderno. Por tales motivos el
personaje adhiere a una concepción en la que el orden es absolutamente contingente porque se
entiende a la creación de Dios como un acto omnipotente de la libre voluntad divina, voluntad
que no puede estar limitada por el orden del mundo o por la causalidad; siendo contingente,
Dios podría alterarlo si así lo desease en cualquier momento o podría haber optado por otro
mundo en su elección libre.
En Apostillas a El nombre de la rosa, Umberto Eco, revela que el nombre y
construcción del personaje está inspirado en Guillermo de Ockham, filósofo del cual toma
muchas influencias, por ejemplo, retomando la concepción del orden y el voluntarismo
ockhamista, ya que afirma que “la voluntad de Dios es tan libre que no admite limitación
alguna” (Bertelloni, 1997: 39) y nada nos garantiza la estabilidad del orden. El mundo se
constituye por múltiples individuos y hechos cuyas relaciones cambiantes impiden
transformarlas en principios o leyes. Para comprender el mundo, el ser humano debe suponer un
“orden hipotético” que tal vez no tenga coincidencia con el existente, por lo tanto, la tarea de
Guillermo de Baskerville es tratar de proponer hipótesis hasta encontrar la que más se acerque
al orden existente. En este punto también se asemeja a Ockham, en el sentido de que la ciencia
debe partir de lo singular de los objetos para poder captar lo universal en ellos. Por esto “su
aventura gnoseológica nace y se resuelve en lo humano, en lo individual, en lo empírico”
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
(Zecchini, 1987: 406), alternando diferentes hipótesis para lograr la comprensión de la realidad.
Así, para Guillermo, el conocimiento se da a través de la “intuición de lo singular”, o sea, en la
aprehensión de signos que nos remiten a otros signos (una semiosis infinita o ilimitada en los
términos del Semiólogo Charles Sanders Peirce) que determinan ciertas cosas de la realidad. Lo
único verdaderamente real son los individuos particulares, y el orden entre ellos, se debe dar de
acuerdo a la posición de unos respecto de otros, si esta se considerase como permanente sería
posible la ciencia, ya que podrían establecerse proposiciones universales sobre las cosas
contingentes y singulares porque “el criterio de verdad es, para Baskerville, la evidencia que se
obtiene de la intuición individual” (Bertelloni, 1997: 101). Tanto para Baskerville como para
Ockham la verdadera ciencia debe llegar a la verdad singular de las cosas a través de
proposiciones y términos que versan sobre estas.
El hecho de haber estudiado en una universidad y de haber tenido a Roger Bacon como
su maestro añade datos importantes para comprender la concepción que Guillermo tenía sobre el
conocimiento y la ciencia.
Las universidades surgen como un producto propio de las ciudades y su crecimineto
demográfico, con ellas nace una nueva forma de pensamiento e interpretación de la realidad,
movida por más y modernos descubrimientos científicos. La universidad medieval emerge de la
cultura urbana, en las grandes urbes a fines del siglo XII y comienzos del XIII por dos motivos
fundamentales: el apogeo de las ciudades y el reingreso de la filosofía aristotélica desde oriente
que reunió a un nuevo tipo de intelectuales en estos centros urbanos. Desde las escuelas
catedralicias se impulsa la figura del intelectual urbano, en las que algunos maestros
comenzaron a llamar la atención por sus conocimientos y por el uso de otros métodos de
enseñanza, lo que provocó un gran crecimineto de alumnos en estos centros. Estas escuelas son
llamadas Universitates y aplicaban un método común que les permitía adquirir una
sistematización del saber, la agrupación en gremios para defender sus actividades e intereses,
con un fuerte carácter coorporativo y con reglamentos internos y estatutos. En el seno de las
Universitates el magister artium reemplazó al monje en la enseñanza, perfilando la figura de un
trabajador intelectual en su actividad de maestro. La reunión de estos maestros con sus alumnos
conformaban las universitas, una compacta agrupación coorporativa de profesionales de la
enseñanza y estudiantes con el fin de transmitir conocimientos. Las universidades eran más
abiertas a la recepción de conocimientos y avances científicos, como también de los problemas
y necesidades de la ciudad. En este contexto nuestro personaje, Guillermo, tiene su mente
formada de otra manera, a favor del progreso de la ciencia y sus avances, a la recepción y
estudio de otras lenguas, reivindicando a Roger Bacon quien sostenía que los avances de la
ciencia muchas veces vienen de la mano de los “infieles” y para comprenderlos hay que conocer
primero sus lenguas.
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
La influencia de la Universidad de
Oxford y de Roger Bacon en profunda en
el franciscano, ya que en las Islas
británicas (cuna del empirismo) eran
conocedores del pensamiento griego y
árabe, y estaban al tanto de las novedades
científicas como el reloj, el imán, los
lentes, etc., objetos que Guillermo de
Baskerville utilizaba y eran desconocidos por los habitantes de la abadía en la que se
encontraba. Particularmente, Bacon ejerce un magisterio de carácter científico-experimental
sobre Guillermo; también práctico, como es el ejemplo reiterado de estudiar las lenguas, ya que
nos pueden servir como instrumento o herramienta dentro de una investigación. En un momento
de la historia su discípulo Adso de Melk se sorprende al notar que su maestro lee en varias
lenguas y hasta en la de los infieles, a lo que Guillermo contesta que “la conquista del saber
comienza por el conocimiento de las lenguas”.
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
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“El nombre de la rosa: un posible recorrido” por Gabriel Bernachea.
Bibliografía:
Bertelloni, Francisco; Para leer “El nombre de la rosa” de Umberto Eco: Sus temas
históricos, filosóficos y políticos, Buenos aires, Secretaria de Extensión Universitaria,
Facultad de Filosofiía y Letras, Oficina de Publicaciones, Ciclo Básico Común,
Universidad de Buenos Aires, 1997.
Eco, Umberto, Apostillas a El nombre de la rosa, Barcelona, Lumen, 1984.
Eco, Umberto; El nombre de la rosa, Buenos Aires, RBA Editores, 1993.
Le Goff, Jacques; Los intelectuales en la edad media, España, Gedisa, 1986.
Zecchini, Giuseppe; Ensayos sobre “El nombre de la rosa”, Barcelona, Lumen, 1987.