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HISTORIA DE LA MEDICINA

EN VENEZUELA. Hitos y semblanzas

Introito

Lorenzo Campins y Ballester. Fundador de los estudios médicos


El Protomedicato. Semilla de sanidad y gremio
Educación médica.
Práctica de la medicina.
Primeros hospitales.
El Estado venezolano y la sanidad.
La institucionalidad médica.
La enseñanza de la medicina.
Evolución constitucional.
Médicos venezolanos. Semblanzas
Introito

Una escópica leve por la historia de la medicina en Venezuela


permite al redactor de los apuntes, detectar, en una primera mirada
desde el s.XVII, una etapa caracterizada por la medicina practicada
y enseñada por galenos españoles, que inmigraban a la Capitanía
General con afanes entre la siembra y la aventura. Sobre la siembra
civilizadora de Campíns y Ballester prosigue la reforma de Vargas
justo después, con luces y sombras. Poco más.
Una segunda mirada, enfoca el s.XIX y se revelan fases de
creación de institucionalidad sanitaria como hospitales, gremios,
modestos centros de investigación, sociedades médicas y
publicaciones, así como ministerios e instituciones rectoras en
materia de salud. Sobre la creación del andamiaje aludido justo otro
cúmulo de reformas post-Vargas, en intentos hacia la modernidad
de la medicina venezolana: tanto en la práctica clínica como en la
formación de médicos venezolanos.
Una tercera mirada, es casi s.XX hasta nuestros días de s.XXI,
que revela la instalación plena de una praxis médica
consustanciada con los adelantos biomédicos en boga, masiva
formación de médicos y consolidación de la institucionalidad
sanitaria precedente, en crisis paradójica, tanto como profunda, del
sistema nacional de salud, tanto en la concepción de la salud como
en el deterioro de los servicios de dicho sistema.
Es de hacer notar que no todo fue ruina en la colonia del s.
XVII, más por el contario hubo hechos destacados que cierta
historiografía médica se empeña en negar. La manoseada leyenda
negra antiespañola, por cuanto leguleyo y oportunista de la
“patria”, se muestra endeble, cuando vemos obras civilizadoras tan
sólidas como la desplegada por Lorenzo Campin y Ballester o
Francisco Balmis. Tampoco la “debilidad histórica” de la medicina
en Venezuela cubrió toda la segunda mitad del s.XX, pues en dicho
período se aprecian fortalezas, por ejemplo, en el afán de renovar y
avanzar en la medicina que exhibió aquel elenco de galenos tipo
Razetti, Rísquez, Dominici y muchos otros, en el saber y la práctica
médica.
Tampoco el s.XX es sólo lo indeseable de la prolongada crisis
señalada, pues es también una estancia de tiempo donde se han
generado fuerte impulsos biotecnológicos y la proliferación de
centros de formación e investigación médicas, apuntalados en
ingresos de Estado petrolero que siempre pudo vender y cobrar su
recurso natural principal. Era en todo caso la inversión social en
investigación y medicina, indesdeñable inversión-deber de Estado.
No obstante, presupuestos decentes, la crisis de conceptos y de
servicios de salud se hacía –y se hace- notable, cabalgando junto a
la corrupción de los dineros públicos como fiera indomable e
ilícita. Esa inversión aludida, pese a todo, permitió catalogar a la
medicina venezolana como una de las más representativas de
Suramérica.
Por otra parte, la historia de la medicina en Venezuela, aún con
los notables aportes existentes de historiadores y médicos
venezolanos, apenas la estamos escribiendo. Entiéndase la
conjugación verbal en cuanto a la historia médica que se ha ido
formando en nuestro país en el prisma de las tres escópicas que se
plantean en estos apuntes, donde apenas la alerta queda expresada:
en medicina y en la investigación biomédica todo avance se puede
perder muy rápidamente, so pena de quedar rezagado, tal es el
ritmo de la carrera.
Habría también, en consecuente autocrítica gremial, que
encarar con rigurosidad histórica muchos episodios y aportes de la
medicina en Venezuela con la mea culpa correspondiente, de
historiadores y docentes de la medicina. Reconocer, por ejemplo,
que han existido y existen esfuerzos sostenidos y médicos e
investigadores protagonistas –muchos de ellos aún casi anónimos-
que proporcionan ya un cuerpo necesario y hasta urgente de
abordar y divulgar, en afán de burlar olvidos. historia de la
medicina en Venezuela que debe ir más allá del dato biográfico
preciso, o la impecable reseña de obituario, para adentrarse en
aspectos hasta ahora soslayados, unas veces por falta de certeza
histórica, otras por simple ignorancia, otras por intención omisiva.
En esta aproximación a la historia de la medicina venezolana,
concebida como un bosquejo y elaborada como breviario de atisbos
para estudiantes de medicina, se unen dos propósitos
fundamentales: en primer lugar, elaborar un recurso pedagógico en
forma de reunión de apuntes, que incluye la posibilidad de
aproximar al estudiante de medicina a la historia médica
venezolana, en algunas de sus vertientes fundamentales; y, en
segundo término, no por ello menos importante, el abordaje, aún
con el prisma inconcluso del autor, de algunos de los episodios,
eventos, situaciones, realidades y personajes que delinean buena
parte de la evolución histórica de la medicina en nuestro país y
alertar sobre contextos concurrentes que percolan esa historia de la
medicina escribiéndose.
Finalmente se reconoce como imposible para el formato
didáctico escogido, no ya una descripción extensa, ni siquiera una
escueta relación de todos los episodios, cambios, avances y
protagonistas que nos ocupan. Por ello son apuntes comentados en
lo sucinto, y tan solo algunos de ellos, quizá con fortuna los casos
más significativos, y, en otras ocasiones, los algo olvidados.
Y todo en la intención de presentar un breviario que apenas
aspira a trazos iniciáticos de la lectura de los estudiantes de
medicina, para hacerles llegar la reflexión de que, sin historia, bien
sabemos, la medicina carece de memoria y perspectiva. Sin
conocer la historia de nuestra profesión andamos sin brújula,
expuestos al olvido innecesario. Y la desmemoria es un tipo de
verdadera muerte. Sencillamente.

LORENZO CAMPINS Y BALLESTER


Fundador de estudios médicos

Durante la primera mitad del s. XVII, en plena época colonial,


algunos médicos españoles, y de otras naciones de Europa, llegaron
a residenciarse y a ejercer la medicina en el territorio de la para
entonces llamada Capitanía General de Venezuela. Los facultativos
que llegaban a ejercer la profesión médica tenían que cumplir con
la obligación de presentar sus títulos al Ayuntamiento, que era la
instancia autorizada para conocer de la materia. Mucho charlatán o
hechicero no lo hacía por obvias razones. En la primera mitad del s.
XVII no existía ninguna forma de asociación médica legalmente
establecida.
Miguel Gerónimo, participó junto a Diego de Losada en 1583
en la fundación de Caracas, y se considera el primer médico
(aunque no existen datos sobre el sitio de grado) que ejerciera en el
entonces denominado valle del Ávila. Si existen fuentes acerca de
que Fernando Gómez de Munar, con título de médico expedido por
la Universidad de Sevilla, se recuerda como el médico graduado
que ejerció por primera vez la medicina en Caracas en 1703.
Destaca el ejercicio médico desde 1727, de Sebastián Vizena y
Seijas, egresado de la Universidad de Madrid. Vizena y Seijas
intentó, ante la instancia del Rey y el Cabildo de Caracas, la
creación de una cátedra de Medicina en la Universidad Real y
Pontificia de Caracas. El intento fue fallido por los excesos
burocráticos de la época, que parecen no cesar hoy, y por el curioso
dato de que no había aspirantes a cursar medicina, pues los jóvenes
de entonces consideraban a la profesión médica como poco
lucrativa y de escaso reconocimiento social.
Émulos de Vizena y Seijas, fueron Francisco Fontes y el
bachiller en medicina Jaime Llenes, quienes, venidos de España,
también intentaron abrir la cátedra de medicina, pero fue negada
por las instancias administrativas de entonces. También destaca,
entre los primeros médicos que ejercieron la Medicina en nuestro
país, el galeno graduado en la Universidad de Sevilla (España),
Francisco Xavier Socarrás, quien para 1762 gozaba de prestigio por
sus aciertos clínicos. Algunos médicos de nacionalidad francesa, de
origen corso, con dudosa titulación, pues en su mayoría eran
boticarios, ejercieron también la medicina en Caracas, durante la
primera mitad del siglo XVIII. Cantidad de curanderos, hechiceros,
chamanes y parlanchines de toda laya, practicaban curaciones y
actos médicos en la Capitanía General de Venezuela. Fueron
muchos los intrusistas, durante la primera mitad de este siglo, que
ejercieron la medicina sin título alguno que lo acreditase.
El fundador de los estudios médicos en Venezuela fue el
médico español Lorenzo Campíns y Ballester, quien había nacido
en Palma de Mallorca (España) en 1726. Llegó a Caracas el 24 de
marzo de 1762, con los grados de Licenciado y maestro en
Filosofía por la Universidad de Mallorca, y, Licenciado y Doctor
en Medicina por la Universidad de Gandía, siendo agremiado,
desde abril de 1756, del Colegio de Medicina de Mallorca. Luego
de ejercer la medicina en la ciudad de Cádiz (España), inmigra
hasta América y llega a Caracas donde, en poco tiempo, demuestra
su calidad como médico asertivo y manifiesta ante el Ayuntamiento
su deseo de fundar una cátedra de medicina para formar a los
médicos que necesitaba la Capitanía General de Venezuela.
Con la tesis de los Aforismos de Hipócrates, Campíns y
Ballester defiende la posibilidad de abrir la cátedra, siendo positivo
el resultado de sus examinadores. El 10 de octubre de 1763, se
registra como la fecha en la que se dicta la primera clase de
Medicina en nuestro país. Ese día se escuchó por vez primera la
mención de Esculapio por boca del propio Lorenzo Campíns y
Ballester y desde entonces la luz de la ciencia médica siempre ha
encontrado un espacio para acometer su propósito de atender al
enfermo en la calamidad de la dolencia. Lorenzo Campins y
Ballester no solo fue, para la época, un clínico notable, sino
también un brillante docente.
Sería posteriormente, el 14 de mayo de 1777, que la cátedra de
medicina fundada por Campíns y Ballester le fuera otorgada por el
Rey, en carácter de propiedad, así como protomédico, del primer
protomedicato creado para el territorio de la Capitanía General de
Venezuela. Se iniciaban así, formalmente, los estudios médicos en
Venezuela. El curso de medicina de Campíns y Ballester, adscrito a
la Universidad Real y Pontificia de Caracas, duraba tres años de
formación teórica y cuatro años de experiencia práctica. Se
impartían las siguientes asignaturas:

1. Higiene
2. Botánica
3. Filosofía
4. Fisiología
5. Patología
6. Terapéutica

La enseñanza que impartía el doctor Campíns y Ballester, se


fundamentaba en nociones de anatomía y fisiología, así como a la
patología de aquella época, en la terapéutica y materia médica
conocida en España y que se enseñaban en las aulas de las
universidades que ya en buen número existían.
Campíns y Ballester no contaba con modelos ni laminarios de
anatomía, ni libros, ni bibliotecas científicas. El contexto de estudio
de la medicina en Venezuela era tan atrasado que la labor de
Campíns y Ballester es digna de los mayores elogios. No se
amilanó en una capital como Caracas, despoblada, sin imprenta ni
comercio con el mundo, presa del contrabando y aunque situada a
orillas del mar estaba muy distante de la civilización universal.
Mal podría adelantarse una ciencia que necesita, además de
libros, modelos y laminarios, de catedráticos hábiles y formados en
comunicación con el mundo ilustrado: en una palabra, el cambio
constante de las ideas con la sociedad del viejo mundo. He allí la
labor titánica de Campíns y Ballester, de luchar ante tanta
precariedad y ambiente adverso al conocimiento médico e intentar
hacer de la medicina una herramienta para salvar vidas humanas en
aquel tiempo.
La experiencia práctica era realizada por los estudiantes en el
hospital de San Pablo y el hospital de San Lázaro, dos nosocomios
de Caracas, donde se diagnosticaban y trataban las principales
enfermedades de la época. Eran escasos los hospitales. Nueve años
después, y tras haber superado innumerables tropiezos, la
encomiable labor de Campíns y Ballester tuvo sus primeros
resultados. José Francisco Molina Sierra, nativo de Puerto Cabello,
fue el primer bachiller en medicina egresado del curso teórico, el
21 de enero de 1775. Cuatro años después, aprobada la pasantía
práctica por hospitales, el 2 de junio de 1779, Molina Sierra
también se convierte en el primer licenciado en medicina de
Venezuela. El 15 de junio de 1782, egresa el segundo bachiller
venezolano en medicina, Rafael Córdoba Verdes, quien sustituyera
interinamente en la cátedra a Campíns y Ballester, cuando
comenzaba a flaquear la salud de éste.
Eran los primeros médicos venezolanos y el resultado de la
voluntad indoblegable de Campíns y Ballester de formar galenos en
una época ciertamente hostil para todo lo que fuera conocimiento.
Campíns y Ballester no utilizaba textos de imprenta para la
docencia de la medicina. Este hecho estaba determinado por las
carencias de la época. La primera imprenta llega a Venezuela
mucho después. Impartió una enseñanza basada en cuadernos
manuscritos y dictando párrafos que luego los alumnos deberían
memorizar y exponerlos en evaluaciones orales.
Molina Sierra, ya recibido de doctor en medicina, pasa a dirigir
la cátedra de Campíns y Ballester en 1785. Tres años más tarde
muere prematuramente de tan solo treinta años de edad. Prosigue la
tarea uno de los más aventajados alumnos de Campíns y Ballester,
Felipe Tamariz (1759-1814), el cual se titula de médico en 1786 y
estuvo al frente de la cátedra de medicina de la Universidad Real y
Pontificia, así como del Protomedicato por 26 años, hasta su
muerte.
Tamariz incorporó como texto de estudio el compendio
Lecturas de la materia médica, del médico escocés Guillermo
Cullen (1712-1790), traducido al español por Tamariz y que leía a
sus estudiantes en clases. Igualmente incorporó a los estudios de
medicina la obra Anatomía y Cirugía de los médicos españoles
Bartolomé Serena y Antonio Medina, donde se hacía una revisión
anatomopatológica y quirúrgica de notable adelanto para la época.
Tamariz también participó de la vida política y formó parte de la
Junta Patriótica. Muere en la provincia de Barcelona (actual estado
Anzoátegui) el 14 de julio de 1814.
La elevada responsabilidad de formar médicos con habilidades,
destrezas y sensibilidad social es ciertamente anterior a la creación
de facultades o escuelas de medicina. No fue un proceso fácil ni
rápido, por el contrario, fue lento y tortuoso. En la actualidad no
existen dudas acerca de las dificultades y obstáculos de todo tipo
que tuvo que sortear Campíns y Ballester para llevar adelante la
formación de médicos y el adecentamiento del ejercicio de la
profesión médica ante tanta incredulidad, piratería e intrusismo.
Fue realmente una tarea quijotesca y a menudo incomprendida la
de este médico español.
Por un lado, el oscurantismo de la sociedad de entonces, que se
resistía a los avances científicos y prefería atenderse con
curanderos, brujos y hechiceros, que a su vez alardeaban de poseer
superiores conocimientos a Hipócrates y Galeno. Por otra parte, la
conducta omisiva y hasta irresponsable de las autoridades
dependientes del rey, y hasta del propio monarca, que daban crédito
a todo yerbatero o hechicero, que, con súplicas y halagos,
convencían a la burocracia de la monarquía de las bondades de su
pseudoejercicio médico en perjuicio de la voluntad de luz de
Campíns y Ballester por formar médicos verdaderos y que
ejercieran la medicina sin estafar a la gente.
La historia venezolana no siempre le ha reconocido a Campíns
y Ballester la fundación, a fuerza de sacrificio y constancia
suprema, de los estudios médicos en Venezuela, atribuyéndosele, a
otros médicos tal honor, incluso por razones políticas. Tal injusticia
se debe también a la errónea tendencia de creer que todo lo
realizado en la época colonial venezolana fue nefasto, cuando en
realidad, existieron esfuerzos y obras que merecen la pena
reivindicar, como la de este meritorio y abnegado médico español
cuya labor docente cumplió considerando un honor formar a
nuevos médicos y atender a los enfermos.
Campíns y Ballester fallece en el sector El Valle de Caracas, el
19 de febrero de 1785. Ricardo Álvarez, tras un estudio
retrospectivo, refiere la causa de muerte de Campins y Ballester
como melancolía involutiva.

EL PROTOMEDICATO
Semilla de sanidad y gremio

El 30 de marzo de 1477 se promulgó la Ley del Real Protomedicato


y se constituyó la primera institución encargada de la
administración de la salud pública en España. El 11 de enero de
1570 se promulgó la ley que ordenaba la instalación de los
Protomédicos Generales en las colonias de Ultramar; y mediante
esta ley se establecieron los Protomedicatos en México, Lima,
Santo Domingo y Bogotá. La creación del protomedicato en
Venezuela, ocurrió posteriormente a los creados en México (1527);
Perú (1537); Chile (1615) y Guatemala (1711). Por petición de
Lorenzo Campíns y Ballester se produjo la Real Cédula del 14 de
mayo de 1777 erigiendo el protomedicato de la ciudad de Caracas.
Era otro aporte más a la naciente medicina venezolana, que hacía el
insigne médico español Lorenzo Campíns y Ballester. A propósito
de este logro, Ambrosio Perera, uno de los más representativos
historiadores de la medicina en Venezuela, reflexionaba:

“Muchos vinieron, de las otras costas del Océano Atlántico,


con ansias de poder y riqueza, tras el espejismo del oro y la
plata que prometía la leyenda de El Dorado. Pero es justo
decir y advertir, que muchos más también vinieron a
construir esta patria que se llama Venezuela. Entre ellos
Campíns y Ballester quien solicitaba del Cabildo de Caracas
el permiso para entregarse al ejercicio de la medicina, en su
juramento de aliviar el dolenciaje de los enfermos y formar
médicos”.

El contexto en que se creaba el protomedicato tenía las siguientes


características:

 Un curanderismo sin control aceptado por la gente y con


fuerza e influencia en sectores gubernamentales.
 Un sostenido desinterés, por parte de los jóvenes
bachilleres, por estudiar medicina, lo que favorecía el
ejercicio médico a toda clase de intrusos.
 Había mediocridad en los médicos de entonces, lo que
favorecía el desprestigio de la profesión.
 Muy pocos médicos para la población existente, lo que
generaba una insuficiente cobertura a la demanda de servicios
de salud.
 Las autoridades peninsulares recelaban de la formación
médica que se dictaba en la cátedra de medicina creada en la
Universidad Real y Pontificia, o Universidad Santa Rosa de
Lima.

El protomedicato fue un organismo regulador de la actividad


médica, tanto del ejercicio como la docencia, en el territorio de la
Capitanía General de Venezuela. Era la institución encargada de
dirigir y supervisar el ejercicio de la medicina, la cirugía y la
farmacia. El ayuntamiento pagaba los honorarios del protomédico,
que fungía como una especie de ministro de salud de hoy en día.
Desde la inspección a una botica o consultorio médicos hasta la
evaluación de los médicos para poder ejercer la profesión, tal era la
amplitud de funciones, no sin dificultades frecuentes, que podía
ejercer el protomédico designado por la Real Cédula de la Corona.
Enumeremos algunas de las funciones autorizadas al protomédico:

 Evaluación de conocimientos del médico y expedición de


permisos para ejercer la profesión.
 Fijación de honorarios profesionales del médico.
 Control de actividades sanitarias del Ayuntamiento.
 Inspección de establecimientos de salud y boticas
(farmacias).
 Supervisión de las actividades docentes médicas.
 Registro e información sobre enfermedades y epidemias.
 Promulgación de códigos deontológicos para las
profesiones de médico, cirujano y boticario.

Entre las gestiones de Campíns y Ballester, como primer


protomédico, podemos mencionar las siguientes:
 Ante los numerosos curanderos y curiosos que ejercían la
medicina en Caracas, que para entonces no superaba los
cuarenta mil habitantes y ante el evidente peligro para la
salud de la población, llamo la atención a las autoridades para
prohibirle el ejercicio a los intrusos. En una decisión que
habla por sí sola de la incompetencia y las blandenguerías de
la Corona y de las autoridades de entonces, no se hizo caso a
la solicitud de Campíns y Ballester, y se optó por realizar una
evaluación de conocimientos, al cual no acudieron sino seis
curanderos. Campíns y Ballester esgrimía que la medicina,
aun estudiándola, era una disciplina exigente y difícil de
asimilar, mal podrían ejercerla quienes ni se preocupaban por
aprenderla.
 Se esforzó por mantener mecanismos regulatorios del
ejercicio de la profesión médica, en un ambiente donde
proliferaban brujos, charlatanes, hechiceros y curanderos, que
se hacían pasar por médicos sin ningún control ante una
población ignorante e inerme y una actitud complaciente de
las autoridades.
 Ejerció supervisión en las boticas y dispensarios de la
ciudad, preocupado por la calidad de los fármacos que se
expedían a los pacientes.
 Continuó, hasta su muerte, y en un medio ciertamente
hostil, en la noble labor de formar médicos y de enseñar
medicina.

La creación del protomedicato representó también una tenue


delimitación de campos de acción y gestión entre la autoridad civil
y la iglesia católica predominante. La autoridad civil adoptaba la
decisión de profesionales de la medicina en cuestiones relacionadas
con la administración de la salud pública y las instituciones de
salud, con la capacidad de adoptar acciones para el control del
saber y de la práctica médica y farmacéutica. La intención era
procurar la formación de instituciones capacitadas para producir el
control de enfermedades.
Si bien el protomedicato fue una institución destinada a ser
ejercidas por médicos, la limitación de la institución comenzó
desde su promulgación pues el monarca “determinó la tolerancia de
la curandería y del cirujano romancista”. Se puede expresar con
veracidad que el protomedicato inició, aunque de manera tímida, la
erradicación de la influencia clerical en la administración de la
salud. Esto no podía opacar la intención de caridad y todo lo hecho
con este fin durante siglos por infinidad de religiosos, pero ello no
era suficiente para curar, sobre todo con la fuerte carga mística y
oscurantista que promovió la Iglesia en la medicina medieval.
No obstante, la influencia de iglesia en el campo de la
beneficencia y caridad, perdurará, no sólo durante el período
colonial tardío, sino también, durante el tiempo republicano aun
con la promulgación de la ley del protomedicato.
El protomedicato vino también a ser una especie de fusión
coordinadora entre lo que hoy conocemos como ministerio de la
salud y el colegio de médicos, con competencias esencialmente
reguladoras de supervisión, evaluación, autorización, asistencia y
docencia, de lo concerniente a las ciencias de la salud, que para la
época incluía a la medicina aun separada de la cirugía, así como la
farmacia y los dentistas.
El último protomédico en ejercer fue el médico español, nacido
en las Islas Canarias, José Joaquín Hernández, también discípulo de
Campíns y Ballester, quien después tendría papel relevante en la
revisión de los estudios médicos en Venezuela, en la denominada
etapa de la reforma, liderada por José María Vargas. Hernández,
fue el único profesor de medicina en las dos universidades, la Real
Pontificia y la Universidad Central de Venezuela.
El 20 de marzo de 1904, ya en funciones el protomedicato,
sucedió un hecho significativo para la incipiente salud pública en la
entonces Capitanía General de Venezuela. Se trata del primer
esfuerzo coordinado de vacunación en territorio americano.
Ordenada por el Rey Carlos IV, fue llamada la expedición de la
vacuna o expedición Balmis, pues fue dirigida por el médico
español Francisco Javier Balmis.
Con tres ayudantes médicos, dos practicantes y tres enfermeros,
Balmis lideró una jornada de vacunación que comenzó en Puerto
Cabello y llegó a vacunar contra la viruela, durante cuatro años
ininterrumpidos, sorteando todo tipo de obstáculos naturales y
resistencia de los habitantes a las inmunizaciones, a más de cien
mil habitantes de 107 pueblos de la Capitanía General de
Venezuela.
La expedición Balmis, constituye uno de los acontecimientos
pioneros de la salud pública en el mundo de entonces. La
importancia de la expedición Balmis y su benéfica labor cobra
especial relevancia porque la viruela era una de las enfermedades
de mayor prevalencia en el mundo (acaso primera pandemia
global) y América no escapaba a las consecuencias funestas de
dicha enfermedad.

EDUCACIÓN MÉDICA

Tres grandes capítulos de la historia de la humanidad,


independientemente de sus resultados nos interesa significar en ss.
XVIII-XIX:
 La revolución industrial, desde finales del s. XVIII
hasta 1840, con el crecimiento económico y la máquina
como punta de lanza de dicho proceso.
 La independencia de Estados Unidos de la corona
británica, en 1776, y su perfilamiento como potencia
económica y militar del orbe.
 La independencia de las antiguas colonias de la corona
española, ocurrida entre 1810 y 1823.

Ya en el s.XIX, donde el hombre llegaría a aproximarse al


conocimiento de la naturaleza, el arte de curar en España, y en
Europa en general, se desarrolló vertiginosamente al mismo tiempo
que era transferido a Venezuela. Uno de los primeros textos de
amplia difusión fue Elementos de la Medicina Práctica del médico
escocés, William Cullen, traducido al español por Bartolomé
Piñero y Siles. Cullen, abrazó la corriente mecanicista de la salud-
enfermedad, pues había sido formado en la escuela del médico
neerlandés Herman Boerhaave (1688-1783), de amplio
reconocimiento como agudo clínico en la Europa del siglo XVIII.
Boerhaave enseñaba medicina al lado del enfermo, es decir, en
el hospital, que a partir de entonces se convirtió cada vez más en un
centro de enseñanza. El texto de Cullen tenía unas características
didácticas notables, debido al uso de la taxonomía, de la que fue
uno de sus más entusiastas defensores. Este ordenamiento fue una
de las razones de su éxito entre los médicos y estudiantes de
medicina durante muchos años en diversos países, incluyendo a
Venezuela, donde persistió hasta 1827.
Destaca también el libro Curso Nuevo de Cirugía, editado en
1750, y escrito por los médicos españoles Bartolomé Serena y
Antonio Medina, de reconocida exploración de la forma humana y
aplicaciones quirúrgicas en boga para la época. Este libro de
cirugía, encuentra su antecedente en el tratado Compendio y
examen nuevo de cirugía moderna, de otro galeno español, Martín
Martínez, editado en 1722, y que establece la insustituible relación
del conocimiento anatómico en la formación del cirujano. Ya en las
universidades europeas, se estudiaba al médico napolitano
Giovanni Battista Morgagni y su obra Sobre la sede y las causas de
las enfermedades, averiguadas mediante el arte de la anatomía,
primer libro que hable de la patología orgánica.
Morgagni partía de la idea de que el análisis patológico de los
órganos podría informar sobre las causas y el curso de las
enfermedades, afirmando en una suerte de apoteosis anatomista
que “es imposible determinar la esencia y las causas de una
enfermedad sin la disección del cadáver”. Los estudios médicos en
Venezuela pueden dividirse en tres etapas, tal como lo establece
Fernando Rísquez (1856-1941):
 La etapa colonial, donde destaca la labor de Lorenzo
Campíns y Ballester, fundador de los estudios médicos en
Venezuela.
 La etapa de la reforma, encabezada por José María
Vargas, quien reformo los estudios médicos en Venezuela, a
partir de 1827.
 La etapa de la transformación de los estudios médicos
en Venezuela, que se puede ubicar a finales del siglo XIX, y
donde protagonizan médicos como Luis Razetti, Santos
Dominici, José Gregorio Hernández, Pablo Acosta Ortiz, y
el mismo Francisco Rísquez, entre otros.

La clasificación de Rísquez, alcanza hasta la primera mitad del s.


XX, pues a partir de entonces una cuarta etapa podría añadirse: la
denominada etapa de la modernidad. En esta etapa se incluyen
eventos significativos como la creación del Ministerio de Sanidad y
sus programas de atención de enfermedades endémicas, la creación
del Seguro Social, la proliferación de hospitales y la red
ambulatoria, construida en el país durante el transcurso del s. XX,
así como también, el uso de la biotecnología y la multiplicación de
escuelas de pre y posgrado de medicina en el país con
significativos aportes médicos e investigativos.
La etapa colonial ya ha sido abordada en las páginas
precedentes. La etapa reformista que lidera Vargas, puede ubicarse
a partir de 1827, cuando Vargas, introduce aspectos relevantes de la
medicina experimental que se adelantaba en Europa y los Estados
Unidos. El contexto sociohistórico de la etapa de la reforma de los
estudios médicos en Venezuela se desarrolla en un ambiente de
división política y de precarias condiciones económicas. Venezuela
salía de una guerra de independencia y las necesidades sociales,
entre ellas, la educativa, apremiaban. Las consecuencias de la
guerra de la independencia dejaron al país en deplorable miseria.
Aun en medio de la vorágine divisionista y la miseria que
sumergía al país de entonces, el 22 de enero de 1827, Simón
Bolívar, deroga la Universidad Real y Pontificia de Caracas, y
decreta la creación de la Universidad Central de Venezuela, como
eje de un sistema de Universidades Centrales que debían crearse
progresivamente en diversas ciudades de Venezuela y que nunca se
crearon, visto lo visto. Es designado primer rector de dicha
universidad José María Vargas quien inicia el proceso de reforma
de los estudios médicos en Venezuela, desde el momento de su
juramentación en el cargo, el 15 de julio de 1827. Días más tarde se
instala la Facultad Médica, el 25 de junio del mismo año.
Para acometer la reforma planteada, el Claustro Universitario,
designó a José Joaquín Hernández, quien había sido el último
protomédico, como el encargado de la reorganización de la
enseñanza de la medicina, junto a Carlos Arvelo, galeno
carabobeño, que escribiría un libro de Medicina Interna en 1839
que sería reconocido en muchas universidades iberoamericanas. La
hoja de ruta de la reforma incluyó un estatuto que rezaba: Las
clases de medicina se organizarán en las siguientes cátedras:

 Anatomía General y Descriptiva


 Fisiología e Higiene
 Nosografía y Patología Interna
 Medicina Práctica. Nosografía y Cirugía
 Terapéutica Médica y Farmacia
 Obstetricia
 Medicina Legal

Además, agregaba el estatuto, había que sumar un curso especial de


Clínica Médica y Quirúrgica en el recinto hospitalario. Debían
sumarse a la reforma, las cátedras de Química y Botánica, de curso
obligatorio para que los estudiantes obtengan el grado en Medicina.
Se consideró igualmente que los estudiantes tuvieran una cultura
general, inscribiéndose cursos de francés, inglés y bellas artes. Para
tener una idea del proceso reformador liderado por Vargas, se
introduce, por primera vez en los estudios de Anatomía, las
disecciones de cadáveres, lo que originó un impacto positivo en la
enseñanza de la medicina de la época.
La tarea de Vargas no se refiere solamente a la desarrollada en
la universidad. En 1821 funda la Sociedad Médica de Caracas con
el objeto de fomentar el avance de la ciencia médica, así como
adelantó labores de investigación en el campo de la Botánica, una
de las grandes pasiones de Vargas. Vargas es una figura
representativa del afán de aprender y conocer la naturaleza del s.
XIX.
Había nacido en La Guaira el 28 de marzo de 1786. Egresó
como Bachiller en Medicina el 4 de mayo de 1808, y obtuvo el
grado de Doctor en Medicina, el 27 de septiembre del mismo año.
Perteneció al Protomedicato, siendo admitido el 1 de enero de
1809. Ejerció la medicina en Cumaná y participó a favor de la
causa independentista. La necesidad de ampliar sus conocimientos
lo hizo llegar a Europa. Estudio en la Escuela Médica de
Edimburgo. Desde Europa recaló en Puerto Rico, donde ejerció la
profesión hasta 1825, año en el que regresa a Caracas para fundar
la cátedra de cirugía el año 1832. La obra médica escrita por
Vargas es prolífica y, en buena parte, novedosa, por lo que su
utilidad en el estudio de la medicina de la época constituye un
intangible. Enumeramos algunos de sus títulos:

1. Curso de lecciones y demostraciones anatómica


2. Monografía sobre la Epilepsia
3. Memoria sobre un aneurisma de la arteria hepática
4. Morbosidad sobre el cólera
5. Epitome sobre la vacuna
6. Tratado de Obstetricia para estudiantes
7. Manual para parteras
8. Manual Compendio de Cirugía

El curso de lecciones y demostraciones anatómicas de Vargas, por


ejemplo, sirvió de texto a los estudiantes de medicina por casi
medio siglo y dichas lecciones sirvieron de base para las clases de
cirugía y obstetricia. En el desarrollo que alcanzó la botánica, fue
Vargas unos de sus propulsores fundamentales. Utilizó la
clasificación de plantas elaborada por Humboldt, enriqueciendo su
uso en pacientes.
De la práctica de Vargas en la botánica dan fe investigadores
como Ernst, Bertero y De Candolfo, cuando otorgan el nombre de
Vargasías a dos plantas descubiertas en la isla de Quisqueya (hoy
República Dominicana). Se trata de un género de Ternstroemiaceas
y otra de la familia de las Compuestas.
Vargas, además de ejercer la medicina y practicar la docencia,
defendía una visión integral del país. Coincidía en que la educación
era el formidable instrumento para salir de la ignorancia y el atraso.
Consideraba que la patria debería ser de los hombres justos y no de
los que poseyeran la fuerza. Y esto no era nada fácil en un país
apenas asomándose a su libertad, económicamente en ruinas y con
una arraigada concepción del ejercicio del poder de facto.
Pese a cierta relación ambigua con el poder llegó a ser
presidente de la República, siendo depuesto por el triunfo de una
rebelión primitiva que privilegiaba la fuerza por encima de la
razón. Es repuesto a la Presidencia con la participación del General
José Antonio Páez, pero presenta finalmente su renuncia ante el
Congreso Nacional, el 14 de abril de 1838. En una suerte de exilio
por alejarse de las incomprensiones políticas, Vargas se marcha a
Nueva York, ciudad donde muere el 13 de julio de 1854, justo en
los días en que se libraba en Europa, la cruenta guerra de Crimea.
El proceso reformador de los estudios médicos, liderado por
Vargas, pasó del entusiasmo inicial a un estado de inacción que
hizo decaer la calidad de los estudios médicos en Venezuela. La
inestabilidad política en un país con apenas dos generaciones de
independencia, derivó en varias “revoluciones” signadas por el
caudillismo como expresión del poder. Páez, Monagas y Guzmán,
gobernaron a Venezuela buena parte de la segunda mitad del s.
XIX. No había mucho tiempo ni voluntad para dedicarse a la
educación y la ciencia. El tiempo, y los escasos recursos, eran
empleados para apuntalar al caudillo y defender al gobierno de las
rebeliones, disidencias y reclamos, frente a las perversiones y
arbitrariedades que se cometían en nombre del gobierno o el
caudillo de turno.
En este contexto de fragilidad política y precariedad ciudadana,
los estudios médicos en Venezuela sufrieron un estancamiento.
Pese a la evolución de la ciencia médica en el mundo, se
continuaba con los mismos esquemas y programas de estudio.
Aquel avance que hubo en la enseñanza de la anatomía, con la
disección de cadáveres, había pasado al olvido.
Es bajo la presidencia de la república de Juan Pablo Rojas Paul
(primer civil de presidente desde Vargas), y una vez finalizada la
dictadura de Guzmán Blanco, que se decreta la creación del
Hospital Vargas, y es inaugurado el primero de enero de 1891.
Cabe resaltar la apertura de nuevos centros de formación en
medicina, los registrados en los Colegios Superiores de Mérida,
Valencia, Maracaibo y Cumaná.
Para 1891, la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
Central de Venezuela tenía 139 alumnos inscritos. Caracas rozaba
los ochenta mil habitantes y la facultad tenia las mismas cátedras
que había creado Vargas en su proceso de reforma. No sólo se
había detenido el movimiento iniciado por el reformador Vargas,
sino que languidecía en un estado de indiferencia y abandono. La
enseñanza de la Medicina era teórica, sin disecciones, ni
laboratorios, ni hospitales.
Todo se tenía que aprender de memoria en los textos franceses,
que obligatoriamente recomendaban los profesores, muchos de
ellos adeptos a los regímenes de facto y cuya mediocridad eran ya
proverbiales. En medio de este ambiente tan impropio y atrasado
para enseñar la medicina, sólo la introducción de las Cátedras de
Ciencias Naturales a cargo de Adolfo Ernst (predicaba las tesis de
Lamarck y la teoría de la evolución de las especies de Darwin) y la
de Historia de la Medicina Universal dictada por Rafael
Villavicencio, representaron cierto progreso durante esta época
post-reforma.
Ya se estudiaban en el mundo las ideas positivistas de Augusto
Comte, la doctrina de la evolución sostenida por Ernest Haeckel, la
revolución industrial en Europa y el auge de la investigación en las
universidades europeas y del norte de América. Frente a este
cuadro inercial de la medicina, surgieron iniciativas destinadas a
transformar la realidad. Nombres como el de Eliseo Acosta (el
primer medico graduado de la Universidad Central de Venezuela,
que ocupó una cátedra, dos décadas después de su fundación, y
nada más y nada menos que la cátedra que fundara Vargas), José
Gregorio Hernández, Calixto González, Francisco Rísquez, Pablo
Acosta, Guillermo Michelena, Luis Razetti y Santos Aníbal
Dominici, entre otros, comenzarían a realizar aportes para lo que se
conoce como la etapa de la transformación o el renacimiento de los
estudios médicos en Venezuela.
El principal frente de transformación radicaba en cambiar el
programa de estudios de medicina, considerado obsoleto,
excesivamente teórico y con escasa preparación clínica y
terapéutica. Al respecto, Razetti expresa lo siguiente:
“Todo esto no solamente es malo, sino que es
soberanamente ridículo. Un programa raquítico y una
absurda distribución de las materias; un título de Bachiller
en Medicina irrisorio, porque nada significa y unos
exámenes irrisorios también, porque no llenan su objeto,
anatomía sin cadáveres, química sin laboratorio, patología
sin pacientes, salud sin que la conozca la población”.

El primer paso fue darle importancia al pensum de estudios y


validar la práctica médica en hospitales y la promoción de la salud
en las comunidades. Para tener una idea de la precariedad en la
formación médica, la única cátedra bien dotada que poseía la
Universidad Central de Venezuela era la de Fisiología
Experimental y Bacteriología. Mucho que ver en este avance, se le
debe a Calixto González y José Gregorio Hernández, médicos
investigadores formados en Europa, que dedicaron su esfuerzo en
estas áreas, de importancia capital para el país rural de entonces.
En Europa era el tiempo del descubrimiento de grandes avances
para el diagnóstico, como por ejemplo el estetoscopio (Laennec,
1781-1826) y los rayos X (Roentgen, 1845-1923), los
descubrimientos en bacteriología e inmunología por Pasteur (1822-
1895), la fisiología experimental por Claude Bernard (1813-1878),
y la teoría celular de Rudolf Virchow (1821-1902).
El segundo paso del proceso transformador era darle
institucionalidad a la medicina y apuntalar su avance científico lo
más lejos posible de las influencias políticas de los caudillos.
Fueron creadas la Sociedad de Médicos y Cirujanos (1883), la
Gaceta Médica de Caracas (1882), y la Academia Nacional de la
Medicina (1904), y se introdujeron las cátedras de formación
clínica, en medicina interna, cirugía, obstetricia y ginecología y
anatomía patológica (1895).
Se comenzaba así un período de vinculación práctica más
exigente y realista en el aprendizaje de los aspirantes a ser médicos
de entonces, pues se acercaba al alumno al cadáver y la disección
en anatomía, al laboratorio y la experimentación en bacteriología y
bioquímica, a la normalidad y su alteración en la fisiología y la
patología, y al paciente en clínica médica y quirúrgica. Venezuela
se incorporaba así los esquemas renovadores de la enseñanza de la
medicina imperantes en Europa y los Estados Unidos, para la
época.
Pero no todo el proceso evolutivo de la educación médica se
desarrolló en Caracas. Buena parte se hizo en otras regiones de la
república, incluso con mayores obstáculos y dificultades, en un país
traumatizado por la pobreza y que aún sufría las heridas de las
divisiones que persistían tras la guerra independentista.
En el occidente del país, desde 1846 se impartían clases de
medicina en el Colegio Seminario de Maracaibo, dirigido por el
sacerdote José Angulo. El esfuerzo duró hasta 1848, cuando una
vez más las luchas políticas, atentaron contra el Colegio,
cerrándolo. Se reinician las actividades en 1854 bajo el siguiente
esquema de cátedras y profesores:

Anatomía y Química, dirigida por Joaquín Esteva Parra y


tiempo después por Gregorio Méndez.
Higiene y Fisiología y Patología, co-dirigida por Ausencio
María Pena y Juan Gando.
Terapéutica y materia médica, dirigida por Vicente Linares.

Las clases de clínica médica y quirúrgica se dictaban en la casa de


beneficencia, dirigida por Francisco Suárez, así como en el
Hospital de la Chiquinquirá, cuyo director era Manuel Dagnino,
uno de los más brillantes médicos venezolanos de entonces, capaz
de escribir un libro sobre la Fiebre Amarilla, de referencia
internacional, además de que fue editor fundador de publicaciones
médicas de elevada calidad, como lo fueron la Revista Médico
Quirúrgica y la Clínica Médico Quirúrgica.
En el oriente venezolano, en el Colegio de Cumaná, se abrió el
primer curso de medicina, en 1850. Una plantilla de reconocidos
profesores, integraban el cuerpo docente. Luis Augusto
Beaperthuy, Calixto González y Antonio Sotillo. Fue accidentado
el devenir de este colegio. Un terremoto lo destruye en 1853, bajo
cuyas ruinas quedaron muchos estudiantes. Se reabre en 1856, para
luego cerrar por causa de la guerra civil. Finalmente inicia de
nuevo sus actividades en 1874 y funciona hasta 1904, cuando se
trasforma en universidad.
Egresaron casi un centenar de doctores en medicina. Un poco
antes, en el Hospital de Cumaná se registra un dato significativo
que testimoniaba el conocimiento, la habilidad y la destreza de
muchos médicos que ejercían en la llamada provincia venezolana.
Se trata de la primera laparotomía practicada a un paciente en
territorio venezolano, atribuida al médico cirujano español y vecino
de Cumaná, Alonso Ruiz, reseñada por el doctor Ponce Córdoba en
la Gaceta Médica de Caracas del 15 de abril de 1822.
En el centro del país, en el Colegio de Carabobo, también se
enseñaba medicina. El colegio, ubicado en Valencia, comenzó sus
actividades en 1852, pero por efectos de las guerras civiles, que
eran frecuentes en la segunda mitad del s. XIX, fue cerrado una
década más tarde. El rectorado del Colegio Nacional de Carabobo
lo ejerció durante ese tiempo, Guillermo Tell Villegas.
La nómina docente fundacional estaba integrada por los
médicos Pedro Portero, Manuel María Zuloaga y José Antonio
Zárraga y las cátedras formadas para la formación en medicina eran
anatomía general y descriptiva, fisiología e higiene privada y
pública, semiología general, nosografía, patología y terapéutica,
cirugía, partos, medicina legal, química médica y farmacia,
botánica. Los alumnos tenían que dedicarse por lo menos dos años
en medicina y cirugía clínicas en los hospitales. Esta formación la
hacían en el Hospital de la Caridad. Una media centena de
bachilleres en medicina, y aproximado número de doctores en
medicina, egresaron de sus aulas ubicadas en forma contigua a la
Iglesia de San Francisco, en pleno centro de la ciudad.
En el año 1874 se reorganizan de nuevo en Carabobo los
estudios médicos. Bajo la denominación de Facultad de Medicina
de Valencia, pero con las mismas cátedras del antiguo Colegio.
Participan de esta apertura, Daniel Quintana, quien fue el rector, al
mismo tiempo que dictaba las cátedras de patología general y
patología interna. Manuel Cárdenas dirigía la cátedra de fisiología e
higiene, Eduardo Celis, anatomía, Fermín Lugo, la de obstetricia y
patología externa, Ceferino Hurtado, patología interna, y también
José Antonio O'Daly, Faustino Figueredo, la de semiología y
nosografía, Lorenzo Araujo, la de química médica y farmacia, y
Francisco Padrón, la de botánica.
Dieciocho años más tarde, con la ascensión al poder de Joaquín
Crespo, se erigió la Universidad de Valencia y su primer rector fue
Alejo Zuloaga. Mejoró la organización académica al punto que la
nueva universidad fue dotada con laboratorios y salas de ciencias
naturales.
La universidad se financiaba con la mitad de los ingresos
provenientes del acueducto de la ciudad y cuotas que cancelaban
los alumnos para garantizar su formación. Las cátedras eran
similares al Colegio y a la Facultad, y destacaban Manuel Antonio
Fonseca, en patología general, clínica y terapéutica, Miguel Ángel
Pasquez, en fisiología e higiene, Luis Pérez Carreño, en obstetricia
y medicina operatoria, Rafael Guerra Méndez, en anatomía, y
Carlos Sanda en semiología y nosografía.
Pero el esplendor que vivió la Universidad de Valencia, solo
duraría una década, pues otra interrupción, esta vez en forma de
clausura, se dicta, en 1902. Un presidente de la república llamado
Cipriano Castro, apodado El Cabito, se encargaría de la vergonzosa
faena de cerrar la universidad. Al respecto de las interrupciones
académicas por causas de las luchas fratricidas por el control del
poder político, así como de las ineptitudes, cobardías, intrigas y
mezquindades de quienes gobernaban para entonces el país, hacían
reflexionar al rector Alejo Zuloaga:

“las insensateces de las guerras civiles han empobrecido en


tal extremo al país que hacen imposible el desarrollo de la
educación. Si nuestros líderes militares y políticos
entendieran que es en la educación y en la paz donde reside
el verdadero desarrollo de la sociedad, ni por un instante
perdieran su tiempo y hasta sus vidas en promover esta
verdadera plaga de las guerras, tan dolorosas y estériles,
porque suceden entre hermanos venezolanos…”.

Zuloaga fue un ejemplo de laboriosa entrega a la Universidad de


Valencia. Su dedicación al trabajo era notable. A propósito de las
vacaciones, que tenían que tomar los estudiantes y profesores,
traemos a colación, otra de sus reflexiones, no exenta de claridez
meridiana, lúcida ironía y pasión docente, cuando le escribía una
misiva al ministro de instrucción de entonces con fecha 22 de
diciembre de 1894:

“la universidad está en receso desde el 20 de este mes, pues


a pesar de mi esfuerzo por vencer la corruptela del ocio de la
vacante ilegal que se toman los alumnos y los profesores en
este mes, tan solo he podido prolongar unos días a que los
muchachos no se vayan a sus casas de vacaciones. El ocio
prolongado no le hace bien a esta patria, que requiere
trabajar y estudiar mucho, para poder encaminarse por el
sendero de los países avanzados del mundo. Trabajar y
estudiar, mucho, todo el tiempo que sea posible, incluso los
sábados, que no sé porque razón se le reconoce desde hace
un tiempo del gobierno como feriado permanente”.

Si Zuloaga viviera y viera las prolongadas vacaciones de los


universitarios, quedaría perplejo. Es en la segunda mitad del s. XX,
concretamente el 25 de marzo de 1958, cuando la universidad es
reabierta mediante decreto de una junta de gobierno, presidida por
Wolfang Larrazábal, con el nombre de Universidad de Carabobo.
Nueve años antes, en 1949, se había fundado el Hospital Central de
Valencia, con capacidad aproximada de unas seiscientas camas,
que para la época lo convertían en uno de los más grandes y
dotados del país y que serviría, hasta la fecha, de institución
fundamental para la formación clínica de los estudiantes de pre y
postgrado.
La Universidad de Carabobo, comenzó, en 1959, sus primeros
cursos de medicina en instalaciones de la división de malariologia,
adscrita al ministerio de sanidad y asistencia social (MSAS), en el
sector conocido como Bárbula, muy cerca del sanatorio tuberculoso
del reconocido tisiólogo Ángel Larralde (Hoy, hospital
universitario, que lleva su nombre). Más de seis décadas
ininterrumpidas de formación médica, acumula, la escuela de
medicina de la Universidad de Carabobo.
Los pabellones psiquiátricos, que albergaban enfermos
mentales en la colonia psiquiátrica de Bárbula, fueron
refaccionados y aún son útiles para albergar en sus aulas a
estudiantes de medicina y otras carreras de la salud.
Paulatinamente, en un proceso que tarda casi medio siglo, la otrora
facultad de medicina, convertida en facultad de ciencias de la salud,
ha venido desarrollando el denominado complejo docente-
asistencial Bárbula, para continuar con la noble labor de formar
médicos para la sociedad.

PRÁCTICA DE LA MEDICINA

La epidemia de gripe que azotó a Venezuela en 1918, acabó con la


vida de once personas. La academia nacional de la medicina
señalaba entonces, en un comunicado a la sociedad en general
(pues no había ministerio de la salud), los alcances de la
enfermedad como “de carácter asténica, y cuya principal
complicación es la pulmonía doble, que suele ser mortal”. La
terapéutica era sencilla: reposo, líquidos y guarapos en forma
abundante y tomar dosis facultativa de piramidón si aparecía la
fiebre alta. El comunicado era suscrito por el secretario de la
academia, Luis Razetti.
Las epidemias de gripe no son nuevas, ni tampoco la
enfermedad. Lo que siempre pareciera agarrar descuidado al
sistema nacional de salud es la prevención o el control de las
epidemias. En el año de 1941, la expectativa de vida del
venezolano apenas llegaba a los 49 años. Treinta años después, al
finalizar la década de los setenta, la expectativa era de 66 años. En
1941, la mortalidad infantil de 1 a 4 años de edad fue de 23 por
cada 1000 habitantes.
En los setenta fue de 5 por cada 1000 habitantes. Las
estadísticas, esas cifras frías pero elocuentes, nos dicen, en esos dos
indicadores (promedio de vida e índice de mortalidad infantil) el
salto dado en la salud de los venezolanos. Y la salud, bien sabemos
que no es solamente medicina. También es agua potable, cloacas,
bajos ruidos, aire limpio, zonas verdes para el oxígeno, buena
alimentación o dieta balanceada, actividad física regular, reducir el
stress. Todo esto es salud, además de atención médica, que, en todo
caso, debería ser el último eslabón de la cadena de la salud.
Pero, sin duda, que ese salto en esos dos indicadores, tienen
mucho que ver con el avance equivalente que ha dado Venezuela
en su práctica clínica. No tiene ningún sentido negarlo. Como
tampoco tiene sentido negarse a verificar, con voluntad correctiva,
los vacíos y las omisiones que han podido hacer mejores otro tipo
de indicadores de la salud en nuestro país. Es verdad que hemos
tenido notables avances en la práctica clínica, pero también es
verdad, que dicho avance pareciera estarse dando sobre una
permanente situación de crisis, una prolongada sensación de
incertidumbre, que sería aconsejable cesar o atenuar de manera
significativa.
En la actualidad de crisis, el médico venezolano tiene una
función social, y agregaría histórica, que cumplir; no sólo debe
conocer los aspectos epidemiológicos, clínicos y terapéuticos, sino
conocer los aspectos familiares, económicos y sociales que se
desequilibran con la enfermedad o que producen enfermedad.
Esa función comenzó desde el mismo momento de la creación
del hombre y ha estado ligada a la evolución histórica de las
ciencias médicas. Cuando se escoge estudiar medicina, al decir de
Razetti, “se escoge una ruta devocional, que incluye el escuchar en
todo momento al ser humano que nos solicita ayuda ante su
dolenciaje”.
El avance de la práctica clínica en Venezuela a partir de
Campíns y Ballester estuvo ligado a la docencia y la investigación.
Esto se explica en una disciplina como la médica que requiere,
como pocas, estar permanentemente actualizando los
conocimientos en función de ofrecer lo mejor al paciente, fin
principalísimo de la acción galénica. La práctica de la medicina en
Venezuela es, en ese sentido, subsidiaria de cuatro vertientes
esenciales: la escuela española, la francesa, la anglogermana y la
norteamericana.
Algunas de estas escuelas se entremezclan en su dinámica de
influencia y va consolidándose una práctica médica venezolana,
con sus rasgos característicos y sus criterios modeladores. Porque
la medicina como ciencia no ha sido nunca, ni lo será,
compartimento estanco o espacio inamovible de conocimientos. Ni
tampoco, disciplina pura, inmutable a la mezcla.
De igual modo, la evolución de la práctica médica en
Venezuela ha tenido periodos estables e inciertos; intermitencias y
prolongaciones. El acucioso médico investigador de la medicina
venezolana, Antonio Sanabria, en su Compendio de la Medicina
Universal, establece los dos episodios evolutivos que, a su juicio,
marcaron la historia de la medicina de América para el mundo:

 La monografía de Ruy Díaz de isla sobre el origen


americano de la sífilis.
 El edicto dado por Fernando VI de España, a mediados
del siglo XVIII, reconociendo oficialmente la noción de
contagio de la tuberculosis.

Entre estas dos demostraciones de erudición que testimoniaron dos


acontecimientos de la práctica médica en nuestro continente,
existen muchas vicisitudes, muchos momentos de la verdad clínica
que se han ido acumulando, a través del tiempo, y constituyen
precisamente el corpus de la historia de la medicina venezolana.
Campíns y Ballester, Molina, Tamariz y Hernández, los cuatro
protomédicos, cuya influencia abarco el período colonial y pre-
independentista, ejercieron la medicina junto a sus discípulos bajo
una fuerte influencia de la religión católica, y trataban a sus
pacientes con los preceptos heredados de Hipócrates y los griegos,
y los de Galeno, para posteriormente aplicar los conocimientos
transmitidos en los textos de Cullen, Serena, Medina, Bichat,
Toureray, Chaptal y Lavoisier. La consulta de los médicos de
entonces seguía cinco criterios fundamentales:

 En el enfermo verificar la relación con Dios.


 Observar detenidamente y con acuciosidad (en clara
influencia griega) las características físicas, emocionales, y
patognomónicas del enfermo.
 Evaluar al enfermo con fe de sanación y precisar su
dolencia.
 Aislar al enfermo de existir patología contagiosa.
 Tratar al enfermo con los mejores argumentos de la
Farmacopea existentes.

Vargas y la reforma tienen una marcada influencia de la escuela de


medicina de Edimburgo, donde estudiara en la primera década del
s. XIX. En Edimburgo se seguían los esquemas clínicos de la
escuela anglogermana. Barclay en anatomía, Simpson en cirugía,
Thompson en química, Rutherford en botánica y Hamilton en
obstetricia. No obstante, la llamada reforma vargasiana,
condensada en el código de enseñanza y práctica de la medicina, se
conecta, en muchos aspectos, con la etapa posterior de la
transformación de la medicina en Venezuela, proceso que identifica
a Hernández, Razetti, Dominici, Rísquez, y que tiene una marcada
influencia francesa, en los ya reconocidos Pinel, Strauss, Gilbert y
Pasteur, entre otros. La aludida conexión se establece en los
siguientes elementos.

 Para poder ejercer había que estudiar seis años de


medicina.
 La anatomía debía aprenderse en el cadáver y no
solamente en modelos y preparaciones.
 El lugar de ejercicio de la medicina era el hospital.
 El médico era responsable de su enfermo.
 La consulta del médico era confidencial. (Aquí surge el
principio del acto médico venezolano, del cual existe toda
una doctrina).
 Los procedimientos en el enfermo y la administración
de medicamentos debían estar plenamente probados.
 Las investigaciones debían realizarse con permiso del
enfermo.
En la reforma de Vargas y la etapa transformadora, Rísquez,
establece como similar el abordaje a los enfermos:

 Anamnesis, término de origen griego, que literalmente


significa recuerdo. El recuerdo del enfermo sobre su
dolencia que debe comunicar al médico.
 Exploración física del enfermo para recabar signos. Se
utiliza la inspección, la palpación, la percusión y la
auscultación. Los signos reunidos constituyen el
fundamento de los tres juicios centrales de la práctica
clínica: el diagnóstico, el pronóstico y la indicación
terapéutica.
 El diagnóstico es conocer la fase morbosa y la
patogenia. El pronóstico es el juicio paralelo. La predicción
que nos da el conocimiento científico.
 La indicación terapéutica, es la asociación del juicio
formado del diagnóstico y pronostico y tiene tres objetivos:
hacer desaparecer las lesiones presentes en el organismo del
enfermo, por ejemplo, mediante cirugía exerética; en
segundo lugar, regularizar las disfunciones recurriendo a la
farmacopea y la terapia del cuerpo y de la psiquis; en tercer
lugar, combatir las causas atacando los microbios o
gérmenes, evacuando un veneno o administrando un
antídoto o cambiando un ambiente nocivo por otro
favorable.

Este esquema, descrito por Rísquez en 1893, con ligeras


modificaciones fue utilizado por más de medio siglo en la práctica
clínica en Venezuela. Hasta bien entrado el s. XX, es que se recibe
la influencia de la medicina que se practicaba en Estados Unidos.
Dicha influencia estuvo ligada, entre otros factores, a la relación
económica que se originó por la explotación petrolera, que, a partir
de 1936 alcanzó notable relevancia. Varios son los criterios que
comienzan a aplicarse en la práctica médica en Venezuela, a partir
de la segunda mitad del s. XX. Veamos:

 El enfermo debe ser atendido y estudiado en hospitales.


Comenzaba a reducirse la extendida práctica médica en
hospicios y casas de caridad, atendidos por sacerdotes y
religiosas.
 Se designa al enfermo con el sustantivo paciente, y la
relación médico-paciente es objetiva.
 El examen físico debe ser minucioso y esta precedido
por el interrogatorio.
 Las intervenciones quirúrgicas deben realizarse con un
diagnóstico, con autorización expresa del paciente, bajo
anestesia y con las normas de asepsia y antisepsia
universalmente reconocidas.
 El médico establece responsabilidad individual y legal
con su paciente y es autónomo en su consulta.
 En la investigación médica los estudios de campo deben
cumplir rigurosamente con los criterios de la
experimentación.
 El diagnóstico se apoya en todo el arsenal de
indagación técnica que se disponga. Debe ser
presuntivo, luego diagnóstico de la enfermedad y
destacar con ello los diagnósticos diferenciales que
hubiere.
 La historia clínica es un instrumento para el control
terapéutico y de valor estadístico útil a la investigación.
 Las terapéuticas que se indican al paciente son de
estricto dominio de la prescripción facultativa.

Varios de los criterios esbozados, aún perduran en la práctica


clínica diaria, y, en su momento, constituyeron motivo de avance
para que la medicina adquiriese prestancia y reconocimiento social.
En la actualidad, la práctica de la medicina se ha estandarizado de
tal modo que no se diferencia mucho la medicina que se practica en
Venezuela con el resto de los países del hemisferio occidental, y
que se caracteriza por una fuerte dependencia de la industria
farmacológica y biotecnológica. Dicha dependencia obliga al
médico a estar permanentemente informado de los cambios que, en
muchos casos, se realizan por necesidades del mercado.
La medicina se ha globalizado y su práctica se ha
homogeneizado en criterios mundialmente aceptados. Hoy se
construyen hospitales o clínicas con arquitecturas funcionales
similares. Una aspirina se puede adquirir en cualquier parte del
planeta. Una resonancia magnética es un estudio automatizado
similar en México que en Filipinas.
La lengua, digamos de mayor uso, de la ciencia médica es el
inglés, aunque cada vez más existen buenas producciones y
traducciones en español y portugués (entre ambos idiomas, cerca de
900 millones de iberohablantes). Y nada novedoso que se haga en
la medicina actual esta desligado de la informática, la robótica, la
imagen, la nanotecnología y la genómica. En fin, que la evolución
de la práctica verdaderamente trascendente de la medicina será el
estudio del detalle que alcance sobresalir como evidencia del
enorme bosque.
Estudiosos de la evolución de la medicina, señalan que con la
predominancia de la tecnología se ha impuesto un modelo
despersonalizado de práctica médica, pues ya el médico ni llega a
conocer al paciente, que es tratado como un objeto más o un
número que hay que cumplir.
No obstante, negar la importancia de la tecnología en la
práctica médica sería labor de tontos. Laín Entralgo advierte que la
biotecnología debe ser admitida pero no sustituir la labor del
médico con el paciente ni ser esclavos de ella.
Venter, uno de los pioneros en el desarrollo del proyecto
genoma humano sostiene que, la tecnología genómica o génica, que
se impondrá indefectiblemente en el futuro, será más preventivista
que curativista, por cuanto los diagnósticos estarán adelantándose
al tiempo, y, en consecuencia, será indispensable para el médico
conocer la prevención de cada enfermedad y su historia natural.
En la evolución histórica del ejercicio o práctica clínica de la
medicina, sin duda, habrá que tener en cuenta los cálculos de
Appleberry, relacionados con la vertiginosa multiplicación del
conocimiento humano:

“En 1750 se duplicó por primera vez el conocimiento


disponible de la humanidad, respecto a los tiempos de
Jesucristo. Este fenómeno se repitió en 1900, ciento
cincuenta años después. En 1950, ya la humanidad había
doblado de nuevo su conocimiento. Hoy, a comienzos del
siglo XXI, el conocimiento que produce el hombre se
duplica cada cinco años y se estima que en 2020 se hará
cada 73 días. La elocuencia de la modificación es
incontrastable, tanto como inexorable”.

Como ejercicio comparativo de los cambios de patrones


epidemiológicos en Venezuela, y como corolario a la somera
aproximación a la práctica médica en Venezuela, elaboramos
sendos reportes de estadísticas de ministerios de Salud de cada
época registrada, donde se mencionan las primeras causas de
muerte en nuestro país en el periplo de un siglo de sanidad
venezolana: desde 1905 a 2005.

DOCE CAUSAS DE MUERTE EN VENEZUELA. Año, 1905.

 Infecciones respiratorias superiores e inferiores


 Muertes perinatales
 Fiebre amarilla
 Paludismo
 Tuberculosis
 Cólera
 Enfermedades infecciosas intestinales
 Lepra
 Tétanos
 Enfermedades del hígado
 Enfermedades del corazón
 Enfermedades del riñón y la vejiga urinaria

DOCE CAUSAS DE MUERTE EN VENEZUELA. Año, 2005

 Enfermedades cardiovasculares
 Cáncer (Procesos oncológicos de todo tipo)
 Accidentes de todo tipo
 Homicidios y suicidios
 Diabetes
 Afecciones en el periodo perinatal
 Enfermedades bronco pulmonares obstructivas crónicas
 Influenza y neumonías
 Enfermedades del hígado
 Anomalías congénitas
 Enfermedades infecciosas intestinales
 Enfermedades autoinmunes

PRIMEROS HOSPITALES

Entre la última década del s.XIX y comienzos del s.XX casi todos
los hospitales que aun funcionaban en Venezuela eran los que
habían quedado construidos durante la colonia. La guerra de
independencia había dejado a la sociedad venezolana en la miseria
y el progreso prometido tras la emancipación no aparecía por
ningún lado. Venezuela era un país pobre, sitiado, además, por
guerritas intestinas entre los líderes post independentistas que
querían repartirse el país como un botín. Perduraban modestas
edificaciones que con mucha dificultad intentaban cumplir su
propósito hospitalario. La mayoría de ellos eran fundados por
religiosos, sin embargo, algunos surgieron por iniciativa privada.
Tal es el caso del hospital de Nuestra Señora de la Caridad, de
Puerto Cabello, fundado en 1779 por iniciativa de María Francisca
Marrero, mujer altruista de honda repercusión en la labor social
porteña. También existían hospitales militares a cargo del capitán
general y del intendente del ejército. El servicio de los hospitales
era gratuito. Para su sostenimiento disfrutaban de una cuota del
impuesto concedido como diezmo.
Fueron muchas las situaciones de dificultad financiera y
sobrevivencia organizativa que tuvieron que sortear las
instituciones hospitalarias, en lo que, vista la realidad actual,
pareciera ser un resto atávico de la colonia y período post-
independentista, que se traslada al presente. Pese a todos los
obstáculos, los hospitales, en la tradición de la medicina romana, se
han mantenido como espacio fundamental para restablecer la salud
de los pacientes.
Tablón 5: Primeros hospitales en Venezuela.

PRIMEROS HOSPITALES EN VENEZUELA. Ciudad. Capacidad de


camas. Año de fundación.
Hospital de La Guaira. Catia la Mar. 5 camas. 1714.
Hospital de la Caridad de Barquisimeto. 12 camas. Barquisimeto. 1708
Hospital de San Lázaro. Caracas. 15 camas. 1752.
Hospital de la Caridad. Puerto Cabello. 5 camas. 1779
Hospital de la Chiquinquirá. Maracaibo. 20 camas.1754.
Hospital de San Antonio de Padua. Valencia. 15 camas. 1775.
Hospital de Barinas. Barinas. Seis camas. 1793.
Hospital de San Pablo. Caracas. 50 camas. 1753.
Hospital de Cumana. Cumana. 5 camas. 1789
Hospital de San Felipe El Fuerte. San Felipe. 5 camas. 1776.
Hospital de Guanare. Guanare. Seis camas. 1778.
Hospital Vargas. Caracas. Hasta 1.000 camas. 1891.
Fuente: Garrido, N. 2002.

El diezmo, era la figura con que se financiaban los hospitales de


entonces. Consistía en una especie de colaboración, bien sea en
moneda o especies, que los familiares de los pacientes entregaban
al hospital para que se mantuviera funcionando. Por ejemplo, el
hospital de San Lázaro en Caracas se sostenía en gran parte por el
impuesto sobre las ventas del guarapo. Los mayordomos eran los
directores administrativos.
Los médicos que trabajaban en los hospitales de entonces
debían pasar visitas diarias y sus honorarios fluctuaban entre cien y
trescientos pesos. El personal auxiliar se componía de boticarios,
practicantes, enfermeros, cabos de salas, y en los hospitales
militares sirvientes y esclavos. En algunas oportunidades, apelando
a la economía, se recomendaba la compra de esclavos para que
sustituyeran a las enfermeras.
Las edificaciones hospitalarias fueron modestas, todas
presentaban capillas accesibles a los dormitorios de manera que los
pacientes pudieran seguir los oficios desde su cama. Había una
completa separación de géneros y en algunos hospitales sólo había
admisión de hombres o de mujeres.
Muchos hospitales eran hospicios a los que recurrían los
enfermos terminales en solicitud de una cama para bien morir. Este
concepto imperó hasta comienzos del s. XX. Durante la mayor
parte del período colonial prevaleció el control religioso sobre el
control médico, y por lo tanto se enfatizó la atención espiritual, al
considerar la salud-enfermedad como producto de la metafísica
católica. Es en las postrimerías del s. XIX cuando la concepción
religiosa del proceso salud-enfermedad pierde preponderancia en la
teoría y práctica médica.
La mayoría de los hospitales tenían entre ocho y quince camas.
El hospital de San Pablo tenía cincuenta camas y el de Maracaibo
veinte. El hospital San Antonio de Padua de Valencia fue
construido a mediados del s. XVII por indicación del Obispo Diego
de Baños y Sotomayor en un terreno ubicado entre la Calle Real y
la Calle de la Beneficencia. Durante la visita pastoral a su diócesis
entre 1771 y 1784 el Obispo Don Mariano Martí encontró una
capacidad de quince camas en casos de extrema urgencia, y el
Prelado estableció en los estatutos del hospital:

“…que para mayor economía y prontitud en la curación de


los enfermos se tengan los medicamentos según la relación
de dicho médico cirujano, son las siguientes: rosa, cebada,
anís, romero, alhucema, zarza, guayacán, raíz china,
polipodio, escorzonera, cañafístula, tamarindos, culantrillo,
miel de abejas, flor de angelones, calabazas, semillas de
sandía, melón, infundía de marrano, de león , de culebras e
iguanas, membrillos, sebo de carnero macho, manzanilla,
azafrán, cuerno de ciervo, acíbar crudo, cal viva, almendras,
pasas, poleo, viva viña, tacamahaca y otras diferentes hojas,
flores, frutos y raíces que se cosechan a sus respectivos
tiempos”.

La transformación definitiva del concepto hospitalario de entonces


fue la construcción del hospital Vargas de Caracas, en el año 1888.
Se copió la estructura de un típico hospital francés. Su primer
director fue Pablo Liendo. Con la inauguración del hospital Vargas
el primero de enero de 1891, comienza, por la capacidad y tamaño
del nosocomio, otra etapa en la construcción y funcionamiento de
hospitales en Venezuela.
Desde 1900 hasta 1936, sucede un período de estancamiento en
cuanto a construcción de hospitales y centros de salud. A partir de
1936, asociado al apogeo de la explotación petrolera, comienza de
nuevo a prevalecer la necesidad de seguir construyendo hospitales
para cuidar la salud de los habitantes.
En 1943 se inicia la construcción del hospital universitario de
Caracas, con una capacidad de 1250 camas. Tenía mayor capacidad
que el Vargas y fue inaugurado, por Flor Chalbaud, el 16 de mayo
de 1956. Actualmente el hospital universitario de Caracas es un
instituto autónomo adscrito al ministerio de la salud.
El hospital central de Valencia, con una capacidad inicial de
600 camas, es inaugurado en 1949. El precursor del hospital central
de Valencia, fue el hospital civil de Valencia, que llego a tener
doscientas camas, laboratorio y rayos X. Derivó en centro para el
tratamiento de pacientes tuberculosos hasta que desapareció anexo
del dispensario tuberculoso.
Como otros hospitales venezolanos, el hospital central de
Valencia, sufre en la actualidad los rigores de situaciones de
colapso en algunos de sus servicios, en virtud de problemáticas de
ya larga data y que tienen que ver con sobredemanda de pacientes,
especialmente en el área quirúrgica de adultos y atención
pediátrica, carencia de suficientes insumos y materiales médico
quirúrgicos, obsolescencia de equipos, insuficiencia de espacios
físicos, corrupción, robos internos y conflictos laborales.
Otro hospital que alcanzó renombre nacional e incluso
latinoamericano fue el hospital psiquiátrico de Bárbula. Fue
inaugurado en 1958 y concebido como una pequeña ciudad para
rehabilitar pacientes mentales, Hasta un anfiteatro tenía en sus
predios. Llego a tener una capacidad de 1.600 camas (uno de los
hospitales psiquiátricos más grandes del mundo) y se convirtió en
poco tiempo en hospital de referencia nacional y, para la época,
modelo de atención en salud mental y terapia psiquiátrica en el
continente.
Actualmente la capacidad del hospital psiquiátrico de Bárbula
José Ortega Duran se reduce a 60 camas, en virtud del cambio,
entre otras variables, de paradigmas en el abordaje diagnóstico del
paciente mental y la extraordinaria transformación de los
tratamientos psiquiátricos, hoy por hoy de curso ambulatorio, y que
solo requieren breves estancias intrahospitalarias.
En la segunda mitad del s.XX no cabe duda que el Estado
venezolano jugó un importante papel en el crecimiento,
fortalecimiento y desarrollo de instituciones de salud bien sea
mediante la construcción y equipamiento de hospitales, así como en
el desarrollo de una red ambulatoria urbana y rural que aún se
mantiene a comienzos del s.XXI.
Dicho papel pareciera, a la luz del crecimiento poblacional y
los costos de la medicina privada, ser hoy insuficiente. Por
ejemplo, no se construyen hospitales públicos en Carabobo, desde
hace, al menos, tres décadas. La maternidad del Sur es la honrosa
excepción. La otra es la remodelación de la antigua maternidad de
la CHET. Dos maternidades y ni un solo hospital para atender
enfermedades cardiovasculares: primera causa de muerte en
Venezuela en 2010. Carabobo, en las últimas dos décadas, ha
incrementado su población hasta un treinta por ciento, lo que
configura un cuadro de demanda en crecimiento que evidencia una
asimetría respecto a la capacidad de respuesta hospitalaria pública.

EL ESTADO Y LA SANIDAD

A comienzos del s.XX, Venezuela, en poco menos de un millón de


kilómetros cuadrados de extensión territorial, no alcanzaba a tener
3 millones de habitantes. Se sumaba a esta realidad, un Estado sin
muchos recursos económicos (vendrían después con la explotación
petrolera), con pocas, y precarias, vías de comunicación, con
poblados dispersos, con recurrentes conflictos internos entre
adversarios políticos, y un índice elevado de analfabetismo.
Frente a este cuadro de penuria, la población venezolana
quedaba continuamente expuesta a epidemias, como la viruela, el
sarampión, el tétanos, la malaria, la tuberculosis y la sífilis,
verdaderos flagelos que causaban mortalidad en la población. No
existía, ninguna instancia u organismo que atendiera el importante
sector de la salud de todo el país. Es en 1911 que fue creada la
Oficina de Sanidad Nacional, seguida en 1930 por el Ministerio de
Salubridad y de Agricultura y Cría (Venezuela era entonces un país
predominantemente rural).
El Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (MSAS) fue
creado el año 1936. Durante la dictadura del General Marcos Pérez
Jiménez, se le dio prioridad a la construcción de hospitales y
centros de salud. A partir de 1960, bajo el gobierno de Rómulo
Betancourt, se le otorga prioridad a las campañas contra las
principales enfermedades que afectaban a la población. Se crean las
llamadas Divisiones del MSAS.
La División de Malariología, que estuvo dirigida por el
reconocido médico sanitarista venezolano Arnoldo Gabaldón, y que
atendía la prevención y el tratamiento de epidemias como el
paludismo y el mal de Chagas. Hubo una sustitución masiva de
techos de palma, hábitat predilecto de los zancudos transmisores,
por casas de la vivienda rural con techos de zinc o de asbesto. La
División Antituberculosa, dirigida por José Ignacio Baldó, registró
también una importante labor en el combate de la tuberculosis y las
enfermedades respiratorias.
Se crearon Hospitales del Tórax para atender exclusivamente a
pacientes con patologías cardiorrespiratorias. Entre estos hospitales
podemos mencionar el Hospital Ruiz y Páez en Ciudad Bolívar y
Hospital Rafael González Plaza en Valencia. Otra división del
MSAS fue la de Epidemiología y Estadística Vital, que recopiló
datos de interés sanitario en un país disperso. A esta situación se
conjugó también la llegada a Venezuela, de una gran cantidad de
científicos, médicos y filósofos, la mayoría de origen español y
alemán, que huían de situaciones de guerra, de oprobio y de miseria
en sus países de origen, terminadas la segunda guerra mundial y la
guerra civil española.
Figuras como Manuel Corachán García, Rudolf Jaffé, Augusto
Pi Suñer, Martin Meyer, Manuel Sánchez Covisa, Hans Doenhert,
Juan David García Bacca, entre muchos otros, que ayudaron en
gran forma a fortalecer la ciencia venezolana, particularmente con
la plantilla docente en los postgrados que comenzaron a proliferar
en las universidades nacionales.
El trabajo adelantado por las divisiones del MSAS no tiene
parangón como esfuerzo sanitario notable que modificó, a la luz de
las cifras estadísticas, los patrones de morbilidad y mortalidad de la
población venezolana a mediados del s. XX. Igualmente, durante
ese período, se comenzaron a construir las redes ambulatorias
urbanas y rurales, primarias, secundarias y terciarias, que incluían
planes nacionales de vacunación, nutrición, medicación y
prevención de enfermedades venéreas. Un momento de avance
vivió la salud pública venezolana durante este periplo que va desde
1936 hasta un año referencial que ubicamos en 1970. A partir de la
década del setenta, el llamado sector salud comenzó un proceso que
devino en crisis. Lo expresa, con nitidez, el profesor de la Facultad
de Ciencias de la Salud de Universidad de Carabobo, José Ignacio
Nieves Negretti:

“Una crisis multifactorial, que arranca a mediados de la


década de los setenta en el decorado de la Gran Venezuela y
que ahora se ha hecho hasta patética en tiempos de
revolución. Crisis que se caracteriza por el deterioro
progresivo y sin correctivos de impacto en la inversión en
hospitales y red ambulatoria por parte del Estado
venezolano. Más allá de la propaganda vacua y la ideología
inservible, se percibe a diario el abandono de los programas
sanitarios contra las enfermedades transmisibles, el
alejamiento acentuado del tratamiento integral de las
enfermedades de causa social, una creciente presión laboral
por salarios miserables para el recurso humano del sector
salud, que no pocas veces derivó en conflictos e
interrupciones de servicios de salud, y una creciente
corrupción de la incrementada burocracia del sistema
público de salud. Y todo este escenario de crisis, en el marco
de una explosión demográfica que triplicó el número de
habitantes (entre venezolanos e inmigrantes) y, por otra
parte, con unas facultades de medicina formando médicos
para irse del país o, peor aún, enseñando a cómo elaborar
guarapos para curar el cáncer en escuelas de medicina con
profesores poco formados. Una tragedia, pues, que azota a la
salud en Venezuela, sin ni siquiera atisbo de solución a la
vista”.

Otro acontecimiento importante, inspirado en la justicia social, fue


la creación del Seguro Social. Se entendía, en el prefacio de la
creación de esta institución, que la seguridad social era el conjunto
de medidas de previsión orientadas a los ciudadanos, sin distingos
de ninguna índole, para obtener los medios económicos y poder
alcanzar condiciones de calidad de vida, salud, educación y
recreación necesarias, y a otorgarle la previsión ante los riesgos
inherente a la vida moderna, tales como el desempleo, la
enfermedad profesional o de otro origen, la invalidez parcial o
total, la ancianidad, la educación de los niños derivada de la muerte
del jefe de la familia o cualquiera eventualidad que ocasione
incertidumbre al ciudadano o su núcleo familiar.
Surgía así el denominado Seguro Social, y de allí partieron
iniciativas relacionadas con la seguridad social como el Consejo
Venezolano del Niño, la Ley del Trabajo, El Instituto Venezolano
de los Seguros Sociales (IVSS), la Ley del Seguro Social
Obligatorio y el Instituto de Recreación y Turismo (INCRET). El
capítulo I de la ley del seguro social obligatorio rezaba lo siguiente:

Personas Sujetas al Seguro Social Obligatorio

Artículo 1
La presente Ley rige las situaciones y relaciones jurídicas con ocasión de
la protección de la Seguridad Social a sus beneficiarios en las
contingencias de maternidad, vejez, sobrevivencia, enfermedad,
accidentes, invalidez, muerte, retiro y cesantía o paro forzoso.

Artículo 2
Se propenderá, bajo la inspiración de la justicia social y de la equidad, a
la progresiva aplicación de los principios y normas de la Seguridad Social
a todos los habitantes del país. Están protegidos por el Seguro Social
Obligatorio, los trabajadores permanentes bajo la dependencia de un
patrono, sea que presten sus servicios en el medio urbano o en el rural y
sea cual fuere el monto de su salario.

Las instituciones de seguridad social ya se habían creado en


Europa. Desde la revolución industrial, en Inglaterra y Gales,
funcionaban bajo la denominación de Sociedades de Socorro
Mutuo. En 1884, Bismarck, el canciller alemán, había creado un
sistema, que todavía se mantiene, doscientos años después, basado
en la cotización fija de los trabajadores empleados en Alemania.
Más recientemente, en la segunda mitad del s.XX, países como
Italia y España, apuntalaron su progreso social en sistemas de
seguridad que actualmente funcionan eficientemente. El seguro
social venezolano encontraba precursores, incluso en países
suramericanos como Argentina y Chile que avanzaban en lo que ha
sido un permanente desafío de los sistemas sanitarios en el mundo:
cómo hacer para otorgar seguridad cuando la necesita la persona y
esta laboralmente productivo y también para cuando la necesita y
se está en justo jubileo.
El 9 de octubre de 1944, se iniciaron las labores del Seguro
Social, con la puesta en funcionamiento de los servicios para la
cobertura de riesgos de enfermedades, maternidad, accidentes y
patologías por accidentes, según lo establecido en el Reglamento
General de la Ley del Seguro Social Obligatorio, del 19 de febrero
de 1944. En 1946 se reformula esta Ley, dando origen a la creación
del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS),
organismo con responsabilidad jurídica y patrimonio propio, y con
la intención de adaptar el Instituto a los cambios que se verificaban
en esa época. El 5 de octubre de 1951 se deroga la Ley que creaba
el Instituto Central de los Seguros Sociales y se sustituye por el
Estatuto Orgánico del Seguro Social Obligatorio.
Posteriormente, en 1966, se promulga la nueva Ley del Seguro
Social, totalmente reformada. Después de este azaroso periplo de
leyes y más leyes, es en 1967, cuando los afiliados comienzan a
percibir los seguros de enfermedades, maternidad, accidentes de
trabajo y enfermedades profesionales en el seguro de asistencia
médica; se amplían los beneficios de asistencia médica integral, y
las prestaciones a largo plazo (pensiones) por conceptos de
invalidez, incapacidad parcial, vejez y sobrevivientes, asignaciones
por nupcias y funerarias.
Se establecen dos regímenes, el parcial que se refiere solo a
prestaciones a largo plazo, y el general que además de prestaciones
a largo plazo, incluye asistencia médica y crea el Fondo de
Pensiones y el Seguro Facultativo. En 1989 se pone en
funcionamiento el Seguro de Paro Forzoso, mediante el cual se
amplía la cobertura, en lo que respecta a prestaciones en dinero, a
los trabajadores y familiares; modificándose posteriormente para
ampliar la cobertura e incrementar el porcentaje del beneficio y la
cotización.
Paralelamente, y con el propósito de atender la salud de los
trabajadores asegurados, el Seguro Social creó una red de
hospitales, que, en un principio atenderían asegurados con
enfermedades ocupacionales que no se atendían en hospitales
generales del Ministerio de Sanidad.
Los hospitales del Seguro Social terminaron atendiendo toda
clase de patologías y se generó, en muchos casos, una duplicación
de funciones con los hospitales del MSAS. Toda esta situación
derivó en una crisis de insumos recurrente y conflictos laborales
que en buena medida afectaron el funcionamiento del Seguro
Social al punto de colapsarlo. Igualmente fueron denunciados
varios casos de corrupción en el seno de la institución, que
mermaron su credibilidad y dieron al traste con una iniciativa de
seguridad social que tienen casi todos los países de mundo, para
prever el futuro de sus ciudadanos.
En la actualidad el Instituto Venezolano de los Seguros
Sociales (IVSS.), se encuentra en un proceso de adecuación e
integración de su estructura y sistemas a fines de atender las
necesidades de la población trabajadora y fusionarse en un único
sistema público nacional de salud, en concordancia con la
promulgada Ley Orgánica de Seguridad Social. En Carabobo, el
Hospital Universitario Ángel Larralde (Valencia) y el Hospital José
Francisco Molina Sierra (Puerto Cabello), están adscritos al
Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, que depende del
Ministerio del Poder Popular para el Trabajo y la Seguridad Social.
En 1997 es promulgada una nueva Ley de Seguridad Social,
que contiene tres subsistemas fundamentales: la salud, las
pensiones, la recreación. Ha pasado más de una década y aun la ley
orgánica de la seguridad social no ha sido desarrollada en su
totalidad. Una nueva ley para el sector salud también está por
aprobarse en la Asamblea Nacional y en dicha ley se organiza un
nuevo Sistema Nacional Público de Salud que mantiene en
expectativas favorables a la sociedad venezolana, por cuanto uno
de los indicadores más importantes de bienestar de la gente, es la
salud y, en particular, el buen funcionamiento de su sistema de
salud público.
En la evolución histórica del concepto de atención en salud, es
quizá, el problema más acuciante, el factor cultural diferenciador
entre salud y enfermedad; entre lo potencialmente enfermo y lo
preventivamente sano. Cabe decir también que toda crisis en
materia sanitaria es también un desafío apasionante y aleccionador
que todo médico o estudiante de medicina debe encarar con espíritu
proactivo y decidido afán cooperador en la búsqueda de soluciones.
La salud está estrechamente vinculada a la vida cotidiana de los
sujetos y poblaciones, porque ésta constituye el tejido social de las
relaciones e interacciones sociales, que son básicamente
comunitarias y predominantemente societarias. En tal sentido, la
familia como institución social tiene una influencia tremenda sobre
cada uno de sus miembros y en alta medida el comportamiento en
torno a la salud está vinculado a las representaciones sociales que
ellos tienen con respecto a la salud y a las enfermedades.
La diversificación de la oferta dispensadora de salud es un
fenómeno constante en todas las culturas y las épocas. Ya en la
Grecia clásica, escenario de nacimiento de la medicina racional, en
el s. IV a.C ya existían desigualdades en la asistencia médica. La
gente que podía costearse los servicios era atendida por los mejores
médicos y de manera individual; los que no tenían fortuna eran
atendidos por médicos inexpertos que querían alcanzar una eficacia
terapéutica a corto plazo; y los esclavos, eran atendidos por
sanadores empíricos, también esclavos, que se limitaban a practicar
una suerte de “veterinaria para seres humanos”. Cuanto de esta
realidad griega se mantiene en nuestros días.
En lo concerniente al aspecto sanitario se encuentran
involucrados, al menos, dos actores sociales relevantes: el Estado, a
través del gobierno, representado por las instituciones de salud
pública, a quien le corresponde la formulación y ejecución de
políticas y programas de salud a fin de prever y controlar las
endemias, epidemias y las enfermedades en general, así como
garantizar programas de prevención de las mismas y promoción de
la salud.
El otro actor fundamental es la población o los usuarios quienes
de manera activa o potencial legitiman la acción gubernamental en
salud, debiendo asumir un rol protagónico y participativo en el
sistema de salud. Esto infiere el principio constitucional de
corresponsabilidad entre los distintos niveles gubernamentales y las
diferentes formas de organización de la sociedad.
Con respecto a las instituciones públicas de salud, teóricamente
éstas llevan a cabo un proceso que implica acciones y toma de
decisiones relativas a garantizar el mantenimiento y preservación
de la salud y por ende de la calidad de vida de la población. La
gestión de los organismos de salud se expresa en un conjunto de
actividades científico-técnicas o científico-operacionales que
buscan atribuir valor de eficiencia y eficacia a los procesos de
intervención, diagnóstico y en la aplicación del tratamiento o
vacunación, así como otros modos terapéuticos en el control,
prevención y merma de las enfermedades.
Por su parte, la población conformada por usuarios y usuarias,
para tener ese rol protagónico deben poseer un grado de
responsabilidad en la gestión de la salud, que posibilite su
participación en la toma de decisiones destinadas a la atención,
prevención y control sanitario. En este particular pueden contribuir
modelos de participación que rompan con el esquema pasivo y
generen una participación orgánica con nuevas formas de liderazgo
y de toma de decisiones.
No hay que perder de vista que la participación y el
compromiso de la gente puede facilitarse mediante la vinculación
con su vida cotidiana. Pero esto es posible en la medida que los
programas sociales logren articular asertivamente los diversos y
contradictorios intereses de beneficiarios y prestadores de servicios.
Ello conduce inevitablemente al replanteamiento de la visión
tradicional de la gerencia social, que no estaría ya centrada
exclusivamente en intereses particulares y en una concepción
corporativa sino inscrita en un proyecto social, un proyecto
colectivo.
En sentido teórico, la gerencia social es la negociación de la
gestión administrativa para producir mayor efectividad
programática al utilizar los recursos comunales e institucionales
más racionalmente. En la gerencia social, no hay subordinados sino
colaboradores, y la negociación es básica para establecer la red de
contactos entre actores.
De este modo, la participación y la organización social tienen
que ser vistas como los espacios idóneos y necesarios para lograr la
educación, formación y movilización de la gente, con el propósito
de captar las demandas reales y vincularlas directamente a procesos
democráticos de toma de decisión en la etapa de diseño, ejecución
y evaluación de las políticas de salud.
Cabe destacar que una de las desventajas que caracterizan a los
servicios de salud es la complejidad que representa la
administración de este sector, caracterizado, entre otras cosas, por
presentar una organización programática que disminuye la
capacidad de lograr los resultados con eficiencia, efectividad y
ahorro de recursos, porque existe una brecha del retraso de la
funcionalidad estadal y la movilidad en las operaciones no
estadales que implica un desperdicio de factores y medios
instrumentales no mensurados.
En Venezuela, la diversificación de centros dispensadores de
salud es nutrida. Existen diferentes tipos de organizaciones que
presentan oferta de servicios de salud, tanto públicos, privados y
mixtos. Las posibilidades de acceso a los servicios de salud se han
incrementado notablemente desde la segunda mitad del s.XX. A
continuación, un listado de la oferta de servicios de salud de
carácter público:

 Hospitales generales.
 Hospitales y ambulatorios médicos del IVSS.
 Hospitales militares.
 Centros ambulatorios de atención primaria en salud (Los
ambulatorios).
 Misión Barrio Adentro I. (Los hexágonos)
 Centros de Diagnóstico Integral (CDI). Misión Barrio Adentro II.
 Centros de Alta Tecnología (CAT). Misión Barrio Adentro III.
 Instituto de Previsión y Asistencia Social del Ministerio de
Educación (IPASME).
 Centros de atención médicas de las universidades.

Y pese a toda esta numerosa oferta de servicios de salud; pese a


los esfuerzos que hace el Estado venezolano de erogar
significativas cantidades de dinero para mantener los servicios
públicos de salud; no obstante los esfuerzos de médicos y personal
sanitario por mantener abiertos y operativos dichos servicios, a
pesar de las penurias que padecen y los salarios miserables que
perciben, se evidencian problemas de cobertura de atención médica
y sobretodo de calidad de atención médica, en dichos servicios.
Seguimos sin hacer prevención de enfermedades. Seguimos sin
comprender realmente que significa promoción para la salud.
Seguimos esforzándonos por mantener un sistema de salud que en
realidad fomenta una cultura de la enfermedad y la muerte y no
transitamos hacia una cultura por la salud y la vida. Si sumamos la
oferta de salud pública, con la oferta de los servicios privados o
mixtos, tenemos una notable -por numerosa- red de servicios y, sin
embargo, estamos hablando y sufriendo, recurrentemente, desde
hace más de cuatro décadas de crisis de los servicios de salud.
Veamos la red privada, semiprivada o mixta:

 Clínicas privadas de todo tipo y especialidad.


 Seguros privados de hospitalización, cirugía y
maternidad.
 Fundaciones de salud.
 Hospitales de la Cruz Roja.
 Consultorios del Rotary Club.
 Centros médicos de la Iglesia.
 Centros de salud de Universidades privadas. Ejemplo:
Centro Médico Santa Inés de la UCAB (Caracas).
 Centros de atención medica en empresas privadas.
 Centros de aplicación de la LOPCYMAT.

Resulta notable -se insiste- la cantidad de oferta de servicios de


salud existentes y no obstante, la crisis en el sector salud, es uno de
los tópicos más reincidentes en la historia de la medicina
venezolana. Estudiosos del tema de la gerencia, economía y
sociología de la salud, expresan esta diversidad como
contraproducente y que insta a la anarquía. No pareciera ser
entonces -y solamente- una crisis de servicios de salud, sino
también una crisis de la salud y su concepción, la que se cierne
sobre la sanidad venezolana. Crisis sostenida que puede
evidenciarse desde hace más de cuatro décadas.
En la crisis de la salud y la crisis de los servicios de salud en
Venezuela, el autor percibe cinco características, que inserta como
Pentágono de crisis (son cinco los epicentros de crisis) de la
sanidad venezolana:

 Crisis de modelo conceptual (predominio de lo


curativo sobre lo preventivo, lo biologicista centrado en la
enfermedad y no en la salud, el hospital o la clínica como
único centro de salud. El Ministerio es un ministerio, además
de burocratizado hasta la extenuación, parece un reducto
inservible para el disimulo de mal atender la enfermedad y
no la salud).
 Crisis de modelo organizativo (hospitales del IVSS
para afiliados colapsados, hospitales generales del MPPS
colapsados, red ambulatoria subutilizada, abandono de los
núcleos Barrio Adentro, CDI con problemas de respuesta
terapéutica oportuna y eficaz).
 Crisis de modelo de gestión (ingentes recursos
económicos invertidos sin resultados de impacto, ausencia
de gerencia social de los servicios de salud, escaso
compromiso de los comités de salud y, salvo las excepciones
de honor, de los contralores sociales, renuncia a la
corresponsabilidad del ciudadano, corrupción desde los
propios trabajadores de los servicios de salud cuando se
roban los insumos para los pacientes. esto nadie lo dice, pero
es una patética y lamentable realidad en los centros de salud
venezolanos).
 Crisis de modelo de financiación (desfinanciamiento,
fragmentación, ineficiencia del gasto, desviación de
recursos, burocracia regional y municipal).
 Crisis de modelo de formación del recurso humano
(universidades desvinculadas de las necesidades de
poblaciones más necesitadas, modelo biologicista en la
formación, preparación para combatir la enfermedad no para
prevenirla ni procurar la salud, nuevas opciones de carreras
rígidas cuando no innecesarias).

CRISIS DE SALUD

 Todavía elevada mortalidad infantil y materna.


 Gran cantidad de años de vida perdidos en pacientes en espera
quirúrgica.
 Resurgimiento de enfermedades que se creían controladas
como la malaria, la tuberculosis, el dengue, el cólera.
 Elevada incidencia de enfermedades neoplásicas, metabólicas,
crónicas y degenerativas: cáncer, diabetes, afecciones
cardiovasculares.
 Surgimiento de nuevos problemas de salud: violencia escolar
o intrafamiliar, enfermedades de etiología social, SIDA, H1N1,
inequidades de género y de condición social que aún persisten.

CRISIS DE SERVICIOS DE SALUD

 Hospitales congestionados y con escasa capacidad de


respuesta. Ausencia de mínimas condiciones de higiene
intrahospitalarias.
 Déficit recurrente de insumos y material médico-
quirúrgico. Robos de dicho material dentro de los mismos
hospitales. Corrupción de organismos de gerencia de la
salud.
 Obsolescencia tecnológica en hospitales. Muy escaso
mantenimiento.
 Deterioro de las condiciones de trabajo del recurso
humano sanitarios con salarios miserables. En consecuencia,
una elevada y pertinaz conflictividad laboral.
 Red ambulatoria de baja capacidad resolutiva cuando
no subutilizada.
 Atención fragmentada con obstáculos burocráticos. No
hay prácticamente atención en tardes y noches de servicios
de salud.

Bien vale la pena acotar la distinción entre las referidas crisis.


Una cosa es crisis de salud y otra es la crisis de servicios de salud.
La crisis de servicios de salud se hace más evidente. Es la penuria
de la atención en salud que repercute en todos, pacientes y
familiares. Es sugerible orientar una estrategia de construir un
nuevo sistema (el actual colapsó y está en una suerte de agonía
prolongada) nacional público de salud, renovado, vigoroso, y
verdaderamente eficiente, con reducida burocracia y con la decisiva
participación de la sociedad en ejercicio de participación y
sobretodo de supervisión y contraloría. Los cuatro modelos de
atención de la salud, desarrollados progresivamente en Venezuela,
fueron:

 Modelo de salud universal y gratuita, de atención


amplia y libre acceso, financiado básicamente con recursos
fiscales, a menudo volátiles (léase precios del barril de
petróleo); modelo en franco retroceso, pues una revisión de
la infraestructura venezolana de atención sanitaria en la
década de los setenta, s.XX, era una de las mayores de
América, con una capacidad de 3,7 camas por cada mil
habitantes. Modelo que hace crisis y el pretendido sistema
funciona como colcha de retazos anteriores y recientes, sin
sistema nacional ni rectoría nítida, en sensación de
funcionamiento precario, cuando no calamitoso.
 Modelo de atención de acceso restringido,
correspondiente al Seguro Social y diversas instituciones
similares de previsión social para grupos específicos de
trabajadores, logrados en los convenios laborales. El Seguro
Social ha sufrido diversas crisis, producto de episodios de
corrupción, como de duplicidad de funciones respecto al
Ministerio de Salud. Nunca, desde su fundación, el modelo
de Seguro Social en Venezuela ha mostrado señales de
eficacia y calidad de servicio.
 Modelo de atención privada, de carácter empresarial,
según demanda y pago por servicios prestados,
correspondiente a las clínicas, que también han sufrido los
embates de la crisis. Este modelo incluye la medicina
prepagada y seguros de hospitalización: que prestan
servicios directos a los afiliados o bajo contratos con clínicas
privadas, los cuales han crecido a medida que se deterioran
los servicios públicos y se encarecen los servicios de las
clínicas, que los hace inaccesibles a la mayoría de la
población venezolana.

Durante la década de los años noventa, la crisis económica, política


y fiscal, así como las presiones de los organismos multilaterales
empujaron hacia una reforma general de la administración pública,
cuyas características fundamentales serían la administración
tecnocrática basada en la eficiencia, la privatización y, como
medida previa, la descentralización. Esta reforma se inició en
aquellas instituciones vinculadas directamente a la economía, vale
decir: empresas del Estado, organismos tributarios, puertos,
aeropuertos.
La denominada reforma del sistema venezolano de salud se
inicia con la descentralización. Pese a algunos logros en eficiencia
sanitaria, especialmente bajo esquemas de descentralización del
Estado, la reforma, considerada necesaria e impostergable, se
convirtió en un proceso epiléptico y totalmente desfasado que lleva
décadas sin resultados en términos de eficacia y salida de la crisis
sanitaria. La reforma en vez de apostar a consensos –en un tema
tan complejo como la sanidad- derivó en confrontación e
imposición de un pretendido proceso de cambios desarrollado en
un clima de confrontación social e inestabilidad política. Lo
descentralizado se recentralizó, bajo una fuerte carga ideológica y
se apostó por un sistema de salud paralelo, que hacía ver lo del
pasado como malo o inadecuado y lo nuevo como la panacea. Los
resultados del proceso mencionado son desalentadores, por no
decir catastróficos.
Sin la reforma, iniciada durante la década de los 90 del s.XX,
que pese a algunos logros iniciales en las regiones, al final no
terminó de desarrollarse; y con el desastre de las últimas dos
décadas de imponer criterios ideológicos desfasados a la sanidad, el
sistema de salud venezolano en la actualidad es un sistema enfermo
que requiere soluciones de hondo calado, más allá de los paños
calientes y el enorme barril sin fondo de gasto en que se ha
convertido el sector salud en Venezuela, sin resultados
equivalentes. Muchos estudiosos, entre los que el autor se
encuentra, consideran que el sistema actual de salud en Venezuela,
en vez de garantizar salud a la sociedad, está gravemente enfermo y
debe morir, visto el fracaso. Sustituirlo por otro de raíz.
Deben cambiar, desde la forma de enseñar salud y enfermedad
en las universidades, hasta la forma de asumir compromisos del
último trabajador del sistema, donde, por ejemplo, se erradiquen
aspectos, aparentemente triviales, como los robos de insumos de
los hospitales por algunos trabajadores del sistema para luego
comercializarlos, una crónica y dolorosa verdad harto conocida y
no redimida nunca.
Debe crearse un nuevo sistema de salud pública basado en la
claridez de rectoría, objetivos de atención, prevención y promoción
de la salud, en la corresponsabilidad social, en la honestidad y la
solidaridad del recurso humano de la salud, que debe ser bien
pagado y en la inversión justa del Estado en su papel rector en
cumplimiento del precepto constitucional de garantizar la salud a
los venezolanos sin distingos de credo, sexo o ideología, cosa que
sólo lo dice el papel constitucional pero no se cumple ni de lejos.
Debe impulsarse un nuevo sistema de salud pública nacional,
no sólo desde nuevas concepciones en lo clínico y lo
administrativo, sino que debe abrirse a la bioética, como espacio de
responsabilidad y humanismo, otorgando sentido común y justicia
a un ámbito tan álgido como la sanidad de los venezolanos.
Debe cambiarse la anomalía flagrante de la conocida pirámide
de la salud, que se observa todos los días en Venezuela. La
conocida pirámide de la salud, por ejemplo, que otorga a los
centros de tercer nivel o hospitales tipo III y IV el vértice de la
pirámide, con un máximo de 15 % de capacidad de atención
resolutiva; el sector intermedio de la pirámide, que ha resultado un
interregno un tanto ambiguo que incluye desde redes ambulatorias
hasta hospitales de mediana complejidad; y el primer nivel, el nivel
de acceso al sistema de salud, la base de la pirámide, es la nunca
bien ponderada atención primaria en salud, donde, en teoría,
expertos sanitarios de todo el mundo, afirman que debe resolverse
el 80 % de los casos de demanda de atención médica. Esta
pirámide, al aplicarla al sistema de salud venezolana se torna en
una pirámide anómala, donde los porcentajes de atención médica
se invierten y consecuencialmente los resultados tienden a ser
desalentadores.
Cambiar el sistema de salud público en Venezuela es un desafío
enorme, qué duda cabe, y pareciera quedar demoledoramente lejos,
pero desde la ética médica que debe prevalecer de servicio al
prójimo que padece; desde la necesidad de ejercer ciudadanía en
nuestro derecho a la salud, garantizado en la constitución nacional,
y desde la indignación misma de ver el desastre sanitario reinante,
no existe otra respuesta que denunciar y demandar ese cambio
necesario. Desde cualquier parte el compromiso por cambiar las
cosas mal hechas debe ejercerse sin atenuantes. Aquí lo hacemos
desde estas notas didácticas escritas en el año 2010.

INSTITUCIONALIDAD MÉDICA

“La medicina no crece sin investigación, sin producir literatura médica,


sin dedicación al paciente, tres aspectos que veo abandonándose”.
En Gaceta Médica, 1908. Luis Razetti

La primera institución de la medicina en el territorio de nuestro


país, fue la escuela formadora de médicos de Campíns y Ballester y
el protomedicato, autorizado por la Corona Española en 1777,
también a petición del médico español, fundador de los estudios
médicos, Lorenzo Campíns y Ballester. Los llamados hospitales
reales, que, en la época de la colonia, y en número de hasta 25,
llegaron a funcionar en ss. XVII-XVIII, consolidando la
institucionalidad médica venezolana primigenia.
En la etapa inmediata del proceso de independencia, y durante
ss. XIX-XX es que se crean las instituciones gremiales, sociedades
médicas y centros de estudios e investigación, así como aparecen
diversas publicaciones de contenido científico y humanístico, que
le van otorgando fortaleza a la denominada institucionalidad de la
medicina en Venezuela.
El 13 de marzo de 1893 se crea la sociedad de médicos y
cirujanos de Caracas. Quienes conformaron esta primera sociedad
fueron Nicolás Guardia, Francisco Antonio Rísquez, Juan de Dios
Villegas Ruiz, Alberto Couturier, Pablo Acosta Ortiz, José Manuel
de Los Ríos, Miguel Ruiz, Enrique Meier Flégel, Pedro Herrera
Tovar, Martín Herrera, J. M. Escalona, Tomás Herrera Pacanins.
Fue electo presidente Francisco Antonio Rísquez y secretario Juan
de Dios Villegas Ruiz. Acordaron fundar un periódico que se
llamaría Gaceta Médica de Caracas, encomendando su dirección a
Luis Razetti.
Esta sociedad desapareció en 1896 pero la Gaceta Médica de
Caracas, siguió editándose. El 13 de marzo de 2009 cumplió 116
años de existencia. La acción de la sociedad, entre 1893 y 1896, y
no obstante su corta vida, tuvo una marcada influencia en el
establecimiento de los primeros concursos para internados y
externados de los hospitales civiles de Caracas. Se crearon las
cátedras de clínica médica, clínica quirúrgica, y la de obstetricia y
ginecología, en la facultad de medicina de la Universidad Central
de Venezuela, así como los trabajos prácticos obligatorios de
anatomía y de medicina operatoria.
Algunos de sus miembros fundaron el Instituto Pasteur de
Caracas en el que se llegaron a fabricar un millón de dosis de
vacuna antivariólica, repartidas para combatir la epidemia de
viruela que azotaba al país, en especial a la región de Valencia. La
sociedad de médicos y cirujanos duró hasta 1904, cuando se funda
la Academia Nacional de la Medicina.
En la agitación continua en que vivía el país, se creó un clima
negativo al establecimiento de agrupaciones científicas y
publicaciones que discutieran de viva voz y por escrito, los
problemas del momento. Esto explica parcialmente porque fue en
1857 cuando se fundó la Academia de Ciencias Físicas y
Matemáticas, de efímera duración, a la cual pertenecieron
destacados médicos como Carlos Arvelo, Antonio José Rodríguez
y Manuel Porras.
Entre 1893 y 1911, ocurren algunos hitos en la conformación
de una incipiente institucionalidad de la medicina en nuestro país:

 Fundación de la Sociedad de Médicos y Cirujanos de


Caracas, 1893.
 Fundación de la Gaceta Médica de Caracas, 1893.
 Fundación del Instituto Pasteur de Caracas, 1895.
 Establecimiento del concurso del Internado y Externado
de los Hospitales, 1895.
 Fundación del Colegio de Médicos de Venezuela, 1902.
 Fundación del Laboratorio del Hospital Vargas e
iniciación de la Parasitología en Venezuela, 1902.
 Fundación de la Academia Nacional de Medicina, 1904.
 Reunión del Congreso Venezolano de Medicina, 1911.

En 1867, diez años después, se reunían ocho entusiastas


médicos y hombres de ciencias, para hablar sobre sus inquietudes,
investigaciones y hallazgos y, subsecuentemente, publicaron el
resultado de sus discusiones en el diario El Federalista. Cuando el
número de sus miembros aumentó de ocho a veintiocho,
constituyeron la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, en enero
de 1868 y ese año fundaron su órgano de difusión llamado
Vargasía en homenaje a José María Vargas. Existencia igualmente
breve tuvo la Gaceta Científica de Venezuela publicada por el
esfuerzo personal de Manuel M. Ponte. La diversidad de estas
primeras iniciativas y a pesar de los subsiguientes fracasos revela la
voluntad y el entusiasmo de los científicos de entonces,
malentendidos, acosados y anulados por las condiciones políticas,
económicas y sociales reinantes.
En Maracaibo, el 24 de agosto de 1945 se funda la Federación
Médica Venezolana, que agrupa a los colegios médicos que
funciona en cada uno de los estados que conforman nuestro país.
Entre los objetivos de la Federación que agrupa a los médicos
venezolanos, se encuentran:

 Defensa de los intereses del gremio médico frente a sus


empleadores.
 Vigilancia del cumplimiento del Código de Deontología
Médica.
 Asesoramiento al Estado venezolano en lo atinente a
salud y seguridad social.
 Atención de las inquietudes y necesidades sanitarias de
la población venezolana.
 Favorecer la formación del médico en actuación
sinérgica con el Estado venezolano a través del Ministerio de
la Salud y las universidades.
 Fortalecimiento del Instituto de Previsión Social del
Médico.

Desde la primera sociedad de médicos y cirujanos de


Venezuela, creada en 1893, hasta nuestros días, se han fundado un
centenar de sociedades médicas, lo que revela una creciente
vitalidad de la práctica de la medicina. Las sociedades reúnen a los
médicos y permiten canalizar avances, conocer trabajos de
investigación, asesorías y consultas sobre problemáticas comunes,
congresos, foros y encuentros divulgativos sobre la especialidad
médica, así como permite fomentar lazos de comunidad científica y
humana entre asociados.
Desde 1804, José Domingo Díaz, junto a Vicente Salías (autor
de la letra del himno nacional), habían publicado en la Gaceta de
Caracas, trabajos sobre la infección variolosa y la conservación de
las vacunas. Medio siglo después, en mayo de 1854, en la Gaceta
Oficial de Cumaná, se publicó un trabajo de Luis Augusto
Beaperthuy sobre la fiebre amarilla. Fue uno de los trabajos
pioneros, en el loable afán de publicar y promover publicaciones de
medicina en nuestro país.
En 1856, José Antonio Zárraga, publica en Valencia, Lección
clínica-quirúrgica, dedicada a los alumnos del Colegio Nacional de
Carabobo. Es una de las primeras publicaciones registradas en
Venezuela, si bien no periódica, fue un esfuerzo divulgador de
Zárraga que merece la pena destacar. Era el relato de un caso de
intervención quirúrgica por litiasis vesical, el 15 de mayo de 1856,
utilizando el cloroformo como anestésico.
Aparecen en 1857, las dos primeras publicaciones de unidad
temática (no eran solo inserciones en publicaciones de contenido
vario) dedicadas a la divulgación científica. El Naturalista, dirigida
por el médico Jerónimo Blanco y Eco Científico de Venezuela
dirigida por el médico Manuel Porras.
Vargasía aparece publicada por primera vez en marzo de 1858.
Sus redactores fueron Adolfo Ernst, Manuel Vicente Díaz,
Arístides Rojas y Francisco de Paula Acosta. Escuela Médica
aparece en 1874 y sus promotores fueron Manuel Antonio Diez,
Luis Mario Montero y Adolfo Frydensberg. Ese mismo año, se
edita Gaceta Científica de Venezuela. Y su redactor y propietario
fue el médico naturalista Manuel Ponte.
Boletín de la Facultad Médica. 1880. Manuel Vásquez Level,
Rafael Villavicencio y Manuel Antonio Diez, fueron sus tres
directores. Un año después, se publica La Unión Médica, un
quincenario dirigido por Adolfo Frydensberg hijo y Antonio
Ramella. Maracaibo, desde 1883, conoció excelentes publicaciones
médicas que trascendieron a Caracas, Valencia, Mérida, Cumana y
Ciudad Bolívar, que eran las ciudades con actividad editorial
médica y donde existía un gremio médico suficiente para generar
debates y aportes de valor científico.
Una de las primeras fue la Revista Médico-Quirúrgica, que vio
la luz en 1883. Editada en Maracaibo y dirigida por los médicos
Gregorio Fidel Méndez y Manuel Dagnino. Tiempo después,
apareció la revista Clínica Médico-Quirúrgica, dirigida por Manuel
Danigno, uno de los fundadores de la ORL en Venezuela.
En 1885, Laureano Villanueva edita en Valencia, en formato
revista, una publicación titulada Ciencias Médicas en Venezuela.
Villanueva, médico e historiador, uno de los forjadores de la
memoria médica venezolana, insistiría, en 1889, con otra
publicación que tituló La Gaceta de los Hospitales. Era una especie
de folleto que relataba las incidencias hospitalarias y relataba casos
clínicos abiertos para la discusión en el marco de la ciencia. Un
notable esfuerzo divulgador desde un incipiente gremio médico, en
el afán de consolidar la institucionalidad médica venezolana.
Ese mismo año de 1885, Lisandro Lecuna, reconocido médico
higienista, publica su opúsculo Breve noticia histórica de la
Medicina en Carabobo. Y en 1889, Luis Pérez Carreño, publica sus
famosos cuadernos, que llegan a tener reconocimiento
internacional. Fueron nueve cuadernillos que incluían temas como:
movimiento quirúrgico en Valencia, la viruela, higiene de la mujer
embarazada y advertencias en el momento del parto. Evolución de
la medicina en Carabobo, escrita por Rafael Guerra Méndez y
Topografía médica, fueron dos publicaciones en forma de libro,
que se editaron en Valencia en la última década del s.XIX.
Ya en el s.XX, en 1936, la Universidad de Valencia edita
Asociación Médica, dirigida por Ramón Cifuentes. Esta revista, la
primera que se conoce en el s. XX, alcanzo a editar cuatro
números, toda una proeza para la época.
Así como se creaban revistas médicas en Caracas, Valencia y
Maracaibo, en el sur de Venezuela, desde el año 1888, germinaba
también un logro editorial médico, dirigido por los doctores Carlos
Oxford, Nicolás Holmsquist, José Rosales y Luis León. Ciudad
Bolívar, médico, se llamaba la publicación. Marco un hito en su
tiempo, y mezclaba tópicos médicos con notas sociales y literarias.
En el año 1889, la Revista Científica de la Universidad (de
Caracas) fue un esfuerzo editorial adelantado por José Manuel de
los Ríos, Francisco Rísquez y José Dolores Montenegro y La
Clínica de los Niños Pobres, promovida por el médico pediatra
José Manuel de los Ríos, considerado el padre de la pediatría en
Venezuela.
Desde 1893 se edita la Gaceta Médica de Caracas. Fue una
creación del colectivo de galenos que lideraron la transformación
de los estudios médicos en Venezuela, en los albores del s. XX. Su
primer director fue Luis Razetti. Es cuantiosa la cantidad de
trabajos científicos publicados en sus páginas. La Gaceta Médica
de Caracas, es quizás la experiencia editorial más prolongada en el
continente. Con más de un siglo de existencia.
En la segunda mitad del s.XX, las publicaciones médicas se
multiplicaron y alcanzaron una calidad incuestionable. No existen
dudas acerca de la contribución de las universidades y los centros
de investigación, en diversas ciudades del país, al crecimiento de la
cantidad y calidad de las publicaciones científicas. La trayectoria
de estas publicaciones será objeto de otro trabajo más in extenso,
que intentará aproximarse también a las llamadas revistas médicas
electrónicas. Pareciera ser la web, el sitio donde recalarán casi
todos los esfuerzos editoriales en el ámbito médico. Razones de
distribución efectiva y costos, parecieran ser suficientes para
aceptar dicha realidad.

ENSEÑANZA DE LA MEDICINA
Venezuela, s.XX

Desde Campíns y Ballester con su cátedra única, pasando por


Vargas y su reforma y el llamado periodo de la transformación de
los estudios médicos (Razetti, Rísquez, Dominici, y otros), hasta
las postrimerías del s.XX, funcionan en Venezuela, por lo menos
quince escuelas de formación de médicos, repartidas en nueve
universidades:

 Universidad Central de Venezuela. Dos escuelas


 Universidad de Oriente. Dos escuelas (en núcleos)
 Universidad del Zulia. Una escuela
 Universidad de Carabobo. Dos escuelas
 Universidad de los Andes. Dos escuelas
 Universidad Lisandro Alvarado. Una escuela
 Universidad Francisco de Miranda. Una escuela
 Universidad Rómulo Gallegos. Una escuela
 Universidad Bolivariana de Venezuela. Una escuela
 Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Una escuela.

En una somera revisión, con leve afán demostrativo-


comparativo, de las diferencias de pensa de estudios, referimos a
continuación, a modo ilustrativo, los planes de cinco universidades
nacionales autónomas en sus respectivas escuelas de medicina. Se
observará que los pensum de estudio, algunos se organizan en
modalidad semestre y otros en régimen anual, siendo ésta última la
modalidad adoptada por la mayoría de las escuelas médicas
venezolanas:

LA UNIVERSIDAD DEL ZULIA (LUZ). Escuela de Medicina


Rafael Belloso
Semestre I Anatomía I. Biología Celular. Práctica Profesional.
Ética. Orientación Médica. Semestre II Anatomía II. Histología.
Embriología. Semestre III Bacteriología y Virología.
Bioquímica. Ciencias Sociales. Informática. Inmunología.
Semestre IV Fisiología. Parasitología y Micología. Historia de
la Medicina. Metodología de la Investigación. Semestre V
Anatomía Patológica. Semiología y Patología Médica. Ética y
Deontología Médica. Semestre VI Farmacología Médica.
Orientación II. Salud Pública I. Semiología. Patología y Técnicas
Quirúrgicas Básicas. Semestre VII Genética. Ginecología y
Obstetricia. Medicina Tropical. Patología Médica II. Psicología
Médica. Semestre VIII Psiquiatría. Puericultura y Pediatría. Salud
Pública II. Patología Médica III. Semestre IX Biofísica y
Tecnología Médica. Práctica Profesional de Medicina Interna.
Salud Ocupacional y Ambiental. Semestre X Medicina Familiar.
Práctica Profesional Quirúrgica. Semestre XI Medicina Legal.
Proyecto de Investigación. Práctica Profesional de Ginecología y
Obstetricia. Práctica Profesional de Pediatría. Semestre XII
Práctica Profesional Integral. Urgencias y desastres. Semestre
XIII Práctica Profesional Integral. Electivas

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES (ULA). Escuela de Medicina


Pedro Rincón Gutiérrez
Curso de Nivelación Biología Molecular. Química. Matemática.
Técnicas de Estudio. Nivel Básico: Primer año Anatomía.
Embriología. Histología. Bioestadística Aprendiendo con la
Comunidad Electiva. Nivel Básico: Segundo año Bioquímica.
Fisiología. Microbiología. Parasitología. Epidemiología y
Demografía. Nivel Básico: Tercer año Fisiopatología.
Farmacología. Anatomía Patológica. Historia de la Medicina. Nivel
Clínico: Cuarto año Medicina I. Cirugía I. Ginecología y
Obstetricia I. Pediatría I. Nivel Clínico: Quinto año Medicina II.
Cirugía II. Ginecología y Obstetricia II. Pediatría II. Nivel Clínico:
Sexto año Programa Médico-Quirúrgico III. Electiva II.
Ginecología y Obstetricia III. Pediatría III. Medicina Comunitaria.

UNIVERSIDAD LISANDRO ALVARADO (UCLA). Escuela de


Medicina Pablo Acosta Ortiz
Semestre 1: Biología Celular. Comunicación Humana. Química
General. Inglés I. Introducción a la Medicina. Orientación
Integral. Semestre 2: Anatomía Microscópica I. Química
Orgánica. Salud Comunitaria. Semestre 3: Anatomía
Microscópica II. Bioquímica I. Investigación en Salud. Semestre
4: Fisiología I. Ecología Humana. Bioquímica II. Psicología
Médica. Inglés II. Semestre 5: Fisiología II. Microbiología
Médica I. Crecimiento y Desarrollo. Epidemiología. Semestre 6:
Farmacología I. Microbiología Médica II. Patología General.
Propedéutica Clínica I. Psicopatología. Semestre 7: Farmacología
II. Fisiopatología. Parasitología. Propedéutica Clínica II.
Semestre 8: Anatomía Patológica I. Bioestadística. Clínica
Médica I. Clínica Quirúrgica. Semestre 9: Anatomía Patológica
II. Antropología médica. Clínica Obstétrica y ginecológica I.
Clínica Pediátrica I. Semestre 10: Clínicas Médica II. Clínica
Quirúrgica II. Historia de la Medicina. Medicina Legal. Sexto
año: Clínica Médica. Clínica Obstétrica y ginecológica. Clínica
Pediátrica. Clínica Quirúrgica. Medicina del Trabajo. Orientación
Laboral.
UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA (UCV). Escuela
de Medicina Luis Razetti

Primer año: Anatomía Normal I. Histología y Embriología.


Bioquímica. Salud Pública. Segundo año: Anatomía Normal II.
Microbiología. Fisiología I. Psiquiatría I. Salud Pública II. Tercer
año: Anatomía Patológica. Fisiopatología. Medicina I (Semiología
Médica). Pediatría I. Parasitología. Psiquiatría II. Salud Pública III.
Cuarto año: Medicina II. Pediatría II. Cirugía I. Farmacología.
Salud Pública IV. Obstetricia y Ginecología I. Psiquiatría III.
Medicina Tropical. Radiología. Quinto año: Medicina III.
Pediatría III. Cirugía II. Obstetricia y Ginecología II. Salud Pública
V. Historia de la Medicina. Medicina Legal. Técnica Quirúrgica
(Cirugía III). Medicina del Trabajo. Sexto año: Internado rotatorio
(medicina, cirugía, pediatría, obstetricia y ginecología, salud
pública). 50 semanas.

El pensum de estudios de la otra escuela de medicina de la


UCV, que lleva el nombre de José María Vargas, es similar. Las
diferencias estriban en la incorporación de asignaturas como
Inmunología, Medicina de Desastres e Infectología, como materias
independientes de las clásicas inclusiones en la serie de Medicina o
Clínica Médica y Terapéutica.

UNIVERSIDAD DE CARABOBO (UC). Escuela de Medicina.


Sede Valencia.

Primer año: Anatomía Humana. Histología y Embriología.


Historia de la Medicina. Práctica Médica I. Inglés Instrumental.
Arte y Cultura. Segundo año: Bioquímica. Estadística y
Demografía. Fisiología y Biofísica. Práctica Médica II. Salud
Comunitaria. Educación Física y Deporte. Tercer año: Medicina
Preventiva y Social I. Microbiología. Psicología Médica.
Fisiopatología Parasitología. Semiología Médica. Cuarto año:
Clínica Médica y Terapéutica I. Clínica Quirúrgica I. Clínica
Pediátrica I. Clínica Obstétrica y Ginecológica I. Medicina
Preventiva y Social II. Farmacología. Anatomía Patológica.
Psicopatología. Proyecto de investigación. Quinto año: Clínica
Médica y Terapéutica II. Clínica Quirúrgica II. Clínica Pediátrica
II. Clínica Obstétrica y Ginecológica II. Clínica Psiquiátrica. Ética
y Deontología Médica. Medicina Legal. Tesis de Grado. Sexto
año: Clínica Médica y Terapéutica III. Clínica Obstétrica y
ginecológica III. Clínica Pediátrica III. Clínica Quirúrgica III.
Medicina Comunitaria

Un vuelo rasante sobre la enseñanza de la medicina en Venezuela


permite atestiguar que dicha dinámica parece normada por el
prototipo de las universidades estadounidenses, que, a su vez,
abrevaron del pragmatismo y relativa flexibilidad de las
universidades alemanas del s.XIX, alejándose de los modelos de
enseñanza médica de las universidades francesas. Modelos de
enseñanza como el de la Universidad John Hopkins, basada a su
vez en la propuesta Flexner, divulgada en 1912, repercuten
todavía, notablemente, en todas las escuelas médicas que existen en
Venezuela.
Es un modelo con fuerte acento en la enseñanza clínica o como
se le llamaba en el s.XIX, patología interna, ergo Medicina Interna.
Un poco menos énfasis en cirugía, pediatría y obstetricia,
dependiendo el acento profesoral o la escuela donde se estudie. Nos
fijamos en los pensa de cinco escuelas médicas venezolanas y
existen similitudes en la llamada formación básica o pre-clínica (el
laboratorio de los primeros años de carrera del que hablaba
William Osler). Para alcanzar la licenciatura médica el estudiante
debe cursar seis años de formación, con unas 9.000 horas, entre
clases teóricas y prácticas de la dinámica enseñanza-aprendizaje.
Cabe señalar (notables ausencias aún en los pensa de estudios)
la necesidad de implementar programas de formación en bioética, a
nivel de pregrado, en virtud de las problemáticas con implicaciones
bioéticas que a ritmo creciente se vienen presentando en
comunidades intra y extra hospitalarias. No existe, a la fecha,
ningún programa específico de bioética en el pregrado de medicina
de las universidades venezolanas.
Otro de los aspectos a superar, es la tendencia memoricista en
desmedro de la posibilidad interpretativa sobre contenidos de
asignaturas. El memoricismo, ya superado, incluso en muchas
universidades iberoamericanas, persiste cono síndrome nocivo en
los estudios médicos venezolanos. Otro elemento del complejo
proceso de los estudios de medicina, y en lo que coinciden la
mayoría de docentes e investigadores, es la pobre o escasa
condición que ofrece el currículo médico para la investigación.
Lo que debería ser eje fundamental, solo se convierte en
requisito obligatorio de investigar cualquier cosa fácil, para poder
graduarse. Una de las pocas novedades que, mediante ley, han sido
incorporadas a los estudios médicos venezolanos, es el servicio
comunitario de los estudiantes. No obstante, los resultados son
desalentadores, pues a menudo se hace trampa con el cumplimiento
de dicho servicio.
Los médicos especialistas venezolanos de la primera mitad del
s.XX, se formaron en universidades de Francia, Alemania, Suiza,
Italia, Inglaterra y España. Ya en la segunda mitad, esta tendencia
ha cambiado notablemente, pues la mayoría de los especialistas se
han formado en nuestro país o en los Estados Unidos. Esta
diversidad explica las múltiples influencias que ha tenido la
medicina venezolana.
En Venezuela se imparten postgrados médicos, con no pocos
obstáculos logísticos, en casi todas las especialidades,
subespecialidades, doctorados, maestrías, diplomados, todos ellos
con alta preparación científica y donde se puede acceder a
tecnologías (cada vez menos) al servicio del estudiante para lograr
una mejor preparación, guiados por profesores capacitados y de
prestigio, muchos de ellos inspirados en los pioneros de la
medicina en el país.
Otro aspecto, que vale la pena mencionar, por su inmenso valor
contribuyente a la libertad e igualdad de oportunidades, es la
creciente participación de la mujer en los estudios de medicina,
particularmente a partir de la década de los años treinta del s. XX.
Entre las primeras mujeres en culminar sus estudios de medicina en
Venezuela podemos mencionar las siguientes: María Pianesse,
quien revalida en 1912, se convertiría en la primera mujer médico
en nuestro país. Posteriormente Ida Malek, en 1929, y Bouca
Eskenasi, en 1931, ambas también por revalida, lograron alcanzar
el grado de médico.
Lía Imber, ucraniana de origen, en 1936, se convierte en la
primera mujer que se gradúa de médico estudiando el pregrado en
Venezuela. Entre 1912 y 1945, se gradúan más de un centenar de
médicas. Ante este dato significativo de cambio en los estudios
médicos en Venezuela, José Jiménez Arráiz, expresa:

“El valor de todas estas distinguidísimas colegas es


inconmensurable. Tuvieron que vencer la repugnancia -
digámoslo así- de ser designadas médicos rurales porque no
había donde situarlas dignamente; tuvieron que vencer la
dificultad de ser nombradas como médicos residentes,
igualmente por no tener comodidades para ellas en clínicas y
hospitales. Y a pesar de ello, contra viento y marea, se
dedicaron tesoneramente a su trabajo. Han ejercido
dignamente la profesión y se han distinguido en las
especialidades escogidas, y por encima de todo, han
triunfado”.

En la actualidad, un sesenta por ciento de la matrícula de estudios


médicos, tanto en pre y postgrado, está integrado por mujeres, en lo
que viene a significar la superación de una situación que, en
muchos casos, rayaba en la exclusión. No solamente en estudiar
medicina la mujer venezolana está cumpliendo un papel relevante,
sino también en la docencia y la investigación médicas, donde un
porcentaje similar, asume responsabilidades de elevado rango en el
fortalecimiento de la ciencia médica nacional.
En el s.XX, y en los primeros años del s.XXI, la medicina
mundial y en especial la venezolana ha sufrido una transformación
significativa, en lo referido a la capacidad de actuación de los
profesionales. Con el protagonismo de los médicos se pueden curar
muchas enfermedades que antes eran mortales, creando unas
expectativas de vida muy grandes. Los avances que se manifiestan
en los métodos de diagnóstico, en la terapéutica médica y
quirúrgica, y en la medicina preventiva hacen posible tal realidad.
En cuanto a los criterios diagnósticos más innovadores de la
actualidad se encuentran las precisas técnicas de reconstrucción de
modelos tridimensionales del cuerpo (tomografías tradicionales,
ecografías, tomografía axial computarizada y resonancia magnética,
así como emisión de imágenes tridimensionales), además de las
visiones directas del interior del organismo (artroscopia, cirugía
endoscópica, cirugía cardíaca teledirigida).
La exploración mediante analítica bioquímica e imagen permite
conocer hoy día cualquier rincón y reacción del cuerpo humano.
Varios son los centros con alta tecnología que prestan docencia a
los estudiantes de pregrado y postgrado en todo el país garantizando
profesionales de alta capacidad científica.
Los avances de la cirugía venezolana son también notables, y
no están asociados únicamente a los avances tecnológicos, sino
también a una muy particular subcultura quirúrgica singular que
pareciera tener el sello made in Venezuela. Los elementos de dicha
subcultura están radicados en una singular combinación de actitud
con conocimientos; de habilidades y destrezas con capacidad de
rápida adaptación y tenacidad, que caracterizan al promedio de
cirujanos venezolanos. Muchos ejemplos en el mundo testimonian
esta peculiaridad de la mentalidad del médico cirujano venezolano.
Por otra parte, la utilización del microscopio, el rayo láser como
elemento disector, las técnicas de los trasplantes que han
posibilitado salvar vidas gracias a la implantación de órganos
completos (corazón, riñón, hígado) en enfermos desahuciados, las
técnicas de cirugía endoscópica, las múltiples y precisas
intervenciones guiadas sobre áreas muy reducidas del cerebro, e
incluso los ensayos actuales de cirugía robotizada y controlada por
ordenador sin que intervenga prácticamente la mano humana,
sumado todo ello a mejores suturas, sistemas de hemostasia, de
corte y disección, han creado un panorama satisfactorio en la
cirugía y en los servicios médicos del país aunque, también hay que
decirlo, dicho desarrollo no se manifiesta por igual en todas las
regiones ni ciudades, en lo que constituye una de las asimetrías de
servicios de salud que se evidencian en nuestro país.
Pese a todos los avances, todavía la medicina venezolana tiene
que enfrentarse a numerosos retos, de difícil resolución, entre los
que se encuentran el cáncer (incorporarse a nuevos carros de
avances, que por sus costos aún no se cuentan en el país); las
afecciones cardiovasculares, las enfermedades autoinmunes, el
tratamiento de muchas enfermedades degenerativas como el
Parkinson y la enfermedad de Alzheimer, y numerosas
enfermedades infecciosas como la hepatitis y el SIDA (Síndrome
de Inmunodeficiencia Adquirida), así como las llamadas
enfermedades derivadas de los estilos de vida o del metabolismo,
como las dislipidemias, la diabetes y la obesidad. Aunque
científicos venezolanos han conseguido importantes logros en su
lucha contra las enfermedades infecciosas, existen otras para las
que no se conoce un método de combate eficaz.
En el caso del SIDA, por ejemplo, aunque la terapia retroviral
presenta cada vez mejores resultados, hace tiempo que se intenta
encontrar una vacuna que ponga freno a esta pandemia de nuestros
días. También en Venezuela se hacen esfuerzos en este sentido.
El progreso de la biología molecular sobre el virus causal ha
encontrado interesantes aplicaciones médicas, entre las que se
encuentran la prevención de las infecciones por medio de las
vacunas. Se han depositado muchas esperanzas en las nuevas
vacunas, creadas mediante ingeniería genética, para la erradicación
de este tipo de enfermedades. El más reciente abordaje de la lucha
contra el SIDA, más allá de la vacuna y los tratamientos, reivindica
las terapias génicas, como una manera efectiva de derrotar a esta
terrible enfermedad.
El cáncer, por su parte, se trata con muy distintos métodos
según el tipo, pero en la actualidad se sigue buscando un sistema de
inmunoterapia, es decir, un tratamiento que permita incrementar el
potencial innato del sistema inmune, que constituye la principal
defensa natural del cuerpo contra virus y otros invasores extraños,
incluido el trasplante de órganos, para eliminar las células
cancerosas.
Gracias a las modernas técnicas de bioquímica y genética
molecular se ha abierto un campo enorme de futuras posibilidades
para controlar las enfermedades hereditarias. Existe un proyecto
biomédico de interés mundial, el Proyecto Genoma Humano
(PGH), coordinado por numerosas instituciones, y que tiene por
objetivo comprender todas las posibilidades médicas que ofrece el
genoma humano completo. Los mapas que se obtengan serán de
gran valor en investigaciones acerca de la organización génica y
cromosómica, así como en la identificación de genes implicados en
muchas enfermedades que hoy tratamos aún desde visiones
doctrinarias fisiopatológicas.
La propia célula, que marcara Rudolph Virchow como la unidad
primaria de la vida parece tener, a la luz de estos primeros años del
s.XXI, sus días en revisión como unigénita biológica imposible de
hacerla artificial: ya está en trámites la patente de la célula artificial.
Un proceso que lidera el investigador Craig Venter, el mismo que
anuncia el proyecto Genoma Humano.
Los progresos médicos prometen más salud en un futuro,
mediante el empleo de nuevas terapias, la manipulación genética, la
construcción de órganos artificiales, la nanomedicina, el empleo de
fármacos de diseño y la aplicación de otras ingeniosas técnicas para
restaurar las funciones orgánicas. Igualmente se combatirán muchos
más agentes infecciosos. No obstante, todos estos conocimientos
deben ser aplicados solo para permitir una mejor calidad de vida, y
habrá que tener muy en cuenta los aspectos bioéticos que cada caso
posea.
Paralela a la notable capacidad de importar biotecnología, a la
actualización permanente que se exige al médico venezolano y a la
reconocida vocación de servicio que exhibe la mayoría del gremio
médico venezolano, es reconocida la existencia de una brecha
tecnológica entre la demanda de tecnología y la capacidad del país
de producirla. Casi ninguna tecnología se realiza en Venezuela.
Se hace evidente cierta vulnerabilidad tanto de equipos médicos
como de insumos y fármacos. Pese a todo, existen esfuerzos por
atenuar esta debilidad. Por ejemplo, en las facultades de farmacia
de la UCV y la ULA se producen medicamentos, que no son más
demandados por carencia de políticas de Estado que estimulen tal
producción, amén de la ausencia de conciencia de muchos médicos
y establecimientos de servicios de salud de no prescribir sino
medicamentos importados o los llamados de marca, de alto costo
para el paciente y de similar efectividad que los producidos en el
país y que también son conocidos como medicamentos genéricos.
Así como se pudiera producir mucho más, en materia de
medicamentos, se aprecia el caso de la creciente industria de
producción de ambulancias equipadas con tecnología punta.
También se registran esfuerzos de fabricación de material médico-
quirúrgico (MMQ). Igualmente, la biotecnología venezolana ha
logrado alcanzar algunos productos para la intervención
traumatológica. Pero aun, qué duda cabe, estamos lejos de tener
una industria biomédica fortalecida, ni pública ni privada, que
garantice una holgada soberanía en el campo sanitario.
Desde el premio nobel de medicina concedido a Baruj
Benacerraf en 1980, por sus aportes a la inmunología; los
reconocidos inventos de Humberto Fernández Morán (el bisturí
electrónico con punta de diamante, en 1985) hasta el
descubrimiento del antibiótico cloramfenicol por Enrique Tejera, en
1947 para llegar a la vacuna contra la lepra de Jacinto Convit en
1987, los médicos venezolanos, las universidades y sus centros de
investigación con sus notables investigadores, tienen un largo
camino que recorrer, por alcanzar, sin demagogia, ni aspavientos ni
desmesuras, pero si con la fe y la voluntad heredadas de Campíns y
Ballester, Vargas y Razetti, proseguir con la lucha de achicar la
brecha que nos hace vulnerables en generar respuestas desde la
biotecnología.
Lucha que es hazaña, en medio tan reconocidamente hostil para
la ciencia como el venezolano; proezas en la continuidad silenciosa
y diaria, investigando y produciendo conocimiento, más allá de
programas de televisión y basura politiquera tan de moda. Seguir en
el propósito verdadero de poder producir muchas de las demandas y
necesidades en biotecnología médica y que dicha producción sea
accesible a todos los venezolanos sin distingos de ninguna índole,
ni emisión de carnet de control, ni tanta cháchara política
trasnochada.

EVOLUCIÓN CONSTITUCIONAL

Una de las manifestaciones de la evolución histórica del


conocimiento y avance científico y social ha sido la atención
prestada a los asuntos de salud por parte de los Estados nacionales.
No solo es un problema personal o familiar, sino que lo es
colectivo, al punto de que los Estados han tenido que observar la
salud como objeto de interés y acción pública.
Como testimonio de su importancia, y pese a no cumplirse en
numerosos casos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
incluye a la salud como un derecho humano fundamental. Durante
los años transcurridos entre la Declaración de la Independencia de
Venezuela y nuestros días, los destinos de la nación se han visto
regidos por el ordenamiento jurídico establecido en las
constituciones.
Lo que se reconoce como constitución nacional es una ley
fundamental en la que se contemplan los derechos y deberes
esenciales del estado y de los ciudadanos. Desde la primera
constitución en 1811, hasta la constitución de 1999 han existido 27
constituciones en Venezuela, lo que indica que no duran mucho
tiempo vigentes las cartas magnas en el país.
El objeto de estos apuntes es presentar una reseña del valor, que
en las diferentes constituciones, se le dio a la salud en relación al
momento histórico cuando se redactaron estas cartas fundamentales
de la nacionalidad venezolana. Tan solo es una aproximación para
conocer si la salud ha sido motivo permanente de preocupación
para el constituyente venezolano, y si la misma se evidencia de
manera progresiva y mejorada en los diversos textos
constitucionales que ha tenido el país.
Por otra parte, la incorporación de los aspectos relativos a la
salud en las constituciones políticas, en buena parte de los países
del continente, viene a constituir otro de los espacios para su
democratización, en tanto ocurra la participación de los ciudadanos
en ejercicio de su derecho a la salud. De igual modo, la breve
revisión en sus comentarios intenta establecer los puntos
considerados de avances para la sanidad pública en los materiales
constitucionales contrastados:
CONSTITUCIÓN FEDERAL PARA LOS ESTADOS DE
VENEZUELA, 1811. SECCIÓN SEGUNDA. Derechos del hombre
en sociedad.

En la Constitución de 1811, si bien el constituyente no se refiere


explícitamente a salud colectiva o individual, hace referencia al
menos de la obligación de los gobiernos con la protección de las
facultades físicas y morales del individuo. Citamos el artículo 151
de dicha carta magna, así como el artículo 198, relativo a los
deberes del hombre en sociedad:

Artículo 151
El objeto de la sociedad, es la felicidad común y los Gobiernos han sido
instituidos para asegurar al hombre en ella, protegiendo la mejora y
perfección de sus facultades físicas y morales, aumentando la esfera de
sus goces, y procurándoles el más justo y honesto ejercicio de sus
derechos.

Artículo 198
Siendo instituidos los gobiernos para el bien y la felicidad común de los
hombres, la sociedad debe propiciar auxilios a los indigentes y
desgraciados, y la instrucción a todos los ciudadanos.

Comentario:

En el artículo 198, nos permitimos comentar lo siguiente: si la


sociedad, mediante la actuación de los gobiernos, tiene como norte
el garantizar y hacer efectivo el bien común, y si aceptamos, como
debe ser, que el bien común es el bien de todos, sería un absurdo
que dentro del marco de estos postulados puedan coexistir
“indigentes y desgraciados” al lado de hombres y mujeres felices a
los cuales se les aumenta progresivamente “la esfera de sus goces”.
La previsión constitucional se convierte en un mandato
propiciatorio. La realidad demuestra la inobservancia. Después de
la Constitución de 1811, se redactaron nueve Constituciones y
ninguna refiere el tema de la salud. Venezuela como país, sufría los
rigores de conflictos reiterados por el poder. Las leyes eran
cambiadas de acuerdo al gobernante de turno, teniendo como
propósito la consolidación en el poder de quien ocupara la
Presidencia.
Eran constituciones para un país que, si bien había ganado la
libertad, no expresaba a la salud como una de sus preocupaciones.
Es de tal magnitud la omisión que no se le otorga rango
constitucional a la salud casi siglo y medio después, en la
Constitución Nacional de 1947. 136 años para ser exactos, sin que
los constituyentes se fijaran en este derecho.

CONSTITUCIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS DE


VENEZUELA, 1947. CAPÍTULO IV. De la Salud y de la
Seguridad Social.

Artículo 51.
El Estado velará por el mantenimiento de la salud pública. Todos los
habitantes de la República tienen el derecho a la protección de la salud. El
Estado establecerá los servicios necesarios para la prevención y
tratamiento de las enfermedades.

Artículo 52.
Los habitantes de la República tienen el derecho de vivir protegidos
contra los riesgos de carácter social que puedan afectarlos y contra la
necesidad que de ellos se deriva. El Estado establecerá en forma
progresiva, un sistema amplio y eficiente de Seguridad Social y fomentará
la construcción de viviendas baratas destinadas a las clases
económicamente débiles.

Comentario:

En la constitución de 1947, se incluye por primera vez el


término salud pública, así como el derecho universal a la salud.
También el estado asume el compromiso financiero por la salud, y
aparece por vez primera, la prevención como paradigma sanitario.
La seguridad social aparece como sistema “amplio y eficiente”,
cuya orientación primordial era el fomento de construcción de
viviendas.
Esta Constitución fue superior o, por lo menos, más previsiva
que la siguiente en lo que respecta a materia de salud porque la de
1953 -1954 solo se refirió a este tema en términos generales.

CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA,


1953. SECCIÓN SEGUNDA. De la competencia del Poder
Nacional

Artículo 60
Es de la competencia del Poder Nacional lo relativo a la dirección técnica,
el establecimiento de normas administrativas y la coordinación de los
servicios destinados a la defensa de la salud pública. La ley podrá
establecer la nacionalización de estos servicios públicos, de acuerdo con
el interés colectivo.

Comentario:
La norma de 1953 le otorga al Poder Nacional la competencia,
en cuanto a dirección, elaboración de normas administrativas y
coordinación de los servicios, así como introduce por vez primera,
la posibilidad de nacionalizar los servicios. Muchos de los servicios
de salud eran prestados por empresas petroleras que se establecían
en el país.
Otro de los aspectos que diferencia la norma es la salud pública,
entendida como los servicios que se le prestan a la población. No
contemplaba, expresamente, esta Constitución la previsión de la
gratuidad de los servicios de salud, que posteriormente se harían
doctrina en las constituciones nacionales.

CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA,


1961. CAPÍTULO III. Derechos individuales

Artículo 76
Todos tienen derecho a la protección de la salud. Las autoridades velarán
por el mantenimiento de la salud pública y proveerán los medios de
prevención y asistencia a quienes carezcan de ellos. Todos están
obligados a someterse a las medidas.

Comentario:

La Constitución de 1961 ya establece la protección de la salud.


Para ello el Estado a través de sus autoridades velara porque se
aplique el derecho de todos a la protección de la salud. Este artículo
76, abrió las posibilidades para la diversificación de los servicios y
programas sanitarios que demandaba una sociedad en explosivo
crecimiento poblacional.
La gratuidad de acceso a los servicios de salud se establece
como la provisión de las autoridades de medios de prevención y
asistencia a “quienes carezcan de ellos”.
Si bien, la Constitución Nacional de 1961, significó un avance
en cuanto a los derechos de salud de la población venezolana,
muchos expertos de legislación sanitaria observaban que ante la
“vertiginosa dinámica de desarrollo de situaciones en el sector
salud, era necesario legislar en tono a cada uno de los tópicos que
se presentaran”. De allí, que de este precepto constitucional
surgieron normas específicas sobre el tema, incluida la actual Ley
Orgánica de Salud de 1980, aún vigente, la Ley del Ejercicio de la
Medicina, aún vigente, de 1982, y la Ley Orgánica de Seguridad
Social Integral (LOSSI), promulgada en 1997, y aún pendiente de
desarrollar en su totalidad.
CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE
VENEZUELA. 1999 (VIGENTE). CAPITULO V. De los
Derechos Sociales y de las Familias.

Artículo 83
La salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado, que lo
garantizará como parte del derecho a la vida. El Estado promoverá y
desarrollará políticas orientadas a elevar la calidad de vida, el bienestar
colectivo y el acceso a los servicios. Todas las personas tienen derecho a
la protección de la salud, así como el deber de participar activamente en
su promoción y defensa, y el de cumplir con las medidas sanitarias y de
saneamiento que establezca la ley, de conformidad con los tratados y
convenios internacionales suscritos y ratificados por la República.

Artículo 84
Para garantizar el derecho a la salud, el Estado creará, ejercerá la rectoría
y gestionará un sistema público nacional de salud, de carácter
intersectorial, descentralizado y participativo, integrado al sistema de
seguridad social, regido por los principios de gratuidad, universalidad,
integralidad, equidad, integración social y solidaridad. El sistema público
nacional de salud dará prioridad a la promoción de la salud y a la
prevención de las enfermedades, garantizando tratamiento oportuno y
rehabilitación de calidad. Los bienes y servicios públicos de salud son
propiedad del Estado y no podrán ser privatizados. La comunidad
organizada tiene el derecho y el deber de participar en la toma de
decisiones sobre la planificación, ejecución y control de la política
específica en las instituciones públicas de salud.

Artículo 85
El financiamiento del sistema público nacional de salud es obligación del
Estado, que integrará los recursos fiscales, las cotizaciones obligatorias de
la seguridad social y cualquier otra fuente de financiamiento que
determine la ley. El Estado garantizará un presupuesto para la salud que
permita cumplir con los objetivos de la política sanitaria. En coordinación
con las universidades y los centros de investigación, se promoverá y
desarrollará una política nacional de formación de profesionales, técnicos
y técnicas y una industria nacional de producción de insumos para la
salud. El Estado regulará las instituciones públicas y privadas de salud.

Artículo 86
Toda persona tiene derecho a la seguridad social como servicio público de
carácter no lucrativo, que garantice la salud y asegure protección en
contingencias de maternidad, paternidad, enfermedad, invalidez,
enfermedades catastróficas, discapacidad, necesidades especiales, riesgos
laborales, pérdida de empleo, desempleo, vejez, viudedad, orfandad,
vivienda, cargas derivadas de la vida familiar y cualquier otra
circunstancia de previsión social. El Estado tiene la obligación de
asegurar la efectividad de este derecho, creando un sistema de seguridad
social universal, integral, de financiamiento solidario, unitario, eficiente y
participativo, de contribuciones directas o indirectas. La ausencia de
capacidad contributiva no será motivo para excluir a las personas de su
protección. Los recursos financieros de la seguridad social no podrán ser
destinados a otros fines. Las cotizaciones obligatorias que realicen los
trabajadores y las trabajadoras para cubrir los servicios médicos y
asistenciales y demás beneficios de la seguridad social podrán ser
administrados sólo con fines sociales bajo la rectoría del Estado. Los
remanentes netos del capital destinado a la salud, la educación y la
seguridad social se acumularán a los fines de su distribución y
contribución en esos servicios. El sistema de seguridad social será
regulado por una ley orgánica especial.

Comentario:

La Constitución de 1999 agrupa una serie de criterios


encaminados a la conservación y protección de la salud pública del
individuo y la sociedad. Son preceptos muy amplios que valoran la
importancia que el Estado debe darle a este tema. Son varios los
capítulos donde la salud aparece reflejada como obligación del
Estado y derecho ciudadano.
La incorporación de la actividad física, el deporte y la
recreación como derecho ciudadano. La previsión de recursos
financieros a ser invertidos en el sector salud y la descentralización
hasta el poder municipal cuando el constituyente le otorga
facultades en el manejo de renglones de salubridad pública.
También se incorporan como prioridades los conceptos de
prevención de enfermedades y promoción de la salud. En el
capítulo sobre derechos sociales y de las familias, nuestra carta
magna, contiene tres artículos considerados de avanzada e incluso
pioneros en el derecho positivo.
Se establece por primera vez, el dictado de la ONU, al definir la
salud como derecho humano fundamental que forma parte del
derecho a la vida. Igualmente se precisa el papel de rectoría del
Estado y se indican las obligaciones de financiamiento del sistema
público nacional de salud, así como el derecho a la seguridad social
del venezolano.
MÉDICOS VENEZOLANOS
Breviario de semblanzas

Fueron muchos los médicos que, viniendo de España, se asentaron


en muchos pueblos de la para entonces Capitanía General de
Venezuela. Oscar Veracoechea, en sus Temas sobre la Historia de
la Medicina apunta que en 1583 se radicó en Caracas el médico
español Don Miguel de Gerónimo, quien acompañara a Don Diego
de Losada en la fundación de la hoy capital del país. Se considera a
De Gerónimo el primer médico que ejerció la medicina en
Venezuela, aunque muchos dudan si en verdad estaba graduado en
la profesión de Galeno.
Rafael Cordero-Moreno en su Compendio de la historia de la
medicina en Venezuela, editado en 1998, sostiene que no
abundaban los médicos que inmigraban a Venezuela a ejercer la
profesión durante ese tiempo (ss. XVI-XVII) y para ello tenían que
solicitar un permiso para ejercer al cabildo de la ciudad respectiva
donde hacían morada.
Refiere Cordero-Moreno varios médicos con fecha y ciudad de
ejercicio: “Luis de Rojas y Juan de la Puerta, médico y cirujano
mayor, respectivamente arribaron a Cumaná en octubre de 1569.
Cristóbal Valdés Rodríguez, que además de médico era boticario y
político, y Juan González llegaban a Trujillo y Maracaibo,
respectivamente en 1669. Ángelo Soliaga y Pamphilio estuvo en
Caracas en 1673 como médico del obispo González de Acuña”.
Agrega Cordero-Moreno los nombres de Gerónimo de Pagola
(1693), Francisco Guerra Martínez (1694) y Gabriel Rodríguez de
Lindo (1699), quienes ejercieron como médicos en Caracas y
combatieron las epidemias reinantes de “vómito negro, sarampión y
viruela”.
Otros historiadores de la medicina como Antonio Sanabria
testimonian que en 1703 el primer médico graduado en medicina,
que ejerció en Caracas, aunque por poco tiempo, fue Fernando
Gómez Munar. En el año 1708, cinco años más tarde que Gómez
Munar, ya ejercía la medicina en Valencia, Esteban de la Fuente,
que nunca solicitó su reconocimiento como médico por el
Protomedicato, pero fue reconocido como “humano, asertivo y
confiable” por parte de la sociedad. Su antecedente fue el médico
español Pedro Moner, quién ya en 1647 ejercía la medicina en
Valencia.
Son escasos los testimonios de médicos ejerciendo en
Venezuela durante el s.XVI. En cambio, son numerosos los brujos,
intrusistas, charlatanes y curanderos, ejerciendo la medicina de ese
tiempo. Sin duda eran escasos los médicos, porque para entonces
nadie quería estudiar medicina, una profesión vista con recelo por
la sociedad fuertemente clerical y que, frente a la filosofía, el
magisterio, las leyes, y el seminario sacerdotal, no tenía mucho
prestigio. Además, era más rentable ser brujo, pues la metafísica
curandera lucía imperturbable y más eficiente ante la enfermedad
divina, en la que creían la mayoría de los venezolanos de la época.
Durante ese tiempo también prestaron servicios cirujanos
barberos. La mayoría de ellos, sin embargo, eran conocidos con el
nombre de romancistas (personajes elocuentes con poder de
convencimiento. Una especie de predicadores religiosos con gran
capacidad sugestiva, que manejaban algunos datos y resultados de
la medicina y la cirugía de entonces). Los romancistas se
confundían con barberos y sangradores autóctonos.
Ya en el s.XVIII, durante el año de 1754 ejerció en Caracas el
médico español, Rafael Ellerker, quien provenía de la isla de Cuba
donde había ejercido la medicina. Ellerker, es uno de los pioneros
de la historia de la medicina en Iberoamérica. Recopiló información
en Cuba y después de haber trabajado en Caracas durante una
década, se fue a las Islas Canarias donde en 1768 publicó un libro
que tituló, en forma ambiciosa, Colección de los más preciosos
adelantos de la medicina en los últimos tiempos. Ya para ese
momento el doctor Campíns y Ballester ejercía la medicina en
Caracas. En Europa esta realidad no era muy diferente. Para tener
una idea de la precariedad de la práctica médica y la escasez de
médicos, durante buena parte del s.XVI, la Universidad de París,
sólo llegó a tener cuatro profesores de medicina y no llegaba a
graduar ni una docena de médicos por año. No había médicos, ni
quien quisiera estudiar medicina. Un rasgo distintivo de aquellos
tiempos.
Por otra parte, muchos médicos españoles se sumaron al
proceso de la independencia y murieron en las refriegas. Se
incorporaron al ejército libertador y algunos de ellos suscriben el
acta de la independencia del 5 de julio de 1811. Ofrendaron con su
vida la gesta emancipadora contra la corona que, precisamente,
imponía su país de origen. Son los matices que es preciso
incorporar a la historia. Los grises que se aproximan con mayor
serenidad a la verdad.
En el pre-apunte, señalamos los nombres de algunos de ellos:
Francisco Isnardi (nacido en Cádiz, incluso fue secretario del
congreso nacional de 1811 y médico combatiente del ejército
libertador, cuando fue hecho prisionero por los realistas y murió,
sin nunca capitular, en Ceuta como reo); José Luis Cabrera,
firmante del acta de la independencia; Martin Farreras, médico del
ejército que comandaba el General Manuel Piar en la batalla de San
Félix; José Rafael Villarreal, organizador de los eventos en torno al
grito de independencia de Venezuela el 19 de abril de 1810; y José
María Gallegos, de quien dijera Vargas, era el más diestro e
instruido de los cirujanos de Caracas. Gallegos muere prisionero de
los realistas en las bóvedas de La Guaira.
Lorenzo Campíns y Ballester y José María Vargas, quizás
constituyen los más conocidos y recordados referentes médicos de
la historia de la medicina en Venezuela. Campíns y Ballester, en la
precariedad de haberlo comenzado todo en el ambiente más hostil
que se recuerde, razón que lo hace, al decir del médico e historiador
Miguel González Guerra, apóstol, quijote, y mártir. Vargas, por su
afán civilizador, en un país comarca preocupado por los pleitos
rurales de una clase dirigente poco estudiada y redomadamente
inepta. Son varios, los historiadores que sostienen que Vargas, con
su participación en la política de entonces, mutiló buena parte de su
tiempo de médico e investigador. Perdió el país ese talento y su
conocimiento, enredado en aquella nutrida fauna de mastuerzos y
caudilletes que, con las excepciones del caso, asolaban al país.
En este capítulo de médicos venezolanos, nos aproximaremos
tangencialmente a Campíns y Ballester y a Vargas, tocados en
temas previos, para introducirnos en la vida y obra médica de
algunos de los discípulos de Hipócrates y Galeno, o, para decirlo
con el profesor de historia de la medicina Ambrosio Perera, de
artífices y pioneros de la ciencia médica en Venezuela. El marco
histórico referencial de esta aproximación va desde la reforma de
los estudios médicos en Venezuela iniciados por Vargas en 1827,
hasta la obra médica casi centenaria de Jacinto Convit, incluyendo
al único premio Nobel de medicina venezolano, el inmunólogo
Baruj Benacerraf, Desde luego que existen muchos más médicos
venezolanos destacados, y que es preciso rescatarlos de la injusta
desmemoria, en una tarea pendiente que debe acometerse con
prontitud.
Las semblanzas de médicos venezolanos en la historia, revelan
solo miradas parciales e incompletas del autor, en la pretensión
docente de seguir profundizando en el reconocimiento de la
galenística venezolana, cuyo registro bibliográfico conseguido, no
suele ser prolífico ni noble ni justo.

Carlos Arvelo
Güigüe, 1784 - París, 1862

Discípulo de Felipe Tamariz, el tercer protomédico, Arvelo es


doctor en medicina por la Universidad Central de Venezuela.
Recién egresado, se enrola en el ejército y asciende a Médico Jefe
de los Ejércitos Libertadores. Sus habilidades y destrezas en los
campos de batallas fueron notables y le permitieron adquirir
experiencia y fuentes de información directa de patologías tanto
traumáticas como infecciosas.
Desde 1828 ejerce la docencia en la cátedra de Patología Interna
o Medicina Práctica. En dicha cátedra, se dictaba en forma de
bienio y Arvelo enseñaba las nociones y clasificaciones de las
enfermedades conocidas para la época en el primer año y la
terapéutica en el segundo año. Utilizaba el texto de Pinel, todo un
aporte novedoso en la bibliografía epocal.
A Pinel, un gran clínico y filósofo de la medicina, además se le
atribuyen los conceptos fundamentales de la Psiquiatría y la
consideración de los dementes como pacientes mentales. Pinel es
uno de los médicos más singulares de la historia médica universal
pues le tocó vivir durante la monarquía como médico en Bicetré y
Salpetrié, al mando de Napoleón Bonaparte, y también bajo la
restauración de los Borbón. Cabe decir, fue médico en el propio
centro de la caldera de la época.
El gran aporte de Carlos Arvelo a la medicina venezolana,
vistas las dificultades para producir materiales de estudio que
respondieran a las características de nuestro medio, fue recopilar y
escribir un tratado de Patología Interna. El propio Arvelo señala
que escribió el libro con la ayuda de las lecciones de Pinel, el
diccionario de las ciencias médicas de Fábregas, y sus anotaciones
recogidas en las muchas batallas donde participó, así como los
muchos pueblos donde pernoctó.
Las enfermedades están clasificadas de acuerdo a su historia
natural, su etiología y su sintomatología. Manuel Porras, su
biógrafo, explica cómo se construyó el libro de Arvelo, equivalente
hoy en día al Cecil de Medicina Interna:

“El laborioso Dr. Arvelo, no encontrando textos elementales


adecuados a la enseñanza, se propuso escribir un curso de
Patología Interna que llenara aquel objeto para lo cual
empleaba las noches en redactar las lecciones diarias. Un
año le llevó adelantar el manuscrito”.

El libro se editó en 1839, en la imprenta de George Corser, tras un


meticuloso trabajo editorial sobre las 320 páginas del libro. La
aceptación del libro fue casi inmediata. Por más de dos décadas fue
manual de texto de las Universidades en Venezuela, e incluso en
las de Bogotá, Madrid y México. El primer tema lo conformaran
las fiebres; el segundo, las flegmasías o las inflamaciones; el tercer
tema, las hemorragias; el cuarto, las neurosis y el quinto y último
tema, las lesiones orgánicas.
Todas las patologías descritas tenían un orden que incluía los
nombres dados por diferentes autores a las enfermedades, la clínica
de cada afección, es decir su sintomatología, su evolución y su
pronóstico, y por último la terapéutica para cada alteración.
El hospital militar de Caracas, al igual que el municipio donde
nació en Carabobo, llevan el nombre de Carlos Arvelo, en
homenaje a este médico venezolano, preocupado por la medicina y
su difusión y autor de un libro referencia de la medicina venezolana
en su tiempo, como tal vez muy pocos, casi doscientos años
después.

José Gregorio Hernández


Isnotú, 1865 - Caracas. 1919

Egresa como doctor en ciencias médicas de la Universidad Central


de Venezuela en el año 1888. Al concluir sus estudios de
bacteriología en Europa regresa a Venezuela. El gobierno de turno
al mando de Raimundo Andueza Palacios decreta la creación de los
estudios de histología, fisiología experimental y bacteriología en la
Universidad Central de Venezuela y lo nombra catedrático y
director, consolidando de esta forma la creación de la primera
cátedra de bacteriología en América, el 5 de noviembre de 1891.
La microbiología en Venezuela, solo había alcanzado ser un
bosquejo de ciencia impartida por instituciones de precaria
duración como los Institutos Pasteur de Caracas y Bacteriología de
Maracaibo a finales del s.XIX. En este sentido, la labor de
Hernández es considerada pionera en la medicina experimental.
Lecciones explicativas con observación de los fenómenos
vitales, experimentación sistematizada, prácticas de vivisección y
pruebas de laboratorio, constituyen el aporte de pedagogía
científica de Hernández en el campo docente. Este esfuerzo se
reconoce como el surgimiento de la verdadera pedagogía científica
en Venezuela. Introduce el microscopio por primera vez en
Venezuela y enseñó su uso y manejo; cultivó y coloreó microbios e
hizo conocer la teoría celular de Rudolph Virchow.
La metodología científica sobre la cual edificó su labor fue la
de la experimentación. Comienza por comprobar los hechos
aprendidos en la teoría contrastando ulteriormente los resultados
obtenidos por él con los resultados alcanzados en escuelas
extranjeras. De esta forma arriba a conclusiones como la referente
a la numeración globular roja, acerca de la cual acota en el I
congreso médico panamericano de Washington en 1892, que, “el
número de glóbulos rojos es menor en los habitantes de las
regiones intertropicales que en los de las regiones templadas y
suponemos que esta hipoglobulia depende del organismo que
teniendo menos pérdidas de calor por la irradiación, disminuye la
producción globular y por este hecho estoy perfectamente de
acuerdo con la opinión antigua de que los países cálidos son los
países anemiantes por naturaleza”.
También escribe, junto a Nicanor Guardia, acerca de la angina
de pecho de naturaleza paludosa, vaciando sus estudios acerca de la
materia en un artículo titulado “Sobre la angina de pecho de
naturaleza paludosa”. Para la materialización de dicha publicación
utiliza sus estudios realizados en la facultad de medicina de
Madrid, los cuales consistieron en la observación de tres casos,
cuyas causas creyeron haber dilucidado y que les sirvió de base
para el estudio de una enfermedad poco conocida y escasamente
estudiada para aquel entonces.
El estudio de los tres casos anteriormente mencionados lo
condujo a concluir, mediante la observación del pigmento melánico
en la sangre, que se trataban de individuos bajo la potencia del
impaludismo. Sin embargo, no observaron el hematozoario de
Laveran, pero la circunstancia de haberse transformado los accesos
de ángor en accesos de fiebre paludosa es tan demostrativa como la
presencia misma del pigmento antes mencionado. A su vez,
describe los tipos de anginas de pecho: por ateroma, por simple
neuralgia del plexo cardíaco o por obstrucción de arterias
coronarias. Así mismo describió la acción curativa de la quinina en
estos casos.
En 1906, publica su obra más importante: “Elementos de
Bacteriología”, calificada como “prodigiosa, reflejo de concisión y
claridad”, además de constituir el primer libro en la materia
publicado en el país. Hernández define la bacteriología, los
microbios, microbios vegetales, animales, sus formas, coccus,
bacilos, spirillus, clasificación de Pasteur, entre otros.
Estudia también las lesiones anatomopatológicas de la
pulmonía crupal, mejor conocida como neumonía fibrinosa o
diplocóccica, considerada para la época como excepcional,
demostró a través del estudio y análisis clínico minucioso, que era
una enfermedad bastante más común en Caracas de lo que se creía.
Esta investigación la publica en la Gaceta Médica de Caracas bajo
el título “Lesiones anatomo-patológicas de la pulmonía crupal” y
en uno de sus fragmentos apuntaba: “La muerte puede sobrevenir
en cualquiera de los periodos de la pulmonía...la causa de muerte es
por agotamiento del corazón por excesivo funcionamiento”.
En el año de 1910 escribe junto Felipe Guevara Rojas, el
artículo “De la nefritis a la fiebre amarilla”. Documento en el que
señala que las lesiones encontradas eran: “aumento de volumen y
congestionamiento, manchas equiomáticas y sangre en la orina,
lesiones en los glomérulos de Malpighi apartando los casos
fulminantes que destrozan el hígado por esteatosis sobreaguda
podemos establecer para los demás la siguiente ley: en el
tratamiento de la fiebre amarilla lo primero es defender el riñón”.
También investiga las relaciones que a su juicio debían existir
entre el bacilo de Koch y el de Hansen, basándose para ello en la
ácido resistencia e inicia trabajos para contribuir al tratamiento de
la tuberculosis con el aceite de chalmogra (Ginocarda odorata).
José Gregorio Hernández estudia además el flagelo de la
bilharziasis entre la población nacional, alertando al gremio médico
y al público en general acerca de la importancia de la endemia.
Fue uno de los fundadores, en 1904, de la academia nacional de
medicina En 1909 fue nombrado jefe del laboratorio del hospital
Vargas. En 1917 viaja a Estados Unidos para cursar nuevos
estudios en materia de bacteriología. Regresa a la UCV en 1918 y
como docente, enseña, por primera vez, a los estudiantes de
medicina un procedimiento fundamental: la de tomar la presión
arterial.
En resumen, Hernández dictó veintiún cursos universitarios
más dos prácticos de una duración de un año cada uno, que
alternaba con el ejercicio particular de la medicina en un
consultorio privado localizado en su propia casa, lo que, según
datos estadísticos, le permitió recabar unas 7.000 recetas médicas.
Hernández, reactivo ante la teoría de la evolución de las especies,
era un creacionista consumado, por su profunda vocación cristiana,
y sostenía que la medicina era un sacerdocio del dolor humano.
En 1947, el Instituto de Medicina Experimental de la UCV, por
disposición del consejo universitario y del congreso de la
República, recibe el nombre de Instituto de Medicina Experimental
doctor José Gregorio Hernández y está destinado
fundamentalmente a la investigación, perfeccionamiento de la
enseñanza, promoción y restitución de la salud, consignas que
Hernández desde sus inicios en la medicina promulgó y
ejemplificó. El 29 de junio de 1919, muere trágicamente en la
esquina de Urapal, en el centro de Caracas.
Luis Razetti
Caracas, 1862 - Caracas, 1932.

Hijo de Don Luigi Razetti, comerciante, natural de Génova, Italia,


y Doña Emeteria Martínez, nieta del Licenciado Miguel José Sanz.
En la Escuela del Niño Jesús realizó sus estudios de educación
primaria complementándola en su hogar con lecciones que le
dictaba el pedagogo, jurisconsulto y gran orador Cristóbal
Mendoza, quien fuera después presidente de la República, en
triunvirato con Juan Escalona y Baltasar Padrón. A los 16 años
alcanza el grado de Bachiller en Filosofía. Entre sus más
importantes maestros se pueden citar a David Villasmil (latín),
Manuel María Urbaneja (matemáticas) y Alejandro Ibarra (filosofía
y física).
En el año 1878 comienza a estudiar medicina. El 4 de agosto de
1884 se le confiere el título de doctor en medicina y cirugía. Su
diploma redactado en latín lo suscribe Manuel María Ponte, rector
entonces y conocido médico venezolano, introductor del método
listeriano, al practicar en 1880, la primera ovariotomía que se hacía
en Caracas.
Al graduarse, salió de Caracas y ejerció la medicina en Quíbor
y Barquisimeto durante un lustro. Da sus primeros pasos en la
docencia, al ser nombrado el 8 de mayo de 1888, catedrático de
higiene pública y privada en el colegio federal de primera categoría
de Barquisimeto, donde se dictaban cursos de ciencias médicas. En
la misma época desempeña la presidencia de la junta principal de
instrucción popular de la ciudad crepuscular. A mediados de 1888
recorre y pernocta en Mérida, Trujillo, Táchira, Zulia y el
departamento Santander de Colombia (actual Cúcuta), en calidad
de médico viajero de la compañía de seguros La Equitativa.
Regresa a Caracas en 1889, en la víspera de la apertura del
hospital Vargas, decretado por el gobierno de Isidro Rojas Paúl y
que sería inaugurado en enero de 1891 en la presidencia de
Raimundo Andueza Palacios.
En la Gaceta Médica de Caracas (1893-1894), Razetti, gran
polemista, consideró, que “sin entrar a discutir el absurdo que
encierra semejante conjunto desordenado de conocimientos”,
declara que el bachillerato de su época, como enseñanza
preparatoria, “es insuficiente para emprender con provecho el
estudio de las ciencias médicas. Le sobran matemáticas y le falta
historia natural, química, idiomas vivos, historia universal”.
Max Ernst y Rafael Villavicencio son los verdaderos
fundadores de la ciencia positivista en Venezuela y Razetti, su
discípulo, se honraba el consignar este hecho fundamental:
“En aquellas inolvidables lecciones, sus discípulos nos
creímos transportados a un aula del Colegio de Francia, tal
era la altura desde la cual el profesor nos hacía asistir a la
evolución del espíritu filosófico a través del tiempo. No
podemos olvidar jamás aquellas célebres lecciones sobre la
teoría de la evolución y el origen de las especies del Dr.
Ernst, que por primera vez se oían en una cátedra de nuestra
Universidad. Acostumbrados a raciocinar encerrados en los
férreos moldes del silogismo, la nueva forma que el maestro
daba a sus explicaciones apareció ante nuestras jóvenes
inteligencias, como la aurora de un nuevo día, entre cuyos
celajes veíamos surgir resplandeciente y soberano el sol de
la verdad. Amamos y respetamos a los hombres por la suma
de beneficios que hacen a la humanidad y a la patria. Ernst y
Villavicencio fueron en Venezuela apóstoles máximos de la
ciencia positiva. Sus nombres pasarán a la posteridad
envueltos en la atmósfera de respeto con que la justicia
protege a los hombres que ilustraron su tiempo con el brillo
de su saber”.

Tanta fue la influencia que ejercieron sobre Razetti, que en 1907


publicó en La Gaceta Médica de Caracas sendos trabajos sobre
Haeckel y en 1909 otras dos indagaciones sobre el centenario de
Darwin.
Razetti recibe una beca del gobierno de Paúl y se marcha a
París a perfeccionar sus conocimientos en medicina y cirugía,
particularmente en obstetricia. Allí conoce y trata a Poirier, Pinard
y Le Dantú, que formarán a Razetti como anatomista, obstetra y
cirujano, respectivamente. En París se pone en contacto con la
ciencia anglogermana, representada para la época por los grandes
biólogos, Darwin y Haeckel, y oyó clases de pioneros como
Farabeuf, Charcot y Dielafoy.
Se capacitó en obstetricia y cirugía, estudiando también
anatomía, medicina operatoria y clínica médica. Razetti, durante su
etapa parisina, planea y organiza, con Santos Aníbal Dominici,
proyectos reformadores para la medicina en Caracas, sumida aún
en el adormecimiento estático de comienzos del s. XIX. Sus dos
grandes aspiraciones: la creación de una sociedad médica y la
fundación de un periódico científico.
En medio de la escasez de imprentas para la época, llegó a
publicar ocho libros, veintitrés folletos, más de trescientos artículos
en la Gaceta médica de Caracas, y un centenar de notas en el diario
El constitucional. El 24 de febrero de 1893, es nombrado Profesor
de la cátedra de patología externa y al año siguiente Profesor de
obstetricia y medicina operatoria En 1896 es designado profesor de
las cátedras de anatomía humana y técnica anatómica,
desempeñando la primera por espacio de diecinueve años
consecutivos y en las que inaugura las prácticas de disección y las
disciplinas de anfiteatro.
Suplantó los viejos textos de Fort y de Vargas por el
voluminoso Testut de anatomía humana. En la cátedra de
obstetricia cambió el añejo texto de Anvard por el más moderno y
completo de Ribemont Dessaigens; se ocupó preferentemente de
las hemorragias post partum, la eclampsia y la operación cesárea.
En Venezuela fue un divulgador de la escuela de Pinard, por
consiguiente, le corresponde el mérito de haber sustituido el
empleo del cornezuelo de centeno y del taponamiento vaginal en el
tratamiento de las hemorragias uterinas puerperales por el método
terapéutico del gran obstetra francés. Inició el estudio en Venezuela
de las eclampsias puerperales.
Dictó doctrina acerca de la interrupción terapéutica del
embarazo y a proposición suya dictó en 1908 un acuerdo que
precisa las ocasiones en las cuales el médico práctico está
autorizado para provocar el aborto o el parto prematuro en
beneficio de la salud de la madre. Su obra más importante en este
campo fue La exploración externa en obstetricia. El hospital
Vargas fue el escenario más importante de su actuación quirúrgica.
Razetti comparte con Acosta Ortiz, por quien sintió una gran
admiración, el alto honor de ser los fundadores de la cirugía
moderna de Venezuela.
Utilizó la vacunación preoperatoria de Delbet y fue el pionero
de la utilización de las compresas estériles y los guantes
quirúrgicos de Chaput, así como de muchos de las técnicas e
instrumentos quirúrgicos que ya se utilizaban en Europa. Razetti
hizo también aportes a la epidemiología y a la medicina preventiva.
Enseñaba:

“que la Higiene es el factor principal del adelanto de las


naciones, que un país no principia a civilizarse sino cuando
el gobierno y la sociedad principian a oír y a practicar los
principios de la salud. Que el grado de salud de una nación
puede medirse por el respeto que se tenga a las reglas de la
Higiene”. Es necesario sanear a Venezuela. La ciencia
sanitaria es el primero de los factores de progreso humano,
porque disminuyendo la mortalidad aumenta el número de
los pobladores, que es la base del progreso, en una palabra,
el médico no es sino el apóstol de la salud y la vida de los
hombres”.

En relación con la higiene materna e infantil propuso un plan


contra el tétanos neonatal a base del reparto gratuito de las curas
umbilicales y fue autor de un proyecto de higiene escolar. Ratificó
la fundación de un instituto de puericultura y recomendó la
creación de un hospital de niños. En 1924 denunció en el seno de la
academia nacional de medicina el “decrecimiento de la población
de Caracas” a causa de la excesiva mortalidad infantil, lo cual trajo
la ira del dictador de turno Juan Vicente Gómez y por consejo de
sus amigos salió de Venezuela durante diez meses (1924-1925).
Razetti muere en Caracas, “luego de corta enfermedad”, el 14 de
mayo de 1932.

Pablo Acosta Ortiz


Barquisimeto, 1864 - París, 1914.

Egresa como doctor en medicina y cirugía el 27 de octubre de


1885. Ejerce la medicina en Valera y Trujillo. Se marcha a París a
especializarse en cirugía. Decide revalidar su título de médico en
Francia y lo consigue en 1892, en la Universidad de París. Es el
primer médico venezolano revalidante en Europa. Su tesis de grado
se tituló Tratamiento de los aneurismas del cayado de la aorta y
del tronco braquiocefálico, y le valió para que Le Dantú lo citara
en su libro de clínica quirúrgica:

“En las patologías de la aorta, Acosta Ortiz, hace 135


observaciones de aneurismas del tronco innominado y del
cayado de la aorta, tratados con la ligadura de las gruesas
arterias del cuello. Es una técnica efectiva en este tipo de
alteración y es recomendable su aplicación si el cirujano
conoce en profundidad la anatomía topográfica del sector”.

Era una de las primeras citas realizadas a un médico venezolano


por un autor europeo. Pese a las ofertas de trabajo en París, regresa
a Caracas, donde es nombrado profesor de anatomía humana
descriptiva en la Universidad Central de Venezuela y de allí pasa a
ser profesor de clínica quirúrgica en 1895. Su trabajo como
cirujano lo desarrolló en el hospital Vargas, donde demostró su
“agudo sentido clínico de cirujano y su pasmosa habilidad de
operador”.
Su obra escrita más importante es Lecciones de Clínica
Quirúrgica, publicada en 1911 con prólogo de su maestro Le
Dantú. En su libro describe un enjundioso estudio sobre el absceso
hepático, que denominó “gangrena amíbica del hígado” y
“amibiasis hepatointestinal”, para puntualizar su etiopatogenia.
Escribía entonces lo siguiente:

“En 130 casos de absceso hepáticos operados por mí en el


Hospital Vargas y cuyo contenido fue sistemáticamente
examinado por el señor Bachiller Rafael Rangel, jefe del
laboratorio, hemos encontrado siempre amibas en el pus y,
sobre todo, en la raspadura de las paredes del foco. Los
estudiantes de medicina han podido ver las amibas al
microscopio, en su morfología propia y sus movimientos
característicos”.

Acosta Ortiz continúo la labor pionera de la cirugía que habían


iniciado José María Vargas y Guillermo Michelena como cirujanos
paradigmáticos en Venezuela. Conceptualizaba sobre las
condiciones que debía poseer el cirujano:

“El cirujano debe ser un atrevido explorador, con la fuerza


que puedan prestarle los medios de que dispone la cirugía
moderna; a de abrirse paso a través de los tejidos, invadir los
órganos con audacia, para destruir lo que no sirve y reparar o
mejorar las lesiones orgánicas; y todo ello, dentro de un
verdadero apostolado”.

Era un verdadero cirujano general pues operaba con igual destreza


y maestría, tanto en la cabeza y el cuello como en el abdomen y las
extremidades. No fue nunca “un audaz y temerario, sino un osado
consciente”. Una muestra de estos rasgos de Acosta Ortiz, apunta
Carlos Travieso, lo prueba su productividad quirúrgica: “Hasta
1919 había practicado 428 hepatotomías por absceso amibiano, con
una mortalidad de 6.5 %”. Según Rodríguez Rivero, discípulo y
biógrafo de Acosta Ortiz, entre 1893 y 1911, alcanzó la cifra de
2.034 intervenciones de cirugía mayor y nos refiere lo siguiente:

“Los pabellones de cirugía del Hospital Vargas, apenas


fueron abiertos en 1911. No existían clínicas privadas. Los
guantes de Chaput (los guantes quirúrgicos) se conocieron
en Venezuela en 1913. Y el sorprendente performance
quirúrgico de Acosta Ortiz, se realizaba a domicilio o en
salas abiertas del Vargas. Su hermana Frumencia, preparaba
las hilas que extraía del agua hirviente como compresas
hemostáticas. Las batas pulcras, pero no estériles y los
estudiantes que miraban”.

Así era el escenario donde Acosta Ortíz demostraba sus cualidades


de habilísimo cirujano. También resulta oportuno señalar que
Acosta Ortíz no pudo usar la emetina como antiamibiasico, pues
este agente antimicrobiano, lo descubre Vedder, en 1912 y se
emplea, por primera vez, con resultados alentadores, en una
epidemia en Calcuta (La India) por el médico inglés William
Rogers. Retirado de la cirugía, Acosta Ortíz, muere en París, el 14
de febrero de 1914, en la víspera de la Primera Guerra Mundial. La
causa de muerte: pulmonía bilateral.
Santos Dominici
Carúpano, 1869 - Caracas, 1954.

Hijo de Aníbal Dominici, jurisconsulto inmigrante oriundo de


Córcega, y de Elina Otero, nacida en Carúpano. Se graduó de
bachiller en filosofía y medicina el 10 de febrero de 1890,
presentando no una sino dos tesis:

1.- El fórceps de Tarnier, no es necesario en la práctica de los


verdaderos parteros.
2.- Influencia del sistema nervioso sobre la circulación.

Para optar al título de doctor en ciencias médicas, Dominici


presenta también, no una, sino tres tesis:

1) Localizaciones cerebrales.
2) Origen urinario de la eclampsia puerperal.
3) Ataxia locomotriz progresiva.

El rector de la Universidad Central de Venezuela, era entonces el


doctor Agustín Istúriz, y ante la prolífica producción intelectual de
Dominici, expresó:

“La inquietud científica y el talento pródigo del doctor


Dominici son dignos de reconocer. Nunca este claustro había
recibido tal despliegue de conocimientos de tan joven mente.
Dominici es uno de nuestros más brillantes estudiantes y la
universidad en reconocimiento lo declara doctor en ciencias
médicas”.

Difícil de creer, pero es cierto, tan extraordinario talento el de


Dominici. Se reconoce el esfuerzo intelectual de Dominici, quien al
egresar como médico viaja a París, donde se forma como
investigador en bacteriología y serología y en epidemiología.
Regresa a Venezuela en 1894 y funda el primer laboratorio de
seroterapia, que luego se convierte en el Instituto Pasteur de
Caracas.
Comienza a producir la vacuna antivariólica, por inoculación
del virus vaccígeno. Esta vacuna de Dominici sirvió para
resguardar del contagio de la epidemia a más de quinientas mil
personas. Funda el primer hospital de aislamiento. Preparó el
primer suero antiofídico que se usó en el país y comenzó a aplicar
en el hospital Vargas, la tuberculina, recomendada en Europa por
Robert Koch.
Fue pionero en el tratamiento de la difteria, con el suero
específico de Rouz y trató a los pacientes con lepra, con el suero
del médico colombiano Carrasquillo.
Así como la investigación apasionaba a Dominici, la docencia
también ocupó parte fundamental de su existencia. Es designado
profesor de clínica médica de la Universidad Central de Venezuela,
para que inaugurase la cátedra en 1894. En su infatigable labor
investigadora, descubre en los enfermos de paludismo el
hematozoario de Laveran, los mismos hematozoarios que había
descrito minuciosamente Laveran en las famosas fiebres de
Constantino.
Este descubrimiento en Venezuela no fue trivial ni
insignificante. Revelaba un diagnóstico diferencial de los pacientes
con fiebre tifoidea y seroreacción de Widal respecto a los pacientes
palúdicos con presencia de hematozoario de Laveran.
Este diagnóstico diferencial ante “las terribles fiebres que se
presentaban”, significó un avance que, la agudeza de investigador y
el conocimiento de la clínica, que poseía Dominici, esclareció un
severo y recurrente problema clínico y terapéutico que se
presentaba en todos los hospitales venezolanos y que contribuyó
eficazmente a salvar miles de vidas. Junto a Rafael Rangel,
Dominici inicia un programa para clasificar a los mosquitos
existentes en Venezuela y conocer su capacidad de transmisión de
enfermedades. Estudia la anemia tropical relacionándola con el
descubrimiento que hiciera Rafael Rangel del anquilostoma
duodenal.
Es rector de la Universidad Central de Venezuela en 1900 y se
publican los Anales de la Universidad Central y la Gaceta Médica
de Caracas. En otra faceta, la preocupación por la política también
tocó a Dominici. En ese tiempo que vivió Dominici, existían dos
posibilidades de hacer política: o la sumisión ante los regímenes,
casi todos de facto y antidemocráticos, o el exilio o destierro, si se
asumía una posición crítica frente a los frecuentes atropellos que
provenían de la acumulación absoluta del poder.
Fijó posición a favor de los estudiantes en una pantomima
irónica, llamada la sacrada y fue puesto preso por el régimen de
entonces. Se fuga de la prisión y entre 1902 y 1903 y durante 18
meses anda en fuga por el país, enrolándose en una de las tantas
revoluciones en boga: la revolución libertadora, liderada por un
personaje llamado Manuel Matos.
Derrotada la revolución libertadora se marcha a París, donde
reside hasta 1910 y colabora con la sociedad de biología de París.
Regresa a Caracas a su cátedra de clínica médica y a su ejercicio
investigativo. Recopila sus lecciones de clínica médica que son
publicadas en la Gaceta Médica de Caracas.
En 1936 es designado Ministro de Sanidad. En 1943, con
motivo de su incorporación a la academia nacional de la medicina,
presenta una monografía titulada Esquistosomiasis Homnis de la
Bilharziasis Mansoni. En sus palabras de aceptación, Dominici,
haciendo uso de cierta tensión poética, expresa lo siguiente:

“Con el crepúsculo vespertino piso los umbrales del templo


de Asclepios, cuya portada vislumbré en la lejanía, al
despuntar la aurora. La jornada ha sido larga; pero no llego
tarde, aún no ha cerrado la noche. Hacedme sitio humilde en
donde recostar el báculo y posar la alforja, llena tan solo de
flores secas; tal vez, al calor de este clima propicio, no tan
frío como París, despierte y fructifique alguna simiente”.

Santos Aníbal Dominici, muere en Caracas, de causa natural a la


edad de 85 años, el 28 de septiembre de 1954.

Manuel Antonio Fonseca


Maracaibo, 1858 - Caracas, 1922

Bachiller en Filosofía, egresado en 1882 del colegio nacional de


primera categoría de Maracaibo. En 1877 comienza a estudiar
ciencias médicas en la Universidad del Zulia, pero tiempo después
la universidad es cerrada. Concluye sus estudios en la Universidad
Central de Venezuela, donde obtiene el grado de doctor en ciencias
médicas, el primero de octubre de 1883.
Regresa a Maracaibo y es nombrado director del hospital de
Occidente, un leprocomio que le permite estudiar el efecto
terapéutico del aceite de chalmogra, con resultados alentadores.
Paralelamente ejerce la consulta externa de medicina en el hospital
de la Chiquinquirá. En su ejercicio médico diario, adquiere
reconocimiento y fama en piretología, un complejo (lo que hoy se
conoce como síndrome) integrado por las diversas fiebres, que, a
finales del s. XIX, era la principal causa de consulta médica en el
país. Se traslada a Valencia, en 1889, y es nombrado profesor de
terapéutica en la Universidad de Valencia, y al mismo tiempo es
designado cirujano jefe del hospital civil. En 1896 regresa a
Caracas donde es nombrado profesor de la cátedra de patología
médica y desarrolla sus consultas de medicina en el hospital
Vargas.
Es uno de los fundadores en 1902, del colegio de médicos de
Venezuela que, dos años más tarde, se transformara en la academia
nacional de la medicina, de la cual fue su primer vicepresidente e
individuo de número. Su afán investigador también contribuyó con
aportes y en 1915 describe una nueva patología, que según Fonseca
resultaba de la combinación de fiebre amarilla y dengue. A esta
hipertermia híbrida la llamo fiebre roja de Caracas. Fonseca
publicaba sus investigaciones en la Gaceta Médica de Caracas,
especialmente en el campo de la denominada piretología, donde su
figura fue preeminente.

 La fiebre amarilla en Valencia. Clínica y terapéutica.


 Nuestra fiebre tifoidea.
 El empleo del piramidón en la fiebre tifoidea.
 La piretología caraqueña: mitos y verdades
 Tratamiento sobre la fiebre biliosa hemoglobinúrica
 Sindrome esfigmotérmico de la fiebre amarilla.

No existen dudas acerca de la enorme experticia adquirida por


Fonseca en la denominada piretología, y que su agudeza
observativa le hizo destacar como clínico y aun como cirujano, en
una versatilidad muy pocas veces vista en la historia de la medicina
en Venezuela. Muere en Caracas, el 11 de agosto de 1922. Carlos
Travieso, uno de sus biógrafos, expresa en tal sentido lo siguiente:
“En el año 1920 le sorprende alevosamente, sin pródromos, una
irreversible lesión nerviosa central, que le obliga a forzosa
reclusión y a la triste e inevitable separación de amigos, discípulos
y pacientes”.

Luis Daniel Beaperthuy


Guadalupe, 1807 - Georgetown, 1871

Guadalupe es una isla ubicada en el mar Caribe. Se habla francés y


español. Allí nació Luis Daniel Beaperthuy, quien egresara como
médico de la facultad de medicina de la Universidad de París.
Mientras estudiaba medicina en París, acudía al museo de historia
natural y atendía clases con el célebre microscopista Donné. Pudo
adquirir un microscopio acromático de Vincent Chevalier que lo
acompañaría en sus investigaciones casi toda su vida.
En 1837, al graduarse de médico con su tesis De la
Climatología viaja a su natal Guadalupe y poco después se radicó
en Cumaná, luego de una breve estancia en Maturín. Desde la
ciudad primogénita del continente, desarrollaría una extraordinaria
labor como investigador. Hábil microscopista, identificó y midió un
vibrión al que señaló como agente causal de la epidemia de cólera
que azotó a Cumaná en 1853, hecho que comunicó a la academia
médica de París.
En Florencia, el profesor de anatomía, Filipo Pacini, estudiando
las lesiones anatómicas en coléricos, encontró “una inmensa
cantidad de vibriones del género bacterium nonché vibrio
rassomiglianti en framinentos de musculare striata…uno poco
curvi…” Pacini no logro aislar el microorganismo, pero hace una
descripción simultánea con Beaperthuy, en 1854. Casi treinta años
antes que a Koch se le atribuyera el descubrimiento del cólera
morbus, ya Beaperthuy lo había hecho, sin que tal descubrimiento
se le haya reconocido universalmente.

“El líquido blanquecino, espeso, parecido a un cocimiento


de arroz y que se considera un carácter patognomónico del
cólera morbus, está formado, como otros fluidos
amarillentos y sanguinolentos que se forman en el tubo
intestinal, en los diversos períodos de la enfermedad, de una
multitud de vibriones o de las tenias microscópicas, de uno,
dos y de tres centésimas de milímetros de largo, al mayor
aumento del microscopio de Vincent Chevalier”.

Sobre la malaria que azotaba a los países tropicales, Beaperthuy,


estableció que “no la atribuyo a emanaciones telúricas ni a los
efluvios pútridos; esta enfermedad es debida a la inoculación hecha
por los mosquitos, de un germen séptico destructor”. Sobre la
fiebre amarilla aseveró:

“Las causas de esta enfermedad se desarrollan en los


cambios de las condiciones climáticas, que favorecen el
desarrollo de los insectos tipularios. Los tipulos se
introducen en la piel y estos agentes son muy variados. La
variedad zancudo bobo, de patas rayadas en blanco, es la
más común”.

En la descripción de la etiopatogenia de la fiebre amarilla, se


adelantaba al médico e investigador cubano, Carlos Finlay, quien
describiera también la enfermedad. Hecho tampoco reconocido y
que se ignora en los libros. Beaperthuy también fue pionero en la
terapia integral de la lepra. Su teoría fue adelantada a su tiempo
cuando la expresó:

“Existe una predisposición orgánica para contraer las


enfermedades contagiosas. Se nace más o menos
predispuesto a la elefantiasis, pero el germen de la lepra
procede de la inoculación exterior, sin la cual la infección no
puede desarrollarse”.

Su terapia para la cauterización de los lepromas consistía en la


aplicación del aceite del merey anacardiun occidental y medidas
higiénico-dietéticas que producían mejoría en los signos y síntomas
de la afección y que hacían de su método una innovación
terapéutica. Beaperthuy en su cruzada por el paciente de lepra,
despertó interés mundial. Consideraba que al paciente leproso debía
dársele un trato digno en hospitales confortables y no aislarlos en
lazaretos. Creo el primer hospital del mundo para pacientes con
lepra en la Guayana Inglesa. Muere como director de ese hospital el
tres de septiembre de 1871.
Ya se ha dicho que la Venezuela del s.XIX estaba muy atrasada
respecto al mundo científico. Gente, lugar, época y medios
contribuían al silencio de las cosas que se hacían en el campo
médico. No obstante, es oportuno resaltar que Beaperthuy seguía
las etapas clásicas de la investigación científica, señaladas por
Claude Bernard, considerado el padre de la medicina experimental.
La observación, que practicó durante tres lustros consecutivos,
tanto en Guadalupe, como Cumaná, Barcelona y Guayana,
estudiando el efecto de las epidemias y obteniendo tres
conclusiones: a) La periodicidad estacional de las epidemias; b) La
relación de los ciclos de aparición de las epidemias y el incremento
poblacional de los mosquitos; c) La forma indirecta de transmisión
de la fiebre amarilla.
Después Beaperthuy comprobó su hipótesis sobre la
transmisión insectil de la fiebre amarilla: “no hay fiebre amarilla
sin el mosquito”. Esfuerzos, tesoneros y admirables, como los
realizados por Beaperthuy tenían escasa o ninguna difusión. Pese a
ello, existe reporte de la publicación de los trabajos en la Gaceta
Oficial de Cumaná y remitidos a la academia médica de París.
Christopher, en su famoso tratado Aedes Aegypti. The fellow
fever mosquito, publicado en 1960, refiere que el primero en hacer
referencia a esta especie en el trópico es Beaperthuy. Boyce en
1908, en su libro Mosquito or man, concluye “Pero es a Beaperthuy
a quien debemos reconocer como el padre de la doctrina de la
transmisión de enfermedades por insectos”. También Ackerknecht
en 1946 y 1965 y Jaramillo Arango en 1950, reconocen la primacía
de la hipótesis de Beaperthuy.
Es justicia hoy, considerar a Luis Augusto Beaperthuy, como el
científico que describió por primera vez el vibrión cólera, y no lo
fue Robert Koch. Es justicia también, transmitir a las nuevas
generaciones de médicos venezolanos, la incuestionable verdad de
que Beaperthuy fue el primero que describió el mosquito patas
rayadas, transmisor de la fiebre amarilla, y estableció una teoría de
transmisión de la enfermedad y no lo fue Carlos Finlay, como lo
expresan, errónea e injustamente, la mayoría de los libros de
historia de la medicina en el mundo. Esto no niega en absoluto la
brillantez investigativa de Koch o Finlay, pero pretendemos acá
superar un hecho, que pudiera encarnar algo peor, la injusticia y el
olvido al que se le quiere someter la obra científica de Beaperthuy.
Beaperthuy, no sólo investigaba, sino que también escribía lo
que investigaba. Su libro recopilativo Trabajos Científicos,
traducido al francés (Travaux Scientifiques), mencionaba por
primera vez la posibilidad de que las garrapatas transmitieran
enfermedades a los humanos. Publicó sus enjundiosos estudios
sobre fiebre amarilla, cólera y lepra, en la Gaceta Médica de
Cumaná y la de Caracas.
Fundador de los estudios médicos en Cumaná, junto a Calixto
González y Antonio José Sotillo y tal vez en condiciones mucho
más difíciles que Vargas o Razetti, Beaperthuy, imparte docencia
médica. Pese a la naturaleza (el terremoto de junio de 1853,
literalmente entierra la sede del Colegio de Cumaná, y en dicha
tragedia murieron muchos estudiantes y profesores de medicina), y
a pesar de sufrir las consecuencias de las luchas fratricidas por el
poder de los caudillos de entonces, continúo transmitiendo
conocimientos médicos a sus discípulos.
Es Beaperthuy, a no dudarlo, una especie de ícono médico e
investigativo que hay que conocer, y reconocer, en la evolución de
la historia de la medicina en Venezuela.

Rafael Rangel
Betijoque, 1877 - Caracas, 1909

Rangel comenzó a estudiar medicina en 1897 y terminó siendo una


figura descollante de la ciencia nacional como investigador y como
maestro de la parasitología, de gran influencia sobre la generación
de médicos del s.XIX. Siendo estudiante y preparador de fisiología,
en un caso atípico sin parangón, se encarga de la dirección del
laboratorio del hospital Vargas en febrero de 1902. En 1901 ya
había publicado su primer trabajo de investigación titulado Teorías
del sistema nervioso, donde hacía una completa revisión de las
teorías histológicas de la época sobre este sistema. Ya en 1903
publica su famoso trabajo acerca de la anquilostomiasis y al
respecto expresa en su introducción:

“Seis años hace que nuestro maestro, doctor Santos Aníbal


Dominici, nos hizo notar, cuando desempeñábamos el
externado de su cátedra clínica en el Hospital Vargas, en
enfermos propios de Guarenas, Guatire, Petare, Santa Lucia
y aun Ocumare del Tuy, todos los síntomas de anemia grave
que terminaban casi siempre en la muerte”.

Rangel descubre, en una autopsia, la presencia del anquilostoma en


los intestinos. Establece su teoría sosteniendo que la anemia de los
obreros de Saint Gotthard, de Colombia y de Brasil, es causada por
el anquilostomo duodenal. En 1904 publica para el mundo su
trabajo, que se convierte en un clásico de la literatura parasitológica
venezolana: Estudio sobre el anquilostomo duodenal. Aquí
describe en detalle al parásito y lo diferencia del descrito por el
investigador italiano Dubini: “y todo porque al examen minucioso
de nuestro parásito no presentaba los caracteres específicos del
anquilostomo duodenal señalado por los europeos como causa de
anemia en el hombre”.
Rangel esgrimía que el parasito descrito por el italiano Dubini
era en realidad una uncinaria stenocefala, de la familia que había
descrito ya, en 1902, el naturalista norteamericano Charles Wardel
Stiles, y que este había nombrado como uncinaria americana.
Es oportuno señalar que, para comienzos del s.XIX, la
anquilostomiasis y el paludismo o malaria, constituían las causas
más importantes de anemia en Venezuela, y las teorías de Rangel
contribuyeron eficazmente a su tratamiento y prevención.
Incansable investigador, Rangel publica en 1905 sendos trabajos,
titulados Larvas cutículas de América y La peste boba y
derrengadora de los equinos en Venezuela. Concluye que la peste
era producida por un tripanosoma del tipo Evansi, descrito por
Evans en 1880. Mesnil en 1910 polemiza con Rangel denunciando
que era un tripanosoma distinto al que denomina Tripanosoma
Venezuelense. Incluso Legar y Enrique Tejera, en 1920, creyeron
que era la nueva especie descrita por Mesnil. Rangel tenía razón.
La causa de la peste se debía al tripanosoma evansi.
En 1906, Rangel publica su mayor contribución a la
bacteriología, en cooperación con el médico investigador Antonio
Minguet Letteron. Un minucioso estudio del carbunco bacteriano o
grito de las cabras, que titula "Afección de los animales domésticos
y ocasionalmente del hombre". En 1908, es enviado a La Guaira
por un brote de peste bubónica que apareció en el puerto.
Sus reportes demostraron días después la presencia del bacilo
pestoso de yersinia en los bubones de los infectados y en un
telegrama expresa lo siguiente:

“Por todo lo cual, toda vez que se ha hecho una


investigación plena y minuciosa de la naturaleza de la
enfermedad, tanto desde el punto de vista clínico como
bacteriológico, y encontrándonos poseedores de una
evidencia absoluta, afirmamos que la enfermedad que
estamos enfrentando es la peste bubónica”.

Se estrenaba en Venezuela la enfermedad causada por la


proliferación exagerada de ratas, epidemia de la cual sufrían con
frecuencia en Europa y el norte de América. Leopoldo Briceño
Yragorry, en 1977, sintetiza la extraordinaria labor investigativa de
Rangel, catalogado por muchos historiadores como sabio:

“Inmensa la labor desplegada por Rangel al frente del


laboratorio del Hospital Vargas, aparte de sus trabajos
propios de investigación que adelanta con esmero y
dedicación, inspira y dirige numerosas tesis doctorales,
imparte enseñanza a los estudiantes y ha fundado nuestro
primer museo anatomopatológico en el propio laboratorio.
Se esfuerza, y esto ha hecho escuela, por aplicar estudios de
campo para aplicar la clínica, en un país como el nuestro que
en esa época padecía de epidemias terribles de enfermedades
contagiosas. Su gran sueño era crear un instituto para
estudiar todos los problemas de la Medicina Tropical”.

Rafael Rangel, si bien nunca concluyó formalmente sus estudios de


medicina, tal vez fue el más esforzado, disciplinado, coherente y
versátil, investigador de enfermedades tropicales, a dedicación
exclusiva, que tuvo la Venezuela de la primera mitad del siglo
veinte. En su homenaje, el instituto nacional de higiene lleva su
nombre. Muere trágicamente el 20 de agosto de 1909.

Francisco Rísquez
Juan Griego, 1856 - Caracas, 1941

Rísquez antes de graduarse de médico, lo hizo de bachiller en


filosofía y trabajó como maestro de escuela. Además, fue doctor en
farmacia por la UCV. Ejerció la medicina en su Margarita natal y
funda un periódico llamado El Esfuerzo. Regresa a Caracas en
1882, y es designado médico cirujano del hospital de Petare. En
1887 es designado profesor interino en la cátedra de patología
externa y obstetricia de la Universidad Central de Venezuela.
Funda, junto a Razetti, la sociedad de médicos y cirujanos de
Caracas, más tarde colegio de médicos y en 1904, se convierte en
académico nacional de la medicina.
En 1893, funda las cátedras de clínica médica, clínica
quirúrgica y clínica obstétrica en el hospital Vargas. Era el proceso
de transformación de los estudios médicos en Venezuela, proceso
del cual Rísquez desempeñó papel relevante. Fue rector de la
Universidad Central de Venezuela. Fundador de Anales del colegio
médico que luego se fusionaría con la hoy centenaria gaceta
médica de Caracas. Participa en la redacción del código de
instrucción pública, sancionado en 1897. Rísquez, fue uno de los
médicos e investigadores venezolanos que trabajó más
ordenadamente sus aportes a la medicina:

Farmacopea Venezolana
Manual de Medicina Legal y Toxicología
La especificidad microbiana y el papel patogénico de los
microbios
Curso de Patología General
Estudios Higiénicos
Estos son algunos de sus títulos publicados, algunos con
repercusión internacional no exentas de polémica. Rísquez era un
agudo investigador y prolífico redactor, con un sentido crítico que
contrastaba con los melosos discursos de la época. Era un libre
pensador. Sostenía que lo peor que podía pasar a un médico era
callar ante una tontería que se le quería atribuir vestigio de ciencia.
Eran los tiempos del auge del positivismo. Expresaba que
muchas veces Europa era injusta con las investigaciones que se
hacían en esta parte del mundo. Pero no por ello debíamos
lamentarnos y atribuirle la eterna culpa de nuestras desgracias. La
culpa –de existir culpa- era, agregaba Rísquez, fundamentalmente
de “nuestra ceguera proverbial y nuestra escasa disciplina para
alcanzar logros o avances en materia científica”.
Un polemista excepcional, Rísquez, a propósito de una técnica
personal del eminente cirujano venezolano José Izquierdo, para el
abordaje de la próstata por vía retro púbica, señalaba, con fecunda
ironía, que dicha técnica era novedosa y singular, pero que, para
difundir una idea en el mundo, era preciso “colocarla primero en el
cerebro de un francés”.
Hasta 1910 se dedicó a investigar sobre la tuberculosis,
enfermedad que causaba estragos en la sociedad venezolana. He
aquí una clave de la actitud y el proceder de los médicos
venezolanos que encabezaron la transformación de la medicina en
Venezuela a finales del s.XIX y primera mitad del s. XX. Se
dedicaban a estudiar, investigar y proponer salidas ante problemas
de salud apremiantes.
En otras palabras, tenían sentido de la pertinencia social de sus
conocimientos y en este sentido los aplicaban. Se va a Madrid, y
publica, con otro estudioso de la tuberculosis, el maestro médico y
bacteriólogo español Jaime Ferrán y Clúa (quien había descubierto
una vacuna contra el cólera y probaba otras vacunas contra el tifus
y la tuberculosis), dos trabajos fundamentales de la historia médica
venezolana y del mundo: Formas septicémicas de la tuberculosis,
en 1910 y Etiología determinante de la tuberculosis en 1913. Estas
obras vinieron a contradecir el postulado dominante de Robert
Koch, que sostenía una sola variedad de bacilo causal de la
tuberculosis. Surgió así la doctrina Ferrán-Rísquez sobre la TBC.
Se reintegra a la cátedra de patología general y promueve la
salud en las escuelas primarias del país. Rísquez fue el pionero en
Venezuela de la promoción de la salud. Sabio, se anticipaba a
necesidades hoy tan patentes como estimular hábitos saludables de
vida y prevenir las enfermedades. Señalaba que la salud comenzaba
en el hogar y en la escuela. También, en su inquieto accionar
ciudadano, presenta una iniciativa al gobierno para crear la escuela
de enfermeras, anexa a la ya existente de artes y oficios de las
mujeres y participa en la fundación de la Cruz Roja venezolana, la
del principio.
Clausurada la Universidad Central de Venezuela, por uno más
de esos gobiernos de caudillejos militarotes que prevalecían en
aquel país atrasado, Rísquez se embarca en proyectos de creación
de una escuela de derecho y una escuela de medicina, privadas, en
lo que fue, esta última, la única escuela de medicina de esas
características que funcionó en Venezuela. Rísquez también es
considerado precursor de la creación del seguro social, obra para la
cual tuvo no pocas polémicas.
Era un médico crítico, hasta rayar en el escepticismo, respecto a
las teorías que contradijeran la naturaleza. Pero por otro lado era un
esperanzado de la civilización, que creía que la educación y la
ciencia eran instrumentos formidables para salir del atraso. Con sus
discípulos era exigente y les exigía que ante la duda siempre
preguntaran el porqué de las cosas. Muere en Caracas el 10 de
julio de 1941, a los 85 años de edad

Humberto Fernández-Morán
Maracaibo, 1924 - Estocolmo, 1999

Inicia sus estudios de medicina en la Universidad de Munich,


Alemania, graduándose de médico en 1944. Regresa a Venezuela y
revalida su título de médico cirujano en la Universidad Central de
Venezuela. En 1945 trabaja en el hospital psiquiátrico de
Maracaibo, y entre 1945 y 1946 realiza una especialización en
neurología y neuropatología en la Universidad George Washington
de los Estados Unidos. En 1946, sigue formándose y es médico del
hospital Serafimer con el neurocirujano Herbert Olivecrona.
Afectado por las muertes, causadas por los tumores cerebrales,
es en su pasantía por dicho hospital que conoce al professor Manne
Siegbahn (Premio Nobel de Física, 1924), quién gentilmente lo
invita a trabajar en los laboratorios de microscopía electrónica del
instituto Nobel de física que él dirigía. Ya se forjaba en Fernández-
Morán, su interés por la investigación básica sobre células
tumorales y la posibilidad de escrutarlas en su más mínimo detalle.
En el instituto Karolinska sueco, se forma como microscopista
electrónico. En esa etapa de su vida concibe la crío-ultramicrotomía
y la cuchilla de diamante para ultramicrotomía. Regresa a
Venezuela en 1954 invitado por el entonces ministro de sanidad
Pedro Gutiérrez Alfaro, quién le asigna la misión de desarrollar un
centro regional para investigación y entrenamiento en
investigaciones neurológicas y cerebrales.
Fernández-Morán funda el Instituto Venezolano de
Investigaciones Neurológicas y Cerebrales (IVNIC) en abril de
1954, como un ente gubernamental autónomo adscrito al ministerio
de sanidad y asistencia social. En ocho meses se inauguraron los
laboratorios de ultraestructura de nervio (con instalaciones de
microscopía electrónica en pleno funcionamiento), la unidad de
neurofisiología, el taller central (incluyendo la unidad de cuchillas
de diamante) y la biblioteca. Las investigaciones del nuevo
instituto, condujeron a un primer trabajo sobre la estructura fina de
la retínula de insectos que fue publicada en la revista Nature en
1956.
En el IVNIC, además se ocupó de la producción de
aplicaciones en biología, medicina y ciencia de los materiales y
distribución de cuchillas de diamante que eran enviadas sin costo
alguno a laboratorios de microscopía electrónica en todo el mundo.
El IVNIC, institución precursora del IVIC, constituye la primera
demostración exitosa en Venezuela de un instituto capaz de llevar a
cabo investigación científica y tecnológica de una manera
organizada y con planes a largo plazo. Fernández-Morán puso a
Venezuela en el mapa científico mundial, al producir investigación
original en el campo de las investigaciones cerebrales y las
neurociencias.
A finales de febrero de 1958, en medio de incomprensiones de
orden político, Fernández-Morán viaja a los EE.UU. para trabajar
en el hospital de Boston, en Massachusetts, donde organiza el
mixter laboratories for electrón microscopy, y colabora con el
departamento de biología del Massachusetts Institute of
Technology (MIT). Entre 1958 y 1962 realiza su trabajo en
microscopía electrónica de alta resolución y microscopía
electrónica de baja temperatura de sistemas biológicos.
En 1962 acepta el cargo de profesor de biofísica en la
Universidad de Chicago, donde luego es designado director de la
división de ciencias biológicas de la escuela Pritzker de medicina.
Una vasta obra, sin parangón, alcanza a cristalizar entre 1962 y
1985 cuando introduce, por vez primera, el concepto de
críomicroscopía electrónica en el críomicroscopio electrónico, el
uso de lentes superconductoras y el críoultramicrotomo. Fernández-
Morán contribuyó de manera fundamental al desarrollo de la
técnica de la microscopía electrónica, así como de sus aplicaciones
en biología, medicina y ciencia de los materiales.
En biología y medicina, sus aportes son múltiples y variados, y
entre los más importantes podemos mencionar sus estudios
pioneros sobre la estructura de las membranas de la mielina, con
registro simultáneo de los espectros de difracción de rayos-X13; y
sus estudios pioneros sobre las membranas mitocondriales. Las
micrografías electrónicas de Fernández-Morán fueron las primeras
en revelar la complejidad de la estructura de las membranas
mitocondriales.
La correlación de datos bioquímicos y de microscopía
electrónica le permitió definir una partícula submitocondrial en la
superficie de las membranas de las crestas mitocondriales. Estas
partículas elementales, llamadas también partículas de Fernández-
Morán consisten de una cabeza globular, de un eje cilíndrico y de
una pieza basal. Estudios ulteriores demostraron que el eje y la
pieza basal incluían un dominio (F0) transmembrana que
transportaba protones a través de las membranas de las crestas y
que la cabeza comprendía la ATPasa (F1), que sintetizaba ATP al
pasar los protones a través de F0 siguiendo el gradiente
electroquímico.
Las imágenes obtenidas por Fernández-Morán demostraron
claramente la asimetría de las proteínas en las membranas
iniciando las investigaciones bioquímicas que condujeron a una
comprensión de como la quimiósmosis se acopla a la síntesis de
ATP para producir una fosforilación oxidativa en las células.
Fernández-Morán, es, sin duda, uno de los médicos científicos que
le otorga más realce a la ciencia en Venezuela.
En su honor, el Departamento de Biología Estructural del IVIC
lleva su nombre. Muere lejos de su país natal, en Estocolmo, la
capital de Suecia, en la víspera del s.XXI.

Enrique Tejera Guevara


Valencia, 1899 - Caracas, 1980

En 1913, cuando todavía era estudiante de medicina en la


Universidad Central de Venezuela, publica en la Gaceta Médica su
primer trabajo de investigación: Sobre un caso de verruga del
Perú. Con esta curiosa indagación clínica, ya se perfilaba en Tejera
el afán de descubrir el más allá de las cosas. Tejera como
estudiante de medicina participó en las manifestaciones
universitarias contra el régimen de facto que gobernaba al país, y es
perseguido al punto de irse al exilio, interrumpiendo la prosecución
de sus estudios.
El exilio lo vive en París, donde trabaja como camillero de
ambulancia durante la primera guerra mundial. Regresa a
Venezuela en 1918 para culminar estudios, Su primer trabajo como
médico fue en La Horqueta, un poblado de la Sierra de Perijá, en la
empresa Caribbean Petroleum Company. El petróleo ya se
explotaba en Venezuela y las empresas mantenían centros de salud
para los trabajadores. Además de pasar consulta médica, Tejera
seguía con sus investigaciones, con énfasis en la etiopatogenia de
las enfermedades tropicales.
En Mene Grande y Trujillo descubre la existencia de la
tripanosomiasis (enfermedad de Chagas) y la ratifica, con otro
descubrimiento en Santa Teresa del Tuy (1919). Carlos Chagas,
desde Brasil, le cablegrafía su agradecimiento, pues la existencia de
la enfermedad se había puesto en duda, repercutiendo en los
presupuestos que requerían el estudio y seguimiento de dicha
enfermedad en los organismos multinacionales para Suramérica.
En 1920 vuelve a Europa y publica numerosos trabajos de sus
estudios sobre leishmaniasis, paludismo y tripanosomiasis equina.
En 1924, al regresar a Venezuela, llega a ser director del
laboratorio de microbiología de la sanidad nacional, en el cual
había comenzado su carrera sanitaria como exterminador de ratas,
para ser luego preparador de bacteriología, ayudante de laboratorio,
bacteriólogo y epidemiólogo (1924-1931).
Tejera, además de su trabajo investigador, fue un hombre
público. Innovador, durante el gobierno del presidente Eleazar
López Contreras, es nombrado ministro de salubridad, agricultura y
cría y en apenas dos semanas, fiel a su creencia anunciada de que
aquello era un contrasentido, separa agricultura y cría y organiza el
ministerio de sanidad y asistencia social. Demostrando particular
acierto en la designación de sus colaboradores, sin ninguna
injerencia político-partidista: Martín Vegas, Arnoldo Gabaldón,
Leopoldo García Maldonado, José Ignacio Baldó, Julio Diez y
otros notables médicos dedicados a la salud pública.
Sin embargo, y siempre polémico, renuncia al ministerio a
mediados del año 1936, tras oponerse en una exposición al
Congreso Nacional a una Ley de Defensa contra el Paludismo que,
según él, resultaría inútil y costosa. Opinaba entonces:

“está muy bien que abatamos los criaderos de mosquitos,


pero a la semana siguiente volverán si no educamos a la
población en que no favorezcan los criaderos. Tampoco
haremos nada con matar los mosquitos y la gente se nos
muere de hambre viviendo en la miseria. El hambre y la
miseria son nuestros verdaderos enemigos. Sin hambre la
malaria no es tan ofensiva y se tolera mejor”.

A Tejera se le atribuye la aplicación, por primera vez, en


Venezuela del famoso insecticida dicloro difenil tricoroetano
(DDT), contra los mosquitos transmisores del paludismo. La
primera fumigación se hizo en Morón, población del estado
Carabobo. También le apasionaba la docencia y fue profesor de
histología normal (1926) en la Universidad Central de Venezuela.
El 3 de febrero de 1926 funda la cátedra de patología tropical,
precursora del hoy Instituto de Medicina Tropical. Seguía
investigando y esgrimía que Venezuela necesitaba producir
medicamentos para combatir las enfermedades, especialmente
antibióticos para las patologías infecciosas.
Hombre de desafíos, Tejera asume la búsqueda de un
antibiótico a partir de hongos venezolanos. Viajó incansablemente
por Venezuela y el extranjero y acumuló un total de 32.500 cultivos
de hongos que probaba en su propio laboratorio, ubicado en el
laboratorio de la sanidad nacional, que había fundado y que nunca
abandonó.
Fue así que obtuvo una base para antibiótico, a partir del
Streptomyces venezuelae (una bacteria saprofita); obteniendo por
primera vez un antibiótico en 1947, el Cloramfenicol, también
llamado Cloromicetina, que ese mismo año utilizó en un brote de
Tifus en Bolivia, con resultados alentadores. Pese a sus efectos
adversos en sobredosis (discrasias sanguíneas severas), el
Cloranfenicol siguió utilizándose en dosis adecuadas y por su
efectividad en infecciones graves como meningitis, tifus, fiebre
tifoidea y en la fiebre de las montañas rocosas.
El aporte de Tejera al arsenal antibacteriano es de carácter
universal, gracias a su persistencia en la investigación,
sobrepasando todos los obstáculos que tuvo que sortear. Tejera fue
calificado de sabio, a lo que respondía con ácidas críticas hacia la
sociedad que no demostraba sensibilidad por la ciencia, por lo que
sus conferencias e intervenciones por radio eran muy frecuentes y
escuchadas.
Describió la condición del campesino venezolano para la época
(1950): “…esperando desde el nacer el momento de morir…”; de
la Sanidad (1961): “…sólo se alimenta, prospera y se enaltece en
la adversidad…”; de las enfermedades venéreas (1932): “…la
sífilis de los que no pueden pecar ni venialmente…”; del Seguro
Social (1969): “…engendro prematuro por la tendencia de nuestra
raza de enamorarnos de las palabras como de las mujeres…”.
Tejera publicaba todos sus trabajos de investigación. Era de
carácter obsesivo en publicar y generar literatura médica desde
Venezuela. Señalaba a sus alumnos que, si no se publicaba el
propósito y los resultados de una investigación, esta no existía.
Mencionamos algunos de sus trabajos editados:

 La Tripanosomiasis americana en Venezuela. 1919.


 La Leishmaniasis americana en Venezuela. 1919.
 Investigaciones hechas con el 205 en el tratamiento de
la tripanosomiasis que ocasiona la derrengadera de los
equinos de Venezuela. 1925.
 El Spirochaeta Morsus Muris, microbio del “Sodoku”
en las ratas de Caracas. 1920
 Las fiebres de Macuto y los insectos del género
“Phlebotomus”. 1924.
 El cloramfenicol: antibiótico creado a partir de hongos
venezolanos.1940.

Muere en Caracas, en el año 1980, dejando una labor notable de


hombre de ciencia con claro sentido de su función médica y social.
Arnoldo Gabaldón
Trujillo, 1909 - Caracas, 1990

Antes de ser médico, Gabaldón fue bachiller en filosofía. La


Universidad Central de Venezuela le otorga el grado de médico
cirujano en 1930. Era la dinámica de estudios en Venezuela hasta
bien entrado el s. XX. Al año siguiente ya era especialista en el
Instituto de Enfermedades Tropicales de Hamburgo (Alemania). De
allí fue becado por la Fundación Rockefeller para estudiar en la
Universidad John Hopkins de Baltimore, donde obtiene, en 1935, el
doctorado en ciencias de higiene, mención en protozoología.
Al año siguiente se encargó de la dirección especial de
malariología en el recién creado ministerio de sanidad y asistencia
social, después nominada división de malariología de la cual fue
jefe hasta 1950. Fue asesor de la dirección general de malariología
y saneamiento ambiental hasta 1973, fecha en que se jubiló. A
partir de este momento fue nombrado asesor emérito del ministerio
de sanidad y asistencia social, y director del laboratorio para
estudios sobre malaria, cargo ad honórem que ocupó hasta su
muerte.
Entre 1959 y 1964 se desempeñó como ministro de sanidad y
asistencia social, gestión que se caracterizó por la realización de
intensas actividades sanitarias y de saneamiento ambiental, en todo
el país. Durante estos años, Venezuela se convirtió en el primer
Estado del mundo que organizó una campaña a escala nacional
contra la malaria, mediante la utilización del dicloro difenil
tricloroetano (DDT), lo cual le permitió, junto con su equipo de
trabajo, ser los primeros en alcanzar la erradicación de esa
enfermedad en una gran área de extensión de la zona tropical.
El DDT había sido descubierto por el químico suizo Paul
Hermann Müller, quien obtuvo por dicho hallazgo el premio Nobel
de Química en 1948. El DDT fue prohibido en 1972 porque un
burócrata administrador, hoy desconocido, consideró que era “un
potencial cancerígeno para el hombre”, pese a una sentencia
contraria del juez Edmund Sweeney, tras siete meses de audiencia,
que declaraba “el DDT no es cancerígeno para el hombre, y bajo
las regulaciones involucradas no tiene ningún efecto deletéreo”.
Desde el 2006, el DDT se usa en campañas antimaláricas,
especialmente en África, pues es altamente efectivo. Bjor Lomborg
atribuye al DDT la erradicación de la malaria en Europa, donde era
endémica en Italia y Grecia, por su potencia letal contra el
mosquito anopheles. Agrega Lomborg que el motivo de cuestionar
el DDT es que ya está liberado de patentes y es económico, y la
industria quiere imponer nuevos pesticidas con patentes y hacer
negocio, y para ello paga lobbies de críticos del DDT
(especialmente pseudoecologistas tarifados y científicos de medio
pelo) para que le busquen las cinco patas al gato al DDT. Nada
nuevo bajo el sol en la industria química y biomédica.
Viene a colación el comentario del episodio histórico del
insecticida, por cuanto la obra sanitaria de Gabaldón está vinculada
al uso en Venezuela del DDT. Lo estudió muy bien y propuso su
uso en forma masiva para erradicar el mosquito anopheles y sus
criaderos que se multiplicaban por millones en la Venezuela rural
de entonces. Lideró un proceso de erradicación de la malaria y ello
tiene un mérito excepcional, a decir de uno de sus biógrafos,
Guillermo Colmenares Arreaza, cuando señala:

“No era la cuadrilla que iba, era Gabaldón el primero en ir al


frente y cumplir con la faena. Es el primer ministro de
sanidad que conozco que no trabajaba en la oficina
caraqueña sino en los campos. Estaba empeñado en acabar
con la terrible enfermedad del paludismo, que por entonces
diezmaba a la población venezolana, especialmente la rural y
la que vivía en la periferia de las ciudades”.

Creía que la salud de la población no se lograba en un consultorio,


ni en una oficina, ni mucho menos pronunciando discursos. Era
preciso ir más allá y conocer las condiciones en que vivían la
mayoría de los venezolanos. Gabaldón era de los médicos
pragmáticos que sabía que la acción oportuna y eficaz es el
verdadero logro de la sanidad, y lo que verdaderamente previene la
enfermedad, pues el resto es cháchara ideológica nebulosa y
pendejadas de café.
Su trabajo sanitarista fue más allá de las fronteras venezolanas,
pues debe recordarse su participación activa como experto en
trabajos para la lucha antimalárica en países de los 5 continentes.
La labor de investigación desarrollada por Gabaldón, fue intensa,
autor con más de 200 trabajos publicados en revistas médicas
nacionales e internacionales escritos en varios idiomas (era
poliglota), castellano, inglés, francés y alemán. Asimismo, realizó
estudios acerca de la malaria en aves, obra que le valió ser
incorporado como Individuo de número de la academia de ciencias
físicas, matemáticas y naturales, además de la de medicina.
La dirección de malariologia y saneamiento ambiental,
convertida en instituto de altos estudios de salud pública, que
funciona en Maracay, lleva su nombre, en homenaje a un médico
que lleno una etapa histórica de la medicina venezolana
contemporánea pue será recordado como un líder de la sanidad, que
se propuso una meta que nadie creía que se alcanzaría, y se logró:
erradicar para la época la malaria en Venezuela. Fallece en Caracas
el 1 de septiembre de 1990.
Baruj Benacerraf
Caracas, 1920 - Boston, 2011

El recorrido de Baruj Benacerraf por la medicina y la investigación


tuvo momentos que ameritaron de temple y espíritu resiliente.
Cuando decide estudiar medicina no es aceptado en la Universidad
de Columbia, pese que obtiene allí la licenciatura en Ciencias en
1942, completando un excelente historial académico como también
los pre-requisitos para el ingreso. No pensaba, sin embargo, que el
ingreso a la facultad de medicina era una tarea formidable para
alguien con su origen étnico (hijo de judío sefardí español) y
extranjero en los Estados Unidos de aquella época.
Benacerraf, pese al obstáculo no se amilanó e inició estudios de
medicina en la Universidad de Virginia, donde sí fue admitido, y en
el interín es reclutado por el ejército de USA para servir en la
segunda guerra mundial en 1943, año que adquiere la nacionalidad
estadounidense. Después de completar sus estudios de medicina y
servir a los aliados en territorio francés, Benacerraf regresó a
Nueva York y encontró un puesto de trabajo como médico
residente del hospital general de Queens. Persistían, aún en ese
tiempo, los afanes investigativos del joven galeno y lo relata en su
Autobiografía, publicada en 1980:

“Mi interés se dirigía, desde mis días de estudiante de


Medicina, hacia la inmunología, y en particular a los
mecanismos de hipersensibilidad. Yo había sufrido de asma
bronquial cuando niño y había desarrollado profunda
curiosidad por los fenómenos alérgicos y quería saber cómo
funcionaba toda aquella cosa para desde el saber poder cura.
Quería por encima de todo ser investigador”.

El sueño de ser médico investigador de Benacerraf, especialmente


en el ámbito de la inmunología, comienza a concretarse en 1948, en
el laboratorio de Elvis Kabat, un riguroso y brillante investigador
en el campo de la inmunoquímica, que le enseñó la importancia de
la prueba experimental, la necesidad de la honestidad intelectual y
la integridad científica. El laboratorio de Kabat se encontraba,
precisamente, en la Universidad de Columbia (instituto de
neurología) y fue allí que Kabat le ofreció la primera beca para
trabajar y comenzar su carrera como investigador.
El entrenamiento con Kabat lo refiere Benacerraf como “una de
las experiencias más significativas de mi formación científica”.
Ironías del destino, era en Columbia, acaso porque Dios premia a la
constancia que Benacerraf tuvo.
En el transcurrir del año 1949 suceden un conjunto de
situaciones familiares que parecen impedir de nuevo el deseo de
investigar de Benacerraf. Nace su hija Beryl en París, donde reside
su esposa. Su padre sufre un accidente cerebrovascular severo en
Caracas y lo trasladan a París. Logran salvarle la vida pero queda
discapacitado. Decide mudarse a París, con el interés de
“sedimentar la familia” y allí reside seis años.
Comienza a trabajar en el laboratorio de Bernard Halpern, en el
Hospital de Broussais. Allí con Guido Biozzi, un médico
investigador italiano que trabajaba en el laboratorio, publica
trabajos sobre la función del retículo endotelial y su relación
inmunitaria y sobre la técnica de remoción de partículas sanguíneas
y las ecuaciones inmunológicas que rigen en mamíferos.
En 1956, tras discrepancias con Halpern, por la tradicional y
frecuente egolatría gala, y convencido que la dinámica
investigativa francesa ya era inferior a la norteamericana, regresa a
Estados Unidos. Le ofrecen la cátedra de profesor asistente de
patología de la escuela de medicina de la Universidad de Nueva
York con el compromiso de ayudarle a desarrollar un laboratorio de
investigación en inmunología. Y así fue. A la par que enseñaba a
estudiantes de medicina de pre y postgrado se involucraba en su
sueño perenne de investigar.
En el lustro de 1956 a 1961, Benacerraf trabaja en cinco
proyectos de investigación: a) Mecanismos celulares de
hipersensibilidad humoral con Philip Gell; b) Enfermedades por
complejos inmunológicos con Robert McCluskey y Pierre Vassalli;
c) Hipersensibilidad anafiláctica en ovario, con John Zoltan; d)
Inmunidad tumoral específica con Phil Lloyd; e) Estructura de los
anticuerpos y sus relaciones de especificidad con Gerald Edelman.
En 1968 le proponen dirigir el laboratorio de inmunología del
Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de
USA, en Bethesda, designación que acepta junto a William Paul e
Ira Green.
En 1970, vista la productividad investigativa de Benacerraf, y
en la pertinaz competencia entre centros de investigación
estadounidenses por tener los mejores investigadores, el decano de
la escuela de medicina de la Universidad de Harvard, Robert Ebert,
le ofreció la presidencia del departamento de patología en la
escuela médica de Harvard.
Allí dirige un postgrado (su otra pasión era la docencia)
interdisciplinario e interdepartamental en inmunología y continua
trabajando en dos proyectos: a) Genes de respuesta inmune y su
papel en la regulación de la inmunidad específica y los fenómenos
de supresión inmune, con Patrice Debré, Kapp Judith, y Carl
Waltenbaugh; b) Especificidad de los linfocitos T citolíticos en
relación con la función de genes con Steven Burakoff y Robert
Finberg, trabajo donde se demostró cómo surge alorreactividad,
como consecuencia del compromiso de los linfocitos T a reconocer
antígenos en el contexto de los productos de genes MHC autólogos.
Benacerraf comenzó su trabajo ganador del premio Nobel de
fisiología y medicina, con una observación casual. Había
inmunizado a un grupo de conejillos de Indias con un antígeno
sintético de heterogeneidad restringida (conjugados haptenos de
poli-L-lisina), esperando que los animales desarrollaran una
respuesta inmune. Sin embargo, sólo alrededor del 40 por ciento de
los roedores reaccionaban, lo que sugiere que diferencias genéticas
individuales controlaban la respuesta. Agrupados los animales en
positivos y negativos, a través de una serie de experimentos de
apareamiento cruzado, confirmó que la respuesta era controlada por
un gen dominante.
Se trataba, de acuerdo a Benacerraf, de un fenómeno
importante. La respuesta a estos u otros antígenos similares, era
controlada por genes autosómicos dominantes. Fue el comienzo de
una historia larga y compleja que condujo a la comprensión de la
manera en que actuaban estos genes, presentes en el complejo
mayor de histocompatibilidad de los mamíferos, el ejercicio de sus
funciones y la determinación de la respuesta inmune.
Las reacciones inmunológicas, son las respuestas inmunes del
gen que codifica el complejo mayor de histocompatibilidad (MHC)
molécula, que a su vez fue considerada principal implicada en el
rechazo del injerto. Ese hallazgo de que el rechazo del injerto y el
rechazo de patógenos fueron mediadas por la misma molécula
abrió el camino para una comprensión de la enfermedad
autoinmune, el trasplante de órganos y las diferencias en individuos
en una población de responder al mismo patógeno. Era el umbral
de descubrir el gen que gobierna la reacción del sistema inmune
respecto a los cuerpos extraños,
Baruj Benacerraf, el estudiante no aceptado en Columbia, que
se traslada a Virginia para estudiar medicina, y que participa en la
segunda guerra mundial, que regresa al laboratorio Kabat de
Columbia, que la familia lo dispone en París, para recalar de nuevo
en USA, donde es profesor de patología en la escuela de medicina
de la New York University y finalmente arreductarse en la
Universidad de Harvard, como docente e investigador por más de
20 años (1970-1991) y en ese tiempo producir un conjunto de
trabajos investigativos que lo conducen a uno en particular (La
histocompatibilidad de genes ligados a la respuesta inmune) con el
que gana un premio Nobel de fisiología y medicina en 1980 junto a
Jeann Dausset y George Snell. El dictum del Nobel en 1980 reza
textualmente:

“El conocimiento adquirido sobre los antígenos H, reviste


una gran importancia para los trasplantes de tejidos -el
traspaso de un tejido de un individuo a otro- y para la
comprensión de lo que pone en conexión la constitución
genética y la enfermedad. Snell ha discernido los factores
genéticos que deciden la posibilidad de transferir un tejido
de un individuo a otro. A ello es debido la noción de
antígeno H. Dausset ha revelado la presencia de antígenos H
en el hombre, y ha estudiado los factores genéricos que rigen
su formación. Benacerraf ha mostrado que los factores
hereditarios están íntimamente ligados a los genes que
determinan la producción de antígenos. Se reconocen y
premian por sus aportes relevantes a la inmunología”.

En 1983 visitó Venezuela y dictó una conferencia magistral en el


VI congreso latinoamericano y primer congreso venezolano de
genética, realizado en Maracaibo. En una entrevista que concede al
diario El Nacional expresa sentirse venezolano a plenitud:

“Nací en Caracas, Venezuela, el 29 de octubre de 1920, de


ascendencia judío español. Mi padre, un hombre de negocios
hecho a sí mismo, era comerciante textil e importador. Había
nacido en el Marruecos español, mientras que mi madre
nació y se crio en la Argelia francesa. Cuando tenía cinco
años, mi familia se trasladó a París donde residió hasta 1939.
La Segunda Guerra Mundial obligó a regresarnos a
Venezuela, donde mi padre mantenía un negocio próspero.
Se decidió que debía continuar mi educación en los Estados
Unidos y nos mudamos a Nueva York en 1940. Desde
entonces vuelvo a Venezuela con la frecuencia que me lo
permite mi trabajo y la salud”.

Entre 1981 y 1996, Benacerraf fue reconocido como doctor honoris


causa en ciencias, en nueve universidades (Virginia, Nueva York,
Yeshiva, Columbia, Adelphi, Harvard, Burdeos, Viena, y el
Instituto Universitario de Weizmann). Fue presidente de la
asociación americana de inmunólogos (1973) y de la sociedad
americana de biología experimental y medicina (1974).
Presidió el famoso instituto oncológico Dana-Farber entre 1980
y 1992. Miembro de la academia americana de artes y ciencias
(1972) y de la academia nacional de ciencias, de los EE.UU.
(1973). Además del Nobel, Benacerraf recibió el Premio Rous-
Whipple de la asociación americana de patólogos (1985) y la
medalla nacional de ciencias en USA (1990).
Baruj Benacerraf es el único venezolano de origen que ha
obtenido un premio Nobel de fisiología y medicina. Sin duda un
hito memorable que merece destacarse. Murió en Boston el 2 de
agosto de 2011, a la edad de 90 años.
Jacinto Convit
Caracas, 1913 - Caracas, 2014

Acaso nunca imaginó Jacinto Convit que su paso por la leprosería


de Cabo Blanco, en el otrora Departamento Vargas, sería tan
decisivo en su vida. Allí asistió en 1937, aun sin haberse graduado,
a instancias de Martín Vegas, quien le impartía clases de
dermatología en la facultad de medicina de la Universidad Central
de Venezuela. Al respecto, el propio Convit lo expresa:

“Cabo Blanco, era una inmensa casona, hecha en 1906, en el


gobierno de Cipriano Castro, donde se encontraban 1200
pacientes recluidos. No sé qué era más impresionante si la
enfermedad en sí o el rostro de dolor de aquellos seres. La
lepra no tenía cura. A la gente la cazaban en la calle. Nadie
se preguntaba qué pasaría con el alma de aquellas personas,
con sus familias. Los hospitalizaban tan sólo por sospechar
que padecían la enfermedad. Se tapaban los espejos, como si
el reflejo del mal fuese a contaminar hasta las sombras. Era
un desastre”.

Después, en 1938, ingreso como médico residente a la leprosería y


comenzaría para Convit, el reto de buscar una alternativa de
tratamiento a tantos enfermos. En aquel tiempo, el tratamiento
contra la lepra, descrita por Hansen, consistía en el uso del aceite
que se extraía de un árbol asiático llamado chamulgra. Con la
colaboración de un químico danés de nombre Georg Jorgesen,
refinó el líquido y pudo atender a más pacientes.
Al proseguir con la investigación se toparon con un trabajo de
un médico misionero galés de apellido Miur, que había descubierto
un producto compuesto de sulfa y el diamin llamado difenil sulfona
(DDS). Entonces, buscaron la forma de conseguir varios kilos de
estos componentes; y prepararon tabletas que les suministraba a los
pacientes. Al cabo de un año la mejoría era notoria:

“Era una maravilla, porque no había otra cosa. Iniciamos un


programa de lucha antileprosa. Fuimos convenciendo a todo
el mundo. Comenzó a cambiar el panorama. No tuvimos,
sino que meter un poco el corazón. Entrenamos a médicos
para que se trasladaran a los hospitales rurales”.

En 1946, Convit es nombrado médico de los servicios antileprosos


en Venezuela y junto a su equipo diagnostican 18 mil casos de
lepra en todo el país, tras lo que organizan 24 centros de atención.
Ya en 1949 había uno o dos servicios de dermatología sanitaria en
cada estado de la nación. Convit, quien insistía en que los pacientes
debían ser vistos como portadores de una enfermedad igual a las
demás, y, por ende, sentían, sufrían y padecían como cualquier otro
enfermo lo hacía.
Convit inoculó el bacilo de la lepra en armadillos (cachicamos)
de la familia Dasypodidae lo que le permitió obtener el
microbacterium leprae, que mezclado con la BCG (vacuna de la
tuberculosis) produjo la inmunización. Era la vacuna contra la lepra
de Jacinto Convit. Con el uso de la vacuna en Venezuela la tasa de
enfermos de lepra se había reducido a 0.6 casos por cada 10 mil
habitantes, en estadísticas de 1998.
Luego de controlar la Lepra, Convit se plantea el reto de crear
un centro de investigaciones científicas. Así, nació el Instituto de
Dermatología, que posteriormente se llamó Instituto de
Biomedicina de Caracas (IBC), el cual dirige desde 1972, y es
desde el 2 de julio de 1973 la sede del Centro Internacional de
Investigación y Adiestramiento sobre lepra y enfermedades afines.
En el caso de la leishmaniasis cutánea localizada (LCL), la
utilización del mismo modelo de vacuna de la lepra permitía
inmunizar a los pacientes que mostraban deficiencias en la
respuesta específica ante el parásito. En 1987, Convit publicó un
primer trabajo, dónde se comparan a dos grupos de pacientes: unos
tratados con tres inyecciones de la vacuna anti lepra y otro con 20
inyecciones de antimoniato de meglumina (Glucantime), que era el
tratamiento estándar de la enfermedad. Al cabo de 32 semanas,
94% de ambas muestras se habían curado, al tiempo que se
observaron efectos secundarios en 5,8% del primer grupo y 52,4%
del segundo.
De esta forma, la inmunoterapia (la vacuna) se presentaba como
una herramienta para tratar la leishmaniasis a costos y riesgos
bajos, por lo que podía aplicarse en servicios asistenciales sin
ameritar la supervisión de especialistas.
El anhelo de Convit era “continuar con el trabajo todos los
días”. Nunca se jubiló y murió cumplido un siglo de vida. Siempre
quiso ser recordado como “un médico que hizo su trabajo”. Murió
en Caracas, en 2014, pensando, hasta su último aliento de
investigador indomable, en el sueño de poder conseguir una vacuna
contra el cáncer.
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