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Clement Greenberg

Arte y Cultura
Ensayos críticos

Colección Punto y Línea

Editorial Gustavo Gilí, S. A.


Barcelona-29 Rosellón, 87-89. Tel. 259 14 00
Madrid-6 Alcántara, 21. Tel. 401 17 02
Vigo Marqués de Valladares, 47, l.° Tel. 21 21 36
Bilbao-2 Carretera de Larrasquitu, 20 (R ecald eb erri) Tel. 432 93
Sevilla-11 M adre Ráfols, 17. Tel. 45 10 30 CAI v-A-oín
1064 Buenos A ires Cochabamba, 154-158. Tel. 221 41 85
M éxico 12 D.F. Yácatas, 218. Tels. 687 18 67 y 687 15 49
Bogotá Diagonal 45 N.° 16 B - ll. Tel. 245 67 60
Santiago de Chile Santa Beatriz, 120. Tel. 23 79 27 GG banco DF LA REPUBLICA
BIBLIOTECA LUIS-ANGEl ARANQ©
DEPIO. DE ADQUISICION
índice

P r ó lo g o ............................................................................. 9

Cultura en general

Título original Vanguardia y Kitsch ( 1 9 3 9 ) ......................................... 12


Art and Culture Los apuros de la cultura (1 9 5 3 )................................... 28
Critical Essays

Versión castellana Arte en París


de Justo G. Beramendi
El último Monet (1956, 1959)......................................... 40
Renoir ( 1 9 5 0 ) ................................................................. 43
Cézanne (1 95 1)................................................................. 51
Picasso a los setenta y cinco años (1957)........................ 59
Collage (1 9 5 9 )................................................................. 59
Georges Rouault ( 1 9 4 5 ) ............................................... 81
Braque (1949, 1 9 5 6 ) ..................................................... 84
Marc Chagall ( 1 9 4 6 ) ..................................................... 88
Ei maestro Léger ( 1 9 5 4 ) ............................................... 93
Jacques Lipchitz ( 1 9 5 4 ) ...................................................... ιοί
Kandinsky (1948, 1 9 5 7 ) ............................................... 106
© Clement Greenberg / Beacon Press, Boston, 1961, 1965 Soutine ( 1 9 5 1 ) ......................................... . . . 109
Los libros de Beacon Press se editan bajo los auspicios La Escuela de París (1946)............................. . 114
de la Unitarian Universalist Association Ponencia en un Simposium (1953)................................... 118
Para la edición castellana
Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona, 1979

Printed in Spain Arte* en general


ISBN 84 -252-0935-8
Depósito Legal: B. 28635 - 1979 Pintura «primitiva» (1942, 195 8)................................... 122
Gráficas Diamante, Zamora 83, Barcelona-18 Abstracto y representacional (1 9 5 4 ).............................. 126

5
La nueva escultura (1948, 1 95 8)............................. 132
/ «Crónica de Arte» en Partisan Review (1952). . . . 138
La crisis de la pintura de caballete (1948) . . . . 145
x El pasado pictórico de la esculturamodernista (1952) . 149
Wyndham Lewis contra el arte abstracto(1957) . . . 154
Paralelismos bizantinos ( 1 9 5 8 ) ............................. 157
Acerca del papel de la naturaleza en la pintura moder­
na ( 1 9 4 9 ) ........................................................... 160

Arte en Estados Unidos

Thomas Eakin (1 9 4 4 )............................................... 164


John Marin (1948)..................................................... 167
Winslow Homer (1944)............................................... 170
Hans Hofmann (1958)............................................... 174
Milton Avery ( 1 9 5 8 ) ............................................... 181
David Smith (1956)..................................................... 186
Pintura «tipo norteamericano» (1955, 1958) . . . . 190
Los últimos treinta años en Nueva York (1957, 1960) . . 209 A Margaret Marshall

N otas...............................................................................215

ΙΙΛΡΙΙΡ
Prólogo

Los artículos reunidos en este libro se publicaron ori­


ginariamente en Partisan Review, The Nation Commentary, Arts
(antigua Art Digest), Art News y The New Leader. Pocos han
permanecido en su forma primitiva. Cuando la revisión no
cambia la esencia de lo que se dice, me tomo la libertad de
consignar solamente la fecha de la primera publicación. Cuan­
do la revisión ha afectado a la esencia, en unos casos doy tanto
la fecha de la primera publicación como la de la revisión; y
en otros, si los cambios son muy radicales, sólo la segunda.
Este libro no está pensado como un registro, absoluta­
mente fiel de mi actividad de crítico. No sólo se han modifi­
cado muchas cosas, sino que lo dejado fuera supera con mucho
lo recogido. No niego ser uno de esos críticos que se educan
en público, pero no veo razón por la cual haya de conservar
en un libro todo el atolondramiento y los desechos de'mi auto­
educación.
Clement Greenberg

9
Cultura en general
Vanguardia y Kitsch
I
Una sociedad que en el transcurso de su desarrollo es
cada vez más incapaz de justificar la inevitabilidad de sus for­
mas particulares rompe las ideas aceptadas de las que necesa­
riamente dependen artista; y escritores para comunicarse con
sus públicos. Y se hace difícil asumir algo. Se cuestionan to­
das las verdades de la religión, la autoridad, la tradición, el
estilo, y el escritor o el artista ya no es capaz de calcular la
respuesta de su público a los símbolos y referencias con que
trabaja. En el pasado, una situación de este tipo solía resol­
verse en un alejandrinismo inmóvil, en un academicismo en
el que nunca se abordaban las cuestiones realmente importan­
tes porque implicaban controversia, y en el que la actividad
creativa mermaba hasta reducirse a un virtuosismo en los pe­
queños detalles de la forma, decidiéndose todos los problemas
importantes por el precedente de los Viejos Maestros. Los mis­
La misma civilización produce simultáneamente dos mos temas se varían mecánicamente en cien obras distintas, sin
cosas tan diferentes como un poema de T. S. Eliot y una cam por ello producir nada nuevo: Estacio, versos en mandarín, es­
ción de Tin Pan Alley, o una pintura de Braque y una cubierta cultura romana, pintura Beaux-Arts, arquitectura neorrepubli-
del Saturday Evening Post. Las cuatro se sitúan en el campo cana.
de la cultura, forman ostensiblemente parte de la misma cul­ En medio de la decadencia de nuestra sociedad, algu­
tura y son productos de la misma sociedad. Sin embargo, todos nos nos hemos negado a aceptar esta última fase de nuestra
sus puntos comunes parecen terminar ahí. Un poema de Eliot propia cultura y hemos sabido ver signos de esperanza. Al es­
y un poema de Eddie Guest: ¿qué perspectiva cultural es sufi­ forzarse por superar el alejandrinismo, una parte de la socie­
cientemente amplia para permitirnos establecer entre ellos una dad burguesa occidental ha producido algo desconocido ante­
relación iluminadora? El hecho de que tal disparidad exista riormente: la cultura de vanguardia. Una superior conciencia
en el marco de una sola tradición cultural, que se ha dado de la historia — o más exactamente, la aparición de una nueva
y se da por supuesta, ¿indica que la disparidad forma parte clase de crítica de la sociedad, de una crítica histórica— la
del orden natural de las cosas? ¿O es algo enteramente nuevo, ha hecho posible. Esta crítica no ha abordado la sociedad pre­
algo específico de nuestra época?
sente con utopías atemporales, sino que ha examinado serena­
La respuesta exige algo más que una investigación es­ mente, y desde el punto de vista de la historia, de la causa y el
tética. En mi opinión, es necesario examinar más atentamente efecto, los antecedentes, las justificaciones y las funciones de
y con más originalidad que hasta ahora la relación entre la las formas que radican en el corazón de toda sociedad. Y así,
experiencia estética — tal como se enfrenta a ella el individuo el actual orden social burgués ya no se presenta como una
concreto, y no el generalizado— y los contextos históricos y condición «natural» y eterna de la vida, sino sencillamente como
sociales en los que esa experiencia tiene lugar. Lo que saque­ el último término de una sucesión de órdenes sociales. Artistas
mos a la luz nos responderá, además de la pregunta que aca­ y poetas pronto asumieron, aunque inconscientemente en la
bamos de plantear, otras cuestiones, quizá más importantes. mayoría de los casos, nuevas perspectivas de este tipo, que
pasaron a formar parte de la conciencia intelectual avanzada
de las décadas quinta y sexta del siglo xix. No fue casual, por
tanto, que el nacimiento de la vanguardia coincidiera cronoló­
gica y geográficamente con el primer y audaz desarrollo del
pensamiento científico revolucionario en Europa.

13
literatura no pueda ser reducible, en todo o en parte, a algo
Cierto que los primeros pobladores de la bohemia — en­
que no sea ella misma.
tonces idéntica a la vanguardia— adoptaron pronto una actitud Pero lo absoluto es lo absoluto, y ei poeta o el artista,
manifiestamente desinteresada hacia la política. Con todo, sin
por el mero hecho de serlo, estima algunos valores relativos
esa circulación de ideas revolucionarias en el aire que ellos
más que otros. Los mismos valores en cuyo nombre invoca lo
también respiraban, nunca habrían podido aislar su concepto
absoluto son valores relativos, valores estéticos. Y por eso re­
de «burgués» para proclamar que ellos no lo eran. Y sin el
sulta que acaba imitando, no a Dios —y aquí empleo «im itar»
apoyo moral de las actitudes políticas revolucionarias tampoco
en su sentido aristotélico— , sino a las disciplinas y los procesos
habrían tenido el coraje de afirmarse tan agresivamente como
del arte y la literatura. He aquí la génesis de lo «abstracto».1
lo hicieron contra los valores prevalecientes en la sociedad.
Al desviar la atención del tema nacido de la experiencia co­
Y realmente hacía falta coraje para ello, pues la emigración
mún, el poeta o el artista la fija en el medio de su propio ofi­
de la vanguardia desde la sociedad burguesa a la bohemia signi­
cio. Lo «abstracto» o no representacional, si ha de tener una
ficaba también una emigración desde los mercados del capita­
validez estética, no puede ser arbitrario ni accidental, sino que
lismo, de los que artistas y escritores habían sido arrojados
debe brotar de la obediencia a alguna restricción valiosa o al­
por el hundimiento del mecenazgo aristocrático. (Ostensible­
gún original. Y una vez se ha renunciado al mundo de la expe­
mente al menos, esto implicaba pasar hambre en una buhar­
riencia común y extrovertida, sólo es posible encontrar esa
dilla, aunque más tarde se demostraría que la vanguardia per­
restricción en las disciplinas o los procesos mismos por los
manecía atada a la sociedad burguesa precisamente porque ne­
cesitaba su dinero.) que el arte y la literatura han imitado ya lo anterior. Y ellos
se convierten en el tema del arte y la literatura. Continuando
Pero es cierto que la vanguardia, en cuanto consiguió
con Aristóteles, si todo arte y toda literatura son imitación, lo
«distanciarse» de la sociedad, viró y procedió a repudiar la po­
único que tenemos a la postre es imitación del imitar. Según
lítica, fuese revolucionaria o burguesa. La revolución quedó re­
legada al interior de la sociedad, a una parte de ese cenagal Yeats:
de luchas ideológicas que el arte y la poesía encuentran tan
Ñor is there singing school but studying
poco propicio tan pronto como comienza a involucrar esas «pre­
Monuments of its own magnificence.
ciosas» creencias axiomáticas sobre las cuales ha tenido que
basarse la cultura hasta ahora. Y de ahí se dedujo que la ver­ Picasso, Braque, Mondrian, Miró, Kandinsky, Brancu-
dadera y más importante función de la vanguardia no era «ex­
si, y hasta Klee, Matisse y Cézanne tienen como fuente prin­
perimentar», sino encontrar un camino a lo largo del cual fuese
cipal de inspiración el medio en que trabajan.2 El interés de
posible mantener en movimiento la cultura en medio de la
su arte parece radicar ante todo en su preocupación pura por
confusión ideológica y la violencia. Retirándose totalmente de
la invención y disposición de espacios, superficies, contornos,
lo público, el poeta o el artista de vanguardia buscaba mante­
colores, etc., hasta llegar a la exclusión de todo lo que no esté
ner el alto nivel de su arte estrechándolo y elevándolo a la
necesariamente involucrado en esos factores. La atención de
expresión de un absoluto en el que se resolverían o se margi­
poetas como Rimbaud, Mallarmé, Valéry, Éluard, Pound, Hart
narían todas las relatividades y contradicciones. Aparecen el
Crane, Stevens, e incluso Rilke y Yeats, parece centrarse en
«arte por el arte» y la «poesía pura», y tema o contenido se
el esfuerzo por crear poesía y en los «momentos» mismos de
convierten en algo de lo que huir como de la peste.
la conversión poética, y no en la experiencia a convertir en
Y ha sido precisamente en su búsqueda de lo abso­ poesía. Por supuesto, esto no excluye otras preocupaciones en
luto cómo la vanguardia ha llegado al arte «abstracto» o «no
su obra, pues la poesía ha de manejar palabras, y las palabras
objetivo», y también la poesía. En efecto, el poeta o el artista
tienen que comunicar algo. Algunos poetas, como Mallarmé y
de vanguardia intenta imitar a Dios creando algo que sea vá­
Valéry,3 son en este aspecto más radicales que otros, dejando
lido exclusivamente por sí mismo, de la misma manera que la
a un lado a aquellos poetas que han intentado componer poesía
naturaleza misma es válida, o es estéticamente válido un paisa­
exclusivamente como puros sonidos. No obstante, si fuese más
je, no su representación; algo dado, increado, independiente
fácil definir la poesía, la poesía moderna sería mucho más
de significados, similares u originales. El contenido ha de disol­
«pura» y «abstracta». La definición de estética de vanguardia
verse tan enteramente en la forma que la obra de arte o de
15
14
formulada aquí no es un lecho de Procusto para los restantes No debemos dejarnos engañar por fenómenos superfi­
campos de la literatura. Pero, aparte de que la mayoría de los ciales y éxitos locales. Los shows de Picasso todavía arrastran
mejores novelistas contemporáneos han ido a la escuela de
a las multitudes y T. S. Eliot se enseña en las universidades;
la vanguardia, es significativo que el libro más ambicioso de
los marchantes del arte modernista aún hacen buenos nego­
Gide sea una novela sobre la escritura de una novela, y que
cios, y los editores todavía publican alguna poesía «difícil».
Ulysses y Finnegans Wake de Joyce parezcan por encima de Pero la vanguardia, que ventea ya el peligro, se muestra más
todo —como ha dicho un crítico francés— la reducción de la tímida cada día que pasa. El academicismo y el comercialis­
experiencia a la expresión por la expresión, una expresión que
mo están apareciendo en los lugares más extraños. Esto sólo
importa mucho más que lo expresado.
puede significar una cosa: la vanguardia empieza a sentirse
Que la cultura de vanguardia sea la imitación del imi­
insegura del público del que depende: los ricos y los cultos.
tar —el hecho mismo— no reclama nuestra aprobación ni nues­ ¿Está en la naturaleza misma de la cultura de vanguar­
tra desaprobación. Es cierto que esta cultura contiene en sí
dia ser la única responsable del peligro que halla en sí? ¿O se
misma algo de ese mismo alejandrinismo que quiere superar.
trata solamente de una contingencia peligrosa? ¿Intervienen
Los versos de Yeats que hemos citado se refieren a Bizancio,
otros factores, quizá más importantes?
que está bastante próximo a Alejandría; y en cierto sentido
esta imitación del imitar constituye una clase superior de ale­
jandrinismo. Pero hay una diferencia muy importante: la van­
guardia se mueve, mientras que el alejandrinismo permanece
quieto. Y esto es precisamente lo que justifica los métodos de II
/
la vanguardia y los hace necesarios. La necesidad estriba en Donde hay vanguardia generalmente encontramos tam­
que hoy no existe otro medio posible para crear arte y litera­ bién una retaguardia. Al mismo tiempo que la entrada en esce­
tura de orden superior. Combatir esa necesidad esgrimiendo na de la vanguardia, se produce en el Occidente industrial un
calificativos como «formalismo», «purismo», «torre de mar­
segundo fenómeno cultural nuevo: eso que los alemanes han
fil», etc., es tan aburrido como deshonesto. Sin embargo, con bautizado con el maravilloso nombre de kitsch, un arte y una
esto no quiero decir que el hecho de que la vanguardia sea lo literatura populares y comerciales con sus cromotipos, cubier­
que es suponga una ventaja social. Todo lo contrario.
tas de revista, ilustraciones, anuncios, publicaciones en papel
La especialización de la vanguardia en sí misma, el he­ satinado, cómics, música Tin Pan Alley, zapateados, películas
cho de que sus mejores artistas sean artistas de artistas, sus de Hollywood, etc. Por alguna razón, esta gigantesca aparición
mejores poetas, poetas de poetas, la ha malquistado con mu­
se ha dado siempre por supuesta. Ya es hora de que pensemos
chas personas que otrora eran capaces de gozar y apreciar un
en sus causas y motivos.
arte y una literatura ambiciosos, pero que ahora no pueden o El kitsch es un producto de la revolución industrial
no quieren iniciarse en sus secretos de oficio. Las masas siem­
que urbanizó las masas de Europa Occidental y Norteamérica,
pre han permanecido más o menos indiferentes a los procesos
y estableció lo que se denomina alfabetidad universal.
de desarrollo de la cultura. Pero hoy tal cultura está siendo Con anterioridad, el único mercado de la cultura for­
abandonada también por aquellos a quienes realmente perte­
mal — a distinguir de la cultura popular— había estado forma­
nece: la clase dirigente. Y es que la vanguardia pertenece a
do por aquellos que, además de saber leer y escribir, podían
esta clase. Ninguna cultura puede desarrollarse sin una base
permitirse el ocio y el confort que siempre han ido de la mano
social, sin una fuente de ingresos estables. Y en el caso de la
con cualquier clase de adquisición de cultura. Hasta entonces
vanguardia, esos ingresos los proporcionaba una élite dentro
esto había ido indisolublemente unido a la alfabetidad. Pero
de la clase dirigente de esa sociedad de la que se suponía apar­
con la introducción de la alfabetidad universal, la capacidad de
tada, pero a la que siempre permaneció unida por un cordón
leer y escribir se convirtió casi en una habilidad menor, como
umbilical de oro. La paradoja es real. Y ahora esa élite se
conducir un coche, y dejó de servir para distinguir las inclina­
está retirando rápidamente. Y como la vanguardia constituye
ciones culturales de un individuo, pues ya no era el concomi­
la única cultura viva de que disponemos hoy, la supervivencia
tante exclusivo de los gustos refinados.
de la cultura en general está amenazada a corto plazo.
Los campesinos que se establecieron en las ciudades
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como proletarios y los pequeños burgueses aprendieron a leer a conservar y ampliar sus mercados. Aunque en esencia él es
y escribir en pro de una mayor eficiencia, pero no accedieron su propio vendedor, se ha creado para él un gran aparato de
al ocio y al confort necesarios para disfrutar de la tradicional ventas, que presiona sobre todos los miembros de la sociedad.
cultura de la ciudad. Sin embargo, perdieron el gusto por la Se montan sus trampas incluso en aquellos campos que consti­
cultura popular, cuyo contexto era el campo, y al mismo tiem­ tuyen la reserva de la verdadera cultura. En un país como el
po descubrieron una nueva capacidad de aburrirse. Por ello, nuestro, no basta ya con sentirse inclinado hacia esta última;
las nuevas masas urbanas presionaron sobre la sociedad para hay que sentir una auténtica pasión por ella, pues sólo esa pa­
que se les proporcionara el tipo de cultura adecuado a su pro­ sión nos dará la fuerza necesaria para resistir la presión del
pio consumo. Y se ideó una nueva mercancía que cubriera la artículo falseado que nos rodea y atrae desde el momento en
demanda del nuevo mercado: la cultura sucedánea, kitsch, des­ que es lo bastante viejo para tener aspecto de interesante. El
tinada a aquellos que, insensibles a los valores de la cultura kitsch es engañoso. Presenta niveles muy diferentes, algunos
genuina, estaban hambrientos de distracciones que sólo algún lo suficientemente elevados para suponer un peligro ante el
tipo de cultura puede proporcionar. buscador ingenuo de la verdadera luz. Una revista como The
El kitsch, que utiliza como materia prima simulacros New Yorker, que es fundamentalmente kitsch de clase alta
academicistas y degradados de la verdadera cultura, acoge y para un tráfico de lujo, transforma y diluye para su propio uso
cultiva esa insensibilidad. Ahí está la fuente de sus ganancias. gran cantidad de material de vanguardia. Tampoco hay que
El kitsch es mecánico y opera mediante fórmulas. El kitsch pensar que todo artículo kitsch carece individualmente de va­
es experiencia vicaria y sensaciones falseadas. El kitsch cam­ lor. De cuando en cuando produce algo meritorio, algo que
bia con los estilos pero permanece siempre igual. El kitsch es tiene un auténtico regusto popular; y estos ejemplos acciden­
el epítome de todo lo que hay de espurio en la vida de nuestro tales y aislados han embobado a personas que deberían cono­
tiempo. El kitsch no exige nada a sus consumidores, salvo di­ cerlo mejor.
nero; ni siquiera les pide su tiempo. / Las enormes ganancias del kitsch son una fuente de
La condición previa del kitsch, condición sin la cual tentaciones para la propia vanguardia, cuyos miembros no
sería imposible, es la accesibilidad a una tradición cultural siempre saben resistirse. Escritores y artistas ambiciosos mo­
plenamente madura, de cuyos descubrimientos, adquisiciones y dificarán sus obras bajo la presión del kitsch, cuando no su­
autoconciencia perfeccionada se aprovecha el kitsch para sus cumben a ella por completo. Y es entonces cuando se producen
propios fines. Toma sus artificios, sus trucos, sus estratagemas, esos casos fronterizos que nos llenan de perplejidad, como el del
sus regidlas y temas, los convierte en sistema y descarta el resto. popular novelista Simenon en Francia, o el de Steinbeck en
Extrae su sangre vital, por decirlo así, de esta reserva de expe­ nuestro país. En cualquier caso, el resultado neto va siempre
riencia acumulada. Esto es lo que realmente se quiere decir en detrimento de la verdadera cultura.
cuando se afirma que el arte y la literatura populares de hoy El kitsch no se ha limitado a las ciudades en que na­
fueron ayer arte y literatura audaces y esotéricos. Por supues­ ció, sino que se ha desparramado por el campo, fustigando a la
to, tal cosa es falsa. La verdad es que, transcurrido el tiempo cultura popular. Tampoco muestra consideración alguna hacia
necesario, lo nuevo es robado para nuevas «vueltas» y servido fronteras geográficas o nacional-culturales. Es un producto en
como kitsch, después de aguarlo. Obviamente, todo kitsch es serie más del industrialismo occidental, y como tal ha dado
academicista; y a la inversa, todo academicismo es kitsch. Pues triunfalmente la vuelta al mundo, vaciando y desnaturalizando
lo que se llama academicista deja de tener, en cuanto tal, una culturas autóctonas en un país colonial tras otro, hasta el punto
existencia independiente para transformarse en la pretenciosa de que está en camino de convertirse en una cultura universal,
«fachada» del kitsch. Los métodos del industrialismo despla­ la primera de la Historia. En la actualidad, los nativos de Chi­
zan a las artesanías na, al igual que los indios sudamericanos, los hindúes, o los
Como es posible producirlo mecánicamente, el kitsch polinesios, prefieren ya las cubiertas de las revistas, las seccio­
ha pasado a formar parte integrante de nuestro sistema produc­ nes en huecograbado y las muchachas de los calendarios a los
tivo de una manera vedada para la auténtica cultura, salvo acci­ productos de su arte nativo. ¿Cómo explicar esta virulencia del
dentalmente. Ha sido capitalizado con enormes inversiones que kitsch, este atractivo irresistible? Naturalmente, el kitsch, fa­
deben ofrecer los correspondientes beneficios; está condenado bricado a máquina, puede venderse más barato que los ar-
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tículos manuales de los nativos, y el prestigio de Occidente tam­ uno de los más grandes artistas de su tiempo; incluso nosotros
bién ayuda; pero ¿por qué es el kitsch un artículo de exporta­ estamos de acuerdo con los egipcios antiguos en que el arte de
ción mucho más rentable que Rembrandt? Al fin y al cabo, las las Dinastías I I I y IV era el más digno de ser arquetípico para
reproducciones resultan igualmente baratas en ambos casos. los que vinieron después. Hemos llegado a colocar a Giotto por
En su último artículo sobre cine soviético, publicado encima de Rafael, pero no por ello negamos que Rafael fuese
en Partisan Review, Dwight Macdonald señala que el kitsch ha uno de los mejores pintores de su tiempo. Ha habido, pues,
pasado a ser en los últimos diez años la cultura dominante en acuerdo, y en mi opinión ese acuerdo se basa en la distinción
la Rusia Soviética. Culpa al régimen político no sólo de que el permanente entre aquellos valores que sólo se encuentran en
kitsch sea la cultura oficial, sino de que sea hoy la cultura real­ el arte y aquellos otros que se dan en otra parte. El kitsch,
mente dominante, la más popular, y cita el siguiente pasaje de merced a una técnica racionalizada que se alimenta de la cien­
The Seven Soviet Arts de Kurt London: «...la actitud de las cia y la industria, ha borrado en la práctica esa distinción.
masas ante los estilos artísticos, sean nuevos o viejos, sigue de­ Veamos, por ejemplo, lo que ocurre cuando uno de esos
pendiendo esencialmente de la naturaleza de la educación que ignorantes campesinos rusos de que habla Macdonald se en­
reciben de sus respectivos Estados.» Y continúa Macdonald: cuentra ante una hipotética libertad de elección entre dos pin­
«Después de todo, ¿por qué unos campesinos ignorantes ha­ turas, una de Picasso y otra de Repin. Supongamos que en la
brían de preferir Repin [un destacado exponente del kitsch primera ve un juego de líneas, colores y espacios que repre­
academicista ruso en pintura] a Picasso, cuya técnica abstracta senta a una mujer. La técnica abstracta le recuerda — si acep­
es al menos tan relevante para su primitivo arte popular como tamos la suposición de Macdonald para mí discutible— algo
el estilo realista del primero? No, si las masas acuden en tro­ de los iconos que ha dejado atrás en la aldea, y siempre la
pel al Tretyakov [museo moscovita de arte ruso contemporá­ atracción de lo familiar. Supongamos incluso que percibe vaga­
neo: kitsch] es en gran medida porque han sido condicionadas mente algunos de esos valores del gran arte que el culto ve
para huir del “ formalismo” y admirar el “realismo socialista” ». en Picasso. A continuación vuelve su mirada hacia un cuadro
En primer lugar, no se trata de elegir entre lo simple­ de Repin y ve una escena de batalla. La técnica no le resulta
mente viejo y lo simplemente nuevo, como London parece pen­ tan familiar... en cuanto técnica. Pero eso pesa muy poco ante
sar, sino de elegir entre lo viejo que es además malo y anticua­ el campesino, pues súbitamente descubre en el cuadro de Re­
do, y lo genuinamente nuevo. La alternativa a Picasso no es pin valores que le parecen muy superiores a los que estaba
Miguel Ángel, sino el kitsch. En segundo lugar, ni en la atrasa­ acostumbrado a encontrar en el arte de los iconos; y lo extraño
da Rusia ni en el avanzado Occidente prefieren las masas el constituye en’ sí mismo una de las fuentes de esos valores: los
kitsch simplemente porque sus gobiernos las empujen a ello. valores de lo vividamente reconocible, lo milagroso y lo sim­
Cuando los sistemas educativos estatales se toman la molestia pático. El campesino ve y reconoce en el cuadro de Repin las
de hablar de arte, mencionan a los viejos maestros, no al kitsch, cosas de la misma manera que las ve y reconoce fuera de los
y, sin embargo, nosotros colgamos de nuestras paredes un cuadros; no hay discontinuidad entre el arte y la vida, no ne­
Maxfield Parrish o su equivalente, en lugar de un Rembrandt o cesita aceptar una convención y decirse a sí mismo que el
un Miguel Ángel. Además, como señala el mismo Macdonald, icono representa a Jesús porque pretende representar a Jesús,
hacia 1925, cuando el régimen soviético alentaba un cine de incluso aunque no le recuerde mucho un hombre. Resulta mi­
vanguardiá, las masas rusas seguían prefiriendo las películas lagroso que Repin pueda pintar de un modo tan realista que
de Hollywood. Ningún «condicionamiento» explica la potencia las identificaciones son inmediatamente evidentes y no exigen
del kitsch.
esfuerzo alguno por parte del espectador. Al campesino le agra­
Todos los valores son valores humanos, valores relati­ da también la riqueza de significados autoevidentes que en­
vos, en arte y en todo lo demás. Pero al parecer ha habido cuentra en el cuadro: «narra una historia». Picasso y los ico­
siempre, a lo largo de los siglos, un consenso más o menos ge­ nos son, en comparación, tan austeros y áridos... Y es más,
neral entre las personas cultas de la humanidad sobre lo que Repin enaltece la realidad y la dramatiza: puestas de sol, obu-
es arte bueno y arte malo. El gusto ha variado, pero no más ses que explotan, hombres que corren y caen. No hay ni que
allá de ciertos límites; los conaisseurs contemporáneos con- hablar de Picasso o los iconos. Repin es lo que quiere el cam­
cuerdan con los japoneses del siglo x v iii en que Hokusai fue pesino, lo único que quiere. Sin embargo, es una suerte para
20 21
Repin que el campesino esté a salvo de los productos del capi­ lerminada. Siempre ha habido, de un lado, la minoría de los
talismo americano, pues tendría muy pocas posibilidades de sa­ poderosos —y, por tanto, la de los cultos— y de otro, la gran
lir triunfante frente a una portada del Saturday Evening Post masa de los pobres y explotados y, por tanto, de los ignorantes.
hecha por Norman Rockwell. La cultura formal ha pertenecido siempre a los primeros, y los
En último término podemos decir que el espectador segundos han tenido siempre que contentarse con una cultura
culto deriva de Picasso los mismos valores que el campesino popular rudimentaria, o con el kitsch.
de Repin, pues lo que este último disfruta en Repin también En una sociedad estable que funciona lo bastante bien
es arte en cierto modo, aunque a escala inferior, y va a mirar como para resolver las contradicciones entre sus clases, la di­
los cuadros impelido por los mismos instintos que empujan al cotomía cultural se difumina un tanto. Los axiomas de los me­
espectador culto. Pero los valores últimos que el espectador nos son compartidos por los más; estos últimos creen supersti­
culto obtiene de Picasso le llegan en segunda instancia, como ciosamente en aquello que los primeros creen serenamente. En
resultado de una reflexión sobre la impresión inmediata que tales momentos de la historia, las masas son capaces de sentir
le dejaron los valores plásticos. Sólo entonces entran en esce­ pasmo y admiración por la cultura de sus amos, por muy alto
na lo reconocible, lo milagroso y lo simpático, que no están que sea el plano en que se sitúa. Esto es cierto al menos para
inmediata o externamente presentes en la pintura de Picasso la cultura plástica, accesible a todos.
y por ello deben ser inyectados por un espectador lo bastante En la Edad Media, el artista plástico prestaba servi­
sensitivo para reaccionar suficientemente ante las cualidades cio, al menos de boquilla, a los mínimos comunes denomina­
plásticas. Pertenecen al efecto «reflejado». En cambio, en Repin dores de la experiencia. Esto siguió ocurriendo, en cierto gra­
el efecto «reflejado» ya ha sido incluido en el cuadro, ya está do, hasta el siglo xvn. Se disponía para la imitación de una
listo para que el espectador lo goce irreflexivamente.4 Allí realidad conceptual universalmente válida, cuyo orden no podía
donde Picasso pinta causa, Repin pinta efecto. Repin predigiere alterar el artista. La temática del arte venía prescrita por aque­
el arte para el espectador y le ahorra esfuerzos, ofreciéndole llos que encargaban las obras, obras que no se creaban, como
un atajo al placer artístico que desvía todo lo necesariamente en la sociedad burguesa, para especular con ellas. Y precisa­
difícil en el arte genuino. Repin, o el kitsch, es arte sintético. mente porque su contenido estaba predeterminado, el artista
Lo mismo puede decirse respecto a la literatura kitsch: tenía libertad para concentrarse en su medio artístico. No ne­
proporciona una experiencia vicaria al insensible, con una in­ cesitaba ser filósofo ni visionario, sino simplemente artífice.
mediatez mucho mayor de la que es capaz la ficción seria. Por Mientras hubo acuerdo general sobre los temas artísticos más
ello Eddie Guest y la Indian Love Lirics son más poéticos que valiosos, el artista se vio liberado de la obligación de ser ori­
T. S. Eliot y Shakespeare. ginal e inventivo en su «materia» y pudo dedicar todas sus
energías a los problemas formales. El medio se convirtió para
él, privada y profesionalmente, en el contenido de su arte, al
igual que su medio es hoy el contenido público del arte del
III pintor abstracto, con la diferencia, sin embargo, de que el ar­
tista medieval tenía que suprimir su preocupación profesional
Ahora vemos que, si la vanguardia imita los procesos en público, tenía que suprimir y subordinar siempre lo perso­
del arte, el kitsch imita sus efectos. La nitidez de esta antíte­ nal y profesional a la obra de arte acabada y oficial. Si sentía,
sis no es artificiosa; corresponde y define el enorme trecho que como miembro ordinario de la comunidad cristiana, alguna
separa entre sí dos fenómenos culturales tan simultáneos como emoción personal hacia su modelo, esto solamente contribuía
la vanguardia y el kitsch. Este intervalo, demasiado grande para al enriquecimiento del significado público de la obra. Las in­
que puedan abarcarlo las infinitas gradaciones del «modernis­ flexiones de lo personal no se hicieron legítimas hasta el Re­
m o» popularizado y el kitsch «modernista», se corresponde a nacimiento, y aún así manteniéndose dentro de los límites de
su vez con un intervalo social, intervalo que siempre ha existido lo reconocible de una manera sencilla y universal. Hasta Rem-
en la cultura formal y en lq sociedad civilizada, y cuyos dos brandt no empezaron a aparecer los artistas «solitarios», soli­
extremos convergen y divergen manteniendo una relación fija tarios en su arte.
con la estabilidad creciente o decreciente de una sociedad de- Pero incluso durante el Renacimiento, y mientras el

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arte occidental se esforzó en perfeccionar su técnica, las victo­
rias en este campo sólo podían señalizarse mediante el éxito en campesino no siente ninguna necesidad «natural» dentro de sí
la imitación de la realidad, pues no existía a mano otro criterio <|ue le empuje hacia Picasso a pesar de todas las dificultades.
objetivo. Con ello, las masas podían encontrar todavía en el ΛΙ final, el campesino volverá al kitsch, pues puede disfrutar
arte de sus maestros un motivo de admiración y pasmo. Se del kitsch sin esfuerzo. El Estado está indefenso en esta cues-
aplaudía hasta el pájaro que picoteaba la fruta en la pintura i ión y así sigue mienfras los problemas de la producción no
de Zeuxis. se hayan resuelto en un sentido socialista. Por supuesto, esto
Aunque parezca una perogrullada, recordemos que el también es aplicable a los países capitalistas y hace que todo
arte se convierte en algo demasiado bueno para que lo aprecie lo que se dice sobre el arte de las masas no sea sino pura de­
cualquiera, en cuanto la realidad que imita deja de correspon­ magogia.5
der, ni siquiera aproximadamente, a la realidad que cualquiera Allí donde un régimen político establece hoy una polí­
puede reconocer. Sin embargo, incluso en ese caso, el resenti­ tica cultural oficial, lo hace en bien de la demagogia. Si el
miento que puede sentir el hombre común queda silenciado por kitsch es la tendencia oficial de la cultura en Alemania, Italia
la admiración que le inspiran los patronos de ese arte, tínica­ y Rusia, ello no se debe a que sus respectivos gobiernos estén
mente cuando se siente insatisfecho con el orden social que controlados por filisteos, sino a que el kitsch es la cultura
administran comienza a criticar su cultura. Entonces el plebe­ de las masas en esos países, como en todos los demás. El es­
yo, por primera vez, hace acopio de valor para expresar abierta­ tímulo del kitsch no es sino otra manera barata por la cual
mente sus opiniones. Todo hombre, desde el concejal de Tam- los regímenes totalitarios buscan congraciarse con sus súbditos.
many hasta el pintor austríaco de brocha gorda, se considera Como estos regímenes no pueden elevar el nivel cultural de
calificado para opinar. En la mayor parte de los casos, este las masas —ni aunque lo quisieran— mediante cualquier tipo
resentimiento hacia la cultura se manifiesta siempre que la in­ de entrega al socialismo internacional, adulan a las masas ha­
satisfacción hacia la sociedad tiene un carácter reaccionario ciendo descender la cultura hasta su nivel. Por esa razón se
que se expresa en un revivalismo y puritanismo y, en último proscribe la vanguardia, y no porque una cultura superior sea
término, en un fascismo. Revólveres y antorchas empiezan a intrínsecamente una cultura más crítica. (El que la vanguardia
confundirse con la cultura. La caza iconoclasta comienza en pueda o no florecer bajo un régimen totalitario no es una
nombre de la devoción o la pureza de la sangre, de las cos­ cuestión pertinente en este contexto.) En realidad, el principal
tumbres sencillas y las virtudes sólidas. problema del arte y la literatura de vanguardia, desde el punto
de vista de fascistas y stalinistas, no es que resulten demasiado
críticos, sino que son demasiado «inocentes», es decir, demasia­
do resistentes a las inyecciones de una propaganda eficaz, cosa
IV a la que se presta mucho mejor el kitsch. El kitsch mantiene
al dictador en contacto más íntimo con el «alma» del pueblo.
Volviendo de momento a nuestro campesino ruso, suponga­ Si la cultura oficial se mantuviera a un nivel superior al ge­
mos que, después de preferir Repin a Picasso, el aparato edu­ neral de las masas, se correría el riesgo del aislamiento.
cativo del Estado avanza algo y le dice que está equivocado, Sin embargo, si fuese imaginable que las masas pidie­
que debe preferir a Picasso, y le demuestra por qué. Es muy ran arte y literatura de vanguardia, ni Hitler ni Mussolini ni
posible que el Estado Soviético llegue a hacer tal cosa. Pero Stalin vacilarían un momento en intentar satisfacer tal deman­
en Rusia las cosas son como son (y en cualquier otro país tam­ da. Hitler es un feroz enemigo de la vanguardia por razones
bién), por lo que el campesino pronto descubre que la necesi­ doctrinales y personales, pero eso no impidió que Goebbels
dad de trabajar duro durante todo el día para vivir y las cir­ cortejase ostentosamente en 1932-1933 a artistas y escritores
cunstancias rudas e inconfortables en que vive no le permiten i de vanguardia. Cuando Gottfried Benn, un poeta expresionista,
un ocio, unas energías y unas comodidades suficientes para ; se acercó a los nazis, fue recibido con grandes alardes, aunque
aprender a disfrutar de Picasso. Al fin y al cabo, eso exige una en aquel mismo instante Hitler estaba denunciando al Expre­
considerable cantidad de «condicionamientos». La cultura su­ sionismo como Kulturbolschewismus. Era un momento en que
perior es una de las creaciones humanas más artificiales, y el los nazis consideraban que el prestigio que tenía el arte de
vanguardia entre el público culto alemán podría ser ventajoso
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para ellos, y consideraciones prácticas de esta naturaleza han netti, Chirico y los demás son enviados a la oscuridad exterior,
tenido siempre prioridad sobre las inclinaciones personales de y la nueva estación ferroviaria de Roma ya no es modernista.
Hitler, pues los nazis son políticos muy hábiles. Posteriormen­ El hecho de que Mussolini tardara tanto en hacer esto ilustra
te, los nazis comprendieron que era más práctico acceder a los una vez más las relativas vacilaciones del fascismo italiano a
deseos de las masas en cuestión de cultura que a los de sus la hora de sacar las inevitables conclusiones de su papel.
paganos; estos últimos, cuando se trataba de conservar el po­ El capitalismo decadente piensa que cualquier cosa de
der, se mostraban dispuestos siempre a sacrificar tanto su cul­ calidad que todavía es capaz de producir se convierte casi in­
tura como sus principios morales; en cambio aquéllas, precisa­ variablemente en una amenaza a su propia existencia. Los
mente porque se las estaba privando del poder, habían de ser avances en la cultura, como los progresos en la ciencia y en
mimadas todo lo posible en otros terrenos. Era necesario crear, la industria, corroen la sociedad que los hizo posibles. En esto,
con un estilo mucho más grandilocuente que en las democra­ como en casi todas las demás cuestiones actuales, es necesario
cias, la ilusión de que las masas gobernaban realmente. Había citar a Marx palabra por palabra. Hoy ya no seguimos miran­
que proclamar a los cuatro vientos que la literatura y el arte do hacia el socialismo en busca de una nueva cultura, pues
que les gustaba y entendían er,an el único arte y la única lite­ aparecerá inevitablemente en cuanto tengamos socialismo. Hoy
ratura auténticos y que se debía suprimir cualquier otro. En miramos hacia el socialismo simplemente en busca de la pre­
estas circunstancias, las personas como Gottfried Benn se con­ servación de toda la cultura viva de hoy.
vertían en un estorbo, por muy ardientemente que apoyasen a
1939
Hitler; y no se oyó hablar más de ellas en la Alemania nazi.
Como podemos ver, aunque desde un punto de vista
el filisteísmo personal de Hitler y Stalin no es algo accidental
en relación con los papeles políticos que juegan, desde otro P.D. Para mi consternación, años después de publicarse esto(
punto de vista constituye sólo un factor que contribuye de una me enteré de que Repin nunca pintó una escena de batalla; no
manera simplemente incidental a la determinación de las políti­ era esa clase de pintor. Yo le había atribuido el cuadro de
algún otro autor. Eso demuestra mi provincialismo respecto
cas culturales de sus regímenes respectivos. Su filisteísmo per­
sonal se limita a aumentar la brutalidad y el oscurantismo de al arte ruso del siglo xix.
las políticas que se vieron obligados a propugnar condicionados (1972)
por el conjunto de sus sistemas, aunque personalmente hubie­
ran sido defensores de la cultura de vanguardia. Lo que la
aceptación del aislamiento de la revolución rusa obligó a hacer
a Stalin, Hitler se vio impulsado a hacerlo por su aceptación
de las contradicciones del capitalismo y sus esfuerzos para con­
gelarlas. En cuanto a Mussolini, su caso es un perfecto ejem­
plo de la disponibilité de un realista en estas cuestiones. Du­
rante años adoptó una actitud benevolente ante los futuristas
y construyó estaciones y viviendas gubernamentales de estilo
moderno. En los suburbios de Roma se ven más viviendas
modernistas que en casi cualquier otro lugar del mundo. Qui­
zás el fascismo deseaba demostrar que estaba al día, ocultar
que era retrógrado; quizá quería ajustarse a los gustos de la
rica élite a la que servía. En cualquier caso, Mussolini parece
haber comprendido al final que le sería más útil agradar los
gustos culturales de las masas italianas que los de sus dueños.
Era preciso ofrecer a las masas objetos de admiración y mara­
villa; en cambio, los otros podían pasarse sin ellos. Y así ve­
mos a Mussolini anunciando un «nuevo estilo imperial». Mari-
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Los apuros de la cultura aleja de la literatura no resulta nada nuevo, pero nunca se ha­
bía mostrado tan inexperto e incluso tan necio como aquí.
En el libro abundan perogrulladas como éstas: «...pue­
de decirse que la igualdad absoluta implica la irresponsabilidad
universal» y «una democracia en la que todo el mundo tiene la
misma responsabilidad ante todas las cosas sería opresora para i
las personas conscientes y licenciosa para los demás». Hay un
párrafo que empieza con esta frase: «E l problema de la colo­
nización nace de la emigración». Se habla de «talante oriental
de la mente rusa» y de «vastas fuerzas impersonales». Los films
norteamericanos son «ese artículo influyente e inflamable, el
celuloide». Un párrafo termina con la frase: «destruyendo nues-
Iros antiguos edificios para dejar libre el terreno sobre el que
los bárbaros nómadas del futuro acamparán en sus caravanas
mecanizadas», y se disculpa de él calificándolo de «floreo inci­
dental para aliviar los sentimientos del autor y quizá también
los de algunos de sus lectores más afines», sin percatarse al
parecer de qué clase de floreo puede ser tan manida expresión
T. S. Eliot ha hecho mucho por exponer las superfi­ periodística. Pero nuestro asombro se torna en desmayo ante
cialidades que acompañan a la popularización de las ideas li­ cosas como la siguiente: «N o apruebo el exterminio del ene­
berales, pero lo ha hecho tanto atacando los hábitos emocio­ migo: la política de exterminar o, como se dice bárbaramente,
nales como las ideas en cuanto tales. Y su batalla, en principio, liquidar a los enemigos es uno de los fenómenos más alarmantes
no parece librarse tanto contra el liberalismo en particular de la guerra y la paz modernas,' desde el punto de vista de quie­
como contra la muerte de la sensibilidad en general. Hasta los nes desean la supervivencia de la cultura. Uno necesita ene­
años veinte, tras su conversión religiosa —y cuando había co­ migos».
menzado a seguir el precedente establecido en el siglo xvm Sin embargo, a pesar de todo lo que hay en el libro de
según el cual el escritor eminente descubre al llegar a la ma­ incoherente, absurdo y hasta aburrido, persisten claros indi­
durez que la literatura no basta, y aspira al papel más elevado cios de esa intuición que llevaba a Eliot a plantear la cuestión
de sabio o de profeta— , no solidificó su posición en una actitud adecuada en el momento oportuno. Se enfrenta a un gran pro­
conscientemente antiliberal. Pero fue entonces también cuando blema que muchos pensadores más liberales o más ilustrados
la sensibilidad del propio Eliot comenzó a mostrar síntomas de que él preferían eludir, y señala algunos de los límites dentro
la misma enfermedad que él había venido diagnosticando. Su de los cuales había que plantear ese problema. Y una vez te­
debilidad por actitudes que él quizá pretendiera honestamente nidos en cuenta todos sus gaffes y todo su grado de irrespon­
pero que, en realidad, nunca adoptó, se hizo más acusada; y sabilidad intelectual, aún queda lo suficiente para tomárselo
una nota de parodia involuntaria se deslizó aquí y allá en su en serio.
prosa. Empezó a pronunciarse con frecuencia acerca de temas
tanto sociales y políticos como religiosos, y lo hizo con una
gravedad crecientemente estricta, aliviada por una jocosidad
cada vez más desasosegada. Formuló afirmaciones ante cuya El título mismo, Notes Towards the Definition of Cul­
lectura uno se resiste a creer lo que está viendo. ture, es engañoso, pues Eliot se limita a tomar una definición
Sirva todo esto como justificación de hasta qué punto y continuar adelante. La cultura «incluye todas las actividades
debemos tomarnos en serio el último libro de Eliot, Notes To- características de un pueblo: el Derby Day... la mesa de pino...
wards the Definition of Culture. Muy conscientes de quién es la col hervida y cortada en trozos... las iglesias góticas del si­
el autor de cada página, nos chocan aún más, por esa misma glo xix y la música de Elgar». Y «lo que forma parte de nuestra
razón, algunas cosas. Que Eliot puede ser inexperto cuando se cultura también lo forma de nuestra religión vivida». Tal como
28 29
usa Eliot los términos, «civilización» parece una palabra de que abandonar el sentido común para asentir, como yo mismo
contenido mucho más amplio que «cultura», aunque tiende lo haría (aunque nadie mejor que él para establecer un «crite­
también a hacerlos intercambiables, con consecuencias emba­ rio permanente» de comparación). Y si damos por supuesto que
razosas para él y para su argumentación. se ha producido cierta mejora en los niveles medios de cul­
En el capítulo introductorio escribe: tura, estoy seguro de que todos concordaríamos en que por
grande que fuese esa mejora nunca compensaría un deterioro
La pregunta más importante que podemos hacernos es si en los grados superiores.
existe o no algún criterio permanente que nos permita comparar Todo el acento de las Notes se carga en la descripción
una civilización con otra y hacernos una idea Je su progreso o su de tres «condiciones permanentes, en cuya ausencia no cabe
decadencia. Al comparar una civilización con otra, y al comparar esperar ninguna cultura superior». Eliot no pretende que nos
las diferentes etapas de nuestra propia civilización, hemos de ad­ pongamos inmediatamente a restablecer o restaurar esas condi­
mitir que ninguna sociedad ni ninguna época de una sociedad dada ciones; duda de que sea posible hacerlo en un futuro previsi­
realiza todos los valores de la civilización. Es imposible que todos
ble. Simplemente espera disipar las ilusiones populares sobre la
esos valores sean compatibles entre sí: y es igualmente cierto que
al realizar unos perdemos el aprecio por otros. No obstante, pode­ efectividad de medidas ad hoc.
mos distinguir entre progreso y retroceso. Podemos afirmar con La primera de esas tres condiciones es una
cierta seguridad que nuestra época es de decadencia; que los ni­
veles de cultura son más bajos que hace cincuenta años; y que las estructura orgánica-(y no simplemente planeada, sino en crecimien­
pruebas de esa decadencia son visibles en todas las facetas de la to) que fomente la transmisión hereditaria de cultura dentro de
actividad humana. No veo razón alguna por la cual la decadencia una cultura; y esto requiere la persistencia de las clases sociales.
de la cultura no haya de seguir adelante, ni razón que nos impida La segunda es la necesidad de que una cultura sea divisible geo­
incluso prever un período, bastante largo, durante el cual se podrá gráficamente en culturas locales: esto plantea el problema del «re­
decir que no hay ninguna cultura. Entonces la cultura tendrá que gionalismo». La tercera es el equilibrio entre unidad y diversidad
nacer de nuevo desde el suelo; y cuando digo que tiene que nacer en la religión, es decir, entre la .universalidad de la doctrina y los
de nuevo desde el suelo no me refiero a que la traigan de nuevo particularismos del culto y la devoción.
a la vida las actividades de demagogos políticos. Este ensayo plan­
tea la cuestión de si existen o no condiciones permanentes en ausen­ Pero no acaban aquí «todas las condiciones necesarias
cia de las cuales no cabe esperar ninguna cultura superior. para una cultura floreciente», sino que «hasta donde llegan mis
observaciones, es muy improbable que exista una civilización
Eliot no vuelve a hablar para nada de ese «criterio per­ superior si no se dan esas condiciones».
manente» de comparación que era «la pregunta más impor­ Una vez más, la argumentación de Eliot está mejor
tante que podemos hacernos». Nos maravilla cómo, «sin embar­ fundamentada de lo que parece. Cabe discutir que cualquiera
go, podemos distinguir entre culturas superiores e inferiores... de las culturas que han existido en el pasado cumpliera la se­
entre progreso y retroceso», y nos preguntamos de dónde viene gunda y la tercera condiciones, pero no hay duda alguna sobre
esa «seguridad» con que se afirma que las pruebas de una de­ la primera. No conocemos ninguna civilización ni cultura ur­
cadencia en los niveles culturales son «visibles en todas las bana sin división en clases. Éste es el punto fuerte de todo el
facetas de la actividad humana hoy». argumento conservador. Pero toda su fuerza está en la fuerza
Desde luego, las pruebas preponderantes mostrarían de los precedentes en que se apoya, y si encontráramos unos
todo lo contrario de esa decadencia cultural en la ciencia precedentes de signo contrario se vería considerablemente de­
y la investigación, en la salud y la ingeniería en los últimos bilitado. Y si ese punto se viniera abajo, la discusión sobre los
cincuenta años. La mayoría del mundo occidental come alimen­ apuros de la cultura contemporánea habría de extenderse mu­
tos mejor preparados y vive en interiores más agradables que cho más allá de los límites en que Eliot la encierra.
antes; y por mucho que los ricos puedan haber perdido en Hay que decir también que los límites que enmarcan
elegancia, los menos ricos son desde luego más finos que antes. la discusión de este mismo problema entre los liberales no son
La afirmación de Eliot no sólo es exagerada, sino innecesaria. mucho más amplios. El libro de Eliot me lo recuerda una vez
Si se hubiese limitado a decir que los niveles decaían en los más, pero también me recuerda la omnipresencia de Marx, sin
grados más altos de la cultura desinteresada, uno no tendría el cual ni el propio Eliot hubiera sido seguramente capaz de

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formular su postura conservadora con tanta agudeza. En Marx
dependa del conocimiento abstruso mucho más que cualquier
está el único origen real de la discusión del problema de la
sistema tecnológico pasado.
cultura, y ni conservadores ni liberales parecen haber ido más
Descubrimos también que los primeros efectos de la
allá de ese origen, ni siquiera parecen haberlo comprendido. Es
innovación tecnológica han sido casi siempre perturbadores y
a Marx, y sólo a él, a donde tenemos que volver para reformu­
destructivos, tanto política y socialmente como en el terreno
lar el problema de manera que haya una oportunidad de arro­
cultural. Las formas heredadas pierden su relevancia y se pro­
jar sobre él una luz nueva. El librito de Eliot tiene el mérito
duce un hundimiento general hasta que surgen formas más ade­
de remitirnos a Marx y a sus comienzos. Y cuando intentemos
ir más allá de esos comienzos nos encontraremos siguiendo to­ cuadas, formas que no suelen tener precedentes. Esta circuns­
tancia bastaría en sí misma para explicar la actual decadencia
davía las líneas que él marcó.
de la alta cultura sin necesidad de suponer que la civilización
occidental ha llegado a una etapa «final», semejante a la de la
civilización clásica con el imperio romano.
Marx fue el primero en afirmar que, incluso en las La revolución industrial no es solamente la primera
sociedades más avanzadas hasta la fecha, una baja productivi­ revolución tecnológica completa que ha experimentado la civi­
dad material es la causa que hace necesaria la división en clases lización desde sus comienzos; es también la más grande y pro­
para la civilización. Por esa razón la gran mayoría del pueblo funda desde la revolución agrícola que presidió todo el Neolíti­
ha de trabajar todo el tiempo para satisfacer sus propias ne­ co en el Próximo Oriente y que culminó con la revolución «del
cesidades y hacer posible el ocio y las comodidades de la minoría metal» que aceleró el desarrollo de la vida urbana. En otras
que realiza las actividades distintivas de la civilización. Según palabras, la revolución industrial marca un gran punto de in­
Marx, la tecnología científica —el industrialismo— acabaría con flexión de la historia en general y no sólo de la historia de la
las divisiones en clases porque produciría suficientes bienes ma­ civilización occidental. Además es también la más rápida y con­
teriales para liberar a todo el mundo de ese trabajo a full-time. centrada de todas las revoluciones tecnológicas.
Tuviera o no razón, al menos supo ver el cambio radical que Quizás esto ayude a explicar por qué nuestra cultura,
la revolución tecnológica introduciría inevitablemente en la for­ en sus niveles inferiores y populares, se ha hundido en abismos
ma de la sociedad civilizada de un modo u otro. En cambio, de vulgaridad y falsedad desconocidos en el pasado; ni en Roma
Eliot, como Spengler y Toynbee, supone que el cambio tecno­ ni en el Extremo Oriente ni en ninguna otra parte ha experi­
lógico, por generalizado que sea, no tiene fuerza para afectar mentado la vida diaria cambios tan rápidos y radicales como en
las bases formales u «orgánicas» de la civilización; y que el el último siglo y medio en Occidente. Pero al mismo tiempo
industrialismo, como el racionalismo y el gigantismo de las ciu­ esto ha tenido consecuencias beneficiosas, como he intentado
dades, no es sino un fenómeno «tardío» más de los que suelen señalar, consecuencias que resultan igualmente novedosas, al
menos en su escala.
acompañar y acelerar la decadencia de la cultura. Esto implica
que el renacimiento de la cultura habrá de producirse en las La situación es tan nueva, sobre todo en lo que afecta
a la cultura, que echa por tierra todas las generalizaciones
mismas condiciones que en el pasado.
Los que menosprecian así el factor tecnológico lo hacen basadas en la experiencia histórica que nos es familiar. Pero
con cierta verosimilitud porque generalizan a todas las épocas sigue en pie el problema de si es realmente lo bastante nueva
lo ocurrido en un pasado urbano y delimitado que no conoció para poner seriamente en duda esa primera condición que
cambios profundos en la tecnología hasta muy tarde. Esa vero­ Eliot considera necesaria para que exista una civilización supe­
similitud se desvanece si volvemos los ojos cuatro o cinco mil rior: «la persistencia de las clases sociales». Creo que la única
años atrás (con Alfred Weber y Franz Borkenau), hasta el pa­ respuesta posible es una que, como Marx decía de las «respues­
sado más remoto y preurbano. Descubrimos entonces no sólo tas» históricas en general, destruye la cuestión o el problema
que los efectos de la revolución tecnológica rara vez han sido mismo. Si el progreso tecnológico es irreversible, el industria­
transitorios, sino también que el progreso tecnológico ha sido lismo permanecerá, y bajo el industrialismo no puede sobre­
acumulativo e irreversible a largo plazo. Y no vemos por qué vivir, y mucho menos restaurarse, esa clase de civilización su­
el industrialismo ha de ser una excepción a esta regla, aunque perior en que piensa Eliot, la civilización que conocemos desde
hace cuatro mil años. Si la civilización superior en cuanto tal
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2 - GREENBERG
pero no se comprende que su calidad está determinada en ma­
no desaparece, habrá de desarrollarse un nuevo tipo acorde con
yor grado todavía por el carácter de la actividad que desenca­
las condiciones establecidas por el industrialismo. Entre esas
dena; en otras palabras, que el ocio es tanto una función como
condiciones figura con toda probabilidad una sociedad sin cla­
un producto del trabajo, y que cambia al cambiar el trabajo.
ses, o al menos una sociedad en la que las clases sociales ya
no persistirán al viejo modo, pues ya no estarán justificadas Este aspecto imprevisto del ocio es típico de todo lo que de
imprevisto tienen en general las consecuencias de la industriali­
por una necesidad económica. En mi opinión, Marx tendrá ra­
zación. Por esta y otras razones merece la pena que sigamos
zón en esa parte de su profecía (lo cual no quiere decir que
tratando este tema.
la desaparición de las tradicionales divisiones en clases dé paso
a la utopía).
Pero hasta que emerja ese nuevo tipo industrial de
alta civilización, las posiciones conservadoras de Eliot continua­
rán siendo sostenibles. Es un hecho que el ritmo intensamente Antes del industrialismo se pensaba que el ocio era el
acelerado de movilidad social hacia arriba, o más exactamente aspecto positivo de la vida y la condición para la realización
de movilidad material y económica, constituye la más grave de sus fines más elevados, mientras que el trabajo constituía
amenaza de la actual revolución tecnológica contra la conti­ su aspecto negativo. Esta creencia era tanto más implícita y
nuidad y la estabilidad de la cultura superior. Las instalacio­ general cuanto que rara vez se expresaba en palabras. Al mis­
nes tradicionales de la cultura urbana no pueden ajustarse a mo tiempo, el trabajo no se separaba tan inequívocamente del
una población — y no simplemente a una clase— cada vez ma­ ocio como ahora en lo relativo al tiempo o a la actitud, y esto
yor de recién llegados al confort y al ocio, sin sufrir deterioro. permitía que algunas actitudes desinteresadas del ocio y de la
El industrialismo ataca a la cultura tradicional en la misma cultura misma se desarrollaran dentro de un trabajo diluido.
medida en que promueve el bienestar social; al menos ése ha Es difícil precisar hasta qué punto el trabajo era entonces
sido el caso hasta la fecha. La solución conservadora sería fre­ menos duro, pero podemos suponer razonablemente que se co­
nar la movilidad social frenando la industrialización. Pero el braba un tributo más ligero que ahora sobre los nervios, si no
industrialismo y la industrialización permanecerán. Actualmen­ sobre los músculos. Si los trabajadores llevaban unas vidas más
te sus beneficios son demasiado reconocidos por la humanidad embrutecidas en el pasado, era más por la escasez de bienes
para que ésta renuncie a perseguirlos, de no mediar una vio­ materiales que por la ausencia de aparatos que ahorrasen tra­
lencia cósmica. Vemos, pues, que, por muy plausibles que pa­ bajo, y esa escasez se debía a que no trabajaban lo bastante
rezcan ser los diagnósticos conservadores sobre los apuros de duro, es decir, con la suficiente racionalidad y eficiencia.
la cultura, el remedio implícito en ellos nos resulta cada vez Por otro lado, del ocio disfrutaban, como del confort y
más irreal. Al final uno cierra el libro de Eliot con la sensa­ la dignidad, sólo unos pocos para los cuales esa situación era la
ción de que está desbarrando un poco. más positiva posible, pues aquél no se consideraba antitético del
La solución contraria, la solución socialista y marxista, trabajo, y los más capaces sabían aprovecharlo en beneficio de
consiste en intensificar y extender el industrialismo en la creen­ la cultura. Entonces como ahora, la mayoría de los ricos pasa­
cia de que acabará por traer un bienestar y una dignidad social ban su tiempo apartados de actividades lucrativas, entre distrac­
universales, con lo que el problema de la cultura se resolverá ciones y deportes, pero no parece que «mataran» el tiempo o es­
por sí mismo. Esta expectativa quizá no sea tan utópica como tuvieran alejados de la verdadera cultura como ahora. Todo el
las propuestas de los ideólogos de la «tradición», pero sigue mundo, incluidos los pobres, habría suscrito en principio, cosa
estando lejos. Mientras tanto, parece más razonable la esperan­ que ahora no harían todos, aquellas palabras de Aristóteles
(Política, V III):
za de los liberales: el mayor ocio que el industrialismo ha he­
cho posible puede beneficiar a la cultura aquí y ahora. Pero
precisamente con esta esperanza demuestran la mayoría de los ...el primer principio de toda acción es el ocio. Ambos
liberales hasta qué punto ellos tampoco saben ver el carácter son necesarios, pero el ocio es mejor que el trabajo y es su fin...
nuevo del industrialismo y el alcance de los cambios que in­ El ocio como tal produce placer y felicidad y alegría de vivir; estos
sentimientos los experimentan no el hombre ocupado, sino aque­
troduce en la vida. En general se piensa que la calidad del ocio
llos que tienen ocio... Hay ramas del saber y la educación que
viene determinada por sus circunstancias sociales y materiales,
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debemos estudiar simplemente con la vista puesta en el ocio em­ do indispensable en el industrialismo, y el industrialismo sigue
pleado en la actividad intelectual, y hay que valorarlas en sí mismas. siendo indispensable para el socialismo. No hay nada en la
perspectiva del socialismo que indique un alivio en la ansiedad
Quizás el cambio mayor que ha introducido el indus­ que produce la eficiencia y el trabajo, por mucho que dismi­
trialismo (junto con el protestantismo y el racionalismo) en la nuya la jornada laboral o por mucho que avance la automati­
vida diaria sea separar el trabajo del ocio de un modo radical zación. De hecho, en la perspectiva global de un mundo indus­
y casi absoluto. En cuanto la eficacia del trabajo empezó a trializado —perspectiva que contiene la posibilidad tanto de
apreciarse clara y plenamente, éste tenía que hacerse más eficaz alternativas buenas como de alternativas malas al socialismo—
en sí mismo. Y con tal fin hubo de separarse más tajantemente nada nos da una clave para explicarnos cómo puede despla­
de todo lo que no era trabajo; hubo de hacerse más concen­ zarse el trabajo de esa posición central en la vida que hoy ocu­
trada y puramente él mismo en actitud, en método y, sobre pa bajo el industrialismo.
todo, en tiempo. Por otra parte, bajo las reglas de la eficien­ La única solución que puedo imaginar para la cultura
cia, se tendió a asimilar cualquier actividad seriamente dirigi­ en esas condiciones es desplazar su centro de gravedad lejos
da a un fin con el trabajo. La consecuencia de todo esto ha del ocio y situarlo justo en el centro del trabajo. ¿Estoy pro­
sido reducir el ocio a una ocasión de pasividad exclusiva, a un poniendo algo cuyo resultado ya no podría llamarse cultura,
respiro y un paréntesis; se ha convertido en algo periférico, y pues no dependería del ocio? Estoy proponiendo algo cuyo re­
el trabajo lo ha reemplazado como el aspecto central y positivo sultado no puedo imaginar. Aun así hay como el atisbo de un
de la vida y como la ocasión para la realización de sus más precedente; un atisbo incierto, desde luego, pero atisbo al fin
altos fines. Con ello el ocio se ha hecho más puramente ocio y al cabo. Una vez más se sitúa en el remoto pasado preurba­
—no actividad o actividad sin objetivo— y el trabajo se ha he­ no, o en aquella parte del mismo que sobrevive en la actualidad.
cho más puramente trabajo, más actividad con un propósito. En las sociedades situadas por debajo de determinado
El acortamiento de las horas de trabajo ha cambiado nivel de desarrollo económico todo el mundo trabaja; y donde
algo esta ecuación. Ni los ricos están ya libres de la domina­ eso ocurre, el trabajo y la cultura tienden a fundirse en un
ción del trabajo; y de la misma manera que ellos han perdido único complejo funcional. El arte, el saber popular y la reli­
su monopolio sobre las comodidades físicas, los pobres han per­ gión apenas si se distinguen en sus intenciones o en sus prácti­
dido el suyo sobre el trabajo duro. Ahora que el prestigio se cas de las técnicas de producción, la sanidad y hasta la guerra.
basa cada vez más en las obras y no en el statu social, hasta El rito, la magia, el mito, la decoración, la imagen, la música, la
los ricos- empiezan a rechazar el ocio antiguo como holgazane­ danza y la literatura oral son al mismo tiempo religión, arte,
ría, como algo demasiado alejado de la realidad seria y, por saber, defensa, trabajo y «ciencia». Cinco mil años de civiliza­
tanto, desmoralizador. El rico quizás esté menos «alienado» ción han separado estas ramas de la actividad entre sí y las
con su trabajo que el pobre, y quizá no trabaje tan duro ni en han especializado en términos de resultados verificables de
condiciones tan onerosas, pero su espíritu está también opri­ modo que hoy tenemos una cultura y un arte en función de
mido por la ley de la eficiencia, tanto si la necesita como si sí mismos, una religión en función de cosas desconocidas (o,
no. Y una vez se acepta universalmente la eficiencia como re­ como el arte, en función de estados de ánimo) y un trabajo en
gla, ésta pasa a ser una compulsión interior y pesa como una función de fines prácticos. Parece que esas cosas se han se­
sensación de pecado, simplemente porque nadie puede ser lo parado para siempre. Sin embargo, descubrimos que el indus­
bastante eficiente, del mismo modo que nadie llega nunca a ser trialismo está provocando una situación en la cual de nuevo
lo bastante virtuoso. Y este nuevo sentido del pecado contribu­ todo el mundo trabajará. Estamos cerrando el círculo (como
ye a la enervación del ocio, tanto en los ricos como en los Marx predijo, aunque no exactamente de la manera que espera­
pobres. ba), y si estamos cerrando el círculo en un aspecto, ¿no lo es­
La dificultad de continuar con una tradición cultural taremos cerrando también en otros? Con el trabajo convertido
orientada al ocio en una sociedad orientada al trabajo basta una vez más en práctica universal, ¿no será necesario —y por
para mantener sin solución la actual crisis de nuestra cultura. necesario, factible— acabar con el distanciamiento entre tra­
Esto debería hacernos vacilar a aquellos que consideramos que bajo y cultura, o mejor, entre fines interesados y desinteresados,
el socialismo es la única salida. El trabajo eficiente sigue sien­ que comenzó cuando el trabajo dejó de ser universal? ¿Y de

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qué otro modo podría conseguirse esto sino mediante la cul­
tura, entendida en su sentido más elevado y auténtico? Arte en París
No puedo ir más allá de estas especulaciones, que ad­
mito son esquemáticas y abstractas. En estas ideas nada hay
que sugiera algo palpable en el presente o en un futuro próxi­
mo. Pero al menos nos ayudan a que no tengamos que deses­
perar de las consecuencias últimas del industrialismo para la
cultura. Y también nos ayudan a no detener nuestro pensamien­
to en el punto en que lo detuvieron Spengler, Toynbee y Eliot.
nistas «ortodoxos» —Monet, Pissarro, Sisley— cayeron en la
El último Monet sombra. Fue entonces cuando el «amorfismo» del Impresionis­
mo se convirtió en idea aceptada por todos; y se olvidó que el
propio Cézanne había pertenecido al Impresionismo más que a
ninguna otra cosa. La corrección del equilibrio no comenzó has­
ta la última guerra (1939), con el aprecio creciente por las obras
de la última década de Pissarro, cuando nuestra mirada se hizo
menos insensible a los tonos grisáceos generales que atenúan
los contrastes entre luz y sombra. Pero Pissarro también cons­
truía una ilusión de profundidad articulada con bastante cla­
ridad, lo cual llevó a los críticos hipnotizados por Cézanne a
absolverlo de muchas de las acusaciones que continuaban lan­
zando contra Monet y Sisley. La palidez o el ensombrecimiento
general al que Monet era tan aficionado en sus últimos años
permitía sólo insinuaciones y notaciones de esa ilusión, que
aplicaba de una forma a menudo aparentemente incontrolada.
Creaba una atmósfera recurriendo mucho al color pero aún
más a la forma tridimensional. Nada más alejado del gusto de
las décadas dominadas por Matisse y Picasso.
El primer impulso es alejarse de una moda, aunque
nuestras propias palabras hayan contribuido a ella. Pero aquí Hace sesenta o setenta años, el último estilo de Monet
se trata de corregir un error, error que quizá fuera inevitable, estimulaba y satisfacía un nuevo apetito por los efectos planos
e incluso necesario hasta cierto punto en el transcurso de la y de valores cerrados en el arte pictórico, al igual que las pri­
pintura moderna, pues no era otra cosa que un fallo de apre­ meras obras maduras de Bonnard y Vuillard. Monet era en­
ciación. Hace cincuenta años Monet parecía no tener nada que tonces muy admirado por los estetas fin de siécle como Proust,
decir a los jóvenes artistas ambiciosos, salvo cómo insistir en aunque sus diáfanas iridiscencias se enfocaban ya a la creación
determinados relámpagos de intuición y gusto. Hasta su propio de ese nuevo ideal de belleza acaramelada que suplantó a la
gusto comenzaba a cuestionar su arte. En 1912 escribía al viejo victoriana y litográfica en el favor popular. En ningún momen­
to. anterior o posterior a 1900, hubo aparentemente una trans­
Duran d-Ruel:
formación tan rápida de lo precioso en algo trivial. Pero, ha­
Y hoy comprendo más que nunca cuán artificioso es el inme­ cia 1920, el último arte de Monet había adquirido un sabor de
recido (sie) éxito que se me ha concedido. Siempre espero llegar a época, incluso para quienes no disgustaba todo lo que la van­
algo mejor, pero la edad y los problemas han agotado mis fuerzas. guardia encontraba de malo en él. Hasta nuestros días — cuan­
Sé muy bien de antemano que usted encontrará perfectos mis lien­ do el período de entreguerras, con su rechazo de todo lo que
zos. Sé que tendrán un gran éxito cuando se expongan pero eso era popular antes de 1914, está comenzando a ser repudiado
me deja indiferente, pues sé que son muy malos y estoy seguro a su vez— estas asociaciones no han empezado a desvanecerse
de ello. del todo.
El éxito mundial llegó para Monet antes y en mayor me­
Al cabo de otros tres años comenzaba a trabajar en
dida que para cualquiera de los demás maestros impresionis­
los murales de la Orangerie. tas. La mayoría de ellos deseaba y necesitaba ese tipo de éxito.
Monet produjo muchos cuadros malos en su madurez
En realidad, su actitud nunca fue intransigente: les preocupa­
y vejez. También hizo unos cuantos muy buenos. Ni el gran
ba cómo causar impresión en el mercado del arte y satisfacer
público que le admiraba sin reservas, ni la vanguardia de aquel
dentro de ciertos límites las demandas de los compradores.
tiempo que le daba por perdido, parecían capaces de ver la
Como todos sabemos, Cézanne anheló siempre la admisión en
diferencia. Como sabemos, después de 1918 el público culto y
los salones oficiales, y solamente uno o dos de sus compañeros
la crítica desplazaron decididamente su estima hacia Cézanne,
habrían rechazado honores oficiales. Sin embargo, incluso des­
Renoir y Degas, y Van Gogh, Gauguin y Seurat. Los impresio­
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pués de su «consagración», los impresionistas continuaron sien­ era también una inercia: incapaz de parar una vez comenzado
do artistas revolucionarios. el trabajo, le resultaba igualmente difícil, según su propia con­
En 1880 Monet ya se había señalado como buscador de fesión, reanudar un trabajo después de dejarlo. Normalmente
publicidad y agudo hombre de negocios que se promocionaba a le interrumpía el clima; dependía de él más que un labrador.
sí mismo. Y así continuó hasta su muerte, él, que había sido el Solamente Sisley era un paisajista más confirmado que él.
que más sufriera la pobreza entre todos ellos al comienzo; su Como la mayoría de los impresionistas, Monet no tenía
sentido del momento oportuno para elevar los precios era mejor la costumbre de esperar al estado de ánimo adecuado; produ­
que el de sus marchantes. Esto no significa que comprometiera cía pintura con la misma regularidad que Balzac producía pro­
su arte ni que le bastara con el placer del éxito para sentirse sa. Sin embargo, no conocía la comodidad de la rutina: cada
satisfecho consigo mismo. Muy al contrario, después de 1880, nuevo día y cada nuevo cuadro le traían nuevas dudas y nuevos
cuando empezó a decaer el impulso original del Impresionismo, esfuerzos. Únicamente al comienzo y al final de su carrera rea­
se sentía preso de dudas cada vez mayores, a pesar de que sus lizó obras con carácter de piezas maestras planeadas y ponde­
productos empezaban a ganar en aceptación. radas; todo lo demás era simplemente pintura improvisada.
Los maestros impresionistas no eran mundanos ni cán­ Desde luego, produjo demasiado, y por su modo de trabajar lo
didos; transcendían estas alternativas como pueden hacerlo malo y lo bueno se daban la mano, y en gran cantidad. A veces
personas de individualidad madura. Es sorprendente los pocos parecía incluso un inepto, pero prefería no hipotecar los posi­
aires que se daban. Formados en los años 1860 —en esa gran bles avances de su arte a asegurarse un estilo que le garantizara
escuela de radicalismo y realismo— conservaron cierta firme­ no caer en la torpeza. La grandeza profética que al final al­
za de carácter que prevalecía sobre las excentricidades perso­ canzó exigía como propedéutica mucha pintura no conseguida.
nales, incluso en los casos de Cézanne y Degas. Actuaba como si no tuviera nada que perder y gracias a eso
A esta distancia, Monet, Pissarro y Cézanne parecen siguió siendo a largo plazo tan atrevido y «experimental» como
formar un grupo propio, menos por el arte o la asociación per­ Cézanne.
sonal que por su modo de vida y sus hábitos de trabajo. Ve­ No tenía ninguna capacidad autocrítica y eso también
mos a los tres rechonchos y barbados, saliendo todos los días le beneficiaba. Un gusto refinado puede alejar al artista de su
a pintar al aire libre, aplicándose a sus «motivos» y sus «sen­ propia originalidad. Y no es que Monet no intentara ejercitar
saciones». Trabajaban con paciencia y regularidad fanáticas. el buen gusto: repasaba numerosas veces sus cuadros antes de
Fueron artistas prolíficos dentro del alto estilo decimonónico. terminar con ellos y rara vez acababa uno a su entera satisfac­
Eran básicamente cultos y sofisticados (Monet era de los tres ción. Contradictoriamente, no dejaba de pintar cuando se ale­
el que había recibido una educación peor), pese a lo cual en su jaba de su modelo natural, sino que pasaba días y semanas
madurez todos estaban un poco ruralizados y curtidos, despro­ retocando lienzos en su estudio. Al principio se excusaba de
vistos de prácticamente todas las gracias sociales y formales. esto ante Durand-Ruel diciendo que tenía que satisfacer el gusto
de los coleccionistas por los cuadros «terminados», pero en rea­
lidad era su propia idea de la terminación de un cuadro lo que
intentaba satisfacer. Posiblemente esta práctica hizo que fue­
Es raro que se informe tan puntualmente de la perso­ sen más numerosos los cuadros estropeados que los mejorados,
nalidad de los pintores y los escultores como se hace con los dado que el tipo de dudas que le acosaban tendían a marchitar
escritores. Pero quizá sea más fácil la aproximación al Monet su espontaneidad cuando se alejaba del estímulo directo del
muerto que al Monet vivo. Nos da la impresión de que fue casi modelo. En cambio, cuando dejaba de corregirse a sí mismo y
tan taciturno como Cézanne pero más dueño de sí; dado a ata­ actuaba precipitadamente, sus lienzos casi siempre ganaban en
ques de desaliento, a las cavilaciones y al consumirse en los unidad.
detalles; nada pretencioso ni pedante, en realidad sin muchas Monet no sacó las conclusiones más radicales del Im ­
ideas, pero con inclinaciones firmes y claras. Considerado pin­ presionismo mediante un intento genuinamente doctrinario. El
tor programático y mente inspiradora del Impresionismo, escri­ Impresionismo era en él una sensibilidad y una experiencia per­
bió menos aún que Sisley sobre su arte y, desde luego, no for­ sonales, con doctrina o sin ella. El objetivo cuasi científico que
muló ninguna teoría. Había en él una especie de fuerza que se fijó en los años 1890 — registrar los efectos de luz sobre el

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mismo objeto en diferentes momentos del día y con diferentes Durante un largo período posterior al final de su etapa
estados del tiempo— quizás implicara una concepción equivoca­ «clásica» de Argenteuil, la principal dificultad de Monet fue la
da de la finalidad del arte; pero era también, y más fundamen­ acentuación. La preocupación por la «armonía» y el deseo de
talmente, parte de un esfuerzo para darle al arte un nuevo reproducir la equidad con que la naturaleza otorgaba su ilumi­
principio de coherencia. Todo parece indicar que había sido nación podían llevarle a acentuar un cuadro repetitivamente,
incapaz de creer en los viejos maestros, o al menos utilizarlos, sobre todo en términos de color, ahora que había renunciado
como Cézanne y Renoir. Sin embargo, lo que encontró al final al énfasis en la luz y la sombra. Monet se mostraba demasiado
no fue un principio nuevo y más genial; tampoco fue algo que dispuesto a «equivalencias» de tono, en detrimento de las «do­
estuviera en la naturaleza, como él creía, sino en la esencia minancias», o también a hacer demasiado dominantes esas
misma del arte, en su carácter «abstracto». Poco importa que dominancias. La luminosidad o la intensidad del color, que tanto
él no fuese consciente de esto. perseguía, podían resultar de una intensidad inmodulada y mo­
El ejemplo de Monet muestra hasta qué punto puede nótona y terminar anulándose a sí mismas, como en algunas
ser abismalmente indigna de confianza una madre naturaleza a pinturas de la catedral de Rouen. Sin embargo, en otras épocas,
la que el artista se ha consagrado exclusivamente. Primero tro­ el propio modelo habría resuelto este problema: el brusco rojo
pezó con la galanura cuando intentaba captar los efectos bri­ de un campo de amapolas hacía estallar los complementarios
llantes de la luz mediterránea con unos colores cifrados según y las equivalencias elevándolos a una unidad recuperada y su­
el método impresionista. El violeta incandescente exigía ser perior. Pero al parecer se mostraba cada vez más temeroso de
realzado por un amarillo incandescente, y el verde incandes­ estas «discordancias».
cente por un rosa incandescente. Complementarios y pujando Esta preocupación de Monet (y de Pissarro) por la
entre sí en brillantez, en un esfuerzo por aproximarse a la del unidad tenía muchos motivos. El color roto y prismático del
modelo, se fundían finalmente en un efecto que seguramente Impresionismo puro (que sólo alcanzó plenos vuelos después
transmitía la autenticidad del aire y el sol subtropicales como de 1880 y sólo en el arte de Monet y Sisley) tendía a un equi­
nunca y ponía de manifiesto capacidades hasta entonces inima­ librio entre la ilusión en profundidad y el dibujo sobre la in­
ginables del pigmento del óleo; pero el resultado, en cuanto segura superficie. Cualquier elemento demasiado definido, como
arte, era empalagoso. En otros casos, el resultado era monótono un chorro de color sólido o un contraste abrupto de valores,
a causa de su fidelidad literal a un tema superlimitado — por podía deshacerlo; para impedirlo, era necesario realzar el tono
ejemplo, una hilera de álamos equidistantes, de idéntica forma general o «dominante», o también infiltrar más profundamente
y altura, o dos o tres lirios de agua en un estanque— que ofre­ cada área cromática con reflejos de los colores circundantes.
cía muy poca variedad en el diseño. A veces Monet pintaba como si su tarea fundamental fuera re­
Un espíritu aventurero, más que una imaginación acti­ solverlo todo en declaraciones de equilibrio, y demasiados cua­
va, le impulsaba en sus momentos de éxito. La literalidad con dros suyos terminaban como soluciones de cosas ya resueltas:
que Monet registraba sus «sensaciones» podía llegar a ser una como tejidos monótonos a base de pequeñas masas de pintura
literalidad alucinada que le hacía aterrizar en el extremo más o, sobre todo después, como simples cortinas de un gris opa­
opuesto de esa realidad anhelada, en una región en la que el lescente, destilado a partir de los colores locales y de sus re­
hecho visual se tornaba fantasmagoría, aún más fantasmagórica flejos atmosféricos. El principal fallo de este efecto era su falta
por carecer de la menor brizna de fantasía. (Obsérvese lo lite­ de inmediatez: el motivo representado parecía enterrado en ám­
ral y convencional que permanece el dibujo de Monet, pese a bar, o como una fotografía que se hubiera cubierto con una
todas sus simplificaciones.) La naturaleza, aguijoneada por un delgada película de pintura. Imagen y superficie pintada pare­
ojo obsesionado por la exactitud más ingenua, reaccionaba al cían existir en distintos niveles de percepción, de un modo mu­
final con texturas de colores que sólo podían manejarse sobre cho más claro que en las texturas de vidrio y esfumino de los
el lienzo invocando las leyes autónomas del medio, lo cual equi­ viejos maestros.
vale a decir que la naturaleza era tratada en el fondo como el El dilema sólo se podía resolver agarrándose a uno de
trampolín de un arte casi abstracto. los dos cuernos: o se reforzaba la visión de profundidad a
expensas de la superficie (que fue el paso dado finalmente por
Pissarro) o al revés. En 1886, el propio Pissarro decía que Monet

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era un «decorador no decorativo». Lionello Venturi explica lo pulturero del Impresionismo». En aquel momento Monet seguía
que Pissarro quería decir: la pintura decorativa había de per­ aparentemente sin nada que decir a la vanguardia. Pero sólo
manecer cerca de la superficie para tener una unidad, pero la unos años después, varios norteamericanos que se habían con­
pintura de Monet, aunque realmente se sitúa ahí, trasluce ve­ vertido en los más avanzados de los pintores avanzados le em­
leidades hacia una ilusión de profundidad plenamente imagina­ pezaron a redescubrir con entusiasmo. Ni siquiera habían visto,
da en la que las formas tridimensionales exigían una indicación reproducciones aparte, esos gigantescos primeros planos que son
más firme que la que se les daba. En suma, el arte decorativo los últimos Lirios de Agua, pero ya estaban aprendiendo de
de Monet fallaba no por ser decorativo, sino por no estar ima­ Monet, y de Matisse, que se necesitaba una gran cantidad de
ginativamente completado. Esto es cierto, pero no es toda la espacio físico para el desarrollo de una idea pictórica fuerte
verdad sobre el arte de Monet en su madurez y vejez. En buen que no implicara meramente una ilusión de profundidad. Las
número de obras, lo bastante frecuentes para no ser excepcio­ anchas pinceladas de Monet y sus garabatos les decían, además,
nales —y no todas ellas terminadas— Monet descubrió solu­ que la pintura en lienzo había de ser capaz de respirar; y que
ciones que le permitían mantener el peso del cuadro en la su­ cuando respiraba, exhalaba en primer lugar y ante todo color,
perficie sin dejar por ello de referirse a la naturaleza. Ya en color en campos y zonas, más que en formas; y que ese color
los años 1880 era perceptible la convicción de sus primeros pla­ había de ser inducido desde la superficie así como aplicado a
nos y una amplia y rica intensidad de colores que el tratamien­ ella. Bajo la tutela del último arte de Monet, esos mismos ame­
to más gráfico y específico de sus fondos no igualaba en cali­ ricanos jóvenes empezaron a rechazar el dibujo escultórico
dad pictórica. Hacia el final de su vida, Monet empezó a desarro­ — «el dibujo-dibujo»— por melindroso y trivial, y se volvieron
llar sus cuadros totalmente en primer plano. hacia el dibujo «de área», al dibujo «antidibujo».
Mientras tanto, los cubistas, guiados por Cézanne, es­ Se solía decir que Monet había vivido demasiado, que
taban volviendo a pintar en la superficie de un modo totalmente en el momento de su muerte, en 1926, ya era un anacronismo.
distinto. En su anhelo mismo de tridimensionalidad, cargaban Sin embargo, hoy, esas grandes summas que son los últimos
tanto el acento en los medios escultóricos, forma mediante la Lirios de Agua comienzan a pertenecer a nuestra época de un
cual tradicionalmente se conseguía, que éstos reaccionaron con­ modo que ya no consiguen ni los intentos de summas del pro­
tra ellos y frustraron el efecto perseguido. Los contrastes entre pio Cézanne (en sus tres grandes Bañistas). Al fin y al cabo no
luz y sombra, a fuerza de exagerarse, se elevaron hasta la super­ dejan de tener su importancia los veinticinco años que separan
ficie del cuadro convirtiéndose en patterns más que en confi­ los Bañistas de los Lirios de Agua de la Orangerie, ni fueron
guraciones descriptivas. El archiimpresionista Monet había par­ en vano los veinte años que Monet sobrevivió a Cézanne.
tido en dirección contraria — estrechando e incluso suprimiendo Mientras tanto, la rehabilitación de Monet está tenien­
los contrastes de valores— y allí donde los cubistas arribaron al do un efecto perturbador sobre la opinión artística, sobre el
esqueleto de una pintura tradicional, él llegó a la sombra de arte mismo. Provoca y ayuda a explicar esa insatisfacción con
esa pintura. Van Gogh, y confirma nuestra impaciencia ante la adoración
Ninguno de estos senderos que condujeron al arte abs­ acrítica de Cézanne. Van Gogh fue un gran artista, pero el caso
tracto era intrínsecamente superior al otro en lo que se refiere de Monet sirve, mejor aún que el de Cézanne, para recordar­
a su calidad pictórica. Del mismo modo que Picasso, Braque y nos que le faltaba una amplitud de miras. En Monet encontra­
Léger encontraron el tipo de color adecuado para sus fines, mos un mundo artístico, con la variedad, la espaciosidad y la
Monet desarrolló el tipo de «arquitectura» que necesitaba para amplitud de un mundo. En Van Gogh, de tan corta vida, sólo
los suyos. La vanguardia echaba en falta una estructura de luz vemos el atisbo de un mundo.
y sombra en el Impresionismo final; pero en la experiencia
1956
artística no hay nada que diga que la estructura cromática y
1959
«sinfónica» no pueda ocupar ese lugar. Sesenta años de pintura
moderna nos han llevado finalmente a este hogar, ahora que la
primera semilla del modernismo, plantada por los impresionis­
tas, ha demostrado ser la más radical de todas.
Venturi llamaba a Monet en 1939 la «víctima y el se­
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Renoir ta finalidad, y lo mismo ocurre con las famosas escenas de gru­
po de fecha anterior. En el caso de la figura aislada, la natura­
leza muerta y las flores —objetos que podía ver con una proxi­
midad no impresionista— alcanza en aquel momento resulta­
dos más convincentes. Por otro lado, algunas de las mejores
pinturas de su vejez —y por tanto, de toda su vida— son com­
posiciones de grupo.
Hace veinte años no se discutía tanto entre los profe­
sionales el status de Renoir. En estos momentos nos excitan la
simplificación, la amplitud y la franqueza, tal como se perciben
en el último Monet y en Matisse, y empezamos a pensar que
Renoir, e incluso Cézanne, se mostraban a menudo meticulosos
en exceso. Renoir sabía pintar amplia y directamente; pero su
concepción se guiaba por las complicaciones normales, autoevi­
dentes y anecdóticas de la naturaleza, que él recogía tanto en
sus primeras como en sus últimas obras. La diferencia al final
consistía en que rechazaba lo pintoresco, presente en su arte
de los últimos años 1870, y aplicaba su técnica impresonista a
Mis reacciones ante Renoir son cambiantes. Un día le propósitos más en consonancia con ella.
encuentro casi poderoso, otro casi débil; en unos momentos Lo pintoresco implica que el cuadro es un resultado
brillante, a continuación simplemente llamativo; un día firme, y poco más, pero un resultado de efectos seguros. Pintoresco
el otro blando. La extraordinaria sensibilidad de sus cuadros es todo lo viable, transmisible, elevable sin riesgo, en los in­
— incluso, y a veces especialmente, de los últimos— para con gredientes de un arte probadq. En el caso de Renoir signifi­
la iluminación bajo la cual son contemplados tiene algo que ver caba pintura francesa del siglo xvm y primera pintura román­
con esto. Presuntamente, la estética impresionista hacía de la tica, pero también ese arte popular tan rápidamente puesto de
iluminación y la distancia factores muy importantes en la con­ moda a partir de estas fuentes. No era el único artista avan­
templación de un cuadro, pero sólo presuntamente. En reali­ zado de su tiempo sensible a lo popular. Afinidades con imáge­
dad, ninguno de los impresionistas parece haber hecho más nes populares son muy claras en el tratamiento que da Seurat
caso que cualquier otro artista de las condiciones de contem­ a las figuras en los interiores y también en cierta compacidad
plación, y los cuadros impresionistas famosos manifiestan su de diseño y color que se da en Pissarro, Van Gogh o incluso
éxito en las mismas condiciones que cualquier otro cuadro de Gauguin. Reminiscencias del arte contemporáneo de la tarjeta
fama. El hecho de que Renoir fuese una excepción se debería postal se detectan en Monet e incluso en algunas cosas de Cé­
más al propio Renoir que al Impresionismo. zanne. Pero Renoir fue el único en cuyo arte lo pintoresco — si
Creo que la explicación radica parcialmente en el modo no exactamente lo popular— se asentó durante largo tiempo,
muy especial que renía de manejar la luz y las sombras, ha­ ayudándole a alcanzar un éxito financiero relativamente tempra­
ciendo que su contraste pareciese justo el necesario para coin­ no y contribuyendo a la genuina gracia de la mayor parte de
cidir con los contrastes de colores puros; quizá por esta razón sus cuadros anteriores a 1900. La paleta impresionista de la na­
sus contrastes tienden a difuminarse bajo una luz directa y turaleza, no manipulada por «intereses humanos» y uniforme
brillante o cuando los contemplamos desde muy cerca. Pero la en su énfasis de extremo a extremo del lienzo, adquiría en el
variedad nada impresionista de los temas de Renoir también arte de Renoir una unidad más dulce pero también más que­
contribuye a explicar las fluctuaciones en nuestras reacciones bradiza. Sin eso, su exuberancia podía haber caído en un deco-
ante la calidad de su arte. Paisaje, naturaleza muerta, retrato, rativismo sofocante, pues al principio sentía menos afición por
figura, grupo e incluso anécdotas se suceden en su obra con la definición escultórica incluso que Monet, y nunca estaba se­
facilidad y frecuencia, aunque no siempre con fortuna. Incluso guro de sí mismo cuando articulaba una ilusión de espacio
sus mejores paisajes, pintados en torno a 1880, carecen de cier- realmente profundo. Después de mediados los años 1870, ten-

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día siempre a semiidentificar amplios planos con el propio
plano del cuadro y abordarlos en términos de textura cromá­ Cézanne
tica más que de función espacial, disolviendo amplias super­
ficies en iridiscencias moteadas y turbulentas. Pero preservaba
la realidad del modelo lo bastante para no cuestionar el cuadro
como representación de formas tridimensionales. Aquí, lo pinto­
resco, con su manipulación del modelo en función de un in­
terés anecdótico y del establecimiento de esquemas de diseño,
podría servir para afirmar el conjunto y darle coherencia. El
resultado rozaba a menudo la lindeza, pero seguramente es la
lindeza más válida de todo el arte modernista.
En las últimas décadas de su vida, Renoir llegó a do­
minar un nuevo tratamiento de la forma tridimensional. Lo
consiguió de dos maneras: cargando todo el acento de su color
en lo cálido — su adhesión a una organización en bajorrelieve
del cuadro, en la que las formas sólidas se alineaban en un
único plano frontal y, por tanto, en avance (como en Tiziano),
le permitían hacerlo de un modo verosímil— y modelando el
conjunto mediante luces blancas y los correspondientes rojos
Hoy no se puede seguir pensando, como hace treinta
claros y cobrizos translúcidos, así como grises plateados. Re­
años, que el arte de Cézanne es la fuente de la que mana con
noir debe el triunfo de sus desnudos, retratos y composiciones
abundancia la modernidad, pero sí persiste su novedad y lo
de figuras de los últimos años fundamentalmente a este mode­
que podríamos llamar incluso su elegancia. Sigue habiendo algo
lado aéreo y nervioso. Paradójicamente, se unió a los venecia­
indescriptiblemente chispeante ó inesperado, pese a toda su
nos y a Rubens en las alturas de la pintura artística gracias al
familiaridad hoy, en el modo como su quebradiza línea azul
esfuerzo por hacer más escultórico, tras probar suerte con
separa el contorno de un objeto de su masa. Y sin embargo,
escultura real. Pero siempre que se introducía en el espacio en
cuánto desconfiaba Cézanne de la osadía, la rapidez y todas
profundidad, el resultado era dudoso. Sus últimos paisajes es­
las cualidades aparentemente afines a la elegancia. Y qué inse­
tán como abocetados en el mal sentido del término, y la crecien­
guro estaba en el fondo de lo que hacía.
te inclinación que muestra en ellos hacia las rubias y las aliza­
Era ya un hombre maduro cuando tuvo la crucial re­
rinas se acaba convirtiendo realmente en un manierismo.
velación de su misión como artista. Pero lo que él pensaba que
Quizás estemos demasiado cerca de Renoir para apre­
se le había revelado contradecía en gran medida los medios
ciar plenamente su carácter único. La idea actual de lo que
que ya había desarrollado para cumplir con su revelación, y
es calidad pictórica y pintura bien acabada nace en gran me­
el carácter problemático de su arte — seguramente fuente de
dida de su arte, y en su época se le reprochó, como a otros
su inmarchitable modernidad— nace de la necesidad última
impresionistas, la tosquedad de factura y la falta de acabado; y
de revisar sus intenciones bajo la presión de un método que
esta idea es comprometedora. Al mismo tiempo, su método de
evolucionaba como si se opusiera a ellas. Estaba haciendo el
modelado nervioso pasó a ser un elemento más del modernis­
primer intento ponderado y consciente para salvar el principio
mo académico. Lo que quizá no apreciemos todavía correcta­
clave de la pintura occidental — su preocupación por una re­
mente es la visión esencial que anima su técnica, la visión de­
presentación literal y amplia del espacio estereométrico— de
trás de su idea de los objetivos del arte. Es disyunción supera­
los efectos del color impresionista. Se había percatado de que
da justo al final de su vida, eliminando el deseo de agradar y
los impresionistas se empantanaban sin quererlo en la profun­
abandonando los prejuicios sobre la pintura «buena» o incluso
didad pictórica; y ello porque no se quería renunciar a reexca­
fina. Cuanto menos ocultó lo que sólo puedo llama su ordina­
var ese espacio sin abandonar el color impresionista y porque
riez, menos le quedaba de qué avergonzarse.
este esfuerzo, aunque vano, estaba tan profundamente pensa­
1950
do que su arte pasó a ser un descubrimiento y un punto de
50 JO RCA L'J
51
CATAL
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inflexión. Como Manet, y casi sin ganas ninguna de asumir el puntos de mayor interés. Pero era absolutamente imposible
papel de revolucionario, cambió la dirección de la pintura en acomodar a este sistema las formas ingrávidas y aplanadas que
su esfuerzo por devolverla a los antiguos modos abriendo nue­ producían los toques planos del color impresionista. Seurat
vos senderos. lo demostró en su Tarde de domingo en la Gran Isla de Jatte,
Cézanne tomaba de los viejos maestros su concepto de así como en la mayor parte de sus restantes composiciones de
unidad pictórica, de efecto final y realizado en un cuadro. Cuan­ grupo, donde los planos escalonados hacia atrás en los que
do decía que quería rehacer a Poussin según la naturaleza y colocaba sus figuras servían — como ha señalado Sir Kenneth
«hacer del Impresionismo algo sólido y perdurable como los Clark— para conferirles el carácter de siluetas de cartón. El
viejos maestros», aparentemente se refería a que quería im­ método puntillista e impresionista de Seurat, consistente en
poner una composición y un diseño como el del alto Renaci­ rellenos de color, podía lograr una ilusión verosímil de espacio
miento al material cromático «en bruto» suministrado por el profundo, pero no de masas y volúmenes en ese espacio. Cé­
registro impresionista de la experiencia visual. Las partes, las zanne invirtió los términos de este problema y buscó —más a
unidades atómicas, seguían siendo suministradas por el método la manera de los florentinos que de los venecianos— conseguir
impresionista, que se pensaba más fiel a la naturaleza; pero primero la masa y el volumen, de los que el espacio profundo
esas partes tenían que organizarse en un todo siguiendo prin­ sería un subproducto, y pensó poder hacerlo convirtiendo el
cipios más tradicionales. método impresionista de registro de las variaciones de luz en
Los impresionistas, tan coherentes en su naturalismo un modo de indicar las variaciones en la dirección planar de
como podían, habían permitido que la naturaleza dictase el di­ las superficies sólidas. Y sustituyó el modelado a base de dife­
seño general y la unidad del cuadro además de sus partes com­ rencias entre tonos cálidos y fríos, supuestamente más natural
ponentes, negándose en teoría a interferir conscientemente en —y más impresionista— por el modelado tradicional con luces
sus impresiones ópticas. A pesar de ello, sus cuadros no care­ y sombras.
cían de estructura; en la medida en que cualquier cuadro impre­ Registrando con un toque independiente de pintura
sionista tenía éxito, lograba una unidad apropiada y satisfacto­ cada cambio mayor de dirección por el cual la superficie de
ria, como ha de tener cualquier obra de arte de calidad. (La . un objeto definía la forma del volumen que encerraba, comenzó
sobrevaloración del éxito de Cézanne, por parte de Roger Fry a los treinta y tantos años a cubrir sus lienzos con un mosaico
y otros, a la hora de hacer exactamente lo que decía que quería de pinceladas que llamaban tanto la atención hacia el plano
hacer, es responsable de tanta alabanza a la falta de estructura físico del cuadro como los trazos más toscos o «comas» de
del Impresionismo. Lo que se echa de menos en realidad es Monet, Pissarro y Sisley. Solamente las distorsiones del dibujo
una estructura geométrica, diagramática y escultórica; pero en de Cézanne, que empezaron siendo temperamentales (Cézanne
su lugar los impresionistas lograron una estructura mediante la nunca fue capaz de dominar una línea escultórica) pero acaba­
acentuación y modulación de puntos y áreas de color y valor, ron convertidas en método, pudieron acentuar aún más la pla-
una especie de «composición» que no es intrínsecamente infe­ nitud de ese plano; este método era nuevo más en grado que
rior a otro tipo más o menos «estructural».) Comprometido en especie y anclaba volúmenes y espacios ficticios en el dibujo
como estaba con el modelo natural en toda su inmediatez, Cé­ superficial. El resultado era una especie de tensión pictórica
zanne veía, a pesar de ello, que esto no bastaba por sí solo para que no se había visto en Occidente desde el arte del mosaico
constituir una base suficiente de la unidad pictórica; lo que él bajorromano. Los pequeños rectángulos de pigmentos que se
perseguía tenía que ser más enfático, de una articulación más solapan, dispuestos sin ningún intento de fundir sus bordes,
tangible y, por tanto, presuntamente más «permanente». Y eso traían hacia la superficie la forma representada; al mismo tiem­
había que leerlo en la naturaleza. po, el modelado y el contorneado que nacían de esos mismos
Los viejos maestros habían supuesto que los miembros rectángulos retrocedían hacia una profundidad ilusionista. Una
y las articulaciones del diseño pictórico debían ser tan claros vibración de connotaciones infinitas se producía entre la su­
como en la arquitectura. La mirada debía ser guiada a través perficie pintada literalmente y el «contenido» que se establecía
de un sistema rítmicamente organizado de convexidades y con­ detrás, una vibración que es la esencia misma de la «revolu­
cavidades en el que gradaciones múltiples de luz y sombra, que ción» de Cézanne.
indicaban los entrantes y salientes, se ordenaban en torno a los Los viejos maestros siempre tuvieron en cuenta la ten­

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sión entre superficie e ilusión, entre los hechos físicos del me­ forme que el de los viejos maestros. Una vez excluido el «in­
terés humano», toda sensación visual producida por el objeto
dio y su contenido figurativo, pero, en su necesidad de ocultar
el arte con arte, lo último que deseaban era explicitar esa ten­ resultaba igualmente importante. El cuadro en cuanto cuadro
sión. Cézanne se había visto forzado, a pesar de sí mismo, a y el espacio en cuanto espacio pasaban a ser más ajustados y
explicitar la tensión en su deseo de rescatar la tradición de los tensos-distendidos, por decirlo de alguna manera. Un efecto de
esta distensión era desplazar hacia adelante el peso de todo el
medios impresionistas, y a hacerlo recurriendo a esos medios. El
color impresionista, con independencia de cómo se manejara, cuadro, comprimiendo convexidades y concavidades y amena­
daba a la superficie del cuadro el carácter de entidad física en zando confundir el contenido heterogéneo de la superficie en
un grado mucho mayor al conseguido con la práctica tradicional. una sola imagen o forma cuyo contorno coincidiera con el del
lienzo mismo. Y así, el esfuerzo de Cézanne por llevar el im­
De todos los pintores cuyas observaciones sobre pintu­
ra nos han llegado Cézanne es uno de los más inteligentes. (La presionismo hacia lo escultórico se desvió durante su realiza­
posibilidad de que fuera bastante inteligente también en otros ción desde la estructura de la ilusión pictórica hacia la confi­
muchos campos queda oscurecida por su excentricidad y la guración del propio cuadro como objeto, como superficie pla­
na. Ciertamente Cézanne ganó en «solidez», pero una solidez
profunda y protectora ironía con que, en los últimos años de
su vida, intentaba parecer conformista con cualquier cosa que tan literal y bidimensional como representacional.
Parecería que el problema real no era cómo hacer lo
no fuese arte.) Pero la inteligencia no garantiza al artista una
apreciación precisa de lo que está haciendo o quiere hacer real­ mismo que Poussin pero de acuerdo con la naturaleza, sino
cómo relacionar —con más cuidado y claridad que Poussin—
mente. Cézanne sobreestimaba el grado en que una idea podía
cada parte de la ilusión en profundidad con un esquema super­
tomar cuerpo en obra de arte y ser controlada. Consciente­
ficial dotado de derechos pictóricos incluso superiores. La vin­
mente perseguía la comunicación más exacta posible de sus
culación más firme de la ilusión tridimensional con un efecto
sensaciones ópticas de la naturaleza, pero éstas habían de orde­
narse según ciertos preceptos en bien del arte como fin en sí superficial decorativo, la integración de plasticidad y decoración,
mismo, un fin para el cual la verdad naturalista no era sino he ahí el auténtico objetivo .de Cézanne, lo confesase o no.
un medio. Y aquí es correcta la interpretación de críticos como Roger
Fry. Pero aquí también la teoría confesada contradecía su prác­
Y comunicar exactamente sus sensaciones ópticas sig­
nificaba transcribir, lo mejor posible, la distancia entre su ojo tica. Hasta donde yo sé, ni uno solo de los comentarios reco­
y cualquier parte del modelo, hasta el más pequeño plano-faceta gidos de Cézanne indica preocupación alguna por el factor de­
en que pudiera descomponerlo. Significaba también suprimir corativo, salvo —y las palabras son aún más reveladoras porque
la textura, la suavidad o la rugosidad, la dureza o la blandura, parecen improvisadas— cuando se refiere a dos de sus viejos
las asociaciones táctiles de la superficie; significaba ver el color maestros favoritos, Rubens y el Veronés, a los que llama «maes­
prismático como determinante exclusivo de la posición espa­ tros decorativos».
cial, y de la posición espacial por encima y más allá del color No es de extrañar que se quejase hasta su muerte de
local o de los efectos cambiantes de luz. La meta que se vis­ su incapacidad para «realizar». El efecto hacia el que sus me­
lumbraba era un Impresionismo escultórico. dios le empujaban no era el que había concebido en su deseo
Los hábitos visuales de Cézanne — por ejemplo, su ma­ de un máximo de organización de la ilusión de solidez y pro­
nera de comprimir el primer plano y el plano medio, y voltear fundidad. Cada pincelada que seguía un plano ficticio en una
hacia adelante todo lo que se situara en el modelo por encima profundidad ficticia retrocedía —debido a su carácter inequí­
del nivel de la vista— eran tan inapropiadas para los cavernosos voco de marca hecha con un pincel— hacia el hecho físico del
esquemas arquitectónicos de los viejos maestros como los há­ medio y la forma, y la situación de esa marca recordaba la
bitos visuales de Monet. Los viejos maestros eliminaban y des­ forma y posición del rectángulo plano que estaba siendo cu­
lizaban, al viajar a través del espacio, al que trataban como ese bierto con pigmento salido de tubos. (Cézanne quería un arte
continuo laxamente articulado que el sentido común descubría. «elevado» tanto como cualquiera, pero no se andaba con rodeos
En último término, su objetivo era crear espacio como en un sobre la tangibilidad del medio. «Uno ha de ser un pintor a
teatro; el de Cézanne era dar espacio a un teatro. través de las cualidades mismas de la pintura — decía— . Uno
Su foco era más intenso y al mismo tiempo más uni­ ha de usar materiales groseros.»)

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Durante largo tiempo amontonó sus lienzos mientras
confundiera entonces a Emile Bernard, Joaquín Gasquet y otros
avanzaba a tientas, temeroso de traicionar sus sensaciones por
de sus oyentes, nos confunde hoy, pues sólo podemos leer lo
omisión, de ser inexacto por incompleto. Muchas obras suyas
que tenía que decir. Sin embargo, prefiero pensar, con Erle
reputadas como maestras, de los posteriores años 1870 y 1880
Loran (con cuya Cézanne Composition estoy en deuda por al­
(dejo a un lado las realizaciones protoexpresionistas de su ju­
gunos agudos análisis sobre la importancia esencial del dibujo
ventud, algunas magníficas y proféticas), son redundantes, de­
de Cézanne), que el maestro mismo estaba bastante confun­
masiado trabadas, carentes de unidad por carecer de modula­
dido en sus teorizaciones sobre su propio arte. ¿Pero acaso no
ción. Las partes están presentes, la ejecución suele ser precisa,
pero a menudo falta esa clase de sentimiento que se deja sentir se quejaba él de que Bernard, con su apetito para las teorías,
le obligaba a teorizar indebidamente? (Bernard, a su vez, cri­
por sí mismo en un todo instantáneo. (No es extraño, pues, que
ticaba a Cézanne por pintar excesivamente en función de la
tantas pinturas suyas inacabadas se cuenten entre las mejores.)
teoría.)
Solamente en los últimos diez o quince años de la vida de Cé­
zanne salieron de su caballete con gran frecuencia cuadros cuyo Hasta el final continuó insistiendo en la necesidad del
modelado, de registrar de una manera exacta y completa las
vigor es tan completo como impresionante y original. Al fin,
propias «sensaciones». Con un conocimiento de sí mismo por
los medios se realizaban a sí mismos. La ilusión de profundi­
encima de lo común, caracterizaba su ideal como un matrimo­
dad se construye más vivamente con el plano superficial, y más
nio entre el trompe-l’oeil y las leyes del medio, y lamentaba
mentalmente obsesiva; los planos-facetas saltan hacia delante y
su fracaso para alcanzarlo. En el mismo mes en que murió aún
hacia atrás entre la superficie y las imágenes que crean, pero
se quejaba de su incapacidad para «realizar». En realidad, a la
forman una unidad con la superficie y con la imagen. Netas
vista del carácter crecientemente abstracto de sus últimos gran­
pero sumariamente aplicadas, las masas cuadradas de pintura
des cuadros, uno se sorprende de oír decir a Cézanne que ha­
vibran y se dilatan en un ritmo que abarca tanto la ilusión de
bía hecho un «pequeño progreso». Condenaba a Gauguin y Van
profundidad como el dibujo plano. El artista parece relajar su
Gogh por pintar cuadros «planos»: «Y o nunca he querido y
exigencia de precisión de matiz al pasar del contorno al fondo,
nunca aceptaré la falta de modelado o graduación: es un ab­
y ni sus pinceladas ni sus planos-faceta están tan estrecha­
surdo. Gauguin no era un pintor; sólo hacía cuadros chinos».
mente arracimados como antes. Una mayor cantidad de aire y
Bernard dice que era indiferente al arte de los primitivos del
luz circula por el espacio imaginado. La monumentalidad ya
Renacimiento; aparentemente también ellos eran demasiado
no se asegura al precio de una seca carencia de atmósfera.
planos. Sin embargo, el camino en el que el propio Cézanne se
Cuando Cézanne ahonda detrás de sus contornos rotos con un
consideraba primitivo y del que pensaba que siguiéndolo podría
azul ultramar, todo el cuadro parece salir de su vaina y luego
rescatar la prenda de la tradición occidental de las brumas im­
reenvolverse a sí mismo. Repitiendo su contorno rectangular
presionistas y la decoración gauguinesca para devolverla a lo
de cierre en cada parte de sí mismo, parece violentarse tam­
tridimensional, llevó derecho, cinco o seis años después de su
bién por hacer saltar en pedazos las dimensiones de ese con­
muerte, a una clase de pintura tan plana como no había habido
torno.
en Occidente desde la Edad Media.
Si Cézanne hubiese muerto en 1890, su aportación ha­
El cubismo de Picasso, Braque y Léger completó lo que
bría sido ingente pero más en innovaciones que en realizaciones.
Cézanne había empezado. Su éxito despojó a sus medios de lo
La unidad plena y triunfante que corona la visión del pintor, la
que pudiera quedar en ellos de problemático. Como Cézanne
unidad ofrecida como un sonido simple integrado por muchas
había agotado muy pocas de sus intuiciones, podía ofrecer a
voces e instrumentos —un sonido simple de variedad instan­
los cubistas todos los recursos de un descubrimiento nuevo; y
tánea pero infinita— , ese tipo de unidad llega en Cézanne mucho
éstos no tuvieron que esforzarse mucho ni en descubrir ni en
más a menudo en los últimos años de su vida. Entonces su arte
redescubrir. Ésta fue la suerte de los cubistas, suerte que ayuda
consigue algo desde luego muy distinto a lo que él decía que
a explicar por qué Picasso, Léger y Braque fueron capaces, en­
quería hacer. Aunque pudiera pensar como antes sobre sus
tre 1909 y 1914, de desarrollar una sucesión casi ininterrumpida
problemas, reflexiona mucho menos sobre su ejecución. Rodea­
de «realizaciones» clásicas por la suficiencia de su vigor y por
do de jóvenes admiradores, se expansiona un poco y menudean
su adecuación entre medios y fines.
sus comentarios y cartas acerca de su «método». Y aunque no
La constancia y la honestidad de Cézanne son ejempla­
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res. La gran pintura, dice él, debe producirse como lo hacían Picasso a los setenta y cinco años
Rubens, Velázquez, el Veronés y Delacroix; pero mis propias
sensaciones y capacidades no se corresponden con las suyas, y
yo sólo puedo sentir y pintar como tengo que hacerlo. Y así se
mantuvo durante cuarenta años, día a día, con su métier lim­
pio y cuidadoso, hundiendo su pincel en trementina entre toque
y toque para lavarlo y depositando luego cada pequeña carga
de pintura en el lugar exacto. Fue una vida de artista más he­
roica que la de Gauguin o la de Van Gogh, pese a todas sus
comodidades materiales. Piénsese en el esfuerzo de abstracción
y visión necesario para analizar cada parte de cada objeto en
el plano manejable más pequeño posible.
Luego venían las crisis de confianza que sacudían a
Cézanne casi a diario (también fue un pionero en su paranoia).
Sin embargo no se volvió totalmente loco: lo soportó con su
propio ritmo sedentario, y su dedicación al trabajo le recom­
pensaba de la vejez prematura, la diabetes, la oscuridad y el
vacío de su vida, aparte del arte. Se consideraba un enclenque, Picasso entró en el arte como miembro de una genera­
un «bohemio», atormentado por las dificultades rutinarias de ción de grandes pintores de Francia, o en Francia, que sucedía
la vida. Pero tenía temperamento y supo hacer frente a los a varias generaciones similares. Durante los años veinte su arte
desafíos más temibles que el arte de la pintura podía hacerle experimentó una crisis, igual que la de otros pintores eminentes
en su tiempo. de su generación y de la anterior. Braque, que pasó su crisis
antes — durante la guerra de 1914— , se recuperó a medias en
1951 los años que van de 1928 a 1932. Matisse salió de su crisis, que
comenzó poco antes de 1930, después de la guerra de 1939,en
los últimos años de su vida. Léger, para quien lacrisis llegó
en 1925 o 1926, no se recuperó nunca. Y pensamos que Pi­
casso tampoco se recuperó totalmente de la suya. Al contra­
rio, su crisis se prolonga a lo largo de todas sus fluctuaciones
profundizándose cada vez más desde el momento inicial, en
1927 o 1928. Esa agudización alcanzó su clímax en 1939.
A lo largo de los veintitantos años posteriores a 1905,
fecha del comienzo de su período rosa, o sea, hasta 1926 o 1927,
cuando su cubismo dejó de ser Alto, Picasso produjo un arte
de estupenda calidad, tanto en su concepción como en su rea­
lización, inspirado por una búsqueda de inventiva y por una
justeza consistente de ejecución. Una lealtad radical, exacta e
invencible para con ciertas ideas sobre la relación entre la
experiencia artística y la no artística anima toda su obra en
ese período. Incluso los pocos trabajos desafortunados procla­
man también que esa cualidad absoluta sigue en pie. La seguri­
dad de su mano y su vista es como un milagro que prolonga lo
admirable para admirar aún más. En 1927, ejecución y resolu­
ción comienzan a vacilar, pero lo elevado de sus concepciones

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permanece durante otros diez años; y gran parte del interés tad de una expresividad ilustrativa, es la primera prueba de
específico que despierta el arte de Picasso en los años treinta una merma en esa seguridad. En esta obra cubista, no se trata
estriba precisamente en esta discordancia. en absoluto de que el artista satisfaga su inveterado apetito
Hasta que pinta cosas como Bodegón con cabeza de (o nostalgia) por el volumen escultórico, como ocurría en las
toro negro (noviembre de 1938) su aliento no comienza a fla­ pinturas neoclásicas de poco antes, donde el objeto ilustrado
quear. Este cuadro «está bien» y lo está por sí mismo, pero la seguía siendo un objeto de visión pictórica sinceramente senti­
insípida corrección de su concepción plástica se opone a su da entre todos los arcaísmos. Ahora la ilustración se dirige a
intención ilustrativa, en lugar de reforzarla. La ominosidad re­ la naturaleza, y no para hacer un arte que diga algo a través
presentada está simplemente representada, y la pintura agrada de la naturaleza, sino para hacer que la naturaleza misma diga
sin conmover. Aquí Picasso comienza, por primera vez, a imi­ algo, y lo diga en voz muy alta. Sin embargo, las Tres bailari­
tarse a sí mismo y a «hacer» arte. nas fallan en esto, y no por su carácter literario (gracias al cual
En los últimos veinte años, Picasso ha creado cuadros la naturaleza puede hablar a través del arte), sino a causa de la
con más frecuencia que en los años treinta, pero justamente situación teatral y la representación de la cabeza y los brazos
porque su nivel de concepción ha bajado. Además ha pintado de la figura central que hacen tambalearse el tercio superior
muchos cuadros malos y de una maldad más manifiesta que del cuadro. (La literatura en cuanto tal nunca ha perjudicado
antes. Durante los años treinta su arte había continuado de­ a una obra de arte pictórico, salvo cuando se ha querido forzar
sarrollándose en una dirección básica; y sólo dejó de hacerlo lo literario.)
cuando su crisis cambió de dirección y se ahondó, pasando de El surrealismo hizo su primera aparición oficial en
ser una crisis de realización y resolución a una crisis de con­ París un año antes de que se pintaran las Tres bailarinas, en
cepción. un momento en que la vanguardia parecía perder su confianza
Un maestro, cuando llega a serlo, sigue siéndolo siem­ de preguerra en la rectitud autosuficiente del color y la forma.
pre hasta cierto punto. Casi todo lo que hace Picasso tiene Quizá los pintores que habían llegado antes de 1914 pensaban
cierta agudeza o, en el peor de los casos, un sabor picante. que ya era hora de declarar su .filiación con el pasado de un
Y su obra gráfica ha mantenido un nivel que la sitúa al abrigo modo más inequívoco, como si el Dada, con su rechazo de la
de muchas, si no todas, las objeciones que pueden hacerse a estética, amenazara con privar al modernismo de su lugar en
sus óleos, guaches y esculturas de estos últimos años. Pero aun la continuidad del arte. Existía también una actitud opuesta en
así, y de la misma manera que entre los óleos hechos después ciertos artistas más jóvenes, para los cuales era preciso repu­
de 1926 hay algunas obras maestras de verdad, y en cambio no diar el pasado con más energía que nunca, pero parodiando
hay ninguna en todos los que ha hecho después de 1938, tam­ sus logros en lugar de rechazarlos de plano (lo cual era im­
bién escasean cada vez más, después de los años veinte, los posible, en cualquier caso). Picasso, siempre sensible a las co­
grabados y dibujos bien concebidos y plenamente realizados. rrientes que le rodeaban e inspirándose en ellas, comenzó a
La recuperación y las pérdidas comienzan en 1938, pero ni en pensar en términos histórico-artísticos y a buscar por primera
su obra gráfica ni en sus pinturas consigue Picasso recuperar vez un estilo «grandioso y épico». La prueba de ello está en
el carácter absoluto de su calidad anterior. esos proyectos de monumentos y en otros tipos de escultura
El período 1950-1953 se caracteriza por una acusada que abordó en los últimos años veinte; en su nuevo interés por
debilidad que lleva a Picasso, como en tantas otras ocasiones, a el tema del artista y su modelo; en sus estudios para una Cru­
recurrir a la escultura para producir obras. La escultura es cifixión-, y en otras cosas que hizo por entonces. Pero todo esto
lamentable; pero las pinturas mejoran mucho en 1954, y en dio pocos frutos, poco que resultara interesante.
1956 hay un nuevo florecimiento bajo la influencia de Matisse, Podría decirse que, una vez abandonado el cubismo,
que Picasso parece dispuesto a aceptar con un envilecimiento Picasso tenía que optar entre el estilo grandioso o una retirada
casi de pastiche, ahora que ha muerto el viejo maestro. No obs­ al arte menor. ¿Pero había abandonado realmente el cubismo
tante, ese florecimiento no acaba de desarrollarse y queda está­ alguna vez después de 1907? Las simplificaciones cubistas y
tico, y las flores resultan en cierta manera artificiales. cierto aplanamiento también cubista subyacen en sus cuadros
Y no es que Picasso se haya hecho facilón y superfi­ neoclásicos y se dejan sentir en todas sus incursiones posterio­
cial; al contrario, durante años nos viene mostrando una mar- res en el campo del naturalismo semiacadémico. Su estilo ara-

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cada desconfianza hacia su facilidad y sus improvisaciones, y
parece esforzarse por eludir todo aquello que pudiese sugerir besco y «metamórfico» de los primeros años treinta, que adop­
su presencia. Pero la consecuencia real de esta desconfianza es tó también en el Guernica, no es menos esencialmente cubis­
la degeneración: deliberadamente hace también cosas agrias y ta que el neocubismo más claro de los años cuarenta y si­
torpes, que son más efecto que causa, decisión deliberada y guientes. Por tanto, no se trataba de descubrir o inventar un
no necesidad. Con todos estos cambios de temas y estilo uno gran estilo, sino de convertir el cubismo en un gran estilo. Pero
siente la presencia de la voluntad de un virtuoso de la ambi­ el cubismo era ya un gran estilo en sí mismo, tan válido como
ción que busca más las alabanzas que las soluciones inspira­ nuestra época era capaz de producirlo dentro de los límites
das. Persiste cierta emoción, pero la antigua plenitud y alegría de la pintura de caballete, y no podía sufrir un intento de
han desaparecido; ya no está en pie la esencia del gran arte, aproximación a la idea miguelangelesca, y más propia de un
sino sólo su apariencia. museo, de un gran estilo sin acabar como un travestí. Y esto
es básicamente lo que hizo Picasso posteriormente en cuadros
como Noche de pesca en Antibes (1939), Las masacres de Co­
rea (1951) y Guerra y Paz (1952). Estas obras están todas mal
Durante la mayor parte de los años treinta, Picasso se concebidas a causa de la innata incapacidad de Picasso para
mantuvo en línea con el arte avanzado en general, y en algunos la terribilitd, que ya había hecho fracasar sus intentos de pro­
aspectos continuaba encabezándolo. Las contradicciones y frus­ fundizar en el surrealismo. Además, confirman lo que ya habían
traciones que abundaban entonces en su pintura resultaban más demostrado los Tres músicos (1921) y el Guernica: que no po­
inmediatamente fecundas para los pintores jóvenes que las obras día pintar bien un gran lienzo con formas cubistas planas. (In­
perfectas y quizá más ensalzadas que Mondrian producía por cluso las Demoiselles de Avignon, obra soberbia, carece de una
aquellos años. Las pocas cosas que Picasso realizó completa­ unidad concluyente.)
mente en aquel tiempo estaban realizadas de un modo absoluto, El cubismo resulta no sólo un travestí, sino una cari­
aunque no fuesen de formato muy grande. Pienso en la peque­ catura de sí mismo en cuadros tardíos como Paisaje de invier­
no (1950) y Chimeneas de Vall'auris (1951), que son algo ri­
ña Corrida de toros de 1934 (hoy propiedad de Henry P. Mcll-
dículos a pesar de —y al mismo tiempo, a causa de— la frescura
henny) y una serie de dibujos a pluma en una especie de estilo
de su unidad. Y no se trata sólo de que Picasso careciera de
Fraktur, hechos en la primavera y el verano de 1938, que para
mí son el cantp del cisne de su grandeza. sensibilidad para el paisaje; al fin y al cabo, una vez pintó el
maravilloso Paisaje de Gosol (1906). Intervenía algo más im­
Quizá fuese inevitable que la decadencia del moder­
portante que una falta de aptitud para un tipo particular de
nismo del primer cuarto del siglo implicara también la decaden­
temas. En realidad, sospecho que la posteridad encontrará en
cia de Picasso. Por alguna razón, ni siquiera a los más grandes
el arte reciente de Picasso muchas más cosas verdaderamente
pintores, de Ingres en adelante, se les había concedido más
de veinte años, consecutivos o intermitentes, de realización ab­ ridiculas que nosotros.
soluta. Pero mientras impresionistas y postimpresionistas, in­
cluidos Cézanne y Matisse, solamente pudieron realizar con
plenitud un trabajo entre varios, incluso en sus mejores años,
Como cualquier otro estilo auténtico, el cubismo tenía
Picasso fue capaz de abordar con éxito casi todo lo que se le
sus propias leyes internas de desarrollo, que en los últimos
puso a mano durante sus dos décadas de primacía. Y aunque
años veinte parecían empujarle hacia la abstracción. Mondrian
se puede decir lo mismo de Mondrian entre 1914 y 1936, la pro­
extrajo las consecuencias finales de esta tendencia, mientras
ducción de éste no fue ni con mucho tan variada (ni abarcó la
escultura). Klee y Miró fueron capaces de producir en el mismo período
un arte de originalidad sustancial renunciando no a la natura­
Hasta mediados los años veinte Picasso tenía ese tipo
leza en cuanto tal, sino a su integridad.
de seguridad que capacita a un artista para canalizar sus ener­
Y fue la doble insistencia de Picasso en la integridad
gías y al mismo tiempo capitalizar sus flaquezas. Una pintura
esquemática de cada imagen que tomaba de la naturaleza —y
hecha en 1925, la impresionante Tres bailarinas, donde aparece
él siempre ha tomado todas las imágenes de la naturaleza—
ambiciosamente por primera vez desde el período rosa la volun-
y en la ilusión mínima de espacio trilateral la que comenzó a
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una apisonadora defectuosa. Es como si se hubiese concebido
interferir, en los años treinta, con la realización de su arte. con una ilusión de espacio más profundo que aquel en que
Incluso cuando cargaba la superficie con rellenos puramente realmente se ejecutó. Los estudios preliminares del Guernica
decorativos, su nueva voluntad de expresividad ilustrativa ha­ dan esta impresión de ser mucho más ilusionistas que el cua­
cía que eludiese toda unidad «meramente» decorativa haciendo dro. En particular los estudios de composición —y más con­
de ello casi una cuestión de principio. Y no importaba que cretamente dos hechos a lápiz sobre yeso y fechados el 1 y
Matisse, y el cubismo del propio Picasso, hubiesen privado de 2 de mayo— son mucho más convincentes como composicio­
gran parte de su vieja fuerza a esa distinción entre lo pura­ nes, pese a todo su naturalismo, que la versión final con su
mente decorativo y lo pictórico. Picasso se negaba a aprove­ confusión de negros, grises y blancos. Y el primer estado exclu­
char las lecciones de su propia experiencia; Matisse, en cam­ sivamente lineal, incluso de la versión final, es mucho más afor­
bio, lo hacía, y en los últimos años de su vida, aunque perma­ tunado que cualquiera de las etapas posteriores, al menos por
necía tan dependiente del alfabeto de la naturaleza como Pi­ lo que podemos percibir en las fotografías.
casso, disponía motivos de collage en paneles gigantescos y
Es como si Picasso hubiera advertido la naturaleza
aparentemente sólo decorativos que, en cuanto cuadros, supe­
de las dificultades a que se enfrentaba en el Guernica, pues
ran casi todo lo hecho en Europa desde los años treinta. Pi­ en 1938 revisó completamente su estilo en un esfuerzo por flexi-
casso, al querer volver la decoración excesivamente contra sí
bilizar el espacio cubista. Desde entonces ha mantenido sus
misma —y, cosa curiosa, en las obras de los primeros años
fondos separados con más nitidez de las formas que sitúa ante
treinta, influidas por Matisse— , sucumbió finalmente a unida­
ellos, y ha tendido a un compromiso mayor entre las distor­
des cuyo impacto real, aunque no lo quisiera, era auténtica­
siones obligadas por la presión de un espacio poco profundo y
mente decorativo en el peor sentido de la expresión.
aquellas otras que son exclusivamente ilustrativas y expresio­
Antes del Guernica, Picasso había intentado forzar una
nistas. Sin embargo, esto ha dado lugar a que forma y expre­
plenitud esencialmente decorativa y una regularidad de diseño
sión diverjan más que nunca. Ahora, el diseño y la articulación
rectilíneo y curvilíneo casi igualmente decorativo, para trans­
cubistas parecen sumarse al impulso original del cuadro, y no
cender de una y otra asignándoles funciones ilustrativas: en
coincidir con él. Lo decorativo interviene una vez más en un
el cuadro, todo había de ser remisible a una fuente de la natu- ,
sentido inferior.
raleza, aunque esa fuente fuese sólo el dibujo inventado de
Lo decorativo (como Matisse nos ha demostrado tan
una pared empapelada. Pero el poder ornamental de los ara­
magistralmente) puede transcender este sentido cuando trans­
bescos de la figura femenina que pintaba repetidamente en los
mite una visión, pero no cuando es meramente una cuestión
primeros años treinta era tal que requería para su realización
de tratamiento, como ha llegado a ocurrir en gran medida con
plena una ruptura con la naturaleza, en beneficio de la super­
Picasso. Además, su cubismo, en otro tiempo encarnación de
ficie plana, casi tan radical como la que Miró había efectuado
una visión en la que muchas cosas que de otro modo habrían
ya en los últimos años veinte. Y su negativa a esta ruptura es
sido quintaesencia de lo decorativo y que, sin embargo, eran
la causa principal de que las pinturas más ambiciosas de Pi­
capaces de alcanzar un máximo de expresividad, ha degenerado
casso en los primeros años treinta no alcanzaran un éxito cla­
para él en una simple cuestión de tratamiento. Ahora busca la
ro. Y por una razón: el tratamiento decorativo de la fisonomía
expresión como una escapatoria del cubismo, como una forma
humana genera asociaciones rococó que ninguna dosis de correc­
de liberarse de él; pese a lo cual, continúa ejecutando sus pin­
ción abstracta puede superar. No es casual que en la pintura
turas en ese lenguaje, que ha llegado a convertirse en algo
última tanto de Picasso como de Matisse, el éxito pleno llega
aplicado más que inspirado.
casi siempre, y a cualquier nivel, cuando la figura humana está
ausente o cuando, existiendo, se omiten los rasgos del rostro
o se les alude sólo esquemáticamente (y en Matisse incluso
esto solía ser demasiado).
El cubismo aplicado, el cubismo como acabado, actúa
El Guernica es el último punto de inflexión importan­
convirtiendo el cuadro en un objeto decorado. Uno percibe el
te en la evolución del arte de Picasso. Hinchada y abultada
rectángulo del cuadro como algo dentro de lo cual se han amon­
como es, esta gigantesca pintura nos recuerda una escena de
tonado formas y colores, nítidamente o no, según los casos,
batalla sacada de un frontón que hubiese sido aplastado por

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3 - GREENBERG
pero siempre mediante un esfuerzo de voluntad carente de ins­ 1956, M ujer en una mecedora, E l estudio y M ujer en la ventana;
piración. Esto es cierto incluso —y quizá particularmente— en la versión «L » casi a lo Lamlike y la versión « N » sólidamente
La cocina (1948) en blanco y negro y relativamente grande, una picassiana de la serie de 1955 Mujeres de Argel; un guach de
de las obras más atrevidas y más abstractas de Picasso que 1946, Pastoral, son todas obras brillantes, pero con una brillan­
yo conozca (a excepción de una serie de dibujos a punto y lí­ tez que huele demasiado a lo fabricado y lo hecho. («Brillan­
nea, sin título y realizada en 1926, con la que no está relacio­ te» no es tampoco una palabra que nos guste aplicar a un arte
nada La cocina). Que yo sepa, La cocina es el óleo más vigo­ grande. Que nos haya venido a la mente con tanta facilidad ya
roso e interesante que ha hecho desde 1938 e incluso antes, y es muy significativo en sí mismo.) Y los defectos de otras pin­
no porque sea más abstracto, sino porque las libertades que se turas posteriores a 1938 que no alcanzaron el éxito son, con
toma con la naturaleza persiguen casi exclusivamente la libre demasiada evidencia, errores de realización o errores de oficio,
unidad y resonancia del conjunto. Pero este cuadro traiciona y no faltas de creación. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con
todavía una intencionalidad ligeramente perturbadora, una pe­ los desafortunados rojos de M ujer en verde (1943) y la imper­
sada exactitud; y la tensión y el peso con que sus cuatro lados tinencia como de historieta de la cabeza perfilada de la figura
atrapan su fisonomía exclusivamente lineal crean un efecto de sedente de Serenata (1942). Al Picasso de años antes no se le
caja, de confinamiento. Es también como si todo rastro de podía despachar con tanta prontitud.
creación inmediata se hubiese tachado de esta obra para con­ Picasso tiene, o tuvo, facultades de formidable escul­
seguir un objeto más acabado y autónomo.6 tor, y ha producido algunas de las esculturas más grandes y
«O bjeto» es la palabra exacta. El arte pictórico mo­ más revolucionarias de este siglo. Cabe pensar que un mayor
dernista, con su decoratividad más explícita, llama más la compromiso en este campo podría haber resuelto su crisis en
atención sobre las cualidades físicas inmediatas de la pintura. los años treinta, aunque sólo fuera porque la fidelidad esque­
Pero como cualquier otro tipo de cuadro, el modernista asume mática hacia la naturaleza le habría hecho pagar un precio
también el hecho de que su identidad como cuadro excluye la menor en un medio artístico menos ilusionista. Quizás esta
perfección de su identidad como objeto. De otro modo, se decisión se mantuvo en el fiel de la balanza durante algún
convierte, en el mejor de los casos, en una escultura; y en el tiempo. Kahnweiler dice (citado en el libro de Elgar y Mai-
peor, en un mero objeto. Picasso es tan consciente de este pro­
llard sobre Picasso): «En 1929 pensaba en monumentos gigan­
blema como cualquiera, pero al parecer ya no puede hacer
tescos que podrían ser casas habitables y enormes esculturas
nada por resolverlo: está comprometido con un concepto de
de cabezas de mujeres, que se colocarían a lo largo de la costa
la pintura que no deja lugar a la exploración, un concepto ba­
mediterránea; “ tendré que contentarme con pintarlas, porque
sado en un conjunto de convenciones que restringen la inven­
nadie me va a encargar una” , me decía». Con independencia de
tiva, en lugar de liberarla. La inspiración, y la espontaneidad
lo que esto nos haga pensar acerca de la naturaleza de la vo­
que le acompaña, ya no pueden participar eficazmente en la
luntad de Picasso como escultor, sigue en pie el hecho de que
concepción unificadora de una obra, sino que se limitan a mati­
nunca se dedicó a ello durante períodos largos de tiempo.
ces, arreglos y elaboraciones. El cuadro está acabado, en prin­
Después de 1931 abandonó la dirección cuasi construc-
cipio, antes de comenzarlo; y con su acabado real se convierte
tivista a que había limitado sus aventuras escultóricas desde
en réplica de sí mismo. Las únicas dificultades resultan ser las
1912 y volvió al modelado y al monolito, como si esto concor­
del oficio, y han de resolverse con el dominio del oficio. Y con
dara mejor con el anhelo general por un gran estilo que había
el dominio del oficio, la idea de objeto pasa con gran fuerza
empezado a sentir en esa época. Significativamente, hasta en­
a primer plano: la idea de pulimento, montaje y acabado, y,
tonces, diez años después de que hubiesen penetrado en su
sobre todo, la idea de lo esperado. pintura, no entraron en su escultura las tendencias arcaizantes,
La satisfacción a conseguir de las mejores pinturas de
y esta entrada retrasada quizás explique por qué Picasso con­
Picasso posteriores a 1938 queda adulterada, en la mayoría de
tinuó siendo durante diez años un buen escultor cuando ya
los casos, por la previsibilidad de sus concepciones. Se basan
había dejado de ser un pintor bueno en su totalidad. Durante
demasiado en el virtuosismo del tratamiento, esté orientado a
la mayor parte de los años treinta, su trabajo en bulto redon­
la tosquedad o la elegancia, virtuosismo al que ha dado paso
do fue fértil de inventiva y tan problemático también como
la previsibilidad. Las tres pinturas bellamente matissianas de
su pintura durante esos mismos años; además dejaba traslu­

-66
67
cir influencias parecidas. Luego, casi en el mismo momento en Collage
que bajó el nivel de las aspiraciones de su pintura, ocurrió lo
mismo con su escultura. Tal vez ese nivel bajó aún más en
esta última. No hay nada en su pintura que me resulte tan for­
zado o pretencioso como algunos de los grandes bronces que
ha hecho en estos últimos veinte años. La figura más alta de
Los bañistas de 1958, en cambio, es una obra más vigorosa que
cualquier cuadro contemporáneo.
De la misma manera que rara vez ha sabido utilizar el
color de manera positiva, y de la misma manera que carece de
sensibilidad para la textura de la pintura, a Picasso siempre
le ha faltado «tacto», sentido de la superficie en escultura.
Pero al igual que fue capaz durante mucho tiempo de hacer
que el color sirviera negativamente a sus fines, también fue
capaz de compensar su falta de sensibilidad táctil en escultura
«dibujando en el aire», es decir, construyendo en lugar de mo­
delando o tallando. Sólo cuando empezó a querer esculpir a la
manera antigua y rodinesca —y a pintar con colores positivos
como los de Matisse— comenzó a dejarse llevar por su debi­ El collage fue un factor crítico en la evolución del
lidad en vez de por su fuerza. cubismo y, por tanto, en la evolución general del arte moderno
Quizá Picasso haya sucumbido al mito que de él han de este siglo. Todavía no se ha determinado con precisión
propagado tantos admiradores suyos; el mito de un semidiós quién lo inventó, si Braque o Picasso, ni cuándo. Ambos ar­
que puede hacerlo todo y, por tanto, no es susceptible de debi­ tistas se abstuvieron de fechar y firmar la mayor parte de las
lidades. Pero sea esto cierto o no, la explicación más verosímil obras que hicieron entre 1907 y 1914; y ambos pretenden, o
es que ha sucumbido a las limitaciones corrientes en la acti­ insinúan, que el primer collage fue obra suya. La dificultad
vidad y la existencia humanas. Aunque menos prisionero de aumenta por el hecho de que Picasso data el suyo, retrospecti­
su primera madurez que la mayoría, Picasso sigue siendo pri­ vamente, casi un año antes que Braque. Tampoco ayuda mucho
sionero de ella a pesar de todo, y mucho más que lo fue Ma­ la evidencia interna o estilística, pues la interpretación del cu­
tisse. Time informa de que «él cree que una obra debería cons­ bismo está todavía en un nivel muy rudimentario.
truirse, le aflige la obra de muchos expresionistas abstractos, Sin embargo, esta cuestión de la prioridad es mucho
y en cierta ocasión agarró un secante manchado de tinta, se menos importante que la de los motivos que indujeron por
lo mostró violentamente a un visitante y gritó irritado “ ¡Jack­ primera vez a uno u otro artista a empastar o embutir un trozo
son Pollock!” ». El término «construir» —que ha resultado bas­ de material extraño en la superficie de un cuadro. Respecto a
tante antiguo en el arte— fue el slogan con que los cubistas esto, ni Braque ni Picasso lo han dejado muy claro. Los auto­
se alzaron hace cincuenta años para reparar los supuestos da­ res que han intentado explicar sus intenciones hablan, con
ños que los impresionistas habían hecho a la pintura. unanimidad sospechosa, de la necesidad de un contacto nuevo
con la «realidad» frente a la creciente abstracción del cubismo
1957 analítico. Pero el término «realidad», siempre ambiguo cuando
se utiliza en relación con el arte, nunca ha tenido más ambi­
güedad que en este caso. Un trozo de papel de pared que imita
la textura de la madera no es más «real» bajo ningún concepto,
ni está más cerca de la naturaleza, que una simulación pintada
de esa misma madera; y tampoco el papel de pared, el hule, el
papel de periódico o la madera son más «reales» o están más
cerca de la naturaleza que la pintura sobre lienzo. Y aunque

»
68 69
estos materiales fuesen más «reales», el problema seguiría en mitir que sobreviviera entre ambas una ilusión mínima de espa­
pie, pues tal «realidad» apenas si nos explicaría algo sobre cio tridimensional.
la apariencia concreta del collage cubista. Braque ya se había sentido inquieto ante la contrac­
El único problema real es la preocupación de Braque ción del espacio ilusionista en sus cuadros de 1910. Entonces
y Picasso, en su cubismo, por aferrarse a la pintura como arte había recurrido al expediente de insertar una sugerencia trom-
de representación y de ilusión. Pero al principio se preocupa­ pe-l’-oeil convencional de espacio profundo encima de la pla­
ban mucho más por obtener con su cubismo resultados escul­ nitud cubista, entre los planos representados y el ojo del es­
turales con medios estrictamente no escultóricos; o sea, en­ pectador. La misma sombra, como sembrada de tachuelas, de
contrar un equivalente explícitamente bidimensional para todo un grafismo anticubista, que aparece traspasando la parte su­
aspecto de la visión tridimensional, sin consideración a lo mu­ perior de un cuadro de 1910, Bodegón con violín y jarro, su­
cho que podría sufrir la verosimilitud del resultado de este giere profundidad de un modo simbólico. Las formas cubistas
proceso. La pintura había de proclamar el hecho físico de que se transforman en la ilusión de un cuadro dentro de un cuadro.
era plana, en lugar de pretender negarlo, a pesar incluso de En Hombre con guitarra, de principios de 1911 (hoy en el Mu­
que, al mismo tiempo, había de superar como hecho estético seo de Arte Moderno), las borlas y tachones dibujados a línea
esa planitud proclamada y continuar informando sobre la na­ del margen superior izquierdo constituyen un símbolo parecido.
turaleza. En ambos casos el efecto, que no debe confundirse con la signi­
Ni Braque ni Picasso se plantearon de antemano este ficación, es muy discreto e imperceptible. Plástica y espacial­
programa. Más bien surgió como algo implícito e inevitable en mente, ni el tachón ni la borla actúan sobre el cuadro; ambos
el transcurso de su esfuerzo conjunto por desarrollar esa vi­ sugieren una ilusión sin hacerla realmente presente.
sión de un arte pictórico «más puro» que habían atisbado en Al comienzo de 1911, Braque ya estaba ensayando pro­
Cézanne, del que también tomaron los medios. Estos medios, y cedimientos para reforzar, o mejor, suplementar esta sugestión,
esa visión, impusieron su lógica; y la dirección de tal lógica pero todavía sin introducir nada que pudiera ser otra cosa que
se puso claramente de manifiesto en 1911, cuarto año del cu­ un símbolo. Al parecer entonces-descubrió que el trompe-l'-oeil
bismo de Picasso y Braque, junto con ciertas contradicciones podía usarse tanto para engañar al ojo como para desenga­
latentes ya en la propia visión de Cézanne. ñarlo. O sea, que podía usarse tanto para afirmar como para
Por esas fechas, la planitud no sólo había invadido el negar la superficie real. Si se podía indicar con suficiente cla­
cuadro cubista, sino que estaba amenazando con anegarlo. Los ridad en determinados lugares la realidad de esa superficie
pequeños planos-facetas con que Braque y Picasso efectuaban la —su planitud física— se distinguiría y separaría de todo aquello
disección de todo lo visible se situaban ahora todos paralelos al que contuviera. Una vez explicitada la naturaleza literal del
plano del cuadro. Ya no eran controlados, ni en dibujo ni en soporte, todo lo que hubiese sobre él que no estuviera conce­
situación, por la perspectiva lineal y ni siquiera por la escalar. bido literalmente vería realzada su no literalidad. O diciéndolo
Además, cada faceta tendía a configurarse como una unidad de otro modo, la planitud representada mostraría al menos la
independiente sin pasajes ligados ni trazos interrumpidos de semejanza de una semejanza de espacio tridimensional siempre
valor gradativo en su lado abierto, para unirlo a las facetas que se señalara con claridad que la planitud no representada
contiguas. Al mismo tiempo, el sombreado se había atomizado de la superficie literal era aún más plana.
en manchas de luz y sombra que ya no se podían concentrar El primer artificio importante que descubrió Braque,
en los bordes de los contornos con un modelado suficiente que hasta la llegada del papel engomado, para indicar y separar la
las obligase a situarse convincentemente en profundidad. En superficie, fue la imitación de los impresos, que evocan auto­
general, luz y sombra habían comenzado a actuar, de modo in­ máticamente una planitud literal. Se ven letras de imprenta en
mediato, más como cadencias de diseño que como una descrip­ una de sus pinturas de 1910, El mechero·, pero al ser bastante
ción o definición plástica. El problema principal en esta situa­ esquemáticas y estar sesgadas en profundidad a lo largo de la
ción era impedir que el «interior» del cuadro — su contenido— superficie representada que las sostiene, esas letras aluden me­
se fundiera con el «exterior», con su superficie literal. La pla­ ramente a la superficie literal. En el año siguiente introduce
nitud representada —o sea, los planos-faceta— había de man­ mayúsculas de imprenta, junto con letras y números de tipo
tenerse lo bastante separada de la planitud literal para per­ menor, en una simulación exacta de la impresión y la rotula­

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ción con una frontalidad absoluta y fuera del contexto repre-
sentacional del cuadro. Siempre que aparecen estas impresio­ fibra de madera o de la textura de mármol. En virtud de su
nes, detienen la mirada en el plano literal, como lo haría la abrupta densidad de textura, estas zonas proclamaban la su­
firma del artista.7 Exclusivamente por la fuerza del contraste perficie literal con una fuerza tan nueva y superior que el con­
—pues siempre que la superficie literal no está declarada explí­ traste resultante relegó la impresión simulada a una profundi­
citamente, parece implícitamente negada— todo lo demás es dad de la que sólo podía rescatarla —y establecer de nuevo el
alejado hacia atrás en una especie de recuerdo, cuando menos, ir y venir— la perspectiva convencional; es decir, establecien­
de profundidad o espacio plástico. Se trata del viejo artificio do una relación con las formas representadas dentro de la ilu­
del repoussoir, pero llevado un paso más allá: en lugar de usar­ sión tal que estas formas no dejaran lugar para la tipografía,
lo para alejar un plano medio ilusionista de un primer plano salvo cerca de la superficie.
ilusionista, la imitación de la imprenta explícita la superficie No obstante, la acumulación de' artificios de este tipo
pintada real y con ello la rescata de la ilusión de profundidad. pronto tuvo el efecto de comprimir superficie y profundidad,
El trompe-l'-oeil desengañador de la tipografía simula­ incluso al tiempo que las separaba. El proceso de aplana­
da suplementa, en lugar de reemplazar, al trompe-l'oeil con­ miento parecía inexorable y se hizo necesario enfatizar aún
vencional engañador del ojo. Otra borla representada literal y más la superficie para impedir que se fundiera con la ilusión.
gráficamente incrusta formas aplanadas en una profundidad Por esta razón, y no veo otra posible, en setiembre de 1912,
simbólica en los Portugueses de Braque (1911), pero aquí la Braque dio el paso radical y revolucionario de pegar trozos
realidad en bruto de la superficie, tal como la afirman las auténticos de un papel de pared que imitaba madera a un di­
letras y números rotulados, se cierra por encima de la ilusión bujo sobre papel, en lugar de intentar simular su textura pin­
simbólica de profundidad y de las configuraciones cubistas del tándolo. Picasso asegura que él ya había hecho su primer colla-
tipo de la tapadera sobre una caja. Sellada entre dos planitudes ge a fines de 1911, cuando pegó con cola un trozo de hule que
paralelas —la planitud cubista representada y la planitud lite­ imitaba unas cañas, sobre una pintura en lienzo. Es verdad
ral de la superficie pintada— la ilusión se hace un poco más que su primer collage parece más analítico que el de Braque,
presente y al mismo tiempo más ambigua aún. Cuando uno lo cual confirmaría la fecha que le atribuye; pero es igual-
mira, las letras y los números rotulados cambian de„ lugar en men cierto que Braque era el pionero más coherente en el
profundidad con la borla, y la superficie física pasa a formar uso de texturas simuladas y de tipografía; y además, ya había
parte de la ilusión por un momento: parece como empujada comenzado a ensanchar y simplificar los planos-faceta del cu­
hacia atrás junto con la rotulación, de modo que una vez más bismo analítico en una fecha tan temprana como los últimos
el plano del cuadro da la sensación de desaparecer, pero sólo meses de 1910.
por una fracción de segundo. El efecto que permanece es el
de un constante ir y venir entre superficie y profundidad, en
el que lo no representado «infecta» la planitud representada.
La vista, más que engañada, queda perpleja; en lugar de ver Cuando examinamos lo que cada maestro dice de su
objetos en el espacio no ve más que... un cuadro. primer collage, vemos que en ambos casos ocurrieron cosas
A lo largo de 1911 y 1912, al hacerse más firme y más muy parecidas. (El hecho de que el collage de Braque se hicie­
dura de negar la tendencia del plano-faceta cubista a adherirse ra sobre papel y complementado con carboncillo, mientras que
a la superficie literal, la tarea de mantener la superficie al al­ el de Picasso fuese sobre lienzo y al óleo no introduce ninguna
cance de la mano correspondía cada vez más a los artificios diferencia importante.) A causa de su mayor presencia corpo­
para desengañar la vista. A fin de reforzar y a veces reempla­ ral y su carácter más extraño, el papel o la tela pegada sirven,
zar la tipografía simulada, Braque y Picasso empezaron a mez­ al menos al principio, para que todo lo demás dé una idea más
clar arena y otras sustancias extrañas con su pintura; la textura viva de profundidad que la impresión simulada o las texturas
granular que así crearon llamaba aún más la atención sobre falsas. Pero una vez más, este artificio afirmador de la super­
la realidad de la superficie y se mostraba eficaz en áreas mu­ ficie se pasa y se queda corto al mismo tiempo. En efecto, la
cho más extensas. Sin embargo, en algunos otros cuadros, Bra­ ilusión de profundidad creada por el contraste entre el mate­
que comenzó a pintar zonas con una simulación exacta de la rial añadido y todo lo demás da paso inmediatamente a una
ilusión de formas en bajorrelieve que, a su vez, produce, y
t
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con idéntica inmediatez, una ilusión que parece contener a parte mantiene con la superficie. Y lo mismo puede decirse,
ambos, o a ninguno. más o menos, del contenido del primer collage de Picasso.
Debido al tamaño de las superficies que cubre, el papel En los collages posteriores de ambos maestros se usa
pegado establece corporalmente una planitud no representada, una gran variedad de materiales extraños, a veces en la misma
y no se limita a indicarla o señalarla. La planitud literal tiende obra, y casi siempre en conjunción con todos los demás arti­
ahora a afirmarse como el principal hecho del cuadro, y el ficios engañadores y desengañadores que conocían. La zona
artificio se vuelve contra su inventor como un boomerang: la contigua a un borde de un trozo de material pegado —o sim­
ilusión de profundidad resulta aún más precaria que antes. En plemente de una forma pintada— se sombrea para alejar ese
lugar de aislar la planitud literal especificándola y circunscri­ borde de la superficie, al tiempo que se dibuja, pinta o in­
biéndola, el papel pegado o la tela la liberan y la extienden, y el cluso se pega algo encima de otra parte del mismo contorno
artista parece no quedar con otra cosa entre las manos que para llevarlo hacia el fondo. Planos definidos paralelos a la
esa planitud no representada con la que acaba y comienza su superficie penetran también en el espacio real, y se sugiere ópti­
cuadro. La superficie real se convierte en primer plano y fon­ camente una profundidad mayor que la establecida pictórica­
do, y hace que — súbita y paradójicamente— sólo quede para mente. Todo esto intensifica la oscilación entre superficie y
la ilusión de tridimensionalidad lo que está enfrente de y en­ fondo para abarcar un espacio ficticio enfrente y detrás de la
cima de la superficie. En sus primeros collages, Braque y Pi­ superficie. Ahora, la planitud puede monopolizarlo todo, pero
casso dibujaban o pintaban por encima y sobre el papel o la tela es una planitud que se ha hecho tan ambigua y general que ella
añadidos, de modo que algunos de los principales rasgos de sus misma se convierte en ilusión, al menos en ilusión óptica, si
temas, tal como se representaban, parecían salir fuera, al espa­ no en ilusión pictórica propiamente dicha. La planitud cubista,
cio real en bajorrelieve — o estar a punto de hacerlo— , mientras representada, queda ahora casi totalmente asimilada a la pla­
que el resto del tema permanecía incrustado en la superficie, o nitud literal no representada, pero al mismo tiempo reacciona
aplastado sobre ella. Y sólo este contraste arrojaba hacia atrás y transforma en gran medida la no representada, consiguién­
la superficie, en su misma superficialidad.8 dolo además sin privar por ello a esta última de su literalidad;
En la parte superior del centro del primer collage de en lugar de ello, subraya y refuerza esa literalidad, la recrea.
Braque, El frutero (hoy en la colección de Douglas Cooper), se
representa un racimo de uvas con tan convencional y vivo
efecto escultórico que prácticamente se sale del plano del cua­
dro. La ilusión trompe-l’-oeil aquí no está encerrada ya entre El tema cubista vuelve a emerger de esta literalidad
planitudes paralelas, pero parece atravesar la superficie del recreada. Por una paradoja más del cubismo, resulta que los
papel del dibujo y establecer la profundidad encima de ella. medios destinados a producir una ilusión de profundidad y
Pero la violenta inmediatez de las tiras de empapelado pega­ plasticidad se habían hecho ampliamente divergentes de los
das al papel y la inmediatez algo menor de las mayúsculas de medios de representación o figuración. En la fase analítica de
imprenta que simulan el rótulo de un escaparate consiguen de su cubismo, Braque y Picasso no sólo habían tenido que mini­
alguna manera devolver a su lugar el racimo de uvas sobre el mizar la tridimensionalidad para conservarla, sino que tam­
plano del cuadro, forzándole a que no «salte». Al mismo tiem­ bién habían tenido que generalizarla, hasta el punto de que la
po, las propias tiras de empapelado parecen empujadas hacia ilusión de profundidad y relieve llegó a abstraerse a partir de
el fondo por las líneas y manchas de sombreado al carboncillo, entidades tridimensionales específicas y se representaba en bue­
y por su situación respecto a las mayúsculas a imprenta; y es­ na medida como una ilusión de profundidad y relieve en cuanto
tas mayúsculas, a su vez, parecen empujadas hacia atrás por tal, como un atributo desencarnado y una propiedad expropia­
su colocación y por el contraste con la corporeidad de la fibra da, como algo alienado de todo lo que no fuese ello mismo. La
de la madera. Como vemos, cada parte y cada plano del cuadro plasticidad había de aislarse para salvarla; y como el aspecto
ocupan un lugar cambiante, de profundidad relativa con res­ del tema se trasponía en aquellos aglomerados de planos-faceta
pecto a las demás partes y los demás planos; es como si la más o menos intercambiables y destructores de contornos, me­
única relación estable que quedara entre las diferentes partes diante los cuales el método cubista aislaba la plasticidad, el
del cuadro fuese la relación ambivalente y ambigua que cada tema mismo resultaba irreconocible en gran parte. En su fase

74 75
El cubismo analítico llegó a un punto final con el colla-
de 1911-1912 (que los franceses llaman «hermética», con justi­
ge, pero no de modo concluyente; tampoco puede decirse que
cia), el cubismo estuvo a un paso del arte abstracto.
el cubismo sintético comenzase plenamente ahí. Hasta que el
Fue entonces cuando Picasso y Braque se enfrentaron
collage no fue exhaustivamente transferido al óleo y transfor­
a un dilema único: tenían que elegir entre la ilusión y la re­
mado por esta transferencia, el cubismo no se convirtió en
presentación. Si optaban por la ilusión, sólo podía ser una
una cuestión de color positivo y siluetas planas y entrelazadas
ilusión per se, una ilusión de profundidad y relieve, tan general
cuya legibilidad y situación creaban alusiones a, cuando no ilu­
y abstracta que excluiría la representación de objetos indivi­
siones de, entidades inequívocamente tridimensionales.
duales. En cambio, si optaban por la representación, había de
El cubismo sintético comenzó con Picasso, a fines de
ser representación per se, representación como imagen pura y
1913 o comienzos de 1914; éste fue el momento en el que Pi­
simple, sin connotaciones del espacio tridimensional (o como
casso tomó finalmente la iniciativa en la innovación cubista, al
mucho con connotaciones esquemáticas), en el que existían los
margen de Braque, y ya no la dejó nunca. Pero antes incluso,
objetos representados originalmente. El collage puso claramen­
Picasso había atisbado y penetrado por un instante en un sen­
te de manifiesto los términos de este dilema: lo representacio-
dero revolucionario que nadie había pisado nunca. Fue como
nal sólo podía restaurarse y preservarse sobre la superficie si en ese momento hubiese percibido la planitud del collage
plana y literal, ahora que la ilusión y la representación habían
como algo demasiado restrictivo y hubiese intentado súbita­
pasado a ser, por primera vez, alternativas mutuamente exclu­
mente escapar de ello recorriendo todo el camino hacia atrás
yen tes. —o hacia adelante— en busca de una tridimensionalidad lite­
Al final, Picasso y Braque se inclinaron por lo repre- ral. Lo hizo empleando medios absolutamente literales para
sentacional, y al parecer lo hicieron deliberadamente. (Esto
meter el collage (y el cubismo en general) literalmente en el
constituye la base para tanta charla sobre la «realidad».) Pero
espacio literal, enfrente del plano del cuadro.
la lógica formal e intrínseca del cubismo, tal como funcionaba
En algún momento de 1912, Picasso recortó y plegó un
a través del collage, era bastante responsable también de esta trozo de papel dándole forma de guitarra; pegó a ese trozo
decisión. Cuando los planos-faceta menores del cubismo analíti­ otros y cuatro cuerdas tensas, creando así una secuencia de
co se colocaban encima, o se yuxtaponían a las grandes y den- * superficies planas que daban lugar a un espacio escultórico
sas formas constituidas por los materiales añadidos del colla- real al que añadió sólo el vestigio del plano de un cuadro. Los
ge tenían que cristalizar — «sintetizarse»— en contornos planos
elementos añadidos del collage eran excluidos, por decirlo así,
mayores que no tenían otra misión que preservar la integridad y apartados de la superficie pictórica literal para constituir un
del plano del cuadro. Dejados en su previa pequeñez como de bajorrelieve. Con este acto, Picasso fundaba una nueva tradi­
átomo, se habrían alejado en profundidad con excesiva brus­ ción y un nuevo tipo de escultura, el que se ha venido en lla­
quedad; y las formas anchas y opacas del papel pegado habrían mar «construcción». Aunque la escultura-construcción se liberó
quedado aisladas de tal manera que hubieran saltado fuera del hace mucho tiempo de esta estricta frontalidad del relieve, ha
cuadro. Los planos grandes yuxtapuestos a otros planos gran­ seguido marcada por sus orígenes pictóricos, y de ahí que el
des tienden a afirmarse como formas independientes, y en la constructor-escultor González, amigo de Picasso, dijera que era
medida en que son planos, se afirman también como siluetas; el nuevo arte.de «dibujar en el espacio», es decir, de manipular
y las siluetas independientes se prestan mucho a coincidir con formas bidimensionales en un espacio tridimensional. (Picasso
los contornos reconocibles del tema que sirve de punto de no se limitó a fundar este arte «nuevo» con su guitarra de pa­
partida al cuadro (si es que éste parte de un tema). Debido a pel de 1912, sino que durante algunos años continuó haciendo
esta reacción en cadena, tanto como por cualquier otra causa aportaciones vigorosas y fecundas al mismo.)
—es decir, debido a la creciente independencia de la unidad Ni Picasso ni Braque volvieron nunca al collage des­
planar en cuanto forma dentro del collage— , la identidad de pués de 1914. Los demás lo han explotado fundamentalmente
los objetos representados o, al menos, de partes de ellos reemer­ por su capacidad de impresionar, que en manos de sus crea­
gió en los papiers-collés de Braque y Picasso y continuó ocu­ dores el collage sólo tuvo incidentalmente, o incluso sólo acci­
pando en ellos un lugar más conspicuo — aunque sólo como dentalmente. Ha habido algunas excepciones, especialmente
siluetas aplanadas— que en cualquiera de sus pinturas total­ Gris, pero también Arp, Schwitters, Miró, E. L. T. Mesens, D i»
mente al óleo realizadas antes de finalizar 1913.
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buffet y, en este país, Robert Motherwell y Anne Ryan. En este sivamente como decoración, los collages de Gris parecen tam­
contexto, el caso de Gris sigue siendo el más interesante e bién más convencionalmente decorativos. En lugar de esa unión
instructivo. sin costuras de lo decorativo con lo plástico que encontramos
en Picasso y Braque, hay aquí una alternancia, una colocación,
una simple yuxtaposición de los dos; y siempre que esta rela­
ción va más allá de la yuxtaposición, conduce con más fre­
Braque y Picasso habían obtenido un tipo de decora­ cuencia a la confusión que a la fusión. Los collages de Gris
ción nuevo, que transcendía de sí mismo, reconstruyendo la tienen sus méritos, pero sólo unos pocos merecen los elogios
superficie del cuadro con lo que en otro tiempo había sido sin reservas que han recibido.
los medios de su negación. Partiendo de la ilusión, habían lle­
gado a una literalidad transfigurada y casi abstracta. Con Gris
ocurría lo contrario. Como él mismo explicaba, partió de for­
mas abstractas y planas a las que luego añadía imágenes re­ En cambio, muchos óleos pintados por Gris en 1915-
conocibles y emblemas de tridimensionalidad. Y mientras los 1918 merecen esas alabanzas. Con toda justicia hay que decir
temas de Braque y Picasso eran analizados en tres dimensiones que sus cuadros de esos años demuestran, quizá con más clari­
al tiempo que eran transpuestos a dos, los primeros temas dad que cualquiera de las obras de Braque o Picasso, algo que
cubistas de Gris solían analizarse — incluso antes de que fue­ es de la máxima importancia para el cubismo y para el efecto
sen encajados en el cuadro, como si se preformaran gracias del collage sobre él: a saber, la liquidación del sombreado es­
a su superficie— con unos ritmos bidimensionales y puramente cultórico.
decorativos. Hasta pasado algún tiempo no cobró conciencia del En los primeros papiers-collés de Braque y Picasso, el
hecho de que el cubismo no era una cuestión de revestimiento sombreado deja de ser puntillista y se convierte bruscamente
decorativo y que la resonancia de sus superficies derivaba de en ancho e incisivo de nuevo, como las formas que modifica.
una preocupación constante por la plasticidad y la ilusión que Este cambio en el sombreado explica también los efectos de
informaba la renuncia misma a la plasticidad y a la ilusión. bajorrelieve, o las veleidades con el bajorrelieve, de los prime­
Y vemos cómo Gris se esforzaba, casi más en sus colla- ros collages. Pero las grandes manchas de sombra sobre un
ges que en el resto de su obra, por resolver los problemas que fondo densa o enfáticamente texturado, como la madera o el
planteaba esta conciencia más plena. Pero sus collages mues­ papel de periódico, tienden a cobrar fuerza propia cuando su
tran también hasta qué punto esa conciencia seguía siendo in­ relación con el modelo natural no es autoevidente, lo mismo
completa. Como seguía tomando el plano del cuadro como algo que les ocurre a los grandes planos en las mismas circunstan­
dado y, por tanto, que no necesitaba ser recreado, Gris mos­ cias. Abandonan su función escultórica y pasan a ser formas
traba una solicitud quizás excesiva para con la ilusión. Utili­ independientes, constituidas sólo por negros o grises. Este he­
zaba papel engomado y texturas y rótulos trompe-l’-oeil para cho no sólo contribuye a intensificar la ambigüedad de la su­
afirmar la planitud, pero casi siempre sellaba totalmente esa perficie del collage, sino que también sirve para reducir el
planitud dentro de una ilusión de profundidad convencional, al sombreado a un mero componente del diseño de la superficie
permitirse imágenes representadas con una viveza relativamen­ y del esquema cromático. Y cuando el sombreado se convierte
te escultórica para ocupar, sin ninguna ambigüedad, una por­ en eso, todos los demás colores pasan a ser más puramente
ción excesiva tanto de los planos más próximos como de los color. Y así fue cómo resurgieron en el collage los colores po­
más lejanos. sitivos, recapitulando curiosamente el camino por el cual el
Como sombreaba y modelaba jnás copiosamente y ten­ color «puro» había aparecido en primer lugar ante Manet y
día a utilizar un color más explícito bajo su sombreado, los los impresionistas.
collages de Gris rara vez declaran sus superficies con tanta En el cubismo analítico, el sombreado en cuanto som­
franqueza como los de Picasso y Braque. Con ello, su presencia breado había estado divorciado de las formas concretas, con­
total es menos inmediata y tiene algo de la lejanía, de la pre­ servando en principio su capacidad para llevar hacia el fondo
sencia distanciada propia del cuadro tradicional. Y sin embargo, las superficies generalizadas. En el collage, el sombreado, aun­
al funcionar en mayor grado sus elementos decorativos exclu­ que devuelto a las formas o siluetas concretas, perdió su capa­

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cidad para actuar como modelado precisamente por convertirse Georges Rouault
en una forma concreta él mismo. He aquí cómo y por qué el
sombreado, desaparecido como medio de ilusión de los collages
de Braque y Picasso, y de su cubismo, nunca reapareció real­
mente.9 Se dejó a Gris la tarea de resolver este proceso en sus
cuadros de 1915-1918 y sacar sus consecuencias para todos... y
al hacerlo, producir finalmente un arte triunfal. El cubismo de
Gris en este período — que es casi tan analítico como sintéti­
co— separaba, fijaba e inmovilizaba, en óleo sobre madera o
lienzo, algunas de las etapas entremezcladas de la transforma­
ción que el cubismo había experimentado ya en los cuadros
engomados y pegados de Braque y Picasso. Las formas negras,
sólidas, limpia y sencillamente contorneadas, en que tanto con­
fiaba Gris en estas pinturas, representan sombras fosilizadas y
manchas fosilizadas de sombreado. Todas las gradaciones de
valores se resumen en un solo y último valor de lo plano, lo
opaco y lo negro, un negro que resulta un color tan puro y so­
noro como cualquiera del espectro y que confiere a las siluetas
que rellena un peso aún mayor que el de las formas de tono Quienes opinan que los cubistas sacrificaban el senti­
más claro que esas siluetas sombrean en apariencia. miento al «intelectualismo» ven la redención del arte moderno
En esta fase sólo el arte de Gris sostiene, en mi opi­ en Rouault. Rouault parece, y puede que incluso lo sea, un
nión, el gran tono del cubismo. Al menos, su práctica está tan notable fenómeno, pero que quede muy claro desde ahora que
totalmente inspirada en una visión clara y firme que los deta­ no es un gran artista ni siquiera un artista importante. Por el
lles de ejecución se ocupan de sí mismos. Y al menos, lo de­ contrario, es bastante limitado y oculta una sensibilidad con­
corativo es aquí transcendido y transfigurado en una unidad vencional bajo la máscara de efectos modernistas, y una acti­
monumental, como ya había ocurrido en el arte de Picasso, tud muy estudiada bajo ciertas poses de espontaneidad. He
Braque y Léger. Esta monumentalidad tiene poco que ver con de confesar que me disgusta bastante la personalidad artística
el tamaño. (Al principio y al final, y tanto en las manos de que percibo en sus cuadros, y también debo confesar que sos­
Picasso como de Braque, el cubismo nunca se prestó con éxito pecho frecuentemente cuáles son los motivos inconscientes de
completo a los formatos grandes. Incluso los grandes cuadros, aquellos que le elogian. Solamente un complejo de culpabilidad
bastante espléndidos, que hizo Léger en los últimos años diez hacia la impotencia emocional podría hacer que uno aceptase
y primeros veinte no acaban de alcanzar la perfección de su acríticamente las estridentes afirmaciones de sentimiento in­
cubismo a menor escala del período 1910-1914.) La monumen­ tenso y profundo de su arte.
talidad del cubismo en manos de sus maestros es más una cues­ Rouault aprovecha muy pocas oportunidades reales.
tión de visión y actitud —actitud hacia los medios físicos in­ Explota metódicamente los colores complementarios y tiene
mediatos del arte pictórico— gracias a la cual las pinturas de siempre a mano la virginidad ostensible y significadora de fuer­
caballete e incluso los «bocetos» adquieren la evidente autosu­ za de su pigmento, gracias a una fórmula de líneas gruesas,
ficiencia de la arquitectura. Y esto es tan aplicable al collage negras y ocre oscuro. Como la mayoría de los pintores saben,
cubista como a cualquier otra manifestación del cubismo, y tal los toques de negro y castaño (así como de gris) onecen un
vez sea incluso más aplicable al collage que a lo demás. modo seguro de garantizar la armonía de los otros colores. La
inseguridad real de Rouault es denunciada además por su di­
1959 seño habitualmente simétrico y centrado que contribuye —aun­
que no lo necesita— a lo que incluso algunos admiradores su­
yos reconocerán como la repetición de su arte.
Hizo sus mejores obras en los años treinta, cuando

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confiaba su fougue a medios más tenues, como la acuarela, pictórico del catolicismo pornográfico, sadamasoquista y «van­
el guach, el pastel y el óleo sobre papel. Un soporte de papel guardista» de Léon Bloy, sea ensalzado como uno de los pinto­
o cartón dificulta el trabajo y «termina» el resultado; de ahí res más profundamente religiosos de nuestro tiempo. Y el he­
nace la mayor parte de la mucha o poca frescura que haya cho de que el propio Bloy rechace el arte de Rouault en su
en la concepción del artista, siempre que no se deje llevar por primera fase madura — la única que conoció antes de morir—
lo fácil para lograr un estilo duro y rápido (como han hecho no cambia nada. Este arte sigue siendo igualmente «profundo»
tantos acuarelistas anglosajones). Algunos desnudos pintados y la «profundidad» es el término que en estos días se asocia
por Rouault en acuarela antes de la guerra de 1914 tienen ver­ siempre, como una garantía, a la religiosidad. Puede que la
dadera calidad, especialmente cuando se sitúan cerca de la na­ religión no le coloque a uno «en la verdad», pero es el camino
turaleza. Digamos sólo que su sentido de la textura superficial más seguro para alcanzar profundidad. Sin embargo, como dijo
es básicamente más académico que el de Daumier, por no ha­ en una ocasión el filósofo Edmund Husserl, «la profundidad
blar ya de Degas, pintores ambos que ejercieron sobre él gran puede ser el caos».
influencia.
Hacia 1913, cuando Rouault se aplicó sistemáticamente 1945
al óleo sobre lienzo, aumentó su interés por la textura de la
pintura. Entonces aparecen por primera vez en sus cuadros lí­
neas gruesas que compartimentan y diseccionan la anatomía
humana, en respuesta quizá, como sugiere James Thrall Soby, a
la influencia del cubismo. Capas entremezcladas de pintura vis­
cosa comienzan a enfatizar la superficie de un modo declama­
torio. Rouault parecía estar decidiendo el conflicto entre pat­
tem e ilusión en favor del efecto sensual e inmediato del pri­
mero, pero sólo aparentemente. La concepción unificadora del
cuadro sigue orientada a la ilusión convencional en profun­
didad, y el resultado, pese a todos sus acentos ornamentales,
sigue siendo esencialmente convencional en ese movimiento de
entrada y salida de sus luces y sombras y en la obviedad con
que se ilustra el tema.
Su arte evoluciona muy poco después de 1916, aunque
con aparentes cambios de humor. Pero la falta de evolución, la
impresión de repetitividad, no lo es todo. Está también el he­
cho de que el estilo de Rouault parece tener una vida indepen­
diente de los temas a que se aplica. Llegamos a recordar pin­
tura en lugar de simples cuadros. Esto no impide que la pintura
sea el lado más flojo del arte de Rouault, diagnóstico corrobo­
rado por la considerable mejoría que experimentan sus lienzos
cuando son convertidos en tapices, en los que el vigor del di­
bujo se manifiesta con más claridad, y menos decorativamente.
Este artista apasionado, desprendido y religioso es en
realidad un virtuoso estrecho que favorece cierta clase de con­
tenido principalmente en bien del estilo, al contrario que Ma­
tisse, Picasso y Mondrian, que trabajaban un estilo para alcan­
zar un contenido. Los temas de Rouault son tan ostentosos y
explícitos porque tienen que sostener, y forzar, un estilo. Una
de las vergüenzas del arte moderno es que Rouault, exponente

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Braque quien él mismo había guiado — ¡y a qué distancia!— antes de
la guerra. Entre tanto, Picasso había continuado trabajando en
París, y en 1915 y 1916 había realizado las obras más vigorosas
y originales de su fase cubista sintética, cuadros de brillantes
colores y diseño geométrico amplio y simplificado.
Nunca sabremos con certeza si hay que achacar o no
a la guerra las grandes diferencias que observamos en la evo­
lución posterior de Braque, o en la falta de evolución. Parece
como si le hubiese abandonado la inventiva, y desde ese mo­
mento sigue con mayor o menor fidelidad la dirección que
marca Picasso. Cuando éste comenzó a hacer naturalezas muer­
tas de un modo menos abstracto, Braque, al igual que Gris,
comenzó a hacerlas también. Cuando Picasso dibujó unos des­
nudos esquematizados y bastante expresionistas, Braque le imi­
tó de nuevo, tras un intervalo de unos años. Y cuando Picasso,
después de 1930 o 1931, se inclinó por el diseño barroco y el
color suntuoso, Braque intentó algo similar poco tiempo des­
No está muy claro todavía si las iniciativas decisivas pués. Y no es que siguiera a Picasso servilmente; su sensibi­
en los primeros años del cubismo pertenecían a Braque o a lidad, aparte del hecho de que siempre había dominado mejor
Picasso. Ni siquiera ellos son totalmente dignos de confianza el color y la calidad de la pintura que Picasso, ha seguido sien­
en la datación, retrospectiva en la mayoría de los casos, de do más independiente que su estilo mismo. Pero entre las dos
las obras que hicieron en aquel tiempo. Parece ser que Braque guerras tendió a tomar de Picasso las claves, y durante ese
fue el primero en usar el trompe-l’oeil, la pintura arenada y el período casi siempre quedó por detrás de éste en fuerza y ori­
collage, pero Picasso probablemente tomó la iniciativa con más ginalidad, aunque no siempre en fortuna.
frecuencia en cuestiones de criterio básico. En cualquier caso, Todo esto parecía bastante claro ya en la gran expo­
tengo la impresión de que a finales de 1913 Braque estaba ya sición retrospectiva que se celebró sobre la obra de Braque
empezando a perder parte de esa seguridad que le había capa­ en el Museo de Arte Moderno a fines de la primavera de 1949.
citado, como a Picasso, para producir una sucesión casi inin­ Desde las aventuras de las tres cautivadoras pinturas cubistas
terrumpida de obras maestras grandes y pequeñas en los tres de primera hora — Bodegón con violín y jarro (1909-1910) y
años anteriores. Picasso conservó esa seguridad una década más sobre todo los grises y blanco-plateados Portugués y Hombre
y continuó siendo un artista emprendedor durante un período con guitarra (1911)— y los collages puros y monumentales de
más largo aún. Sólo en un momento titubeó su mano, antes 1912, 1913 y 1914 hay un constante declinar hasta 1928, a través
de 1925, en algunos de sus, primeros bod&gones del cubismo de una serie de bodegones bastante pequeños y en tonos os­
sintético, de brillante colorido, que pintó en el verano de 1914, curos que comenzó en 1917. En aquel año Braque logra una
y que son, a pesar de su gran originalidad, inferiores en cali­ clara recuperación con una sucesión de naturalezas muertas
dad a lo que Braque hacía en esas mismas fechas. de mayor tamaño y verticalmente orientadas, algunas magní­
Picasso dice que sus relaciones con Braque y Derain ficas, que nacen de una idea que Picasso formuló por primera
nunca volvieron a ser las mismas tras la partida a la guerra vez en los años veinte. Continúa con altibajos en esta vena a
de los dos últimos en agosto de 1914. Pero sabemos también lo largo de los primeros años treinta, y luego comienza de
que tuvo una pelea con Braque poco antes de esa fecha, y lo nuevo su declive. Como había pasado ya, ese declive se pone
cierto es que sus relaciones fueron bastante frías a partir de especialmente de manifiesto en defectos que corresponden más
entonces. Fue herido en mayo de 1915 y licenciado un año y a la distribución del color que a su tratamiento específico;
pico después. Cuando empezó a pintar de nuevo, había dejado por ejemplo, los negros apagan un cuadro no por ser negros,
de ser un líder del cubismo y tuvo que orientarse al principio sino por cubrir áreas demasiado extensas.
aceptando (como dice Henry Hope) la influencia de Gris, a En todos esos años, el tema principal de Braque sigue
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siendo la naturaleza muerta. En cambio, el repertorio de Pi­ sibilidad y el oficio no supieran ponerse a la altura del mensaje
casso, mucho más amplio, indica una capacidad mayor de in­ recibido de la imaginación.
ventiva. Braque sigue siendo en todo momento un cubista más Uno se pregunta si la lealtad de Braque hacia el cu­
coherente y literal, más fiel a la concepción común del cubis­ bismo no arroja un balance negativo para él a largo plazo.
mo nacida en los primeros años veinte de la mano de Picasso, Posiblemente ha seguido siendo en los últimos años un cubista
Gris, Léger y él mismo. Este cubismo, fruto final de su fase más reconocible que Picasso, aunque éste es un artista cuyas
sintética, es un canon de dibujo cuasi geométrico, colores terro­ dotes siempre han parecido más afines al cubismo. Picasso tie­
sos y siluetas entrelazadas y superpuestas. Picasso, aunque si­ ne el talento innato de un dibujante-escultor; Braque, el de
guió siendo esencialmente un cubista, se toma mayores liber­ un colorista y buen manipulador de la pintura, un paisajista.
tades con ese canon que cualquiera de los demás, salvo Léger; Si hubiese sido capaz de romper con el canon cubista, quién
en cambio, Braque, como Bernard Dorival ha señalado, adopta sabe lo que podía haber avanzado en una pintura más «pura»,
una actitud más humilde, más consciente de sus limitaciones más pictórica que le retrotrajera a su fauvismo, una especie
personales e infinitamente menos impaciente con aquéllas dic­ de pintura cuya pictoricidad habría sido estructural y orgáni­
tadas por el espíritu de la época. ca, y no meramente impuesta, como en cuadros suyos del
Pero ese respeto de Braque hacia sus propias limita­ tipo de La estufa o incluso La mesa de billar. Podemos pre­
ciones ¿constituye o no una lealtad hacia sí mismo? Desde los guntarnos si Braque no se entendió mal consigo mismo a par­
primeros años treinta ha seguido la evolución de un artista en tir de 1914.
un período de decadencia, cuyas dotes personales ya no cobran
ánimo ni se extienden merced a la circulación de nuevas ideas 1949
y nuevos retos, y en el que la obra de arte (y especialmente de 1956
arte visual) tiende a convertirse en artículo de lujo. Sin embar­
go, ese período no ha sido en realidad tan decadente, desde
luego ni con mucho tan decadente como lo fue el arte de Bra­
que en los últimos años treinta y siguientes, cuando se esfor­
zaba por retroceder casi más atrás del cubismo, a algo como
el impresionismo tardío de Bonnard y Vuillard, en busca de
un encanto y un ornato que nada tenían que ver con él.
Hay autores que explicarían la decadencia de Braque,
y la no decadencia de Picasso, basándose en deficiencias ya per­
ceptibles en sus primeras obras, en los períodos fauvista e
incluso altocubista. Tal vez tuvieran razón. Sin embargo, ¿cómo
explicar esos repentinos fogonazos de inventiva y profecía que
se producen en ciertas obras alucinadas, pequeños paisajes,
pinturas figuradas y bodegones de los primeros años cincuen­
ta, que echan por tierra todas las ideas que teníamos de
Braque?
Estos cuadros, de tratamiento enfático, de colores som­
bríos pero incisivos, alumbraron ideas nuevas y muy anticu­
bistas acerca del diseño y el color, ideas que resultan más
originales y más pertinentes que todo lo que encontramos en
Picasso después de 1939. Ellas nos demuestran hasta qué punto
Braque ha conservado una independencia radical en algún lu­
gar de sí mismo. Y sin embargo, esos cuadros — que se acercan
más que cualquier otro al «expresionismo abstracto»— son sólo
fogonazos, fugitivos y azarosos en su realización, como si la sen­
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tasmales de esos esquemas en ángulo recto, en triángulos abier­
Marc Chagall tos, que atraviesan los volúmenes y el espacio y que goberna­
ban más manifiestamente su diseño al comienzo. Chagall es
original tanto en sus concepciones plásticas como en su icono­
grafía, pero resulta inconcebible sin el cubismo.
Entiende a Picasso y Matisse mucho mejor que todos
los demás emuladores no latinos de la Escuela de París, con­
temporáneos suyos. Junto con Mondrian, Chagall constituye el
mejor ejemplo de la capacidad de la escuela de París para asi­
milar impulsos foráneos de cualquier procedencia, enriquecién­
dolos y realizándolos.
Las obras más vigorosas de Chagall y sus éxitos más
frecuentes se sitúan entre 1910 y 1920, período en el que tam­
bién están en su apogeo Matisse, Picasso, Braque y Gris. Una
nueva concepción de la realidad y una nueva acumulación de
energías creadoras, nacidas y progresivamente organizadas des­
de 1900, habían madurado en vísperas de la Primera Guerra
Mundial en un gran estilo histórico que invirtió decisivamente
La gran exposición retrospectiva sobre el arte de Marc la dirección del arte pictórico occidental. Se prescindió de la
Chagall que se ha celebrado esta primavera en el Museo de premisa de la ilusión y la representación para afirmar que la
Arte Moderno deja claro que su talento natural, si no sus ver­ génesis y el proceso de la obra de arte eran los aspectos que
daderas realizaciones, le sitúa entre los artistas más grandes debían ofrecerse con más fuerza a la atención del espectador.
de nuestro tiempo. Unos llegan a pintores controlando o des­ Esta estética repudiaba el acabado, el pulido, la ele­
viando sus dotes —e incluso alcanzan la grandeza— , pero Cha­ gancia superficial, y de ahí que la torpeza inicial de Chagall
gall nació en la pintura, en el lienzo, en el cuadro, con su tor­ se convirtiese en este período en un factor a capitalizar. Y de
peza y todo. hecho, la exhibición franca y despreocupada de su gaucherie fue
Las pinturas más antiguas de la muestra, hechas antes un elemento indispensable para lograr la fuerza que tienen las
de 1910 —y a mi juicio bajo la influencia del expresionismo pinturas de su mejor época. Superficies toscas, pintura cuaja­
alemán y de Munich— , establecen ya lo que sigue siendo des­ da, diseño crudo a base de líneas cruzadas y rombos, contrastes
pués el color estrecha y característicamente chagalliano. No estrepitosos de lo áspero y lo sedoso, de tonos negros y ocres
obstante, el primer cuadro que fija su estilo es La boda (1910) con primarios complementarios, todo esto coadyuvaba a la
—una de las mejores obras de toda la exposición, pese a su virtud del cuadro, del mismo modo que una tosquedad similar
carácter desmañado— que ya revela la influencia dominante aunque menor era la base de la elegancia de Juan Gris, en el
del cubismo, entonces naciente. A partir de ese momento, la mismo tiempo y lugar.
evolución de Chagall va sincronizada con la de la Escuela de La torpeza de Chagall era en parte función de su situa­
París. El cubismo le da un estilo, una concepción plástica, una ción, equilibrada entre la cultura que le había formado como
disciplina estética, y los efectos cubistas permanecen incluso individuo y la que estaba dando forma a su arte. La facilidad
cuando parece ausente todo signo visible del mismo. Al pasar y el dominio se logran, o bien creciendo en el interior de la
el tiempo, Matisse le enseña cómo unificar sus colores. Pero cultura dominante, o bien rindiéndose y negándose uno a sí
Chagall se aferra al modelado de sombra y luz propio del cu­ mismo sin reservas, en caso de ser un inmigrante a esa cultura.
bismo incluso cuando su color es más puro, más plano y más Si se es un europeo oriental en París y se quiere conservar
inmediato; rectilíneo en sus primeros y mejores cuadros, este la propia personalidad en cualquier manifestación del arte que
modelado cambia después a blandas ondulaciones de colores se practique, inevitablemente se ha de caer en errores de gusto,
cálidos y fríos a lo largo de los ejes de volúmenes y planos. tanto buenos como malos. Chagall es prolífico en ambos. Su
Y en sus pinturas más recientes alientan aún vestigios fan­ «supernaturalismo», con su dislocación de la gravedad, la ana­

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tomía y la opacidad, es un error bueno, como la primera tos­ más reciente Revolución (que no figura en esta exposición de
quedad de su métier, aunque chocase a los primeros obser­ 1946) muestra una admirable unidad. Pero el grueso de la pro­
vadores por excesivamente declamatorio y teatral. Pero Chagall ducción posterior de Chagall sufre crónicamente de una falta
también era capaz de ejecutar con soltura vistas tipo postal e de concentración y presión. Vemos cualidades pictóricas, pero
instantáneas de parejas románticas en la ilusión de que apa­ no obras de arte cabales, no unidades intensas que partan de
rentemente estas obras constituían poesía lírica a la madera una· experiencia, en lugar de la experiencia en general, y que
aprobada en Occidente. Y la extravagancia provinciana y ta­ subordinen todas las cualidades generales a la impresión par­
lentuda de estas postales — cuyo espíritu armoniza tan sorpren­ ticular total.
dentemente con las tarjetas comerciales de ese período— sólo En último término, las realizaciones de Chagall quedan
sirve para reforzar su mal gusto. siempre por detrás de sus dotes, verdaderamente grandes. Ni
En los años veinte Chagall se puso a asimilar la co­ siquiera en su fase anterior, la mejor de todas, consigue for-
cina y la suavidad francesas con la obsesión de un hombre inulaciones redondas, definitivas, concluyentes. Sus mejores
torpe y sentimental que aprende a bailar. Superó la aspereza obras, al contrario que muchas de Matisse, Picasso y Gris de la
provinciana que antes había sido para él una baza. Pulió, sua­ misma época, dejan algo por decir; carecen de una unidad úl­
vizó y refinó su arte; y al mismo tiempo, lo sentimentalizó y lo tima e inevitable, o la logran sólo mediante una relajación del
trivializó en términos relativos. Para entonces ya era lo bas­ nivel, mediante un ablandamiento académico.
tante sofisticado como para evitar el mal gusto. Pero, a pesar La primitiva tosquedad de Chagall, además de indicar
de las bellas pinturas en azul real, rojo, verde, rosa y blanco vigor, constituía algo impuro: el artista iba demasiado lejos en
—bodegones que un Matisse más dulce habría pintado, y pare­ ese enfatizar el carácter único de su personalidad y no sabía
jas nupciales aleteando entre ramilletes floridos— Chagall nunca en qué punto humillarse y modificar y disciplinar su expresión
adquirió nada tan valioso como la rudeza que sacrificó. Su de modo que resultara elegible para ocupar su lugar en ese
pintura dejó de ser una aventura en el sentido en que todavía orden social llamado belleza. Al cabo de un tiempo el artista
lo eran la de Picasso o incluso la de Matisse; se dejó caer en tiene que pararse y decir: «Tómame como soy». Pero incluso
una rutina del tipo de Segonzac, Vlaminck, Derain o Utrillo. en su período «dulce», Chagall no podía detenerse a decirlo,
Sin embargo hay que señalar, como justificación par­ no podía detenerse a pedirnos que tomásemos la rudeza desor­
cial, que Chagall también fue víctima de una tendencia general ganizada como obra de arte.
que dominó a muchos otros maestros de la Escuela de París Esto en lo que se refiere a su pintura. Su obra en
a partir de 1925. En ese momento Picasso también se hacía blanco y negro es harina de otro costal. Chagall es verdadera­
más blando y parecía algo desorientado. Braque comenzaba a mente grande en sus aguafuertes y dibujos a punta seca, un
repetirse a sí mismo con creciente «dulzura». Matisse, a medi­ auténtico maestro en el modo de colocar sus dibujos sobre la
da que se extendía su influencia, comenzó a recapitular su pa­ página y distribuir luces y sombras. Aquí su academicismo sin
sado; incluso en Gris había declinado su vigor inicial años antes depurar le coloca en buena posición; la fealdad deja de ser
de su muerte en 1927; y Léger, cada vez más ecléctico, se apar­ un complemento necesario de la fuerza de su personalidad.
taba del alto nivel que había marcado él mismo en lienzos Aquí su obra emerge fresca, pura... y humilde. Su apasionada
como La Ville y Le Grand, déjeuner (Bonnard, Mondrian y Miró, serenidad, su predisposición a aceptar la disciplina no tienen
sin embargo, continuaban progresando). Había pasado la época paralelo en sus óleos. Quizás esto se deba en parte a que la
heroica del arte moderno; sus héroes habían llegado a un com­ expresión en blanco y negro depende de una tradición que
promiso con el hedonismo pesimista que reinaba en la sociedad Chagall comprende más instintivamente que la tradición de la
misma, y los aspirantes más jóvenes de la Escuela de París se pintura occidental, de la cual sólo puede tener una noción de­
habían vuetlo hacia el surrealismo y el neorromanticismo. Cha­ masiado operativa.
gall simplemente participaba del fenómeno general. Pero, como No hay que olvidar que cuando Chagall llegó a París
Chirico en esos mismos años, se dedicaba a la «calidad de la por primera vez tuvo que asimilar el pasado y el presente de
pintura», además de a la poesía. la pintura occidental simultáneamente, mientras que estaba ya
La gran Crucifixión blanca (1939) y E l violoncelista familiarizado con el pasado del arte gráfico a través de las re­
(1939) son cuadros vigorosos —particularmente el último— y la producciones. Recordemos también que la obra en blanco y

90 91
negro había permanecido algo retrasada respecto a la pintura
desde el Impresionismo y que, por tanto, era más sensible a El maestro Léger
las tendencias académicas. La revolución del postimpresionismo
era necesaria para que Chagall pudiera publicar su genio como
Maler, pero no se necesitaba ninguna revolución para prepa­
rarle el camino como dibujante en blanco y negro.
En cualquier caso, y pese a todas las reservas, el arte
de Chagall sigue siendo un hito, tanto en los óleos como en
blanco y negro. Que un hombre procedente de un enclave judío
de las provincias de Europa oriental asimilara y transformara
tan rápida y genuinamente la pintura parisina creando un arte
propio — arte que conserva la marca de la cultura histórica­
mente remota de la que procede— es un hecho heroico digno
de la época heroica del arte moderno.

1946

Durante un tiempo Léger estuvo olvidado. Las preocu­


paciones conscientes de los jóvenes pintores neoyorquinos de
los años cuarenta se dirigían a otros maestros modernistas.
Además se conocían por entonces muy pocos cuadros suyos de
1910-1913. Estuvo por aquí la mayor parte de la guerra y lo que
i nos mostró entonces no era muy impresionante. Tampoco in­
tentaba él impresionarnos con su personalidad, digámoslo en
su favor. Ahora empezamos a conocerlo mejor. La exposición
retrospectiva sobre su obra celebrada en el Museo de Arte
Moderno en el otoño de 1953 le revela como una de las gran­
des figuras fundadoras del estilo contemporáneo, junto con
Matisse, Picasso y Mondrian.
La secuencia de promesa, realización y decadencia que
muestra la exposición es muy similar a la que ya vimos en las
muestras retrospectivas de Matisse, Picasso y Braque en el
mismo museo, y las fechas, muy parecidas, marcan las grandes
líneas cronológicas de la pintura más ambiciosa que se ha he­
cho en París en los últimos cincuenta años. La época de reali­
zación llegó para Matisse entre 1910 y 1920; para Braque en­
tre 1910 y 1914; para Picasso y Léger entre 1910 y 1925. Ningu­
no de los cuatro fue, antes o después de esos años, tan cohe­
rente en ningún otro momento, y rara vez alcanzó cotas tan
altas.
Michel Seuphor dice que el año 1912 fue «quizá la fe­
cha más bella en toda la historia de la pintura en Francia».
Y fue el gran año del cubismo. Y Léger, uno de los tres ar­
tistas que encabezó el cubismo, aunque no pintara con «cubos».
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*
1913 fue otro año «bello», tal vez más aún para él, aunque no siva flexibilidad o excesiva rigidez de las formas, tosquedad,
para Picasso o Braque. En 1914, Léger fue a la guerra, y las sencillez, complacencia, y hasta cierto carácter obtuso... y sin
pocas pinturas que terminó mientras estaba en el ejército re­ embargo, cuántas otras cosas redimen y se aprovechan de estas
sultan bastante balbuceantes, si no totalmente carentes de in­ cualidades. Me atrevería a decir que, en este momento, el arte
terés. Recuperó su nivel en cuanto tuvo la oportunidad de tra­ de Léger ha conseguido, mejor que cualquier otro, que la cru­
bajar regularmente de nuevo, y las obras que produjo entre deza y la inercia de la materia sean totalmente relevantes para
1917 y 1922 son tan originales como las hechas antes de 1914 y el sentimiento humano.
quizás incluso más fecundas, aunque no alcancen los niveles de El cubismo era algo más que una respuesta a deter­
pureza, de propósito firme y de vigor envenenado de su obra minado momento histórico. Era también el resultado de acon­
de 1911-1913, del mismo modo que el arte de Picasso de 1914 tecimientos previos en la pintura, y es preciso entender éstos
y 1925, aunque manifieste un nuevo tipo de perfección, rara para entender el cubismo como hecho en sí mismo. En el es­
vez alcanza la perfección transcendente y cristalina de antes. pacio pictórico del Renacimiento y el pre-Impresionismo, el
Los cuatro años que van desde mediados de 1910 a objeto representado siempre se situaba, en una distinción aris­
mediados de 1914 fueron muy especiales. Pero, ¿qué los hacía totélica respecto a todo lo que no fuese él, enfrente o detrás
especiales? Un trío de genios (Picasso, Braque, Léger) nacidos de alguna otra cosa. Cézanne fue el primero que se preocupó
en el intervalo de un año, contaban entonces poco más de trein­ conscientemente del problema de cómo pasar del contorno per­
ta; Matisse, que se aproximaba a su cúspide, había cumplido filado de un objeto a lo que está detrás o al lado del mismo,
ya los cuarenta. Pero la respuesta está mucho más en algo sin violar ni la integridad de la superficie del cuadro, en cuan­
que se sitúa fuera de las circunstancias biográficas. En Fran­ to continuo plano, ni la tridimensionalidad representada del
cia, como en otros países, la generación de la vanguardia que objeto mismo (que el Impresionismo había amenazado). Los
llegó a la mayoría de edad después de 1900 fue la primera en cubistas heredaron el problema de Cézanne, y lo resolvieron
aceptar con entusiasmo el mundo industrializado moderno; in­ pero destruyéndolo, como diría Marx; queriéndolo o no, sacri­
cluso poetas, como Apollinaire, vieron, al menos por un mo­ ficaron la integridad del objeto a la de la superficie plana.
mento, posibilidades estéticas en un futuro aerodinamizado, en Picasso y Braque comenzaron su cubismo modelando
una modernidad abovedada. Un optimismo secular sustituyó al el objeto representado en pequeños planos-faceta que tomaron
pesimismo secular de la generación simbolista. Por una vez, los de la última etapa de Cézanne. Sin embargo, el resultado con
filisteos se habían anticipado a la vanguardia, aunque ésta pro­ que amenazaba este proceso era separar el objeto de su fondo
cediera a sacar conclusiones estéticas que aquéllos repudiaban. como si se tratara de una pieza de escultura ilustrada. Y así,
Yeats, Joyce, Eliot, Proust, Mann, Valéry, Rilke, George, Hof­ eliminando los grandes contrastes de color y reduciéndolos a
mannsthal, Kafka, Stravinsky, Schönberg, Wright, Gropius, Mies pequeños toques de amarillo, castaño, gris y negro, Picasso y
van der Rohe, Freud, Dewey, Wittgenstein, Husserl, Russell, Braque comenzaron a modelar el fondo también con planos-
Einstein, todos se formaban o maduraban en los años domi­ faceta, a la manera como Cézanne había modelado los cielos
nados por ese optimismo, que sostenía y estimulaba incluso a sin nubes en sus últimos años. Para conseguir una transición
aquellos que lo rechazaban, o que decían rechazarlo. En la menos abrupta entre objeto y fondo, y entre plano y plano
pintura, la tradición profesional, que había sido durante largo dentro del objeto, las facetas pronto se abrieron y al mismo
tiempo característicamente laica (¿qué gran pintor después de tiempo se hicieron más frontales; de ahí los rectángulos, trián­
El Greco fue un hombre básicamente religioso?), recibía ahora gulos y círculos truncados que constituyen el vocabulario ca­
una confirmación nueva, y quizás especial, de su público. racterístico del cubismo analítico de Picasso y Braque. El con­
Y así, uno de los momentos más grandes de la pintura torno y las líneas de silueteado del objeto representado se hi­
llegó a caballo de un optimismo «materialista». Y de todos esos cieron cada vez más borrosas, y el espacio interior al objeto
optimistas materialistas ninguno más entusiasta de tales cosas se fracturaba a través del espacio circundante, el cual, a su
que Fernand Léger. Se nos ha hablado de su entusiasmo por vez, se infiltraba en el objeto. Todo el espacio pictórico se
las formas maquinistas, y se nos ha mostrado tal entusiasmo; hacía uno, ni «positivo» ni «negativo», en la medida en que,
pero también vemos en su arte todas las cualidades abstractas como espacio ocupado, dejaba de diferenciarse claramente del
que van normalmente asociadas al «materialismo»: peso, exce­ espacio no ocupado. El objeto representado ya no se formaba

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como precipitado en agrupaciones de facetas obtenidas a partir pados. Clasificarlos en conos, cilindros y cubos es bastante fácil
de un fondo indeterminado de planos-faceta, lo cual a su vez para el ojo, pero agruparlos en objetos reconocibles exige casi
podía concebirse como algo constituido por los ecos vibrantes tanto esfuerzo como la lectura de la última fase del cubismo
y expansivos de los objetos representados. Mediante el diseño y analítico de Picasso y Braque.
el dibujo, los cubistas llevaban a su culminación aquello que No obstante, el método de análisis de Léger es más
los impresionistas habían comenzado, dejando que las formas sencillo. Su disección es más amplia, articulando objetos en
emergieran como coágulos de toques cromáticos a partir de un unidades volumétricas anatómicas que son siempre mayores y
ambiente de toques de color: la vieja distinción entre objeto más obvias en sus referencias que los pequeños planos-face­
enfrente de un fondo y fondo detrás y alrededor de un objeto ta en que descomponían las superficies sólidas Picasso y Bra­
quedaba eliminada, al menos como algo a percibir más que a que en 1910-1912. Quizá fuese esta sencillez la que permitió a
leer. La disolución de la forma sólida que tanto había temido Léger abandonar por completo en 1913 los objetos reconocibles
la vanguardia antiimpresionista se efectúa así de una manera para realizar varias pinturas completamente abstractas —y to­
mucho más concluyente de lo que habría soñado el propio das con el mismo título, Contraste de formas— , que muestran
Moret. planos que encierran cilindros y conos, sin pretender represen­
Picasso y Braque iniciaron el cubismo; Léger se unió a tar nada, y rectángulos que tampoco definen ninguna otra cosa.
él. Éste estaba también influido por Cézanne, a partir de 1906, De los tres maestros cubistas, Léger fue el único que llevó el
pero al principio había utilizado esa influencia para propósitos cubismo analítico a su conclusión «lógica», a una abstracción
más afines al futurismo, analizando el objeto para mostrar total. Y no es que llegara a una apariencia de planitud extre­
cómo mover ante el ojo, y no cómo presentar, una superficie ma, como había en Mondrian, ni que se aproximara siquiera a
cerrada y giratoria. Pero en 1912 lo principal para él, como para la planitud que a veces lograba el collage; siempre conservó
Picasso y Braque, había pasado a ser afirmar la diferencia entre cierto grado de ilusión escultórica. Pero aceptó, por un momen­
espacio pictórico y espacio tridimensional. Aunque el vocabu­ to, una consecuencia del cubismo analítico que Picasso y Bra­
lario de Léger, con sus unidades mayores, seguía siendo dife­ que rechazaron sistemáticamente: que la ruptura del objeto
rente en todo, su gramática se acercó a la de los otros, basán­ representado en unidades-parte de modelado, más o menos
dose en las líneas rectas y las curvas legibles. Quizás en su intercambiables entre sí, tenía que destruir su identidad y que,
caso predominasen las curvas, pero las líneas negras abocetadas mientras el relieve y la profundidad siguieran siendo la gran
con que las trazaba dejaban las formas planas de Léger casi preocupación del cubismo, los medios para conseguir esto po­
tan abiertas, en sus efectos, como las facetas truncadas de Pi­ dían constituir el único tema real de un cuadro cubista (véase
casso y Braque. Y el modo cómo Léger modelaba su redondez página 74).
—con primarios azules, rojos o verdes muestreados alrededor La llegada de Léger al arte abstracto (y su posterior
de ejes inundados de luz con un costroso blanco depositado abandono del mismo) deben verse también, sin embargo, como
tan seca y sumariamente que dejaba ver el fondo de arpille­ algo más personal. Su predilección por el peso y el equilibrio
ra— hacía que esas redondeces se percibieran simultáneamente decorativo, y un horror vacui tan grande como el de Picasso,
como planos curvos y alisados. Las direcciones diferentes en lo llevaron — de nuevo en 1913— a empezar a amontonar el
que se inclinaban las formas cilindricas o cónicas; los cubos y cuadro hacia márgenes que con anterioridad eran vagos, y a
rectángulos intercalados; el equilibrio de colores, todos de la condesar sus unidades-plano con una densidad y una compa­
misma intensidad; el sentido de los volúmenes comprimidos en cidad cuyo carácter no tenía precedente; es decir, las unidades-
un espacio ambiguo y presentando siempre sus superficies más plano se multiplicaban con total independencia de las leyes
anchas al ojo— todo esto funcionaba en el caso de Léger tam­ que rigen la materialización de superficies y planos en la reali­
bién para superar la distinción entre objeto y fondo, entre ob­ dad no pictórica. Pero como esos planos que proliferaban no
jeto y ambiente. Los objetos, o sus componentes, parecen ma­ se mantenían estrictamente frontales, el efecto rozaba casi la
nar hacia la visibilidad de un fondo de elementos similares e ilustración de una escultura abstracta, y Léger dio marcha atrás.
intercambiables; era como si la superficie se repitiese a sí Después de la guerra hizo algunos cuadros no figurativos más,
misma, en cuanto superficie, al profundizar. La impresión pri­ intermitentemente y no como una práctica establecida, y luego
mera y decisiva es la presencia de un tumulto de planos sola­ volvió, igual que Picasso y Braque, a lo que era al menos una

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4 - GREENBERG
I
guía el efecto de una especie de fachada impermeable. El factor
naturaleza silueteada. Y a esto se ha aferrado a partir de ese
rítmico se hizo mucho más evidente, y así siguió mientras
momento. Léger se apartaba de un camino paralelo al de Picasso y co­
menzaba a tomar elementos de los grandes lienzos de Matisse
de 1916, con sus discontinuidades de espacio imaginado y yuxta­
posiciones abruptas y cadenciosas de anchas bandas verticales
El descubrimiento de Cézanne de que el ojo, al seguir
de color. (Estas orquestaciones del diseño seguirían siendo extra­
fielmente la dirección de las superficies, podía resolver toda la
ñas en gran parte a Picasso, cuya incomparable capacidad como
sustancia visual en un continuo de planos frontales había dado
diseñador-compositor iba unida a un cierto tradicionalismo que
a los pintores un nuevo incentivo para la exploración tanto
excluía los ritmos amplios y enfáticamente decorativos.)
de la naturaleza como de su medio artístico, y al mismo tiem­
Hasta donde yo sé, la última obra maestra completa
po les proporcionaba una regla para garantizar la coherencia
de Léger es la versión mayor de Las tres mujeres, llamada tam­
del resultado. Picasso, Braque y Léger supieron aplicar esta
bién Le Grand déjeuner (1921), que pertenece a la colección
regla plenamente de acuerdo con sus respectivos temperamen­
del Museo de Arte Moderno, un cuadro que mejora con el tiem­
tos, y durante tres o cuatro años todos ellos produjeron series
po (y que uno suele recordar más grande de lo que realmente
ininterrumpidas de obras de unidad impecable y temas varia­
es). Posteriormente, Léger asegurará la unidad exclusivamente
dos, obras en las que se producía una fusión de vigor y ele­
mediante la eliminación y la simplificación, pero aquí la ase­
gancia. Luego se les agotó la materia del cubismo analítico y la
gura mediante la adición, la variación y la complicación de
regla sufrió un lapso. A partir de entonces, ni ellos ni ningún
elementos que son bastante sencillos en sí mismos. En primer
otro artista pudo expandir ese gusto por los mismos medios;
lugar, bandas entrecortadas, escaqueados, punteados, curvas,
continuar utilizándolos significaba depender del gusto, en lugar
ángulos... y luego sobreviene una calma masiva; formas desnu­
de crearlo.
das y tubulares, de color límpido y firmemente ancladas en el
El cubismo sintético produjo un rígido objeto-cuadro
lugar, acallan con sus contornos masivos el clamor en torno
en el que la ilusión de profundidad se obtenía solapando y
de ellas; y dominan el tirante lienzo como no podría hacerlo
desplazando verticalmente, pero rara vez mediante el sombrea- *
ninguna proyección de una ilusión más fervientemente inten­
do (que había llegado a su apoteosis y a su agotamiento con tada.
el cubismo analítico). Volvió el color brillante, pero como color
En Léger, como en Picasso, el ímpetu del cubismo re­
casi absolutamente plano. La prioridad del plano del cuadro
mite a finales de la década de los años veinte. A partir de en­
se afirmaba ahora de un modo más radical. El objeto repre­
tonces nada en el arte de Léger ha igualado la amplitud y la
sentado ya no se desintegraba por la presión del espacio super­
finalidad de antes. Sólo entonces su mano firme, pesada y sim-
ficial, sino que se desarrollaba plano en un espacio plano, o
plificadora comenzó a revelar sus flaquezas tanto como sus vir­
al menos que se percibía, si no se leía, como plano. En este
tudes. La coherencia que se plasmaba en contornos mecanizados
proceso de aplanamiento, Picasso halló otra regla nueva de
y colores crudamente decorativos comenzó a ser cada vez más
coherencia que fue para él casi tan fecunda como la anterior.
mecánica. El color —verdadera arma secreta de Léger— nunca
Tardó otros diez años en agotar sus aplicaciones.
llegó a ser tan mortecino como en Picasso y Braque en esos
Léger se embarcó en su propia visión del cubismo sin­
años posteriores, pero la diferencia tampoco resulta tan grande.
tético tras licenciarse en 1917. En la gran Ciudad que terminó
Los racimos heráldicos y colgantes de signos y objetos que
en 1919, primer plano y fondo, objeto y ambiente están como
produjo tan monótonamente en los años treinta y cuarenta
cortados en tiras, discos y rectángulos que se recombinan con
cuelgan fláccidos con la debilidad de la pintura; creemos ver
la superficie, o se aproximan a ella, en un montaje grandioso.
la mano de un diseñador más que la de un pintor; el color
Léger no había tenido que practicar el collage para aprender
parece volverse rancio en Léger (impresión producida —como
de él. Todavía sombreaba, ahora con luces y sombras más explí­
en el caso de Rouault— por lo mucho que gana uno de sus
citas —y no en los colores primarios de su período analítico— ,
cuadros de 1950 al trasladarlo al tapiz).
pero perseguía más una estructura decorativa que una ilusión
Sin embargo, no todo lo que ha hecho Léger después
de volúmenes en cuanto tales; el contraste de las formas som­
de los años veinte hay que ponerlo en la columna del debe.
breadas con áreas grandes y pequeñas de color plano conse-
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Jacques Lipchitz
Hay pequeños bodegones, y esa versión final y grande de la
serie Ciclistas de 1944-1945, que muestra un pintoresquismo an­
ticuado, como de grabado popular, y una compacidad que re­
sultan satisfactorios si no bastante conmovedores; y está el
gran cuadro de los Tres músicos (1944), cuya solidez agrada
aunque sea también demasiado blando; todo esto es aplicable
asimismo al claroscuro magistralmente ondulante del gran Adán
y Eva (1939). Solamente un artista que tenía, o había tenido,
grandeza podía pintar cualquiera de esos cuadros.
La decadencia de Léger, como la de Picasso, ha sido
más marcada precisamente porque se ha negado a repetirse a
sí mismo. Él había creado un estilo en cierta ocasión y aún se
esfuerza por hacerlo así. Si los resultados no son buenos es
principalmente porque tenemos que medirlos con el riguroso
rasero que nos marcó el propio Léger.
1954
Lipchitz es un gran escultor, de grandeza a veces úni­
ca, que plantea a los críticos un problema particularmente di­
fícil. La exposición retrospectiva celebrada en el Museo de Arte
Moderno en el verano de 1954 recrea el ambiente de grandeza
pero ofrece un número relativamente escaso de grandes obras.
Es decir, relativamente poco de aquello que nos hace aplicar la
palabra «grandeza» al arte de Lipchitz se precipita como la uni­
dad y completitud de las obras individuales.
Casi todo lo que hay en la muestra, desde las piezas
más antiguas — influidas por Bourdelle y el Art Nouveau de
estilo ruso— hasta las Vírgenes, que pasan increíblemente de
lo sublime a lo ridículo, hechas en relación con un encargo
reciente para una fuente bautismal de una iglesia francesa, ha­
bla de una enorme capacidad. Y cuando digo «capacidad» me
refiero a algo más que a una promesa; me refiero a la poten­
cialidad, no a la promesa que espera de la capacidad para orga­
nizarse, sino a la capacidad ya desplegada para su realización.
En Lipchitz la desproporción entre sus poderes y lo que verda­
deramente realiza con ellos es demasiado grande para dejarla a
un lado como el «gasto acostumbrado» que suele acompañar a
los esfuerzos ambiciosos en el arte.
Como Chagall y Soutine, Lipchitz llegó a París en los
años felices que precedieron a 1914 y se unió inmediatamente
a la vanguardia. Pero París significaba también para estos ar­
tistas judíos de Europa oriental su primera mirada real al arte
de los museos de Occidente; y ninguno de los tres lo pasó por
alto. Soutine, el último en llegar, se embarcó al punto en
PAN O Λ
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un esfuerzo para enlazar la pintura modernista con la pre­
impresionista. Lipchitz comenzó a pensar en una reconciliación secamente escultórica a base de hacerla más pictórica aún. En
parecida en los años veinte, cuando el ambiente general de lugar de transponer los planos curvos y angulosos de la pin­
París tendía a estimular los retornos parciales al pasado; y tura cubista a volúmenes poligonales macizos, comenzó ahora
Picasso y Léger, así como Matisse y Derain, estaban empeñados a pensarlos en términos de línea en cuanto línea y de super­
en lo que se pensaba era la «consolidación de sus experimen­ ficie en cuanto algo separado de la masa.
tos». Pero mientras estos artistas franceses y españoles se ha­ Las mejores obras de este período son bronces pe­
bían criado en el museo, por decirlo así, y podían dar ese arte queños y casi abstractos, de cincuenta centímetros de altura
más o menos por supuesto, fuese como retorno o como punto como mucho, cuyas superficies delgadas y perforadas y cuyas
de partida, los tres artistas judíos parecían convencidos de caligráficas tiras y cuerdas de metal afirman el lenguaje del
que necesitaban demostrar sus calificaciones para entrar en nuevo dibujante de la escultura modernista con una claridad
el museo y en la tradición mediante un esfuerzo más decla­ aún mayor en algunos aspectos que la de las anteriores cons­
rado y expreso. trucciones cubistas de Picasso. Entre estos pequeños bronces
Henry Hope, en el catálogo que ha hecho para la expo­ están las esculturas más rectamente pensadas de que se puede
sición del Museo de Arte Moderno, cita unas palabras de Lip­ vanagloriar nuestro tiempo; pero también ofrecen los primeros
chitz según las cuales él aspiraba a continuar la «gran corriente indicios, aunque sólo sea indirectamente, de esa maldad de
de la escultura europea desde Miguel Ángel y Bernini hasta gusto o de juicio tan arrogante y casi perversa, propia de Lip­
Rodin». Del mismo modo que Lipchitz ha intentado vaciar su chitz. Casi todas ellas piden a gritos una ampliación monu­
personalidad artística en el molde «titánico» que desde el si­ mental, y buena prueba de ello es la más espléndida de todas
glo xix estaba reservado a los héroes de la cultura como Miguel las obras de Lipchitz: la Figura (1926-1935), que es la única
Ángel, Rembrandt o Beethoven, así también ha buscado lograr escultura grande que hizo nunca en un estilo parecido al de
con su arte una versión contemporánea del estilo grandioso y los pequeños bronces. Al igual que ella, estos últimos suelen
épico. Sin embargo, lo ha concebido en términos excesivamente estar modelados, a pesar de su «transparencia» caligráfica, con
trillados. Su arte ha soportado durante el último cuarto de una pesadez que no encaja con su tamaño; su fuerza y com­
siglo la carga de ambiciones pedantes, por no decir academi- « plejidad pueden parecer estrechas, incluso un poco torpes de­
cistas, y esto es quizás una prueba más de sus capacidades bido a su pequeñez, y a veces incluso pueden resultarnos un
poco objets d’art. Piezas tan soberbias como Chiméne y Melan­
básicas.
Las esculturas cubistas en bulto redondo y en bajorre­ colía (ambas de 1930) son por ello las más apreciadas en foto­
lieve del primer período de madurez de Lipchitz, entre 1914 grafías, pues dan a la mirada la oportunidad de imaginarlas
y 1925, rara vez carecen de una unidad satisfactoria, aunque mucho más grandes de lo que realmente son. Lipchitz ha pro­
esto se consiga al precio de confinarse en un estrecho reper­ ducido bronces más «transparentes» de cuando en cuando, a
torio de formas, tomadas literalmente del cubismo pintado de partir de 1930, y aunque muy pocos son tan inspirados como
Picasso y Gris. Especialmente afortunados son el bronce Ba­ los primeros, todavía su calidad suele ser superior a la de sus
ñista y la madera Bailarina (1915), (que apuntan ambos hacia esculturas monumentales de los mismos años.
un nuevo tipo de escultura no monolítica que Lipchitz no vol­ Salvo en el caso de la Figura, terminada en 1930, las
vería a ensayar hasta pasados otros diez años), y en una direc­ obras grandes que Lipchitz hizo entre 1925 y ese año presen­
ción algo menos aventurada, las piezas en piedra Personaje en taban formas masivas que guardaban poca afinidad con los
pie (1916), Figura en pie de medio cuerpo (1916) y Hombre con bronces «transparentes». Era como si pensase que la escultura
mandolina (1917). Sin embargo, su obra más sistemáticamente monumental reclamaba formas inequívocamente monumenta­
original y vigorosa llegó entre 1925 y 1930, una vez terminado les. Pero la Figura estaba allí para demostrarle hasta qué punto
su período cubista propiamente dicho. Tras abandonar por en­ podía lograr de un modo mucho más convincente efectos mo­
tonces el vocabulario literal del cubismo pintado, pero suscri­ numentales con medios no monumentales, y cómo para él esta
biendo todavía los objetivos generales del cubismo e interpre­ disparidad aparente entre medio y fines era mucho mejor que
tándolos más profunda y personalmente, fue capaz, paradóji­ su igualación lógica y académica. Todas las demás esculturas
camente, de hacer que su sintaxis resultara más eficaz e intrín- grandes del período 1925-1930 que figuran en la exposición del
Museo de Arte Moderno son invariablemente inferiores en cali­
102 «
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dad a las pequeñas; y en bronces como Joie de vivre (1927), triunfalmente diferente de la fluctuante descomposición de
Madre e hijo (1929-1930) y La vuelta del hijo pródigo (1931) apa­ masas del viejo maestro. Tampoco debemos omitir el espléndi­
recen ya esos volúmenes hinchados, esos contornos rudos y do Cantar de los Cantares entre las obras de los años cuarenta.
esas elaboraciones arbitrarias que han estropeado la mayoría Actualmente, las influencias tienden a interferirse más
de los aciertos y han confirmado casi todos los fallos de la es­ como influencias allí donde Lipchitz parece estar afirmándose
cultura a gran escala que ha hecho Lipchitz desde entonces. a sí mismo con más decisión. Una aproximación intencional­
El cubismo le había empujado hacia la «construc­ mente idiosincrásica resulta ser a menudo la más claramente
ción», hacia la escultura abierta y lineal. Pero luego el milagro imitada. Y así, las concepciones e incluso los manierismos pi-
del gran estilo empezó a relucir ante sus ojos (como ocurrió cassoides son muy fáciles de reconocer en las formas ambi­
casi al mismo tiempo, aunque por razones bastante diferentes, ciosamente infladas y en la anatomía comprimida de Bendi­
con Picasso). Aunque era y es un modelador grande e instin­ ción I (1942), y en los moños bulbosos y las colas de caballo
tivo, Lipchitz comenzó a modelar excesivamente, con demasiada de Hagar (1948) y Madre e hijo (1949), que se cuentan entre
elocuencia y complacencia. La vieja y mala idea de la escultura las esculturas grandes más afortunadas — o mejor, menos de­
como estatuaria, como algo declamatorio y rimbombante, sus­ silusionantes— de sus últimos años.
tituyó a la noción implícitamente modernista (y también me­ Todo artista toma algo de los demás, y no siempre
dieval) de la escultura como expresión directa y autoevidente. toma lo mejor. Lo que revela las dificultades del arte de Lip­
De la misma manera que Soutine intentaba combinar chitz en los últimos veinticinco años no es el grado en que de­
el tratamiento en claroscuro de los viejos maestros con el color pende de otras influencias, sino la clase de esas influencias. Ha
sin matices de la pintura postimpresionista, Lipchitz ha inten­ buscado inspiración estilística en Miguel Ángel, Bernini, la es­
tado, en sus obras de mayor formato posteriores a 1927, hallar cultura neobarroca del siglo xix, las tallas africanas en madera,
algún tipo de compromiso entre el monolitismo y el claroscuro Pérgamo, Caldea, Rodin, Picasso. Un artista con un sentido
de la escultura tradicional por un lado, y las formas abiertas, firme de la dirección que quiere tomar — lo cual no debe con­
lineales y bidimensionales de la construcción cubista y tardo- fundirse con sus aspiraciones—* quizá no encontrase imposible
cubista, por el otro. El artista ni siquiera habría intentado fundir influencias aún más diversas, pero justamente ese sen­
hacer lo que hizo, de poseer esa elemental picardía que dice tido de la dirección es lo que parece haberle faltado a Lipchitz
a otros artistas que en el arte casi no se puede obtener nada durante estos últimos treinta años. Desde que se separó del cu­
sin sacrificar algo. A mi juicio, es una falta básica de picardía bismo, ha sido incapaz de desarrollar una coherencia interna;
la que explica esos objetivos demasiado deliberadamente gran­ ninguno de los diferentes senderos que toma parece conducir
diosos de Lipchitz y su insistencia en complicar sus primeras al siguiente; nada da la impresión en él de algo desarrollado,
concepciones, en lugar de purificarlas (como podemos ver por refinado, clarificado al pasar de una obra a otra. Y esta inse­
la diferencia entre sus maquetas en yeso y terracota y sus ver­ guridad en los propósitos no se manifiesta solamente a largo
siones definitivas). plazo; se deja sentir también en una obra sola, como confusión
Con todo, Lipchitz todavía puede hacerlo muy bien de intenciones.
cuando actúa francamente, como demuestran dos pequeños Y uno se pregunta cómo un artista tan inseguro de sí
bronces relativamente recientes, Huida (1940) y Llegada (1941). mismo puede dar tal impresión de fuerza. Impresión que no
Pensados para evocar los sentimientos de un judío huido de es falsa, aunque no esté respaldada por una evidencia de ese
Hitler, ambos deben mucho a Rodin tanto en su concepción valor que siempre se supone acompaña a la fuerza. Yo creo
como en la digitación de sus superficies, pero transcienden que esa fuerza, esa insistencia en demostrarla, esa jactancia
toda nota posible de imitación gracias a su claridad expresiva de la brutalidad ocultan el fracaso de Lipchitz a la hora de
y a un silueteado dramáticamente controlado. Casi puede de­ orientarse de un modo independiente dentro del arte occiden­
cirse lo mismo de otras dos obras igualmente rodinescas: Toro tal moderno. Tiene el poder superlativo e inalienable de amasar
y cóndor (1932) y E l rapto de Europa I I I (1938); en cambio, en la materia en formas masivas, simples y enérgicas, y al contra­
el gran Jacob Wrestling con el Ángel (1932), igual que en Abrazo rio que Picasso, nunca ha perdido su touch. Lo que parece ha­
(1934), Rodin se toma simplemente como una premisa a partir ber perdido es la confianza en algo dentro de sí mismo.
de la cual se traza una sinuosa corpulencia que es radical y 1954

104 t 105
Kandinsky Kandinsky continuó, incluso después de que su inspiración
fuese ya totalmente abstracta, evocando durante cierto tiempo
temas paisajísticos e incluso florales, y sus alusiones a la na­
turaleza son uno de los factores decisivos para asegurar la
unidad y la coherencia de cada cuadro. Formas ligeramente
modeladas aletean dentro de una ilusión de espacio tridimen­
sional, por el que circulan también motivos puramente linea­
les, espacio que es casi preimpresionista salvo en su poca pro­
fundidad. Hay una nota cubista en ese juego de dibujo «duro»
contra pincelada «blanda», pero el cubismo analítico, con su
afirmación final de una planitud dinámica que el modelado o
el sombreado convencionales no podían penetrar, era realmen­
te más «abstracto», más orgánicamente no ilusionista que las
improvisaciones más libres de Kandinsky. El espacio atmosfé­
rico en que sus imágenes amenazan con disolverse sigue sien­
do una reproducción del espacio atmosférico de la naturaleza,
y la integridad del cuadro depende de la integridad de una
ilusión.
Picasso tuvo la gran suerte de llegar al modernismo Sin embargo, hasta después de 1920, la carencia de
francés directamente, sin intervención de ningún otro tipo de una fundamentación cubista en la naturaleza del espacio pic­
modernismo. En cambio, Kandinsky tuvo la mala suerte de tórico «abstracto» de Kandinsky no empezó a manifestarse ine­
tropezar primero con el modernismo alemán. Sea o no esto quívocamente como una desventaja. Como muchos Outsiders
parte de una explicación cierta, su éxito al anticipar el futuro que ven las cosas más rápidaménte que los insiders, Kandinsky
permaneció comprometido por su fracaso para captar el pre­ había captado en 1911 esas implicaciones de la pintura moder­
sente. Experimentó la influencia de Cézanne y la más crucial · nista que permitían intuir un arte no figurativo que sería pictó­
aún del cubismo, pero nunca fue totalmente capa« de entender rico antes de ser decorativo. El cubismo, de acuerdo con la
la lógica pictórica que guiaba el análisis cubista-cezanniano de evidencia interna, le proporcionaba el más claro indicio de esta
las apariencias, úna lógica que Matisse y todos los maestros posibilidad; pero la tendencia no figurativa del cubismo era
posteriores de la pintura modernista habían tenido que com­ un subproducto, no el fin de su reconstrucción de la superficie
prender y dominar para poder realizarse como artistas. Lo del cuadro. Kandinsky no supo ver esto y ello le llevó a con­
que para el cubismo era cuestiones marginales se convirtió cebir la abstracción como algo que estaba en el fondo de la
en fines en sí mismos para Kandinsky, quien eludió siem­ ilustración y, por tanto, mucho más como un fin que como un
pre las cuestiones verdaderamente importantes. Antes de que medio para la realización de una visión urgente, que es todo
una nueva generación de artistas pudiera recorrer el camino lo que la abstracción en cuanto tal, como ilustración en cuanto
que él abrió, fue necesario que volvieran sobre sus pasos y tal, puede ser apropiadamente.
resolvieran, mediante el cubismo, lo que él había omitido. Con La contribución excepcional de Kandinsky fue mantener
todo, el principal perjudicado de todo esto fue su propio arte. disociados durante un tiempo algo mayor la planitud y lo no
Partiendo del Art Nouveau alemán, Kandinsky entró figurativo. La planitud cubista imponía un dibujo y un diseño
en la madurez artística con un estilo que era una original com­ geométricamente orientados a una pintura ambiciosa, pero
binación de impresionismo y fauvismo. Bajo la investigación, Miró, el último cubista, fue capaz de aflojar ese nudo con la
al menos, del primer cubismo de Braque y Picasso, esto se ayuda de los contornos «libres» de Kandinsky y su profundi­
transformó en el vehículo estilístico de un arte francamente dad pequeña e indeterminada; y en América, Gorky y Pollock
abstracto. Pintó sus mejores cuadros en los años anteriores y supieron hacer otro tanto en su propia época. Sin embargo,
posteriores a este viraje, entre 1907 y 1914, período que coin­ para 1920 el mismo Kandinsky había aceptado lo que se con­
cide casi exactamente con el del cubismo analítico. El arte de sideraba planitud cubista, siguiendo más o menos la guía del

106 / 107
cubismo sintético, el cual, al mismo tiempo que volvía a silue­ Soutine
tas más claramente representacionales, se sometía a una plani-
tud más obvia. Y Kandinsky aceptó, junto con esta planitud, el
dibujo geométrico, pero sin comprender la necesidad inherente
a la relación entre los dos. Para él, el plano del cuadro seguía
siendo algo negativamente dado e inerte, no algo que controlase
y actuase sobre el dibujo, la situación, el color y el tamaño de
una forma o una línea, y cuya planitud fuera recreada por las
configuraciones que se le impusieran, o al menos reinvocada
(como en los viejos maestros). La regularidad geométrica, en
lugar de preservar la tensión y la unidad de la superficie ha­
ciéndose eco de la regularidad de la forma que la encerraba, se
convertía para Kandinsky en un estilo que poco tenía que ver
con la estructura pictórica. En efecto, la superficie seguía sien­
do un mero receptáculo, y la pintura misma una aglomeración
arbitraria de formas, masas y líneas carentes incluso de cohe­
rencia decorativa.
En las obras posteriores de Kandinsky hay una gran
variedad de maneras, motivos, esquemas y configuraciones, La exposición retrospectiva de Soutine celebrada en el
pero es una variedad mecánica, no gobernada por el estilo o otoño de 1950 en el Museo de Arte Moderno me dio ocasión,
por la evolución del estilo. En sí mismas, las obras son frag­ por primera vez, para contemplar su arte en cantidad, y lo
mentos, y fragmentos de fragmentos, cuyo significado último cierto es que quedé algo desilusionado. Se nos revelan capaci­
está fundamentalmente en aquello a lo que aluden: diseño cam­ dades asombrosas, mas sólo una realización aplazada e in­
pesino, color de Europa oriental, Klee, el mundo de la maqui­ completa de ellas. El arte modernista puede ser un arte pro­
naria... y en el hecho de que casi no contienen nada espurio. blemático por definición, pero en el caso de Soutine lo proble­
Es posible que Kandinsky haya traicionado su talento pero no mático parece extenderse en exceso.
lo ha falsificado, y su honestidad es absolutamente única. El Quizás exigiese demasiado del arte, quizá colocara de­
precio de esa honestidad lo ha pagado él y su arte. Aunque masiado alto el valor de la expresión sin traba del sentimiento.
sólo fuera por esta razón, hemos de continuar reconociéndole Desde luego, menospreció mucho la obligación de organizar el
como un gran fenómeno, si no como un gran artista. cuadro decorativamente; e incluso en la última parte de su
Planteémonos una última cuestión: ¿no cometió un vida, cuando su arbitrariedad disminuyó bastante en este as­
error, desde el punto de vista de su propia evolución, al aban­ pecto y produjo sus obras más satisfactorias, la ordenación
donar el arte representacional cuando lo hizo? ¿No pudo produ­ decorativa del cuadro siguió siendo algo a lo que se sometía
cir más obras de valor intrínseco, y de mayor valor intrínseco, sin entusiasmo. Lo que pedía del arte de la pintura ha perte­
si hubiese continuado explotando su visión del paisaje un poco necido siempre, al parecer, más a la vida misma que al arte
más? ¿No muestran bastantes de sus primeras pinturas abstrac­ visual. Y sin embargo, las dotes de Soutine como pintor eran
tas ese aspecto característicamente difuminado que es propio en ciertos aspectos de las más extraordinarias de los tiempos
de innovaciones prematuras? Tales preguntas no son ociosas modernos.
en el caso de este artista y este arte, cuyo status y valor son Hemos de remontarnos a Rembrandt (a quien Soutine
tan difíciles de determinar. adoraba) para encontrar algo con lo que poder comparar su
toque, su manera de aplicar la pintura a una superficie plana.
1948 Vehemente, casi brutal, pero siempre elocuente, ese toque siem­
1957 pre obedece sólo al sentimiento. Prácticamente cada centíme­
tro cuadrado de la superficie de casi todos sus cuadros, al
menos los que yo he visto, está cargado, para lo peor y para lo

108 109
Su intento de arrancar de la materia física de la pintura lo
mejor, con la fuerza de ese toque. Otros pintores han creado que otros artistas conseguían a base de relaciones era, en lo
texturas más opulentas; las pinceladas de Van Gogh son más que a la tradición occidental se refiere, totalmente exótico y
definidas y armoniosas en su expresividad; pero nadie ha ma­ en gran medida fútil.
nejado más íntima y emotivamente las propiedades específicas Soutine confiaba por entero en los medios tradiciona­
de la pintura al óleo, ni más pictóricamente. Soutine utilizaba les y escultóricos de la luz y la sombra para estructurar sus
el impacto en beneficio exclusivo del color, y nunca escultórica­ cuadros. El color autosuficiente —el color de Matisse, Van
mente o para enriquecer la superficie. La materia física de sus Gogh y Monet— es una cuestión de colores relativamente pla­
pinturas es amasada y lacerada, engrosada o adelgazada, para nos. Si uno quiere conservar el modelado, con sus gradaciones
hacerla totalmente cromática, totalmente retiniana. No era un de luz y sombra, ha de sacrificar el carácter directo de la
virtuoso de la paleta; no buscaba «calidad de pintura». pintura o la pureza del tono. No se pueden tener las dos cosas.
El toque de Soutine llega como caído del cielo, pero Sin embargo, esto fue exactamente lo que Soutine intentó du­
en su pintura había otras cosas — tal vez demasiadas cosas— rante largo tiempo, y las consiguientes contradicciones fueron
para las cuales tuvo que luchar hasta bien entrada su madurez. la causa más inmediata de su fracaso para pintar sistemática­
Y fue menos una lucha por aprender que por disciplinarse. mente en los años veinte.
Y fue, en cierta medida, una lucha por disciplinarse en direc­ A lo largo de todos esos años intentó subrayar literal­
ciones no totalmente compatibles. Con su temperamento y sus mente el medio. Se exigía la máxima expresividad al color, al
dotes podía haberse realizado mucho más ampliamente si hu­ contorno y al modelado. Y a la naturaleza misma. Las formas
biese aceptado su originalidad de un modo más implícito y de lo dado y los medios del arte se mostraban igualmente tor­
hubiese permitido dejarse guiar por ella. Pero quizá fuese tam­ turados y atormentados; un orden nacido así era como un sueño,
bién propio de su temperamento (o de su neurosis) poner obs­ pero un sueño anti-surrealista. Los paisajes de este período, con
táculos en su propio camino. Y no hay que olvidar tampoco sus escoradas y sesgadas colinas y casas Jugendstil y sus ver­
su situación. des oscuros, castaños ocuros y amarillos tostados, tienen fuer­
Como Chagall y Lipchitz, otros dos artistas nacidos za y originalidad pero no ocupan el lugar que deberían ocupar
entre los judíos de Europa oriental, Soutine nunca se recuperó en un cuadro. No se «sitúan» decorativamente. Podemos sabo­
del impacto que le produjo el museo, con el cual sólo llegó a rear la pintura y el tratamiento, pero no su unidad, y sin ello
familiarizarse realmente tras su llegada a París en 1913, cuan­ perdemos esa alegría final que es lo más precioso del talento
do tenía 19 años. Chagall y Lipchitz habían llegado a tiempo artístico. Las naturalezas muertas de Soutine son más satis­
de conocer las primeras excitaciones del cubismo. Soutine dio factorias en este aspecto, debido a que el tema impone una
la espalda al cubismo y se negó, al menos verbalmente, a gustar mayor quietud. Los «estudios» de aves de corral muertas, que
de algo que no fuesen los viejos maestros. Su admiración más hizo en 1925 y 1926, y que nos recuerdan a Chardin, los holan­
ardiente se dirigió primero al Tintoretto y el Greco, luego a deses y Renoir, alcanzan una notable intensidad sin agitación,
Rembrandt y Courbet. Mostró indiferencia hacia Van Gogh, aunque aquí tampoco ninguno de los ejemplos que conozco
pero, como dice Monroe Wheeler en su catálogo para la expo­ consiguen una unidad realmente firme. La mayoría de los re­
sición del Museo de Arte Moderno, «...parece evidente que los tratos y cuadros con figuras más conocidos datan de este pe­
últimos paisajes provenzales de Van Gogh tuvieron que enva­ ríodo, y creo que se percibe en ellos la misma carencia, por
lentonarle en sus primeros intentos...» A despecho de sus pro­ muy grandes que sean sus demás cualidades. De todos los pri­
testas, todo indica que se dejó influir en sus primeras pin­ meros retratos que pueden verse en el Museo de Arte Moderno,
turas parisinas un poco por todo lo que había ocurrido en la el único al que daría todos mis parabienes es la M ujer en
pintura modernista hasta el cubismo, y después de 1918, in­ rojo (1922).
cluso por el expresionismo alemán. No percibimos esto, pero En los años treinta, las implicaciones conservadoras
lo deducimos. de la actitud de Soutine se hicieron mucho más claras para él
Soutine tenía una visión de las cumbres de la pintura mismo y las plasmó con más frecuencia. Su esfuerzo por forzar
según la cual el pathos y el naturalismo de los viejos maestros un contenido muy personal sobre un andamiaje convencional
se prestaban a la franqueza de una pintura «pura». Sólo un y, por tanto, impersonal, había dado lugar a obras pasmosas,
outsider y un recién llegado podía pensar que eso era posible.
111
110
pero no había transformado significativamente el andamiaje que estaba consiguiendo un éxito mayor gracias a una mayor
mismo, sólo lo había retorcido y sacudido. Ahora se le hacía autonegación, aumentó su sensación de frustración. La tragedia
más justicia, y todo lo que perdía en intensidad se compensaba de Soutine — si es que existió— fue que no se permitió a sí
con una mayor unidad. Ahora se relacionaba más cuidadosa­ mismo una visión lo bastante personal. En este sentido cabe
mente el diseño con el marco, y la mayor claridad de modelado considerarlo una víctima del museo.
producía una mayor lucidez de color. No era exactamente la
primera vez que Soutine había avanzado al encuentro con la 1951
tradición sin quedarse a medio camino; la Res muerta (1925),
hoy en la Albright Gallery de Buffalo, es una versión libre y
casi afrancesada de Rembrandt que sufre una unidad super-
acentuada.10 Por una vez, tenemos aquí casi un tratamiento
falso: el vidriado uniforme crea una translucidez dulzona, cuyo
efecto es como el del cuadro de un cuadro. Sin embargo, en
los primeros años treinta, los esfuerzos de Soutine para com­
petir con la tradición en su propio terreno fueron más contro­
lados y tal vez más sinceros aún. Sus sutiles revisiones de
Courbet y Cézanne en el panel maravillosamente pintado, Casa
en Oiseme (1934), son tan intensamente suyas en su elegancia
relativa como las formas retorcidas y los colores turbulentos
de sus primeros cuadros.
El arte de Soutine tiene, de principio a fin, una capa­
cidad genuina y manifiesta para conmovernos. Pero, como ya
he insinuado, en pintura esto no siempre concuerda con el arte.
La figura de la derecha de las dos niñas que corren hacia el
primer plano en Vuelta de la escuela después de la tormenta
(1939) tiene algo infinita e incomparablemente emotivo; al fin y
al cabo, Soutine era un sublime ilustrador. Pero, a causa de su
expresividad, no resulta totalmente correcta como lugar sobre
la superficie de este cuadro concreto. No me atrevería a afir­
mar que la capacidad del arte pictórico para afectarnos como
ilustración es incompatible con su poder para afectarnos de
otras maneras, pero creo que la pasión de Soutine por la ilus­
tración era tanto un obstáculo como una fuente de inspiración.
El señor Wheeler dice en su catálogo que el creciente
dominio de su arte en los años treinta fue acompañado por
un gradual desarrollo del hastío y el cansancio; que su impulso
más fuerte, tras ser una «espectral ansiedad de que el poder
y la habilidad de su pincel no consiguieran hacer realidad la
visión que tenía en el ojo de su mente», ahora «al aumentar
su maestría, disminuyó su celo por el trabajo; la brillantez de
estilo eliminó algunos de sus incentivos». Quizá no pudo aguan­
tar el éxito. O tal vez su original sentido de frustración na­
ciera en realidad de una incapacidad para ser lo bastante re­
volucionario, para violentar suficientemente lo dado y lo sancio­
nado en los auténticos intereses de su temperamento, y ahora

112 113
La Escuela de París A partir de 1920 el positivismo de la Escuela de París,
dependiente en parte del supuesto de que ante la sociedad y el
arte se extienden perspectivas infinitas de progreso técnico,
perdió la fe en sí mismo. Comenzó a sospecharse que la rea­
lidad física en el arte era tan limitada históricamente como
había resultado serlo el capitalismo. Mondrian era equipara­
ble al graffiti en la pared. Pero artistas del calibre de Matisse
y Picasso todavía creían, al parecer —y Picasso al menos con­
tinuó así durante bastante tiempo— , que era necesario seguir
persiguiendo lo físico sencillamente porque no había ningún
otro lugar al que ir sin retirarse. Las dudas que surgieron en
esta coyuntura del desarrollo del arte moderno quedan espec­
tacularmente reflejadas en el arte de Picasso posterior a 1925,
y sobre todo en el impasse neocubista al que ahora parece
haber llegado.
El positivismo y el materialismo suelen transformarse
en hedonismo cuando se dejan impregnar de pesimismo. Du­
rante los años veinte, la mayoría de los líderes de la Escuela
Nuestra comprensible e incluso acuciante curiosidad
de París (incluido Miró, aunque no Mondrian) comenzó a in­
por la evolución de la pintura francesa después de 1940 sólo se
sistir en el principio del placer con una explicitud nueva. Fue
ha visto parcamente satisfecha con unas cuantas carpetas de
entonces cuando ese delicioso pintor que es Bonnard empezó
reproducciones y ahora mediante una docena de pinturas al
a hacerse un gran nombre. La mejor pintura francesa ya no
óleo en la galería Matisse: tres de Matisse, tres de Jean Du-
intentaba tanto descubrir el placer como proporcionarlo. Pero
buffet, tres de André Marchand, dos de Rouault, una de Pi­
mientras los surrealistas y neorrománticos literarios, cuyo pe­
casso y otra de Bonnard.
simismo olía más a cinismo que a desilusión, concebían el pla­
París sigue siendo la fuente principal del arte moder­
cer pictórico como una ilustración picante, Matisse, Picasso,
no, y todo lo que ocurre allí es decisivo para el arte avanzado
Braque y quienes los seguían situaban principalmente ese pla­
del resto del mundo, que es avanzado precisamente porque
cer en el alborozo y en los hechos más físicos del color vo­
puede responder a, y extender, las vibraciones de ese centro
luptuoso, las superficies elocuentes y el diseño decorativamen­
nervioso y esa terminal nerviosa de la modernidad que es
te modulado.
París. Otros lugares (por ejemplo el Berlín de Weimar) pue­
El hedonismo de Matisse, que antecede a la guerra
den mostrar en ocasiones más sensibilidad a la historia inme­
de 1914, puede significar algo totalmente diferente de esa deca­
diata, pero es París la ciudad que durante los últimos cien
dencia que algunos creen ver en él. Lo que yo veo, a partir de
años ha sabido transmitir cón más fidelidad la esencia históri­
las reproducciones fundamentalmente, es que durante la guerra
ca de nuestra civilización,/
volvió a la pintura «lujosa» con toda su alma, después de haber
Desde Courbet, la preocupación de la pintura france­
practicado durante varios años, antes de 1940, unas simplifica­
sa por la realidad física ha reflejado el positivismo consciente
ciones algo ascéticas. Las nuevas obras suyas, de figuras y con­
e inconsciente que informa el ethos industrial-burgués, y lo ha
versaciones, que pueden verse en la galería de su hijo, quizá se
hecho probablemente de un modo más íntegro que cualquier
hayan hecho más flojas y casuales, pero sus naturalezas muer­
otro arte. Y no importa que ese pintor concreto resultara ser
tas, que se inspiran al fin en el cubismo sintético de Picasso,
un católico convencido, un místico o un anti-Dreyfusard; a pesar
marcan otro hito en su arte; su sensualidad controlada y su
de sí mismo, su arte hablaba en favor del positivismo o el
suntuosidad cuidadosa demuestran una vez más que la carne
«materialismo». Su centro de gravedad era la sensación inme­
también puede ser virtuosa y pura.
diata y funcionaba a base de una reducción drástica de las aso­
Por otro lado, Picasso da la impresión de haber in­
ciaciones ligadas al acto visual.
tentado renunciar al hedonismo desde la guerra civil española.
114
115
Aunque sus actuales naturalezas muertas muestran una parti­
bujo de Picasso con el color de Matisse y llegan igualmente
cipación en las preocupaciones del París de la guerra por los
a la confitura. Aunque Dubuffet muestra inclinaciones litera­
alimentos y los artículos domésticos, aspiran a la misma terri-
rias, he de admitir que su literatura es de un orden superior.
bilitá que sus figuras de los últimos años, y fracasa tan triste­
Hasta donde sé, es el único pintor francés que ha consultado a
mente como en todos los demás ejemplos de su arte reciente
Klee, y que ha sabido transformar esa influencia en algo monu­
que he podido ver (en reproducciones). Son muchas las razones
mental y mucho más físico de lo que cabría esperar. Además,
por las cuales Picasso se aferra a lo figurativo, pero una de
ha utilizado la licencia conseguida mediante la extravagancia
ellas es, desde luego, su deseo de responder a la historia actual
de Klee, que en parte deriva de un arte infantil, para lanzar
con un arte cuya evocación de la violencia y el terror sea ine­
un ataque salvaje sobre la imagen humana. Sólo una de las
quívoca. Sin embargo, la lógica inherente de su evolución como
pinturas que tiene en la galería Matisse es plenamente afortu­
artista le lleva hacia lo abstracto, hoy con tanta fuerza como
nada, la Promeneuse au parapluie (ahora en la colección de
hace treinta años, y me parece ver una expresión de esta lógica
Miss Katherine Viviano), un cuadro vigoroso en cuya superficie
frustrada en esa manera desvalida y casi vulgar de pintar el
gruesa y embreada se garabatea un graffito heroico; pero los
jarro que ve en la naturaleza muerta más inmediata.
otros dos cuadros de Dubuffet siguen interesándonos lo sufi­
El cuadro de Bonnard, un paisaje reciente, se entrega
ciente para espantar el deseo de ver en ellos algo distinto a lo
más a diáfanas texturas de color que los cuadros de lirios de
que él ha hecho. A esta distancia en el espacio, nos parece el
agua de Monet; contorno y definición son tan sumarios y están
pintor más original que ha producido la Escuela de París des­
tan subestimados que el efecto final roza el arte abstracto. Es
pués de Miró. Y a mí me resulta especialmente significativo el
una pintura delicada, pero no de esa calidad elevada que tenían
que, como muchos artistas menores de Norteamérica, haya te­
casi todas sus últimas obras y que yo he podido contemplar
nido que seguir a Klee en la búsqueda de una escapatoria de
en lo que supongo eran reproducciones de una fidelidad ade­
lo físico hacia lo «poético». Es demasiado pronto para decir
cuada. algo definitivo —y no olvidemos que Klee es un soporte enga­
El hedonismo de Bonnard nace en un período diferen­
ñoso a largo plazo— pero si ef arte de Dubuffet se consolidara
te al de Matisse o Picasso y, por tanto, de una experiencia en el nivel que indican esos tres ejemplos, la pintura de caba­
también diferente, al igual que ocurre, en mi opinión, con llete con un «tema» explícito habría conseguido una nueva pró­
Rouault. Su pintura reciente de la galería Matisse traiciona un rroga de vida.
tipo propio de intensificación de la sensualidad, por difícil que
eso pueda parecer, pero no añade nada a lo que ya conocemos 1946
de su arte.
En Marchand, que se presenta como uno de los mejo­
res pintores parisinos de la nueva generación, el principio del
placer se manifiesta con más desnudez y quizá más físicamente
que cualquier otra obra de esta muestra, pero también con
más decadencia. Su dibujo debe casi todo a Picasso, mientras
que su color y la calidad de la pintura nos dicen todo lo que
ha llegado a connotar riqueza y suculencia en la pintura fran­
cesa desde Renoir: intensidades tonales brillantes y exquisitas
pero también carentes de significado relucen a través de su­
perficies bruñidas y grasas. Toda la maestría y el buen gusto
del artista, que son lo que se supone han de ser la maestría
y el buen gusto de un pintor de París, no bastan para impedir
que el resultado sea empalagoso, claramente empalagoso.
Jean Dubuffet no es Marchand; tampoco es Gischia,
Lepicque, Pigneron, Estéve o cualquier otro de esos artistas
jóvenes de París que pagan tributo a lo físico cruzando el di­

116 117
» La versión norteamericana del expresionismo abstracto
Ponencia en un simposinm se suele caracterizar, tanto en sus fracasos como en sus éxitos,
por una superficie más fresca, abierta e inmediata. Tanto si se
trata de un esmalte que refleja la luz como de pintura aligera­
da que empapa un lienzo sin apresto ni imprimación, la super­
ficie consigue, de algún modo, respirar. No hay acabado ais­
lante ni espacio pictórico creado «pictóricamente» mediante la
profundidad o el color velado; es más una cuestión de contras­
tes bruscos y corpóreos y de ilusiones ópticas difíciles de espe­
cificar. Tampoco es el cuadro «apiñado», envuelto y sellado, que
lo declara pintura de caballete; la forma misma del cuadro está
tratada no como si fuese un receptáculo dado de antemano,
sino como un campo abierto cuya unidad hay que permitir
para que emerja, en lugar de imponerla o forzarla.
Naturalmente, todo esto hace que el artículo ameri­
cano sea más duro de aceptar. El gusto normal se siente ofen­
dido por lo que parece una libertad indebida y, como suele
ocurrir, confunde una espontaneidad y una franqueza nuevas
con el desorden o, en el mejor de los casos, la decoración
El prestigio francés explica en buena medida el éxito,
solipsista.
mucho mayor que el de la producción nacional, de las últimas ¿Quiero decir con todo esto que la nueva pintura abs­
importaciones de la pintura abstracta desde París —y no sólo tracta americana es superior en general a la francesa? Sí. Todo
de la pintura abstracta— , pero no basta ni mucho menos para impulso nuevo y productivo en la pintura ha repudiado, desde
explicarlo totalmente.
Manet y posiblemente desde antes de Manet a lo que a tales
A pesar de su aparente convergencia, hay diferencias
impulsos atañe, las ideas heredadas de unidad y acabado, y ha
cruciales entre las versiones francesa y americana del deno­ manipulado dentro del arte lo que hasta entonces parecía de­
minado expresionismo abstracto. En París, se unifica y acaba
masiado intratable, demasiado crudo y accidental, para ponerlo
la pintura abstracta de un modo que la hace más aceptable
al alcance del propósito estético. Esta extensión de las posibi­
para el gusto medio (a lo cual yo me opongo no porque sea lidades del medio artístico (y de la tradición) es un factor in­
un gusto medio —al fin y al cabo, el mejor gusto concuerda tegrante de la exaltación a obtener del arte, y es lo que yo
con él a largo plazo— , sino porque suele ir al menos una gene­ echo de menos en la última pintura francesa, que simplemente
ración por detrás del mejor arte contemporáneo). Por aventu­ no desafía bastante a mi sensibilidad. Los mejores cuadros de
rados que puedan ser con sus «imágenes», la última generación Gorky, Gottlieb, Hof mann, Kline, De Kooning, Motherwell, New-
de pintores de París aún busca la «calidad de la pintura» en man, Pollock, Rothko (y éstos no son los únicos pintores de
el sentido convencional, «enriqueciendo» sus superficies con nuestro país) ofrecen una plenitud de presencia que rara vez
pintura mantecosa y películas de óleo o barniz. Y el diseño está igualan los de Fautrier e incluso los del Dubuffet de 1945-1948
cortado de tal manera que hiere la vista con cierta prontitud. o los de Hartung o Tal Coat (los cuatro nombres que más me
También ocurre que la unidad del cuadro queda garantizada gustan entre los pintores parisinos de menos de 55 años cuyas
por una apariencia de esa antigua clase de ilusión de profun­ obras he visto).12 Y cuando digo «plenitud de presencia» no
didad que se obtiene mediante el vidriado o el temple y la ma- me refiero a una vibración novedosa, sino a algo cuyo equiva­
tización del color. El resultado es casi siempre más blando, lente encuentro en el buen arte del pasado.
más suave y más convencionalmente imponente y suntuoso que Nuestra pintura abstracta reciente parece anticiparse
la «idea» o la lógica inherente que el nuevo tipo de pintura en dos o tres años a la versión francesa, pero dudo que haya
parece permitir. Si el expresionismo abstracto comporta una habido una aceptación de la influencia americana por parte de
visión totalmente propia, esa visión está domesticada en París, los franceses (y tampoco me importa mucho). La evolución del
y no disciplinada, como los mismos franceses quizá piensen.
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118
arte postcubista (o mejor, tardocubista) había llevado a la pin­
tura americana y francesa al mismo punto y aproximadamente
en el mismo tiempo, pero nosotros teníamos la ventaja de ha­
ber aceptado antes que París las influencias de Klee, Miró y
Mondrian, y de haber continuado aprendiendo (gracias a Hans
Hof mann y Milton Avery) de Matisse cuando los jóvenes artistas
de París no lo tenían en cuenta. También fue de inestimable
valor para nosotros la presencia de André Masson a este lado
del Atlántico durante la guerra. Aunque frustrado, y trágica­
mente, sigue siendo el más fecundo de todos los pintores de
la generación posterior a Picasso, sin exceptuar a Miró. Él, más
que ningún otro, anticipó la nueva pintura abstracta, y creo
que no se le ha reconocido esto lo suficiente.

1953

120
Uticos el «fo lk » europeo no había utilizado el color y la línea
Pintura «primitiva» para algo distinto de la decoración. El Dr. Michailow no entra
en este tema. Yo sugeriría, como parte de la respuesta, la de­
manda de cuadros, especialmente retratos, entre la clase media
urbanizada que nace en las pequeñas ciudades del siglo xvm ,
una demanda estimulada por la creciente circulación de repro­
ducciones grabadas. Y así, algunos de los primeros pintores
«legos» no eran tan «legos»; eran profesionales, al menos, en
la medida en que pintaban para un mercado y se guiaban por
él. Las reproducciones también fueron seguramente un estímu­
lo importante para los «primitivos» que pintaban exclusiva­
mente para su satisfacción. La evidencia interna demostraría
que en ninguno de los dos casos este arte careció de inspira­
ciones exteriores de un modo tan absoluto como parecen pen­
sar el Dr. Michailow y Jean Lipman.14 Es muy improbable que
un artista «naive» se aventurase en el campo del paisaje puro
o del bodegón sin contar con el aliento de unos precedentes.
El Dr. Michailow señala que el Laienmalerei ha flore­
La pintura «primitiva», «de domingo» o «naive» comien­ cido sobre todo en áreas periféricas de la civilización occiden­
za con la época industrial. Ante la decadencia del arte popular, tal: Alemania, los Balcanes y América del Norte. Nuestro país
la realización de cuadros —o más exactamente la pintura de ofrecía unas condiciones ideales, pues sus pobladores iniciales
caballete— proporcionó una nueva salida a las «energías artís­ eran protestantes iconoclastas que apenas si poseían una cul­
ticas» plebeyas. Un estudioso alemán —o al menos uno de los tura pictórica. Y en nuestro entorno tampoco había nada que
que escriben en alemán— , Nicola Michailow, expone esta idea , les recordase, como podía ser el caso de alemanes y búlgaros,
en un artículo 13 que constituye un verdadero hito en su campo. tradiciones obsoletas del arte pictórico. Con todo, la mayor
Los practicantes del Laienmalerei [pintura del lego], como la parte de los cuadros reproducidos en el libro de Mrs. Lipman,
llama el Dr. Michailow, pertenecían casi todos a la pequeña particularmente los salidos de las manos de «retratistas» pro­
burguesía, esa clase tan difamada que ha heredado, más que fesionales o semiprofesionales, revelan un conocimiento del
cualquier otra, la «primigenia urgencia creadora del Volk». (El arte académico suficiente para que sea necesario distinguir
Dr. Michailow escribe en la Alemania nazi, pero el olor de estos grados en esa carencia de tradición de la pintura «primitiva»
términos es típicamente alemán antes de llegar a ser típica­ del arte americano. Desde luego, la tesis del Dr. Michailow
mente nazi.) El pintor lego suele ser demasiado pobre o estar respecto a la desnudez cultural de la pintura del lego precisa
demasiado aislado, o ambas cosas, para adquirir una sofistica­ una matización drástica. Difícilmente los «primitivos» que co­
nocemos vivieron, en Europa o en América, fuera del alcance
ción en su arte. El hecho de que uno de los primeros «primiti­
vos» de que se tiene noticia fuese un rey de Prusia, Federico del papel impreso; y los cuadros eran, desde el primer mo­
mento, parte integrante de esa materia impresa, sin olvidar
Guillermo I (padre de otro artista no profesional, Federico el
que las pequeñas ciudades de América eran bastante leídas pre­
Grande, flautista y compositor), no contradice esto. Lo alto y lo
bajo del arte pictórico en la Alemania septentrional de la época cisamente por ser protestantes. En cuanto a lo que ocurría en
de Federico Guillermo estaban casi igualmente alejados de la los Balcanes, no lo sé.
La eflorescencia de la pintura «primitiva» después de
tradición. Y la falta de familiaridad con la tradición es lo que
la Primera Guerra Mundial —o lo que parece ser su eflores­
verdaderamente importa en este contexto.
cencia ahora que le prestamos más atención— quizá sea harina
Ahora bien, ¿por qué fue la pintura de caballete la que
de otro costal. Igual que su predecesor, el «prim itivo» del
adquirió tanta importancia para llenar el vacío dejado por el
siglo xx suele ser de un origen social humilde, pero factores
arte popular? Después de todo, en el arte popular apenas si
temperamentales y psíquicos más que sociales le impiden
había habido cuadros en cuanto tales; desde los tiempos paleo-
123
122
usualmentc adquirir una sofisticación artística, dado que el di­ La moda de los «primitivos» está menguando y no en­
bujo y el sombreado correctos — es decir, el dibujo y el som­ contramos en sus producciones tantas excelencias como antes.
breado realistas y académicos— resultan mucho más fáciles de Rousseau, que hizo respetable el fenómeno, no es ni mucho
aprender a causa del envejecimiento del naturalismo occiden­ menos un ejemplo típico, y su caso exige muchas más distin­
tal. (En realidad, el peso del talento innato o la destreza parece ciones aún. La categoría del «prim itivo» o el «lego» es dema­
decrecer en general salvo en las artes interpretativas.) Como siado estrecha para su arte, como probablemente también para
regla, los pintores «prim itivos» persiguen el realismo, ya se los paisajes esquemáticos de Alfred Wallis, el hombre de Cor-
trate de la representación de la naturaleza o de sus visiones nualles, y el único «prim itivo» que, en mi opinión, resiste la
y sueños, y justamente por su realismo chabacano esas obras comparación con Rousseau. Al menos, Wallis era excepcional
se declaran inconfundiblemente «primitivas». En vista de la por un sentido y un instinto de unidad pictórica lo bastante
cantidad de tiempo que tantos «primitivos» dedican a su arte, fuertes para superar toda consideración de realismo que se
y de la mayor accesibilidad del arte de escuela en nuestros días, interpusiera entre él y su estilo.
uno esperaría que aprendiese los trucos del dibujo y el sombrea­
do realistas antes o después. El hecho de que la mayoría de 1942
ellos nunca lo haga parece, dadas las circunstancias, más atri- 1958
buible a impedimentos mentales que a desventajas sociales o
culturales. Muchos «primitivos» del pasado tuvieron que ser
excéntricos, pero dudo que esa proporción sea hoy tan grande.
Henri Rousseau — si los indicios no nos mienten— se convirtió
en un «prim itivo» pleno sólo cuando, ya viejo, comenzó a apa­
garse su ingenio. Y Louis Eilshemius, que en su juventud había
sido un pintor de una pieza, empezó a parecer «prim itivo» cuan­
do su mente se deterioró. Y está también el hecho de que
muchos «primitivos» de última hora abrazan la pintura ya ma­
yores, cuando la edad los ha hecho seniles o incapaces de
aprender.
De cualquier modo, siempre ha sido difícil trazar una
clara línea divisoria entre arte «naive» y alienado. Desde luego,
están más cerca uno del otro que ambos de lo que Jean Du-
buffet llama art brut, es decir, los graffiti y pintadas en las
paredes y aceras, las obscenidades de los lavabos públicos, etc.,
etc. Pero éstos se producen como gestos, sin intención de hacer
arte ni interés por todo lo que no sea una afirmación directa
y una comunicación inmediata (y casi siempre son lineales y
monocromos), en cambio, el artista «prim itivo» y, muy fre­
cuentemente, el loco pretenden hacer arte. Dubuffet interpreta
mal su propio «descubrimiento» cuando agrupa el art brut
con el arte alienado. Pero, si bien el arte es algo accidental en
el art brut, muchas virtudes reales de la pintura «primitiva»
casi lo son también, pues la fuerza o el encanto de este tipo
de arte radica preponderantemente en cualidades abstractas o
decorativas que sus autores no buscaron conscientemente. Y la
contradicción entre su anhelo consciente de realismo y su inca­
pacidad para organizar los cuadros como no sea ordenándolos
decorativamente es justo lo que mantiene su arte sin estilo.

125
Abstracto y representacional de la música. Tomado en sí mismo, ni uno solo de sus aspectos
o partes decide la calidad de una obra de arte como conjunto.
En pintura y escultura esto es tan cierto en lo relativo a la
representación como a la escala, el color, la calidad del mate­
rial, el diseño, etc.
Está claro que una imagen identificable añadirá signi­
ficado conceptual a un cuadro, pero la fusión del significado
conceptual con el estético no influye en la calidad. Que un cua­
dro nos ofrezca cosas que identificar, así como un complejo
de formas y colores a contemplar, no significa necesariamente
que nos ofrezca más arte. El mayor o menor carácter artístico
no depende del número de variedades de significación presen­
tes, sino de la intensidad y profundidad de tales significaciones,
' l ■ ϊ > i >) {'■< ' Í \'f jf c k l i \y) IV ! J ¿p,nfs/hi [ sean éstas pocas o muchas. Y no podemos decir, antes del acon­
tecimiento — antes de su experiencia— si la adición o sustrac­
ción de significado conceptual, o de cualquier otro factor, in­
crementará o disminuirá el significado estético de una obra de
arte. El hecho de que La Divina Comedia tenga un significado
Se tiene la tendencia a suponer que lo representacional alegórico y anagógico, además de literal, no la convierte nece­
en cuanto tal es superior a lo no representacional en cuanto sariamente en una obra literaria más efectiva que la Ilíada, en
tal; que, en igualdad de todas las demás circunstancias, una la que realmente sólo discernimos un significado literal. El co­
obra de pintura o escultura que muestra una imagen recono­ mentario explícito de un hecho histórico que Picasso ofrece
cible es siempre preferible a otra que no la muestra. Se con­ en el Guernica no hace de este cuadro una obra mejor o más
sidera el arte abstracto como un síntoma de decadencia cul­ rica que una pintura extremadamente «no objetiva» de Mon-
tural e incluso moral, y aquellos que confían en una vuelta a drian.
una situación saludable dan por supuesto un «retorno a la na­ Sostener que una clase de arte tiene que ser invaria­
turaleza». Incluso algunos apologistas del arte abstracto, al de­ blemente superior o inferior a otra significa juzgar antes de
fenderlo diciendo que una época de desintegración tiene que experimentar; y toda la historia del arte está ahí para demostrar
producir un arte de desintegración, admiten más o menos la la futilidad de reglas de preferencia establecidas de antemano:
inferioridad inherente a lo no figurativo. Y aquellos otros apo­
es decir, la imposibilidad de anticipar el resultado de la expe­
logistas que aseguran, con razón o sin ella, que el arte abs­
riencia estética. La crítica que duda de que el arte abstracto
tracto nunca es enteramente abstracto, en realidad están admi­
pueda transcender alguna vez la decoración se sitúa en un terre­
tiendo lo mismo. Usualmente se contesta a una falacia con
no tan resbaladizo como Sir Joshua Reynolds cuando recha­
otra; y hay fanáticos del arte abstracto que dan la vuelta a la
zaba la posibilidad de que el paisaje puro pudiera dar lugar
argumentación y reclaman para lo no representacional la misma
alguna vez a obras tan nobles como las de Rafael.
virtud absoluta, intrínseca y superior que los contrarios atri­
La pintura y escultura ambiciosas e importantes de
buyen a lo representacional.
nuestro tiempo, como ocurrió siempre en el pasado, siguen
El arte es estrictamente una cuestión de experiencia,
rompiendo con las ideas fijas sobre lo que es posible e imposi­
no de principios, y lo que cuenta en el arte, en primer y últi­
ble en el arte. Si ciertas obras de Picasso o de Mondrian me­
mo lugar, es la calidad; todo lo demás es secundario. Nadie
recen ser consideradas cuadros, y otras de González o Pevsner
ha sido capaz todavía de demostrar que lo representacional en
merecen ser consideradas esculturas es porque la experiencia
cuanto tal aumenta o disminuye el mérito de un cuadro o una
real nos lo dice así. Y no tenemos más razones para dudar de
estatua. La presencia o la ausencia de una imagen identifica-
la validez de nuestras experiencias que los contemporáneos de
ble tiene tanto que ver con el valor de una pintura o una escul­
Tiziano las tenían para dudar de las suyas.
tura como la presencia o la ausencia de un libreto con el valor

126
127
Sin embargo, en este punto me siento en libertad para distancia; y la fuente real y básica de la insatisfacción que,
dar un viraje y afirmar cosas peligrosamente similares a aque­ tal vez, podamos sentir ante la pintura abstracta tiene su raíz
llos a los que acabo de negar la razón. Pero diré lo que tengo en los problemas, nada insólitos, que plantea siempre un nue­
que decir sobre el arte abstracto que ya conozco, no sobre el vo «lenguaje», como sucede en este caso.
arte abstracto en general.
El arte pictórico y escultórico propiamente dichos, como
algo distinto de la decoración, hasta hace poco fueron identifica­
dos totalmente con lo representacional, lo figurativo, lo descrip­ Desde Giotto a Courbet, la primera tarea del pintor
tivo. Hoy podemos preguntarnos legítimamente si, en vista de lo había sido excavar una ilusión de espacio tridimensional en
que lograron en el pasado la pintura y la escultura, no se arries­ una superficie plana. El observador miraba a través de esa su­
gan a cierto empobrecimiento al eliminar lo representacional, perficie como a través del proscenio de un escenario. El mo­
lo figurativo, lo descriptivo. Como ya he dicho, lo no repre­ dernismo ha disminuido la profundidad de ese escenario más
sentacional no es necesariamente inferior a lo representacional, y más hasta que hoy el telón de fondo ha llegado a coincidir
pero, con todo, ¿no estará pobremente equipado para las expec­ con el de delante, y éste es el único sobre el que hoy puede
tativas heredadas, habituales y automáticas con que nos aproxi­ trabajar el pintor. No importa cuán rica y variadamente ins­
mamos a un objeto que nuestra sociedad acuerda denominar criba y pliegue este telón, pues, aunque todavía esboce sobre
cuadro o estatua? Y por esta razón, ¿no nos dejará un poco él imágenes identificables, tendremos siempre una sensación
insatisfechos incluso la mejor pintura abstracta? de pérdida. Y no es tanto la distorsión o la ausencia de imá­
La experiencia, y sólo la experiencia, me dice que la genes lo que nos importa en esta pintura-telón, sino la deroga­
pintura y la escultura representacionales rara vez han .supera­ ción de aquellos derechos espaciales que las imágenes solían
do un nivel mediocre en los últimos años, y que la mayor cali­ disfrutar cuando el pintor estaba obligado a crear una ilusión
dad gravita más y más hacia lo no representacional. Y no es de la misma clase de espacio que aquel por el que se mueven
que la mayor parte del reciente arte abstracto sea bueno; por nuestros cuerpos. Esta ilusión espacial, o mejor, la percepción
el contrario, la mayor parte es malo; pero esto no impide que de esa ilusión es lo que podemos echar de menos, más aún
lo mejor del arte abstracto sea también lo mejor del arte de que las imágenes que solían llenarla.
; nuestro tiempo. Y si lo abstracto es realmente empobreci­ El cuadro se ha convertido hoy en una entidad que
miento, tal empobrecimiento se ha convertido en necesario para pertenece al mismo orden de espacio que nuestros cuerpos;
el arte que importa. ya no es el vehículo de un equivalente imaginado de ese orden.
¿Y no será, en cambio, que nuestra insatisfacción con El espacio pictórico ha perdido su «interior» y se ha hecho todo
el arte abstracto — si es que se trata de una insatisfacción «exterior». El espectador ya no puede escapar de su espacio
tiene su origen no tanto en nuestra nostalgia de lo represen­ real para penetrar en ese otro espacio. Si ahora su vista es
tacional, como en el hecho relativamente simple de que somos engañada en alguna medida, los medios son más ópticos que
incapaces de igualar al pasado, con independencia de cómo pin- pictóricos: relaciones de color y forma muy divorciadas de las
« temos o esculpamos? ¿No será que el arte, en general, está en connotaciones descriptivas y, a menudo, manipulaciones en las
| decadencia? Pero si esto es así, los enemigos dogmáticos del que arriba y abajo, primer plano y fondo, son intercambiables.
arte abstracto tendrían razón por mero accidente, y por razo­ Y no es sólo que el cuadro abstracto parezca ofrecer un tipo
nes empíricas, no teóricas o de principio; tendrían razón no de experiencia más estrecha, más física y menos imaginativa
porque el arte abstracto sea invariablemente un síntoma de que el cuadro ilusionista, sino que parece hacerlo sin los nom­
decadencia, sino sencillamente porque da la casualidad de que bres y los verbos transitivos, por decirlo así, del lenguaje de
acompaña a una decadencia en este momento de la historia la pintura. El ojo tiene problemas para localizar los acentos
del arte, y sólo tendrían razón, por tanto, en lo que se refiere centrales y se ve empujado más directamente a tratar toda la
a este momento. superficie como un solo e indiferenciado campo de interés que,
No obstante, la respuesta puede ser aún más senci­ a su vez, nos lleva a sentir y juzgar el cuadro de un modo más
lla, y más compleja al mismo tiempo. Tal vez todavía no pode­ inmediato, en términos de su unidad general. El cuadro repre­
mos contemplar el arte de nuestro tiempo con la suficiente sentacional aparentemente (aunque sólo aparentemente) no nos

128 129
5 - GREENBERG
exige exprimir nuestras reacciones dentro de un abanico tan te abstractos o formales en el arte pictórico abrirá el camino a
estrecho. una interpretación más clara del valor de la ilustración en cuan­
Y si, como creo yo, la escultura abstracta tropieza to tal, valor que es indiscutible, y soy el primero en estar con­
con menos resistencias que la pintura abstracta, ello se debe vencido de ello. Lo que ocurre es que no se trata de un valor
a que no ha tenido que cambiar su lenguaje tan radicalmente. a realizar por acrecimiento.
Sea abstracto o representacional, su lenguaje sigue siendo tri­
dimensional, o sea, literal. La escultura constructivista o cuasi
constructivista, con sus formas abiertas y lineales y su negar el 1954
volumen y la masa, quizá confunda miradas hechas al monoli­
to, pero no requiere cambiar de foco.
¿Seguiremos lamentando la ilusión tridimensional en
pintura? Tal vez no. Los aficionados del futuro quizá prefieran
un espacio pictórico más literal. Incluso pueden encontrar a
los viejos maestros faltos de presencia física, de corporeidad.
Ya se han producido otras veces este tipo de inversiones del
gusto. Los aficionados del futuro pueden ser más sensibles que
nosotros a las dimensiones imaginativas de lo literal, y encon­
trar en la concreción de las relaciones de color y forma más
«interés humano» que en las referencias extrapictóricas del
viejo arte ilusionista. También es posible que interpreten este
último de una manera muy diferente a nosotros. Que consi­
deren la ilusión de profundidad y volumen estéticamente va­
liosa porque en principio capacitaba y estimulaba al artista
para organizar sutilezas tan infinitas de luz y sombras, de
transparencia y translucidez, para crear entidades efectivamen­
te pictóricas. Quizá digan que la naturaleza era merecedora de
la imitación porque, por encima de todo, ofrecía una riqueza
de colores y formas, de complicaciones de color y forma, como
ningún pintor podría inventar nunca, a solas con su arte. Y al
mismo tiempo, es posible también que estos connaisseurs del
futuro sepan distinguir y nombrar, en su discurso, más as­
pectos que nosotros de la calidad de los viejos maestros y del
arte abstracto. Y al hacer tales cosas probablemente encuen­
tren un terreno mucho más común entre esos viejos maestros
y el arte abstracto de lo que nosotros somos capaces de detec­
tar todavía.
No quisiera que se pensara que yo estoy afirmando
que una erudición artística más ilustrada dirá un día que re­
sulta indiferente lo que pintaba Rembrandt, como algo dis­
tinto de cómo lo pintaba. El hecho de que en su última etapa
concentrara la pintura más jugosa en las narices y las frentes
de sus personajes, y no en sus orejas, tiene mucho que ver
con los resultados estéticos que obtenía. Pero todavía no sabe­
mos por qué ni cómo. En realidad, espero que una aceptación
menos cualificada de la importancia de los factores meramen­

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131
aparte de lo literal, de la concreción de las sensaciones. En
La nueva escultura cambio, Mondriaa nos ha demostrado que lo pictórico puede
seguir siendo pictórico aunque se haya extirpado todo rastro
o sugestión de lo representacional. En suma, ni lo representa­
cional ni lo tridimensional son esenciales para el arte pictóri­
co, y su ausencia no compromete al pintor a lo «meramente»
decorativo.
La pintura abstracta o casi abstracta ha sido fértil en
obras importantes, especialmente en este país. Pero cabe pre­
guntarse si la «reducción» modernista no amenaza con estre­
char el campo de posibilidades de la pintura. No es preciso
exponer aquí los fenómenos internos de la pintura abstracta
que pudieron llevarnos a formular esta pregunta. Sin embar­
go, deseo decir que la escultura — ese arte eclipsado desde hace
tanto tiempo— gana con la «reducción» modernista, mientras
la pintura pierde. Es ya evidente que el destino del arte visual
en general no va tan unido al de la pintura como ocurría antes.

El arte busca sus recursos de convicción en la misma


línea general que el pensamiento. Primero fue religión revela­
da, luego razón hipostatizadora. En el siglo xix, esta búsqueda Tras varios siglos de desuso, la escultura ha vuelto al
viró hacia lo empírico y lo positivo. La noción de empírico y primer plano. El renacimiento de la tradición que comenzó con
positivo ha sufrido considerables revisiones en los últimos cien Rodin le infundió nuevo vigor, y ahora está experimentando
años, y en general ha pasado a ser más estricta y quizá más una transformación, a manos de la propia pintura, que parece
estrecha también. La sensibilidad estética ha cambiado de acuer­ prometerle posibilidades expresivas nuevas y mucho más am­
do con eso. La creciente especialización de las artes se debe, plias. Hasta hace poco, la escultura sufría el handicap de su
principalmente, no al predominio de la división del trabajo, identificación con la talla y el modelado monolíticos al servicio
sino a nuestra creciente fe en lo inmediato, lo concreto, lo de la representación de formas animadas. La pintura monopo­
irreductible. Para satisfacer esta inclinación, las diversas artes lizaba la expresión visual porque podía abordar todas las enti­
modernistas procuran confinarse en lo que tienen de más posi­ dades y relaciones visuales imaginables, y también porque podía
tivo e inmediato. aprovecharse del gusto postmedieval por percibir la máxima
En consecuencia, una obra modernista de arte debe tensión posible entre lo que se imitaba y el medio imitador.
procurar, en principio, evitar la dependencia de cualquier tipo El hecho de que el medio escultórico fuese aparentemente el
de experiencia que no venga dado por la naturaleza esencial de menos alejado del modo de existencia de su objeto se volvía
su medio. Esto significa, entre otras cosas, renunciar a la ilu­ contra él. La escultura parecía demasiado literal, demasiado
sión y la explicitud. Las artes han de conseguir la concreción, inmediata.
la «purez-a», actuando exclusivamente en función de sus yos se­ Rodin fue el primer escultor, desde Bernini, que in­
parados e irreductibles. tentó seriamente conferir a su arte algunas de las cualidades
La pintura modernista satisface nuestro deseo de ma­ esenciales, y no meramente ilustrativas, de la pintura. Ensayó
nifestaciones literales y positivas renunciando a la ilusión de efectos de luz que disolvieran la superficie y hasta la forma
la tercera dimensión. Éste es el paso decisivo, pues a lo repre- emulando así al impresionismo. Su arte, pese a todo lo que
sentacional en cuanto tal sólo se renuncia en la medida en que tiene de problemático, triunfó tanto en sí mismo como en el re­
sugiere la tercera dimensión. Dubuffet demuestra que, siempre nacimiento de la escultura monolítica, iniciada por él. En ese
que lo representacional no nos sugiera eso, sigue siendo admi­ revival brillan nombres como Bourdelle, Maillol, Lehmbruck,
sible; es decir, en la medida en que lo representacional no nos Despiau, Kolbe, Mareks, Lachaise, Matisse, Degas, Renoir, Mo-

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digliani. Pero, como ahora sabemos, la grandeza de ese rena­ La nueva escultura-construcción señala hacia atrás, casi
cimiento fue como el fogonazo final de algo a punto de morir. insistentemente hacia sus orígenes en la pintura cubista, con
Pese a todos los intentos y propósitos, Brancusi dio el tiro de su linealismo y sus complejidades lineales, con su apertura,
gracia a la tradición renacentista y monolítica de la escultura. transparencia e ingravidez, y con su preocupación por la super­
Ningún escultor nacido en este siglo (salvo tal vez el austríaco ficie como epidermis exclusivamente, preocupación que se ma­
Wotruba) parece ser capaz de producir verdaderas obras de nifiesta en formas a la manera de hojas o planchas. El espacio
arte en esa línea. se divide, se encierra y se conforma, pero no se llena. La nueva
Bajo la influencia de la pintura fauvista y la talla escultura tiende a abandonar la piedra, el bronce y el yeso en
exótica (sobre la cual llamaron su atención los pintores), Bran­ favor de materiales industriales como el hierro, el acero, las
cusi llevó la escultura monolítica a sus últimas conclusiones aleaciones, el vidrio, el plástico, el celuloide, etc., etc., que son
reduciendo la imagen de la forma humana a una sola masa trabajados con las herramientas del herrero, el fundidor e in­
ovoide, tubular o cúbica, pero siempre geométricamente sim­ cluso el carpintero. Ya no se requiere una uniformidad de
plificada. No sólo agotó el monolito exagerándolo, sino que, material y color, por lo que se sanciona el uso de este últi­
mediante una de esas vueltas en las que se tocan los extremos, mo. La distinción entre talla y modelado pierde importancia;
al mismo tiempo lo hizo pictórico, gráfico. Después, mientras una obra o sus partes pueden ser vaciadas, forjadas, cortadas o
Arp y otros llevaban su monolito al campo de la escultura abs­ simplemente armadas; no se trata tanto de esculpir como de
tracta o casi abstracta, el propio Brancusi continuó hacia ade­ construir, armar, montar, disponer. Gracias a todo ello, este
lante, hacia algo todavía más radical. Inspirándose de nuevo medio ha adquirido una flexibilidad nueva que, para mí, es la
en los pintores, con sus tallas en madera comenzó a abrir el oportunidad actual de la escultura para alcanzar una gama
monolito bajo la influencia del cubismo. Luego produjo lo que expresiva más amplia incluso que la de la pintura.
en mi opinión son sus mejores obras, y tuvo, por decirlo así, Con la «reducción» modernista, la escultura ha pasado
una visión a lo Pisgah de un nuevo tipo de escultura (al me­ a ser casi exclusivamente visual en su esencia, como la pintura
nos para Europa), que se sitúa totalmente fuera de la órbita misma. Se ha «liberado» del monolito tanto a causa de las
de la tradición monolítica. Y digo visión a lo Pisgah porque excesivas asociaciones táctiles de este último, que ahora par­
Brancusi en realidad no penetró en este nuevo tipo de escul­ ticipan de la ilusión, como a causa de las engorrosas conven­
tura; eso lo dejó a la pintura y a los pintores, y el camino real ciones a las que va asociado. Pero la escultura se permite aún
no lo abrió él sino el collage cubista. una mayor libertad de alusividad figurativa que la pintura por­
Los trozos de papel o tela que Picasso y Braque pega­ que permanece ligada inexorablemente a la tercera dimensión
ban a la superficie del collage actuaban identificando literal­ y, por tanto, es intrínsecamente menos ilusionista. La litera­
mente esa superficie y arrojando todo lo demás, por contras­ lidad que en otro tiempo fue su desventaja se ha convertido
te, hacia una profundidad ilusionista. Pero al aumentar en el ahora en su ventaja. Toda imagen iden tif i cable está condenada
lenguaje del collage las formas de mayor tamaño y más estre­ a contaminarse de ilusión, y la escultura modernista también se
chamente unidas, se hizo cada vez más difícil desvelar la pla- ha visto empujada un largo trecho hacia la abstracción; pero
nitud de su superficie por este medio. Picasso (antes de re­ la escultura puede continuar sugiriendo imágenes identificables,
currir a los contrastes de color y a formas más evidentemente al menos de modo esquemático, con tal que se abstenga de imi­
representacionales) resolvió —o mejor, destruyó— el problema tar a la sustancia orgánica (la ilusión de sustancia orgánica o
elevando el material pegado al collage por encima de la super­ de textura es en la escultura análoga a la ilusión de la tercera
ficie del cuadro, con lo que llegó al bajorrelieve. Y poco des­ dimensión en el arte pictórico). E incluso en el caso de que
pués sustrajo enteramente la superficie del cuadro para que la escultura se viese obligada a hacerse tan abstracta como la
quedara libre como «construcción» aquello que originariamente pintura, aún tendría un campo mayor de posibilidades forma­
se había pegado. Se creaba una nueva tradición escultórica, y les a su alcance. Ya no se postula el cuerpo humano como agen­
que se trataba de una tradición nueva quedó demostrado pos­ te del espacio ni en el arte pictórico ni en el escultórico; ahora
teriormente en las obras de los constructivistas, en la propia lo es solamente la vista, y la vista tiene más libertad de movi­
escultura posterior de Picasso y en la escultura de Lipchitz, miento e inventiva en la tridimensionalidad que en las dos di­
González y el primer Giacometti. mensiones. Además, es significativo que la sensibilidad moder-
$

134 135
nista, aunque rechace la pintura escultórica de cualquier clase, las distinciones entre primer plano y fondo; entre espacio ocu­
permite que la escultura sea tan pictórica como quiera. Aquí pado y espacio en general; entre interior y exterior; entre arri­
la prohibición contra la entrada de un arte en el dominio de ba y abajo (muchos edificios modernos, como muchas pinturas
otro queda suspendida gracias a la concreción y la literalidad modernas, casi presentan el mismo aspecto por todos sus la­
únicas del medio escultórico. La escultura puede confinarse dos). Se da un énfasis similar a la economía de la sustancia
prácticamente a la bidimensionalidad (como ocurre con algu­ física, que se manifiesta en la tendencia pictórica a reducir
nas piezas de David Smith) sin que se piense que viola las toda la materia a dos dimensiones, a líneas y superficies que
limitaciones de su medio, pues el ojo reconoce que lo que se definen o cierran un espacio pero raras veces lo ocupan. Hacer
le presenta en dos dimensiones, en realidad (aunque no palpa­ la sustancia enteramente óptica, y la forma — sea pictórica, es­
blemente) está hecho en tres. cultórica o arquitectónica— parte integrante del espacio am­
Tales son las que considero bazas actuales de la es­ biente son dos objetivos que cierran el círculo del antiilusio-
cultura. No obstante, casi todas permanecen en un estado de nismo. En lugar de la ilusión de las cosas, se nos ofrece ahora
potencialidad, más que de realización. El arte se complace en la ilusión de modalidades, es decir, que la materia es incorpó­
contradecir las predicciones que se hacen sobre él, y las espe­ rea, ingrávida y sólo existe ópticamente, como en un milagro.
ranzas que yo coloqué en la nueva escultura hace diez años, al Esta clase de ilusionismo se formula en cuadros cuyas superfi­
escribir la versión original de este artículo, todavía no se han cies pintadas y rectángulos de cierre parecen penetrar en el
cumplido... En realidad parecen haber sido refutadas. La pin­ espacio circundante; y en edificios que, formados aparente­
tura continúa siendo el arte visual guía, la más atrevida y ex­ mente sólo de líneas, parecen tejidos en el aire; pero mejor
presiva; en lo que se refiere a progresos recientes, sólo la ar­ aún se manifiesta en las obras escultóricas del constructivis­
quitectura parece competir con ella. Sin embargo, un hecho mo y el cuasi constructivismo. Hazañas de «ingeniería» que
indica aún que quizá yo no estuviera totalmente equivocado: la persiguen proporcionar la mayor cantidad posible de visibili­
nueva escultura-construcción comienza a dejarse sentir como dad con el menor gasto posible de superficie táctil pertenecen
el arte visual más representativo, aunque no sea el más fértil, categóricamente al medio libre'y total de la escultura. El cons­
de nuestro tiempo. tructor-escultor puede dibujar literalmente en el aire con un
simple trozo de alambre que sólo se sostiene a sí mismo.
Y es esta independencia física, sobre todo, lo que con­
tribuye a dar a la nueva escultura ese statu de arte visual
Pintura, escultura, arquitectura, decoración y oficios representativo de la modernidad. Una obra de escultura, al
han confluido una vez más, con el modernismo, en un estilo contrario que un edificio, sólo tiene que sostener su propio
común. La pintura ha sido la primera en comenzar la liquida­ peso, y tampoco ha de estar sobre otra cosa, como un cuadro;
ción del revivalismo histórico con el impresionismo; también existe por y para sí misma, tanto literal como conceptualmente.
ha sido probablemente la primera, con Matisse y el cubismo, El aspecto positivista de la «estética» moderna encuentra su
en dar una definición positiva al estilo modernista. Pero la realización más plena en esta autosuficiencia de la escultura,
nueva escultura ha revelado las características unificadas de en la cual cada elemento concebible y perceptible pertenece
ese estilo con más viveza y de una manera más completa. Do­ completamente a la obra de arte. La pintura y la arquitectura
tada de la libertad de una bella arte pero inmersa, como la se esfuerzan hoy por alcanzar una autosuficiencia como ésta,
arquitectura, en su medio físico, la escultura no ha tenido que que de momento es exclusiva de la escultura.
llegar a tantos compromisos como las demás artes.
Como ya he indicado, el deseo de «pureza» funciona 1948
valorando cada vez más la mera visibilidad y cada vez menos 1958
lo táctil y sus asociaciones, entre ellas, la del peso y la im­
permeabilidad. Uno de los acentos más importantes y unifica-
dores del nuevo estilo común se carga sobre la continuidad y
neutralidad de un espacio que sólo modula la luz, sin conside­
ración a las leyes de la gravedad. Hay un intento de superar

136 137
Crónica de arte en «Partisan Review» de su oficio que adquirió finalmente. Matisse llegó a ser un
maestro artesano, un virtuoso del color, el óleo y la superficie,
en un sentido en que Picasso, por ejemplo, nunca lo fue.
La muestra retrospectiva del Museo de Arte Moderno,
aunque no tan amplia como la que dedicó el Museo de Filadel-
fia a Matisse en 1948, y aun duplicando, como es inevitable,
buena parte de esta última, está mucho mejor seleccionada.
Además, incluye varios interiores pintados a finales de 1947 y
comienzos del 48, que no estaban disponibles para la exposi­
ción de Filadelfia, y que quizá son las obras más interesantes
que ha hecho Matisse desde los años veinte. La exposición de
Nueva York contiene también unos diseños recientes para la
decoración y los anexos de una capilla de los dominicos en el
sur de Francia; y lo que es aún más importante, ofrece la ma­
yor cantidad de esculturas de Matisse que este país ha tenido
ocasión de ver juntas en un solo lugar. En cambio, sus paisa­
jes, que son uno de los aspectos más luminosos de su oeuvre
Nunca se nos recordará demasiado lo decisiva que es entera, siguen siendo escasos (aunque Matisse no sienta ningu­
la honestidad en el arte. No garantiza nada — el artista ha de na inclinación especial por este género).
tener algo con lo que ser honesto— pero es esencial .y nunca La exposición de Nueva York confirma lo que yo había
puede separarse de los procedimientos de talento. La honesti­ empezado a intuir en Filadelfia: que Matisse no se había rela­
dad sin talento quizá sea una honestidad incompleta, como la jado tanto durante los años veinte como se venía suponiendo.
honestidad de la pintura «primitiva», como la honestidad in­ Puede que retornara a Chardin y Manet, al bodegón impresio­
cluso de Henri Rousseau (eL Douanier), que últimamente ha nista de los años 1870, y al modelado más firme y convencional;
empezado a aburrirnos un poco. La honestidad completa nada puede que se alejase de la perspectiva de un arte abstracto
tiene que ver con la «pureza» o la ingenuidad. La verdad plena hacia la que parecía conducirle su evolución durante los años
es inalcanzable por la ingenuidad, y el artista completamente diez, y puede que renunciase a aventuras espectaculares; pero
honesto no es puro de corazón. todo ello estaba muy lejos de constituir una detente real. Re­
Buena prueba de todo esto son las primeras obras de visando y consolidando sus afinidades con la pintura francesa
Matisse, tal como se muestran en la gran exposición retrospec­ del siglo xix desde Corot a Cézanne, pintó con una sutileza nue­
tiva que se celebra en el Museo de. Arte Moderno de Nueva va iluminando con otra luz el pasado. Él, el gran exponente
York (otoño e invierno de 1951-1952). Como cualquier otro ar­ del color puro, demostraba que todavía se podía hacer mode­
tista, Matisse trabajó al principio con estilos prestados; y si lado con luz y sombras, y que aún era posible aportar grandes
bien parece haber avanzado con bastante lentitud hacia el des­ cosas a la nueva rigidez de la composición moderna, del mis­
cubrimiento de su yo único, fue menos por falta de confianza mo modo que había demostrado, entre 1914 y 1918, cómo aproxi­
en sí mismo que a causa de unos escrúpulos muy complicados marse con negros, grises y blancos al efecto del color prismá­
sobre su verdad. Antes de poder avanzar hacia la independen­ tico plano.
cia tenía que estar seguro de que realmente sentía de modo La inconsciente ironía de las frecuentes referencias a
distinto y tenía cosas diferentes para decir que aquellos artistas Matisse como «simple» decorador radica en que la decoración
a quienes admiraba y que influían en él. Continuó dudando de pura es el campo en que ha fallado con más frecuencia. La
sí mismo durante quince años, después de empezar a pintar mayor parte de lo que he visto de sus diseños para tapices, sus
— cuanto tenía veintiuno— , y continuó vacilando mucho después decoraciones de libros, pequeños recortables de papel y hasta
de haber roto con el canon impresionista del cuadro bien he­ sus murales me dejan frío y sólo sirven para convencerme aún
cho. Confesó abiertamente sus titubeos, pero esas vacilaciones más de que es un pintor de caballete de los pies a la cabeza.15
tuvieron mucho que ver también con la excepcional maestría Esta verdad queda oscurecida — si ello es cierto realmente—

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por el éxito sin precedentes con que ha sabido adaptar a la escultura, y Matisse heredó al final casi tantas preocupaciones
pintura de caballete procedimientos que solían considerarse de Cézanne como los cubistas.
irremediablemente decorativos. Un exceso de decoración puede
parecer el responsable del fracaso sistemático de sus cuadros
de caballete en los años treinta y primeros cuarenta, cuando
acható radicalmente y generalizó toda forma pintada, persi­ Una exposición (en Curt Valentin) de obras recientes
guiendo al parecer un impacto superficial más inmediato; pero de Gerhard Mareks, el escultor alemán, nos ofrece una lección
esas obras, lejos de ser demasiado decorativas, habrían ganado de honestidad de un género diferente. Aunque Marcks tiene
mucho, pienso yo, con serlo aún más, con ser más abstractas o, más de sesenta años, y su nombre es conocido desde hace mu­
al menos, con prescindir de la figura humana. La superioridad cho, su arte llegó a Nueva York como una novedad. La ma­
de aquellos interiores suyos de 1947-1948 en los que se omite yoría de las obras expuestas fueron realizadas después de 1942,
la figura humana (Interior rojo y La pina) indica que ésa po­ pues muchos de sus bronces anteriores habían sido fundidos
dría haber sido la solución para un arte de mero silueteado por los nazis o destruidos de otra manera. Marcks no es un
como el de Matisse en ese período. En esos mismos años, la fenómeno revolucionario; partió del punto al que habían lle­
forma humana se había hecho inmanejable para Matisse, como gado Rodin, Despiau y Kolbe e incluso arcaíza un poco, como
para Picasso, dentro de una ilusión de profundidad muy corta, tantos escultores contemporáneos de segunda fila, tomando al­
no sólo porque le concediera ciertos privilegios de verosimilitud gunas ideas de la talla en madera de la baja Edad Media ale­
y énfasis que rompían la unidad de la clase de pinturas en las mana. Pero la falta de una gran originalidad en Marcks nos
que era introducida, sino también porque las asociaciones de la importa mucho menos que la tozudez con que insiste en expre­
forma humana ya no se podían controlar pictóricamente. sar exactamente lo que siente. El carácter insustituible de un
La escultura de Matisse es otra prueba, y la menos am­ arte impregnado de sentimiento obvio resulta ser algo en lo
bigua, de lo poco que su impulso hacia el arte tenía que ver que puedo estar de acuerdo, en principio, con los enemigos
intrínsecamente con lo decorativo. Todos reconocemos que su del modernismo, hoy que uno ya.está saciado de Henry Moore
escultura tiene calidad, pero yo dudo que el rango y la cohe­ y de artistas como él. La innovación que se nos ofrece en lugar
rencia de esa calidad se hayan reconocido plenamente. Desde de lo sentido ni es innovación real ni arte auténtico; estoy
luego, es uno de los escultores más grandes de nuestro tiem­ seguro de que yo preferiría que Moore fuese un artista clara­
po, aunque no sea muy prolífico. Tal vez nos confunda un poco mente academicista. Y en ese sentido, considero que el des­
el hecho de que el artista que se esforzó más que nadie des­ nudo más antiguo y convencional de la exposición de Marcks, el
pués de Gauguin (y sin exceptuar a Mondrian) por excluir los bronce Brigitta (1935), es la mejor de las siete u ocho piezas
efectos escultóricos de la pintura, al mismo tiempo se encon­ soberbias que contiene. Por lo menos, la muestra.
trara tan a gusto con la escultura, y como modelador, no como Marcks sólo suele errar el tiro cuando ensaya el hu­
constructor —un modelador en una vena bastante tradicional, mor. Se trata entonces de un sentimiento acerca del sentimien­
por cierto— , pero igualmente nos confundirá el hecho, más ge­ to, y eso a menudo produce sentimentalismo o, como en este
neral, de que los maestros pintores que comenzaron a hacer caso, monería. Con todo, los éxitos de un artista nunca se han
esculturas en el siglo xix fuesen todos modeladores, y no tallis­ visto comprometidos por sus fracasos, y yo sigo prefiriendo la
tas, y que la mayoría de ellos se mostrasen en su pintura tan «profundidad nórdica» de Marcks a la ostentosa morbosidad
antiescultóricos como Matisse. Renoir y Degas eran impresio­ del último Giacometti o la arcaica picardía de Marini.
nistas, ¿y podía haber algo más antiescultórico que el impre­
sionismo? La explicación, o parte de ella, puede estar en la
nueva preocupación de la pintura del siglo xix por ciertos he­
chos concretos de su medio artístico, hechos que llevaron in­ Las dos exposiciones monográficas de Barnett Newman,
cluso a artistas premodernos como Géricault y Daumier a co­ la del año pasado y el anterior (en Betty Parsons), hacen gala
brar una clara conciencia de que los bordes de una forma pe­ de nervio y convicción. Las reseño con tanto retraso porque
netran en el espacio circundante. Éste fue el problema que creo que el público artístico necesita que se le recuerde algo
obsesionó a Cézanne, aunque nunca intentó resolverlo en la ante lo que se ha sentido confundido (todos debemos apren-

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der que una reacción de perplejidad sólo puede producir legí­ traduce en otros lugares una ambigüedad de planos y profun­
timamente un juicio en suspenso). Y también porque considero didades aparentemente cubista o postcubista. Aunque presen­
que las obras de arte que verdaderamente nos intrigan casi tan signos y marcas que flotan libremente sobre un campo claro
siempre tienen consecuencias importantes. Y Newman es un y extenso, sus cuadros en realidad repiten —y de hecho acier­
pintor importante y original. Sus cuadros tienen poco que ver tan tanto más cuanto más lo hacen— el sólido rectángulo cu­
con Mondrian o el arte abstracto y geométrico en general, aun­ bista de una sola pieza, con su enfático contorno de cierre. Tres
que no consistan más que en unas cuantas líneas rectas y para­ o cuatro pinturas suyas le han asegurado ya un lugar de pri­
lelas de pintura —a veces una sola— que descienden por un mera fila en el arte abstracto contemporáneo, pero tengo la
ancho campo contrastante que a menudo sólo es eso, un con­ impresión de que las dotes de este artista de talento están aún
traste. Newman carga predominantemente el acento en el co­ un poco inhibidas. Tal vez sea esto precisamente lo que uno
lor, que en su caso es sensual sin ser blando, y suele conseguir deba pensar.
un efecto mucho más cálido y artístico que Mondrian o sus
seguidores. Aunque pueda parecerlo, Newman no pretende so­
bresaltarnos ni impresionarnos; se mantiene dentro de los lí­
mites tácitos y evolutivos de la tradición de la pintura occiden­
tal. El resultado puede que no sea ni pintura de caballete ni El problema de Jackson Pollock nunca ha sido el de
mural en el sentido aceptado de estos términos, pero eso no la autenticidad, sino más bien el de encontrar los medios con
introduce ninguna diferencia esencial. En presencia de esos que manejar la literalidad de su emoción, emoción que al prin­
lienzos uno comprende inmediatamente que está ante un arte cipio parece ajena al arte pictórico. Y aunque a veces pueda
mayor. cargar la mano en sus medios, rara vez los falsifica; en oca­
Lo sepa o no, Newman asumió un riesgo y lo ha paga­ siones pinta malos cuadros, pero casi nunca lo hará sin sen­
do en reconocimiento público. Pero la misma violencia de la tirlos. Su última exposición (en Parsons) indica un cambio de
crítica que algunos lanzan sobre su obra debería hacerles vacilar. dirección, pero no una inversión total. Aunque hay una nota
Una reacción vehementemente hostil es casi siempre indicio de de relajación, los resultados actuales no son más relajados que
que los hábitos del gusto se sienten amenazados. Si se tratara * antes, y una vez más puede celebrar nuevos triunfos. Como
realmente de un arte malo, o de un «no arte», la reacción sería los cuadros de Kline en blanco y negro exclusivamente pero
de desprecio, no de ira. El hecho de que tantos artistas neoyor­ sobre lienzos sin imprimación e incluso sin apresto, los nuevos
quinos, que se supone pertenecen a la vanguardia, se solivian­ cuadros de Pollock indican unas innumerables cartas sin jugar
taran ante la pintura de Newman nos dice más cosas sobre que todavía se reserva en la manga y, quizá también, el futuro
aquéllos que sobre éste. relativamente despejado que sigue teniendo por delante la pin­
tura de caballete. Vemos imágenes reconocibles: figuras, ros­
tros, fragmentos de una anatomía como de lobo que recuerdan
cosas vistas en el arte de Pollock anterior a 1947; y el diseño
Otro pintor que ha afirmado su importancia con sólo se articula de un modo más tradicionalmente ilusionista, con
dos exposiciones (en Charles Egan’s) es Franz Kline. Ha sido lo cual el espacio imaginado no se proclama a sí mismo tan
mejor acogido por sus compañeros que Newman, aunque mu­ uniformemente como antes por todo el cuadro. Sin embargo,
seos, coleccionistas y críticos de periódicos continúen reticen­ todo lo que Pollock ha adquirido en el transcurso de su fase
tes (en caso contrario, desconfiaría de mis reacciones ante el all-over permanece dotando a estas obras de una densidad des­
arte de Kline). Los lienzos grandes de Kline, con su caligrafía conocida para la pintura ortodoxa de caballete. No se trata de
abrupta en blanco y negro, tienen esa clase de tirantez mani­ amontonar y apiñar, sino de intensificación y economía: cada
fiesta que se ha venido identificando con la pintura modernista centímetro cuadrado de superficie recibe una carga máxima
desde Cézanne. Él también ha hecho trizas su arte para estar con un coste mínimo de medios físicos. En los cuatro años
seguro de él, pero por su propio bien, no en beneficio del pú­ anteriores, Pollock había perseguido una corporeidad que le
blico. Su originalidad estriba en la manera como mantiene ■ permitiera alejar de sí misma a la superficie del cuadro en
un contacto cubista con los bordes de su lienzo mientras in­ cuanto superficie, y ahora parece que sólo desea volatilizar la

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pintura y convertirla en un hecho menos local para esa su­ La crisis de la pintura de caballete
perficie.
Contrariamente a la impresión que tienen algunos ami­
gos suyos este escritor no trata acríticamente el arte de Po­
llock. He señalado a veces lo que creo son algunos de sus fallos,
particularmente con relación al color. Sin embargo el peso de
la evidencia me convence —y más que nunca después de esta
última exposición— de que Pollock constituye una clase por sí
mismo. Puede que otros tengan mayores dotes o mantengan
un nivel de aciertos más uniforme, pero ningún pintor de este
período realiza con tanto vigor, tan auténticamente ni de modo
tan completo. Pollock no nos ofrece muestras de escritura mi­
lagrosa; nos da obras de arte acabadas y perfeccionadas, más
allá de la consumación, la maestría o el buen gusto. Cuadros
como Catorce o Veinticinco de esta última exposición logran
una lucidez clásica en la que no sólo hay identificación de
forma y sentimiento, sino aceptación y aprovechamiento de las
circunstancias mismas del medio que limitan esa identifica­ La pintura de caballete, el cuadro trasladable que cuel­
ción. Si Pollock fuera francés, estoy seguro de que no habría ga de una pared, es un producto exclusivo de Occidente, sin
necesidad de llamar la atención a mi objetividad por elogiarle; ningún equivalente en otros lugares. Su forma viene determi­
ya se le llamaría maitre y se especularía mucho con sus cua­ nada por su función social, que es precisamente colgar de una
dros. Pero en este país, los museos, los coleccionistas y los pared. Para apreciar el carácter único de la pintura de caballe­
críticos continuarán —por miedo y no por incompetencia— te, bástenos comparar sus modos de unidad con los de la mi­
negándose a creer que al fin hemos producido el mejor pintor niatura persa o la pintura colgante china, ninguna de las cuales
de toda una generación; y continuarán desconfiando tanto de la iguala en independencia respecto a las exigencias de la de­
sí mismos como de las cosas que tienen más cerca. coración. La pintura de caballete subordina lo decorativo al
efecto dramático. Excava en la pared que hay detrás la ilusión
1952 de una cavidad en forma de caja y, dentro de ésta, como una
unidad, organiza apariencias tridimensionales. Cuando el ar­
tista achata esa cavidad para obtener mejores efectos decora­
tivos y organiza su contenido en términos de planitud y fron-
talidad, la esencia de la pintura de caballete — que no debe
confundirse con su calidad— se ve comprometida.
La evolución de la pintura modernista, que empieza
con Manet, consiste en buena parte en la evolución hacia un
compromiso así. Monet, Pissarro y Sisley, los impresionistas
ortodoxos, atacaron los principios esenciales de la pintura de
caballete mediante la coherencia con que aplicaban los colores
independientes; el tratamiento de esos colores era el mismo en
todo el cuadro, y cada parte de éste era tratado con el mismo
toque e idéntico énfasis. El resultado fue un rectángulo de
pintura texturada homogénea y apretadamente que tendía a
amortiguar los contrastes y amenazaba — aunque sólo amena­
zaba— con reducir el cuadro a una superficie relativamente
indiferenciada.

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Las consecuencias del impresionismo ortodoxo no se bién la anticiparon el cubismo analítico de Picasso y Braque,
desarrollaron coherentemente con el tiempo. Seurat llevó el la obra de Klee e incluso el futurismo italiano (si bien más como
divisionismo a su conclusión lógica haciendo de él algo casi me­ premonición vivaz, gracias al enaltecimiento decorativo que el
cánicamente sistemático, pero en su deseo de claridad de diseño cubismo analítico experimentó a manos del futurismo, que
apartó al color escindido de su tendencia inherente hacia una como fuente o influencia). Por todo ello, tenemos ante nosotros
superficie relativamente indiferenciada, y lo usó para obte­ algo que no es una mera excentricidad o argucia en la evolu­
ner contrastes de luz y sombra de nuevo tipo. Aunque todavía ción del arte moderno. La diversidad de lugares en que ha
disminuía la profundidad del cuadro, continuó estructurándolo aparecido la pintura all-over después de la guerra debería bas­
con formas dominantes. Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Bonnard tar para atestiguarlo. En París, la tendencia hacia la pintura
y Matisse siguieron reduciendo la profundidad ficticia de la «polifónica» ya se ha dejado sentir en algunos lienzos grandes
pintura, pero ninguno de ellos, ni siquiera Bonnard, intentó algo de Jean Dubuffet, y aquí y allá en obras de varios artistas
tan radical en su violación de los principios tradicionales de la expuestos en la Galería Drouin. Otro exponente, al menos par­
composición como hizo Monet en las etapas intermedias y úl­ cial, de la pintura all-over es ese sutil artista uruguayo llama­
timas de su carrera. Y es que el cuadro, por mucho que dis­ do Joaquín Torres García. En este país se ha llegado al mismo
minuya su profundidad, seguirá siendo pintura de caballete punto por caminos más o menos independientes con artistas
mientras sus formas resulten suficientemente diferenciadas en tan diferentes por su procedencia y temperamento como Mark
términos de claroscuro y se mantengan en un desequilibrio Tobey, Jackson Pollock, el fallecido Arnold Friedman, Rudolf
dramático. Y fue precisamente en estos puntos donde la prácti­ Ray, Ralph Rosenborg y Janet Sobel. Los paisajes grandes de
ca posterior de Monet amenazó los convencionalismos de la Mordecai Ardon-Bronstein, en Palestina, se orientan igualmente
pintura de caballete. Y hoy, a los veinte años de su muerte, su a una composición «polifónica», aunque sólo sea porque los
práctica se ha convertido en el punto de partida de una'nueva temas de sus obras están «monótonamente» diseñados en sí
tendencia de la pintura. mismos; pero lo significativo es que se atreva a aceptar esa
Esta tendencia aparece en el cuadro «polifónico», «des­ monotonía.
centralizado», repetitivo all-over, que se basa en una superficie He tomado prestado deliberadamente el término «po­
estructurada a base de elementos idénticos o muy parecidos lifónico» de la música, estimulado por el uso que le han dado
que se repiten sin variación apreciable desde un extremo al Kurt List y René Leibowitz en sus críticas musicales, con par­
otro. Es una clase de cuadro que aparentemente renuncia a ticular referencia a los métodos compositivos de Schönberg.
tener un comienzo, una mitad y un final. Aunque el cuadro all­ Daniel Henry Kahnweiler, en su importante libro sobre Gris,
over cuelgue espectacularmente de una pared, si tiene éxito, se ya ha buscado un paralelismo entre el cubismo y la música
aproxima mucho a la decoración; al tipo de decoración que dodecafónica, pero en términos tan generales que resultan casi
vemos en los empapelados domésticos, que se repiten indefini­ irrelevantes, pues el señor Kahnweiler pretende únicamente
damente. En la medida en que el all-over sigue siendo pintura restaurar el orden o la «arquitectura» en las artes amenazadas
de caballete, y en alguna medida lo es, inyecta en el concepto por el «aformalismo».
de este género una ambigüedad fatal. Yo veo un paralelismo más específico. El término de
En este momento no estoy pensando en Mondrian par­ Mondrian, «equivalente», es de importancia aquí. Del mismo
ticularmente. Su ataque a la pintura de caballete fue lo bas­ modo que Schönberg hace que cada elemento, que cada sonido
tante radical, pese a todo su descuido, y las pinturas de su de la composición tenga la misma importancia (que sea dife­
madurez se sitúan ostensiblemente entre las más planas de rente pero equivalente) así también el pintor all-over hace que
todas las de caballete. Pero aún sigue insistiendo en formas do­ todos los elementos y todas las zonas del cuadro sean equiva­
minantes y contrapuestas, aunque estén constituidas por líneas lentes en su acento y su énfasis. Como el compositor dodeca-
rectas que se cortan y bloques de color, y la superficie se nos fónico, el pintor all-over teje su obra de arte en una apretada
presenta todavía como un teatro o escenario de formas, más que malla cuyo esquema de unidad se recapitula en cada nudo de
como una única e indivisible pieza de texturas. Puede afirmarse la trama. El hecho de que pintores como Pollock introduzcan
que Mondrian anticipó la pintura «polifónica» o repetitiva, con a veces en esa equivalencia variantes tan discretas que a pri­
su carencia de oposiciones explícitas, pero en ese sentido tam­ mera vista sólo percibamos en el resultado final no una equi­

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valencia, sino una uniformidad alucinante, sólo sirve para inten­ El pasado pictórico de la escultura modernista
sificar el resultado.
La noción misma de uniformidad es antiestética. Pese
a ello, muchos cuadros all-over parecen triunfar justamente en
virtud de su uniformidad, de su pura monotonía. La disolu­
ción de lo pictórico en la mera textura, en una aparente sensa­
ción cruda, en una acumulación de repeticiones, parece hablar
en nombre de algo muy profundo en la sensibilidad contem­
poránea, y responder a ello. La literatura nos ofrece paralelos
en la obra de Joyce y Gertrude Stein, quizás incluso en las
cadencias de los versos de Pound y en las estridencias amonto­
nadas de Dylan Thomas. Lo all-over, lo repetitivo, tal vez res­
ponda a la idea de que todas las distinciones jerárquicas han
quedado literalmente exhaustas e invalidadas; de que ningún
área u orden de experiencia es intrínsecamente superior, en
cualquier escala de valores definitiva, a cualquier otro campo
u orden de experiencia. Tal vez exprese un naturalismo monista
para el cual no hay primeros ni últimos, y que no reconoce
más distinción última que la existente entre lo inmediato y lo La actual intimidad entre escultura y pintura no es
no inmediato. Pero de momento la única conclusión a que po­ nueva en sí misma. Cada una ha influido sobre la evolución
demos llegar es que el futuro de la pintura de caballete como de la otra en numerosas ocasiones del pasado. Ora una, ora
vehículo del arte ambicioso está resultando muy problemático. otra han jugado el papel de arte dirigente e influyente, y nin­
Utilizando esa convención como lo hacen —y no pueden evitar guna de las dos se ha liberado.de la influencia de la otra du­
hacerlo así— los artistas como Pollock están a punto de des­ rante mucho tiempo. En las primeras etapas de toda tradición
truirla. naturalista, la escultura parece tener la mayor ascendencia; en
sus últimas etapas, este papel corresponde a la pintura, pero
1948 en cada caso el arte en ascenso continuaba basándose en cierto
grado en nociones propias de la otra.
Según las parcas evidencias con que contamos, la escul­
tura presidió los comienzos de la pintura griega, y sólo al final
fue «subyugada» por la segunda, cuando la talla grecorromana
centró sus formulaciones mayores en el bajorrelieve, y luego
desapareció totalmente en las paredes cubiertas con frescos o
mosaicos. Lo pictórico siguió al mando durante las primeras
fases del arte medieval, mientras la escultura forcejeaba por
superar su papel de mero ornamento arquitectónico. Las for­
mas tubulares, las incisiones lineales y hasta el color de la talla
románica ponen de manifiesto lo mucho que sus autores con­
sultaban el arte pictórico de la época; y los relieves de los
tímpanos de numerosas iglesias francesas del siglo xn son equi­
parables a dibujos repujados.
Hasta el gótico, la escultura no supera a la pintura ni
pasa a ser el arte dominante. En ese momento, además, la
limitación de la vida se convierte también en preocupación
principal del arte cristiano en general. La escultura, que en

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wm

ü principio tiene libertad para existir exenta en el espacio, incluso lismo de las tallas en piedra de Reims y Naumburg. Y sólo
cuando adorna un pilar o un nicho, podía reproducir lo tridi­ a fines del xvi la pintura se libera lo bastante de la tutela de
mensional más directamente que la pintura. Al mismo tiempo la escultura como para empezar a superarla en realismo. En­
la pintura era expulsada de los muros y confinada a la minia­ tonces el color comienza realmente a respirar y los contornos
tura o transferida a la vidriera de la iglesia, donde se hacía a fundirse. A partir de ese momento no se hace ningún esfuerzo
más decorativa que pictórica. Y aunque esa decoración fuese serio para recordar la escultura en la pintura hasta que David,
de una clase elevada y hasta excelsa, permanecía subordinada en el último cuarto del siglo xvm , se siente llamado a invocar
a la arquitectura de un modo que la escultura ya no lo estaba. de nuevo la escultura clásica para rescatar a la pintura de un
Fue la literalidad de la imaginación medieval la que exceso de pictoricismo.
hizo a la escultura compatible con ella, pues la transposición A medida que la pintura perfeccionaba su realismo, las
de una realidad estereométrica a un medio estereométrico, y relaciones entre la escultura y ella se fueron invirtiendo; ya en
no a uno planimétrico, sometía a menores presiones la propia Donatello, la pintura había comenzado a insinuar su propio
capacidad de abstracción. Y estaba también el hecho — hecho realismo dentro de la escultura. Sin embargo esto formaba par­
que, sin embargo, sólo adquiriría importancia algo después— te también de la lógica de la propia evolución de la escultura
de que los restos de la escultura realista romana eran mucho (según W. R. Valentiner, la escultura tiene una tendencia inhe­
más abundantes que los del arte pictórico realista romano. rente a desplazarse desde la arquitectura hacia lo pictórico).
La pintura vuelve a despertar a comienzos del siglo xiv, En el arte de Donatello, las contribuciones pictóricas se reali­
pero la escultura continúa durante otros doscientos años en­ zan todavía en términos escultóricos; y esto es aplicable tam­
señándole cómo sombrear y modelar, cómo colocar y disponer bién, en mayor o menor grado, al arte de Quercia, Ghiberti y
sus temas. En su Tratado sobre pintura (1463) Leon Battista los demás maestros tallistas del siglo xv en Italia. Con Miguel
j Alberti dice: «...preferiría copiarle una escultura indiferente Ángel, en cambio, lo pictórico adquiere suficiente ascendencia
que una pintura excelente. Porque de las pinturas sólo ganaréis sobre la escultura como para empezar a limitarla y adulterarla.
la habilidad para copiar con precisión, pero de las estatuas Las dotes de Miguel Ángel para la talla no impiden que se
podéis aprender tanto a copiar exactamente como a representar expresase mucho mejor sobre una superficie plana. El más
la luz y la sombra». En esa época y después, los pintores ha­ escultórico de los pintores era también, de una manera muy
cían pequeñas maquetas de barro y escayola no sólo para uti­ honda y muy mórbida, el más pictórico de los escultores. Hace
lizarlas como modelos, sino también para resolver problemas años Wyndham Lewis escribió en The Listener: «¡Cómo se tras­
de composición: seguía siendo más fácil visualizar el espacio lucen los sueños titánicos de Miguel Ángel cuando emergen en
profundo, y los volúmenes en ese espacio, mediante la repro­ mármol! El Adán de la capilla Sixtina qué tristemente distin­
ducción escultórica que a través de la observación directa. In­ to sería en mármol blanco. En cierto modo, el naturalismo
cluso en Flandes y en Renania, donde la nueva pintura se ins­ griego quedaba neutralizado en el plano. La pretensión de que
piró más en la miniatura que en Italia, la escultura siguió ac­ se prefiera la escultura de Miguel Ángel a sus otras formas de
tuando como la guía principal del arte pictórico. expresión, incluida la poesía, no es sino el resultado de una
Pero, tras ser una ayuda, la escultura comenzó inevita­ aproximación literaria».
blemente a entorpecer la evolución de la pintura hacia un rea­ Sin embargo, lo que realmente estropea la escultura
lismo más acorde consigo misma. En el arte de Van Eyck, más de Miguel Ángel no es tanto su naturalismo como, por el con­
milagroso aún que su calidad es ese modo súbito y completo trario, sus exageraciones y distorsiones antinaturalistas, que
con que rompe con las influencias escultóricas, por ejemplo, se sitúan más en el contexto de la ilusión pictórica que en el
en una pintura como la versión de San Francisco recibiendo los de la autoevidencia escultórica. E incluso las superficies labra­
s-stigmas que se conserva en Filadelfia. No obstante, los maes­ das de Miguel Ángel participan de lo pictórico en la medida
tros flamencos que vienen justo después de Van Eyck se man­ en que su pátina dura y brillante, que recubre el voluble mo­
tienen tan próximos a la escultura en toda su obra como él lo delado, tiende a negar el peso resistente de la piedra. Esto
había hecho en sus paneles de grisaille, y hasta cien años des­ quizás ayude a explicar por qué sus tallas inacabadas suelen
pués, y en Venecia, no se consigue un realismo tan coherente­ ser las mejores.
mente pictórico como coherentemente escultórico lo fue el rea- La escultura languideció durante los tres siglos siguien­

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tes bajo la concepción que Miguel Ángel impuso: en la prácti­
el último destello de una puesta de sol. El énfasis en él, y la
ca, si no en la teoría, la escultura pasó a ser básicamente una
conciencia de ese énfasis, formaban parte de un esfuerzo por
cuestión de sombreado sobre un fondo ciego y neutro, algo que
aferrarse a algo que, de alguna manera, se consideraba en un
no estaba muy lejos de lo que ocurría en la pintura vidriada
peligro mayor que nunca. Brancusi, bajo la influencia de Cé­
(como prueban las propias pinturas de Miguel Ángel). Durante
zanne y la pintura cubista tanto como de cualquier otro, per­
ese largo intervalo aparecieron algunos escultores buenos e in­
siguió el monolito hasta sus últimas consecuencias, hasta el
cluso grandes, pero tuvieron que enfrentarse a un público cuyo
punto donde la escultura volvió a encontrarse súbitamente en
gusto estaba conformado predominantemente por el arte pic­
brazos de la arquitectura. Sin embargo, esta vez no era la es­
tórico y la arqueología sentimental. La escultura barroca in­
cultura como ornamento, sino una clase de arte que se acer­
tenta, en sus mejores manifestaciones, desafiar a la pintura
caba a la condición de la arquitectura en sí misma, como ar­
en su propio terreno; después, la mejor escultura se suele dar
quitectura pura o como monumento. Y en esa condición, la
en estudios informales o maquetas, de las que queda excluida
escultura se hizo accesible una vez más al tratamiento plano
la idea miguelangelesca del acabado.
y lineal.
Cuando la escultura revive al fin, a mediados del si­
En esa coyuntura su situación podía haber sido simi­
glo xix, lo hace irónicamente de la mano de pintores que sólo
lar a la de la primera escultura románica, si la pintura cu­
la practican en ocasiones. Y lo que es más, eran pintores-pin­
bista —y no la escultura cubista— no hubiese estado allí para
tores (que, cuando hacían escultura, modelaban y nunca talla­
forzar aún más la situación. La intervención de la pintura cu­
ban), y no pintores escultóricos del tipo de Ingres o David.
bista tuvo el efecto de impulsar a la escultura más allá de sí
Parecía como si fuese necesario, para, curar a la escultura, ad­
misma, más allá del modelado y la talla, transformándola en
ministrarle en primer lugar una dosis mayor del veneno que
un arte que no era ni pictórico —al menos no en el sentido
la había hecho enfermar, y que el antídoto para la excesiva
aceptado del término— ni escultórico. Tampoco era bajorrelieve
preocupación del dibujante-escultor por los contornos agudos
ni monolito, sino algo que, a mi juicio, sólo tenía como prece­
y el modelado delicado fuese la indulgencia pictoricista hacia
dente la talla abierta en madera pintada del norte de Nueva
masas sumarias y perfiles endurecidos. De Géricault y Daumier
Irlanda, en los Mares del Sur. Intento explicar con más detalle
al joven Matisse, pasando por Degas y Renoir, el nivel general
en otro lugar (pp. 76 y 133) cómo se produjo esta transforma­
de la escultura hecha por maestros pintores es más alto que
ción. Baste aquí con decir que los destinos de la escultura y
el de las obras de todos los escultores en exclusiva, salvo es­
el arte pictórico parecen en este momento más estrechamente
casas excepciones.
entrelazados que en ningún otro período de la Historia del Arte.
La escultura pictórica culminó, sin embargo, en Rodin,
el más profesional de todos los escultores profesionales. Se le
1952
reprochaba la adulteración de su arte con efectos impresionis­
tas, lo cual quizá sea verdad hasta cierto punto —pero no tan
verdad como en el caso de Medardo Rosso— ; aun así, el bronce
y la piedra comenzaron a cobrar vida de nuevo bajo sus manos,
una vida que no habían conocido durante siglos. Gracias al
ejemplo y los preceptos de Rodin, la escultura aprendió una
vez más a respetar el monolito original, y Maillol, Despiau,
Bourdelle, Lehmbruck, Kolbe, Mareks, Lachaise, el último Lip-
chitz e incluso Laurens, todos ellos en deuda tanto con la pin­
tura como con Rodin, comenzaron a buscar una compacidad
que sólo resultaba nueva porque se había olvidado. Junto con
esa compacidad, la genuina monumentalidad de que era capaz
la escultura comenzó a reemplazar esa otra monumentalidad
meramente emblemática que había establecido el barroco.
Pero esta recuperación del monolito resultó ser como

152 153

--bi# -M t» ¿
Wyndham Lewis contra el arte abstracto 16 Diecinueve de cada veinte obras de arte abstracto — por
no decir noventa y nueve de cada cien— son fracasos. Proba­
blemente, la proporción de éxitos fuese la misma en el arte
del Renacimiento, pero nunca lo sabremos, pues el arte malo,
incluso en épocas consideradas como de mal gusto, suele de­
saparecer con más rapidez que el arte bueno. Y aun en el caso
de que la proporción de lo malo fuese hoy mayor, y más alta
aún en el campo del arte abstracto, seguiría siendo cierto que
hay obras abstractas mejores que otras. Y el crítico de arte
abstracto tiene la obligación de ser capaz de establecer la di­
ferencia. La incapacidad para hacerlo, e incluso para intentar
hacerlo, es lo que convierte automáticamente en sospechosas
denuncias como las de Lewis. Y la sospecha no se aquieta en
este caso ante la afirmación de que Moore, Sutherland, Bacon,
Colquhoun, Minton, Craxton, Pasmore, Trevelyan, Richards y
Ayrton forman «actualmente el mejor grupo de pintores y es­
cultores que ha conocido nunca Inglaterra».
Eliot ha calificado a Wyndham Lewis del «más grande Sir Herbert Read, supuestamente un campeón conven­
estilista en prosa de mi generación, quizás el único que ha in­ cido del «extremismo» (cosa que no es, y aunque lo fuese tam­
ventado un nuevo estilo». Creo que este elogio es exagerado, poco habría gran diferencia), es un crítico de arte incompe­
pero aunque no lo fuese Lewis habría pagado un precio igual­ tente. Lewis, a juzgar por sus colaboraciones con The Listener,
mente alto por tal distinción. El brío metálico y la rapidez es un crítico muy bueno cuando se limita al pasado (véanse,
mecánica de su prosa son posibles gracias a su voluntad de por ejemplo, sus comentarios sobre la superioridad de la pin­
evadirse de todos y cada uno de los retos a que ha de enfren­ tura de Miguel Ángel respecto a su escultura). Pero su acos­
tarse el pensamiento o el sentimiento sostenido. Nada consigue tumbrada agudeza como crítico desaparece como por ensalmo
desarrollarse en sus escritos, sea en el plano de la razón o en en esa polémica que mantiene contra el arte abstracto. Es como
el de la imaginación. (Esto puede explicar por qué hay tantas si este fenómeno hubiese paralizado su buen gusto. Y mientras
personas que sólo pueden leerle a trocitos.) Sir Herbert, que no tiene gusto alguno — ni siquiera paraliza­
Desde luego, Lewis no es el primer crítico serio que do— , es furtiva y subrepticiamente incoherente, Lewis lo es con
denuncia categóricamente «el extremismo» — más específica­ desenfado, por lo que la diferencia juega a su favor muy rela­
mente, la abstracción— en la pintura y la escultura. Y no es tivamente. La crítica de arte sale perjudicada con todo ello, y
tampoco el primero, ni será el último, de cuyas manos emerge Lewis es capaz de denigrarla con un amateurismo parecido.
ese extremismo tan oscuro como indemne. Es un pequeño fallo Sería de Sir Herbert, y no de Lewis (quien, después de todo,
para un pequeño libro. La empresa del antimodernismo, sean tiene o tuvo una relación real y práctica con la pintura) de
libros, revistas o artículos de periódico, permanece frustrada quien esperaríamos el comentario de que el cubismo era un
— en Berenson tanto como en Robsjohn-Gibbing o Howard De- «préstamo... de la ciencia».
vree— y así seguirá mientras no renuncie a sus apriorismos y A pesar del título, Lewis no ataca frontalmente en su
categorías. No se pueden condenar las tendencias en el arte; libro al «demonio del progreso» en ningún momento. ¿Y a
sólo se pueden condenar las obras de arte. Ser categóricamente quién podría citar que crea que Mondrian y Pollock fueron
contrario a una tendencia o un estilo artístico en curso signi­ pintores más grandes que Tiziano y Rembrandt? Como los de­
fica, en efecto, pronunciarse sobre obras de arte que todavía más denunciantes del arte «extremista» (Berenson es la única
no se han creado ni se han visto. Significa hurgar en los moti­ excepción que conozco), en lugar de considerar ejemplos rea­
vos del artista, en lugar de hacerlo en sus resultados. Sin em­ les de ese arte, prefiere manifestar su animadversión contra su
bargo, todos sabemos —o deberíamos saber— que en arte lo contexto social, contra su público y contra la retórica de sus
único que cuenta son los resultados. defensores, del mismo modo que por aquí se suelen esgrimir

154 155
Paralelismos bizantinos
trozos de la prosa de Art News para remachar el clavo contra
el «expresionismo abstracto».
Lewis explica la popularidad del arte abstracto por
su utilidad para ocultar la falta de talento y/o adiestramiento de
los artistas; y por el hecho de que es más barato llevar ante
el público la pintura y la escultura que la música, el teatro, la
danza o la literatura; y además porque

hoy la vida masificada es lo peor que se puede imaginar para una


apreciación de las artes, o de cualquier producto cultural... Las
cosas absurdas que están ocurriendo actualmente en las artes vi­
suales son las que tienen que ocurrir cuando un arte se desconecta
casi totalmente de la sociedad, cuando ya no tiene ninguna función
directa en la vida y sólo puede existir como juego intelectual.

Lo que hay de cierto en estas palabras está formulado


mal e incluso deshonestamente (el propio Lewis tendría gran­
des dificultades para definir el papel de lo «intelectual» tanto De todas las grandes tradiciones del naturalismo pic­
en la realización como en la apreciación de cualquier arte). tórico, sólo la grecorromana y la occidental pueden considerar­
Pero lo que más me sorprende es que Lewis se tome la molestia se orientadas escultóricamente. Sólo ellas han hecho un uso
de repetir, con aspereza pedante, como si se tratara de una pleno de los procedimientos escultóricos de la luz y la sombra
verdad nueva y llamativa, lo que ya se ha dicho miles de veces para conseguir una ilusión de volumen en una superficie plana.
y no siempre con tan trivial ausencia de matizaciones. Y estas dos tradiciones llegaron a la llamada perspectiva cien­
tífica exclusivamente porque una ilusión omnipresente de vo­
1957 lumen exigía una ilusión sistemática de ese tipo de espacio en
que el volumen era posible.
La pintura moderna tiende a expulsar las convencio­
nes del naturalismo escultórico, y a crear con ello una clase
de espacio pictórico dirigida exclusivamente al sentido de la
vista. Con el tacto excluido, desaparecen el sombreado y la
perspectiva. La propia escultura moderna, al reconocer que es
gozada principalmente de un modo visual, ha seguido a la pin­
tura en ese camino hacia lo exclusivamente óptico, convirtién­
dose en sus manifestaciones constructivistas en un arte basado
cada vez más en el dibujo aéreo, con el cual el espacio tridi­
mensional se indica y se delimita pero rara vez se llena.
La progresiva eliminación de lo representacional no
se explica por una preferencia por lo «abstracto» en cuanto tal,
sino por el confinamiento ya sea en un espacio pictórico plano,
ya sea en un espacio escultórico abierto. Todo aquello que su­
giera un ente identificable (y todos los entes identificables exis­
ten en tres dimensiones) sugiere al mismo tiempo tactilidad
o esa especie de espacio en la que es posible la experiencia
táctil. La pintura y la escultura modernas no están alienadas
de la «naturaleza» tanto como de lo no visual.

157
156
Realismo, naturalismo e ilusión han alcanzado en el
arte occidental cotas más altas que en ninguna otra parte. Pero a una visión de color pleno en el que quedaba radicalmente dis­
en ninguna otra parte el arte se había hecho nunca tan opaco minuido el papel del contraste de luz y sombra. En Gauguin y el
y autosuficiente, tan total y exclusivamente arte como en el impresionismo tardío había comenzado a ocurrir algo similar, y
pasado más reciente de Occidente. Es como si ese extremo sólo hoy, después del cubismo, pintores americanos como Newman,
pudiera nacer a partir de su contrario. Rothko y Still, casi parecen polemizar contra los contrastes de
Sin embargo, en otro momento del pasado, un sistema tono. Intentan acabar con todas las reminiscencias de la ilusión
de ilusión escultórica en el arte pictórico experimentó una de­ escultórica creando una contrailusión sólo de luz, una contrailu­
generación que lo convirtió en un medio para conseguir efectos sión que consiste en la proyección de una superficie indeter­
que eran la antítesis de lo escultórico. En el arte tardo romano minada de colores cálidos y luminosos, frente a la actual su­
y bizantino, los artificios naturalistas de la pintura grecorroma­ perficie pintada. En su etapa intermedia, Pollock persiguió el
na fueron expulsados hacia el exterior para reafirmar la plani- mismo efecto y tal vez lo logró más claramente con su pintura
tud del espacio pictórico; luz y sombra — los medios por exce­ de aluminio e hilos entrelazados de pigmentos claros y oscuros.
lencia de la ilusión escultórica— se estilizaron en esquemas Este nuevo tipo de cuadro moderno, al igual que el mosaico
planos, utilizados con fines decorativos o cuasi abstractos, y bizantino de oro y vidrio, busca llenar con sus radiaciones el
no ilusionistas. Al igual que nuestros modernos, se recuperó la espacio comprendido entre él y el espectador. Y combina de
literalidad empleando los medios de la ilusión misma, y se ob­ modo similar lo monumentalmente decorativo con lo pictórica­
tuvo con esta contradicción su impacto y su significación. Esa mente enfático, al mismo tiempo que utiliza los medios cor­
significación no habría sido artísticamente tan grande si la lite­ póreos más evidentes para negar su propia corporeidad.
ralidad manara de una tradición pictórica menos orientada al Los paralelismos entre el arte bizantino y el moderno
principio hacia lo escultórico y lo ilusionista; el vigor del cu­ no pueden extenderse indefinidamente, pero pueden ayudarnos
bismo y del arte mural bizantino implica la distorsión y la a discernir —como ha sugerido David Talbot Rice en un con­
«dialéctica» por las cuales una larga y rica tradición invierte su texto diferente— al menos una parte de la significación extra­
artística del modernismo. Los bizantinos desmaterializaban la
dirección; es en parte un vigor retroactivo.
Los paralelismos entre el arte bizantino y el moderno realidad inmediata invocando una realidad transcendente. Al
abundan también en la escultura. Al igual que la construcción parecer, nosotros estamos haciendo algo similar tanto con nues­
modernista, la talla bizantina tendía hacia efectos pictóricos y tra ciencia como con nuestro arte, en la medida en que invo­
no táctiles; se concentraba en el bajorrelieve, y lo hacía más camos lo material contra sí mismo insistiendo en su realidad
bajo aún, con menos bulto y modelado, más inciso y perforado que todo lo abarca. Los bizantinos prescindían de las llamadas
que lo había sido en la práctica grecorromana. Simultánea­ a la experiencia literal contraria a lo transcendente, y nosotros
mente, la distinción entre lo decorativo y lo no decorativo se prescindimos de las llamadas a todo lo que no sea literal;
iba borrando, tanto en pintura como en escultura, igual que pero en ambos casos la distinción entre lo inmediato y lo me­
ha ocurrido en el arte moderno. Y mientras los bizantinos nun­ diato tiende a difuminarse. Cuando algo pasa a serlo todo, tam­
ca renunciaron a lo representacional en principio, es posible bién pasa a ser menos real, y la última pintura abstracta parece
detectar en el movimiento iconoclasta, a pesar de que sus mo­ porfiar en la cuestionabilidad de lo material y lo corpóreo. Una
tivaciones fuesen enteramente religiosas, el eco de ciertas obje­ exclusividad radicalmente transcendental y radicalmente positi­
ciones, estéticamente sentidas, contra lo figurativo. El adveni­ vista llega al arte antiilusionista, o mejor, contra-ilusionista.
Una vez más, los extremos se tocan.
miento del cuadro de caballete totalmente abstracto — es de­
cir, de un arte no representacional en un contexto representa­
cional— o el más reciente abandono de la planitud cubista por 1958
una planitud impresionista aún más ambigua, tampoco han es­
trechado realmente los paralelismos entre el arte pictórico mo­
derno y el bizantino. Ni el arte bizantino ni el moderno se han
hasado en el mero desmantelamiento de la ilusión escultórica.
La pintura y el mosaico bizantinos apuntaron desde el comienzo

158
»
159
pli. La lógica del reajuste impresionista tenía que funcionar, por
Acerca del papel de la naturaleza en la pintura moderna muy reticentemente que se la reconociera, con independencia
de la voluntad de los individuos.
El cubismo emprendió una transcripción completamen­
te bidimensional de los fenómenos tridimensionales, desafian­
do todo lo que los impresionistas habían aprendido sobre la
luz y la verosimilitud mediante la luz; pero el cubismo, al ser
escultóricamente exhaustivo, al mostrar en relieve sombreado
tanto el frente de un objeto como su trasera y sus laterales,
acabó en una negación aún más radical de toda experiencia
que no fuese literalmente accesible al ojo. El mundo fue des­
pojado de su superficie, de su piel, y la piel se ertendió plana
sobre la planitud del plano del cuadro. El arte pictórico se
redujo enteramente a lo que era visualmente verificable, y la
pintura occidental tuvo finalmente que renunciar a sus quinien­
tos años de esfuerzo por competir con la escultura en la evo­
cación de lo táctil. Y también hubo de renunciar, junto con lo
táctil, a la imaginería y el imaginar, en la medida en que todo
En la evolución de la pintura francesa desde Courbet lo que se tomaba del mundo del espacio no pictórico traía con­
a Cézanne hay una paradoja: su mismo esfuerzo por transcri­ sigo connotaciones y asociaciones que la retina no podía veri­
bir la experiencia visual con una fidelidad cada vez mayor la ficar por sí misma.
llevó al borde de la abstracción. Los impresionistas suponían Con la llegada de un arte totalmente abstracto, pare­
que esa fidelidad bastaba para crear los valores del arte pictó­ cía que el cuadro se veía privado de espacio real y de objetos
rico mismo. La verdad de la naturaleza y la verdad, o el acierto, » reales como modelo de su propia articulación y unidad; que a
del arte no sólo tenían que concordar, sino que reforzarse mu­ partir de ese momento habrían de bastar las normas del propio
tuamente. Bastaba con ser muy estricto en la traducción exacta medio. Y en cierto sentido, eso es lo que ha sucedido. Pero en
de la naturaleza de cada uno. De esto se deducía que solamente otro sentido —un sentido evidente de un modo mucho menos
definiciones bidimensionales, ópticas y absolutamente atáctiles inmediato— no ha ocurrido esto. De alguna manera, la pintura
de la experiencia se ajustarían tanto a la esencia de la natura­ occidental ha seguido siendo naturalista a pesar de todas las
leza visualizada como a la esencia del arte. Se esperaba que, apariencias en contrario. Cuando Braque y Picasso dejaron de
gracias a esta «pureza» de lo óptico, se resolverían todos los esforzarse por imitar la apariencia normal de un vaso de vino
conflictos entre naturaleza y arte. Durante cierto tiempo, en y, en lugar de eso, intentaron aproximarse, por analogía, al
los primeros años del impresionismo, parecía que esto podía modo como la naturaleza oponía verticales en general a hori­
ser cierto. Posteriormente, los términos de reajuste empezaron zontales en general, en este punto, el arte adquirió una nueva
a inclinarse más hacia el arte, en detrimento de la naturaleza; y concepción y un nuevo sentido de la realidad que estaba emer­
mucho después la construcción estricta que se impuso tanto giendo ya en la sensibilidad general, así como en la ciencia.
al arte como a la naturaleza comenzó a hacerlos no más com­ Los viejos maestros perseguían efectos escultóricos no
patibles, sino mucho menos que en ningún otro momento an­ sólo porque la escultura aún les enseñaba lecciones sobre el
realismo, sino también porque la visión posmedieval del mundo
terior.
El cubismo fue el primero en repudiar de modo expreso ratificaba las ideas de sentido común sobre el espacio como algo
el énfasis del impresionismo en lo puramente óptico, y buscó libre y abierto, y sobre los objetos como islas en ese espacio
restaurar la base pictórica de Occidente, que era la ilusión es­ libre y abierto. En el arte moderno se ha insinuado un concepto
cultórica. Pero el cubismo no fue más capaz que Cézanne de opuesto de espacio como continuo que los objetos modulan
prescindir realmente de reajustes impresionistas; toda pintura pero no interrumpen, y una idea de los objetos como algo cons­
con aspiraciones tuvo que acabar reconociendo este fait accom- tituido, a su vez, por la modulación del espacio. El espacio,
I
160 161
6 - GREFNBERC.
como continuo ininterrumpido que conecta las cosas en lugar
de separarlas, es algo mucho más inteligible para la vista que
para el tacto (y ésta es otra razón de ese énfasis exclusivo en Arle en Estados Unidos
lo visual). Pero el espacio como aquello que une, en lugar de
separar, significa también espacio en cuanto objeto total, y este
objeto total es el que «retrata» la pintura abstracta, con su
superficie más o menos impermeable.
Los impresionistas habían comenzado a aproximarse a
esta noción del espacio, con su trama de toques de color en la
que el carácter discontinuo de las cosas tendía a disolverse
como en una solución. Al mismo tiempo, la superficie del cua­
dro impresionista se hacía más densa y cohesiva en virtud de
la uniformidad con que se acentuaba en todas sus partes. A tra­
vés de esta superficie-objeto, acentuada con bastante pesadez
y muy homogéneamente, el ojo penetraba en un espacio ficticio
de aire y luz que se localizaba a una distancia mayor del medio
de su representación que cualquier arte comparable de los vie­
jos maestros. En el cubismo analítico, las cosas aparecen, más
significativamente que en el impresionismo, fragmentándose en
el espacio circundante y reemergiendo de él. En la fase sinté­
tica del cubismo, sin embargo, la' superficie ha pasado a ser
finalmente la única certidumbre, y las imágenes se reintegran,
al ser extraídas de la profundidad ficticia y achatadas contra
la superficie como siluetas, para certificar así que la superficie
del cuadro coincide «realmente» con la extensión sin costuras
del campo visual. Ya no podemos atisbar, a través de la super­
ficie-objeto, lo que no sea ella misma; ahora, la unidad y la
integridad del continuo visual, en tanto que continuo, suplantan
a la naturaleza táctil en cuanto modelo de la unidad e integri­
dad del espacio pictórico. El plano del cuadro, como conjunto,
imita la experiencia visual global; además, el plano del cuadro,
en cuanto objeto total, representa el espacio en cuanto objeto
total. El arte y la naturaleza se confirman mutuamente igual
que antes.
Éste es el tipo de imitación de la naturaleza que el
cubismo entregó al arte abstracto. Siempre que la pintura abs­
tracta (como en las últimas obras de Kandinsky) no logra trans­
mitir este sentido cubista (o tardoimpresionista) de la super­
ficie plana resistente como imagen del continuo visual, tiende a
fallar porque falla el principio de coherencia y unidad. Sólo en­
tonces es cierta esa acusación tan frecuente, según la cual es
mera decoración. Y sólo cuando se convierte en mera decora­
ción, el arte abstracto gira realmente en el vacío y es un arte
«deshumanizado».
1949

162
sombra alternan como símbolo de lo explorado y lo inexplo­
Thomas Eakins rado, del bien y el mal.
Sin embargo, hubo otro tipo de artista norteamericano,
mucho más receptivo a los colores locales y a los detalles pro­
saicos y prácticos. En Eakins hay muchas cosas que justifica­
rían identificarle con ese tipo, pero las reservas que eso entra­
ñaría son justamente las que definen su fuerza. Los acentos
visionarios de su arte nos conmueven mucho más porque son
el eco de hechos. Y ésta es quizá la nota más americana de
todas. Que nuestro mejor arte y nuestra mejor literatura la
hayan pulsado muy pocas veces no introduce ninguna diferen­
cia; en este aspecto, todavía marchan por detrás de la vida.
Eakins mostraba un sentido nuevo, aunque reticente,
del color y practicaba un realismo algo más literal que el per­
mitido por los academicismos de su época. Durante cierto
tiempo, se fijó algunos objetivos idénticos a los del impresio­
Eakins parece ensayar una terca explicación de la na­ nismo, aunque los percibía sólo nebulosamente. Comenzó a mo­
turaleza que se equipare con los artificios matemáticos «duros» delar con sombras de color más que con saturaciones de gris
que usa a menudo para trazar la composición y perspectiva de o castaño, y las sombras se disolvían y reducían en sus fondos
sus cuadros. Pero esos artificios resultan ser solamente un como si estuviesen a punto de irrumpir en el color. Pero siem­
marco sobre el que proyecta un claroscuro ideal. El lenguaje pre interviene un sentimiento de lo dramático o lo «psicológi­
de su imaginación se revela predominantemente integrado por co» que sólo puede transmitir el claroscuro en su versión con­
luces y sombras en las que los hechos se transfiguran sin ser vencional.
violados. Con el paso del tiempo, el talante del arte de Eakins Eakins casi no tuvo estilo; si existe un estilo que no
se acerca más al de contemporáneos suyos como Ryder y sea académico y sí natural, neutral y transparente — digamos,
Newman. un estilo como el de la poesía de Goethe (y el de su idioma
El claroscuro era, literaria y figurativamente, el vehícu­ en verso)— entonces Eakins lo tuvo, a su manera personal y
lo favorito del significado poético Victoriano. (Los extremos a limitada. Y fue un estilo neutral y natural no tanto porque lo
que había llegado el claroscuro, tanto en el verso como en la compartiera con otros, como a causa de la honestidad y opor­
pintura, se habían cancelado en esa antítesis del claroscuro tunidad con que lo usó, sin fiorituras, sin «retoques», sin ele­
que fue el impresionismo y, después, el imaginismo, una antí­ gancias ni inelegancias. Fue un estilo llano pero no pedestre.
tesis de la cual el prerrafaelismo inglés fue una versión abor­ Las primeras pinturas maduras de Eakins muestran las
tada.) En escritores norteamericanos como Hawthorne, Poe, influencias francesas más en boga en los años 1860; Courbet,
Melville e incluso James, así como en Longfellow, Bryant, Delacroix y, sobre todo, Couture. Él reaccionaba ante ellas un
Emerson, Tuckerman e incluso Whitman, percibimos oposicio­ poco de la misma manera que lo hacía Cézanne en esos mis­
nes que tienen una fuerza de retirada, introspectiva, similar a mos años: sumarizando su dibujo, engrosando su pintura y
la de los contrastes de luz y sombra en el espacio profundo. oponiendo lo claro a lo oscuro en contrastes agudos y simples.
A veces esas oposiciones son literalmente visuales: negrura y A continuación vino una fase en la que se permitía a los colores
noche son los elementos dominantes de los primeros capítulos locales afirmarse con una intensidad impropia del estudio, y
de Moby Dick; el narrador avanza tambaleándose a través de en esta fase Eakins no estuvo muy lejos de lo que hacía en
una oscuridad de alquitrán para encontrarse a un predicador esos mismos años Winslow Homer. El efecto de las grandes y
negro que está celebrando una reunión detrás de la primera relativamente ingraduadas áreas de color agudo en una pintura
puerta de la que sale un rayo de luz; esto nos predispone, en de 1874, que muestra al artista y a su padre cazando, es casi
un largo movimiento, al contraste con la blancura malvada de moderno, como lo es la impresión que produce el cuadro The
la ballena. Particularmente en el claroscuro americano, luz y Biglen Brothers Turning the Stake del año anterior, con sus

<
164 165
vividas manchas de azul y su palpitante luz del foco solar. Som­ John Marin
bras transparentes y toques de luz interrumpidos y móviles dan
una fuerza sutil a sus retratos femeninos y sus interiores de la
misma década. Poco después, cuando comienza a investigar más
exhaustivamente la naturaleza tridimensional, pierde algo, y
cuando empieza a olvidar las influencias francesas su carrera
cambia pasando a ser más una involución que una evolución.
Eakins vuelve a la pintura académica para hacerse en ella un
lugar muy personal, pero no para contribuir al arte de la pin­
tura en general.
Siempre fue capaz de sacar un cuadro convincente de
cualquier tema que mostrara la luz cayendo sobre una fábrica
blanda o atravesándola. Las aristas de pintura que seguían las
discontinuidades de la carne y el contorno, en el estudio de un
desnudo femenino hecho en los primeros años ochenta, salen
del pincel de alguien que sigue siendo un maestro, dentro de
sus limitaciones. Pero muchos retratos de ese tiempo, especial­
mente los de hombres, sucumben, pese a toda su honestidad, Que Marin sea el más grande pintor norteamericano
al tipo social o profesional del modelo. Aun así, puede consi­ vivo puede resultar discutible, pero desde luego hay que to­
derarse una suerte que el fracaso de las pinturas de género de marlo en consideración cuando nos preguntamos quién es.
Eakins en conseguir la aceptación del público tuviera el efecto En la raíz del problema —el problema que hace esta
de confinarle en gran medida dentro del campo del retrato; pregunta digna de ser planteada— está la clase de ambición
pues casi todas sus últimas pinturas de género, incluidos aque­ implícita en los más altos vuelo’s del arte americano, y tam­
llos exámenes genuinamente originales del tema que están de­ bién de la literatura norteamericana, de este siglo. Si descali­
dicados al boxeo profesional, carecen de cierta intensidad con­ ficamos a Eliot por ser un inglés confirmado, ¿nuestro mejor
cluyente en la percepción representada, de cierto énfasis final. poeta es Wallace Stevens o Marianne Moore? ¿No son los dos
A pesar de todas sus renuncias, continuó produciendo sober­ demasiado «menores» para calificarlos de «grandes»? Ninguno
bios retratos femeninos hasta el final; por ejemplo, los de de nuestros mejores poetas, pintores, escultores o compositores
Mrs. Kershaw, Mrs. Eakins y Ruth Harding, en los que el ser de parecen alcanzar, en esta época, ese aliento con las palabras o
su modelo se expresa mediante superficies iluminadas que des­ ese alcance con sus oeuvres que justificaría tal término. Sus
plazan las sombras, en lugar de salir de ellas. producciones pueden ser intensas o exquisitas, pero también
El realismo de Eakins se bifurcó en una dirección es­ estrechas y parciales. La «grandeza» connota algo más amplio
pecíficamente americana, pero no descubrió nada que le indu­ y profundo.
jera a ensanchar o cambiar la base fundamental del estilo que Quizá Marín no diga lo suficiente, y desde luego lo
había adquirido de Couture. Eakins permanece en su lugar y que dice está dicho sin largueza. Sus defectos no quedan en­
su tiempo: un gran artista provinciano al que aprecio por en­ vueltos y engullidos por la magnitud de un talento o una vi­
cima incluso de Homer y Ryder (y no pretendo que otros lo sión que (como se ha dicho elogiando a Balzac) barra las de­
valoren así; esta preferencia es un asunto personal por mi ficiencias del artista y hasta las haga esenciales. Y sin embargo,
parte). Pero igual que Homer y Ryder, es una gloria del arte qué buen pintor consigue ser Marín a pesar de todo. Cuando
norteamericano que no puede exportarse, al menos, hasta que todo está dicho y hecho, también Wallace Stevens y Marianne
los ingleses sean capaces de exportar a Samuel Palmer en su Moore siguen siendo poetas milagrosos. Cruzando el cubismo
mejor academicismo, los italianos a uno o dos de sus proto- con el color fauvista y tomando prestada de Winslow Homer
impresionistas, y I ' , alemanes a su Leibl. la técnica de la acuarela, Marin hizo para sí un instrumento
personal cuya fidelidad en el registro de sensaciones evanes­
1944 centes sólo es superada en nuestro tiempo por las acuarelas

166
i
167
de Klee, queda por encima de Paul Nash, y únicamente es emu­
lada en las representaciones más realistas de animales hechas efecto (que de otro modo recuerda lo que ocurre cuando el
por Morris Graves. último Hartley esculpe el cielo y las nubes) ya no es artificioso.
Marin llegó a su madurez como artista en la misma La «artificiosidad» constituía una tortura para todos los
década — de 1910 a 1920— que presenció el florecimiento de protegidos de Stieglitz. Los marcos que Marin colocaba en tor­
Stevens y Moore como poetas. Bajo la mística del «Art-and- no a sus óleos, diseñados y decorados por él mismo, nos lo
America» y el evangelismo en el arte que, nacidos en la galería recuerdan muy bien. Esos marcos quizá sean objetos encanta­
de Alfred Stieglitz, inflaron las velas del talento de Marin, como dores en sí mismos, pero perjudicarían a cualquier clase de
hicieron con Marsden Hartley, se mantuvo una vena de lirismo cuadros, e imposibilitan una visión totalmente clara de muchas
suave pero lozano, no muy distinta de la de Stevens y Moore. obras de Marin.
Dentro de los límites marcados por las circunstancias de la
cultura artística de Norteamérica en su tiempo, así como por
su propio temperamento o talento, Marin desarrolló y refinó 1948
un arte de genuina originalidad. Ese desarrollo no fue homo­
géneo ni coherente, pero hoy me sigue pareciendo que en esos
años se mostró más pintor que nunca.
Su fama se la debe a las acuarelas. Aún maneja la
acuarela con más seguridad que el óleo, pero en la última dé­
cada se ha dedicado cada vez más a éste último, con resultados
que igualan y, en mi opinión, incluso superan a sus acüarelas
en algunos aspectos. Éstas conservan su exquisita aspereza de
siempre; su naturalismo crecientemente convencional no les
resta calidad; las cuchilladas de línea abstracta con que Marin
intenta meter «arquitectura» y «planos» en lo que son real­
mente sensaciones impresionistas de color atmosférico son ar­
bitrarias la mayoría de las veces, y sus vistas «rectas» de la
naturaleza, que prescinden de estos artificios, suelen estar tan
bien organizadas como todo lo demás que él hace. Sin embar­
go, sus óleos tienden ahora a ser más vigorosos, más amplios e
incluso más temperamentales que sus mejores acuarelas. Aun­
que extiende la pintura con una delgadez más propia de la
acuarela, y el apresto desnudo del lienzo se usa como un color
más, al modo como el acuarelista utiliza el papel, se benefician
mucho con la presencia, más enfática, del óleo y su soporte.
En el lienzo, los contrastes de color opaco con las aguadas
transparentes o los esfuminos delgados construyen tanto como
describen, a pesar de que el diseño no es tan «seguro» como
sobre papel. Marin parece acertar muy a menudo en sus óleos
cuando el tema presenta un contorno grande y claramente re­
cortado, como un barco velero; o una variación definidamente
organizada de formas, como la oposición o la alternancia de
tierra y agua, o de figuras humanas. Entonces, los colores, que
él sabe usar tan bien para representar los contornos como si
estuvieran hechos de atmósfera, encuentran un centro de gra­
vedad apropiado, ya no parecen abstractos e impuestos, y el

168 i
169
al comienzo, en los años sesenta y primeros setenta del siglo
Winslow Homer pasado, después de dejar de trabajar exclusivamente como ilus­
trador en blanco y negro. Comenzó con lienzos de tonos cáli­
dos, en un estilo similar al de Eastman Johnson, pero pronto
adquirieron personalidad propia gracias a la viveza de su dibujo
y su diseño, y a una claridad de color nueva, aunque algo cru­
da, no muy distinta de aquella a la que llegó el gran Manet
sólo unos años antes. Homer no visitó París hasta 1867 y es
dudoso que viese algún cuadro de Manet en los diez meses que
estuvo allí (o que, si lo vio, le prestase atención). Pero yo creo
que influyó en él, de primera o segunda mano, el maestro de
Manet, Thomas Couture, que tenía muchos discípulos ameri­
canos y cuyo estilo de trabajo (al menos en los cuadros pe­
queños), con sus amplios y abruptos contrastes de luz — luz
incluso blanca— y sombras, llegó a este país poco antes de la
Guerra Civil. (Couture ejerció también una influencia decisiva
sobre Eakins.)
En su juventud, Homer había sido aprendiz de un litó­
Era típico de cierta clase de norteamericanos que grafo y entonces se dedicó a copiar retratos fotográficos. Esta
Winslow Homer desconfiara de los libros, la tradición y el arte temprana intimidad con la fotografía pudo estimular también
de otros y tuviera que aprender por sí mismo, penosamente, los marcados y opacos contrastes de luz y sombra que encon­
cosas que la mayoría de los artistas cultos de su tiempo podían tramos en sus primeros óleos, contrastes que dejan un color
dar rápidamente por supuestas. Y era típico de ciertos lugares relativamente plano y claro en aiichas áreas e indican, más que
de Nueva Inglaterra que fuese un solitario. Unido sólo a su pa- , presentan, las formas tridimensionales. El hecho de que Manet
dre y a uno de sus hermanos, nunca se casó. Tenía miedo de y Monet explorasen efectos similares en esos mismos años sin
los extraños. Le gustaba el aire libre, la pesca y el camping. duda puede explicarse adecuadamente por fenómenos totalmen­
Conoció algo de la Guerra Civil, vivió en Nueva York algún te limitados al campo de la pintura, pero estoy convencido de
tiempo, fue dos veces a Europa, viajó a las Indias occidentales que la fotografía también influyó en ellos, aunque sólo sea por­
y se pasó la mayor parte de la segunda mitad de su vida en que, al menos en el caso de Monet, los resultados de la fotogra­
la costa de Maine. Era pequeño, pulcro, reservado y aburrido. fía fueron confirmados por su observación imparcial de los
Si nos dejáramos guiar por los indicios, no tuvo vida interior efectos de la luz al aire libre.
aparte de la que puso en sus cuadros. Al cabo de un tiempo, Eakins, como Homer (si exceptuamos las acuarelas de
consiguió vivir confortablemente de su arte; no vendía dema­ este último), produjo las mejores obras al comienzo de su carre­
siado bien, pero tampoco demasiado mal. A los sesenta años ra, y esto nos lleva a pensar en la existencia de alguna corriente
se le consideraba un gran artista americano. Murió en 1910 a nueva a fines de la década de 1860 y comienzos de la de 1870,
los setenta y cuatro. que exaltó el arte de los pintores comprometidos con un natu­
Todo esto no es ajeno a los resultados que obtuvo Ho­ ralismo auténticamente radical; y en que el declive de esta
mer como artista. Puede que no alcanzase una gran calidad, corriente pudo ser parcialmente responsable de que tanto Eakins
pero demostró una originalidad y un vigor capaces de resistir como Homer se retirasen en mayor o menor grado al interior
muchas comparaciones. Fundó una tradición específicamente de sí mismos cuando llegaron a la madurez. Y no es que deja­
americana de pintura a la acuarela, y en sus primeros óleos ran de evolucionar, sino que el desarrollo ulterior de su arte
desarrolló independientemente ciertas tendencias revoluciona­ tuvo lugar dentro de límites más provincianos.
rias que convergieron con las de la primera fase del impresio­ En los años ochenta, Homer adoptó algo de ese estilo
nismo en Francia. de género sentimental y de medio tono que por entonces se
Para mí, los mejores óleos de Homer son los que hizo había popularizado entre los pintores franceses academicistas

i
17Π 171
«pesadas»). Si este país ha contribuido con algo propio a las
posteriores a Barbizon, un estilo que tomaba sus temas prin­
tradiciones del oficio de pintar, ha sido con el estilo de acuare­
cipales de paisajes y campesinos melancólicos. Los campesinos la fundado por Homer.
de Homer eran en realidad las muchachas pescadoras inglesas
La nueva osadía que Homer desplegó en este medio re­
que vio en Tynemouth, donde pasó la mayor parte de su tiempo
sulta plausible gracias a las brillantes luces y colores que tomó
entre 1881 y 1882. Posteriormente, o incluso a la vez, sufrió
de las Indias Occidentales. Él no tenía la pretensión de innovar.
algo la influencia del poema whistleriano. En cualquier caso,
Esa brillantez nueva estaba allí, en el modelo natural, antes
bajó aún más el tono de su color, limitándose a emplear tonos
de que él pensara en ella; la pintó, igual que Monet había re­
fríos y neutros y acentuando cambios de luz y sombra relativa­
producido el nuevo resplandor de la Riviera. Ocasionalmente
mente sutiles, quizá como reacción contra la violencia con que
destella a través de los óleos algo del fuego suave y el esplen­
había tratado previamente los contrastes tonales. Obtuvo cier­
dor discreto de las acuarelas. Pero nunca logró evitar cierta
tos resultados: escenas ribereñas en el crepúsculo, representa­
torpeza de ejecución en los óleos, cierta inseguridad e incluso
das en azules oscuros, violetas, malvas y grises matizados, con
acidez en la calidad de las pinturas, una ausencia de resonancia
una o más figuras de mujer silueteadas en primer plano. La
en la textura. Tal vez se debiera esto, como señala Lloyd Goo­
poesía de estos cuadros era tanto más genuina cuanto que re­
sultaba el complemento espontáneo de un estilo que traiciona­ drich, a que era un autodidacta en el campo del óleo y en cierta
ba, como lo seguiría haciendo a través de todos sus cambios, medida siempre conservó su carácter de aprendiz. Pero tam­
bién era un autodidacta en la acuarela. La diferencia tal vez
cierta nostalgia por lo literal e incluso lo pedestre.
Con todo, Homer había participado del gusto popular pueda explicarse por la curiosa mezcla de desprecio y timidez
y romántico por el melodrama, tan típico de su época. Al pare­ que Homer parecía sentir hacia la materia física en general, un
cer, fue en Tynemouth donde adquirió esa fascinación por los desprecio que era un impedimento menor en la acuarela que
aspectos amenazadores del mar que ya no le dejaría durante el en el óleo, sencillamente porque la acuarela es menos mate­
resto de su vida. Quizás aquí hay una conexión inconsciente rial. Los hábitos de trabajo de Homer en su madurez reper­
(como en Poe) entre el mar y el sexo. Uno de sus temas más cuten en esta diferencia. Pasaba semanas y meses ponderan­
frecuentes en los años ochenta fue el de las mujeres salvadas do un motivo, esperando la luz y el tiempo adecuado, pero una
de un naufragio o de morir ahogadas, con las ropas húmedas vez empezado un cuadro lo trabajaba de prisa y hasta con im­
pegadas al cuerpo en una aproximación subrepticia al desnudo, paciencia, como si la propia actividad de pintar fuese una obs­
que casi nunca ensayó directamente. Después, el oleaje embra­ trucción. Es obvio que la acuarela, que exige y permite una
vecido ocuparía el centro de su atención, con figuras femeninas gran rapidez de ejecución, se prestaba mejor a esta actitud.
que aparecen en primer plano con menos frecuencia. La visión Homer no parece haber sido un hombre religioso. A to­
presumiblemente práctica de Homer, como la de Stephen Crane, dos los efectos, era un materialista dentro de lo que se podía
otro realista «literal», solía iluminar, cuando se dirigía de puer­ ser en su tiempo. Puede parecer anómalo que un materialista
tas afuera, algo que se moviese dramáticamente, fuesen olas o mostrase tal desdén hacia la materia, pero Homer era un ame­
ricano y como buen americano le gustaban los hechos por en­
peces voladores.
Hasta mediados los años 1870 Homer no empezó a de­ cima de cualquier otra cosa. Cierta objetividad es uno de los
dicarse seriamente a la acuarela, vehículo con el que conse­ mayores méritos de su obra posterior, cuyo vigor peculiar qui­
guiría, según consenso de todos los críticos, sus mejores obras zá se hubiese visto mitigado con una preocupación más intensa
y las más influyentes. Y es evidente que en las acuarelas mos­ por los aspectos sensuales de su arte.
traba una mayor sensibilidad que en los óleos a las posibilidades
y características intrínsecas del medio artístico. Por la rapidez 1944
y ligereza de la acuarela, por sus simplificaciones y el aprove­
chamiento de la transparencia del pigmento diluido en agua,
y la textura y blancura del papel, consiguió aclimatar su visión
impresionista a un medio que parecía expresamente pensado
para ella, pero que los impresionistas franceses habían culti­
vado muy rara vez (todos ellos, salvo Sisley, tenían manos

172 173
modo demasiado implícito su fertilidad inventiva en lugar de
Hans Hofmann colocar esa fertilidad al servicio de sus concepciones. Y la in­
ventiva de Hofmann es verdaderamente enorme, hasta el punto
de que se le podría calificar de virtuoso de la invención, como
sólo el Klee de los años treinta supo serlo antes que él. Pero
en arte no se pueden dispersar las energías impunemente, y
Hofmann ha pagado su precio en términos tanto de calidad
como de aceptación. Desde luego, ese precio no es tan grande
como el que pagó Klee en los años treinta, pero puede ser ma­
yor que el pagado por Klee en sus comienzos (cuando su apro­
ximación «manuscrita» y los pequeños formatos a que se res­
tringió confirieron una unidad real de estilo a todos los dife­
rentes sistemas «notacionales» que utilizaba). Y al contrario
que Picasso desde 1917, Hofmann no tiene un estilo principal
ostensible al que se subordinen los demás; puede trabajar con
tres o cuatro estilos diferentes en el intervalo de un año dán­
doles a todos la misma importancia.
Cada vez son más los que reconocen que el arte de Se ha abusado mucho de la idea de experimento en
Hans Hofmann constituye una de las mayores fuentes de es­ relación con el arte moderno, pero la pintura de Hofmann sí
tilo e ideas para la «nueva» pintura norteamericana, pero su parece justificar su uso. Probablemente es el artista vivo más
valor, independientemente de la influencia y el papel de Hof- difícil, más difícil de captar y de apreciar. Pero por la misma
mann como profesor, sigue siendo objeto de reserva. Fue razón es un artista inmensamente interesante, original y remu-
excluido de la exposición «N ew American Painting» que el Mu­ nerador, y los problemas que- plantea la interpretación de su
seo de Arte Moderno envió a Europa (1958-1959), y esta omi­ arte nacen en buena medida de que tiene muchas cosas qué
sión resulta muy significativa, pues contribuyó más a distorsio­ decir. Aunque pertenezca al mismo momento que Pollock den­
nar la imagen de esa pintura que buen número de inclusiones tro de la evolución de la pintura de caballete, resulta aún me­
altamente discutibles. Y una parte de la culpa es del público nos clasificable. Se le ha llamado «expresionista alemán», pero
neoyorquino de vanguardia, que tiene su propia clase de indo­ en todo lo que se conoce como expresionismo, aparte del tor­
lencia y torpeza, y suele exigir a los artistas «difíciles» que se bellino Kandinsky, hay muy poco que nos lo anuncie. Su color
limiten a un solo estilo fácilmente identificable para ahorrarse y sus texturas cromáticas tal vez sean «nórdicas», pero uno
quebraderos de cabeza. (Cualquiera pensaría que la satisfacción trata desesperadamente de que no se le escape este adjetivo
y el goce a obtener siguiendo de cerca el arte avanzado son ante la decidida originalidad con que sabe asimilar también lo
proporcionales al esfuerzo de discernimiento requerido, pero «mediterráneo». Opino que el único modo de comenzar a si­
no parece ser éste el caso de la mayoría de los aficionados. tuar el arte de Hofmann es tener en cuenta el carácter único
Tras aceptar en principio el arte avanzado, al parecer, desean de su vida, que ha atravesado tantos movimientos artísticos
que todo resulte fácil en ese contexto.) Pero el propio Hofmann como fronteras nacionales, llevándole a diferentes centros del
es también culpable en parte, y en realidad, cuantas más exce­ arte justo en el momento de su actividad más fecunda. Y ade­
lencias encuentro en su arte, más me inclino a cargarle una más de eso, su carrera artística se ha desarrollado a lo largo
dosis mayor de responsabilidad. de, al menos, tres generaciones de artistas.
La diversidad de maneras e incluso estilos en que tra­ Nacido y educado en Alemania, Hofmann vivió en Pa­
baja contribuye a privar, aun a su público más entusiasta, rís en estrecho contacto con los primeros fauvistas y cubistas
de una idea clara de por dónde va. Al mismo tiempo, esa di­ de la década de 1904-1914, durante la cual ambos movimientos
versidad nos hace sospechar que se deja absorber excesiva­ nacieron y maduraron. Hizo frecuentes viajes a Francia e Italia
mente por los problemas, llevado de un exclusivo afán de en los años veinte, después de fundar su escuela en Munich.
superarlos; o también que este artista sigue siempre de un En 1931 se afincó permanentemente en Estados Unidos. Du­

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174
rante quince años apenas si cogió un pincel, pero dibujó obse­ de Miró, el cual a su vez debe mucho a Kandinsky). Más que
sivamente para «sudar el cubismo» como él mismo dice. Hasta influido por Kandinsky, Hofmann parece haber convergido con
1935 o 1936, cuando ya tenía cincuenta y tantos años, no co­ él en varios puntos, en su camino hacia la abstracción, un ca­
menzó a pintar de nuevo sistemáticamente. Y sólo cuando ya mino que, en su caso, era mucho más ancho, pues discurría a
tenía sesenta años y numerosos discípulos suyos llevaban largo través de toda la obra de Matisse y del cubismo.
tiempo en ello, decidió comprometerse con la abstracción. Su Nadie ha digerido el cubismo más concienzudamente
primera exposición monográfica en Nueva York tuvo lugar en que Hofmann, y probablemente nadie lo ha transmitido mejor
la galería de Peggy Guggenheim ya en 1944, y desde entonces a otros. Sin embargo, aunque el cubismo haya sido esencial
ha expuesto en Nueva York todos los años, como un artista en la formación de su arte, dudo que ningún artista importante
necesitado de que su reputación se abriera camino entre com­ de esta posguerra haya sufrido tanto por su causa como Hof­
pañeros de treinta o cuarenta años más jóvenes, y sin pedir mann. Lo que yo llamaría su trauma cubista es el responsable,
ningún privilegio especial. entre otras cosas, del carácter aturdido que adquiere su obra
El propio Hofmann explica la tardanza de su desarro­ en la fase abstracta. Sin el control de un modelo natural, a
llo por la relativa complacencia que le produjo durante sus menudo impone un dibujo cubista a unas concepciones pictóri­
años en París la ayuda regular de un patrón y por el tiempo y cas que ya son completas en sí mismas; y más que integrar,
las energías que necesitó después para perfeccionarse como yuxtapone sus formidables manipulaciones de la paleta. Es
maestro. Pero yo creo que, además de eso, hay que tener en como si tuviera que demostrarse a sí mismo periódicamente
cuenta que su experiencia parisina le colocó delante de dema­ que todavía dominaba el lenguaje con que Braque y Picasso
siados faits accomplis por parte de artistas de su edad o sólo le sorprendieron hacía cincuenta años en París. Con todo, los
unos años más viejos; y que él tuvo que esperar a que pasaran momentos de sus mejores cuadros son precisamente aquellos
los movimientos artísticos de esos años y del período de entre­ en que da rienda suelta a su talento de pintor, que es pre y
guerras para poder iniciar su propio movimiento; en suma, postcubista, y en los que el cubismo actúa, no para controlar,
que primero tuvo que superar el fauvismo y el cubismo, y tam­ sino para informar e implicar, como conciencia de un estilo y
bién a Kandinsky, Mondrian, Arp, Masson y Miró. no como un estilo en sí mismo.
Inició su propio movimiento con paisajes fauvistas y A ese mismo poder pictórico se deben casi todas las
grandes bodegones interiores que comenzó a pintar poco des­ revelaciones del primer período abstracto de Hofmann, antes
pués de 1935. Los interiores son una síntesis muy personal de de 1948. En un cuadro como Efervescencia (1944), anuncia un
Matisse y el cubismo, pero están trabajados de un modo quizás aspecto del método drip [de goteo] de Pollock y al mismo
excesivamente brillante. Sin embargo, los paisajes, especialmen­ tiempo prefigura el dibujo anticubista de Clyfford Still y su
te los más oscuros, abren una visión que sólo Nolde había in­ afición por los tonos oscuros. En Cuento de hadas (del mismo
tuido previamente, aunque Hofmann la abre desde una direc­ año) ensanchó y profundizó una sugerencia tomada inadvertida­
ción diferente. Sus superficies onduladas y de pincelada ancha mente de Masson, y de un modo que anticipa el gran Totem
afirman la profundidad y el volumen con una intensidad de N.° 1 de Pollock de unos meses después. En una obra de tem­
color nueva, postMatisse y postMonet, estableciendo unidades ple sobre yeso, Cataclismo (1945), se anticipaba a otro aspecto
en las que tanto el fauvismo como el impresionismo adquieren más del posterior estilo drip de Pollock (drip = goteo, es un
una nueva relevancia. Aunque a partir de 1939 hay ya unos término inexacto; más correcto sería hablar de pour and spat-
cuantos Hofmanns en los que no puede reconocerse ningún ter = derramar y salpicar). Estas obras son las primeras que
punto de partida en la naturaleza, la transición efectiva al arte conozco en las que se manifiesta esa insatisfacción ante los
abstracto tiene lugar en los primeros años cuarenta. Figuras, bordes fáciles y «manuscritos» que deja el pincel, el lápiz o el
paisajes y naturalezas muertas se hacen más y más esquemáti­ cuchillo y que animan las pinturas más radicales de nuestros
cos, y finalmente se desvanecen. Lo que parecen ser alusiones días. Las formas de caligrafía abierta y «libres» que dominan
al estilo casi abstracto que practicaba Kandinsky en 1910-1911, el «expresionismo abstracto» se prefiguraban ya en muchos
en mi opinión, no constituye ningún préstamo real; Hofmann otros cuadros que hizo Hofmann antes de 1948, y especialmen­
habría llegado al mismo lugar aunque Kandinsky nunca hubie­ te en numerosos guaches y acuarelas en los que la pintura se
se pintado (si bien probablemente no puede decirse lo mismo esparce con un menosprecio hacia la «construcción» que re­

!
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presenta su dominio más inspirado. La mayoría de estos cua­ Pero, si bien no todos sus cuadros malos se deben a
dros son más importantes como arte que como profecía, pero una pericia como dibujante que se aplica mal, tampoco todos
las personas como yo hemos aprendido a apreciarlos a la luz sus cuadros buenos se deben a una función del color como
de lo que profetizaban; hace más de diez años, cuando se elemento primordial. Hay muchos óleos sobre papel, guaches y
expusieron por primera vez, eran demasiado nuevos. acuarelas en los que el cubismo de Hofmann desarrolla una
Pero en otros cuadros, Hofmann sólo se anticipaba a elegancia de líneas más matissiana que constructivista. Hay pin­
sí mismo. Summer Glory (1944) y Conjurer (1946) ejemplifican, turas como The Prey (1956) en que los pigmentos gruesos se
a mi juicio, ese estilo no lineal y como de impacto que ha manejan caligráficamente. Y está esa obra grande y soberbia­
sido su acierto más consistente desde 1948. Aquí el color de­ mente original Undulating Expanse (1955), que, junto con otras
termina la forma desde dentro; gruesos borrones, ribetes, man­ cuatro o cinco pinturas, más pequeñas, de la misma serie de
chas y jirones de pintura se disponen en formas inteligibles estudios —todas inspiradas en la posibilidad de un encargo ar­
en el mismo instante de depositarse sobre la superficie; dibujo quitectónico—, está dibujada y pintada rápida y casi transpa­
y diseño manan de la plenitud del color. El rojo y verde Flo- rentemente sobre el puro apresto blanco. Estos cuadros nos
wering Desert (1954) está pintado de esta manera, y lo mismo traen las notas más frescas de toda la pintura de los últimos
muchas pinturas menores en las que predominan los cálidos cinco años; pero desgraciadamente es típico de Hofmann no
verdes, como ocurre también en una obra maestra, Le Gilotin proseguir con una idea que a otro artista habría bastado para
(1953) — (que, al secarse, ha perdido desgraciadamente casi toda desarrollar toda su carrera. En cualquier caso, cuadros como
su brillantez)— y en Bouquet (1951). éstos nos confirman en la impresión de que sus primeros im­
El arte de Hofmann tiende a desviarse por direcciones pulsos suelen ser los mejores; cuando fracasa, casi siempre es
excéntricas cuando pretende reforzar los contrastes de'color y porque olvida lo que él mismo ha inculcado en sus estudian­
forma con tensos contornos y confía sus formas a una regula­ tes: que la ciencia y la disciplina que no se convierten en ins­
ridad cubista pero irrelevante. Dado que la originalidad de su tinto son factores más entumecedores que de capacitación.
color consiste a menudo en oposiciones de matices intensos del Buena parte de lo que tan atolondradamente se deno­
mismo grado de calidez e incluso del mismo valor; que un co­ mina «expresionismo abstracto» se reduce en esencia a una es­
lor frío como el azul o un color ambiguo como el verde ad­ pecie de cubismo tardío (que, en principio, no se ha separado
quieren un calor desacostumbrado; y que tales cosas pueden para nada de él). En algunas de las mejores obras de Hofmann
gravar al ojo a la manera como un acorde no resuelto grava este cubismo tardío tiene tanta presencia como en Gorky o De
al oído; teniendo en cuenta todo esto, el diseño se convierte Kooning. Sin embargo, en otras incluso mejores apunta y pe­
en una cuestión muy precaria en la que es mejor detenerse netra en un camino que es plenamente postcubista, y cuando
demasiado pronto que hacerlo demasiado tarde. Insistir en la lo hace sigue sus inclinaciones más profundas, se reconozca en
línea o en el borde puede ser excesivo o disruptivo. Y a veces ellas o no, y realiza sus visiones más personales. Klee y Sou-
la energía de la línea de Hofmann puede ser más nerviosa, más tine fueron tal vez los primeros en concebir la superficie del
mecanizada que pictórica, y forzar así un efecto ilegítimamen­ cuadro conscientemente como un objeto capaz de reaccionar,
te escultórico. O también, como ha ocurrido más recientemente, no como algo inerte, y la pintura como una cuestión de esti­
la compulsión por articular cada centímetro cuadrado de la mulación y atrevimiento, de marcar tantos y hacer marcas, y
superficie con detalles cromáticos y gráficos crea un efecto so­ no simplemente de inscripción o recubrimiento. Hofmann ha
brecargado. Y es que la debilidad dominante de Hofmann nada adoptado ulteriormente esta aproximación, e incluso la ha lle­
tiene que ver en esencia con el dibujo, sino con una tendencia vado más allá. Sus superficies respiran, abriéndose para animar
a llevar el cuadro demasiado lejos en todas direcciones, en su el aire circundante. Gracias a estas superficies abiertas y pul­
afán de lograr una síntesis anticuada de «dibujo» y «color», santes, los mejores cuadros de Hofmann superan a la mayoría
una síntesis de gran estilo. Ésta es una ambición que le iden­ de los de Kandinsky. Y gracias en parte a Hofmann, la «nueva»
tifica con la generación de Picasso y con su propia generación pintura norteamericana se distingue en general por la vida de
cronológica de artistas, y le separa de la generación en que su superficie, la cual es responsable a su vez de esa «luz» de
realmente pinta. Mas le separa sólo en la medida en que le nuevo tipo que los europeos dicen ver en ella.
distrae, y en sus cuadros malos, no en los buenos. Pero esa parte de la «nueva» pintura americana que

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sus grandes obras.


1958

Milton Avery se formó como pintor en los días del mo­


vimiento de la American Scene, que propugnaba un arte cen­
trado en la vida americana y de espaldas a influencias esotéri­
cas. Avery se opuso a esta actitud, pero el ambiente creado por
ese movimiento probablemente' le ayudó a confirmarle en su
aceptación de sí mismo. Por muy errada e incluso oscurantista
que fuese la tendencia American Scene, al menos urgía en prin­
cipio al artista americano a llegar a un acuerdo con las condi­
ciones ineluctables de su propio desarrollo; le recordaba que
no podía prescindir de su propia piel; y le preparaba para el
día en que cesase de lamentarse por el hecho de vivir don­
de vivía.
En cualquier caso, Avery partió del arte norteamerica­
no antes de que se oyese hablar del American Scene; en Hart­
ford, donde se crió, se fijó mucho más en Ryder y en algunos
impresionistas norteamericanos que en cualquier artista fran­
cés. Y cuando continuó asimilando ciertas influencias francesas,
el resultado siguió siendo un arte de los más inconfundible y
auténticamente norteamericanos que he visto nunca.
El propio Avery sería el último en ver un valor estético
en la americanidad en cuanto tal. Si su arte es tan evidente­
mente americano se debe a que da cuerpo con tanto acierto a
la verdad sobre sí mismo y su condición, no a que hiciese de
ello una cuestión de identidad nacional. Y quizá también se
deba a que evolucionó, debido a circunstancias que sólo eligió
a medias, dentro de un marco de referencia en gran medida no
europeo. Además, hay diferentes clases de americanidad, y la

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berse en parte a los elementos concretos de su pintura, a la
de Avery puede resultar más aparente que otras en este mo­ ausencia de pronunciados contrastes de valor, por un lado, y
mento, exclusivamente porque tuvo menos oportunidades antes al intenso color por otro; a la superficie neutral que no trai­
del advenimiento del fauvismo de expresarse mediante una pin­ ciona ni la «calidad de la pintura» ni la pincelada. Pero se
tura ambiciosa y sofisticada. debe aún más a su temperamento, a su timidez. Hace quince
En un texto para el catálogo de la exposición retros­ años, al reseñar una de las exposiciones en The Nation de Paul
pectiva que el Museo de Baltimore dedicó a Avery en 1952, Rosenberg, al admirar sus paisajes, dedicaba yo la mayor parte
Frederick S. Wight puso el dedo en uno de los rasgos más de mi texto al carácter derivativo de las obras con figuras que
sobresalientes del arte de Avery: su insistencia en la naturale­ constituían el grueso de la exposición, y no sabía ver lo mucho
za como algo meramente superficial, no como masas o volúme­ que en ellas había ajeno a Matisse, y no sólo por culpa de mi
nes, y algo accesible exclusivamente a través de una mirada falta de perceptividad, sino también porque el artista había cui­
que se abstuviese de asociaciones táctiles. La actitud de Avery dado mucho no llamar suficientemente la atención sobre ello.
es la opuesta a la que se supone debe ser una típica actitud Aún sigo forcejeando con esas piezas figuradás de Ave­
norteamericana, pues se aproxima a la naturaleza como tema, ry, o al menos con la mayoría. Con demasiada frecuencia su
no como objeto. Uno no manipula un tema, lo encuentra. Por diseño no llega a ser total. Las figuras no están ancladas con
otro lado, el empleo que hace de medios abstractos para fines la suficiente seguridad en el lugar que ocupan, no contrastan
que, aunque sutil o reprimidamente naturalistas, también son con su fondo, que a menudo es ciego. Y pese a toda la distor­
a pesar de ello intensamente abstractos, nada es sino norte­ sión y simplificación del contorno, los accidentes fácticos de la
americano. Algo similar se produce, a mi juicio, en otros cuatro silueta interfieren de un modo que interrumpe la configuración
artistas norteamericanos que pertenecen al modernismo del si­ plana, tan importante en este tipo de pintura. Es como si Avery
glo xx: Dove, Arnold Friedman, Hartley y Marin. Y es muy sig­ hubiese tenido problemas al manejar los objetos desplazables
nificativo que, salvo Friedman, todos estos pintores, a pesar de en cuanto éstos excedían de determinado tamaño, y hubiese
que coquetearon con el cubismo en cuanto éste entró en es­ encontrado seguridad solamente representando cosas que ha­
cena, continuaron pensando que el fauvismo era la manifesta­ bían crecido en los lugares que ocupaban y que proporciona­
ción moderna más afín a ellos, lo cual también es cierto en el
ban primeros planos y telones de fondo que se entrelazaban a
caso de Alfred Maurer, aunque de manera diferente. su guisa. En otras palabras, en general se encuentra más a
Los fauvistas franceses del comienzo casi siempre esta­
gusto con los paisajes terrestres que con los marinos.
ban dispuestos a sacrificar los hechos de la naturaleza en favor
Resulta difícil explicar la individualidad del arte de
de un feliz efecto decorativo; en cambio, los americanos ten­
Avery. En los detalles hace eco a muchos otros pintores —Ma­
dían a prescindir del efecto decorativo cuando éste amenazaba
tisse, Dufy, Hartley (muy influido por Avery al final) e incluso
con apartarse excesivamente de los hechos. Su principal fuente
Marin— , pero estos ecos no nos llevan hacia los resultados es­
de inspiración eran los hechos, y cuando no la encontraban allí
pecíficos de Avery, a sus unidades pictóricas. No es cuestión
solían sucumbir a la artificiosidad (al menos, Dove, Marin y
de escuelas o estilos, ni siquiera de sensibilidad, sino de algo
Flartley). En esta actitud había cierta timidez: al contrario que
más personal aún. Por un lado, está la sublime facilidad de su
Matisse, los fauvistas americanos no se proclamaban soberanos
mano, y por otro, la honestidad de sus ojos, la exacta lealtad
de la naturaleza. Pero había también cierto coraje: se aferraban
de esos ojos hacia lo que experimenta. Esta cuestión está rela­
a la verdad de su propia experiencia personal, por muy ínti­
cionada con el modo como Avery articula exactamente sus
ma, modesta o impresentable que esa verdad fuese. Y esto se
planos lisos y suavemente radiantes; con la exacta dosificación
aplica muy particularmente a Avery. No importa lo mucho que
de luz en sus colores (todos los cuales parecen tener cierta
simplifique o elimine, pues casi siempre presenta la identidad
mezcla de blanco); con la exactitud con que logra mantener sus
local y nombrable de su tema; éste nunca se convierte en un
cuadros fríos, incluso cuando utiliza los tonos cálidos; con la
mero pretexto. Tampoco el arte resulta nunca en él esa cues­
exactitud con que modula sus planos en profundidad sin re­
tión peculiarmente transcendente en que a menudo se convier­
currir al sombreado, etc. Por supuesto, todo arte logrado nos
te en Hartley y Marin.
En el arte de Avery no hay glamour·, es atrevido pero coloca ante este factor de exactitud, pero rara vez la necesidad
no enfático ni espectacular en su atrevimiento. Esto puede de­ de exactitud cubre tantos aspectos como en el caso de Avery.

182
li

En su pintura la naturaleza es aplanada y aireada, pero está, más aún que en su rebelión contra la «máquina» aca­
no se ve privada, en un sentido definitivo, de su sustancialidad, démica, la explicación del tamaño medio de los lienzos impre­
que podríamos decir se le restaura gracias a la solidez artís­ sionistas, unos 60x45 cm.) Aunque Avery conversa con la deco­ 1
tica del resultado. El cuadro flota pero también es coherente ración de una manera que habría espantado a Pissarro, y al
y permanece en su lugar, tan tenso como un tambor y tan avanzar desde el boceto al lienzo terminado distorsiona expre­
abierto como la luz. Mediante los procedimientos irreales más sivamente la naturaleza, se mueve más llevado por un natura­
específicos del arte pictórico, el plano liso paralelo a la super­ lismo no muy distinto del que salvaguardaba a Pissarro, pero
ficie, Avery transmite la integridad de la naturaleza mejor que no a Monet, contra lo peyorativamente decorativo.
lo podrían hacer los cubistas con su énfasis específico en los El hecho de que los pintores abstractos más jóvenes y
planos lisos y paralelos. Y mientras el cubismo tuvo que ter­ «anticubistas», que admiran a Avery, no compartan su natura­
minar en la asbtracción, Avery ha desarrollado y expandido su lismo no les ha impedido aprender de él. Su arte demuestra
arte sin tener que cultivar ni extirpar esa posibilidad. Es uno hasta qué punto la simple sinceridad de sentimientos puede
de los pocos modernos de fama dentro de su generación que galvanizar lo que parecen elementos inertemente decorativos:
ha descartado el cubismo. Sería aventurado decir que no le una tenue planitud, contrastes de matiz puros y en gran me­
afectó en absoluto, pero desde luego no ha tenido una impor­ dida sin valor, trazos anchos e ininterrumpidos de color uni­
tancia grande en su formación y se ha burlado del canon cu­ forme, una extrema e inacentuada simplicidad de diseño, y
bista del cuadro bien hecho casi tanto como Clyfford Still. todo ello en tensas y dramáticas unidades en las cuales los
Como casi todas las demás reacciones modernas con­ equivalentes del comienzo, mitad y fin del tradicional cuadro
tra el impresionismo, el fauvismo de Avery no ha hecho sino de caballete se dejan sentir plenamente. Su pintura demuestra
extraer una consecuencia más de ese impresionismo. Su 'arte es una vez más que los medios concretos del arte resultan rela­
una versión más extrema de un mundo del que han sido barri­ tivamente indiferentes cuando predomina la fuerza del sen­
das la escultura y toda alusión a lo escultórico, un mundo en timiento.
el que la realidad es exclusivamente óptica. Pero lo que marca Hasta ahora, pintores e incluso coleccionistas han pres­
la pintura de Avery dentro del modernismo es su rechazo explí­ tado a Avery más atención que los críticos o el público de mu­
cito de lo decorativo, un rechazo caracterizado, como en el seos, y su reputación todavía no está firmemente establecida.
caso de Matisse, por el hecho de que los medios de Avery son Quizá por ello sus marchantes le han expuesto y seleccionado
muy decorativos en sí mismos. Si se puede decir que la deco­ tan mal. Pero también puede deberse esto a esa sutileza para
ración es el fantasma que acosa a la pintura moderna, parte la que es tan importante su exactitud. Cuando una sutileza así
de la misión formal de esta última es hallar modos de usar lo se convierte en tema importante, suele ocurrir que el arte en
decorativo contra sí mismo. Es como si el impresionismo tardío cuestión no destaca por su radio de acción. Y se plantea por
y el fauvismo se hubiesen puesto de nuevo al orden del día sí misma la pregunta de si el arte de Avery, pese a toda su
precisamente porque, al ser más antiescultóricos y, por tanto, variedad real, no tiende a ser algo estrecho en su impacto. Tal
estar más expuestos a lo decorativo que el cubismo, dramati­ limitación explicaría por qué Avery, como Marin y como Paul
zan el problema incrementando la tensión entre medios deco­ Nash en Inglaterra, han sido inexportables hasta ahora. Pero
rativos y fines no decorativos. uno se resiste a aceptar esta explicación, como se resiste a acep­
Matisse y el último Monet vencieron la decoración con tar la idea de la inexportabilidad en general. Hay ciertos paisa­
su éxito al lograr lo monumental; establecieron el tamaño y la jes marinos pintados por Avery en Provincetown en los veranos
escala como factores estéticos absolutos. Avery no parece ha­ de 1957 y 1958 que yo esperaría ver en París, Roma o Londres
ber pensado nunca en esta solución. Quizá le hubiese llevado tanto como en Nueva York.
demasiado lejos de su concepción de la naturaleza, que sólo
podía representarse en el caballete, no en el muro; un gran 1958
cuadro puede darnos imágenes de cosas, pero otro relativa­
mente pequeño lo más que puede hacer es recrear la unidad
instantánea de la naturaleza como una vista, unidad que los
ojos pueden captar de un solo vistazo. (En mi opinión, aquí

184 185
derna en Norteamérica haya sucumbido tan epidémicamente
David Smith al «biomorfismo», y que luego, después de tantas improvisa­
ciones decorativas de vegetales, huesos, músculos u otras for­
mas orgánicas, haya sobrevenido tal aguzamiento de alambres
y tan general adaptación de jaulas, de modo que los resultados
mas claros de la difusión del uso del soplete de soldadura
los escultores americanos hayan producido estatuaria de
j din, objets da rt hiperdimensionados y monstruosas joyas.
La enfermedad actual de la escultura moderna, aquí y
en el extranjero, es la artificiosidad, ya se trate de la artificio-
sidad arcaica de Moore, Marini y Giacometti, de la artificiosi­
dad cubista o art brut de los escultores británicos jóvenes o
de la artificiosidad expresionista-surrealista de los americanos.
La artificiosidad suele ser síntoma de temor a que la obra de
ar e no muestre su identidad de tal suficientemente y pueda
confundirse con un objeto utilitario o bien puramente arbítra­
lo. Este peligro, al que la escultura abstracta está mucho más
expuesta que la pintura abstracta, no apareció hasta los prime­
Hace diez años la escultura tenía perspectivas muy ros ejemplos de escultura constructivista; y ésta, con su aspec­
brillantes. Con una vitalidad renovada desde Rodm y .habiendo to de maquinaria, infunde hoy mucho más terror que antes en
encontrado un nuevo punto de partida en la pintura moderna, los corazones de artistas y aficionados. Las excepciones entre
parecía a punto de entrar en posesión de una gran herencia. los artistas coinciden significativamente con las escasas excep­
Los modos nuevos y cuasi pictóricos nacidos del collage cu­ ciones a la desilusión general-que ha provocado la escultura
bista y la construcción en bajorrelieve, al liberar la escultura oderna en la ultima decada. La más notable es la de David
del monolito, le habían abierto un vasto campo de temas nue­ mith, a quien no vacilo en considerar el mejor escultor de
vos' y la gama de estilos y temas a su alcance parecía ensan­ su generación.
charse en la misma medida en que parecía estrecharse la gama . , Sm.lth fue probablemente el primero que transplantó a
disponible para la pintura con ambiciones. Por tanto, daba la n l Í t e T 3 C / a te del dlbuJO aéreo en metal- y que usó el so­
impresión de que la escultura se convertiría en breve en el plete de soldadura y materiales como el acero y las aleaciones
vehículo principal del arte visual. Desde luego, había suficiente mas recientes Y quiza fue también el primero que intentó una
talento escultórico en ejercicio como para que esta posibilidad especie de collage escultórico, sin precedentes ni en Picasso ni
resultara muy real. . . . ___ en Gonzalez, que incluía piezas de maquinaria encontradas por
Esas esperanzas se han desvanecido. La pintura se man­ ahí e incluso inventadas. Pero en arte los medios nunca garan­
tiene en cabeza por su mayor amplitud de formulaciones y su tizan los fines, y lo que elogiamos son las cualidades indivi-
continuada energía. Y la escultura ha pasado a ser un campo técnfca/ ° rigmaleS dd arte de Smith> no sus innovaciones
en el que, con sus esperanzas transformadas en ilusiones, abun­
dan las reputaciones infladas y los falsos renacimientos: ahí no o E1 hecho de que exponga todo lo que produce y que
están Moore, Marini y el Giacometti de la posguerra, y ahí está haya cosechado un elevado porcentaje de fracasos, al menos
también el «despertar» de la escultura británica a manos de en el pasado, ha expuesto su arte a muchas interpretaciones
Butler, Chadwick, Paolozzi, Turnbull et alt. erróneas. Ademas, trabaja en muy diversos estilos, no sólo al
La escultura monolítica, más tradicional, de artistas pasar de una obra a otra, sino también dentro de la misma
más viejos como Mareks o Wotruba continúa convenciendo, pieza, lo cual no facilita el hacerse una idea clara de sus reali-
cosa que no le ocurre al arte «avanzado», lineal y de planos zacmnes. Por si esto fuera poco, su originalidad casi agresiva
delgados, de los seguidores británicos de Gonzalez y Dubultct. nos explica por que el público artístico y sus mentores, aun­
Es típico de varias situaciones locales el que la escultura mo­ que no le han negado de plano su admiración, tampoco han

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186
acogido su obra concediéndole premios, haciéndole encargos o
fuerza, así como de la fusión de todo esto en la escultura. An­
adquiriendo piezas importantes para museos y otras institu­
tes el arte de Smith podía ser calificado plausiblemente de
ciones públicas o semipúblicas. Sin embargo, tengo la impre­
sión de que si se hiciese una encuesta sobre los escultores no «barroco»; hoy es igualmente plausible llamarlo «clásico». In­
cluso en sus manifestaciones más elaboradas, las líneas y su­
académicos de este país, Smith saldría de ella como el rival
perficies con que está «escrito» permanecen limpias y directas;
mejor considerado por la gran mayoría.
Smith es uno de esos artistas del tipo de Balzac que no hay nada confuso o borroso en sus contornos, ni soldaduras
o manipulaciones en las texturas superficiales para obtener un
no sólo se pueden permitir errores, sino que incluso los nece­
efecto de pintor añadido al efecto pictórico. Aunque Smith falle
sitan. El arte original llega muchas más veces por el camino
en todo lo demás, sigue siendo un artista directo.
de los errores de gusto, de los falsos amagos y los objetivos
sobrantes. Su incapacidad para la autocrítica puede permitirle La velocidad con que han conseguido su aceptación
Butler, Chadwick y los demás exponentes del «renacimiento
monerías ilustrativas o extravagancias decorativas, o descender
escultórico» de Gran Bretaña se debe en gran medida a que
a efectos cursis, pero al mismo tiempo le estimula a aceptar
comenzaron ya como «clásicos». Pero la definitiva sosería de
las sorpresas de su temperamento. Nos da la sensación de un
su arte también se debe a esto. Y aquí, «clásico» significa un
artista temerario e imprudente que confía en su capacidad para
canon de formas y gusto tomado abyectamente de González,
remediar en otra pieza lo que le sale mal en la que está ha­
Picasso, Matisse y Miró, y un resultado que agrada porque no
ciendo. ofende a unos ojos que han aprendido a gustar del cubismo.
Definir los fallos de Smith es también explicar sus
Smith es un caso muy distinto. El aspecto cubista rectificado
aciertos. Su debilidad crónica ha descansado en su tendencia a
y aclarado de sus «manuscritos» es algo que él ha desarrollado
desarrollar y elaborar una obra más allá del punto al.que le
por sí mismo, a partir de sus propias necesidades, no algo acep­
ha llevado el impulso de su inspiración. Y en parte porque tado de antemano.
también él puede temer que el resultado no parezca lo sufi­
La frugalidad y tirantez, la elegancia y la fuerza de sus
cientemente artístico. Pero todo esto está relacionado, en ma­
recientes figuras Tank Totem son completamente distintas, en
yor medida aún, con la naturaleza de su talento. Virtudes ca­
sentimiento y clase, de la esperada elegancia, nerviosa pero sin
racterísticas van unidas a defectos característicos. La copiosa
nervio, que solemos encontrar en Butler y Chadwick. Y lo mis­
inventiva de Smith, la escala y la generosidad de su fuerza de
mo puede decirse, con más certeza aún, de la gracia arisca lo­
concepción y ejecución son los factores que le empujan, más
grada por casi todas las esculturas de la serie Agrícola de
que cualesquiera otros, a multiplicar los detalles, a explorar
Smith. Éste quizá se oriente hacia el mismo cuadrante estilís­
cada idea hasta sus límites y a actuar inconsideradamente
tico que Butler y Chadwick — el cuadrante marcado por Pi­
bajo cada impulso. Sin embargo, cuando acierta, el efecto final
casso, González y el primer Giacometti— pero se ha dirigido
está realzado por la sensación de encontrarnos ante una corrien­
hacia él llevado por su propia visión y su propia originalidad..
te cuya abundancia momentáneamente no actualizada y cuya
Y su arte ha tenido que crear en parte el gusto que nos per­
fuerza reverberan a través de lo que ya está materializado.
mite disfrutarlo; en cambio, Butler y Chadwick han seguido el
En los últimos años, Smith es más estable y coherente,
camino del mínimo esfuerzo y las indicaciones de un gusto ya
y sus realizaciones nos llegan con más frecuencia. Tras los pe­ establecido.
ríodos de expansión, en los que se investigan ideas nuevas, con
Smith continúa evolucionando con la energía de un
resultados muy heterogéneos, suelen venir períodos más breves
joven artista. Esperamos ahora que reciba los encargos que le
de consolidación. Ahora Smith se muestra capaz de pasar más
permitan desplegar plenamente esa capacidad para la escul­
directamente de la concepción a la realización. Es oomo si su
tura heroica que él tiene en mucha mayor proporción que cual­
sensibilidad se hubiese purificado y refinado. Pero el cambio
quier otro artista vivo. En caso contrario, sus realizaciones
se ha producido también en nuestra sensibilidad; el conoci­ nunca serán completas.
miento de su arte nos convence cada vez más de sus premisas,
que ahora parecen desarrollarse más claramente a partir del
arte anterior; gran parte de lo que nos parecía gaucherie re­ 1956
sulta ser una redefinición de la elegancia, la economía y la

188 »
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tienda que las convenciones son revisadas no para lograr un
Pintura «tipo norteam ericano» efecto revolucionario, sino a fin de mantener la insustituibili-
dad y renovar la vitalidad del arte frente a una sociedad que,
en principio, se inclina a racionalizarlo todo. Ha de entenderse
también que la devolución de la tradición sólo puede tener
lugar en presencia de la tradición.
Por ello, la pintura continúa elaborando su modernis­
mo con un impulso sin trabas, porque aún tiene ante sí un
camino relativamente largo que recorrer antes de verse redu­
cida a su esencia viable. Otro síntoma de esta misma situación
es probablemente el que París haya perdido su monopolio sobre
el destino de la pintura. En los últimos años, nadie ha atacado
más directa y sostenidamente esas convenciones desechables
que un grupo de artistas que se dieron a conocer en Nueva
York durante la guerra y en los años inmediatamente poste­
riores. Etiquetados con diversos calificativos — «expresionismo
abstracto», «pintura de acción» e incluso «impresionismo abs­
tracto»— , sus obras constituyen la primera manifestación del
La pintura avanzada continúa siendo motivo de escán­ arte norteamericano que levantó en su país una protesta firme
dalo en una época en que escasea lo nuevo en literatura o en y consiguió de Europa una atención seria, influyendo allí en
música (la escultura es asunto diferente). Esto bastaría por sí una parte importante de su vanguardia, aunque fuese más de­
mismo para indicar que la pintura es la más viva de todas las plorada que elogiada.17
artes de vanguardia en el momento presente, pues sólo una Estos pintores norteamericanos no pretendían ser avan­
novedad sustancial y significativa puede soliviantar a los bien- zados. Pretendían simplemente pintar buenos cuadros y firmar­
pensantes. ¿Pero por qué monopoliza la pintura esa clase de los con sus propios nombres, y de hecho han «avanzado» en
novedad? Entre muchas otras razones, yo destaco la que creo busca de cualidades análogas a las que admiraban en el arte
más pertinente: a saber, la relativa lentitud, pese a todas las del pasado. No forman movimiento ni escuela en el sentido
apariencias en contrario, de la evolución de la pintura como aceptado del término. Proceden de diferentes direcciones esti­
lísticas, y si éstas convergen en un punto es gracias en buena
arte modernista.
Aunque quizás inició su camino hacia el modernismo parte a una vitalidad, una ambición y una inventiva comunes
antes que las demás artes, la pintura ha resultado tener un en relación con una tradición, un tiempo y un lugar dados. Sus
número mayor de convenciones derrochables, o al menos un nú­ obras sólo muestran rasgos estilísticos uniformes cuando se
mero mayor de convenciones difíciles de aislar, para derro­ comparan en términos muy generales con las de artistas que
char. Parece ser una ley del modernismo — pues se aplica a trabajan, o trabajaron, en otros momentos, lugares o relacio­
casi todas las artes que permanecen auténticamente vivas en nes. Los cuadros de algunos de estos norteamericanos nos sor­
nuestro tiempo— que las convenciones no esenciales para la prenden porque parecen basados en una espontaneidad anár­
viabilidad de un medio artístico se desechen en cuanto son quica y en unos efectos fortuitos; o también porque, en el
detectadas. Este proceso de autopurificación parece haber lle­ otro extremo, presentan superficies que parecen desprovistas
gado a un punto muerto en la literatura sencillamente porque casi totalmente de incidentes pictóricos. Todo esto es más bien
ésta última tiene menos convenciones que eliminar antes de aparente. En este arte hay cosas buenas y cosas malas, y cuan­
llegar a las que le son esenciales. En la música, ese mismo do somos capaces de establecer la diferencia entre unas y otras
proceso, aunque no se ha detenido, sí se ha frenado pues esta­ comenzamos a comprender que el arte en cuestión está some­
ba ya muy avanzado, y la mayoría de las convenciones desecha- tido a una disciplina tan estricta como cualquier otro del pa­
bles de la música han resultado relativamente fáciles de aislar. sado. Lo que nos intriga al principio — como intriga siempre
Naturalmente, estoy simplificando mucho. Y espero que se en- en un primer momento toda nueva fase del arte modernista—

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1

confirió a los nuevos pintores norteamericanos la sensación,


es el hecho de que el «expresionismo abstracto» explícita cier­
totalmente nueva en este país, de ocupar el centro del arte de
tos factores constantes del arte pictórico que en el pasado se su tiempo.
dejaban implícitos, y deja implícitos, en cambio, otros factores
Si el término «expresionismo abstracto» tiene alguna
que en el pasado se explicitaban. Más adelante hablaremos de
justificación real, ésta es que algunos pintores comenzaron a
la naturaleza de algunos de esos factores, pero entre tanto
preocuparse por el expresionismo alemán, ruso o judío cuando
bastará con repetir que el «expresionismo abstracto» no supo­
ne una ruptura con el pasado mayor que la de cualquier otra se sintieron incómodos con el cubismo y lo francés en general.
Pero lo cierto es que todos ellos partieron del arte francés y
manifestación anterior del arte modernista.
tomaron de él su instinto estilístico; y fue también de lo fran­
cés de donde consiguieron sus ideas más claras sobre cómo
sentir un arte ambicioso e importante.
Un arte importante es imposible, o casi imposible, El primer problema que estos jóvenes norteamericanos
sin una asimilación profunda del arte mayor de los períodos compartieron fue el de desatar la ilusión relativamente delimi­
precedentes. En los años treinta y primeros cuarenta, unos ar­ tada de pequeña profundidad a la que se habían aferrado los
tistas neoyorquinos supieron asimilar y digerir a Klee, Miró y tres maestros cubistas — Picasso, Braque, Léger— desde la con­
el primer Kandinsky en un grado no alcanzado en otras partes, clusión del cubismo sintético. Para poder decir lo que tenían
ni después ni antes (sabemos que ninguno de esos tres maestros que decir, era preciso aflojar ese canon de regularidad rectilí­
fue una fuente importante de influencias en París hasta des­ nea y curvilínea en dibujo y diseño que el cubismo había im­
pués de la guerra). Al mismo tiempo, Hans Hofmann y Milton puesto a casi todo el arte abstracto precedente. Estos proble­
Avery mantuvieron viva la influencia y el ejemplo de Matisse mas no se abordaron con un programa; en el «expresionismo
en Nueva York, en un momento en que los pintores jóvenes de abstracto» hay muy poco de programático, si es que hay algo;
otros lugares no lo tenían en cuenta. En esos mismos años, los artistas individuales pueden hacer «declaraciones» que nun­
Picasso, Mondrian y hasta Léger ocuparon un lugar privilegia­ ca son manifiestos; tampoco tienen «portavoces». Lo que ocurrió
do en Nueva York; Picasso, hasta el extremo de amenazar con t fue, más bien, que seis o siete pintores, que habían hecho su
bloquear el camino e incluso la visión. De la mayor importancia primera exposición monográfica en la galería Art of This Cen-»
para aquellos que iban a superar a Picasso después de apren­ tury de Peggy Guggenheim en Nueva York entre 1943 y 1946,
der de él fue el tener acceso a un gran número de las pri­ se enfrentaron, por separado aunque casi simultáneamente, a
meras obras de Kandinsky en lo que hoy es el Museo de Solo­ un conjunto de retos. Los Picassos de los años treinta y, en
mon Guggenheim. Y gracias a todo esto, una generación de ar­ menos medida aunque probablemente con más importancia, los
tistas norteamericanos pudo, por vez primera, comenzar su ca­ Kandinskys de 1910-1918 estaban sugiriendo por entonces nue­
mino en igualdad de condiciones —y quizás incluso con un vas posibilidades de expresión para el arte abstracto y cuasi
poco de ventaja— en relación con sus coetáneos de otros países. abstracto, que iban mucho más allá de las ideas de la última
Pero dudo de que hubieran sido capaces de adquirir década de Klee, enormemente inventivas pero sin realizar. Y fue
esa cultura artística sin la oportunidad de trabajar sin restric­ el Picasso no realizado, más que el Klee no realizado, el que
ciones, oportunidad que la mayoría de ellos tuvo en los últimos se convirtió en el incentivo más importante para norteamerica­
años treinta y primeros cuarenta gracias al Federal Art Project. o nos como Gorky, De Kooning y Pollock, los tres dispuestos a
Dudo también que su lanzamiento hubiese sido tan afortunado, cazar, y en alguna medida las cazaron (al menos, Pollock), al­
cuando empezaron a exponer, de no contar con el pequeño pero gunas de las liebres aún sueltas que Picasso había lanzado.
cultivado público de los estudiantes y graduados de la escuela
de arte de Hans Hofmann en Nueva York. El alejamiento del
escenario bélico fue otra circunstancia favorable, y junto con
ella, la presencia en este país durante la guerra de artistas A menudo, el artista que intenta romper con un pre­
como Mondrian, Masson, Léger, Chagall, Ernst y Lipchitz, ade­ cedente demasiado poderoso dirige su mirada, al principio, a
más de gran número de críticos, marchantes y coleccionistas otro alternativo. El fallecido Arshile Gorky se sometió a Miró
europeos. La proximidad de estas personas, y no su atención, en los últimos años treinta aparentemente sólo para escapar de

192 ' 193


7 - GREENBERG
Picasso, pero al cambiar una servidumbre por otra, hizo buen
número de cuadros en los que ahora somos capaces de discer­ acosadas como sus obras abstractas por los contornos desen­
nir una independencia mucho mayor que antes. Kandinsky, cu­ carnados de los desnudos de Miguel Ángel, Ingres e incluso
yas printuras iniciales Gorky estudió durante horas en los pri­ Rubens. Pero los blancos desteñidos y arrastrados, los grises y
meros años cuarenta, tuvo un efecto más liberador aún; y lo los negros en una fase y los bermellones, amarillos y verdes
mismo puede decirse de esa adopción más frecuente por parte menta en otra, que insertan esos contornos en una profundidad
de Gorky del paisaje como punto de partida en lugar de la somera, siguen recordándonos a Picasso por su aplicación y
figura o la naturaleza muerta. Y un poco después, el estímu­ modulaciónrjVemos el mismo sombreado más o menos subrepti­
lo personal de André Breton empezó a infundirle la confianza cio de cada plano y una insistencia similar en la firmeza escul­
en sí mismo que le había faltado hasta entonces. Pero de nuevo, tórica. De Kooning se muestra tan impotente como Picasso para
y por última vez, cayó bajo una influencia, la de Matta, con arrancarse de la figura y de ese modelado para el que tan bien
quien también había mantenido relaciones personales durante le equiparon su sentido del contorno y del claroscuro. Y hay
los años de la guerra. Matta era, y seguramente lo sigue sien­ quizás un orgullo aún más luciferiano detrás de la ambición
do, un dibujante de gran inventiva y en ocasiones un pintor de De Kooning que de la de Picasso; si hubiese hecho realidad
atrevido y fulgurante. Sin embargo, sus ideas adquirieron más todas sus metas, cualquier otra pintura con ambiciones habría
sustancia en las manos de Gorky, más sabias pintando, que detenido su curso durante toda una generación, pues él habría
dotaron a esas ideas de unas cualidades de color y superficie marcado sus límites por delante y por detrás.
nuevas y muy «norteamericanas», transformándolas y enrique­ De Kooning ha conseguido una aceptación más am­
ciéndolas tanto, que el hecho de la imitación carece,ya de im­ plia y más rápida en este país que cualquier otro «expresio­
portancia. Al abrirse un camino de salida fuera del espacio nista abstracto» de primera hora; la necesidad que siente de
picassoide, Gorky aprendió a poner a flote formas planas en un englobar el pasado y anticiparse al futuro parece tranquilizar
campo fundente e indeterminado, con una estabilidad difícil a muchas personas que siguen encontrando a Pollock incom­
que era similar y distinta a la de Miró, al mismo tiempo. No prensible. Y él permanece en un tardocubismo más patente
obstante, y pese a toda esa independencia ganada tan tarde, que en ninguno de los demás,’ salvo en Gorky y quizás en
Gorky siguió siendo un entusiasta del gusto francés y un pintor Motherwell. El método de su salvajismo continuó siendo anti­
de caballete ortodoxo, un virtuoso de la línea y un pintor de cuada y ansiosamente cubista, bajo un color agitado y tortura­
medias tintas más que un colorista. Llegó a ser uno de los pin­ do, cuando dejó la abstracción por un tiempo para atacar la
tores más grandes que ha producido este país y esta época, figura femenina con una furia más explícita que la inspiradora
pero acabó algo más que empezarlo, y los pintores jóvenes que de cualquiera de las violaciones picassianas de la lógica fiso-
intentaron seguirle se han condenado a un nuevo género de nómica. Igualmente tardocubista ha sido su insistencia en el
acabado, que en su caso ha constituido un obstáculo aún mayor
academicismo. que en el de Gorky. Probablemente ni De Kooning ni Gorky
Willem de Kooning, que era un artista maduro mucho
antes de su primera exposición en Charles Egan’s en 1948, está hayan alcanzado nunca, en los óleos terminados y publicados,
más cerca de Gorky que los demás iniciadores del «expresio­ las alturas a que llegaron en sus bocetos fugitivos e informa­
nismo abstracto». Tiene una cultura similar y una parecida les, en sus dibujos y en los óleos hechos rápidamente sobre
papel.
orientación hacia el gusto francés; puede que esté más dotado
aún como dibujante y desde luego es más inventivo. Además, En algunos aspectos, Hans Hofmann es el fenómeno
se beneficia de las ventajas y los riesgos de una aspiración más notable del «expresionismo abstracto», así como el expo­
mayor que la de cualquier otro artista vivo. ',E1 objetivo apa­ nente de este movimiento que tiene títulos más claros para que
rente de De Kooning es una síntesis de la tradición y el moder­ se le llame «maestro». Activo y conocido como profesor aquí
nismo que le proporcione una mayor flexibilidad dentro de y en la Alemania prehitleriana, Hofmann no empezó exponien­
los confines del canon de diseño tardocubista. El sueño de un do regularmente hasta 1944, cuando ya tenía más de sesenta
años y hacía poco que su arte se había vuelto claramente abs­
gran estilo se cierne sobre toda esta actitud, el sueño de un
tracto. Desde entonces ha evolucionado formando parte de una
estilo manifiestamente grandioso y heroico.
Las pinturas figurativas de Dé Kooning se ven tan tendencia en la que el más viejo de sus miembros es, por lo
menos, veinte años más joven que él. Era natural que Hofmann

194
fuese al principio el más maduro, pero es realmente su prema­ suele pensar. En realidad, Motherwell es uno de los menos
durez, y no su madurez, la que ha ocultado el hecho de que fue comprendidos, aunque no el menos apreciado, entre todos los
el primero en abrir ciertas áreas de expresión que otros artistas «expresionistas abstractos».
han continuado explotando luego con un éxito más espectacu­ Hay en él un caos prometedor, pero no de esa clase
lar. Hofmann fuerza la superación de las convenciones del ca­ popularmente asociada al grupo de Nueva York. Algunos de
ballete, y con ellas del cubismo, incluso cuando se esfuerza sus primeros collages, una especie de cubismo explosivo como
por aferrarse a ellas. Por muchos motivos, relacionados con la el de las pinturas más recientes de De Kooning, han adquirido
tradición, la convención y el hábito, automáticamente espera­ con el tiempo una unidad original y profunda en la que su
mos que una estructura pictórica se nos presente mediante confusión aparente se resuelve en una ordenación casi elemen­
contrastes de luz y sombra; pero Hofmann, que asimiló el Ma­ tal. Entre 1946 y 1950, Motherwell hizo bastantes cuadros gran­
tisse fauvista antes que el cubismo, yuxtapondrá colores chillo­ des que permanecerán como obras maestras del «expresionis­
nes de la misma gama y calidez de un modo que, aunque no mo abstracto». Varios cuadros de este grupo, con anchas ban­
oscurezca realmente sus contrastes de valor, al menos los hace das verticales de negro u ocre plano contrapuesto al blanco o
irritantes y discordantes. Su dibujo reforzará muchas veces este repitiendo el negro y el ocre, demuestran triunfalmente que
efecto: una línea rápida y aguda como una navaja de afeitar lo decorativo puede llegar a ser radicalmente dramático en la
aparecerá donde menos se la espera, o donde menos se nece­ pintura ambiciosa de caballete de nuestra época. Sin embargo,
site; gruesas masas de pintura, sin el soporte de un borde fir­ Motherwell ha producido también las peores obras de todos los
me, parecen desafiar todas las normas del arte de la pintura. «expresionistas abstractos», y una acumulación de esos fallos
Pero Hofmann nunca se muestra tan lúcido como cuando con­ en los primeros años cincuenta ha engañado al público artís­
signa un cuadro al grosor de la pintura. Estoy dispuesto a tico respecto a la escala real de sus logros.
aventurar la afirmación de que ningún artista de este siglo le En cierto sentido, Gottlieb ha sido un artista aún más
supera en el manejo de estos grosores. En cambio, cuando desigual. Su caso es casi el contrario del de Motherwell: más
más suele fallar es al forzar la claridad y la «síntesis», o cuan­ capaz de una gama de efectos controlados más amplia que cual­
do da muestras demasiado convencionales de su habilidad como quier otro del grupo, le ha faltado el nervio o la presunción nece­
sarias para dejarlo claro ante un público que se acostumbró a
dibujante.
Al igual que Klee, Hofmann trabaja en estilos muy di­ acusarle de estar influido por artistas cuya obra él apenas si
versos, y hasta ahora no ha intentado consolidar ninguno. Está conocía o sobre los que había influido en primer lugar. A lo
siempre demasiado dispuesto a aceptar cuadros malos por bue­ largo de los años Gottlieb se ha hecho uno de los artesanos
nos; y ello da la impresión de que está conspirando consigo más seguros de la pintura contemporánea, y de una manera
mismo para aplazar el justo reconocimiento de su arte, de su característicamente sobria; por ejemplo, puede colocar una si­
noble arte de pintura de caballete, que ofrece a quienes saben lueta plana e irregular, la más difícil de todas las formas a la
mirar toda la abundancia de incidentes y hechos que tradicio­ hora de ajustarla aisladamente al rectángulo, con una fuerza y
nalmente es propia del cuadro de caballete. una corrección de las que no parece capaz ningún otro pintor
Voy a emparejar a Adolph Gottlieb y Robert Mother- vivo. Tras abandonar sus «pictografías» por pinturas llamadas
well porque, a pesai de sus diferencias, están más próximos al «paisajes imaginarios» o «marinas», que usualmente han resul­
tardocubismo, aun sin pertenecer a él por completo, que los tado demasiado difíciles para ojos adiestrados al cubismo, ha
demás artistas de que hablaremos a continuación. Se suele su­ producido algunas de sus mejores obras. La única objeción
poner que los «expresionistas abstractos» comienzan con poco seria que he de hacer al arte de Gottlieb en general — relacio­
más que un impulso inspirado, pero Motherwell sobresale de nada probablemente con la falta de nervio, o mejor el nervio­
todos ellos, a pesar de muchas apariencias en contrario, pre­ sismo, que acabo de mencionar— es que trabaja demasiado
cisamente por su confianza en el sentimiento directo y el im­ ajustado al marco, y de ahí viene ese aspecto estático, hiper-
pulso, y también por su falta de facilidad real. Aunque practi­ cerrado y «colocado» que mengua la fuerza original de mu­
ca ese diseño simplificado y esquemático que establecieron chos cuadros suyos. Pero Gottlieb tiene fuerza en abundancia.
Matisse y Picasso, en lo fundamental es menos cubista que De Justo ahora parece el menos cansado de todos los «expresionis­
Kooning o Gorky. Tampoco depende tanto de su gusto como se tas abstractos» originales, y alguien que nos dará mucho más de

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lo que ha dado hasta ahora. Estoy seguro de que el status Je anticipado su propia «repetitividad» en un mural que hizo para
Gottlieb se discutirá mucho menos en el futuro que el de otros Peggy Guggenheim a comienzos de 1944 y que ahora está en la
artistas del grupo. Universidad de Illinois. Además, cuando comenzó a trabajar
f Pollock era básicamente un tardocubista, así como un sistemáticamente con madejas y borrones de esmalte, a fines
firme y rápido pintor de caballete, cuando entró en su madurez. de 1946, los primeros resultados que consiguió tenían un atre­
Los primeros cuadros que exhibió — en colores ígneos y som­ vimiento y una amplitud sin paralelo en todo lo que he visto
bríos, con fragmentos de imaginería— sobresaltaron a la gente en Sobel o Tobey.
menos por los medios empleados que por la violencia del tempe­ Mediante sus salpicaduras y goteos entrelazados, Po­
ramento que revelaban. Pollock reunía briznas de Picasso, Miró, llock creaba una oscilación entre una superficie enfática —más
Siqueiros, Orozco y Hofmann para crear un vocabulario alusi­ especificada por los toques claros de la pintura de aluminio—
vo y totalmente original de formas barrocas con las que retor­ y una ilusión de profundidad indeterminada pero de algún modo
cía el espacio cubista para hacerle hablar con su propia vehe­ definitivamente somera que me recuerda la que Picasso y Bra-
mencia. Hasta 1946 permaneció dentro de un marco inconfun­ que consiguieron hace treinta, y tantos años, con los planos-
diblemente cubista, pero la temprana grandeza de su arte es faceta de su cubismo analítico. No creo exagerado decir que el
buena prueba del éxito con que fue capaz de expandirlo. Pin­ estilo desarrollado por Pollock en 1946-1950 tomó el cubismo
turas como She W olf (1943) y Totem I (1945) toman ideas pi- analítico en el punto en que lo habían dejado Picasso y Braque
cassoides y las hacen hablar con una elocuencia y un énfasis cuando, en sus collages de 1912 y 1913, lo rescataron de la
que el mismo Picasso nunca soñó en relación con ellas. Pollock extrema abstracción a que parecía dirigirse. Hay una curiosa
no puede construir con el color, pero tiene un m'agnífico ins­ lógica en el hecho de que fuese justamente en este mismo pun­
tinto para las oposiciones resonantes de luz y sombra, y al to de su evolución estilística donde el propio Pollock se hiciera
mismo tiempo es único en su poder para afirmar una super­ sistemática y radicalmente abstracto. Cuando él a su vez re­
ficie cargada o rociada de pintura como imagen sinóptica única. trocedió, corría ya el año 1951 y se encontraba a medio camino
Quizá sea un mero hecho cronológico que Mark Tobey entre la pintura de caballete y un género incierto de mural
fuese el primero en hacer cuadros de caballete, y triunfar con ( portátil. Y al año siguiente, por vez primera desde su llegada a
ellos, de diseño all-over, es decir, llenos de un extremo a otro la madurez artística, cayó en una profunda inseguridad.
con motivos uniformemente espaciados que se repetían como Los años 1947 y 1948 fueron el momento crítico del
los elementos del dibujo de un empapelado y, por tanto, pare­ «expresionismo abstracto». En 1947 se había avanzado mucho
cían capaces de reiterar el cuadro más allá de su marco, hasta hacia una calidad general. Hofmann entró en una nueva fase,
el infinito. Tobey expuso por primera vez sus «escritos blan­ una fase de clase diferente, cuando dejó de pintar sobre made­
cos» en Nueva York en 1944, pero Pollock no los había visto ra o fibra y comenzó a utilizar lienzos. En 1948 pintores como
cuando hizo sus primeros cuadros all-over a fines del verano Philip Guston y Bradley Walker Tomlin «se alistaron» en el
de 1946, empleando brochazos y cintas de pintura gruesa que grupo, y dos años después su ejemplo fue seguido por Franz
a fines de año se transformarían en líquidas salpicaduras y Kline. Rothko abandonó su «surrealismo»; De Kooning hizo su
goteos. Sin embargo, ya en 1944 había visto un par de pinturas primera exposición, y Gorky murió. Pero hasta 1950 el «expre­
expuestas en Peggy Guggenheim’ por una pintora «primitiva», sionismo abstracto» no cuajó como manifestación general. Y
Janet Sobel (que era, y sigue siendo, un ama de casa de Broo­ sólo entonces se ratificaron sus dos rasgos más sobresalientes,
klyn). Pollock admiró esos cuadros bastante furtivamente (y el lienzo gigante y el óleo en blanco y negro.
yo también): mostraban dibujitos esquemáticos de rostros casi Gorky ensayó ya el cuadro grande en los primeros años
perdidos en una densa tracería de líneas negras y delgadas cuarenta, siendo el primero que avanzó en esta dirección. La
que yacían sobre y debajo de un campo moteado de colores creciente superficialidad de su ilusión de profundidad le empu­
predominantemente cálidos y translúcidos. El efecto era extra­ jaba a buscar sitio en la superficie literal del lienzo para lograr
ñamente agradable, y desde luego se trataba del primer all-over un equivalente de las transacciones pictóricas que solía produ­
que realmente había visto nunca, pues la exposición de Tobey cir en el imaginado espacio tridimensional de detrás. Al mismo
se inauguró meses después. Posteriormente Pollock admitió tiempo, comenzó a sentir la necesidad de «escapar» del marco
que estos cuadros le impresionaron. Pero en realidad había — del rectángulo que encierra el lienzo— que Cézanne y los cu­

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bistas habían establecido como un coordinado de diseño y ui- perdido. El blanco y negro ofrece una formulación extrema de
bujo que todo lo controlaba (explicitando una norma que los esas diferencias. Lo que está en juego en ese nuevo énfasis ame­
viejos maestros habían observado fielmente aunque sin formu­ ricano sobre el blanco y negro es la conservación de algo — un
lar nunca). Con el tiempo, la referencia obvia de cada línea y recurso pictórico fundamental— que se suponía al borde del
cada pincelada a las verticales y horizontales que enmarcan el agotamiento; y el esfuerzo por preservarlo consiste, en éste
cuadro había dado lugar a un hábito restrictivo, pero hasta la como en otros casos, en aislar y exagerar aquello que uno de­
segunda mitad de los años cuarenta, y en Nueva York, no se sea preservar.
descubrió el modo de situarse en una superficie tan extensa
que sus confines quedaban fuera (o eran meramente periféri­
cos) del campo de visión del artista mientras éste trabajaba. De
esta manera el pintor fue capaz de llegar al marco como resul­ Y sin embargo, el más radical de todos los fenóme­
tado, en lugar de someterse a él como algo dado de antemano. nos del «expresionismo abstracto» —y el movimiento más re­
Pero ésta no fue la única consecuencia del gran formato, según volucionario de la pintura desde Mondrian— consiste precisa­
veremos a continuación. mente en un esfuerzo por repudiar el contraste de valores como
En 1945, o quizás antes aún, Gorky pintó óleos en blan­ base de diseño pictórico. Una vez más, el cubismo se manifies­
co y negro que fueron algo más que un tour de force. De Koo- ta aquí como una tendencia conservadora e incluso reacciona­
ning le imitó un año o dos después. Pollock, que había pintado ria. Los cubistas desacreditaron el sombreado escultórico paro­
cuadros aislados en blanco y negro desde 1947, hizo una exposi­ diándolo inadvertidamente, pero consiguieron restaurar el con­
ción entera con ellos en 1951. Pero fue Franz Kliñe, un recién traste de valores a su vieja preeminencia como medio para el di­
llegado, el que se limitó sistemáticamente al blanco y negro, seño y la forma en cuanto tales, anulando todo lo que habían he­
en grandes lienzos que eran como dibujos lineales monumen­ cho para reducir su papel los impresionistas y tardoimpresionis-
tales. Las aparentes alusiones de Kline a la caligrafía china o tas, Gauguin y los fauvistas. Hasta sus últimos cuadros, Mon­
japonesa estimularon los cánticos, ya iniciados ante el caso To- drian se basó en el contraste de luz y sombra tan implícitamente
bey, acerca de una influencia oriental general sobre el «expre­ como cualquier artista académico de su tiempo, y la necesidad
sionismo abstracto». El hecho de que este país posea una costa de tales contrastes estaba fuera de discusión en el arte abs­
al Pacífico proporcionó una idea fácil con la que explicar el tracto más doctrinario. El Blanco sobre Blanco de Malevitch
hecho, de otro modo enigmático, de que los americanos produ­ seguía siendo un simple síntoma de exuberancia experimental
jeran al fin una especie de arte lo bastante importante como y no implicaba nada más, como podemos ver por lo que el pro­
para influir en los franceses, por no hablar ya de los italianos, pio Malevitch hizo después. Hasta hace poco, Monet, que había
los británicos y los alemanes. sido el que más avanzase en la supresión de los contrastes de
En realidad, ni uno sólo de los «expresionistas abstrac­ valor, era señalado como una advertencia incluso en los círcu­
tos» de comienzos —y mucho menos Kline— han sentido por los más atrevidos, y la luz y sombra en sordina de Vuillard y
el arte oriental algo más que un interés episódico. Las fuentes Bonnard los mantuvo durante mucho tiempo a salvo de recibir
de su arte están totalmente en Occidente; las semejanzas con su merecido de la vanguardia.
modos orientales que puedan encontrarse en él son efecto de Hará unos doce años que las últimas pinturas de Mo­
una convergencia, cuando no mero accidente. Y el nuevo énfa­ net comenzaron a parecer «posibles» a personas como yo, y
sis en el blanco y negro está relacionado con algo que segura­ hacia las mismas fechas Clyfford Still emergió como uno de
mente es más importante para la pintura occidental que para los pintores más originales e importantes de nuestro tiempo, y
cualquier otra. El contraste de valor, la oposición de claridad como el más original, si no el más importante, de su genera­
y oscuridad de los colores ha sido uno de los medios principa­ ción. Sus pinturas fueron los primeros cuadros abstractos se­
les del arte pictórico occidental, mucho más importante que rios que he visto nunca, casi totalmente desprovistos de refe­
la perspectiva, para lograr esa convincente ilusión de tridimen- rencias descifrables al cubismo; junto a ellos, las primeras filia- ¡
sionalidad que lo distingue de las demás tradiciones del arte ciones de Kandinsky con el cubismo analítico se pusieron más
pictórico. El ojo toma sus primeras referencias de las diferen­ de manifiesto que nunca. Y como era de suponer, Still, como
cias cuantitativas de iluminación, y en su ausencia se siente Barnett Newman, era un admirador de Monet,
í \
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tito popular por los colores crudos, manifestado en esta acepta­
Las pinturas que recuerdo de la primera exposición de
ción de las últimas fases de Turner y Monet, quizá signifique
Still en 1946 eran una especie de simbolismo abstracto, con
el nacimiento de un nuevo gusto pictórico en Europa, proba­
connotaciones «arcaicas» y surrealistas de una especie que es­
blemente como reacción contra el color Victoriano. Desde luego
taba en el aire en aquel momento y de la que las «pictogra­
lo que estaba en juego era un gusto sin cultivar que contradecía
fías» de Gottlieb y los paisajes «oníricos» de Rothko no eran
la tradición culta, y lo que se expresaba en todo esto podía ser
sino otra versión. Me desconcertaron entonces las laxas y vo­
un cambio subterráneo en la sensibilidad occidental. Esto pue­
luntariosas siluetas de Still, que semejaban desafiar cualquier
de ayudar también a explicar por qué la última pintura de
consideración al plano o al marco; el resultado me pareció en­
Monet, tras haber provocado durante tanto tiempo un enco­
tonces —y probablemente me lo siguiera pareciendo hoy— una
gimiento de hombros por parte de la vanguardia, comienza
especie de arte en la que todo estaba permitido. Las posteriores
ahora a manifestarse como uno de los hitos del arte revolu­
exposiciones de Still en Betty Parsons mostraban un estilo to­ cionario.
talmente diferente, pero me siguieron chocando por su absoluta
No sé hasta qué punto Still ha prestado una atención
falta de control. Las escasas formas-superficie grandes y verti­
consciente a esta faceta de la pintura de Monet, pero su arte
calmente dispuestas que constituían el cuadro típico de Still
sin compromisos muestra una afinidad propia con el gusto po­
en aquel tiempo —y que continúan constituyendo el Still típico
pular o, si se quiere, con el mal gusto. Es el primer Corpus de
de hoy— tenían unos contornos demasiado arbitrarios, un co­
lor y una calidad de pintura demasiado secos y cálidos para mi pintura que conozco que exige ser calificado de whitmanesco,
tanto en el peor como en el mejor sentido del término, per­
gusto. Me venía a la memoria el incómodo recuerdo de una
decoración victoriana de aficionados. Hasta 1953, fecha en que mitiéndose gestos de laxitud y desafiando ciertas convenciones
vi por primera vez un Still de 1948 colgando solo de una pared, (como la de la luz y la sombra) con la misma gaucherie con
no comencé a percibir su calidad real. Después he visto más que Whitman desafió el metro. Y del mismo modo que el verso
cuadros suyos aislados, y esa percepción se ha hecho más com­ de Whitman asimilaba grandes cantidades de vulgaridades pe­
pleta y definitiva. (Y quedé impresionado al comprobar, por riodísticas y prosa oratoria, la pintura de Still asimila los as­
encima de cualquier otra consideración y como nunca había pectos más vulgares y prosaicos de la pintura de nuestro tiem­
comprobado antes, lo mucho que puede soliviantarnos y extra­ po: por ejemplo, esa pintura al aire libre en colores otoñales
ñarnos la originalidad artística; cómo cuanto mayor es su de­ (que prevalecen en toda estación) que probablemente comenzó
safío al gusto establecido, más tozuda y airadamente se resis­ con Oíd Crome y la Escuela de Barbizon pero que se ha exten­
dido entre pintores mediocres, después de popularizado el im­
te el gusto.)
Turner fue uno de los que primero rompieron real­ presionismo. A pesar de su asombrosa homogeneidad, este tipo
mente con las convenciones de luz y sombra. En su última eta­ de pintura no es «primitiva»; sus practicantes suelen arrastrar
pa arracimaba intervalos de valor en el extremo claro de la una apariencia de corrección académica. Además, todos están
escala cromática, para mostrar cómo la luz del cielo o cual­ empeñados, y de modo uniforme, en lograr una viveza impre­
quier iluminación brillante tendía a borrar los tonos medios y sionista en los efectos de luz, que queda fuera del alcance de
los cuartos de tono en el sombreado y las sombras. Los efectos su dominio, uniformemente inadecuado, de las posibilidades del
pintorescos a que llegó Turner hicieron que su público le per­ color al óleo, lo cual se debe, a su vez, a la incapacidad que
donase relativamente pronto ese modo de disolver la forma muestran siempre para aprender cómo tener en cuenta las li­
escultórica. Además, no se esperaba que nubes, vapores, nie­ mitaciones de ese color. Estos pintores pretenden igualar la
blas, agua y atmósfera tuvieran formas claras, y así lo que hoy brillantez de la luz del sol con incrustaciones de pintura seca,
consideramos una atrevida abstracción por parte de Turner fue y buscan representar directamente, a partir del matiz específi­
entonces acogido como otra demostración de naturalismo. Lo co, la densidad y el grado de un pigmentd, efectos de luz al
mismo puede decirse de la pintura última de Monet. Los colo­ aire libre que, como los propios impresionistas han demostra­
res iridescentes agradaban al gusto vulgar en cualquier caso, y do, sólo se pueden obtener mediante relaciones. Para estos pin- -
se podían aceptar como sucedáneo satisfactorio de la verosi­ tores a medio adiestrar, el proceso de la pintura se convierte
militud. Pero el público de su tiempo ni siquiera parecía pro­ en una carrera entre sombras cálidas y luces cálidas en la que
testar cuando Monet oscureció o embarró sus colores. El ape­ ambas pierden; el resultado inevitable es un cuadro lívido y

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acre con una superficie desagradable y quebradiza. Ejemplos ciona más exclusivamente como matiz, sin recurrir tanto a las
de este tipo de paisajes abundan en las exposiciones al aire diferencias de valor, intensidad o color.
libre que se hacen en torno a Washington Square y en los res­ Los gigantescos y oscuramente ardientes cuadros de
taurantes de Greenwich Village, y creo que abundan también Newman constituyen probablemente el ataque más directo que
en Europa. Comprendo lo fácil que es caer en ese color «dulce se haya hecho hasta la fecha contra las convenciones del caballe­
y agrio» cuando las luces y las sombras no se ponen de antema­ te. El rechazo de esas convenciones por parte de Mark Rothko
no, y especialmente cuando la pintura es retrabajada y recu­ es menos agresivo. El hecho de que, además, su arte aparezca
bierta constantemente en un esfuerzo por aumentar su brillan­ endeudado tanto con el de Newman como con el de Still (en
tez, pero no puedo entender por qué los resultados han de ser efecto, Rothko ha invertido las líneas verticales del primero)
tan uniformes y por qué la legión de los que consagran la no mengua en nada su carácter independiente, único y per­
mayor parte de su tiempo a esta clase de arte no pueden apren­ fecto. Tampoco importa que la originalidad del color de Rothko,
der nada nuevo. como la de Newman y Still, se manifieste ante todo en una
Still es el único artista que conozco que ha conseguido inclinación persistente hacia los tonos cálidos; o incluso que,
hacer un arte serio y culto de esta especie de impresionismo como Newman (aunque aquí la influencia pertenece probable­
demótico, con su calor oscuro y su piel seca (seca bajo todos mente a Rothko), parezca embeber la pintura en el lienzo para
sus barnices y vidriados). E incluso ha adoptado parte de ese conseguir un efecto de teñido y evitar las connotaciones de una
dibujo que va con esta especie de «o jo de buey», a juzgar por capa discreta de pintura encima de la superficie. (En realidad,
los contornos que vagabundean por sus lienzos como recuerdos las dos o tres capas de color sombrío pero radiante que com­
de los grandes exteriores americanos. Estas cosas-pueden estro­ ponen la pintura típica de Rothko consiguen ese efecto porque
pear un cuadro o bien puede hacerlo extravagante de un modo están esfuminadas sobre otros colores.) La diferencia más clara
nada refrescante. En cambio, cuando un cuadro así triunfa, entre Rothko y Newman y Still es su voluntad de aceptar algo
ello representa desde luego la rehabilitación de un área depri­ del arte francés posterior al impresionismo; su modo de insi­
nuar ciertos contrastes de calQr y frío revela a mi juicio que
mida del arte.
Pero lo más importante en Still, aparte de su calidad, aprendió esa lección de Matisse. Pero tampoco esto explica mu­
es que muestra a la pintura abstracta la posibilidad de empren­ cho. La sensualidad sencilla y firme y el esplendor de los cua­
der un camino más allá del tardocubismo, cosa que no ocurre dros de Rothko le pertenecen enteramente.
con Pollock. Still es el único «expresionista abstracto» que ha
fundado una escuela, y con ello quiero decir que al menos dos
de los numerosos pintores que ha estimulado y sobre los que
ha influido no han perdido por ello su independencia. Uno de Un nuevo tipo de planitud, una planitud que late y res­
ellos es Barnett Newman, que podía haberse realizado de la pira, es el producto de ese calor oscurecido y de contrastes
misma manera aunque no hubiese visto ni una sola obra de amortiguados que prevalece en los colores de las pinturas de
Still. A pesar de que Newman traza bandas de color que suelen Newman, Rothko y Still. Interrumpidas por incidentes relati­
contrastar débilmente en tono o valor, a través de áreas de pin­ vamente escasos de dibujo o diseño, sus superficies exhalan
tura «ciegas», no se interesa por las líneas rectas ni siquiera color con un efecto envolvente que el propio tamaño del cuadro
por las superficies planas; su arte nada tiene que ver con la realza. El observador reacciona ante un entorno tanto como ante
abstracción geométrica de Mondrian, Malevitch o cualquier un cuadro colgado de la pared. Pero aun así, al final, uno reac­
otro. Sus líneas delgadas y rectas, pero no siempre de bordes ciona ante el cuadro en cuanto cuadro, y en último término,
agudos, y sus zonas cromáticas incandescentes constituyen me­ esos cuadros, como todos los demás, se mantienen o fracasan
dios cuyo fin es una visión tan amplia como cualquier otra de en virtud de su unidad, tal y como es captada de un solo vis­
las expresadas en la pintura de nuestro tiempo. Still inauguró tazo. Se plantea, pues, la cuestión de dónde termina lo pic­
la apertura del cuadro hasta el centro y el entrelazamiento de tórico y dónde comienza lo decorativo, cuestión que está supe­
las formas-aéreas, pero en mi opinión Newman ha influido a rada. La artificiosidad puede ser el gran inconveniente de estos
su vez sobre Still con su franca verticalidad y esa «vaciedad» tres pintores, pero desde luego no es una artificiosidad de lo
decorativo.
activa y preñada. Y al mismo tiempo, el color de Newman fun­

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Lo más nuevo y paradójico es la negativa de la linea- tar los bordes, fuesen regulares o no, según ejes claramente
lidad de Newman y Rothko a derivar del cubismo o incluso a horizontales o verticales que se correspondieran con los lados
relacionarse con él de algún modo. Mondrian tuvo que aceptar superior, inferior y laterales del marco. Éste fue el sistema que
sus líneas rectas, y Still ha tenido que aceptar las líneas retor­ heredaron los cubistas, pero que el tardocubismo convirtió en
cidas y vagabundas que le legó el cuchillo de su paleta. En un hábito inhibidor. Still tuvo la visión de reconocer que los
cambio, Rothko y Newman se han negado a emprender el ca­ bordes de una forma podían ser menos conspicuos y, por tan­
mino de la geometría cubista que Still les señalaba. Han pre­ to, menos cortantes si se estrechaba el contraste de valores que
ferido elegir su camino, en lugar de verse empujados a él; y, al su color formaba con los colores contiguos. Esto permitía al
elegirlo, han decidido escapar de la geometría a través de la artista dibujar y diseñar con mayor libertad en ausencia de
propia geometría. Sus líneas rectas, especialmente en Newman, una suficiente ilusión de profundidad; con el amortiguamiento
no son un eco de las del marco, sino una parodia. El cuadro de los contrastes de luz y sombra, se ahorró a la superficie
de Newman se hace todo él marco en sí mismo, como el propio los súbitos shocks que podían resultar de la «complejidad» del
artista deja claro en tres pinturas especiales que ha hecho, contorno. Es posible que Kandinsky intuyera en sus primeros
pinturas de más de un metro de longitud y sólo cinco o siete años esta solución, pero si fue así quedó en mera intuición.
centímetros de anchura, que están cubiertas con sólo dos o Pollock tuvo algo más: en varios de sus gigantescos lienzos
tres bandas verticales de color. Aquí se destruye la noción cu­ «rociados» de 1950 —One y Lavender Mist— , así como en Num ­
bista, e inmemorial, del borde del cuadro como confín; con ber One (1948), pulverizó literalmente los contrastes de valor
Newman, el borde del cuadro se repite en el interior y hace el en un polvo vaporoso de claros y oscuros interfundidos en los
cuadro, en lugar de servirle meramente de eco. Los bordes limi­ que quedaba anulada toda sugerencia de efecto escultórico.
tadores de los lienzos mayores de Newman, ahora lo descubri­ (Pero en 1951 Pollock se pasó al otro extremo, como llevado
mos, actúan justamente igual que las líneas interiores: dividen, de un violento arrepentimiento, y pintó una serie de cuadros
pero no separan, ni encierran, ni atan; delimitan, pero no limi­ exclusivamente con líneas negras que suponen una retractación
tan. Las pinturas no se fusionan con el espacio circundante; de casi todo lo que había dicho en los tres años anteriores.)
preservan — cuando aciertan— su integridad y unidad propias. Se dejó a Still no sólo la tarea de definir la solución,
Pero tampoco están allí, en el espacio, como objetos aislados sino también la de hacerla viable. Esto, junto con la persona­
y solos; en suma, apenas si son cuadros de caballete, y justa­ lidad de Still, puede explicar el gran número de seguidores
mente por ello, han escapado de las asociaciones de «objeto» que tiene hoy. También puede explicar por qué William Scott,
(y objeto de lujo) que han ido cada vez más aparejadas al cua­ el pintor británico, dijo que el arte de Still era el único com­
dro de caballete. Las pinturas de Newman exigen, al fin, el ca­ pleta y originalmente americano que había visto nunca. Esto no
lificativo de «campos». es necesariamente un cumplido: Pollock, que es menos «norte­
Esto ocurre también con Still, pero con una diferencia americano», a pesar de todo el periodismo en contrario, tiene
fácil de captar. Los viejos maestros habían tenido muy presente una visión más amplia, y Hofmann, que ha nacido y se ha
el marco porque era necesario, lo quisieran o no, para integrar criado en el extranjero, es capaz de una variedad más real.
la superficie y recordar al ojo que el cuadro era plano; y esto Pero Scott sí dio a sus palabras el sentido de un elogio.
había que hacerlo insistiendo en el contorno de la superficie.
Lo que para los viejos maestros había sido una mera necesidad
se convirtió en una urgencia para Cézanne cuando sus cuadros
empezaron a aplanarse espontáneamente. Tuvo que recurrir a Al empezar, los «expresionistas abstractos» padecían la
un dibujo y un diseño más geométricos, o más regulares, que tradicional timidez de los artistas americanos. Eran muy cons­
los de los viejos maestros porque había de enfrentarse a una cientes del destino provinciano que se cernía sobre ellos. Este
superficie hipersensible a causa de la eliminación de la ilusión país no había hecho aún una sola aportación a la corriente
escultórica. Y sólo se podía impedir que los bordes irrumpieran principal de la pintura o la escultura. Y la firme decisión de
en esta superficie atirantada manteniéndola regular y casi geo­ terminar con esa situación era lo que más unía a los «expresio­
métrica, de modo que hiciese eco más insistentemente a la for­ nistas abstractos». Hoy, la mayoría de ellos (junto con el es­
ma del marco; con el mismo fin resultaba útil también orien­ cultor David Smith) lo han conseguido, para bien o para mal.

206
Por dudoso que pueda ser todo lo demás, la «centralidad», la Los últimos años treinta en Nueva York
resonancia de la obra de estos artistas esta asegurada
Cuando digo, además, que tal constelación de talentos
fuertes y originales no se ha visto en la pintura desde los días
del cubismo, se me podrá acusar de exageración chauvinista, y
hasta de que me falta el sentido de la proporción Pero no soy
más indulgente con el arte americano que lo he sido con cual­
quier otro En la Bienal de Venecia de 1954, vi como la expo­
sición de De Kooning avergonzó no sólo a la contigua de Ben
Shahn, sino a la de todos los demás pintores de su edad de
los otros pabellones. Se sigue teniendo la impresión de que en
este país es tan difícil producir un arte de calidad como con­
seguir un buen vino. En literatura sí, sabemos que hemos he­
cho algunas cosas grandes; nos lo han dicho ingleses y france_
ses. Ahora pueden empezar a decirnos lo mismo de nuestra
pintura.
1955
195S La Calle Octava, entre la Sexta y Cuarta Avenidas era
el centro de la vida artística de Nueva York que yo conocí en
los últimos años treinta. Allí se solapaban el proyecto artísti­
co WPA y la Escuela de Hofmann. El gran acontecimiento, tal
como yo lo veía, era la exposición anual del grupo American
Abstract Artists. Pero ninguna de las figuras que dominaban este
escenario —Arshile Gorky, John Graham, Willem de Kooning,
Hans Hofmann— pertenecían a los Abstract Artists, y ninguno
de ellos tenía grandes tareas en el proyecto. Sólo Hofmann es­
taba conectado con esta escuela. Conocí personalmente a Gorky
y De Kooning; admiré y escuché desde lejos a Hofmann; a
Graham ni siquiera le conocía de vista, y no me lo presentaron
hasta mediados los cuarenta, cuando él había renunciado ya al
modernismo (al menos eso decía), pero yo era muy consciente
de su importancia como artista y como connaisseur. Las per­
sonas que más veía eran Leonore (Lee) Krasner, que entonces
no se había casado aún con Jackson Pollock, y sus compañe­
ros de estudios en la Escuela de Hofmann. Por entonces yo no
sabía casi nada de lo que estaba pasando, y gran parte de lo
que sabía no podía entenderlo plenamente. Luego, durante más
de dos años (1941-1943), mientras fui uno de los directores de
la Partisan Review, perdí casi completamente el contacto con la
vida artística.
El arte abstracto era el tema principal entre los pinto­
res que conocí en los últimos años treinta. El radicalismo po­
lítico abundaba entonces, pero estos artistas pensaban que el
realismo social estaba tan muerto como la American Scene.

208
(Aunque la influencia de la política sobre el arte en aquellos novedades de París, que era el único lugar que realmente impor­
años no se reduce a esto, ni con mucho; algún día habrá que taba. Durante un tiempo, la pintura parisina ejerció influen­
contar cómo el «antiestalinismo» que nació más o menos en su cia más decisiva sobre el arte neoyorquino a través de las re­
forma de «trotskysmo», se convirtió en arte por el arte y pre­ producciones en blanco y negro que mediante ejemplos de pri­
paró así heroicamente el camino a lo que había de venir.) En mera mano, lo cual quizá sea de agradecer, pues permitió a
aquellos días, la Calle Cincuenta y Siete estaba tan lejos como algunos americanos desarrollar un sentido independiente del
la prosperidad; uno iba allí a ver arte, pero sin más relación color, aunque sólo fuera por ignorancia o mala interpretación.
real con su ambiente que la de un turista. Ninguna de las per­ Y en todo caso cualquiera podría haber aprendido más sobre
sonas que conocía habían hecho aún una exposición en Nueva el color de Hofmann, mientras se trataba sólo de aprender,
York; muchas ni siquiera habían conseguido que el público vie­ que de Picasso, Miró o Klee. De hecho, y ahora estoy conven­
se una sola de sus obras. Un poco después conocí a George cido de ello, uno podía aprender mucho más sobre el color de
L. K. Morris, uno de los dirigentes de los American Abstract Matisse a través de Hofmann que directamente del propio
Artists; vivía en un distrito residencial de la ciudad y compra­ Matisse. Una de las cosas más decepcionantes para muchos de
ba obras de arte, pero yo tenía la impresión de que su actitud nosotros en la nueva pintura francesa que llegó aquí justo des­
hacia la Calle Cincuenta y Siete era casi tan distante como lo pués de la guerra era precisamente su color, pues veíamos que
estaba su domicilio. El Museo de Arte Moderno hizo de puente, hasta el propio Matisse lo usaba para debilitar la expresión
personal.
pero seguía perteneciendo más al establishment y a los «barrios
residenciales» que a los «barrios bajos». Todo el mundo apren­ El estilo arabesco de Picasso en la primera mitad de
día mucho en el Museo, especialmente sobre Matisse y Picasso, los años treinta, con su olor pesado y cloisonné, constituyó
pero allí uno no se sentía en casa. Alfred Barr (ese inveterado una influencia obsesiva desde 1936 hasta después de 1940. Pero
campeón de arte menor) apostaba en aquellos años por una Mondrian, Léger, Braque y Gris estaban también en primer
vuelta a la naturaleza, y una petición de los American Abstract plano. Y casi todo el mundo, conscientemente o no, estaba
Artists para celebrar una de sus exposiciones anuales en el aprendiendo de Klee, que proporcionaba la mejor clave para
museo fue desestimada con la insinuación de que estaban meti­ entender el cubismo como canon estilístico flexible y «poliva­
dos en un callejón sin salida. lente». El cubismo abstracto y cuasi abstracto (que considero
Los artistas que conocía yo eran sólo una pequeña parte de lo que me gustaría llamar tardocubismo, aunque el
parte del mundo artístico barriobajero, pero se mostraban bas­ cubismo abstracto apareciese ya en la obra de Picabia, Delau-
tante indiferentes a lo que ocurriera allí fuera de su círcu­ nay, McDonald-Wright y otros antes de 1914) reinaba en las
lo inmediato. Además, la mayoría de ellos permanecían aparta­ exposiciones anuales de los American Abstract Artists, que eran
dos de la política artística, cuando no de la política política. El muy importantes para el intercambio de lecciones, y de las
éxito mundano parecía tan remoto que era mejor no pensar en que algunos pintores abstractos aprendieron, al menos, lo que
él, y uno ni siquiera secretamente envidiaba a los que lo ha­ no querían hacer. Sin embargo, Hans Hofmann nos recordaba,
bían conseguido. En 1938 y 1939, asistí a las clases nocturnas en sus clases y en una serie de conferencias públicas que pro­
del WPA, y cuando pensé en dedicarme a la pintura tan seria­ nunció en 1938-1939, que no había más buena pintura que el
mente como en cierta ocasión había acariciado la esperanza de diseño cubista. (Para mí, que comenzaba a ser capaz de ver
hacerlo antes de ir a la universidad, la mayor recompensa que el arte abstracto, esas conferencias fueron cruciales.) Además,
imaginaba era una reputación privada del tipo que entonces nadie en este país, ni entonces ni después, ha comprendido el
tenían Gorky y De Kooning, una reputación que no parecía ali­ cubismo tan profundamente como Hofmann.
viar su pobreza en lo más mínimo. Mirando hacia atrás, creo que la cuestión principal para
Muchos artistas que conocí leían las revistas de arte muchos de los pintores que conocí era el grado de autonomía
de Nueva York, pero solamente por ese respeto supersticioso personal que podía lograrse dentro de lo que comenzaba a ma­
hacia la letra impresa que compartían con el resto de la huma­ nifestarse como los límites entorpecedores de la abstracción
nidad; en realidad no se tomaban en serio lo que leían. Las tardocubista. Era inconcebible apartarse totalmente del canon
publicaciones francesas y especialmente Cahiers d’Art eran ha­ cubista. Y parecía que la respuesta o solución tenía que esperar
rina de otro costal; nos mantenían informados de las últimas a una asimilación más completa de París. Y no es que se es-

*
210
perara que París diera hechas todas las respuestas, sino que cuatro habían nacido en el extranjero tuviese algo que ver con
Nueva York tenía que ponerse a su altura para colaborar en su timidez en esta cuestión. Gorky, que estaba obsesionado con
su elaboración. A mi juicio, éste es uno de los motivos por los la idea de que la cultura era europea por definición, revisitaba
que Miró fue en aquel tiempo un factor crucial. Su ejemplo y constantemente a los maestros antiguos y modernos y llevaba
sus procedimientos abrían un nuevo camino dentro del tardo- un librito de reproducciones de Ingres en el bolsillo. Me dijo
cubismo; los contornos aún tenían que rectificarse y ajustarse en cierta ocasión que se sentiría satisfecho si lograse aunque
estrechamente al marco, pero al menos ya no había que acu­ sólo fuera una «pizca» de la calidad de Picasso. De Kooning,
ñarlos en el lugar. La influencia de Matisse, más general y pe­ que era ya a mediados de los treinta una fuerza completa e in­
netrante, y por tanto menos directa, también entró en juego; dependiente y tal vez el pintor más original de este país en
y es a esta influencia (así como a la de Hofmann) a la que ar­ ese momento, se comportaba como si su temeroso respeto ha­
tistas tan diversos como Pollock y Rothko deben esa flexibi- cia París le incalificara. Y hasta Hofmann, el menos intimidado
lización de la superficie pintada que iba a ser el rasgo común por la cultura en cuanto tal, parecía pensar, a juzgar por sus
más inmediato de la nueva pintura americana. Esa misma in­ conferencias y por las informaciones de sus estudiantes, que
fluencia era en gran parte la responsable también de la versión la luz más brillante continuaría llegando del este. (En aquel
específicamente «expresionista abstracta» del cuadro grande·, tiempo era muy difícil suponer que el propio arte de Hofmann
el gigantesco Bañistas ante el río de Matisse (1916-1917), hoy en estaba aún en proceso de maduración.)
el Chicago Art Institute, estuvo colgado durante largo tiempo Hasta los años de la guerra y poco después no comen­
en el vestíbulo de la Valentine Gallery, donde yo mismo lo veía cé a notar la presencia de Robert Motherwcll y Jackson Pollock,
con la suficiente frecuencia como para pensar en poder copiar­ de Adolph Gottlieb, Barnett Newman, Mark Rothko y Clyfford
lo. En cambio, las primeras pinturas abstractas de Kandinsky, Still. Sé que Pollock daba por supuesto en 1943 que no merecía
que podían contemplarse en cantidades inusitadas en el Mu­ la pena molestarse por ningún tipo de arte norteamericano que
seum of Non Objective Art (hoy el Guggenheim) no serían una no pudiese competir en_ términos de igualdad con el arte euro­
influencia tangencial al tardocubismo hasta la primera mitad peo. Y tengo la impresión de que Gottlieb y Rothko, siguiendo
de los años cuarenta, cuando tuvieron sobre Gorky un efecto tal vez la dirección señalada por Millón Avcry, se habían sen­
liberador, análogo al que ya habían tenido sobre Miró unos tido desafiados, incluso antes, por la necesidad de acabar con
veinte años atrás. la tutela francesa; y lo mismo les ocurría a Newman y Still.
Creo que una de las principales diferencias entre la En la Calle Octava esta cuestión no se suscitó hasta
situación de la pintura avanzada en la Calle Octava a fines de mucho después, cuando cedió su lugar a la Calle Décima.
los treinta y en otras partes — diferencia que ayuda a explicar Y aunque la independencia —y más que la independencia, el
el auge de la pintura americana en los años cuarenta— era liderazgo— del arte norteamericano comenzó a proclamarse allí
que Matisse, Klee, Miró y el primer Kandinsky se tenían en en los primeros años cincuenta con más estridencia que en
cuenta más seriamente en la Calle Octava que en ningún otro ningún otro lugar, una lealtad implícita a lo que en esencia era
lugar. Recordemos que los tres últimos no fueron realmente una noción francesa de «buena» pintura persistió en la Calle
aceptados en París hasta después de la guerra, y que en los Décima mucho más que entre ninguno de los demás pintores
años veinte y treinta la influencia de Matisse actuó más como mencionados en los párrafos precedentes. Gorky, De Kooning,
depresivo que como estimulante de la pintura de la Orilla Iz­ y después Bradley Walker Tomlin y el último Franz Kline pa­
quierda. Puede decirse que, hacia 1940, la Calle Octava se había recían aferrarse a esa idea, y creo que la razón está en que
puesto a la misma altura que París, cuando París todavía no eran elogiados e imitados en los barrios bajos como Pollock
estaba a la altura de sí mismo, y que un puñado de los en­ nunca lo fue.
tonces oscuros pintores neoyorquinos estaba en posesión de La Calle Décima heredó de la Octava, junto con algu­
la cultura pictórica más madura del momento. nas personalidades, una obsesión por la cultura, por la cultura
No puedo saber si Gorky, Graham, De Kooning o Hof­ pictórica y la cultura en general. Pero, mientras en la Calle Oc­
mann eran conscientes de que el problema y el reto consistían tava esta obsesión se refería a aspectos particulares que venían
en superar ese provincianismo que había sido el destino del arte a cuento, en la Calle Décima (con su club de artistas) se trataba
norteamericano hasta entonces. Quizás el hecho de que los más bien de adornarse con atavíos, formas y etiquetas; se bus-

212
caba más la respetabilidad de la cultura que su sustancia. El
Notas
esfuerzo original de la Calle Octava por superar el provincia­
nismo continuó de una manera que sólo sirvió para reafirmarlo.
Si la Calle Octava de los últimos años treinta y primeros cua­
renta significó un ponerse a la altura de París, la Calle Déci­
ma de los cincuenta ha visto cómo Nueva York descendía por
debajo de sí mismo.
1957
1960

1. Es interesante el ejemplo de la música, que ha sido du­


rante mucho tiempo un arte abstracto y que la poesía de vanguar­
dia se ha esforzado tanto por imitar. Aristóteles decía curiosa­
mente que la música es la más imitativa y viva de todas las artes
porque imita a su original —el estado del alma— con la máxima
inmediatez. Hoy esto nos choca pues nos parece justo lo contrario
de la verdad, ya que ningún arte presenta menos referencias a algo
exterior que la música misma. Sin embargo, aparte de que Aristó­
teles pueda tener razón en cierto sentido, hay que explicar que la
antigua música griega iba íntimamente asociada a la poesía, y de­
pendía de su carácter como accesorio del verso para hacer más
claro su significado imitativo. Platón decía de la música: «Pues
cuando no hay palabras, es muy difícil reconocer el significado de
la armonía y el ritmo, o ver que éstos imitan un objeto digno de
ellos». Hasta donde sabemos, toda la música tuvo originalmente esta
función accesoria. Sin embargo, en cuanto la abandonó, la música
se vio obligada a retirarse dentro de sí misma para encontrar un
original. Y lo encontró en los diversos medios de composición y
ejecución.
2. Debo esta formulación a un comentario hecho por
Hans Hofmann, el profesor de arte, en una de sus conferencias.
Desde el punto de vista de esta formulación, el surrealismo es,
dentro de las artes plásticas, una tendencia reaccionaria que intenta
restaurar el sujeto «exterior». La principal preocupación de un pin­
tor como Dalí es representar los procesos y conceptos de su cons­
ciencia, y no los procesos de su medio.
3. Véanse los comentarios de Paul Valéry sobre su propia
poesía.
4. T. S. Eliot decía algo similar en relación con los de­
fectos de la poesía romántica inglesa. En realidad, podemos con-
1 215
214
siderar que los románticos fueron los pecadores originales cuya 9. Esto es falso. Picasso y Braque continuaron utilizando
culpa heredó el kitsch. Ellos demostraron cómo era el kitsch. ¿De un sombreado discreto hasta bien entrado 1914, y en el caso de
qué escribe fundamentalmente Keats, si no es del efecto de la Picasso más tarde aún, para separar los planos lisos. Lamento no
poesía sobre sí mismo? haberme percatado de esto antes, y estoy algo sorprendido de que
5. Puede objetarse que el arte para las masas, como arte nadie me lo haya criticado en todo este tiempo (1972).
popular, se desarrolló en condiciones de producción rudimentarias, 10. En el Stedelijk Museum de Amsterdan se conserva una
y que una buena parte del arte popular se sitúa a un nivel ele­ versión de mayor tamaño y superior calidad de este mismo tema. La
vado. Esto es cierto, pero el arte popular no es Atenea, y nosotros vi en 1959 y creo que es una obra maestra de Soutine. Es posible
queremos a Atenea: a la cultura formal con su infinitud de as­ que hiciese otros cuadros de esta misma calidad en los años vein­
pectos, su lujo, y sus anchos horizontes. Además, ahora se nos dice te, pero yo no los conozco.
que la mayor parte de lo que consideramos bueno en la cultura 11. Este trabajo formaba parte de un Simposium titulado
popular es la supervivencia estática de culturas aristocrático-for- «Is the French Avant-Garde Over-Rated?» y publicado en Art Digest,
males ya muertas. Por ejemplo, nuestras antiguas baladas inglesas 15 de setiembre de 1953.
no fueron creadas por el «pueblo», sino por la hidalguía posfeudal 12. En la época en que escribí esto estaba temporalmente
del campo inglés, y luego sobrevivieron en labios del pueblo mucho desilusionado con Mathieu. Si hubiese sido un año antes o un año
después de que aquellos para quienes fueron compuestas se hubie­ después seguramente habría incluido su nombre. Ahora (1959) le
sen inclinado ya por otras formas de literatura. Desgraciadamente, considero el más valioso de todos los nuevos pintores europeos.
hasta la época maquinista, la cultura fue prerrogativa exclusiva de 13. En Zeitschrift für Kunstgeschichte, n.° 5 y 6, 1935.
una sociedad que vivía merced al trabajo de siervos o esclavos. 14. Lipman, American Primitive Painting Oxford Univer-
Éstos eran los símbolos reales de la cultura. Para que un hombre sity Press, Nueva York, 1942.
gastase su tiempo y sus energías creando o escuchando poesía era 15. En el momento de escribir esto no había visto —ni
preciso que otro hombre produjera lo suficiente para mantenerse él todavía existían la mayoría de ellos— los gigantescos diseños de
y mantener al otro con comodidad. En la actualidad, vemos que en recortables a que Matisse dedicó los últimos años de su vida. Creo
Africa la cultura de las tribus poseedoras de esclavos suele ser muy que constituyen, junto con algunos de los óleos de Mathieu, tam­
superior a la de las tribus que no los poseen. bién grandes, la máxima realización del arte pictórico francés en
6. La cocina me recuerda mucho las «pictografías» que los años cincuenta. Y digo «pictórico» conscientemente, pues esos
solía hacer Adolph Gottlieb, el pintor norteamericano. Se dice que recortables confirman mi tesis por ser más auténticamente pictóri­
Picasso quedó muy impresionado ante las reproducciones de las cos que decorativos, a pesar de que Matisse concibiera varios de
mismas que vio en 1948. ellos con fines principalmente decorativos.
7. Picasso y Braque dejaron sin firmar, al parecer por 16. Reseña del libro The Demon of Progress in the Arts,
esta misma razón, la mayor parte de sus pinturas del período analí­ de Wyndham Lewis, Henry Regnery Company, 1955.
tico. Las esquinas o márgenes en los que tendrían que haber ido 17. Creo que fue Robert Coates, del The New Yorker, el
las firmas eran justamente las zonas de los cuadros que menos que inventó el «expresionismo abstracto», al menos como término
debían llamar la atención por su planitud literal (1972). aplicable a la pintura norteamericana; y es un término muy inexac­
8. «Si la ilusión se debe a la interacción de claves y a la to. Harold Rosenberg acuñó el de «pintura de acción» en Art News.
ausencia de evidencia contradictoria, el único modo de luchar con­ «Impresionismo abstracto» designa muy imprecisamente a algunos
tra su influencia transformadora es hacer que las claves se contra­ artistas llegados después, de ninguno de los cuales me ocupo en este
digan entre sí e impedir una imagen coherente de la realidad des­ trabajo. En Londres oí a Patrick Heron hablar en una conversación
truyendo el pattern del plano. Al contrario que Fantin-Latour, una de la «pintura de tipo norteamericano», expresión que, al monis,
naturaleza muerta de Braque [...] dominará todas las fuerzas de tiene la ventaja de carecer de connotaciones engañosas. Empleo
la perspectiva, la textura y el sombreado no para que funcionen aquí el término «expresionismo abstracto» con más frecuencia que
en armonía, sino para que choquen en un virtual empate [...] Hay los otros exclusivamente porque es el más corriente. Charles Étienne
manchas negras [...] donde Fantin-Latour pintaba luces [...] (el llama tachisme al equivalente francés; Michel Tapié lo apellida art
cubismo triunfa) con la introducción de claves contrarias. Probe­ informel y art autre. La etiqueta de Étienne es demasiado estrecha,
mos a ver la guitarra o la jarra sugeridas como objeto tridimen­ y las de Tapié radicalmente engañosas por las mismas razones que
sional, y por ello para transformarlo [...] siempre nos encontrare­ «pintura de acción». Desde que el Renacimiento llamó «Gótico» al
mos en algún lugar con una contradicción que nos impulsa a em­ arte medieval, lo más frecuente es que las tendencias artísticas sean
pezar de nuevo». E. H. Gombrich, Art and Illusion, Pantheon Books, bautizadas por sus enemigos. Pero hoy esos nombres parecen más
Nueva York, 1960, pp. 281 a 283 (versión castellana: Arte e Ilusión, el producto de una interpretación errónea y de una impotencia que
Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona, 1979) (1972). de una hostilidad manifiesta, lo cual sólo empeora la situación.

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9 Colección Punto y Línea

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