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Amor Eterno; Soledad Efímera

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Rating: Explicit
Archive Warning: Graphic Depictions Of Violence
Category: M/M
Fandom: ジョジョの奇妙な冒険 | JoJo no Kimyou na Bouken | JoJo's Bizarre
Adventure
Relationship: Dio Brando/Jonathan Joestar
Character: Dio Brando, Jonathan Joestar, Erina Pendleton Joestar, George Joestar
I, Danny (JoJo: Phantom Blood)
Additional Tags: Top Dio Brando, Bottom Jonathan Joestar, Angst, Angst and Feels,
Angst and Tragedy, Tragedy, Suicidal Thoughts, Suicide Attempt,
Suicide Notes, Bullying, Implied/Referenced Child Abuse, Abuse,
Emotional/Psychological Abuse, Alternate Universe, Alternate Universe
- Everyone Lives/Nobody Dies, Pseudo-Incest, Emotional Hurt/Comfort,
Emotional Hurt, Hurt, Minor Character Death, Animal Death, Insults,
Voice Kink, Scent Kink, Love, Falling In Love, Love Confessions, Idiots
in Love, First Love, Love/Hate, Hate to Love, Alternate Universe - No
Hamon (JoJo), First Kiss, Anal Sex, Rough Sex, Sex, Gay Sex, Mutual
Masturbation, Masochism, Homophobia, Implied/Referenced
Homophobia, Homophobic Language, Homosexuality, Romanticism,
Mental Instability, Mental Breakdown, Altered Mental States,
Depression, Self-Esteem Issues, Mental Health Issues, Family Issues,
Internalized Homophobia, I'm Bad At Tagging, Other Additional Tags to
Be Added, References to Depression, JoJo's Bizarre Adventure Part 1:
Phantom Blood
Stats: Published: 2020-09-27 Words: 11267

Amor Eterno; Soledad Efímera


by ShiroAtMoon

Summary

Contrarios en físico, personalidad, pero iguales en sentimientos.

Jonathan, incapaz de soportar el dolor, el sufrimiento, la soledad, tan solo queriendo ser
amado, toma una errónea desición.

¿Dio? Es la misma historia, solo que su orgullo le impidió darse cuenta de ello hasta el
final.

Y ya saben lo que dicen, no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.

Notes
AVISO: Si eres demasiado sensible ante temas como la depresión y el suicidio, no leas.

Universo alternativo. Dio nunca se convirtió en vampiro, Jonathan nunca tuvo que aprender
Hamon.

No olviden leer las notas finales y disfruten su lectura.

See the end of the work for more notes

La brisa revoloteaba sus cabellos azules, sus ojos del mismo color estaban apagados, fijos a la
nada, mientras sus piernas se balanceaban de un lado a otro en el borde de aquel barranco. El
sonido de las olas debajo de él parecieron melodiosas, le provocaban una sensación de calma, de
paz.

Los latidos de Jonathan eran un desastre, porque a pesar de todo, estaba asustado, pero su deseo era
más fuerte; no más sufrimiento, no más soledad, solo, libertad, así que inspiró profundo, cerró los
párpados y se dejó guiar por la gravedad. Sus lágrimas se mezclaron con el agua mientras era
atraído hacia el fondo, su pecho se vaciaba, sus pulmones se llenaban, era difícil respirar, su vista
se nubló, su único pensamiento era Dio, siempre lo fue.

Todo inició una tarde de verano en la que el pequeño Jonathan jugaba junto a su perro en el jardín,
aquello se volvió rutinario desde que lo adoptó. El señor Joestar se le acercó con una inmensa
sonrisa en el rostro, entrecerrando los ojos, Jonathan ladeó la cabeza confundido, ya que a esa hora
su padre trabajaba.

“Jojo, sé que siempre te sientes solo, por eso, a partir de mañana tendrás un hermano”, dijo el
hombre en un tono alegre.

El chico estaba sorprendido por la noticia, elevando la comisura de sus labios en una sonrisa,
porque ese siempre fue su mayor sueño.

“Gracias, papá”, expresó Jonathan, abrazando a su mascota. “¡Tendremos un nuevo amigo,


Danny!”, el perro movió su cola de un lado a otro, miró al niño y luego empezó a correr para que
el pequeño le siguiera.

Esa noche, Jonathan no pudo dormir bien debido a la emoción. A la mañana siguiente se levantó
de golpe, se vistió rápido y bajó las escaleras corriendo de camino hacia la entrada, donde se quedó
por horas, mirando fijo por la ventana, mientras sus pies se movían inquietos. Sus latidos se
dispararon cuando el carruaje se acercó desde la lejanía.

El niño salió de la mansión con prisa, seguido de su perro, para recibir al recién llegado. Dio se
bajó del carruaje, analizando sus alrededores con la mirada, deslumbrado por la belleza de aquel
jardín, era algo fuera de este mundo para él.

Jonathan quedó cautivado con el atractivo de Dio, sintiendo que el tiempo se detuvo, al igual que
los latidos de su corazón. Era como si hubiese muerto.

Dio le dirigió una mirada despectiva a Danny y el animal huyó con la cola entre las patas, asustado
de un peligro del cual no sabía, ni quería saber. El dueño del perro estaba fuera de sí, por lo que no
notó lo que acababa de suceder.
Jonathan se acercó a Dio, aún atontado, y le extendió la mano, el adverso le dirigió una mirada de
desconcierto por un momento pero luego le correspondió.

“Mi nombre es Jonathan, pero puedes llamarme Jojo”, sonrió, sintiendo la calidez de la mano del
otro. “Desde ahora, somos hermanos”, expresó en un tono suave, alegre, lo típico en un niño feliz.

“¿Jojo?”, mencionó con un dedo en su barbilla, intentando memorizar aquel apodo tan raro. “Yo
soy Dio”, dijo, señalándose a sí mismo con su pulgar.

El señor Joestar apareció en escena, y a Dio solo le fue suficiente una mirada para descifrar su
personalidad; las ojeras delataban que era un hombre trabajador, demasiado, su sincera sonrisa era
clara señal de su exagerada amabilidad, más bien, debilidad. ¿Quién era tan idiota como para
adoptar al hijo de un desconocido solo por una deuda?, aún así, Dio no iba a confiar tan fácil en ese
señor y en ese tal Jojo, ya que ser desconfiado estaba impreso en su naturaleza.

“Tu debes ser Dio”, expresó el hombre, aclarando su garganta. “Bienvenido a la familia Joestar.
Ven, sígueme ”, dijo, guiando al rubio dentro de la mansión.

El hombre le estaba hablando de algo a los sirvientes, pero Dio no prestaba atención, porque le era
más interesante observar a su nuevo hermano, que estaba hecho un manojo de nervios, lucía tan
débil y patético, como un pequeño perro que sería fácil de aplastar, y eso le causaba cierta
emoción, porque sin duda no se iba a aburrir en su larga estancia.

“Espero que te sientas cómodo, y que tú y Jojo se comporten como si fueran verdaderos
hermanos”, dijo el señor Joestar, con ambas manos sobre el hombro de su hijo Jonathan. “Sabes,
Jojo también perdió a su madre, y ambos tienen casi la misma edad, me gustaría que se llevaran
bien”, les dirigió una mirada expectante a ambos chicos.

En ese instante Dio logró entender, en parte, la razón por la que fue adoptado, que no solo era por
la supuesta deuda a su (desagradable) padre, sino también para que el pequeño Jojo tuviese un
amigo.

“Por supuesto, señor, haré mi mejor esfuerzo”, expresó Dio, dedicando su mejor sonrisa. Que
adorable y desagradable petición, pensó. Ni loco iba a ser amigo de alguien que tenía cara de
idiota y que se notaba a leguas que era un niñito rico mimado. Él odiaba a la gente así.

“Oh, preferiría que me llamaras padre, si no te molesta”, dijo el hombre, con una mirada tranquila.

“Lo tendré en cuenta, padre”, dijo Dio en respuesta, sonriendo. No le importaba llamar así a ese
hombre, incluso si no lo consideraba como tal, pues, ya vivió muchos años junto a alguien que sí
era su padre pero que nunca lo fue en realidad.

“Dio, ven, te mostraré tu habitación”, ordenó el hombre con parsimonia, mientras caminaba
escaleras arriba.

Jonathan se acercó a la maleta que estaba en el suelo y la agarró, Dio lo sujetó por la muñeca, tan
fuerte que provocó que la maleta se cayera al suelo. Dio lo fulminó con la mirada, con el ceño
fruncido, él solo confiaba en sí mismo, ¿quién se creía este niño para tocar sus cosas sin su
permiso?

“¿Qué demonios crees que haces?”, espetó Dio, haciendo más fuerte el agarre.

“¿Q-Qué?”, inquirió en una queja, confundido, apretando sus dientes por el dolor.

“¡Aleja tus sucias manos de mis cosas!”, ordenó, mirándolo desde arriba, pues era más alto. Ese
hecho lo hizo sentir grande, poderoso, lo era, estaba dispuesto a demostrarlo.

“Solo… solo quería ayudarte...”, se quejó, intentando zafarse, con la mirada baja. Eso provocó a
Dio para que quisiera seguir molestandolo.

“No eres un sirviente, idiota, a menos que quieras serlo a partir de ahora”, expresó Dio, para luego
asestar un codazo en el pecho de su hermano con la intención de alejarlo, este cayó de rodillas al
suelo, tosiendo. “Detesto a los de tu calaña, Jojo. Eres repugnante, así que mantén tu gran trasero
lejos de mí”, dijo con una amplia sonrisa cínica.

“Pero... yo quería ser tu amigo”, dijo en un tono triste, sus labios dudaron.

Que a Jonathan le importara más esa estupidez que los insultos, hizo enfurecer a Dio más de lo que
le gustaría afirmar.

“¿Amigos? No te creas tan importante, eres demasiado estúpido”, se mofó, su risa sonaba baja para
no ser escuchada por nadie más, luego comenzó a subir las escaleras, sin mirar atrás. ¿Quién mira
la basura que deja atrás luego de deshacerse de ella?

Jonathan observó la espalda del rubio, frunciendo las cejas, sus labios no paraban de temblar, su
pecho dolía, sin saber si era por el golpe o por algo más. Estaba asustado de Dio, sí, era demasiado
aterrador, ¿qué clase de vida tuvo para ser así? El simple pensamiento produjo en Jonathan un
sentimiento de empatía, por eso ablandó su mirada y suspiró, perdonando las acciones contrarias,
porque pensó que podría destruir aquella impenetrable barrera para hacerlo cambiar, sin saber que,
lo único destruido, sería su propio corazón.

En Dio nació una flameante necesidad de poder, y pensó que un paso para obtenerlo era molestar a
su hermano, de hecho, no pasó mucho para que actuara, de esa manera, no solo se sentiría
poderoso, también podría autosatisfacer su infame naturaleza. Apenas tuvo que esforzarse, tan solo
esparció un rumor a los amigos de este y dejó que el chisme se expandiera poco a poco, similar a
una peste en los barrios pobres.

“¿Por qué ya no quieren jugar conmigo?”, cuestionó Jonathan. Sus cejas estaban fruncidas, su
mirada mostraba cierto enojo y tristeza. Sus amigos se estaban comportando extraño ese día y
quería averiguar la razón.

Aquellos muchachos murmuraron algo para luego mirar a Jonathan y empezar reír a carcajadas.

“Has sido expuesto, Jojo, ya nadie se acercará a ti nunca más”, explicó uno de los chicos con una
mano en su cadera, con una mirada despectiva y fría en sus ojos.

“No entiendo, ¿qué quieren decir?”, inquirió Jonathan, arqueando una ceja y ladeando la cabeza.

“No te hagas, Dio nos contó tu secreto”, dijo otro de los chicos, con los labios firmes para contener
sus ganas de reír.

“Dio no haría algo como eso”, Jonathan frunció el ceño y apretó los puños. “De todas formas, no
sé de cual "secreto" hablan”, se apresuró a decir.

Jonathan detestaba que la gente acusara a otros sin tener pruebas, eso no era algo que un caballero
haría.

“No actúes como si no lo supieras y deja de mentir”, hizo una mueca de asco y se alejó unos pasos
de Jojo.
“¡Ya basta!, no entiendo que quieren decir. Dio no es la clase de persona que esparce rumores,
además, él no sabe nada sobre mí, ¿qué rayos les pasa?”, explicó con rapidez, sintiendo la furia
creciendo dentro de él.

“Esto lo confirma todo, Jojo, es cierto que estás enamorado de Dio , de tu hermano, eso es
asqueroso”, mencionó el primer chico, riendo a carcajadas.

Jonathan se paralizó, incapaz de responder, de respirar, su mente se puso en blanco, sus labios se
tensaron, su pecho punzó con dolor, sus ojos estaban bien abiertos ante el impacto.

“Eres un homosexual, un depravado, ¡no te me acerques!”, se mofó el niño más alto, con una
expresión de asco.

“¡E-Eso no es cierto!”, gritó Jonathan, acercándose a ellos con pasos pesados. Sus latidos estaban
alterados, su voz temblaba ligeramente y él no sabía si era porque lo estaban injuriando, o si era
porque estaban mintiendo sobre Dio, o tal vez, porque sí sentía algo extraño hacia su propio
hermano y eso le hacía sentir culpable, enojado con sí mismo.

“¡Dije que no te acercaras, me vas a contagiar!”, exclamó en voz alta, empujando con ambas
manos a Jojo, quien cayó de espaldas contra el suelo.

Jonathan intentó levantarse para afrontarlos, con los puños listos, pero un pie empujó su cabeza
hacia abajo, y sin poder moverse o defenderse, empezaron a patearlo, pisarlo, arrancar su cabello,
mientras se carcajeaban de manera socarrona, escupiendo, insultando. No entendía como unos
simples niños podían llegar a ser tan crueles. Ellos eran sus amigos , pero no más.

Jonathan soportó los golpes, apretando sus labios, conteniendo las lágrimas que luchaban por salir,
repitiendo en su cabeza que era imposible que Dio hubiese hecho aquello, repitiendose a sí mismo,
que para nada estaba enamorado de su propio hermano, porque eso era asqueroso.

Cuando los niños se cansaron de pisotear a Jonathan de todas las maneras posibles y se largaron,
este se levantó, sacudiendo la tierra sobre su ropa, limpiando la sangre en su nariz y comenzó a
caminar, apretando su pecho con una mano, porque el dolor emocional era más fuerte que el físico.

Jonathan ingresó sigiloso a la mansión y luego intentó subir las escaleras con cuidado, esperando
no toparse con nadie debido a la hora, pero arriba del todo vio a Dio, y otra vez, el corazón de
Jonathan dudó, por lo que sus piernas flaquearon y estuvo a punto de caer por las escaleras, por
suerte, Dio lo sujetó de la muñeca en el momento exacto y lo atrajo hacia él. El cuerpo de Jonathan
terminó debajo del de Dio, mientras su mente procesaba lo que acababa de ocurrir, incapaz de creer
que su hermano, el mismo que lo trató mal aquel día, acababa de salvar su vida. Ambos niños se
miraron fijamente a los ojos, parpadeando por la sorpresa, sin decir nada.

Dio tomó entre sus dedos uno de los mechones maltratados de Jonathan, resopló y frunció el ceño,
tal vez se sintió mal al verlo todo golpeado, quién sabe. Las mejillas de Jonathan se pusieron
coloradas, todo su cuerpo se tensó, sin poder dejar de pensar en lo atractivo que era Dio, con su
rubio cabello bien peinado, sus hermosos ojos dorados, su característica fragancia que le recordaba
a libros nuevos, tan agradable, se sentía inquieto al igual que su corazón.

Jonathan cerró los ojos y mordió su labio inferior, para luego alejarse de Dio. Sus propios
sentimientos le parecieron aterradores y no quería seguir experimentándolos.

“¿Por qué estás tan golpeado?”, preguntó Dio tras aclararse la garganta, rascando su nuca, mirando
hacia otro lado. Estaba algo avergonzado por actuar así.
Es imposible que Dio haya esparcido ese rumor, porque él, puede ser amable, a veces, pensó
Jonathan, sin poder evitar sonreír, suspirando de alivio.

“Una pelea”, aclaró Jonathan, sin decir más. Temía terminar soltando todo lo que ocurrió, porque
sería como admitir que sentía algo por Dio, y eso era imposible, ya que eso no era normal, no
estaba bien, era asqueroso, como dijeron sus amigos, cierto, ya no lo eran.

Jonathan se levantó del piso y se fue a su habitación, con una mano en su pecho, intentando detener
la rapidez de sus latidos por lo que acababa de pasar, olvidando por un momento, todo lo malo que
ocurrió.

Poco después, Jonathan decidió empezar a practicar boxeo como medio de defensa para evitar que
vuelvan a golpearlo y humillarlo. Un día, después de terminar su entrenamiento, su hermano se
apareció frente a él en el cuadrilátero, y con mucha agilidad y destreza, Dio acabó con él, con su
orgullo y con la poca reputación que le quedaba.

La mirada de Jonathan estaba clavada al suelo, sus ojos inyectados en furia estaban llenos de
lágrimas, la gente a su alrededor se reían, se burlaban de él, lo insultaban, era desesperante, pero no
más que la cínica y despectiva sonrisa del rubio. Y por primera vez en su vida, Jonathan Joestar
renunció a algo, todo porque creyó en ese tipo, todo por haber deseado un hermano cuando era
pequeño, Dio era el culpable, quizás, era él mismo el verdadero culpable.

Era definitivo, Jonathan no podía estar enamorado de alguien tan despreciable y cruel como Dio,
era imposible, hasta ahí iba a llegar su amabilidad y empatía hacia él.

La estabilidad mental de Jonathan se fue a la mierda cuando su padre empezó a compararlo con su
hermano, porque Dio era bueno en todo, como si fuera perfecto y no cometiera errores. Sus
modales eran impecables, la gente se acercaba a él por su gran carisma e inigualable atractivo, era
el mejor en los deportes, tan ágil, tan perspicaz y sobresalía en los estudios por su gran intelecto.
Jonathan pensaba en Dio como alguien perfecto, (y lo sería si no fuese por su horrible y podrido
corazón) incluso llegó a admirarlo un poco.

Cuando Jonathan se miraba en el espejo, realmente no se veía a sí mismo, solo encontraba defecto
tras defecto, se autodespreciaba, se sentía inútil, débil, estúpido, poco atractivo, el más tonto y
asqueroso ser sobre la tierra. ¿Por qué no podía ser como Dio?

Y justo cuando Jonathan pensó que las cosas no podían empeorar más, su perro Danny fue
asesinado. Nunca se supo quien lo hizo o por qué, pero Jonathan sospechaba de Dio, aunque no
tenía pruebas concretas, y es que no podía creer en él más, no después de todo lo que hizo.

Aquel hecho destrozó a Jonathan, porque Danny era su amigo, el único que le quedaba y el único
que nunca lo abandonaría. Ya no tenía a nadie más, estaba solo.

El alegre Jojo que todos conocieron desapareció; dejó de salir a jugar como antes porque pensaba
que era mejor quedarse encerrado en su habitación (igual no era como si tuviese a alguien que le
acompañase), sus risas dejaron de escucharse por los pasillos, su mirada brillante cambió a una
sombría, apagada, triste, insulsa. Aquello duró un par de meses, luego, Jonathan volvió a ser el
mismo, o eso creyó Dio, porque aún juraba ver ese ápice de tristeza en su mirada y porque sus
sonrisas no parecían del todo sinceras.

El motivo de que Jonathan volviera a sonreír fue su nueva amiga, Erina, ellos pasaban tiempo
juntos en los alrededores del río, sin embargo, él era conocedor de que la felicidad duraba poco,
porque un día, ella dejó de aparecer, mientras, Jonathan la esperó bajo un árbol todos los días, cada
tarde, por todo un año, y más tarde lo supo, que Dio le hizo algo a Erina, lo escuchó de aquellos
que alguna vez fueron sus amigos y eso le hirvió la sangre, por eso fue a enfrentarlo.

“¡Dio!”, exclamó, con el ceño fruncido y los puños apretados. Su pecho dolía tanto que era
insoportable, un ardor crecía en su garganta.

El rubio estaba sentado, leyendo un libro con mucha tranquilidad, por lo que enarcó una ceja
cuando su hermano perturbó su momento de paz.

“¿Qué? ¿Acaso estás aquí para convertirte en mí sirviente?”, cuestionó, riendo de manera burlona,
cerrando el libro.

Jonathan lo sujetó con fuerza de la camisa, mirándolo fijo a los ojos, la furia encendida en estos.
Dio lo empujó para alejarlo, con las cejas fruncidas.

“¿Qué crees que estás haciendo, Jojo?”, volvió a hablar Dio, con una mirada desafiante y una mano
en la cadera.

“¿Qué le hiciste a Erina?”, preguntó jadeante, su voz temblaba, su cuerpo también.

“¿Huh?, ¿hablas de esa puta con la que jugabas en el río? Quizás deberías preguntarle a mis labios,
ellos saben cómo se sienten los de ella”, explicó entre risas, relamiendo su labio.

Jonathan se sonrojó, maldiciendose a sí mismo por lo traicioneros que eran sus sentimientos.

“¡¿Cómo te atreves a insultarla?!”, exclamó Jonathan, más enojado que antes, con Dio y con sí
mismo, por eso no pudo controlarse más y se abalanzó contra él, fallando el ataque.

Dio se defendió, golpeando a Jonathan de forma certera, esquivando los inútiles intentos del otro
por atacarlo, le lanzó una patada para alejarlo, pero Jonathan se acercó más, sujetando la cabeza de
Dio para darle un cabezazo que lo dejó aturdido, lo que Jonathan usó a su favor para ser él quien
tuviera el control sobre los puñetazos. Dio cayó al suelo y ahora era Jonathan, quien lo miraba
desde arriba, de manera despectiva.

El rubio estaba tan impactado, aún sin procesar lo que acababa de suceder. Era la primera vez que
alguien lograba ponerle un dedo encima y eso no se iba a quedar así, no, Jonathan Joestar nunca
estaría por encima de él, de ninguna manera. Dio se recompuso, para levantarse y le devolvió el
puñetazo, pero falló y Jonathan le asestó otro golpe más en el rostro.

Dio estaba tan enfadado que era incapaz de pensar con claridad, por eso sacó una navaja de mano
que llevaba en su bolsillo, aunque no pudo usarla, Jojo ni siquiera llegó a verla, porque fueron
interrumpidos por el señor Joestar, quien los detuvo y les dio un largo sermón de por qué los
hermanos no debían pelear. Luego, el hombre se retiró a su despacho y cada uno de los hermanos
se fue a su habitación, sin volver a tocar el tema nunca más, la vergüenza y el orgullo no se los
permitió.

Jonathan no iba a admitir que deseó acabar con la vida de Dio porque estaba cegado por la ira, ya
que eso no era algo que un caballero haría y eso rompía con sus ideales, por otro lado, Dio no iba a
admitir que esa noche lloró, no solo porque su orgullo fue pisoteado, también porque de algún
modo, se sentía culpable al haber llevado a Jonathan hasta ese límite, porque estuvo a punto de
matarlo y eso le recordó a su maldito padre biológico, ya que su mayor temor siempre fue terminar
siendo como él.

Con eso en mente, poco a poco y gracias al tiempo, Dio llegó a reconocer un poco la valía de
Jonathan, aunque no iba a aceptarlo de ningún modo. Pensó que Jonathan era lo suficientemente
fuerte como para soportar lo que fuera, por lo tanto, decidió que dejaría de molestarlo.
Un sábado como cualquiera, Dio estaba en su escritorio, la luz del atardecer iluminaba los libros
desparramados por su habitación, los que estaba usando para estudiar ya que los exámenes finales
se acercaban. El joven dirigió su vista a la ventana, un poco aburrido por la monotonía de su nueva
vida, aunque no podía quejarse ya que era mejor que la anterior. Notó que Jojo se encontraba en el
patio, cortando la maleza de unas rosas, mientras secaba el sudor que caía por su frente. ¿No se
supone que las plantas son atendidas por un jardinero?, se cuestionó Dio, arqueando una ceja.

Dio no confiaba en las personas ni en los animales, solo en las plantas, porque estas no podrían
traicionarte ni abandonarte, por ese hecho fue que por un momento, uno muy pequeño, le dirigió
una mirada de ternura a Jonathan, deleitándose al ver como el viento revolvía sus cabellos azules,
le pareció lo más hermoso del mundo.

En eso, el rubio recordó a su madre, cuando ella cuidaba de un pequeño jardín, ella amaba las
plantas más que cualquier otra cosa en su vida. En aquel entonces la casa estaba repleta de flores
por todos lados y la triste vida de Dio se volvió colorida, incluso llegó a tener algunos momentos
de felicidad. Dio sonrió y luego negó rápidamente con la cabeza, sus mejillas se sonrojaron.
¿Acaso estaba tan loco para comparar a un idiota como Jonathan con su dulce madre?

Jonathan secó una lágrima traviesa que se deslizaba por su mejilla, Dio abrió los ojos por la
sorpresa, inclinándose para poder ver mejor, ¿de verdad estaba llorando?, ¿por qué? Dio no era
capaz de comprender, pues no recordaba haberle hecho algo (desde hace bastante tiempo), aún así
lo supuso, que era por su culpa, que Jonathan estaba experimentando lo mismo que él, la soledad y
eso, por más difícil de creer que sonara, oprimía su pecho dolorosamente.

Después, como si nada hubiese pasado, Jonathan sonrió, acariciando los pétalos de una rosa azul,
similar al tono de sus ojos. Dio estaba aún más confundido. ¿No estaba llorando hasta hace poco?
Creo que si sigo pendiente de él se me contagiará la idiotez, así que mejor olvido que vi
esto, pensó, para luego cerrar la ventana y así poder seguir con su aprendizaje.

Los años pasaron, ambos tuvieron una vida relativamente normal sin muchos problemas, ya que
los dos hicieron un trato en el que iban a fingir que se llevaban bien, como hermanos de verdad,
para complacer a su padre. La relación de esos dos era extraña, difícil de entender o explicar. Dio
no sabía si Jonathan lo odiaba o algo parecido y eso lo inquietaba, Jonathan se esforzaba para
ocultar sus extraños sentimientos por Dio, incluso, su ira hacia él fue desapareciendo gracias a que
lo dejó en paz.

En la universidad, Dio estudió abogacía, Jonathan arqueología, ambos siguieron sus sueños. Dio
bromeó con Jojo cuando escogió esa carrera, “ Pensé que serías jardinero”, le dijo de manera
socarrona, pero no obtuvo ninguna respuesta, solo un simple sonrojo, y eso revolvió su estómago.
Fue un sentimiento demasiado raro.

Una tarde, George Joestar convocó a sus hijos a su habitación y acudieron a su llamado de
inmediato. Él estaba bastante enfermo, quizás en sus últimas.

“Es sobre la herencia”, dijo el hombre, con una mirada seria. Dio se sobresaltó y mordió su labio
por la inquietud, nadie parecía haberlo notado, aunque Jonathan sí lo hizo, él siempre observaba a
Dio. “Ustedes saben que estoy viejo y en algún momento moriré”, explicó con su voz ronca, en un
tono relajado.

“¡Papá, no digas eso!”, espetó Jonathan, con las cejas fruncidas. ¿Cómo se atrevía a mencionar algo
así y de esa forma?

“No alces la voz, Jojo”, ordenó, “Te he dicho que mantengas la calma, mira a tu hermano, Dio, a él
también le afecta que mencione esto, pero está tranquilo”. Otra vez, comparándolo con el
magnífico y perfecto de su hermano.

“D-De acuerdo”, dijo en respuesta, cabizbajo, mordiendo su labio inferior.

“¿Puedes proceder, padre?”, cuestionó Dio, su mirada era suave, tranquila. Nadie podía saber en
realidad lo que estaba pensando.

“Por supuesto”, aclaró tras toser. “Dio, Jonathan, ustedes son mis dos preciados hijos y me
encantaría que la repartición de la herencia fuese equitativa, pero ya saben como es esto. La
imagen, el prestigio, siempre han sido importantes para nuestra familia, por eso, le daré una mayor
cantidad al futuro representante de los Joestar. Así que decidan aquí y ahora, sin armar un gran
alboroto”.

“Está bien, padre”, habló Dio, envolviendo su brazo alrededor del cuello de Jonathan. “Vamos”, le
dijo, alejándolo un poco del hombre mayor, lo suficiente para no ser escuchados por el tercero.

“¿Puedes soltarme?”, rogó Jonathan en voz baja. Le incomodaba la extraña y repentina cercanía de
su hermano, más bien, lo inquietaba.

“No, primero tenemos que hablar, y que sea rápido”, ordenó Dio, en un tono gélido, con las cejas
fruncidas, apretando el agarre. Eso hizo enojar a Jonathan porque no se imaginaba que Dio sería así
de egoísta. ¿Era más importante esa maldita herencia que su padre? ¿Cómo es que pensaba que
tenía sentimientos por alguien así?

“Si es por la herencia, puedes tenerla toda para ti, no me importa, ni siquiera la necesito, Dio”,
gruñó Jonathan, frunciendo las cejas, estaba al borde de darle un puñetazo a su hermano para que
lo dejara libre, pero su padre estaba detrás de ellos y no quería quedar mal.

“Así me gusta, que seas obediente como la perra que eres”, dijo, sonriendo de manera cínica.
“Buen chico”, le susurró al oído con una voz ronca, el más bajo se estremeció ante el cosquilleo de
su voz. Dio se alejó para ir hacia su padre, Jonathan le siguió, con los hombros y labios tensos,
parecía atontado, fuera de sí, confundido, hasta olvidó que acababan de ofenderlo.

“¿Qué decidieron?”, cuestionó George, volviendo su mirada seria.

“Sí, yo me haré cargo”, explicó Dio, sonriendo mientras revolvía los cabellos de su hermano.

“Me parece bien, sé que eres muy apto para ello, hijo. ¿Jojo, estás de acuerdo?”, el hombre miró a
su otro hijo, expectante. “¿Jojo?”, volvió a preguntar, haciéndolo salir de su pequeño mundo.

“S-Sí, él es mejor para esto que yo, por eso no me opongo”, contestó Jonathan. ¿Por qué las manos
de Dio se sintieron suaves y cálidas, o por qué su voz le pareció tan seductora? Sus mejillas estaban
sonrojadas y su corazón acelerado ante aquel pensamiento.

“Excelente, me encargaré de redactar el testamento. Y no lo olvides Dio, te quiero como a un hijo


de verdad, porque lo eres”, aclaró con una sonrisa agotada, recostandose en la cama. Era como si
se estuviera despidiendo, como si supiera que su fin estaba cerca.

“Gracias padre”, sonrió, echando sus cabellos rubios hacia atrás, dejando de acariciar los de su
hermano. Su corazón se sintió cálido por una fracción de segundo, estaba… ¿conmovido? por las
palabras de su padre, ¿era eso siquiera posible para alguien como Dio?

“Ah, Jonathan, sabes que a ti también te quiero, ¿verdad?”, terminó de decir el hombre, su hijo
asintió y luego salió del lugar sin decir nada. Estaba acostumbrado a ser la última opción, ese era
su lugar, allí pertenecía.
Dio salió detrás de él, cerrando la puerta. Jonathan estaba secando sus traicioneras lágrimas con el
antebrazo.

“¿Por qué lloras?, Jojo”, a Dio le ganó la curiosidad, estaba sorprendido, porque Jonathan estaba
bien hasta hace poco.

Jonathan se puso de cuclillas, sin poder soportar su propio peso, tal vez el de su gran cuerpo o el de
su dolido corazón. Fue invadido por una sensación de ahogo, era difícil explicarlo, así como el
motivo de su pesar. Era demasiado y ya se estaba desbordando.

“No importa”, sollozó Jonathan, ocultando su rostro entre sus brazos. Porque su padre era lo único
que le quedaba y no quería perderlo, pensar eso fue la gota que colmó el vaso.

Dio se encogió de hombros y se alejó de su hermano, chasqueando la lengua. En realidad sí estaba


un poco preocupado por él, pero incluso si intentaba decirle algo para consolarlo (que no lo haría),
iba a terminar haciéndolo sentir peor, porque la bondad nunca fue su fuerte.

“Al menos di algo, idiota”, musitó Jojo, quien se mordió tan fuerte el labio que se hizo un corte,
apretó los puños y cerró los párpados. La vida parecía odiarlo de verdad, el destino parecía estar en
su contra. El sentimiento de soledad lo estaba corroyendo cada vez más.

Dos meses después, George Joestar falleció por su extraña enfermedad incurable. El día del funeral
llegó, el cielo estaba bañado en nubes grises, pequeñas y débiles gotas caían sobre los paraguas
negros, provocando una tortuosa melodía para sus espectadores.

Dio estaba enojado, porque quienes daban su pésame eran completos desconocidos, actuaban con
tanta falsedad que era insoportable, nauseabundo. Él se sintió inquieto y era extraño, incluso
comparó ese momento con la muerte de su padre biológico, recuerda que estaba alegre, que lo
disfrutó, que bebió, bailó y escupió sobre su tumba, pero esta vez, su pecho gritaba de dolor, sus
ojos ardían, su propia garganta lo estaba asfixiando.

Jonathan se sentía igual, apenas se presentó un momento, con la mirada perdida y luego
desapareció sin dejar rastro.

Todo pasó tan rápido y así cayó la noche. Las habitaciones de los hermanos estaban una al lado de
la otra por lo que cualquier pequeño sonido se escuchaba con facilidad. Jonathan se pasó toda la
noche lloriqueando, asegurándose de que Dio no pudiera conciliar el sueño. El rubio se levantó de
su cama en medio de la madrugada, harto del llanto de su hermano, se dirigió a la habitación de
este con pasos fuertes y entró de golpe.

“Jojo, ¿te puedes callar de una puta vez? Ya estás demasiado grande para esto”, ordenó Dio, en un
tono tajante. “Quiero dormir, estoy cansado”, aclaró, acercándose hacia la cama de su hermano.
Tal vez sí le había afectado la muerte de su padre adoptivo y por eso estaba tan irritable.

“D-Disculpa…”, sollozó Jonathan, apretando la almohada contra su rostro, todo su cuerpo


temblaba, su voz también, no tenía fuerzas ni para replicarle al rubio.

Dio enarcó una ceja, enternecido ante el Jonathan vulnerable, confuso, ya que su hermano no solía
comportarse así. Se sentó en el borde de la cama y tomó una bocanada de aire, se quedó un
momento mirando el cielo estrellado por la ventana, pensativo, y recordó como se sentía, perder a
alguien importante sin poder hacer nada al respecto y estar solo sin saber cómo afrontarlo, por ello
dejó escapar un profundo suspiro y volvió su mirada a su hermano, temeroso de tropezar con sus
propias palabras.
“Está bien, puedes llorar, pero no tan fuerte, ¿de acuerdo?”, habló Dio, su voz sonaba suave,
temblorosa, rascaba su nuca y fruncía sus labios, le era extraño estar así, preocupándose por ese
idiota de Jonathan, intentando ser amable con alguien que se supone que odiaba.

Dio entrelazó con timidez sus dedos en los suaves cabellos azules de Jonathan, este se tensó, estaba
tan sorprendido que sus lágrimas se detuvieron al igual que sus latidos. ¿Estaba soñando?, ¿en qué
universo Dio era amable con él? Decidió apaciguar sus dudas tras un suspiro. Una pequeña sonrisa
intentó asomarse por sus labios, pero sus párpados se cerraban, se sentía tan débil y cansado, pero
también tan cálido y tranquilo, quizás esto estaba bien y era lo que necesitaba, o tal vez, era lo que
ambos necesitaban.

“Gracias…”, musitó Jonathan. Dio no es tan malo después de todo , pensó antes de cerrar los ojos
por completo para quedarse dormido.

Dio no entendió por qué Jonathan dijo eso, pero estaba tan apenado por sus repentinas acciones que
salió de prisa de la habitación para ir a la suya y le costó volver a dormir, más que nada por sus
alborotados latidos y sus enmarañados pensamientos.

Al parecer, la relación de los dos cambió un poco. Jonathan le lanzaba miradas furtivas a Dio, ¿lo
estaba analizando?, ¿buscaba una manera de deshacerse de él? Por otro lado, estaba Dio, que se
sentía inquieto alrededor de Jonathan, ya que sus propios sentimientos eran demasiado confusos
como para poder entenderlos.

La noche era fría, inquieta, tal vez por el viento, porque el invierno estaba cerca, o quizás por las
risas que provenían del comedor. Jonathan, curioso, asomó la mirada por la línea de la puerta, sin
saber que iba a terminar arrepentido, con la mente en blanco, con una presión en su pecho; Dio
estaba besando a una mujer que Jojo ni siquiera conocía, y era doloroso, sus sentimientos se
desbordaron junto a las lágrimas, sus piernas temblaron, por lo que le costó volver a su dormitorio.

Era injusto, cruel, Jonathan deseó morir en ese instante y renacer como una bella mujer, no como
un hombre musculoso, no como su hermano, no como alguien que era odiado por todos, lo único
que deseaba era poder amar a Dio y que ese hecho estuviese bien y que no fuese repugnante.

Jonathan hundió su rostro en la almohada para apaciguar sus sollozos, apretujando su pecho con
una mano por su dolido corazón roto.

Lo amo, yo amo a Dio, demasiado, y eso está mal y es asqueroso y me está volviendo loco , pensó,
sorbiendo su nariz, llorando más fuerte. Al fin se dio cuenta de sus sentimientos por completo, sin
ninguna duda detrás, pero ya era tarde e incluso si no lo fuera, no tendría oportunidad, él lo sabía.

Cuando se despertó, sus mechones de cabello cubrían su vista, empapados en lágrimas, sus ojos se
hincharon, sus mejillas y nariz estaban rojas, su pecho se sintió ligero, como si se hubiera librado
de un gran peso que lo torturó por años; aceptar lo que sentía.

Unos días después, a la hora del almuerzo, Jonathan, cuando logró calmarse un poco, decidió
acompañar a Dio. No hizo algo como eso luego de que su padre muriera, pero esta vez lo
necesitaba, estar con alguien, hablar con alguien, amar y ser amado, o al menos fingir que así era.

A Dio le extrañó ver a Jonathan en el comedor, a su lado y por voluntad propia, pero no se atrevía a
preguntarle el motivo, ya que desde aquella vez que lo consoló las cosas se pusieron extrañas e
incómodas.

Cuando uno no miraba, lo hacía el otro, Dio estaba curioso, Jonathan, perdidamente enamorado. El
ambiente era algo tenso, frío.
“Dio… ¿quién era la mujer del otro día?”, Jonathan rompió el silencio, llevándose la ternera a la
boca mientras mantenía su mirada fija en el mencionado, quien se sobresaltó.

“Eso no te incumbe”, mencionó en respuesta, sin siquiera mirarlo.

“Tienes razón”, rascó su nuca, mirando algún punto en la mesa, dejando de comer. Cierto, no era
de su incumbencia, se sintió como un idiota por siquiera pensarlo.

Y otra vez el silencio.

“¿Puedo hacerte una última pregunta antes de que te enojes?”, inquirió Jonathan, en voz baja,
apretando sus labios temblorosos.

“Acabas de hacer una”, mencionó, frunciendo el ceño. “¿Qué demonios quieres, Jojo?”, cuestionó,
mirándolo, intentando descifrar por qué ese idiota estaba siendo más molesto que nunca.

“¿S-Soy importante para ti?”, dijo al fin, con la voz trémula, entrelazando sus dedos, frunciendo las
cejas, conteniendo la respiración mientras esperaba, asustado, la respuesta.

Dio abrió los ojos, parpadeando, incrédulo ante tal pregunta, su respiración se hizo pesada ante el
nerviosismo, pero decidió reír con sorna para disimular.

“¿E-Es en serio? ¿Todo este espectáculo solo para preguntarme esa estupidez?”, dijo Dio,
colocando su copa de vino en la mesa, entrelazando sus piernas y apoyando la barbilla en su mano.
“Realmente eres un caso, Jonathan. ¿Tú?, ¿importarme? Eres, no, eras una simple piedrita en mi
camino y ya no eres nada, eso es todo”.

Dio solo quería molestarlo un poco, por lo que esperaba todo, cualquier cosa, una mirada
penetrante por el enojo, un mueca de disgusto, lo que fuese, menos lo que vendría.

“Me alegra...”, dijo Jonathan en un tono extrañamente feliz, luego expulsó todo el aire que estaba
conteniendo y sonrió, con los ojos entrecerrados.

Dio no supo si era una sonrisa sincera o falsa, por primera vez, no pudo descifrar lo que pensaba
otra persona, lo que pensaba Jonathan, lo que significaban sus palabras y sus acciones, era
aterrador, indicaba que algo andaba mal, por lo que no sabía qué decir o qué hacer, era tan confuso.

Jonathan se levantó de su asiento, sin terminar de comer, sin dar explicaciones y se fue, no sin
antes echar una mirada hacia atrás y mostrar la expresión más aterradora, triste y dolorosa que Dio
le había visto hacer en su vida, como si estuviera pidiendo ayuda, como si estuviera tan
desesperado que le costara soportarlo. Fue tan impactante para Dio que no pudo moverse ni
respirar, le recordó a sí mismo, la misma mirada, la misma expresión, quizás, el mismo dolor.

El rubio frunció las cejas a más no poder. ¿Qué demonios fue eso, Jojo?, preguntó a la nada,
sintiendo un malestar confuso en su pecho.

Dio no era consciente de las consecuencia de sus propios actos, tampoco, de que le iban a afectar
más de lo que se imaginaba.

A la mañana siguiente, Dio se dirigió a su despacho para comenzar su trabajo, ingresando al lugar,
acomodando su costoso traje y dio unos pasos hasta el escritorio. Era imposible que su vista no se
fijara en ello, en la carta que estaba sobre un libro, que en definitiva, no era suyo, y a su lado, una
rosa azul que la adornaba. Tomó la hoja entre sus manos y comenzó a leer:

Dio…
Esa era la letra de Jonathan. ¿Qué carajos estaba pasando? Él ya no quería seguir leyendo más, se
sentía intranquilo y tenía un mal presentimiento.

Estoy tan cansado, ya no puedo más. Seguro que no te importa, pero tenía que transmitirlo de
alguna manera, así que sigue leyendo, por favor.

Dio resopló, frustrado, pero decidió seguir leyendo ya que no perdía nada al hacerlo.

¿Sabes lo que es sentirse ahogado, asfixiado, cada día de tu vida, sin poder hacer nada?
Probablemente lo sepas, porque tú y yo somos iguales en ese sentido, lo sé, siempre lo supe.

Al leer aquello la mente de Dio dejó de funcionar, su respiración se hizo inestable, sintiéndose
ahogado , con un nudo en la garganta.

¿Sabes lo qué es sentir algo que sabes que no es correcto? Para nada, lo sé, eres perfecto ,
siempre lo has sido, tú no cometes errores, no te equivocas y eso es lo que más detesto de ti.

“¿De qué hablas, Jojo?”, cuestionó Dio a la nada, su pecho dolía, su respiración se hacía cada vez
más pesada. Dio se conocía más que nadie y era conocedor de todos sus defectos, por eso no
entendía la idealización que Jonathan parecía tener hacia él. Él no era perfecto, porque la
perfección como tal no existía.

¿Sabes lo que es no tener a alguien que te ame? Lo sabes, lo sé, tu mirada y la mía son parecidas.
Tú sabes lo que es la soledad tanto como yo, y lo horrible y desesperante que es.

“¿Qué mierda es esto?”, su cuerpo tenso temblaba, sus manos empezaban a sudar.

¿Sabes lo qué es… que tu único pensamiento diario sea morir? Espero que no, ni a ti te deseo algo
como esto.

“Jonathan, esto no es… una nota de suicidio, ¿verdad? Esto es una broma de mal gusto, es una gran
mentira, ¿cierto? Tu no harías algo como esto, eres… fuerte, un idiota, pero fuerte, eres, Jonathan
Joestar, eres…”, Dio ya no pudo más, las lágrimas se desbordaban, sus sentimientos también. Todo
lo que estuvo acumulando por tanto tiempo salió.

Solo quería estar en tu mente por un segundo, aunque sea por una última vez, por eso decidí
dejarte esta carta.

Dio sintió sus mejillas húmedas, ¿estaba llorando?, ¿desde cuándo? Ni siquiera se dio cuenta, es
más, Dio ni siquiera recordaba la última vez que lloró. Era incapaz de reconocerse a sí mismo,
actuaba de una manera ilógica, él no era de esa manera. Le costó, pero siguió leyendo.

Por eso, y porque no pude decirte lo que siento, te dejé una rosa azul y un libro con su significado.

Adiós, Dio. Espero que tú sí puedas alcanzar las felicidad.

Las piernas de Dio flaquearon y cayó al suelo, llevó una mano a su rostro intentando detener
aquellas lágrimas que no supo de donde salieron, intentando detener el temblor que se apoderó de
su cuerpo. Hace tanto que no experimentaba algo tan desagradable y doloroso.

La garganta de Dio ardía, su pecho punzaba y las palabras estaban atascadas en su garganta. Los
dedos de Dio temblaron, dubitativos, acercándose al libro que mencionaba la carta.

Lenguaje de las flores, estaba escrito en la portada. Un separador lo guió a la página que
necesitaba.
"Las rosas azules simbolizan que los sueños se pueden alcanzar. También simbolizan la confianza
y la libertad, pero el significado más precioso y profundo que poseen, es el amor eterno."

Dio dejó escapar un sollozo ahogado, el libro cayó al suelo, apretó su pecho con una mano.
¿Jonathan está enamorado de mi?, ¿por qué? , se preguntó, mordiendo su labio inferior por la
inquietud. ¿Sueños?, ¿confianza?, ¿libertad?, ¿amor?, si estás muerto, Jojo, no podrás tener nada
de eso.

¿Eh?, ¿Jonathan está… muerto?, se cuestionó Dio al darse cuenta de ello, mientras su respiración
se volvía cada vez más agitada, pesada y sentía un hormigueo en sus manos. Estaba
hiperventilando, teniendo un ataque de pánico.

Recordó cosas que quería olvidar, porque algo parecido le ocurrió hace tiempo, cuando su padre
biológico lo golpeó por primera vez, o cuando vio morir a su madre frente a sus ojos, y no pudo
hacer nada para ayudarla, o como esa vez en la que casi fue abusado, siendo tan solo un niño
pequeño y tuvo que luchar solo para escapar.

Dio apretó su puño, golpeó el suelo una y otra vez y lanzó un fuerte grito de desesperación, no iba
a permitirlo, no, su vida no se iba a ir a la mierda otra vez. El dolor lo hizo distraerse del ataque de
pánico, de todo a su alrededor, la sangre lo trajo al mundo real y pudo pensar con claridad. Se
levantó del suelo para salir de su despacho, empujando a los sirvientes a un lado por los pasillos,
quienes lo miraban con preocupación por los nudillos magullados y su rostro hecho un desastre.

Dio corrió, y corrió, con todas sus fuerzas, con la respiración entrecortada, hasta que llegó al lago
al que Jonathan solía recurrir, su corazón punzó al no verlo allí, así que siguió corriendo, mientras
divagaba, sin saber dónde diablos se había metido ese estúpido, pensó y pensó, en todos los lugares
cercanos que facilitarían un suicidio. Un barranco, cierto, hay uno muy cerca de aquí, recordó,
deseando desde el fondo de su corazón que aún no fuese demasiado tarde.

Hasta que llegó y nada, no vio nada, ni a nadie, las piernas de Dio volvieron a fallar, su vista se
nubló y no pudo evitarlo, pero lloró y gritó tan fuerte como pudo. Ya no podía controlarse a sí
mismo, el dolor era demasiado fuerte, insoportable.

Otra vez, justo como con su madre, Dio perdió a alguien importante, sin haber podido hacer algo y
por eso se sintió como un idiota, un inútil, un estúpido. ¿Por qué no se dio cuenta antes de lo que
sentía Jonathan a pesar de que habían pruebas? ¿Por qué no se dio cuenta de que algo andaba mal?
No, sí se dio cuenta, pero no hizo nada, todo era su culpa y se merecía lo peor.

Dio se levantó con dificultad y se paró al borde del barranco, mirando hacia abajo con la mirada
perdida, recordando aquella vez que conoció a Jonathan. Le pareció un idiota sin remedio, era
demasiado amable e ingenuo, un niño que creció con muchos privilegios y por eso lo odiaba,
porque tuvo todo lo que él siempre quiso.

Y pensar que al final, él terminaría pensando en Jonathan como el ser más amable, puro y hermoso
que alguna vez llegó a conocer.

Dio era incapaz de entender por qué Jonathan lo amaba, a pesar de todo lo que le hizo, o era un
verdadero masoquista o era muy tonto. Las lágrimas volvieron, porque ya no volvería a verlo, a ese
idiota, a su idiota, porque ya era demasiado tarde, siempre lo fue.

Las gotas cayeron, perdiéndose en el aire, iba a saltar, era su castigo. Dio pudo entender lo
tentadora que le pareció la muerte a Jonathan, tal vez, solo tenía que unirse a él en el otro lado y
pedir disculpas, si es que este las aceptaba y si es que no existía el cielo y el infierno, porque si
existiera, él iría al infierno, y su hermano, al cielo, sin duda.
Fue así como entonces, su vista se aclaró, su corazón se detuvo, el tiempo también, sus ojos se
posaron en algo bajo el agua, azul. Dio se lanzó, tal vez estaba alucinando, tal vez estaba loco, pero
nada importaba, tenía que aclarar sus dudas. Los ojos dorados de Dio se abrieron por la sorpresa
ante lo que vieron, Jonathan, era él, ¿verdad?

Dio envolvió a Jonathan en un abrazo y trató de nadar hacia arriba, cargando con el peso del otro.
El oxígeno llenó los pulmones de Dio, se paralizó al ver el cuerpo inmóvil de Jonathan. Dio no
supo cómo, pero sacó fuerzas para llevarlo a tierra firme.

Lo miró, su cuerpo inerte, pálido, sus ojos cerrados, Dio estaba aterrado, frunció el ceño y llevó sus
manos temblorosas al pecho de Jonathan, nada, juntó sus labios con los del otro y le tapó la nariz
para comenzar a comprimir su pecho, pero nada, era inútil.

Por favor, por favor, Jojo, despierta, por favor, no me hagas esto, por favor, abre los ojos, esos
eran sus pensamientos, mientras seguía haciendo RCP, conteniendo las lágrimas que insistían en
salir de nuevo.

Dio pensó que sus esfuerzos no iban a servir para nada, tal vez lo mejor era detenerse, rendirse,
morir, ¿qué más podía hacer? Justo cuando iba a parar, Jonathan empezó a toser, su rostro
recuperaba el color poco a poco, sus párpados se separaron con lentitud.

Dio dejó de respirar por un momento, pestañeó para corroborar que no estaba soñando o
alucinando, sí, Jonathan despertó, no estaba muerto, estaba... vivo.

“¿Jojo? ”, cuestionó Dio con la voz quebrada, los hombros tensos, las cejas arqueadas. Aún le
costaba creerlo.

“¿Dio? ”, inquirió Jonathan, tosiendo, confundido, ¿no que estaba al borde de la muerte?

Dio se abalanzó hacia Jonathan para envolverlo en sus brazos, y al sentir la calidez que le brindaba
el cuerpo ajeno sus hombros se relajaron y su respiración volvió a la normalidad.

“¿Q-Qué ocurre?”, preguntó Jonathan con la voz temblorosa y agotada.

Dio ocultó su rostro en el cuello del contrario por la pena, embriagándose con su vaga aroma a
rosas, mezclada con el salado olor del océano, sintiendo el cosquilleo del cabello de Jonathan en su
nariz, y ya no pudo controlarlo más, por lo que cerró los ojos y dejó que las lágrimas salieran. Dio
se sintió aliviado de que Jonathan estuviese vivo, porque no sabría cómo cargar con la culpa de que
este hubiese muerto.

El cuerpo de Jonathan se paralizó cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, así que
correspondió el abrazo, arrugando la camisa de Dio y no pudo evitarlo, pero también comenzó a
llorar, con fuerza, como si estuviera gritándole al mundo todo el dolor que tuvo que soportar.

Aquello era lo que los dos realmente necesitaban en ese momento, la calidez del otro, desahogarse
hasta quedarse secos.

“No vuelvas a hacer algo así, idiota, estúpido”, dijo Dio en un sollozo, en un tono de voz casi
inaudible, afianzando el agarre, temblando.

“Lo prometo, lo siento...”, mencionó Jonathan, sintiendo una presión en su pecho debido a la culpa,
su cuerpo también tembló.

Dio suspiró aliviado, con dificultad y se quedaron así un rato, hasta que se calmaron un poco,
luego, deshizo el abrazo lentamente para observar al chico frente a él, embobado con semejante
belleza. Su cuerpo se movió por sí solo hacía adelante, sus labios se juntaron con los de Jonathan,
ambos cerraron sus ojos, disfrutando del momento. Aquel beso fue suave, cargado de sentimientos,
se sintió increíble, como una droga, no querían separarse, pero las dudas en la mente de Jojo
aparecieron.

“¿P-Por qué?”, cuestionó Jonathan empujando a Dio con una mano para alejarlo, sus ojos estaban
bien abiertos, sus mejillas sonrojadas, sus pensamientos erraban, su corazón se detuvo.

Dio no encontraba las palabras correctas, rascó su nuca, desvió su mirada y suspiró.

“Porque yo también te amo…”, dijo, deshaciéndose al fin de su estúpido orgullo, aceptando un


hecho que por mucho tiempo lo atormentó.

Jonathan abrió aún más los ojos, los recuerdos de lo que Dio le hizo invadieron su mente, el dolor,
el sufrimiento que le causó, era algo imperdonable, difícil de olvidar, pero… aún así lo amaba ,
detestaba admitirlo, sus indeseables sentimientos siempre fueron más fuertes que cualquier otra
cosa. ¿Realmente estaba bien para él amar y ser amado?

“¿No dices esto para burlarte de mí, cierto?”, inquirió Jonathan tensando sus labios. Era demasiado
difícil de creer.

“Sigues siendo el mismo idiota, Jojo”, rió bajito, cerrando los párpados al sentir la brisa oceánica
golpeándolo. “No lo diré de nuevo así que escucha con atención. Todo fue tan rápido, apenas tuve
tiempo de asimilarlo, pero probablemente he estado enamorado de ti, desde hace mucho tiempo”,
explicó con rapidez, la vergüenza le impedía mirar al otro a los ojos.

Jonathan sonrió, de manera inconsciente, Dio estaba sorprendido, sus orejas se tiñeron por el
sonrojo, ¿cuándo fue la última vez que lo vio sonriendo de forma sincera?

“Para mí fue lo mismo, así que tendré que creerte…”, afirmó Jonathan, una sensación de calidez
llenó su pecho y tomó una bocanada de aire. “Dio, te amo, desde la primera vez que te vi, por más
estúpido que suene”, se rió en respuesta, rascando su barbilla.

La respiración de Dio se cortó, hace tiempo que no escuchaba semejantes palabras, era extraño,
diferente, le gustaba, podía sentir como se detuvo el tiempo, sus manos se dirigieron a su rostro
para ocultar la vergüenza, sin embargo, Jonathan las tomó entre las suyas, con una mirada de
preocupación, con el ceño fruncido.

“¿Qué te pasó en los nudillos?”, preguntó, estaban maltratados, con sangre fresca.

“Son una prueba”, dijo, llevando su dedo pulgar a la mejilla de Jonathan, acariciándolo.

“¿Huh?”, ladeó la cabeza, cerrando los ojos ante el contacto.

“Una prueba de que el Dio que te hizo daño dejó de existir”, terminó de decir, deslizando su pulgar
hasta el labio de Jonathan. Anhelaba besarlo. “No tienes que perdonarme, no lo merezco, no aún,
no hasta que me haya redimido, así que no lo digas”, explicó, su mirada estaba fija ante lo que
deseaba.

Jonathan se quedó sin palabras, atontado, era increíble, Dio estaba siendo amable con él, un hecho
que parecía imposible, improbable, su mente estaba en blanco.

“S-Si todo eso es cierto, ¿puedes responder una pregunta?”, habló Jonathan, posando su mano
sobre la mano libre de Dio.
“Bueno, ¿por qué no?”, dijo, alzando sus hombros.

“¿Realmente... soy importante para ti?”, Jonathan lo miró a los ojos, expectante, su mano
temblaba, el cuerpo de Dio se tensó, porque aquella pregunta era la misma de aquella vez, la razón
por la que la vida de Jonathan casi se esfumaba.

“Más de lo que me gustaría admitir…”, contestó, frunciendo las cejas tras un suspiro. Eso era lo
que debió responder aquella vez, que idiota fue.

“Eres pésimo para expresar tus sentimientos”, dijo Jonathan en una risa, acercando su rostro al de
Dio. Las palabras del rubio fueron suficientes, estaba convencido, aunque aún dudaba debido a su
inseguridad.

“Já, tú eres pésimo para entenderlos”, rió Dio en respuesta, haciendo una mueca que denotaba
superioridad.

“No es así, te enseñaré cómo se hace”, negó con la cabeza, sonriendo. “Acércate”, pidió Jonathan,
estaba a pocos centímetros del rubio.

Dio frunció el ceño pero decidió acercarse, detestaba que le dieran órdenes, por eso, cuando sus
labios se tocaron, para formar un beso, introdujo su lengua y comenzó a divertirse con las
reacciones de Jonathan, cuyo cuerpo se tensó de inmediato, sus ojos estaban cerrados con fuerza,
con una mano sujetando la camisa contraria, un travieso jadeo se le escapó, su sonrojo se hizo más
notable.

Dio se separó con lentitud para observar el resultado y tuvo que desviar la mirada con rapidez,
mordiendo su labio inferior, su pecho cosquilleó, joder, Jonathan se veía malditamente hermoso, de
esa manera, fuera de sí, con la ropa y el cabello mojados, las mejillas rojas y los labios
entreabiertos, incitándolo a continuar.

“Maldita sea, Jonathan, deja de seducirme así”, dijo Dio, levantándose de la arena.

“Debería decirte lo mismo”, apenas pudo responder, estaba avergonzado a más no poder, también
algo confundido, porque no sabía que así de bien se sentía besar.

“Volvamos, a casa”, mencionó Dio, con una mirada enternecedora, sonriendo con timidez,
extendiendo su mano a Jonathan para que pudiera levantarse, este correspondió, sin dudar.

Ambos caminaron a su hogar, tomados de las manos, a veces perdiéndose en sus miradas, como si
nada más en el mundo importara, tan solo ellos dos. Jonathan sonrió, ese hecho también hizo
sonreír a Dio, porque eso era lo que más amaba de él.

“Por cierto”, habló Jonathan, tenso, con la mirada fija en el atardecer frente a ellos. No quería verlo
a la cara tras lo que estaba por decir. “¿Quién era la mujer con la que estabas besándote?”, contuvo
la respiración por un momento, recordar eso aún era doloroso.

Dio suspiró, afianzado el agarre en la mano de Jonathan, porque de algún modo, le transmitía
seguridad.

“Ni siquiera sé quién es”, explicó él, rascando su nuca con la mano libre. “Estaba confundido,
pensé que si salía con alguna mujer mis extraños sentimientos por ti desaparecerían, pero luego de
besarla me di cuenta de que era inútil”, concluyó.

Odiaba tener que admitir todo aquello, pero no quería que Jonathan se alejara de su lado de nuevo.
Los hombros de Jonathan se relajaron, su respiración se calmó, su vista se volvió a Dio por unos
segundos para corroborar la veracidad de sus palabras, y su suave y tímida mirada se lo daban a
entender.

Mientras caminaban, llegaron a un lugar que marcó a Jonathan profundamente, aquel donde perdió
a sus amigos, donde lo golpearon, lo insultaron, donde todo inició. Detuvo su caminar, cabizbajo,
con las cejas fruncidas.

“Dio, ¿crees que soy… asqueroso? ¿Está bien que yo te ame?”, cuestionó Jonathan sintiendo su
garganta seca. Sus inseguridades estaban regresando otra vez.

Dio dejó de caminar, soltando la mano de Jonathan, chasqueó su lengua, mirando hacia el suelo,
todo esto era su culpa, después de todo.

“Jonathan, solo me pareces asqueroso cuando comes, nada más, y está bien que me ames, prefiero
eso a que me odies, la verdad”, explicó Dio, volviendo a tomar la mano del otro, mirándolo fijo.

El pecho de Jonathan se sintió ligero, la comisura de sus labios se elevó en una sonrisa, exhaló,
dejando ir algunos de los sentimientos negativos que siempre quiso que desaparecieran. No fue
fácil, nunca lo sería, olvidar, perdonar de a poco, cambiar, amar a otros, y a sí mismo. Para Dio era
igual, sus pecados no iban a ser expiados así de fácil, solo el tiempo sería la cura ideal para los dos.

Siguieron su camino, hasta que al fin llegaron a la mansión. Los sirvientes los interrogaban,
preocupados, unas cuantas palabras sirvieron para calmarlos. En el pasillo, ambos vieron en una
mesita, aquella rosa azul, dentro de una maceta, viva, y sonrieron.

Dio acompañó a Jonathan a su habitación y justo cuando lo dejó en la cama y se cercioró de que
estaba bien, se volteó para salir.

“Dio”, dijo Jonathan para llamar su atención, este se volteó. “No te vayas”, rogó, sus manos
temblaron. No quería volver a sentir los estragos de la soledad, temía que todo fuese un sueño, una
mentira, por lo que pensó en aferrarse a él.

“Si me quedo aquí podría llegar más lejos contigo”, explicó cruzado de brazos, con las cejas
fruncidas, mirando hacia otro lado por la pena. Tan solo estaba bromeando.

Jonathan sintió un cosquilleo en su estómago, el sonrojo en sus orejas. Era demasiado pronto, pero,
¿por cuántos años deseó algo así? Era el momento, la oportunidad, sería estúpido de su parte no
aprovecharlo.

“¿Desde cuándo esperas mi aceptación para hacer algo?, preguntó Jonathan en voz baja, ocultando
el rostro en sus rodillas por la pena.

Los ojos de Dio se abrieron, sus latidos se volvieron un desastre, mordió su labio ante el
pensamiento de poder hacer lo que quisiera con Jonathan.

Dio cerró la puerta tras de sí, se deshizo de su corbata y la tiró en algún lado, mientras caminaba
con una mirada seductora, acercándose cada vez más a Jonathan, quien tragó saliva porque sabía lo
que estaba por ocurrir. Dio apoyó una mano en la cama para subirse, luego, comenzó a
desabotonar su camisa y la dejó caer hacia atrás.

“Oh, mierda...”, mencionó Jonathan, mordiendo su labio, sintiendo el calor en su rostro por el
bochorno.

Dio arqueó una ceja y rió, Jonathan tuvo que desviar la mirada porque juraba que estaba por
volverse loco.

“¿Desde cuándo dices esas palabrotas, Jonathan?”, preguntó Dio, con su rostro cerca del otro.

“Desde que te subiste a mi cama, semidesnudo, mojado, con el pelo alborotado”, contestó Jonathan
tras un suspiro, volviendo su mirada hacia los ojos dorados de Dio, sus labios se acercaron a los
contrarios de manera inconsciente.

El beso fue uno pequeño, corto, pero fue lo que dio comienzo a más, porque se fue volviendo más
largo, más apasionado, deseoso. La lujuria los estaba consumiendo, la excitación los estaba
cegando.

Dio le quitó la camisa a Jonathan, sin detener los besos, mientras, Jonathan le acariciaba el cabello
con sus manos. Se separaron por un momento, Dio se deshizo de los pantalones de Jonathan y lo
observó por un momento, maldita sea , estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba, ¿cómo
diablos hacía ese idiota para lucir tan hermoso y atractivo? De lo que se había perdido todo este
tiempo, que idiota fue.

“¿Estás seguro de esto? Soy un chico, no soy atractivo y soy tú hermano, por si lo olvidaste”,
mencionó Jonathan, cubriendo su erección con una mano, con la mirada perdida. La consciencia lo
estaba atacando de nuevo.

“No seas idiota, nunca te consideré mi hermano, tampoco me importa si eres un hombre, solo que
seas tú, además, ¿crees que haría esto si no te considerara atractivo? Mejor cierra la puta boca,
Jojo”, explicó Dio en un tono serio, frunciendo el ceño. Ciertamente, la bondad nunca fue su fuerte.

Sus palabras eran bruscas y torpes, pero sus acciones demostraban lo contrario, pues una de sus
manos acariciaba la mejilla contraria, temblaba, estaba nervioso y asustado, temía hacerle daño de
nuevo.

Jonathan rió ante tal respuesta, digna de alguien como Dio.

“Realmente no sabes expresarte”, dijo, llevando su mano a la que Dio tenía en su mejilla,
mirándolo a los ojos.

“¿Qué?, ¿Acaso volverás a enseñarme cómo se hace?”, Dio ladeó una sonrisa, pegando su nariz a
la de Jonathan, relamiendo sus labios.

“P-Por su puesto” dijo en respuesta, para luego unir sus labios con los de Dio.

El beso se iba haciendo más profundo, efusivo, desesperado, Dio empujó a Jonathan hacia abajo
con una mano para recostarlo, mientras que con la otra bajaba el cierre de su pantalón. Dio enredó
sus dedos en los mechones de Jonathan para profundizar el beso, Jonathan deslizó su mano por la
gran espalda de Dio, sus cuerpos se acercaron, tanto, que sus erecciones se frotaban entre sí.

Los dos estaban embriagados por el aroma del otro, Dio quería probarlo todo, besó la barbilla de
Jonathan, luego bajó hasta el cuello, deslizó su lengua, Jonathan jadeo, su cuerpo tembló, para que
luego Dio continuara, mordió la marca en forma de estrella en la parte posterior de su hombro, un
gemido se escapó de los labios de Jonathan. Las mejillas de Dio ardieron, su excitación se disparó,
para después dejar un camino de besos desde la clavícula hasta el abdomen de Jonathan, quien
frunció sus labios para contener los indeseados sonidos que luchaban por salir.

Dio se deshizo de los calzoncillos de Jonathan, quien de inmediato, por el bochorno, se cubrió con
una mano, mientras la otra ocultaba su rostro sonrojado. Dio levantó una de las piernas del otro y
frotó su nariz por la parte interna de los muslos, deslizó su lengua hacia arriba y clavó sus dientes
en una mordida.

“¡Ngh!”, gimió Jonathan, ahora más avergonzado que antes, todo su cuerpo temblaba, su erección
palpitaba, mordió su labio inferior para ahogar su voz.

Dio sujetó la mano que Jonathan usó para cubrirse, con el fin de plantarle un pequeño beso, luego
tomó el pene de Jonathan con una mano y empezó a masturbarlo, volviendo a apoderarse de sus
labios, pellizcando uno de los pezones con su mano libre. La espalda de Jonathan se arqueó, sus
caderas se movían, unos cuantos gemidos se escapaban, otros eran apaciguados por los besos de
Dio.

Jonathan no quería quedarse atrás, por lo que sujetó las caderas de Dio para pegarlo más a su
cuerpo, envolviendo su mano en el pene del otro, imitando sus movimientos. Dio jadeó, llevando
dos dedos a los labios de Jonathan, enamorado de su voz, de sus expresiones, de su cuerpo, de todo.

“Lamelos”, ordenó el rubio, manteniendo su mirada fija en él, queriendo observar cada detalle, sin
perderse nada.

Jonathan no sabía por qué Dio le pidió hacer eso, pero decidió hacerle caso ya que parecía tener
más conocimientos que él, por eso separó sus labios, dándole paso a los dedos de Dio para invadir
su cavidad bucal. Los lamió con lentitud, con una mirada provocadora, Dio hizo un chasquido,
frunció el ceño al sentir su erección haciéndose más y más grande.

Dio llevó sus dedos mojados a la entrada del contrario, tanteando con su dedo medio. Jonathan
suspiró, un tanto frustrado.

“Relájate un poco, estás muy tenso”, dijo Dio con la respiración entrecortada, dándole un beso en
los labios, luego en el cuello, por último en el pecho. Pudo escuchar los latidos contrarios, que
estaban igual de desordenados que los suyos.

Jonathan asintió, apretando los dientes al sentir un dedo entrando en él, con un quejido, con los
ojos cerrados. El vaivén comenzó, lento, Jonathan jadeó un poco, Dio no estaba satisfecho del
todo, faltaba algo, introdujo otro, presionando hacia arriba.

“¡¿AH?!”, gimió Jonathan, echó su cabeza hacia atrás, su respiración se hizo inestable. Estaba más
duro, excitado, y era confuso, porque dolía un poco.

Dio rió entre dientes, supo que era lo que hacía falta, lo que los iba a hacer enloquecer a los dos,
por eso metió el tercer dedo, con brusquedad, aumentando la velocidad, Jonathan volvió a quejarse,
sus caderas se elevaron, su mente se puso en blanco. Dio sacó los dedos, Jonathan lo miró a los
ojos, sujetándolo por la muñeca.

“¿P-Por qué te detuviste?”, preguntó, jadeando. Tenía miedo de haber decepcionado a Dio lo
suficiente para que se alejara.

“No puedo más, déjame meterlo”, dijo Dio, echando sus cabellos hacia atrás, besando a Jonathan y
luego se separó.

“¿Huh?”, ladeó la cabeza, sin comprender a qué se refería el contrario.

“Maldición, cierra la boca. No sé si eres demasiado inocente o demasiado tonto”, replicó con las
cejas fruncidas, presionando su pene contra la entrada del otro.

Las mejillas de Jonathan se encendieron cuando al fin entendió lo que iba a suceder. Sus labios y
cejas se fruncieron al sentir la punta entrando en él, contuvo un gemido, Dio jadeó tras una sonrisa
y lo metió profundo, sin piedad, Jonathan abrió los ojos, gimiendo con fuerza, con los ojos llenos
de lágrimas, su cuerpo se tensó, estremeciéndose.

“D-Duele”, se quejó Jonathan, mordiendo su labio, mientras las lágrimas se deslizaban.

“¿Quieres que pare?”, preguntó Dio en un tono bajo, mirándolo con preocupación. Tal vez se había
pasado.

“Agh, no”, negó con la cabeza, desviando la mirada, avergonzado. “Me gusta, no te detengas”. Tal
vez sí era un masoquista.

“¿Estás seguro?”, cuestionó, acariciando la mejilla de Jonathan con sus dedos.

Jonathan asintió, atrayendo a Dio hacia él para besarlo con deseo, intentó mover sus caderas por
culpa de la lujuria, pero el temblor se lo dificultaba.

Dio juntó sus cuerpos y empezó a penetrarlo, al principio iba lento, luego rápido, desesperado,
profundo. Jonathan clavó las uñas en la espalda del rubio, sus gemidos se intensificaron cuando
Dio volvió a masturbar su pene, con bastante destreza. Dio volvió a tocar ese punto que volvía loco
a Jonathan. El calor iba creciendo.

Los dos dejaron de pensar con lucidez, solo se escuchaban los ruidosos gemidos y jadeos, el
golpeteo de la pelvis de Dio contra las nalgas de Jonathan, el crujido de la cama. Las gotas de
sudor se mezclaban, ambos estaban sonrojados, perdidos, demasiado excitados. Estaba tan cerca el
uno del otro que podían sentir los fuertes latidos del otro con facilidad, la calidez, los sentimientos,
el amor.

“¡Dio, a-ah, te amo!”, dijo Jonathan entre los obscenos gemidos, sus ojos azules se reflejaban en
los dorados, en aquellos que brillaban más que nunca. Siempre quiso que esos ojos estuvieran
sobre él y nadie más.

Dio ocultó su rostro avergonzado en el cuello de Jonathan, sintiendo la felicidad apoderándose de


su pecho, sonrió, sus ojos se cerraron.

“Yo también te amo, Jonathan”, Dio susurró, con la voz trémula, con los labios tensos,
avergonzado.

Debido a eso, Dio jadeó tras sentir como Jonathan se hizo más apretado alrededor de su pene,
gruñó, mordiendo el cuello de su pareja, quien gimió en respuesta, echando su cabeza hacia atrás, y
ambos se vinieron. Dio detuvo sus movimientos poco a poco y cayó rendido al lado de Jonathan.
Estaba tan agotado, estaban, los dos, por todo lo que había sucedido ese día, más bien, en sus
vidas.

Jadearon, sin dejar de mirarse a los ojos, Jonathan se acercó para besar a Dio, se abrazaron, porque
no querían volver a estar solos, porque no lo estarían nunca más, se tenían mutuamente, se
aceptaban más de lo que otros pudieron hacerlo. Así continuaron hasta que les ganó el sueño.

Todo empezó porque Jonathan quería un hermano, un amigo, y aunque se odiaron por un tiempo,
al final, terminaron siendo algo más.

El sueño de Jonathan se cumplió, había más confianza entre ellos, quizás esta era la libertad que
tanto anheló, porque ahora, se amaban, y así sería por siempre, incluso después de la muerte,
incluso en ese universo y en todos los demás.

Así, aquel día, el Jonathan y el Dio del pasado murieron, para convertirse poco a poco, en la mejor
versión de ellos, todo para alcanzar la felicidad y el amor que nunca tuvieron pero que siempre
quisieron.

Fin.

End Notes

Si conocen a alguien que está pasando por un mal momento, o ustedes son ese alguien,
busquen ayuda, el suicidio muchas veces parece tentador, lo entiendo, pero créanme, no lo
es. Si no tienen ayuda estoy aquí para quien quiera.

Sigan leyendo la nota, por favor, y muchas gracias por leer este fanfic. Me esforcé más que
nunca, tanto que me tomó medio mes terminar esta cosa tan larga, ¿lo peor? También tengo
que traducirlo al inglés. Ayuda, esto no es un meme.

Mi twitter: https://twitter.com/ShiroAtMoon

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