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e c t u ra r a , r d u ra.

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a l a le cimient on alma
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El uerta d del esc
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expe y l ee gaña, ñana.
l e e , lee ie te en en la ma
eso ad a
Por rás que n sol salg
y ve uando el
ni c
Con este pensamiento va dedicado el tesoro de mi vida, con todo el
cariño del mundo para mis amiguitos:
Xtabay y Tonatiuh
De corazón les agradezco por su amistad sin que las distancias nos
separen.
¡Gracias mil!!!
Atte.:

Efraín Muyurico Alaka. (Efmail)


Sucre - Bolivia, 26_/ 03_/ 2020
EFRAÍN MUYURICO ALAKA

SUEÑOS
Y
ESPERANZAS
CUENTOS

SENTIMIENTO, PUREZA Y TERNURA


EN LA MIRADA DE UN NIÑO,
EN LA SONRISA DE UNA NIÑA
Primera edición, noviembre de 2013
Segunda edición, febrero de 2020

© Taller gráfico Ediselta,


Dirección: Localidad de Pandoja, a tres kilómetros al norte de la
ciudad de Quillacollo
Telf - Cel.: 67440111
E - Mail: ediselta@gmail.com
Página Web: http://www.ediselta.blogspot.com

Autor: Efraín Muyurico Alaka


Telf - Cel.: 67440111
E - Mail: efrain_pandoja@yahoo.es

Depósito Legal: 2-1-2628-13


ISBN: 978-1977-07813-1

Queda prohibida, bajo las sanciones previstas por las leyes, sin autorización
escrita del titular del Copyright, la reproducción total o parcial de esta
obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el
tratamiento informático.

Diseño tapa: Efraín Muyurico Alaka TGE


Diagramación: Efraín Muyurico Alaka TGE
Imágenes: Alina Caballero Vargas

Impreso en talleres gráficos “EDISELTA”,

Quillacollo - Cochabamba - Bolivia


5

Dedicatoria:
A todos los niños huérfanos del mundo.
A todos los niños de la calle.
A todos los niños trabajadores de
Latinoamérica.
A todos los niños cuyos padres los maltratan.
A todos los niños que sueñan con corazón de
adulto.
7

Agradecimientos:
A Dios, por haberme regalado este talento
maravilloso en su infinita misericordia;
A mi familia, en especial a mi madre, por su
constancia en la lucha para sacar adelante a sus
hijos.
A todos mis amigos, aquellos que creyeron
en mi arte de escribir y me fortalecieron con sus
palabras para que pueda seguir en este camino.
Estimados amigos, querida mamita ¡Muchas,
muchísimas gracias, juntos seguiremos luchando
y forjando horizontes para seguir construyendo
un mejor mañana!
9
ÍNDICE
Título Pág.

Presentación................................................................... 11
Comentario.................................................................... 13
Cuentos de Sueños y Esperanzas............................... 15
1.- Pastorcito con mirada diferente................................ 17
2.- El rapto inesperado..................................................... 23
3.- En áridas pampas de mi horizonte.......................... 35
4.- La comida envenenada............................................... 45
5.- Dos niños frente a la lluvia........................................ 51
6.- Tres refrescos de cola.................................................. 61
7.- Con el don de pescar.................................................. 71
8.- Un regalo en la noche de tempestad........................ 79
9.- Entre lamentos............................................................ 87
10.- El observador a orillas del río................................ 93
11.- En la orfandad........................................................... 101
12.- El mensajero............................................................. 119
13.- Las travesuras de José............................................ 129
14.- Como las palomas en libertad.............................. 137
15.- El sufrimiento hasta de las piedras...................... 143
16.- ¿Caldo de pollo?..................................................... 149
17.- Los milagros de Jhufay.......................................... 155
17.- Sueños y esperanzas.............................................. 169
11

PRESENTACIÓN

¿Qué niño no tiene el sueño con corazón de adulto? ¿Qué


pequeño no aspira grandes cosas incluso las inalcanzables con
corazón de grande? ¿Y qué grande no suspira como un peque-
ño alguna vez? Todo ser humano desde que llega a este mundo
viene cargado de sueños e ilusiones, esperanzas de ser o hacer
grandes cosas para el bien de la sociedad. Así como todo niño
actúa con corazón de adulto, así también todo adulto tiene un
niño interior en sí, aquello que le hace ser sensible ante situacio-
nes muchas veces divergentes en una sociedad que busca mejores
días para nuestros niños.
Aunque muchos den sus opiniones o críticas divergentes,
con respecto al contenido en este libro, o la manera en que está
escrito, allá ellos con sus tonterías humanas; porque criticando
uno no salva al mundo y su humanidad de las adversidades por
las que está pasando. En este preciso momento se me viene a
la mente un consejo, que es más fuerte que una opinión o una
crítica, en la cual se me dijo: “Querido amigo, si escuchas las opi-
niones o críticas de los demás y, les haces caso, acabarás peor que
aquel burro, de quien sus dueños al oír opiniones diferentes lo
perdieron; ¿entiendes lo que te estoy diciendo? -Cierra tus oídos
a la opinión ajena, escucha solamente la voz de tu corazón-”. Y es
a partir de ese consejo que va esta nueva obra, más bien tratando
de rescatar el sentimiento y pensamiento de un niño desde todas
sus latitudes.
Todos esos sentimientos, todas esas esperanzas y sueños se
ven plasmados en este libro que consta de dieciocho cuentos, en
su segunda edición, para ser leídos por niños y grandes, cuentos
llenos de ternura, dulzura, sueños y esperanzas.
Aunque en la realidad de nuestros días en muchísimos
casos la situación es diferente en relación a la vida de un niño.
Vemos por todas partes a niños y niñas en situaciones degra-
dantes, es lamentable ver a muchos de ellos en nuestros países
latinoamericanos, que se encuentran en las calles buscando ga-
12
narse el pan de cada día a través de centavos recogidos cuando
estos limpian los parabrisas de los automóviles, por ejemplo. Y
no decimos nada, más bien miramos con mal semblante en contra
de ellos. Y echamos la culpa a los gobiernos, como si ellos hubie-
sen engendrado, lavándonos nosotros las manos como cuando lo
hizo Poncio Pilatos al momento de entregar a Jesucristo para que
lo crucificasen en el Monte Calvario.
Muchas veces en diferentes lugares se escucha decir –“¿Qué
culpa tienen ellos de haber venido a este mundo?”-. Es cierto que
ellos no son culpables y, tampoco los gobiernos son culpables,
entonces, los únicos responsables son aquellos hombres y muje-
res que no saben asumir responsabilidades de traer hijos al mun-
do. Eso es lo que se debe erradicar, y nosotros como pensantes
debemos buscar las maneras a través de políticas diseñadas por
nosotros mismos; no siempre esperar por un gobierno o un le-
gislador que lo haga ¿Por qué pedimos mucho y damos poco?, o
más directo, todo pedimos y nada aportamos.
Esos sentimientos de sueños y esperanzas del mundo in-
fantil son los que se quieren revalorizar a través de los dieciocho
cuentos en este libro, rescatar lo que ellos anhelan e imaginan
como niños, y recoger el sufrimiento en otros casos. ¿A qué niño
se le puede escuchar que diga -yo no sueño con recuperar el mar
para Bolivia-? ¿O qué niña no dejaría de soñar con ser maestra y
no solo profesora?
Con esa reflexión dejo en sus manos este nuevo libro de
cuentos, de contexto realista para que los lectores que se entu-
siasman por personajes de la cotidianidad y que les gusta soñar
con momentos mágicos y de ternura, con cosas grandes y no
pequeñas, puedan disfrutar. Esperando que con estos cuentos se
abran puertas de esperanza, y sirva como un mensaje de princi-
pios preclaros, de simplicidad, paciencia y protección, para que
nunca dejen de seguir soñando aunque siendo pequeñitos tienen
corazones de grandes.

El autor
13

COMENTARIO

Mensajes para reflexionar profundamente, un libro


cuyo autor, imprime en cada página situaciones del diario
vivir en diferentes regiones del país, siempre en acuerdo con
la naturaleza donde se entrelazan seres vivos con el entorno
natural y los fenómenos que ocurren por efecto del clima y
la intervención no siempre positiva del hombre adulto.
Expone la posición desventajosa del niño frente al pe-
ligro de toda índole: su propia debilidad causada por aban-
dono, rapto, abuso, hambre y la gran indiferencia de la so-
ciedad que lo rechaza y condena a una existencia a veces
delictuosa o a una muerte trágica.
Expone también la natural inquietud, la curiosidad, las
fantasías y travesuras infantiles, que aun en las situaciones
más conflictivas logran iluminar sus caritas, con una ange-
lical sonrisa.
¡Éxito Efraín!

Beatriz Bascopé Aragón


Escritora
15

CUENTOS DE SUEÑOS Y ESPERANZAS


CELSO MONTAÑO BALDERRAMA

EFRAÍN MUYURICO ALAKA, escribe cuentos con
alma el inocente, no lejos de Jesús de Nazaret: “Dejad que los
niños vengan a mí”, muy cerca del poeta Khalil Gibran Khalil:
“Ay de vosotras madres, desde el momento en que han dado a luz
a sus hijos, sus hijos ya no les pertenecen, sus hijos se pertenecen
a sí mismos”. Muy al estilo mío: A los santos hay que buscarlos
entre los perros, los gatos, los locos y los niños.
En medio de un deplorable consumismo, los seres hu-
manos somos maestros en el arte de la simulación, hipócritas y
egoístas que nos rompemos el alma por hacer polvo de nuestros
semejantes y el libro “Sueños y Esperanzas”, por suerte tiene
magia, encanto. Es generoso, fresco, tibio y bondadoso. Digá-
moslo, no existe sabio que no tenga corazón y alma de niño y
bueno fuera que los escritores seamos kindergardinos perpetuos
en constante celebración de la vida, porque en cualquier lugar
del mundo un niño se conduele de nosotros y como nosotros
seguimos rondando la infernal máquina del imperialismo del di-
nero, para llenarnos los bolsillos de dinero, olvidamos el paraíso
terrenal habita las profundidades de nuestro espíritu primigenio.
EFRAÍN MUYURICO ALAKA, alma de niño y corazón
de ángel, vive enamorado de la vida, del bien, la justicia social y
tal es su fe por el alma blanca de los niños, que me es imposible
no fabricar con él pastillas de felicidad y le creo y le sigo, porque
de su alma generosa nace la materia prima de la alegría de vivir,
el sueño de eternas primaveras y las viejas esperanzas que nos
permiten elevarnos sobre nosotros mismos. Por esto debe ser
16
que el mayor argumento de sus cuentos son los mensajes que
amplifica: “Maestra es aquella que conoce y enseña a sus alum-
nos, mientras que profesora, pueden ser todas las personas y no
enseñar nada”. Axioma que rompe todo el silencio del mundo e
ilumina toda oscuridad posible.
De lo que debemos ser los escritores, dice: “Yo no quie-
ro ser vanidoso, con mis cuentos quiero dejar enseñanzas para
el bien vivir en colectividad; yo pienso que eso es ser escritor,
recoger los sentimientos de nuestros pueblos, uno de los senti-
mientos es recuperar el mar para Bolivia. (…) Debemos fortale-
cer esas gestiones iniciadas”. Y el niño-personaje-narrador, dice:
“Tengo tres sueños: Primero, soñar con los angelitos; segundo,
publicar mi libro “Sueños y Esperanzas”; tercero, recuperar el
mar para Bolivia”. Y aquí van los sueños limpios, generosos y
frescos que recorren largos caminos de Bolivia, arrancan de Los
Yungas, cruzan por Cochabamba – Chapare, llegan a Santa Cruz,
luego retornan a nuestra ciudad y se detienen en las avenidas 6
de Agosto y la República, para terminar en la plazuela Cuadros.
Ahí están los cuentos plenos de ternura, bañados de luz,
que los lectores debemos regocijarnos con esta sabiduría tem-
prana de los niños, porque los sabios, los locos y los niños nos
dejan grandes esperanzas y si todavía es posible la virtud, sea por
boca de los niños que tienen alma de querubines.

Celso Montaño Balderrama


Es abogado y escritor
La Casa de los Escritores Bolivianos
17

Pastorcito
con mirada
diferente
18 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Caminaba aquel niño con mirada fija a donde


el sol se escondería, a quien sus padres le habían
encargado cuidar el rebaño de cien ovejas, mien-
tras ellos se fueron a la ciudad capital a realizar
algunas compras rutinarias para el hogar.
Pero este no parecía caminar con la mirada
de siempre, ojos con brillo de amor, rostro con
ternura e inocencia, sonrisa que asombra el mi-
rar de aquellos quienes tenían la suerte de apre-
ciarlo; por demás sería decir que era el más feliz
de todo el barrio, porque todos los que vivían
por esos mismos lugares, le estimaban mucho,
por su laboriosa actividad, por su bondad para
con las personas que necesitaban algo, que se
los lleve una bolsa de verduras, por ejemplo. Un
niño que apenas estaba conociendo las realidades
del mundo.
—¡Eh, niño! ¿Me ayudas con esta bolsa?
—¡Claro que sí, señora! —Y corría a ayudar.
Sueño s y E sp er anzas 19
—¡Eh, muchacho! ¿Puedes ir a la tienda y
comprar lo que está en esta lista? Te doy plata,
además de recompensa.
—Por supuesto, señor, voy con mucho gus-
to. —E iba contento por el mandado con la lista
en mano.
Pero en aquel momento, ¿por qué se le veía
con esa mirada cambiante? ¿Qué pasaba? Cami-
naba siguiendo el sendero que lo conducía cuesta
arriba detrás de la colina. Ante tal ajetreo con
desesperación, de pronto escuchó el ladrido es-
tremecedor de un perro, por lo tanto, se puso un
poco tembloroso, no era su perro al parecer, bien
se la sabía, cual sonido de aquel ladrar venía del
lado poniente.
Fue cuando más se sintió estremecido, por-
que en esos precisos momentos se hallaba solo,
queriendo encontrar a aquella pequeña ovejita
que por malaventura se le había extraviado.
Se le veía algo asustado, aquel susto que pa-
recía inundarle más desesperación en aspavien-
tos; ya cruzaba aquella colina buscando a la ove-
jita extraviada, y de tanto caminar entre apuros
y premura, se encontró en un lugar donde jamás
antes estuvo. O al menos no reconocía el lugar,
no recordaba haber estado.
El aire corría fresco, las hojas de los peque-
20 E f r aín Muyur ic o A l a k a

ños matorrales se mecían en endeble movimien-


to con esa poca fuerza del viento que se paseaba
por esos lugares. Entonces el buscador de la ove-
ja extraviada, apareció siendo uno más del ex-
travío; desde ese momento convirtiéndose en un
extraviado buscando a una extraviada. ¿Y quién
les encontraría a los dos?
Su penar se agrandaba, pero aquel perro que
antes del lado poniente ladró, volvió a hacerse
sentir, con más estremecedor ladrido; el niño al
escuchar ese sonido, se asustó todavía más, daba
vueltas queriendo encontrar un refugio, se armó
de valor a su paso encontrando una piedra con
filo.
Ya se sentía algo cansado, y el sol parecía
llegar a su escondite de siempre, ante tal situa-
ción, él se sentó debajo de un pequeño árbol que
por casualidad encontró en aquel lugar, del cual
su sombra iba desapareciendo a medida que el
sol se iba escondiendo.
¿Qué le dirían sus padres al enterarse que
una de las ovejas se hallaba perdida? Lo peor,
¿cómo retornaría a su propia casa si también se
encontraba perdido?
El sol ya se hallaba totalmente escondido y,
sus últimos rayos apenas se podían divisar, en el
firmamento del lado poniente detrás de las mon-
Sueño s y E sp er anzas 21
tañas, entonces, él se paró, dio un paso, y otro,
y otro más; y escuchó el llanto de una ovejita,
¡sí!, la misma oveja pequeña perdida, se alegró,
corrió a su encuentro, la agarró y abrazó y, en su
extrema sensibilidad, lloró de emoción.
Después de todo, se encaminó a encontrar el
camino para retornar a su hogar, cuando se dio
cuenta al mirar el horizonte, que se encontraba
¡justo detrás de su mismísima casa! Y el extraño
perro al que antes había escuchado ladrar, era
aquel que recién llegaba, comprado, o quizás re-
galado, ¿o es que habría sido encontrado en al-
guna parte del camino? Venía acompañado de
sus padres que justo en ese momento llegaban
también a casa.
La madre al ver a su hijo con los ojos lloro-
sos, en su impresión le pregunta:
—¿Qué ha pasado, hijito? ¿Por qué estás llo-
rando?
—No es nada, mamita, lloro de alegría, por-
que ustedes ya han llegado —Entonces respon-
dió el niño en su encanto con su nuevo perrito.
Y su mirada volvió a ser aquel de siempre,
un niño alegre, en sus ojitos con brillo de amor,
con su sonrisa que engalanaba el mirar de otros,
un niño sencillo, que por las mañanas iba a la es-
cuela de su comunidad, y por las tardes pasteaba
22 E f r aín Muyur ic o A l a k a

a sus ovejitas, agarrado de sus cuadernos para


hacer sus tareas. A veces en pos de su alegría,
consigo llevaba una flauta y, se ponía a tocar sen-
tado bajo la sombra de algún árbol, cuyas melo-
días que salían de aquella flauta, no era para otra,
sino el deleite de sus mismas ovejitas, que bus-
caban combinar con su llanto, en un bello canto,
que se convertía en encanto de la naturaleza.
Un niño de apenas seis años y ya era un buen
pensante, quien junto con sus padres de matices
humildes, vivía en las cumbres más altas de la
cordillera del Tunari.
23
El rapto
inesperado
“Lágrimas de un niño”
24 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Papá y mamá habían planificado ir de com-


pras, porque era un día de feria en la ciudad capi-
tal. Pero al padre se le presentó una circunstan-
cia, por cual motivo, tenía que ir urgentemente a
su trabajo.
Entonces la madre se animó ir con su peque-
ño niño solamente.
—Bien, vamos, hijito, se nos hace tarde, o
no alcanzaremos a comprar todo —La madre le
dice al niño.
—Aún no estoy listo, mamá, ¿me puedes pei-
nar? Tengo el cabello despeinado —El hijo con
una sonrisa en el rostro responde rápidamente.
—Bueno, querido esposo, ya nos vamos, te
cuidas ¿Sí? —Le da un beso de despedida a su
esposo Gumersindo.
—Cuídense mucho, querida mía y, suerte
para los dos en la feria ¡eh! —responde el marido
con una emoción reflejada en su rostro.
—Mamá, mami, ¿qué cosas compraremos en
el pueblo? —pregunta el niño cuando ya camina-
Sueño s y E sp er anzas 25
ban para tomar el primer bus que encontraran.
—Como siempre, hijo mío, las cosas que ha-
cen falta en la casa.
—¡Sabes, mamá! Yo quiero juguetes para ju-
gar, apenas tengo un autito viejo —vuelve a re-
plicar el niño muy emocionado.
—Hijo querido, si nos alcanza el dinero,
compramos juguetes ¿¡Ya!? —responde la madre
acariciando la cabeza de su hijo.
El tiempo transcurría y finalmente habían
llegado a la feria, el niño se admiraba al ver a
tantos comerciantes ofrecer sus productos. A
medida que iban comprando los productos de
primera necesidad en el hogar, la madre repenti-
namente se encuentra con una amiga de años y
por la emoción se abrazan fraternalmente.
—¡Y este niño!, ¿es tu hijo? —pregunta la
amiga.
—Así es, Gaby, este niño es mi hijito —res-
ponde la madre.
—¡Oh, que grande ya está! Y pensar que re-
cién le conozco, ¿acaso estuvimos tanto tiempo
distanciadas?
—¿Sí, verdad? Rápido crecen los niños hoy
en día pues —complementa la madre.
—Y ¿cómo se llama este niño galano?
—Se llama José, igual que su abuelo.
26 E f r aín Muyur ic o A l a k a

La conversación entre amigas se había en-


cendido, como para no poder apagarse y, en un
momento hasta se olvidan del niño, aunque éste
en su distracción parecía mirar un puesto donde
se vendían golosinas, las cuales deseaba con an-
sias aquel infante.
—Mamá, mami, quiero un dulce o una ga-
lleta ¿puedes comprármelo?
—¡Ay… hijo! Compórtate, ahorita compra-
mos los dulces o las galletas que deseas, déjame
terminar la conversación con mi amiga, por fa-
vor.
La madre seguía conversando con la amiga,
entonces el niño sin decir nada va a ver los dul-
ces de cerca.
Pero alguien había escuchado esa petición
del niño, era una mujer, quien se anima a seguir
al muchachito. La madre en primera instancia
no se da cuenta de lo que estaba pasando con su
hijo, no hasta el momento.
Entonces la señora le agarró al niño de sus
brazos y poniéndose de cuclillas le dice:
—¿Quieres dulces? Yo tengo hartos dulces
—ofrece la señora.
—Sí, quiero dulces —el niño en su emoción
responde.
—Bien, entonces sígueme, allá en mi auto
Sueño s y E sp er anzas 27
están los dulces.
El niño, sin preguntar le sigue a la señora
hasta el auto, ella abre la puerta de la cabina y le
incita al niño a subir en él, la señora sube tam-
bién, le da una pastilla estando ya ambos dentro
el auto, de inmediato el niño al degustar la pas-
tilla, es invadido por un sueño profundo y cae
rendido en el asiento, entonces, ella enciende el
auto para tranquilamente conducir como si nada
hubiese pasado en el lugar.
La madre después de tanto haber hablado
con la amiga, en pos de deseo sugiere:
—Tengo sed, ¿iremos a tomar un refresco?
Yo te invito; José… —mira a su alrededor y se da
cuenta que su hijo no se halla en el lugar.
La amiga se extraña también por la desapa-
rición misteriosa del niño.
Ambas lo buscan en el mercado y no encon-
traban rastro alguno.
Ante el suceso inesperado, la madre, entre
sollozos comienza a desesperarse acongojada.
—Mi hijo, mi hijo dónde está, ¿quién se ha
llevado a mi hijo?
—Cálmate, amiga, aparecerá tu niño, no
perdamos la esperanza.
—Mi marido me va a pegar ¡Me va a matar!
Debo encontrarlo, cueste lo que me cueste.
28 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Caminaron preguntando y describiendo al


niño, pero nadie sabía de su paradero.
También dieron parte a las autoridades per-
tinentes, especialmente a la Policía para que ayu-
dara a encontrar, pero no había resultado.
La amiga de muchos años no podía qué más
hacer también, se habían terminado todos los
medios, habían caminado; por primera vez en la
vida de ambas se estaba suscitando este hecho,
la desaparición del niño, la madre como nunca
antes en su vida lloraba desconsolada, porque
se convertía en una experiencia dolorosa, quizás
más que el dolor que cuando dio a luz a ese niño
que ahora no sabían dónde se hallaba, pero ahí
estaba aquella amiga, acompañándola en aquel
momento crítico, se había olvidado de todo y su-
fría junto a la que padecía el dolor con peso en su
alma, sentía que al perder a aquel niño, era como
perder parte de su mismo ser, como su corazón
—¿Qué haré ahora?—. Era su gran pregunta
cuando ya no podía más con aquel dolor, ya muy
tarde había despedido a su amiga, aunque ésta
no quería dejarla así en esa situación, pero era
de comprender que nada más se podía hacer, así
que, se separaron.
La madre desconsolada se sentó bajo la
sombra de un árbol, ya cuando el sol en occiden-
Sueño s y E sp er anzas 29
te estaba por entrar a su cuna, en ese momento
cuando se hallaba sentada, aparece una avecilla
con su silbido, un silbido muy extraño que llena-
ba de paz a aquella mujer, le llenó de consuelo a
su alma afligida, así que la madre ya a muy altas
horas de la noche llega a casa, sola, el marido
nota la preocupación y la no presencia del niño.
Por lo cual pregunta exaltado:
—¿Qué pasó? ¿Por qué llegas tarde? ¿Dón-
de está José?
—¡Ay…, querido mío, no sé qué decir…
¿cómo empezar? —De inmediato es invadida
otra vez por un llanto—. Nuestro hijo se ha per-
dido —dijo ella en pos de respuesta.
El padre se exalta más todavía al oír aquello
y, exclama:
—¿¡Quéee…!? ¿Qué dices? ¿Cómo que se ha
perdido? ¿Qué ha pasado? —no dijo más, lloró
también él.
No hubo pelea ni discusión sobrepasada, llo-
raron ambos, abrazados en la habitación, con la
viva esperanza de encontrar a su primogénito.
—Todo estará bien, amada mía, todo estará
bien, te lo aseguro. —Con voz dulce el marido le
hablaba a su amada en el oído.
El niño se encontraba lejos de sus padres, su
casa y, lo peor de todo es que se encontraba lejos
30 E f r aín Muyur ic o A l a k a

de su ciudad. La señora quien lo había raptado lo


tenía encerrado en un sótano oscuro, y le fue so-
breavisado que le quedaban pocas horas de vida.
Entonces, el niño lloraba sin saber qué ha-
cer, además de sentir hambre que le estremecía
cada vez con más fuerza, por lo cual se debilitaba
poco a poco.
El padre y la madre se habían quedado dor-
midos en el piso, en medio de sus lágrimas, pero a
la madre se le vino un sueño, en el que ella veía a
su niño correr y decir: “mamá ¡mamá! Aquí estoy,
ya no llores”. Entonces ella decía también: “hijo,
¡dónde estás que no te veo! ¿Por qué te escondes
y me haces llorar? Hijo… hijo…” se sobresaltó
y despertó de súbito. Notó que se hallaba junto a
su marido en el piso dormido, le hace despertar
para juntos ir hacia la cama y descansar en un
amargo ambiente nocturno, pero el padre como
en sueños replica: “mi hijo está aquí, ¿verdad?,
nuestro hijito no pudo haberse ido sin nosotros”.
El niño que también se encontraba en aquel
sótano al otro lado de la ciudad, se había que-
dado dormido en un rincón, donde soñaba que
su madre le llamaba y, él perdía la visión de su
progenitora. Después de un rato se despertó un
poco asustado, quería escapar del lugar pero no
sabía cómo emprender aquel encaminar.
Sueño s y E sp er anzas 31
Caminó de un lado a otro, en busca de una
salida, siempre de una salida, la puerta estaba ce-
rrada con seguro. No sabiendo qué más hacer,
se vuelve a sentar y, de pronto desde el fondo
de su corazón nacían canciones de esperanza, él
las cantaba con alegría, al mismo tiempo que las
lágrimas corrían por sus mejillas, pero no le im-
portaba encontrarse así e invocaba a sus padres;
entonces un viento recio se cruza por su sitio,
aquello que hace bailar sus cabellos; pero lo más
extraño es que, de repente la puerta se abre y,
él se asusta al ver esa escena, en su mente se di-
bujaron mil pensamientos, pero ve que no hay
nadie que entre por ella, entonces se acerca un
poco temeroso hacia la puerta, sale con cuidado
un poco débil y somnoliento a ver quién camina-
ba en el lugar.
Al notar que no había nadie, va corriendo
hacia la calle, después de un rato aparece solo,
muy lejos de aquella casa donde se hallaba rap-
tado, el sueño le vencía y hambre tenía. Llegó a
una pequeña plaza, se sentó debajo de un peque-
ño árbol. Ahí se quedó dormido, estremecido por
el frío.
Amaneció, los padres se habían encamina-
do a buscar al niño, lo mismo que el niño no sa-
bía cómo llegar a casa, porque no sabía dónde
32 E f r aín Muyur ic o A l a k a

se hallaba. Sin rumbo caminaba, a un sitio llegó,


donde agua encontró, entonces el niño contento
corrió, y de aquella agua bebió, para reanimar
sus fuerzas.
Ya era casi mediodía, los padres no habían
hallado rastro alguno. El niño ya muy cansado,
seguía caminando. De pronto, por atrás se oía
venir un bus, supuso que con hartos pasajeros,
porque además se escuchaba una bulla estruen-
dosa; entonces el niño se asustó al ver y trata de
esconderse, el bus se acerca más y más, hasta pa-
rar en donde se hallaba él, al verlo, le llaman por
su nombre, el muchacho se pone de pie y temero-
so se acerca al bus, entonces el chofer pregunta:
—¿A dónde vas, niño?
—Quiero ir a mi casa, señor, estoy perdido
—responde José—. Pero ¿cómo sabe mi nombre,
usted? ¿me conoce de algún lado?
—Claro, te conozco desde tu nacimiento.
—Vivo en Quillacollo, que está en el depar-
tamento de Cochabamba, pero no sé dónde estoy
ahora.
—Bien, sube entonces, nosotros estamos
yendo por Cochabamba, te llevaremos hasta Qui-
llacollo, hasta la puerta de tu casa.
El muchacho sube y los pasajeros notan una
palidez en él, por lo cual uno de ellos exclama:
Sueño s y E sp er anzas 33
—¡Ese niño tiene hambre, denle de comer!
—¡Y sed, denle de beber! —complementa
otro, desde su postura.
Le hicieron comer, le dieron de beber. En el
trayecto cantaron bellas melodías, rieron, con el
propósito de hacerle alegrar al niño.
El sol estaba ya por adentrar a su cuna; fue
un viaje largo, pero finalmente llegaron a casa
del muchachito, quien agradecido exclama:
—¡Allá es mi casa, ya llegué! ¡Ya llegué!
¡Gracias por haberme traído! ¡Muchas gracias,
señor!
Se detiene el bus, baja el niño, todos los pa-
sajeros y el chofer se despiden cordialmente, lue-
go continuaron su viaje.
El niño entra en su casa, encuentra a su ma-
dre, quien se hallaba sentada en un rincón, triste
y con lágrimas en los ojos.
—¿Mami? Ya he vuelto, ya no llores ¿¡Sí!?
—Hijo ¡hijito amado! —La madre se paró
súbito y abrazó emocionada a su hijo—. ¿Dónde
te habías ido? ¡Donde! —le preguntó.
—Eso ya no importa, mamá —El niño con
lágrimas en los ojos, lágrimas no de tristeza,
respondió.
Ambos lloraron de alegría. Más tarde el pa-
dre llegó y, al notar que su hijo había vuelto, sal-
34 E f r aín Muyur ic o A l a k a

tó de felicidad y, dio gracias a Dios por la conten-


tura que se le había sido devuelto con el retorno
del ser más querido, su hijo.
El niño les contó todo lo que había pasado
día anterior y cómo había sido traído de regreso
a casa en aquel autobús.
Por lo que, el padre pensó al ver a su hijo
sano y salvo, que eran los ángeles que le habían
cuidado. Entonces, el padre una sola cosa le dijo
a su hijo después de todo:
—Sabes, hijo, hay algo que quiero decirte
ahora.
—¿Qué es lo que ansias decirme, papito?
—En otra; “Jamás digas (quiero) a un extra-
ño, sabiendo que solo puede ser un engaño con
cual te quiere hacer mucho daño”.
—Gracias por el consejo, papá, ahora sí voy
a tener en cuenta siempre eso.
En áridas 35

pampas de mi
horizonte
36 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Un niño, sí, un niño de apenas ocho años se


sentía muy mal mientras dormía, solo daba vuel-
tas y revueltas en la cama en la madrugada de
aquel sábado; trataba de dormir un poco más por-
que aún no había amanecido por completo, pero
no podía, su cabeza le daba vueltas y su cuerpo
le pedía salir, aunque él no quería, creía que ha-
cía frío, y en un momento de desesperación se
sentó en el borde de su cama y, se puso a pensar
del porqué no podía dormir. ¿Qué le pasaba? ¿Se
estaba enfermando acaso? ¿O algún fenómeno le
estaba invadiendo? Otra vez se volvió a recostar,
pero el sueño se le había ido por completo y, su
cuerpo sólo le pedía salir, nada más que salir. A
esas horas de la madrugada ya se podían oír los
primeros cantos de los gallos y algunos trinos
efímeros de las aves que hacían escuchar bellas
melodías; él, por fin se animó salir a fueras de la
casa, en ese trajín se sorprende porque escucha
una barahúnda, parecían chiquitos que hacían
una reunión, pero no entendía por qué escucha-
ba aquello si no había nadie a vista de sus tiernos
ojitos, de todas, formas seguía caminando, bus-
cando dónde sentarse, pero el ruido seguía, en
momentos parecía venir de lejano horizonte, en
Sueño s y E sp er anzas 37
otras, de muy cerca, en cual se podía oír algara-
bías de alegría. El niño por fin consiguió dónde
sentarse, la cabeza sólo le daba vueltas querien-
do hacerle desvanecer, y no podía concentrarse
en sus pensamientos.
El niño sentado encima de una piedra co-
menzó a oír voces que le llamaban a él:
—¡Hola, amigo! ¿Cómo estás? —Dicen las
voces—. ¿Parece que no te encuentras bien, es-
tás enfermo?
El niño se para asustado y mira a su alrede-
dor, trata de encontrar a quién le hablaba, pero
no había nadie; entonces se vuelve a sentar un
poco temeroso. Al par de segundos, las voces se
vuelven a oír:
—Amigo, no te sientas mal, ¡no te asustes!
Somos nosotros, quienes queremos conversar
contigo.
—¿Quién es, quién está ahí? ¡Por favor no
me asustes!
El niño otra vez mira a su alrededor y ve que
no había nadie, entonces una maraña de pensa-
mientos y confusiones invaden su mente y, creía
que él se volvía loco; por distracción, comienza
a buscar piedrecillas para arrojar y distraerse y,
tratar de olvidar todo, pero, como no encontró
muchas, arrancó pastos húmedos, al segundo se
38 E f r aín Muyur ic o A l a k a

oyó una voz que con lamento decía:


—¡Ayyy... eso me duele!
El niño no sabía qué hacer, porque las voces
que oía perturbaban su frágil memoria. Volvió a
arrancar otro pasto y, la voz se oyó otra vez con
el mismo lamento y reclamo insistente.
Entonces el niño al fin se pudo dar cuenta,
que eran los pastos quienes le hablaban, ante tal
situación no dijo ni una palabra más, se había
quedado estático por la impresión. Cuando justo
la aurora comenzaba a saludar el nuevo día que
estaba a punto de comenzar, y el aire fresco de
aquella mañana era adornado por un hermoso
manto de rocíos, cuales parecían perlas finas des-
parramadas en sus áridas pampas.
El trinar de las aves consuelo daban a las
tristes pampas, ellas quienes se paseaban en su
áspera llanura, buscando su alimento del día,
como solía pasar siempre todas las mañanas. El
amanecer cada vez se hacía más claro y, junto
con la aurora aquel rocío desaparecía,  los prime-
ros rayos del sol se podían ver detrás de las mon-
tañas, hasta que sale el sol; y la mañana se hacía
calurosa, según el avanzar del sol que cada vez
parecía estar en lo más alto del firmamento; a
medida que avanzaba, hacía más calor y, el rocío
que cubría como con manto blanco y cristalino,
Sueño s y E sp er anzas 39
se desapareció por completo, sin dejar rastro al-
guno; y las aves que se paseaban en todo el área,
veían con mucha tristeza la desaparición miste-
riosa.
Con mucho pesar, los pálidos pastizales que
cubrían los llanos, también se marchitaban enco-
giéndose en sí mismos, porque los rayos les que-
maban sin piedad.
—¡Piedad, por favor piedad!, ya hemos su-
frido bastante, por favor ya no nos quemes más
—imploraban ellos una y otra vez.
En un momento oportuno, aparece por ahí
un grupo de palomas y, descienden a las ramas
de uno de los árboles. Se conocía de una de ellas,
quien parecía interesarse con profunda tristeza
en su corazón y se anima a descender hasta la
llanura, y al llegar al suelo nace una comunica-
ción entre el ave y el seco pastizal; parecía que el
sentir de ambos seres se uniera en aquel momen-
to y, la comunicación se convertía en algo muy
agobiante para el único oyente.
Sorprendentemente los tiernos ojitos de la
hermosa palomita blanca, por primera vez había
visto el atroz sufrimiento de los pastizales que se
secaban cada vez más y más.
—¡Ayyy...! amigo, ¿Por qué sufres tanto?
¿Por qué ese amargo llanto? ¿Qué hiciste mal
40 E f r aín Muyur ic o A l a k a

para este desencanto? —Pregunta el ave con


enorme pesadumbre.
—¿Es que acaso no ves que estoy sufriendo
quemado por aquel astro malo? El sol me que-
ma, quiero un poco de agua, tengo sed y por eso
me estoy muriendo —responde el pastizal.
—¡Oh...! ¡Mira, tan árido está tu horizonte!
¿Cómo puedo ayudarte?
—Solo quiero refrescar mi sed con un poco
de agua, pues ya hace mucho tiempo que no bebo
de ella.
—Aguanta, amigo, un poco más, aguanta, ya
muy pronto llegará la lluvia —voz de consuelo
daba el ave con lágrimas silenciosas que brota-
ban desde lo profundo de su ser y se podían ver
en sus ojitos brillosos, lágrimas amargas que co-
rrían a besar el suelo árido.
El diálogo cada vez se hacía más triste y me-
lancólico. El sol aún con más fuerza resplandecía
en aquella hora, y la paloma se había animado a
sobrevolar todo el llano, todo el horizonte pálido,
de donde se oían clamorosos ruegos por agua,
solo por ese líquido elemental para regresar a la
vida. El ave no sabiendo qué hacer, se quebranta
con más fuerza, tratando de alcanzar a la poten-
cia del sol en su efímero vuelo, y regresa al árbol
de donde había descendido.
Sueño s y E sp er anzas 41
—¿Por qué lloras, qué ha pasado para que
estés así? —pregunta uno de los compañeros de
la bandada al ave que había regresado del vuelo.
—¿¡Acaso no ven el sufrimiento de aquellos
seres que imploran ayuda!?, ellos quieren refres-
car su sed, ¡pero no hay agua!
—¿A cuáles seres? No vemos a nadie.
—Ellos —señala abajo a los pastos secos—.
Ellos lloran por el castigo inmerecido del sol que
con su calor les quema sin piedad.
Toda la bandada de palomas al fin se había
dado cuenta de la realidad funesta y no podía ha-
cer otra cosa más que entrar en clamor al Supre-
mo Creador por piedad para los que sufrían lo
injusto.
El niño quien se había quedado ensimisma-
do por la sorprendente comunicación de los pas-
tizales, oyó toda la conversación de ellos con las
aves, y el imploro de los pastos secos, o sea que él
podía comunicarse con todos los seres de su na-
turaleza, su mente se había intuido en los demás
y, es por eso que podía conversar fácilmente con
cualquier ser, por lo cual comenzó a dar gritos
clamorosos y desesperados dirigiendo su mirada
al firmamento. Se puso de pie y continuó gritan-
do: —¡Nooo..., no puede ser!
Y las palomas que se hallaban en uno de los
42 E f r aín Muyur ic o A l a k a

árboles, se intimidaron no sabiendo qué más ha-


cer, toda la bandada suelta el vuelo para otros
lugares, huyendo de la realidad de aquellos pas-
tizales que sufrían una de las peores catástrofes.
Pero aquel niño a quien parecía dominarle
algún espíritu, seguía gritando en pos de medi-
tación nativa y, el tono de su voz se volvía afóni-
co; es cuando de repente viene un viento recio,
al punto que el niño cae de rodillas  al suelo y
extiende sus brazos al cielo, grita implorando
piedad cada vez con más fuerza.
El viento se hace intenso y las nubes en los
cielos comienzan a cubrir todo, al extremo de es-
cucharse ruidos tenebrosos de truenos, a la par
que el niño seguía gritando, cuando de repente
comienza a sentir dolores en todo su cuerpo, es-
tando así, aún con más fuerza hace que su voz se
haga eco en la lejanía, y las nubes tenebrosas co-
mienzan a soltar gotas de agua fría, se oyen true-
nos muy fuertes; al rato cae una intensa lluvia,
pero el niño no se movía de su lugar, solo gemía
porque algo extraño le sucedía.
Junto con la  lluvia caían potentes rayos por
diferentes lugares y comenzaba a verse corrien-
tes de agua por todos lados.
De pronto cae un rayo con un sonido muy
fuerte, encima del niño que daba gritos en cla-
Sueño s y E sp er anzas 43
mor y, él en par de segundos es convertido en
un pequeño árbol, desconocido; el niño había
desaparecido misteriosamente y en su lugar se
apreciaba a un hermoso arbolito, sólo eso. Fue
algo sobrenatural que acababa de ocurrir aquella
mañana, además de llover todo el día para por fin
refrescar a los pastos que eran quemados todos
los días por el astro Sol.
¿Será que esos síntomas que sentía en la ma-
drugada le estaban anunciando su transforma-
ción en otro ser?
Pasaron los tiempos y, aquel árbol crecía y
crecía, hasta un día hacerse fuerte, tener semillas,
y con la ayuda del viento suave, hacer que esas
semillas caigan en distintos lugares a la redon-
da, para que de ellas nacieran nuevos arbolitos,
que con el tiempo también se hicieron grandes,
convirtiéndolo aquel lugar en una floresta mila-
grosa, porque a todo su alrededor que él cubría,
florecía, lo más milagroso es que de él brotaban
gotas de aguas prodigiosas para regar a todo su
horizonte y no faltaba para los pastizales hasta
lejanías de aquel lugar.
Y lo más misterioso todavía, fue que cada
persona enferma que se acercaba o pasaba cerca
de ahí, se sanaba, aunque no entendían de dónde
venía el milagro repentino en sus vidas. Porque
44 E f r aín Muyur ic o A l a k a

también se les devolvía la alegría a los entriste-


cidos, y el amor puro a los que guardaban rencor
u odio.
Un día fue un niño, después fue un árbol mi-
lagroso, cuyo niño nunca se supo el paradero de
sus padres.
Un día, un hombre se acercó al lugar en pro
de encontrar un milagro, en su mano izquierda,
llevaba una hermosa rosa y, éste al llegar, conver-
só con uno de los arbolitos, quien le aconsejaba:
—Si encuentras a tu paso una hoja verde o
una flor caída, levántala con amor, y cuando está
seca también, luego llévala a tu libro para con-
servarla porque cuando lo hagas será como si es-
tuvieses salvando la vida de tu amigo.
Y ese árbol del cual encontraste su hoja en
el suelo o esa flor, sabrá recompensarte de la me-
jor manera posible; si hoy eres hombre, mañana
puedes llegar a convertirte en una hermosa rosa
o un árbol  gigante en el bosque,  o simplemente
en uno de esos animalitos que corretean en los
campos.
Por eso, interésate en los sentimientos de
los seres vivos de tu naturaleza y, ellos desearán
felicidad para tu vida —le dijo.
Y aquel hombre también como muchos otros
se sanó.
45

La
comida
envenenada
46 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Un atardecer, mamá llegó de la ciudad como


era habitual todas las tardes, y cada vez que lle-
gaba se sentía cansada, sus palabras eran nefas-
tas cada vez que hablaba, tal vez porque discutía
con los clientes en el mercado o quién sabe.
—Hola, mamá, ¿cómo te fue hoy con el ne-
gocio en la ciudad? —pregunta su hija aquella
tarde cuando la ve llegar.
—Como siempre pues, hija, estoy cansada
¿Qué estás haciendo? —responde con otra pre-
gunta la madre agitada al momento de descargar
de entre sus espaldas el bulto que traía.
La única hija que tenía, en ese momento
se preparaba para cocinar la cena. Y de pronto
mamá comienza a hablar palabras que no tenían
fundamento alguno de, ¿por qué esto? ¿O este
otro? o ¿por qué no han hecho esto?
La hija al no poder soportar más los cons-
tantes agravios, responde con ira en sus palabras:
—Ah sí, ¿y por qué no haces tú que pareces
tener suficiente tiempo?
La discusión entre madre e hija cada vez se
Sueño s y E sp er anzas 47
hacía más nefasta. Pasado un rato todo había re-
gresado a la tranquilidad, la hija acababa de co-
cinar arroz graneado lo más rápido que pudo,
ya solo le faltaba freír algunos huevos, para ello,
cogió una sartén, vierte el aceite en ella y luego
pone en el fuego. Pero de repente la madre entra
a la cocina con prepotencia y empieza a tirar las
cosas que hallaba a su paso sin sentido alguno,
en un momento oportuno comienza a destapar
las ollas y sartenes que se hallaban en el lugar;
en una de las sartenes encuentra aceite quemado
que ya había sido utilizado en la mañana, al ver,
pregunta:
—¿Y este aceite? ¿Qué hace aquí? Habiendo
esto estás utilizando otro ¿no es cierto? A uste-
des les gusta desperdiciar las cosas —comienza
a dar voces nefastas y hablar con furia—. No sa-
ben medirse nada, porquerías.
—Ayyy… mamá, este aceite está quemado,
ya no sirve —la hija se defiende.
Otra vez se había iniciado la discusión, no le
dejaba freír los huevos a la hija.
Entonces se enojó, refunfuñó y salió dejando
lo que hacía; la madre al ver el enojo comienza a
golpearla y jalonearle de su brazo. Por desgracia
con los movimientos bruscos el aceite de la sar-
tén se echa al suelo y todo queda desparramado,
48 E f r aín Muyur ic o A l a k a

por suerte no hubo quemados por el aceite ca-


liente.
El ambiente se puso muy tenso aquella no-
che y nadie en la familia quería cenar la comida
servida por la  madre; cada cual se había ido a
su respectiva habitación, mientras la madre des-
de la cocina insistiendo para que salgan a comer;
nadie hacía caso al llamado.
—¡Vayan a comer! ¿qué les pasa? ¿Por qué
no quieren comer?
—La comida está envenenada, mamá —En-
tonces alguien dijo en aquel tenso ambiente.
—¿Qué dices? ¿Por qué? ¿Estás loco?
¿Cómo que está envenenada? —responde mamá
algo más irritada.
—La envenenaste, tú, con tu ira, tu enojo y
lo que has hecho con tu hija.
—¡Ah sí…! Ahora coman pues, envenénense
a ver si así mueren más rápido, ya que son un
problema en casa.
—No, mamá, esta comida no matará a na-
die en forma física, más bien, esta comida matará
el sentimiento de cada uno de nosotros ¡matará
nuestra emoción! Y no así nuestro cuerpo, ¿com-
prendes esto, mamá?
Aquella noche nadie quiso cenar  y se dur-
mieron así; porque sabían que detrás de esa cena
Sueño s y E sp er anzas 49
había sido escondido el efecto peligroso, cual les
llevaría a días de depresión y angustia.
En la tarde siguiente cuando la niña se ha-
llaba sentada, en la puerta de su casa, esperando
a que llegara su madre, veía cómo los transeún-
tes caminaban con rumbos distintos, apurados
de aquí allá. De un largo rato más, ve llegar a su
madre, sonríe un poco, se levanta de su posición,
para ir a darle alcance, entonces la madre tam-
bién con una sonrisa efímera extiende sus brazos
para abrazarla a su única hija.
—Perdóname, hijita, por lo que ha pasado
ayer. No sé qué me pasó para que les tratara así.
Hijita querida, ¿me perdonas? —La madre con
algo de quebranto en su voz implora a su hija
para que le perdonara.
—Claro, mamita, te perdono, te comprendo,
eres mi madre y sé que haces lo posible para que
tus hijos salgamos adelante.
Ambas abrazadas lloraron momentánea-
mente. Entonces la madre dijo:
—¿Vamos a cocinar algo?, porque tengo
algo de hambre.
—Claro, mamita, yo también tengo hambre,
no comí nada en todo el día, porque me sentía
mal por lo de ayer. Pero ahora cocinaremos con
amor para que nos salga rica la comida.
50 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—Sí, hijita, ¿Sabes, hija? ahora entiendo,


nunca debemos preparar nuestros alimentos
con odio, ira, rencor, porque automáticamen-
te le inyectamos el veneno con nuestra mirada,
aquello que puede causar efecto muy rápido en
nosotros mismos y en nuestros seres queridos,
quienes inocentemente consumirán ese alimen-
to, pero ese veneno no matará el cuerpo o lo fí-
sico de aquel ser que consuma, sino, el alma, el
sentimiento positivo que cada uno tiene en su
interior. De ahí puede llegar a desarrollarse el
desentendimiento del uno con el otro.
—Así es, mamita querida, preparemos nues-
tros alimentos con amor y podrá convertirse o
llegar a ser una buena medicina para el que está
con bajos sentimientos.
—Algo escuché hoy de un transeúnte, él de-
cía: “el odio, la ira y el rencor son enfermedades
silenciosas que nos matan poco a poco; pero el
amor es la única medicina que puede sanar las
heridas del alma” ¿sabías eso?
—Sí, mami, sabía desde siempre eso.
51

Dos niños
frente a la
lluvia
52 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—Estoy cansada y apenada por esto que es-


tamos pasando —dijo María, cuando buscaba un
lugar dónde sentarse.
—Tengo hambre y, no hemos encontrado
nada para comer —El hermanito menor de nom-
bre Benjamín, también se sentía algo triste.
Cuando juntos agarrados de las manos pare-
cían llegar a un lugar donde la gente iba y venía,
apurados de aquí allá.
Se trataba de dos hermanitos, la mayor de
apenas ocho años y el menor recién cumpliría
sus escasos seis años de tierna infancia. Juntos
buscaban cómo poder sobrevivir ante la cruda
realidad que les había tocado enfrentar; habían
días enteros que caminaban pidiendo por un pan,
mas en su lugar recibían una lluvia, lluvia de re-
proches y correteos de gente malvada, otros les
botaban de sus locales como a perros.
Sólo en una u otra ocasión, una que otra
persona con nobles sentimientos, en su pena les
Sueño s y E sp er anzas 53
daba un pedazo de pan duro que tenía guardado
por ahí.
—Es lamentable que nos haya tocado esta
forma de vida, a mí me duele ¡me da rabia! —gri-
ta María ante la impotencia por la cual se sentía
invadida en aquel momento, cuando por fin pare-
cía encontrar un lugar donde sentarse.
—Es verdad, querida hermanita, es para es-
tar triste esto que nos está pasando.
—¿Y por qué justo a nosotros que recién es-
tamos conociendo los confines de la vida? ¿Por
qué a nosotros que no hicimos nada malo? ¿Por
qué? ¡Por qué! —Ella en su sensibilidad se puso
a llorar, en esos momentos. Mas su llanto no era
por hambre, sino por la pena que sentía en su
interior.
Benjamín tampoco se pudo contener, y en su
tristeza se pone también a hundir en lamentos,
seguido a eso el quebranto, con su llanto al que
no se pudo resistir.
Alguna que otra persona que pasaba por ahí,
unos con pena solo le miraban y no decían nada
ni a favor ni en contra, más que ser picados por
la curiosidad.
—Hermanita querida, debemos regresar
a casa, la gente nos mira feo —dijo entonces el
niño.
54 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—Pero hermanito mío, ¿qué encontraremos


allá si no hay nada? —respondió la niña, con el
brillo de tristeza en sus ojitos.
La casa de los hermanitos no era más que un
lugar cubierto por hules y cartones viejos sujeta-
dos en alguno que otro palo, y el techo cubierto
por alguna que otra lata oxidada, que al ver todo
eso, más bien parecía una cueva de perros, o, una
cueva de ratas.
¿Y sus padres?, ¿qué se sabía de ellos? ¿Dón-
de se encontraban en esos precisos momentos
cuando más sus hijos los necesitaban?
Penosamente, no eran más que una triste
pareja de alcohólicos, drogadictos que deambu-
laban por las calles de la ciudad, haciendo llorar
a la gente inocente cuando perpetraban robos
agravados; quienes sin el uso de razonamiento,
sin saber de preocupaciones, los habían dejado
en la orfandad, en el olvido, a su suerte bendita a
estos dos niños.
—Nos armaremos de valor, ya sé lo que va-
mos a hacer —Ya algo más calmado dijo Benja-
mín.
—¿Qué se te ocurre, querido hermanito?
¡Cuenta! —Entre bostezo y sorpresa, María le
mira fijo al niño.
—Estamos cerca de la plaza 14 de Septiem-
Sueño s y E sp er anzas 55
bre, ¡vamos allá!, y cantaremos, de seguro nos
darán alguna monedita, y con eso nos compra-
mos algo de comer. ¿Qué te parece mi idea?
—¡Has pensado bien, hermanito! —res-
ponde la hermana mayor algo más emocionada
y dándole un abrazo—. Sabemos que robar es
malo, y por eso no lo hacemos; mejor es pedir, y
eso vamos a hacer.
—¡Verdad que sí!
—Sí, hermanito.
Se dirigen a esa dirección, con la esperanza
de conseguir sus objetivos.
En aquella plaza se podía apreciar a mucha
gente, unas sentadas en sus bancas, otras cami-
nando en sus pasillos con distintas direcciones.
Pero el tiempo parecía amenazar con sus tor-
mentas y relámpagos que se visibilizaban a lo le-
jos tras el cerro San Pedro, donde se encuentra
el Cristo de la Concordia.
Estos niños al llegar ahí, se disponen a hacer
lo que en un principio se idearon; él comenzaba a
cantar, una canción poco popular, ella le seguía el
ritmo con algunos pasos en pos de baile; una que
otra persona se acercaba para apreciar aquella
improvisada actuación.
Cuando terminan de cantar, reciben ¿una
lluvia de monedas?, no; simplemente una lluvia
56 E f r aín Muyur ic o A l a k a

de aplausos desganados de los expectantes que


parecían no estar satisfechos con esa actuación.
Así tratan de conseguir unas cuantas mo-
neditas haciendo sus demostraciones una y otra
vez, hasta que la tarde iba convirtiéndose en no-
che.
Contentos los dos después de todo toman el
camino de retorno a su “casa”, con aquellas mo-
nedas en el bolsillo, sin antes haber comprado un
par de bolsitas de galletas y Chicolac primero,
para poder saciar el hambre que llevaban; a pesar
de haber logrado aquello, la tristeza no les deja-
ba en paz, caminaban con el rostro pálido, algo
debilitados. Se encontraban en un estado de des-
nutrición aguda por no recibir una alimentación
adecuada.
¿Dónde se encontrarían sus padres en esos
momentos? Se sentían preocupados los dos ni-
ños al no tener a sus padres con ellos. Quizás se
encontraban en alguna cantina, borrachos como
siempre, o quizás peor, drogados, o tal vez delin-
quiendo en alguna calle de la ciudad de Cocha-
bamba. Deciden ir a buscarlos en plena noche.
Van de cantina en cantina clandestina, aquellas
que se encontraban en ciertos lugares.
Cansados llegan al cerro San Miguel, donde
se escucha una lluvia de bulla humana, acompa-
Sueño s y E sp er anzas 57
ñada de música a todo volumen, además de uno
u otro ebrio que caminaba tambaleando en las
calles de aquel cerro; un poco temerosos los her-
manitos agarrados de las manitas buscan a sus
padres. La lluvia otra vez les invadía, lluvia de
gritos y riñas, silbidos y cantos sin sentido ni
melodía, de borrachos por aquí por allá que se
caían y hacían los máximos esfuerzos para le-
vantarse y caer una vez más para quedarse bien
dormidos, con ronquidos que parecían motores
de carcachas viejas que desarmábanse. Sus pa-
dres no aparecían. Cada vez se sentían más can-
sados, entonces deciden retornar a su “casa”, que
se encontraba justamente al pie de la colina San
Sebastián, en medio de lluvia de bocinazos de los
autos, en medio de lluvia de crujir de motores de
los mismos, y para malaventura de ambos, tam-
bién comenzaba a caer gotas de agua, esto sí era
lluvia que cada vez se hacía más fuerte, las aguas
en sus calles comenzaban a correr, en busca de
drenajes para poder escapar por ahí.
Mientras estos dos niños si antes eran re-
cibidos por lluvia de aplausos, bocinazos, gritos,
silbidos; en aquellos momentos eran mojados por
la lluvia que caía desmedida, mientras seguían
a prisa para llegar a su “casa”. Se sentían algo
más que tristes por no haber podido hallar a sus
58 E f r aín Muyur ic o A l a k a

padres, cuando ya se encontraban en su “casa”,


buscaban de alguna manera descansar con todo
y ropa mojada, no tenían otra para cambiarse. Se
quedaron bien dormidos aquella noche. Mien-
tras la lluvia caía con toda su fuerza casi toda la
noche. El agua entraba por los agujeros a aque-
lla “casa”, y los niños no podían evitar mojarse
mientras dormían.
Cuando amaneció, la lluvia había calmado
un poco, y aquella mañana sus padres llegaron
sumidos en la borrachera, entre riña y discusión,
vieron a sus niños dormidos y quisieron hacerlos
despertar, mas estos no despertaban, la madre
un poco extrañada tocó el rostro de ambos ni-
ños, sintió que estaban fríos además pálidos, con
los ojitos cerrados, la madre al sentir aquello se
asustó bastante, llamó a su pareja que refunfu-
ñaba afuera tras la “casa”, para hacerle notar lo
que estaba pasando con sus hijos, éste al entrar
todavía incrédulo, refunfuña más fuerte en su
embriaguez que no podía controlar.
Era evidente, los niños habían fallecido, qui-
zás por el descuido de la noche pasada, en la cual
ya se sentían algo más que cansados, se sentían
un poco mal, y no se conocía de uno quien les
ayudara. La madre en su desesperación comien-
za a llorar angustiada, hasta se olvida de lo em-
Sueño s y E sp er anzas 59
briagada que se encontraba.
Todo pasó nefastamente, en sus bolsillos en-
cuentran aquellas monedas, no pudiendo enten-
der cómo es que habían conseguido.
Por lluvia de desesperación, tristeza y re-
mordimiento fue consumida la pareja desde ese
momento. Lloraron como nunca en sus vidas.
Querían hacer retroceder el tiempo atrás, se les
hacía difícil entenderse a sí mismos, el por qué
iban por ese mal camino.
De una sola cosa podía recuperarse esta pa-
reja, rehabilitarse, buscar cambiar su forma de
vida, buscar ayuda profesional y desde ese mo-
mento mirar hacia adelante con perspectiva dife-
rente; pero no podría recuperar más a sus hijos.
Ya que si para todo hay solución mientras uno se
encuentra frente a la vida, no es lo mismo decir
cuando otro se encuentra frente a la muerte.
61

Tres refrescos
de cola
62 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Una vez más y, ya era sábado, por costum-


bre, los obreros en todas partes trabajaban hasta
el mediodía solamente, después de aquella hora
cada cual retornaba a su hogar a descansar o
asearse para recibir el domingo con manos lim-
pias; y en esta ocasión tres hombres también aca-
baban de salir de su fuente laboral como todos
los fines de semana; esta vez mientras se enca-
minaban a sus hogares, platicaban de cosas de la
vida real, uno comentaba de lo que era su fami-
lia, otro sobre qué tan bueno era el laburo donde
se desenvolvían y así… el tercero comentaba de
cuán buena y hermosa esposa le había regalado
la divinidad. En ese trajín, uno de ellos tenía una
inquietud.
—¿Saben, amigos? Tengo sed, ¿y ustedes
no sienten lo mismo? —pregunta Juan.
—Sí, yo también tengo sed, con tanto calor
que hace —responde Joaquín.
—¿Y tú, Julián, tienes sed?
—Bueno, si ustedes invitan, también tengo
sed, y si no, entonces no.
—Bueno, entonces entremos en aquella tien-
da y sirvámonos algo de tomar  para calmar la
Sueño s y E sp er anzas 63
inaguantable sed —Y entraron en la tienda que
se hallaba a unos pasos antes de que llegaran a la
esquina donde se separarían los tres con rumbos
diferentes.
Juan tenía casi treinta años, aunque parecía
tener treinta y ocho a cuarenta por su aparien-
cia física, Joaquín tenía casi treinta y cinco años,
pero por su apariencia física parecía tener cua-
renta años también; y los dos se veían más vie-
jos que Julián, quien tenía la edad de cuarenta y
dos años; él les ganaba en edades a los otros dos,
pero, por su apariencia física era más joven y pa-
recía tener algo no más de treinta años. ¿Por qué
sería aquella diferencia?
En la puerta de aquella tienda se encontra-
ban dos niños de aproximadamente siete u ocho
años, quienes con asombro ven entrar a estos
tres caballeros a servirse lo pensado, entonces
estos niños son picados por la curiosidad y les si-
guen con disimulo para ver qué es lo que harían.
Ya dentro la tienda, Juan pide que alguien
les atienda en la mesa, esperaban por unas sodas
con sus respectivas empanadas.
—¡Mesero, aquí tres refrescos de cola por
favor!
—Para mí una Coca Cola —sugiere Joaquín.
—Y para mí una Pepsi Cola —por su lado
64 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Juan pide.
 A lo cual Julián se opone rechazando la ga-
seosa y más bien pide un refresco natural:
—Para mí, refresco natural por favor, mejor
si es un mate de hierbas; Mate Cola ¿sí? Discul-
pen que les decepcione pero no me gusta ni la
Pepsi ni la Coca Cola.
 Los otros dos se  sorprenden preguntándo-
le:
—¿Por qué un mate, acaso estás enfermo?
—No, no estoy enfermo.
—Bueno ¿Y entonces qué? No me digas que
es pecado tomar una soda para ti —comienzan a
burlarse los dos compañeros.
Los dos niños con asombro escuchaban esta
conversación.
—No sé tomar soda, nunca la probé y sé que
no me gusta ¡uy…, sabe feo! —se defiende Ju-
lián  al oír los pitorreos de sus amigos. A pesar
de dicho argumento la insistencia de sus amigos
seguía en hacerle tomar una soda fría.
—Vamos, amigo, sírvete una Pepsi, ¡te gus-
tará!
—O una Coca Cola, ¡te encantará!
—Les ruego, por amor de Dios que no… es
que no me gusta, ¿entienden eso? —Medio que
se enoja Julián.
Sueño s y E sp er anzas 65
—Bueno, si así lo quieres, que así sea pero
no te enojes. ¡Mesero!, para mi amigo un mate de
hierbas por favor, o como él lo llama, Mate Cola.
El mesero trae sus respectivos tres diferen-
tes refrescos solicitados. Se veía una gran dife-
rencia de los dos primeros con el tercero, del
cual su característica era muy ordinaria, pero
que significaba más que los  dos primeros para el
que iba a tomárselo. Y los dos otros mostraban
apariencia exquisita, sin embrago súper dañinas
al mismo tiempo estas gaseosas.
De ese modo se servían los refrescos al tiem-
po que conversaban; entonces, Joaquín pregunta
otra vez a Julián:
—¿Y tú, Julián, acaso nunca tomaste gaseo-
sa como dijiste hace rato?
—No, nunca —responde él.
—¿Pero por qué? —pregunta Juan al mo-
mento de poner su vaso de refresco en la mesa y
mascar un pedazo de empanada.
Entonces Julián le invade con una serie de
preguntas:
—Bueno, Juan, a ver dime ¿cuántos años tie-
nes eh?
—¿Y eso qué importa eh?
—Yo te estoy preguntando, quiero saber
—Julián habla con más autoridad porque sabía
66 E f r aín Muyur ic o A l a k a

muy bien que estaba a punto de ser invadido por


críticas contrarias a él.
—Bueno, si insistes tanto, yo tengo treinta
años.
—¿Y tú, Joaquín, cuántos años…?
—Yo tengo treinta y cinco años, ¿por qué 
esa pregunta?
—¿Saben, amigos?, yo tengo cuarenta y dos
años.
Al oír esa respuesta, Juan y Joaquín se sor-
prenden y comentan abrumados:
—¡Oh! ¡Cuarenta y dos años! ¡Pero cómo, si
pareces más joven que nosotros, pareces tener
treinta años!, ¡qué misterioso eres che…! ¿Cuál
es tu secreto? Enséñanoslo, por favor.
—Es verdad, ustedes son más viejos que yo,
parecen tener cuarenta años, ambos.
—Sí, ¿por qué será no?
—Según por lo que veo, es que ustedes dos
están matando sus cuerpos y células poco a poco,
es por eso que van envejeciendo más rápido que
yo, ¿y saben por qué? Porque ustedes toman mu-
cha gaseosa, supongo que también comen co-
midas chatarras en sus hogares. ¿No es verdad?
Hamburguesas, salchipapas y todas esas cosas.
—¡Sí… sí, es verdad!
—Amigos, puedo creer que comer o beber
Sueño s y E sp er anzas 67
cosas deliciosas les hace sentir buenos, ¿pero
acaso ustedes no se dan cuenta de lo que son?
Ustedes son malos, ¡muy malvados consigo mis-
mos!, porque ustedes hacen caso más a la petición
de sus paladares, y son ellos los que les llevan a
la ruina, porque solo quieren cosas ricas, miren
que son ricas por fuera, ¡Wuhf... qué delicia! Ante
ellas la boca, la lengua y todo el sentido del gus-
to se sentirá bien satisfecho, pero es el organis-
mo interno quien cada vez que recibe esa clase
de comidas o bebidas, se siente engañado, y se
envenena sin querer y,  es con el pasar del tiempo
que vienen los malestares en el cuerpo, vienen
las enfermedades o vejez prematura como en us-
tedes. Y, cuando uno se siente mal, va directo al
médico, creyendo que él le sanará de la enferme-
dad adquirida. Muchas veces no saben por qué tal
enfermedad; y el médico no hace  más que dar un
recetario largo de medicinas para que se las tome
en horarios fijos, pero en vez de sanarlo, muchas
veces más enfermo lo convierten al enfermo y no
saben a quién culpar. El culpable es uno mismo
¿Por qué? Porque no ha sabido alimentarse, más
ha dado preferencia a su boca gustosa, que a su
organismo que le implora: “¡basta, esto me hace
daño!”. ¿Saben?, en este vaso está la vida saluda-
ble —Julián  da un gran significado de lo que be-
68 E f r aín Muyur ic o A l a k a

bía—. Una vida sin problemas en cuanto a temas


de salud se refiere, aunque les parezca ordinario,
es éste el que tiene gran significado; en cambio,
esa Pepsi y esa Coca Cola que ustedes beben, no
tiene significado alguno, es más, no debería lla-
marse así, a esa cosa deberían llamarlo —Vene
Cola—, por ser veneno a muerte lenta”, esa es
la verdad pura y, ustedes con sus familias están
propensos a contraer malestares de cualquier ín-
dole en el futuro, aunque hoy por hoy no sienten
nada y es de ella que se aprovechan.
—¿Sabes, amigo? Me has abierto los ojos,
ahora practicaré a comer comidas, ¡sí...! y éstas
serán las verdaderas comidas —Joaquín da un
paso de cambio en pensamiento.
—Ojalá pues lo hagas siguiendo este conse-
jo, sería bueno para ti como yo que me evito de
toda esa clase de comidas y bebidas que hacen
daño a nuestro organismo, es por eso que me es-
toy manteniendo joven. Por ello, te invito que tú
también lo hagas, entonces verás cómo cambia
el  malestar por la felicidad  y el bienestar en tu
hogar, por sobre todo, en tu cuerpo.
Terminan de servirse los refrescos, pagan la
cuenta y los dos, Joaquín y Juan se van sorpren-
didos a sus respectivos hogares, lo mismo hace
Julián, satisfecho de haber dado un buen consejo
Sueño s y E sp er anzas 69
una vez más a sus nuevos amigos.
También aquellos dos niños se sorprendie-
ron al escuchar esa conversación y platicaron en-
tre sí.
—¿¡Sabes, amiguito!?, le iré a contar a mis
padres esto que acabo de escuchar de estos caba-
lleros, en mi casa también tomamos mucha Coca
Cola y, ahora me doy cuenta, por qué a veces me
siento mal.
—Yo también iré a mi casa, porque también
tomamos mucha Pepsi Cola, ahora comprendo
por qué mi papá se está enfermando, les iré a de-
cir que ya no tomemos más de ese veneno. Más
bien tomar un Mate Cola de hoy en adelante será
mejor.
—Sí, amiguito, vamos, tú a tu casa, yo a la
mía, tú a decir que ya no tomen más Pepsi y yo a
decir que ya no tomen más Coca Cola. ¡Nos ve-
mos otro día, hasta pronto!
—Hasta pronto.
Y la tarde caía en aquellos lugares majes-
tuosos del Tarata de antaño por su estructura
colonial bien conservada allá en el Valle Alto
Cochabambino.
71

Con el don de
pescar
72 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Un grupo reducido de niños se paseaba a


orillas de un pequeño arroyo, queriendo pescar,
mas no lograban su objetivo, entonces, uno de
ellos hábilmente sugiere:
—A orillas del río. Sí, a orillas de aquel río
es donde debemos ir —decía aquel niño, cuando
cada uno con su anzuelo en mano, no se daba
por vencido, querían pescar por lo menos un pez
cada uno, mas no lograban siempre.
Entre ellos también se hallaba una niña de
hermosa sonrisa, quien con su alegría hacía que
el rostro de los niños se iluminara de esperanza.
—Carlitos tiene razón, aquí no lograremos
pescar ni uno, pues no hay… —Entonces co-
menta en su afán Aurora, aquella hermosa niña
de tiernas palabras.
—Pero es peligroso ir allá, sabemos que mu-
chos niños, aun mayores han muerto arrastrados
por sus aguas caudalosas —En su preocupación
trata de hacer notar otro de los niños del peligro
de ir a esa orilla.
—Francisco, querido amigo, no tengas mie-
do, todo es cuestión de tener cuidado; si vamos
ahí, verás que pescamos muchos peces.
—Bueno, si insistes, entonces vamos juntos.
De esa manera se dirigen los cuatro niños
Sueño s y E sp er anzas 73
más la niña a orillas del río más caudaloso, segu-
ros de tener suerte para pescar muchos peces y
llevar a sus familias.
Se trata de un pueblito con matices tropica-
les, situado en una de las secciones municipales
de la provincia Chapare, allá en el departamen-
to de Cochabamba, a un poco más de once kiló-
metros entrando por un lugar llamado Castillo
de los Ángeles, allá en Villa Tunari; un hermoso
pueblito llamado también, El Once.
Estos niños que oscilaban entre ocho y doce
años, y la niña de apenas siete primaveras, se dis-
ponen para ir a aventurarse pescando en los ríos
que pasaban por ahí. En algunos de aquellos ríos
sus aguas eran tranquilas convirtiéndose en ma-
nantiales del deleite; en otros sus aguas se con-
vertían en torrentes extremadamente peligro-
sos.
Estos niños no buscaban competir en quién
pesca más y quién, no. Más bien sus objetivos
eran ayudar justamente a Aurora, quien tenía en
casa a su madre, madre que en horas pasadas ha-
bía dado a luz a un hermoso niño, por lo tanto,
aquella madre en esos momentos necesitaba de
alguien para que la ayudara; ¿Y quién más iba a
ser si no era su propia hija?, Aurora, valiente ella
se anima ir en busca de comida para alimentar a
74 E f r aín Muyur ic o A l a k a

su madre, y qué mejor un caldo de pescado, por-


que sabía que a su alcance se encontraba el mejor
alimento que se haya podido conocer en la tierra.
Los cuatro niños seguían con dirección a ori-
llas de aquel río, mientras la niña escarbaba tie-
rra húmeda para encontrar más lombrices, para
poner al anzuelo y atraer a los peces. Contenta e
iluminada de amor puro a su madre, y hacia sus
buenos amigos se le veía a ella en aquel recorrer.
Mientras que en su humilde casita al estilo
tropical, se podía apreciar al recién nacido en un
yacer de aquella media tarde. No se conocía de
uno quien los cuide, a pesar de todo, fortalecida
se le veía a la madre quien en esos momentos
también dormía.
Pero ¿y su esposo? ¿Dónde se encontraba
él? ¿Qué estaba haciendo?
Ya los niños se encontraban en la orilla de
aquel río torrencial, queriendo pescar. Entre
ellos conversan en pos de matar el silencio con
un poco de tristeza en sus miradas.
—Es lamentable que a tu padre le hayan en-
contrado en ese estado en el que se encuentra
ahora, postrado en la cama del hospital en Villa
Tunari.
—Así es, amiguito querido, —complemen-
ta Aurora con algo de brillo de tristeza en sus
Sueño s y E sp er anzas 75
ojitos—. Yo me siento apenada por lo que ha pa-
sado con mi papito, hay momentos que me da
ganas de llorar, de gritar con mi mirada firme al
firmamento ¿Por qué a mi padre? ¿Por qué? ¡Por
qué! si él es tan bueno y no ha hecho mal a nadie.
En esos momentos parecía invadirle un que-
branto en su sensibilidad.
—Pero no te pongas así, querida amiguita,
—sus amiguitos trataban de consolarla—. Lo
importante es que no ha muerto, pronto se re-
cuperará y estará otra vez junto a ustedes, junto
a tu nuevo hermanito. Por lo pronto cuentas con
nosotros, cuentas con nuestro apoyo, pues para
eso somos tus amiguitos.
—Gracias, muchas gracias porque me brin-
dan su apoyo, sin ustedes no sé qué habría sido de
mi vida. Quizás sumida en mí penar más cruento.
Sus tiernos amiguitos buscaban alegrarle a
Aurora, quien en esos momentos se sentía ape-
nada, especialmente por lo de su padre.
Aquel padre era un hombre humilde, quien
buscaba un porvenir justo para su esposa, su hija
y ahora el bebé que yacía junto a su madre. Pero
las desgracias fueron las que le siguieron en el
camino uno de esos días, cuando él regresaba a
su casa después de un arduo trabajo y haber re-
cibido su sueldo del mes, justo aquella tarde hace
76 E f r aín Muyur ic o A l a k a

ya más de quince días pasados, los malhechores


lo interceptaron, lo golpearon brutalmente hasta
dejarlo medio muerto para luego botarlo bajo un
puente, arrebatándole el dinero de su sueldo, y
otras pertenecías que llevaba a su hogar.
Unos lugareños fueron los que le encontra-
ron y, en pos de ayudarlo lo llevaron al hospital,
posteriormente le avisaron a su esposa e hija de
lo sucedido. A tal noticia la madre casi se desma-
ya, y con el estado en el que se encontraba toda-
vía, corre también el peligro de desfallecer, pero
logra superar aquella situación, haciendo que re-
gresara la calma en su ser y el niño que llevaba
en su vientre.
A pesar de eso estas dos mujeres, madre e
hija, ahora buscaban salir adelante de una u otra
manera siempre esperanzadas.
Los peces en aquella torrencial orilla no apa-
recían siempre, entonces uno de los niños que-
riendo llenarles de más alegría y esperanza, saca
de su mochila una flauta y empieza a tocar una
pieza melodiosa muy hermosa, ésta que hacía los
vientos se levantaran con algo más de fuerza y
las olas de las aguas en el río se elevaban estre-
mecedoras en aquel momento.
Los otros niños y Aurora que se hallaban
sentados, un poco también se atemorizan al ver
Sueño s y E sp er anzas 77
tal fenómeno. Entonces los peces comenzaron
a aparecer por esos sectores en abundancia, los
niños se llenan de alegría, y atrapan a los peces
como pueden, poniéndolos uno tras uno a la bol-
sa de yute que con ellos llevaban.
Fue mucho lo que pescaron aquella tarde
y, el viento calmó, las olas bajaron cuando justo
aquel niño flautista terminaba de tocar. No era
el flautista de Hamelín que atraía ratones, pero
sí se vislumbraba como el flautista de -El Once-,
que más bien atraía peces.
Todos se extrañaron por un momento, me-
nos aquel niño flautista, quien más bien con una
sonrisa en sus ojitos tiernos se animó a decir:
—Tranquilos, mis queridos amigos, soy un
niño igual que ustedes, con el don de pescar sim-
plemente —Con aires de paz en su mirar.
Contentos regresan, antes de ir a sus casas,
primero a la plaza de ferias, para vender los pes-
cados a precio justo, y con ellos solo llevar uno
o hasta tres peces a sus casas, y lo demás en di-
nero entregárselo a la niña necesitada para ha-
cerla sentir más feliz. Cuando llegaron a la plaza
de ventas, de aquel pueblo tropical llamado El
Once, vendieron como si fuera pan caliente, casi
no sobró para ellos.
Cuando ya el sol estaba a punto de escon-
78 E f r aín Muyur ic o A l a k a

derse, la niña contenta llegó a su casa, vio a su


madre que estaba despierta, la saludó cariñosa-
mente, y le dio la buena noticia de que había ga-
nado algo de dinero por la venta de peces que
había ido a pescar junto con sus amiguitos del
pueblo. De inmediato puso a hervir los pescados
que consigo hizo llegar a casa.
Y la sorpresa más grande fue cuando juntas,
madre e hija ya se servían de aquellos pescados,
se llenan de alegría incontrolable cuando ven en-
trar la niña a su padre, la esposa a su amado justo
en esos momentos a la casa.
—Ya estoy aquí, mis amores, no se preocu-
pen más, los médicos me dieron de alta —dijo él.
La niña corrió a abrazarlo entre lágrimas a
las que no pudo contenerse, estas de alegría eran,
luego él abrazó a su esposa, quien se encontra-
ba con el bebé recién nacido en brazos. Aunque
todavía no se hallaba completamente sano aquel
padre y esposo querido, el amor que se tenían fue
más fuerte y gracias a ese amor, él logró vencer
el mal de haber sido lastimado por los malhecho-
res.
Juntos entonces en armonía familiar se sir-
vieron de los pescados que la niña había hecho
cocer gracias a aquel que fue, es y será “El niño
flautista con el don pescar”.
79

Un regalo en
la noche de
tempestad
80 E f r aín Muyur ic o A l a k a

El frío se hacía sentir con tal fuerza aquella


tarde, que para todos los caminantes sus sende-
ros se convertían en tenebrosos, en aquel pueblo
muy distante de la ciudad oriental de Santa Cruz
– Bolivia; sus habitantes temblaban de frío. Y fue
más amordazador cuando se veía que se levan-
taban vientos de norte a sur, esto que levantaba
polvo que enceguecía la vista de los que presen-
ciaban aquel acontecer, y el crujir de los árboles
más grandes que con estremecedor sonido, hacía
que las aves trinen cantos de desesperación.
Poco a poco los transeúntes iban desapare-
ciendo y el lugar se convertía más bien en deso-
lado desierto, cuando justo ya la luna daba con
su brillo nocturno. Raro era que uno u otro au-
tomóvil llegara por aquellos lugares para dete-
nerse un rato y, continuar con su recorrido por
rumbos desconocidos.
De pronto cuando el reloj marcaba algo más
de las nueve de la noche, se ve llegar a una flo-
ta interprovincial que de seguro su origen era
el centro de la ciudad de Santa Cruz, esta flota,
Sueño s y E sp er anzas 81
se detiene, donde siempre paran todos los colec-
tivos que llegaban con pasajeros. Entonces co-
mienzan a bajar personas con diferente fisono-
mía y acento; para unos ya se les hacía habitual
el llegar a aquel lugar, mientras que para otros
se convertían más bien en algo novedoso, porque
por primera vez pisaban dichos sitios.
De entre esa muchedumbre que por un mo-
mento llenaba el lugar tanto con su presencia
como con bulla; se ve que también baja una pa-
reja de tez humilde, con ellos venía un niño de
aproximadamente siete años, de seguro era el
hijo de la pareja.
—Mami, ¡por fin llegamos! ¿A dónde iremos
ahora? ¡Hace mucho frío aquí!
—Hijito, ponte esta chompa más, sino, te
vas a enfermar de resfrío —responde su madre
de tez morena, alcanzándole una chompa al niño.
Aquel infante se pone la chompa haciendo
caso a su madre, después replica:
—No me has respondido a la pregunta.
—¿Cuál pregunta? —se sorprende su padre
al momento de agarrarle del brazo.
—Dije que ya llegamos aquí, ahora ¿A dón-
de iremos? ¡Hace mucho frío aquí!
En verdad el viento silbaba con fuerza, aque-
llo que provocaba que el frío se sintiera más.
82 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Al paso de algunos minutos el lugar que se


encontraba por unos momentos repleto de mu-
chedumbre, otra vez volvía a quedar vacío como
antes; sólo unas cuantas personas aún se encon-
traban sentadas en algún rincón de la pared en
las aceras.
Ya la mayoría de la tiendas comerciales se
hallaban cerradas a aquellas horas de la noche y,
de ese silencio se apoderaba la tempestad.
—¿Te acuerdas por qué vinimos aquí, hiji-
to? ¿Recuerdas? —Con una pregunta inesperada
la madre hace que el niño regrese a la realidad.
—Sí, me acuerdo, todo a cabalidad; pero
¿dónde descansaremos ahora? Hace mucho frío.
—Por segunda vez vuelve a replicar el niño un
poco temeroso por lo que veía.
—Hummm, ¿ves aquella iglesia? Ahí creo
que pasaríamos bien la noche.
La iglesia se veía bien, desde lejos en ella se
podía apreciar un diseño artístico colonial muy
hermoso, en sus paredes y la puerta tallada fi-
guras representativas del lugar. Pero cuando se
hallaron cerca, vieron que la puerta se encontra-
ba cerrada; un poco se apenaron los padres en-
tonces.
Aquel niño con la fe que tenía, trató de de-
volverles el ánimo.
Sueño s y E sp er anzas 83
—Papi, mami, no se preocupen; iré yo a to-
car la puerta —dijo el niño algo emocionado—.
Verán que si toco, nos abrirán. Recuerden por
qué estamos aquí, no podemos rendirnos.
Aquel niño corre a la puerta de la iglesia y
con fuerza empieza a tocar una y otra vez, ha-
ciendo una bulla alocada.
Sus padres al ver a su hijo actuar así, un poco
se estremecen y tratan de detenerlo. Pero tan
pronto tras el toque se ven las luces prenderse
dentro de aquella iglesia, y se abren las puertas.
Ante el hecho el niño exclama:
—Señor, perdóname porque le haya hecho
despertar de esta manera, de seguro que ya esta-
ba usted durmiendo, pero para mis padres y yo
es importante que hayamos venido de viaje a este
pueblo, y ya al encontrarnos por estos lugares,
ahora no tenemos dónde pasar la noche y des-
cansar, por eso acudimos a esta iglesia.
La madre un poco tímida se acerca a la puer-
ta para lidiar el caso de su hijo.
—Perdón, señor —dijo ella—. Mi hijo se
exaltó mucho por la emoción de llegar aquí, es la
primera vez que vinimos, le pido que lo perdone
y, es verdad lo que dice, no tenemos dónde pasar
la noche, no conocemos a nadie
—Cálmese, señora —dijo por fin entonces
84 E f r aín Muyur ic o A l a k a

aquel señor que parecía tener un corazón de


buen hombre—, cálmese, no se preocupe, si su
hijo dice que es importante el viaje que realiza-
ron hasta aquí, pues así debe ser, entonces tienen
las puertas abiertas de esta iglesia, pasen, que
aquí afuera hace mucho frío.
A la pareja de recién llegados se les veía algo
cansados y hambrientos, entonces, el señor de la
iglesia les vuelve a decir:
—Se ve que están cansados y deben tener
hambre también, enseguida se los hago preparar
algo de comer, pónganse cómodos, siéntense.
—Gracias, muchas gracias por la acogida
que nos hace. ¡Es usted un ángel! —Se expresa
el padre.
—No diga eso, no merezco que se exprese de
esa manera —interpuso el hombre de la iglesia
algo halagado por las palabras—. No soy un án-
gel, simplemente soy un sacerdote de esta igle-
sia, y mi misión es ayudar a las personas como
ustedes, esa es mi alegría de vivir.
Así pasaron aquella noche en la iglesia de
aquel pueblito oriental de Guarayos. A la maña-
na siguiente fueron servidos de la mejor manera,
y para el niño era importante aquel día. Después
de todo salieron de la iglesia, para hacer lo pro-
puesto por esos lugares.
Sueño s y E sp er anzas 85
El sol con el trino de las aves hacía una her-
mosa combinación natural aquella mañana, fue
la primera impresión que al niño le agradó para
su felicidad.
Más tarde llegaron a otros lugares hermo-
sos, que para el niño se convertían en un paraí-
so, en un encanto subliminal el hallarse en esos
lugares, jamás antes había visto cosa similar en
sus orígenes. Se maravilló de gran manera. Así
la pasaron todo el día, visitando y paseando de
un lugar a otro lugar; hasta que cayó la noche, y
otra vez empezaba la tempestad, el frío y algo de
lluvia.
Entonces antes de que tomaran la flota de
retorno, el papá le preguntó al niño:
—Hijo, ¿te gustó el regalo?
—Sí, papá —respondió el niño emociona-
do—. Es el más hermoso regalo el que me ob-
sequiaron en este día que fue especial para mí.
Creo que será el recuerdo más grande de toda
mi vida, este regalo incomparable del día de hoy
por mis cumpleaños, en el que cumplí mis ocho
añitos de vida. Les agradezco mucho, muchísimo
por eso, querido papá, adorada mamá.
—Hijo querido, ahora debes entender que el
regalo de cumpleaños no siempre es dar cosas
que tal vez ni utilizarás nunca, que en vez de ale-
86 E f r aín Muyur ic o A l a k a

grarte el corazón, más bien cause incomodidad


en tu espacio; es mejor disfrutarla y eso es lo que
quedará marcado para siempre. —Buscó hacerle
entender su madre a aquel niño que en esos mo-
mentos se hallaba feliz.
—Muchas felicidades, querido hijo —Le
expresó entones su padre, dándole un paternal
abrazo.
—Gracias, papito querido, muchas gracias
por este hermoso regalo. —Finalmente dijo el
niño.
Cuando ya el reloj marcaba las nueve de la
noche, ellos tomaron la flota para retornar a su
lugar de origen. Cuando el frío y la tempestad
otra vez se apoderaba a cada instante con más
fuerza de aquella noche y aquel lugar, convirtién-
dola en una noche de intensa lluvia con viento, y
el trino de las aves que parecían pedir un poco de
paz al Creador.
87

Entre lamentos
88 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Todos, prácticamente toditos los que lo que-


rían, los que lo apreciaban se encontraban llenos
de tristeza, una profunda pena que no podían
evitar, algunos lloraban, otros sólo comentaban
también por el dolor que sentían ante esta fatal
pérdida, cuando se encontraban alrededor del di-
funto, dándole el último adiós.
Unos recordaban los momentos más gratos
vividos en tiempos pasados, mientras que otros
sólo decían:
—Era un gran amigo, alguien a quien nunca
podremos olvidar.
—¿¡Recuerdas aquel día!? ¡Fue grandioso!,
al menos para mí sí lo fue —comentaba alguien
más, en pos de hacer renacer la felicidad ante la
nefasta incidencia en la que en esos momentos se
encontraban.
La noche cada vez se hacía más tenebrosa, el
aire corría friolento; aunque en él también se po-
día sentir pesadumbre por la pérdida inesperada
Sueño s y E sp er anzas 89
por cual sufrían los presentes.
En un momento se escuchó la triste melo-
día en el trino de un ave que de improviso hizo
sentirse en aquella hora nocturna, aquello que
parecía despertar el interés y ánimo de los que
se encontraban en el velorio, y aquellos a los que
les intentaba consumir el sueño, misteriosamen-
te se recargaban de fuerzas para seguir con más
ánimo hasta el final del velorio, y conversaban
de temas relacionadas a lo que al frente se encon-
traban. Mientras que otros buscaban maneras de
dinamizar el ambiente fúnebre, con algunos jue-
gos al azar.
—Es penoso que se nos mueran seres queri-
dos como éste que ahora yace en paz —comentó
uno de los presentes.
—En algo estoy de acuerdo contigo —con-
testaba otro, mostrando su postura diferente y
muy particular—. En que sí es penoso perder a
un ser querido, pero no en la forma que se perdió
a este ser que ahora descansa en paz, la manera
en que murió éste al que ahora nos encontramos
velando, no es muerte natural; sino una muerte
provocada. Por eso después que lo enterremos,
debemos encontrar al asesino, al culpable de esta
cruel usanza. No podemos permitir que estos he-
chos queden en la impunidad, ya es demasiado
90 E f r aín Muyur ic o A l a k a

que sigan sucediendo estas tragedias y no se esté


haciendo nada para que haya un alto.
Con fuerza en su voz se expresaba aquel
veedor de la triste realidad.
—Pero ¿quién pudo haber sido? ¿A quién
hizo mal para que sea asesinado cruelmente?
—Pues eso se sabrá cuando salgan los resul-
tados de las investigaciones.
—Es penoso que los seres más buenos siem-
pre son los que se adelantan en dejar este mun-
do, tal vez para irse a una vida mucho mejor.
En ese ritmo se llevaba a cabo aquel velorio
cuando ya las horas de la noche cada vez eran
más altas; entonces a los que se encontraban en
el velorio, se les veía que no podían más, que más
bien deberían irse a descansar cada uno hasta su
hogar, dejando al difunto en su lecho de la muer-
te, yaciendo hasta el amanecer.
Entonces con lamentos se iban a dormir,
mientras que el viento friolento no cesaba de ha-
cerse sentir con su silbido estremecedor. Hasta
que amaneció.
Cuando el sol nacía con el trino de las aves
y el canto de los gallos, otra vez se iban reagru-
pando aquellos que en la noche no pudieron per-
sistir en el velorio, unos con lamento en sus co-
razones, otros con llanto inevitable venían a dar
Sueño s y E sp er anzas 91
el último adiós.
Llegó la hora, no había vuelta que dar atrás,
las cosas ya estaban decididas, cavaron la tum-
ba y enterraron los restos de aquel ser bueno,
un hermoso lorito hablador, con mucho lamento
y tristeza, todos aquellos niños que lo aprecia-
ban bastante y hacían de aquel lorito su mejor
compañero, cuyo animalito por descuido de ellos
mismos ya no se hallaba más en vida.
Al final, después de todo, descubrieron que
el asesino fue el gato que solo uno de ellos criaba
en el vecindario, no pudo haber sido otro, porque
cuando lo enterraban, detectaron los arañazos
en el cuello del lorito.
—¡Culpable!, ¡culpable es! —Exclamó uno
con lamento en su voz y penar en su corazón—.
Culpable es el gato y su dueño, y se debe hacer
justicia.
Cuando se escuchó decir la última palabra,
el dueño justo del gato acusado de asesinato, ve-
nía corriendo desde su casa con llanto en las me-
jillas y lamento en el corazón, diciendo:
—Mi gato, amigos, ¡mi gato fue asesinado
brutalmente, justo por el perro del dueño de este
loro que acaban de enterrar!, ¡lo vi con mis pro-
pios ojos! Era el mismo perro que salió de mi
casa con la boca ensangrentada.
92 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—¡Al fin, al fin antes de nada se hizo justi-


cia! —exclamó otro niño ante el hecho—. A ve-
ces tarda en hacerse justicia, pero hoy fue más
rápido de lo imaginado.
Y la tarde caía en los valles de Quillacollo,
allá por el Calvario, donde esta vecindad se en-
contraba.
93

El observador a
orillas del río
94 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Sentado y meditabundo, así se encontra-


ba ¿Qué es lo que hacía? Nadie sabía más que
él mismo, sólo le miraban con extrañeza a aquel
observador de estrellas que se encaminaba cada
atardecer con el mismo fin de siempre, observar
con detalles minuciosos a las estrellas, pero en
el manantial, en las aguas tranquilas de aquel
río, ¿por qué lo hacía? ¿Qué es lo que esperaba
encontrar en esa observación? Parecía difícil en-
contrar respuestas.
Habían veces que llegaba al mismo lugar,
pero agarrado de un cuaderno y lápiz, para en
ello y con ello describir todo lo que observaba.
A orillas del río se encontraba, a veces me-
ditabundo, en otras oportunidades quién sabe en
qué estado. ¿O se encontraba sumido en preocu-
pación por algo que pasaba en su hogar y nunca
reveló a nadie? Llegaban noches en las que pare-
cía hacer correr sus lágrimas en las claras aguas
de aquel manantial sereno, como diciéndole que
vaya a buscar algo que había extraviado y necesi-
Sueño s y E sp er anzas 95
taba encontrarlo para recuperar su aliento.
A orillas del río se encontraba y nadie le
acompañaba más que su propio reflejo en aque-
llas aguas cristalinas y, su sombra proyectada por
la luz de la luna en la noche. En algún momento,
alguna que otra ave cantora se hacía sentir con
su trino hermoso, y este bello sonido hacía que
aquel observador reflexione y se arme de valor
para enfrentar lo que se le venía encima.
A orillas del río se encontraba, el observa-
dor mirando a otro espectador, y escuchando la
tierna y hermosa melodía que surgía de aquellas
aguas; a veces se hacía fuerte como si ésta fuera
provocada por la caída de una gota de agua gi-
gante o una piedra, mas aquel observador admi-
raba cómo esa caída al mismo tiempo de hacer
el sonido, también dibujaba un sinfín de círcu-
los que se movían y de chiquito crecía hasta ser
grande y desaparecer misteriosamente con el re-
correr del manantial.
A orillas del río se hallaba sentado, bien quie-
tecito, a veces agarrado de una piedra, a veces de
una flor de lirio o rosas marchitas, incluso flor de
loto que se pudría; a veces solo de su cuaderno y
lápiz, observando al observador, y contemplando
la frescura de la noche, aquella que con el correr
de su aires fríos hacía que el observador refres-
96 E f r aín Muyur ic o A l a k a

cara no su rostro, sino su alma, su sentir sencillo.


Ni siquiera se atrevía a tocar por lo menos con
la punta de sus dedos aquellas aguas tranquilas,
pero se hallaba ahí, a escasos centímetros, a ve-
ces como llorando, en otras oportunidades des-
cribiendo todo lo que su corazón sentía cuando
se hallaba ahí. ¿Y qué es lo que sentía en esos
momentos? ¿Sentía acaso pena, melancolía, ira u
odio? ¿O sentía más bien alegría, dicha, amor y
sus lágrimas eran por eso?
A veces se quedaba noches enteras, en otras
oportunidades hasta pasada la medianoche y, re-
gresaba a su casa como si nada hubiera pasado,
para encontrarse con la misma situación, las mis-
mas cosas, el mismo ambiente, las mismas perso-
nas; y lo peor de todo, la misma madre postrada
en el lecho de su enfermedad.
A pesar de todo, aquel observador siempre
buscaba demostrar felicidad en su rostro contri-
to, aunque los demás demostraban lo contrario,
caras tristes, cabizbajos, semblante pálido, y ojos
que no dejaban de hacer correr aguas saladas por
sus mejillas como si estas fueran ríos o el mis-
mo mar salado, porque una mujer a la que todos
ellos querían, y apreciaban, se hallaba postrada,
enferma, quizás en sus últimos días de poder res-
pirar aires de vida y ver la luz del sol, la luna y
Sueño s y E sp er anzas 97
las estrellas ¡qué bello más bien sería ver la luz
de las luciérnagas que se pasean en la oscuridad!
Sorprendentemente se escuchaba una de
esas noches, el canto efímero de las aves, el soni-
do del viento más el aullido de lobos, hacían de
aquella noche un momento muy especial, aun-
que un poco atemorizados ellos dejaban sentir-
se melancólicos en aquella casa sombría, y nadie
se atrevía a decir nada más que agacharse en su
lamento y agarrarse con las manos bien fuerte
la cabeza como queriendo aplastarla, mas no po-
dían sino solo hacer crujir los dientes.
Pero en las orillas de aquel río siempre se
le veía a aquel observador de su misma imagen
reflejada en las aguas del manantial. Entonces
una de aquellas noches por fin alguien más deci-
dió seguirle. Extrañado le miraba al observador
sentado en la orilla del río, lleno de inquietud,
aquel mirador decidió quedarse para mirar hasta
qué hora se quedaría aquel observador, y qué es
lo que haría durante ese transcurrir.
Sin decir palabras, admirado se quedaba mi-
rando al observador que no hacía nada más que
observar o dirigiendo su mirada al cielo o a las
aguas del manantial. Si antes se veía a un solo
observador, ahora ya eran dos, aunque con la di-
ferencia que el segundo solo era más bien un mi-
98 E f r aín Muyur ic o A l a k a

rador.
Al transcurrir algunas horas, por fin suce-
dió algo diferente; aquel observador consigo te-
nía esta vez una rosa muy hermosa, la observó
a aquella ya también con detalle minucioso y co-
menzó a arrancar pétalo a pétalo para luego ha-
cer llevar con las aguas de aquel río, uno a uno;
aquello que aquel mirador miraba con asombro
y se preguntaba para sí: —¿Por qué hace eso?
¿Cuál sería el significado de soltar pétalos de ro-
sas al agua, para que a éstas se los lleve por des-
tinos infinitos? ¿Acaso era un rito o sólo sería un
despertar repentino?
Después de todo, se levanta de la orilla para
retornar a su hogar y buscar encontrarse con el
mismo ambiente de siempre ya no.
—¿Sabes por qué hago eso, querido herma-
no? ¿Te imaginas? —dijo al momento de dar los
primeros pasos.
El mirador se asustó al escuchar aquello y
salió de su escondite algo confuso.
—¿Qué? ¿Cómo supiste que me encontraba
ahí? —Entonces preguntó el mirador en su con-
fusión al observador.
—Desde el primer momento en que llegaste
supe que estabas aquí, como no hay nada ni nadie
más que haga ruido, sabía que tú lo hacías.
Sueño s y E sp er anzas 99
Ante esas palabras se quedó sin más que de-
cir aquel mirador al observador.
—¿Sabes por qué soltaba los pétalos de ro-
sas a las aguas de aquel río? —preguntó otra vez
el observador al mirador.
—No —respondió el mirador algo asusta-
do—. Supuse en un momento que lo hacías por-
que te gustaba, pero ahora miro que es por algo
más. ¿Qué es?
—Es para que se sane nuestra madre, y aho-
ra que tú me acompañaste, sé que ella ya está
sana, porque pude sentir esa energía de sanidad
desde el inicio cuando tú te hallabas escondido
mirándome —respondió el observador.
Regresaron a casa los dos, agarrados de las
manos como buenos hermanitos, cargados de esa
energía. Y evidentemente cuando llegaron, el
mirador se quedó sorprendido al ver que la ma-
dre se encontraba en estado perfecto con respec-
to a su salud. El mirador se quedó boquiabierto
y, el observador sólo dijo algunas palabras bien
específicas referentes al caso, con algo de triste-
za en su alma, lamento en su corazón, y los ojos
llorosos.
—Ustedes, hermanos míos, no hacían otra
cosa sino solo preocuparse, solo eso sentían, pero
aquello ¿En qué ayuda? ¿De qué sirve solo ver y
100 E f r aín Muyur ic o A l a k a

no observar? ¿De qué sirve preocuparse senta-


dos y no actuar? Yo que apenas tengo escasos
diez años, no me he preocupado por el estado en
el que se encontraba nuestra madre hasta hace
pocos minutos atrás. Más bien he buscado actuar,
eso es lo que para mí valía. Y ahora con alegría
puedo observar los resultados de mi proceder.
Todos se quedaron en estado de confusión,
sin una palabra para expresar, y al paso de otros
minutos todos se quedaron bien dormidos por el
resto de la noche que quedaba, para luego con-
tinuar con su rutina de siempre allí en las zonas
frías de Colomi.
101

En la orfandad
102 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Miraba el cielo y respiraba profundo tras


beber de una botella de agua endulzada con pas-
tillas de confite que solo esa época se encontraba
por ser fiestas de Todos Santos. ¿Qué más podía
hacer? No tenía elección ¿caminar por las calles?
¿Divagar por la ciudad de norte a sur o de este a
oeste? ¿O mejor sería tocar puertas? ¿Pero quién
puede abrirle las puertas a un pobre desvalido
que no tiene ni dónde caer muerto? Ángeles fal-
tarían para más bien abrir senderos de la felici-
dad para aquel inocente niño, que por desventura
de la vida fue abandonado por sus seres queridos.
Se hallaba en la orfandad, no sabiendo a
quién acudir para poder apoyarse. De hallarse en
tanta desventura, a veces no tenía por lo menos
un tostado o un pan duro para llevarse a la boca
y saciar su hambre.
Se hallaba en la orfandad y, no se conocía de
nadie más que su propia sombra la cual le acom-
pañe en momentos de desesperación y angus-
Sueño s y E sp er anzas 103
tia, o cuando el hambre le apretaba en aquellos
instantes cuando veía a otros niños junto a sus
padres que sí tenían algo, o quizás mucho para
comer y saciar más que el apetito, la vanidad del
gusto y la gula, por el cual muchas veces se de-
jaban llevar hasta perderse en alguna parte del
comer por la intemperancia.
Se hallaba en la orfandad, falto de amor,
comprensión y ternura de madre, calor y cariño
de familia; mas lo único que encontraba en su
hogar eran las riñas, amenazas o peleas a muerte
en sus padres.
Por eso aquel niño tenía miedo vivir en aquel
“hogar”, tenía miedo a ser lastimado y perder la
dicha de disfrutar su tierna infancia. Entonces
decidió abandonar su mal llamado “hogar”, pen-
sando afuera encontrar lo que realmente desea-
ría un niño en su inocencia hallar en su hogar,
con sus padres.
Se hallaba en la orfandad, aunque en forma
carnal su padre y su madre se encontraban ahí,
con la misma cara de siempre, haciendo escu-
char las mismas groserías, hablando con dureza
y amenazas hacia sus hijos; a tal expresión los
niños no hacían otra cosa sino esconder sus ca-
bezas sentados en un rincón de la pared.
Entonces aquel niño empezó a divagar por
104 E f r aín Muyur ic o A l a k a

las calles céntricas de la ciudad, buscando per-


derse para nunca más regresar a aquel macabro
“hogar”, perdiendo la inocencia de niño que lle-
vaba por dentro, a pesar de todo, —Es hermo-
sa la vida—. Se decía para sí mismo con mucha
firmeza, aunque con algo de dolor si no es en
su cuerpo, más bien en su alma, con esa expre-
sión queriendo dejar en el pasado todos esos su-
frimientos vividos en su “hogar”, —Es hermosa
como una rosa—. Seguíase expresando para sí
entre llanto en sus tiernos ojitos y quebranto en
su corazón cuando buscó sentarse en una piedra
a la sombra de un pequeño árbol después de tan-
to caminar y sentirse cansado y hambriento, a
la vez el calor sofocante que abrasaba como la
brasa del fuego que arde siniestra.
»Pero si en esos momentos se habla de ro-
sas, sabremos que éstas al mismo tiempo de ser
hermosas y tener un aroma dulce y extasiador,
también tienen espinas y, si cuando uno querien-
do apreciar su delicadeza, deleitarse con su ter-
nura, la agarra sin cuidado, entonces se pincha
y es lastimado con el dolor que le causa en las
manos. Igual es la vida…, al menos para mí lo es.
—Así interpretaba aquel niño, que por un mo-
mento parecía sentir el cansancio macabro en su
ser.
Sueño s y E sp er anzas 105
Volvió a caminar, pero no sabía a dónde lle-
gar y encontrar sosiego para su alma, también
un poco más de agua para su sed, porque la que
tenía, se le acababa. Mientras que a medida se-
guía caminando, cada vez se encontraba en me-
dio de la muchedumbre, en la que cada cual ca-
minaba con rumbos distintos, para desaparecer
en lugares inciertos del desdén.
Huérfano de quien lo engendró no era, por-
que padre o madre no es aquel que engendra
hijos, sino aquel que vela la salud, la educación,
la alimentación y da amor a la niña o niño. De
aquel niño su situación era que se encontraba en
la orfandad del sentimiento, no conocía el amor
ni de padre ni de madre.
Entre aquella muchedumbre en la cual se
hallaba este niño, él, sólo él se encontraba con
los ojos llorosos al no aguantar tanta impotencia
presentarse ante él; y la gente paseandera, unos
con pena sólo lo miraban, -pobre chico, de segu-
ro se ha extraviado, por eso llora-, decían otros;
para algunas personas se asemejaba a locura ver
el llanto de un niño en la calle.
Aunque entre tanta gente mala, siempre
existe un ser humano con corazón de ángel, y
esta vez se pudo ver en una vendedora de humil-
de parecer, quien al ver al niño, deambular solo,
106 E f r aín Muyur ic o A l a k a

con los ojos llorosos, le ofrece un par de plátanos


y un pan.
—Toma, hijito, ya no llores así ¿Te has per-
dido? —con palabras llenas de ternura aquel
niño es consolado y alegrado el corazón que se
hallaba lleno de tristeza.
Aquel niño a tal gesto de amabilidad se sen-
tía contento, pero no era su felicidad completa
cual esperaba encontrar. Ya que el mundo no se
detiene en su recorrido.
—¿Qué hago? ¿A dónde voy? ¿A quién debo
acudir? ¡Dios mío! ¿Por qué me has puesto en esta
situación? ¿Qué hice yo para merecer esto? Sus
preguntas formuladas en su penar se convertían
en melancolía cuando él ponía su mirada al cielo,
en el cual por casualidad ve pasar una hermosa
palomita, tan blanca como la nieve. Aquello fue
otra oportunidad para seguir en pie de felicidad
en su infancia.
Por fin llega a una pequeña plaza, pero de
gran prestigio, a la cual se la denominaba con el
nombre de “Recoleta”, no se da cuenta de cómo
llegó a ese lugar, ni se acordó haber cruzado el
puente que se encuentra sobre el río Rocha ¿Aca-
so tomó recto la avenida Oquendo? O ¿qué ruta
tomó? Pero se hallaba ahí.
Buscó sentarse en una de las bancas de aque-
Sueño s y E sp er anzas 107
lla plaza circular, expectante de las movilidades
que circulaban por el lugar. No encontrando un
asiento, entonces entra a la jardinera para sen-
tarse encima los frescos pastos, dirigiendo su mi-
rada a los cielos una vez más, se recostó hasta
quedarse bien dormido.
En un santiamén, un pequeño pedazo de pan
que todavía traía en sus manos, fue arrebatado
por un perro mientras dormía, -poco tiempo más,
ten paciencia- escuchó decir con tanta finura en
las palabras, que apenas se podían oír, -pronto te
vendrás conmigo, sólo debemos esperar el mo-
mento adecuado- aquella voz se convertía en una
chispita de esperanza –no puedo más soportar
esta vida. ¿Acaso para eso vine a este mundo?
¡Llévame contigo rápido!- clamaba entre angus-
tia y penuria en la que se encontraba.
—No duermas más. Despierta, niño, parece
que estás soñando —escuchó decir por último.
—Es que es un sueño bonito. No quisiera
despertar nunca, quiero que sea eterno. —A la
par replica aquel niño entre sueño y realidad.
Cuando justo en ese momento empiezan a
sonar las campanas de la iglesia que se encon-
traba en el lado norte de aquella plaza circular.
Aquel niño a tal sonido maravilloso, entre susto
y prisa se levanta del lugar donde se había que-
108 E f r aín Muyur ic o A l a k a

dado dormido, a su lado se encontraba un hom-


bre de mal genio, posiblemente era el jardinero,
traía puesto un overol y unas podadoras en sus
manos. El niño sale del lugar para seguir di-
vagando, pero al sonido de las campanas, pudo
apreciar en el reloj de la iglesia que ya marcaban
las cinco en punto de la tarde. Por lo tanto bus-
caba regresar por los caminos por donde había
llegado hasta ahí.
Recién se da cuenta que ahora pasaba por el
río Rocha para tomar camino abajo recto la ave-
nida Oquendo. ¿Regresar a su casa? Ni pensaba
siquiera en ello. Llegó hasta la avenida Repúbli-
ca, el hambre otra vez le apretaba, cuando el sol
ya se encontraba escondido, y se podían apreciar
las primeras sombras del ocaso en conjunto con
las luces de los faroles en las calles.
No sabía qué hacer, ¿Acaso se convertiría en
un mendigo o un ladroncillo de tercera o cuarta,
o tal vez de quinta categoría? ¿Con tal actuar
nada más buscaría su “alimento” del día? Podía
ver cómo mucha gente en aquella avenida comía
por vanidad aquellas llamadas tripitas con papas,
mote de maíz, o los famosos chicharrones de po-
llo, o los llamados anticuchos y, por casualidad
en una que otra esquina ahora el famoso chicha-
rrón de llama con su llajwa de maní, ¡qué delicia
Sueño s y E sp er anzas 109
para aquellos que comían por gula! Aunque qui-
zás todos no iban en esa línea, quizás alguna que
otra persona sí comía por hambre.
Este niño divagante, igual quería comer,
porque sentía hambre, pero no traía dinero, ya
que eso es lo que manda en la ciudad. En muchas
o casi todas las oportunidades se escucha decir:
“Sin dinero nada puedes hacer”.
Buscó otra ruta, llegando a la avenida Aro-
ma y San Martín, la situación era la misma, pero
algo marcaba diferencia, cuando ya el manto ne-
gro de la noche había cubierto por completo los
cielos azules. La diferencia marcada era que en
esa esquina podía apreciar a muchos niños vo-
ceando para que las personas suban en calidad
de pasajeros a los trufis que debieran partir a
Quillacollo. Algunos choferes les pagaban a los
voceadores una moneda de considerada equiva-
lencia, mientras que otros ni veinte centavos ni
diez centavos no le daban al inocente voceador.
Hasta en los choferes que son los grandes
jerarcas de las calles, avenidas y de la población
que busca en qué movilizarse para llegar de un
lugar a otro, existe la actitud de mala fe, o más
directo, la maldad para con sus semejantes, para
con los niños que pudieran ser sus propios hijos.
Detenidamente eso miraba aquel niño huér-
110 E f r aín Muyur ic o A l a k a

fano de amor, falto de comprensión, con mucha


tristeza cuando sentado se encontraba justo en
medio de la avenida Aroma.
Pasados algunos minutos, por casualidad se
le acerca una señorita, con una sonrisa hermosa
en sus labios rojos como una rosa, quien le alcan-
za una moneda de un peso, aquel niño a tal gesto
se pone contento.
—¡Gracias! ¡Muchas gracias! —con pala-
bras de agradecimiento el niño también le sonríe
queriendo ocultar su rostro de tristeza, pero su
palidez no podía esconder. Y a aquella señorita
de buenos sentimientos eso le preocupaba.
—No me tienes que agradecer, querido ami-
guito. Desde hace rato te vi que estás sentado
aquí, bostezando de rato en rato.
—¡Querido amiguito me dijiste! —se exalta
de alegría el niño.
—Es verdad, querido amiguito. Me preocu-
pa ver a niños como tú. ¿Dónde están tus padres?
Veo que tienes hambre, y estás pálido.
—No tengo padres. Vivo en la orfandad des-
de hace mucho —respondió aquel niño agachan-
do la cabeza y con algo de tristeza como querien-
do llorar.
Aunque él mismo sabía que sus padres se
encontraban en alguna parte con los mismos
Sueño s y E sp er anzas 111
gestos macabros de siempre. En algún momento
escuchó decir que “padre no es aquel que engen-
dra hijos, sino aquel que da amor; y madre no es
aquella que pare hijos, sino aquella que a pesar
de los obstáculos en la vida da el calor de sus
brazos, el alimento de sus pechos”. Y sus mal lla-
mados “padres” de aquel niño no cumplían con
ese verdadero rol. Por eso no quiso revelar aque-
llo, sería penoso describirlos.
—¡Ay…! Lo siento —se exalta la doncella
ante la respuesta—. Ven conmigo, tienes ham-
bre, te voy a invitar algo de comer ¡vale!, quiero
escuchar tu historia.
Aquel niño sin decir ni sí ni no, más bien
dijo con alegría -¡ya, vamos!-. Se levantó de su
sitio con la ayuda de aquella doncella, quien ca-
riñosamente le extiende la mano para ayudarle a
levantarse.
—¿Desde hace cuánto tiempo vives en la or-
fandad? —Preguntó ella para romper el silencio.
—Desde que estuve consciente que existía
en alguna parte —responde el niño un poco en-
tristecido.
—Es penoso, es triste, es macabro ver a ni-
ñas y niños de temprana edad como tú en las ca-
lles queriendo afrontar solos a las vicisitudes de
la vida. Unos como aquellos niños que buscan
112 E f r aín Muyur ic o A l a k a

ganarse la vida voceando en los trufis, o limpian-


do los parabrisas, ¿y quién les comprende a ellos?
Es penoso ver cómo niñas, arriesgando sus vidas
hacen juegos malabáricos en las rotondas de la
avenida Blanco Galindo, por ejemplo.
—En verdad te estás convirtiendo en mi án-
gel de la guarda, —se expresó emocionado aquel
niño ya con algo de sonrisa, y algo más de con-
fianza.
—No digas eso, querido amiguito, yo sólo
hago lo que siento que debo hacer, esa es mi ale-
gría.
Caminaron un poco queriendo encontrar
algo bueno para comer, mas no encontraban un
sitio perfecto. Ante la situación el niño se sentía
cada vez más cansado, y la doncella se preocupa-
ba al no encontrar lo que buscaba para su objeti-
vo. Entonces le dijo:
—Vamos a mi casa, ahí habrá comida calien-
te, y cama para que puedas descansar.
—Está bien, vamos. —Con algo de alegría
respondió aquel niño.
La doncella le llevó hasta su hogar que no
era a más de media hora en un colectivo público.
Llegaron, cenaron, y ella después de haberla es-
cuchado al niño cómo le contaba su triste vida,
le acomodó en una cama caliente para que pueda
Sueño s y E sp er anzas 113
pasar bien la noche.
Aquel niño se quedó dormido sumido en
sentimientos encontrados, se sentía feliz, tam-
bién se sentía triste, no entendía cómo es que se
estaba aproximando a la vida como un niño más
de la calle.
Aunque la doncella vivía sola y le había ofre-
cido al niño para que se quedara en su casa a
vivir; aquel infante antes del amanecer, decidió
abandonar la casa, y desapareció por rumbos
desconocidos.
Aquella doncella, en su hermoso encanto, al
amanecer pensando que el niño aún se encon-
traba dormido en la habitación, preparó un ex-
quisito desayuno, y cuando ya estaba listo aque-
llo, el niño todavía no salía del cuarto. Ella, en
tal situación, un poco preocupada, va al cuarto,
y cuando entra, ve que el niño no se encontra-
ba allí, un poco se asustó, pero al acercarse más
pudo encontrar un papel doblado en la cama que
también se encontraba bien ordenado, como si
no hubiese sido utilizado la última noche pasada.
Ella abrió aquel papel, viendo unas letras es-
critas en grande y estas decían:

“Dios mío, ¡no me dejes por favor!, en este mun-


do lleno de maldades, en este mundo lleno de engaños;
114 E f r aín Muyur ic o A l a k a

líbrame de todos ellos. Más bien ayúdame a prepa-


rarme para la vida. En este mundo sé que habrá mo-
mentos de tristezas, también tribulaciones, mas no me
dejes solo en esos momentos, te lo pido por favor.

“Querida amiga:

Me siento contento, estoy feliz por lo que pasó


ayer en mi vida, por primera vez conocí la felicidad
cuando tú me encontraste en un lugar tal vez inapro-
piado para ti, no sé todavía si tú me encontraste o yo te
encontré, pero sólo sé que fue el destino que unió nues-
tros caminos, quizás para que yo pueda encontrar fe-
licidad, aquello que siempre he deseado desde antes y,
ayer se ha cumplido, al menos eso creo; pero no puedo
quedarme en tu casa, tengo miedo, no quiero ser una
carga para ti, no quiero estar en tus preocupaciones.
Debo confesarte que te he mentido con respecto a mis
padres, aunque a la vez es doloroso describirlos, sólo
debo decirte que ellos nunca me quisieron, no conocí
felicidad ni amor que nazca de mis padres, toda mi
tierna infancia me maltrataron, por eso hui de casa de
ellos, no quiero regresar allá, prefiero ser un niño más
de la calle de los tantos que existen ya, luchando por
la vida. Tal vez anoche tenía que contarte mucho más
de mí, pero no pude, tenía miedo. Quizás mi historia y
la de muchos otros niños debían escribirse en un libro,
Sueño s y E sp er anzas 115
eso sería un hermoso regalo para mí y todos aquellos
quienes somos de la calle.
Algo me decías acerca de los niños que viven en
las calles, y la verdad es que tienes mucha razón, mu-
chos de ellos buscan ganarse la vida, porque en casa
solo reciben maltrato, muchos de esos niños están en
las calles no porque siempre quieren ganarse algunos
centavos, sino porque sufren esos maltratos de sus pa-
dres, ¡eso es injusto! También ayer mientras divagaba
por las calles, podía ver con pena una marcha supues-
tamente en defensa de sus derechos, y yo me pregunta-
ba ¿y quién marcha o hace paros o huelgas de hambre
en defensa de los niños desposeídos de amor de madre
o de calor de familia? Es lamentable decir que los hu-
manos de estos tiempos se han convertido en... egoís-
tas, en... no encuentro la palabra adecuada. Tal vez
esto pasa por culpa del amor al dinero del que tanto
se escucha por todas partes.
Pero, a ti te voy a llevar siempre en mi libro del
recuerdo, vas a ser siempre mi ángel de la guarda,
que cuando me encuentre en dificultades exclamaré tu
nombre. Aunque sea un niño huérfano o un niño de
la calle. Sabes dónde encontrarme. Te quiero mucho.
Adiós no puedo decirte, un hasta pronto sería mejor.

Atte.: tu amiguito Inocencio”.


116 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Se quedó triste por un momento después de


haber leído aquel pedazo de papel, pero reflexio-
nó, sabía dónde encontrarle otra vez, y continuó
con su rutina. Claro que aquella señorita, soñaba
con ser escritora, publicar un libro sobre la rea-
lidad de los niños en Bolivia. Iba en ese camino,
por eso conversaba con cada uno de ellos.
Al paso de algunos días, volvió a encontrar-
lo, justo en el mismo lugar, el niño al ver su pre-
sencia con una sonrisa corre a abrazarla.
—Perdóname porque haya abandonado así
la casa, no quería ser uno más del motivo de tu
preocupación, querida amiga. —Con algo de
pena y cabizbajo buscó recibir el perdón de aque-
lla hermosa doncella.
—No te preocupes, amiguito mío, te en-
tiendo, pero siempre cuando necesites ayuda, las
puertas de mi casa estarán abiertas ¿Ya? —Aca-
riciándole de la cabeza ella le contestó con dul-
zura en sus palabras.
Después de alguna plática se despidieron.
Aquel niño ya no se encontraba solo, había co-
nocido a otros niños más, y juntos buscaban
sobresalir adelante, como siempre, voceando, o
limpiando los parabrisas de los automóviles, en
algunas ocasiones también demostrando sus ha-
bilidades en diferentes calles de la ciudad valluna
Sueño s y E sp er anzas 117
de Cochabamba, aunque muchos o casi todos los
choferes o población en general no tengan consi-
deración con ellos, que más bien los traten mal, o
los traten de malhechores sabiendo que muchos
de esos niños no lo son y, si lo son, es por la ne-
cesidad de comer, solo quieren seguir viviendo
para ser mejores hombres y mujeres del mañana.
Y la sociedad en su conjunto no los quiere ayu-
dar sino hundirlos más en la delincuencia, luego
echar la culpa a los gobiernos, como si ellos los
hubiesen engendrado, ¿o no es así?
119

El mensajero
120 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Un fuerte viento se levantaba en medio del


frondoso bosque, situado a ciento cuarenta kiló-
metros de la ciudad del valle, cuando una familia
integrada por cinco personas se animó a dar un
paseo por aquellos lugares, por sus verduscos ca-
minos, su exuberante vida silvestre, aquel fin de
semana de Pascua, ya que aquellos días desde el
día Viernes Santo tenían toda la libertad para ir
a donde ellos quisieran. Y esta vez escogieron el
mejor lugar para pasar aquel largo fin de sema-
na.
Por suspiros profundos que no podían evitar-
se después de haber llegado por esos sitios eran
llevadas, porque recordar les costaba de aque-
llos lugares, ya que si antes habían vivido por
esa misma región; después de mucha reflexión y
penumbra en sus corazones, se mudaron a la ciu-
dad capitalina de Cochabamba, para encontrar
mejores días de vida. Todos esos hechos trataban
de recordar en aquel momento.
Sueño s y E sp er anzas 121
Para aquel entonces el hijo mayor era aún
demasiado pequeño, para recapitular ahora de
aquellos días aciagos para sus padres y, los otros
dos ni siquiera existían en aquellos tiempos.
En gran parte había cambiado aquel pue-
blo tropical, para los padres eso se convertía en
algo asombroso; si antes simplemente se llama-
ba, Comunidad “Jatun Pampa”, ahora más bien
se denominaba como Urbanización “Jatun Pam-
pa”, porque las construcciones de casas, se iban
llenando lado a lado, frente a frente, y una muy
buena avenida interdepartamental asfaltada que
cruzaba hacia el departamento oriental de Santa
Cruz.
Para los padres se convertía en algo doloro-
so, recordar aquellos años, recordaban con caba-
lidad paso a paso, detalle a detalle lo que había
ocurrido, y tras ese suceso se fueron para la ca-
pital valluna.
Aunque para los niños se convertía en un
momento de felicidad el escuchar el trino de las
aves de diferente especie, para ellos era como es-
tar en el paraíso que se describe en las Sagradas
Escrituras.
—Mamá, papá ¿por qué están tristes? ¿Aca-
so vinimos para eso hasta aquí, para entristecer-
nos? —Pregunta el hijo menor con extrañeza al
122 E f r aín Muyur ic o A l a k a

ver a sus padres encontrarse en medio de lamen-


to y tristeza.
—Sí, mami, papi, ¡No vinimos a entristecer-
nos! Vinimos más bien a alegrarnos, y creo que
eso debemos hacer. —También comenta Guada-
lupita, la otra hija.
—No es nada grave, hijos míos —Entonces
trata de explicar el padre a tal sindéresis—. Sim-
plemente se nos vino un recuerdo de estos luga-
res, por eso suspiramos.
—¿Acaso ya conocían este lugar? —Inquie-
ta pregunta otra vez Guadalupita.
—Sí, hijita —responde la madre tras una
palmadita a su hija por la espalda—. Antes que
nacieran tu hermanito y tú, nosotros vivíamos
aquí.
—¡Ah… sí, eso me llama la atención! —El
hijo menor se inquieta por saber más—. ¿Por
qué nunca antes no comentaste de esto?
—No vale la pena recordar —finalmente se
interpone con palabras un poco secas el padre
ante la inquietud de los niños.
Los hijos se quedaron con las ganas de saber
más acerca de aquellos tiempos; ni el hijo mayor
no entendía lo que habría pasado. Cuando lle-
garon a un lugar apropiado, para pasar aquellos
días de largo fin de semana, los niños sin pedir
Sueño s y E sp er anzas 123
permiso, salieron a explorar sus alrededores,
buscaban aventurarse para no dejar de sonreír.
—¿De vuelta aquí, ustedes? —Escuchó de-
cir el hermano mayor, cuando justo éste iba por
delante de los otros dos niños.
—¿Qué? —respondió ensimismado—. ¿Me
dijeron algo, uno de ustedes?
—No —respondieron a unísono los herma-
nitos menores—. ¿Qué escuchaste que dijimos?
—Creí escuchar que me decían “¿de vuelta
aquí, ustedes?”, eso les escuché decir.
—Qué raro —interpuso la hermanita me-
nor ante el misterio de voces.
Siguieron caminando cuesta abajo, sin darse
cuenta que se alejaban, de la casa en la que se
hospedaban. Por casualidad escucharon el can-
to melodioso del ave tucán, quien posaba presu-
miendo su pico de sierra, en la copa de un árbol
grande, a la par de algunos pájaros carpinteros
que también parecían perforar el tronco de los
árboles en plena vegetación.
—Soy el mensajero, no tengas miedo —vol-
vió a escucharse aquella voz extraña con más
precisión para los oídos del niño.
Por no quedar en ridiculez ante sus herma-
nitos, no dijo nada. De pronto llegaron a un ria-
chuelo. Se deleitaron con sus aguas cristalinas. Y
124 E f r aín Muyur ic o A l a k a

lo más hermoso, veían cómo muchos peces pasa-


ban veloces como jugueteando en sus aguas.
—¡Es hermoso este río! —Admirado uno de
ellos se expresó al ver y tocar sus aguas.
—¿No creen que están lejos de casa? —esta
vez los tres escucharon al mismo tiempo aquel
decir de voz extraña.
—¿Qué? ¿Quién dijo eso? —Los niños se
asustaron un poco.
—Soy yo, ¡El mensajero! —Volvió a replicar
la voz.
—¿Quién está ahí? ¿Quién nos ha seguido y
no nos dimos cuenta? —Asustados y nerviosos
dijeron al unísono.
—No teman, queridos niños, miren, aquí
arriba estoy.
Los niños miraron arriba y no vieron nada
más que a un ave bien posada en la rama de uno
de los árboles.
—¡Es un pájaro! —dijo uno.
—¡Y sabe hablar! —En su impresión dijo
otro.
Admirados se expresan los visitantes hasta
quedar sin más palabras que decir.
—No soy un pájaro cualquiera, mis queridos
amiguitos visitantes, me llaman “Pájaro Martín”,
soy el mensajero de este pueblo y, el mensaje que
Sueño s y E sp er anzas 125
tengo para ustedes es que se han alejado dema-
siado de la casa, sus padres están preocupados,
les vienen buscando; deben regresar rápido, an-
tes que la oscuridad les atrape en este frondoso
bosque.
—¡Es verdad! —dijo la niña—. Nos estamos
alejando demasiado sin conocer bien el lugar, ¿y
si nos perdemos de verdad, quién nos encontrará
aquí?
—No se preocupen, queridos niños, yo les
voy a guiar —dijo entonces a manera de con-
suelo el ave extraña a los niños asustados y, los
condujo por los senderos de regreso al hogar
temporal.
Los tres niños tomaron el camino de regre-
so en medio de confusiones, arrancando una que
otra hoja o flor silvestre, que encontraban a su
paso.
Entonces, uno de los niños comentó algo
entristecido:
—He notado que papá y mamá se encuen-
tran algo entristecidos desde que hemos llegado
¿por qué estarán así?
—Yo les voy a responder a esa pregunta
¿Les parece? —El pájaro Martín, a vuelo lento
que iba les dijo.
—¿Acaso sabes? —pregunta algo incrédulo
126 E f r aín Muyur ic o A l a k a

el hermano mayor.
—¿Acaso no te acuerdas de lo que sucedió
cuando aún eras un niño? —Con otra pregunta
contestó aquella ave mensajera.
—No, no me acuerdo para nada.
—Tenías un hermano mayor y, éste lamen-
tablemente falleció tras la enfermedad del den-
gue, de aquello que no pudieron curarlo y por eso
murió. Antes de que falleciera, yo me presentaba
para cantar mi triste melodía todas las tardes,
hasta el día en que murió. Tú también te enfer-
maste con el mismo mal y, tus padres temían que
también fallecieras; por eso vendieron la casa y,
se mudaron para la ciudad y te salvaron.
—Ahora comprendo la situación —Enton-
ces dijo la niña ensimismada.
—Muchas veces es así la vida, en unos lados
acertados, y en otros, incierto.
—¡Ya llegamos a casa! —dijo alegre el her-
mano menor.
—Es verdad —contestó el ave mensajera—.
Ahora que están seguros, les dejo, yo tengo mu-
chos otros mensajes que ir a entregar a otros ni-
ños. ¡Adiós!, cuídense, queridos amiguitos.
Los niños entraron en casa y, al entrar, vie-
ron a su madre afligida.
—Mamá, ya no estés triste, no nos enferma-
Sueño s y E sp er anzas 127
remos de dengue, todo estará bien ¿Sí?
—¡Ay… hijos! ¿Dónde anduvieron? ¿Por
qué dicen eso? —Exaltada de alegría, la madre
contestó con otras preguntas.
—Porque nos enteramos que teníamos un
hermano mayor, más mayor que él. ¡Tu primo-
génito mamá!
—Y también nos enteramos que ese herma-
no mayor murió con esa enfermedad.
—¿Qué? ¿Quién les dijo eso?
—Un mensajero, mamá, decía que es el men-
sajero de este pueblo.
—A ver, explícate mejor, que no te entiendo
bien, ¿un mensajero dices?
—Sí, mami, un mensajero, más bien un ave,
que nos dijo que se llamaba Pájaro Martín, y de-
cía que es el mensajero de este pueblo —comentó
también la niña, complementando a las palabras
de su hermano.
—¡Qué estás diciendo, hijita!, ¡los pájaros no
hablan!
—Qué raro, éste sí hablaba, y nos contó
todo. ¡Sí, mamita, me tienes que creer! —replicó
la niña con alegría—. También dijo que… mejor
no digo, porque te vuelves a apenar y tal vez te
puedes enojar conmigo, y no quiero eso yo.
—Sí, ya sé que te dijo, y es triste recordar
128 E f r aín Muyur ic o A l a k a

esos momentos de sombra en nuestros corazones


—Entonces dijo la madre, siguiendo la corriente
a sus hijos, quienes decían que las aves hablan—.
Esta casa era nuestra, pero ahora ya no, como
pueden ver, todo por culpa de esa maldita enfer-
medad que acabó con mi hijo primogénito.
Pronto ante esas palabras se escucharon mil
trinos de aves que atemorizaron a todos, hasta las
calaminas de los techos parecían desprenderse,
hacían un ruido extraño por un momento. Como
si esas palabras de la madre hubiesen convulsio-
nado a todas las aves del trópico cochabambino.
Así pasaron aquella semana de Pascua, en-
tre recuerdos y algo de tristeza, también el re-
cibimiento del mensaje de aquel mensajero que
después de todo buscaba sembrar felicidad en los
corazones de los niños de aquel pueblo tropical,
que sí muchas veces tenían que sufrir enferme-
dades propias del lugar, hasta que muchos de
ellos al no resistir, morían; pero siempre con el
mensaje de buenas nuevas que les transmitía El
Mensajero.
129
Las travesuras
de José
130 E f r aín Muyur ic o A l a k a

El calor se sentía cada vez más intenso por


aquellos lugares vallunos durante la época de
verano, los habitantes unos buscaban modos de
protegerse bajo las sombras de los árboles, espe-
cialmente los pastorcitos que pastoreaban a sus
rebaños de vacas, u ovejas en los campos, allá en
Sipe Sipe. Mientras otros que no sabían del pas-
toreo de ganados, más bien se abocaban a las ac-
tividades rutinarias del pueblo, no encontraban
manera de contrarrestar el calor sofocante del
sol.
—¡Cómo cambian los tiempos! —comenta-
ban unos en su preocupación—. Hace mucho ca-
lor, y a veces mucho frío ya también.
—Es verdad, amigo —respondía también
indignado otro pastor de ovejas—. Los tiempos
están cambiando y mucho, y los seres humanos
no estamos haciendo nada si no es meter más
leña al fuego para que haga más calor todavía.
Sueño s y E sp er anzas 131
—Ufff, debemos hacer algo, y no quedarnos
con las manos cruzadas. —Tras un suspiro pro-
fundo señaló el primero.
—Es verdad, debemos crear conciencia, para
frenar estos cambios de clima.
En ese sentido aquella conversación se hacía
cada vez más interesante.
Entre tantos habitantes, también se podía
apreciar a muchos niños que se reunían ya en las
horas de la tarde, unos para jugar juegos tradi-
cionales del lugar.
—¿Vamos a jugar trompos? —sugería uno.
Mientras que otros más bien emprendían el
juego de las canicas, siempre al cuidado de sus
rebaños, y no se les extravíe ni una oveja o vaca.
En ese momento entre esos niños también
aparece otro grupo de tres niños, bien excelsos
los tres, quienes parecían no tener rebaños que
pastorear. Estos ante la situación climática más
bien se animan ir al río más cercano para zambu-
llir en sus aguas frescas, para lo cual tenían que
cruzar un bosque no muy extenso.
—Hace calor, ¡mucho calor! ¿Vamos al río a
bañarnos? —sugiere uno de ellos.
—Es verdad, el calor está muy fuerte. —co-
menta otro apoyando también ir al río.
—¿Y tú, José?, ¿qué dices? ¿Te animas ir
132 E f r aín Muyur ic o A l a k a

al río con nosotros? —peguntan al tercer niño,


quien parecía estar indispuesto, quizás ya por los
efectos del calor sofocante.
—Ay…, no sé, amigos —contestó el mucha-
chito indispuesto.
—¡Vamos, anímate! —le insistieron los dos
primeros.
—Ya, vamos —Finalmente el tercer niño se
anima también para ir al río.
Y es así como se podía ver a tres mucha-
chos muy entusiastas, que caminaban en medio
del bosque, admirando la exuberante belleza del
mismo; pero ellos no iban con las manos vacías,
más bien caminaban agarrados de sus flechas y,
al modo en que avanzaban, buscaban nidos de
palomas y otras aves silvestres para victimarlas
por diversión únicamente.
Y es así, mientras caminaban, encuentran
un gigantesco árbol de eucalipto, en él se hallaba
bien construido un hermoso nido de barro de un
pájaro llamado hornero, éste que se encontraba
en una de las ramas a una altura de quince me-
tros, entonces el primero quien vio, exclama:
—¡Roberto!, ¡mira, allá arriba!, ¿ves aquel
nido? ¿Y si intentamos sacarlo? ¿Qué dices tú,
José? —comenta Juan.
—Sí, está muy bonito, pero ¿Será que po-
Sueño s y E sp er anzas 133
damos subir hasta allá? Parece muy alto, y es un
poco peligroso —dice Roberto temeroso por la
altura.
—¡Claro que podemos subir, si es fácil! Tan-
tos árboles que venimos subiendo, más difíciles
que éste, ¿a este no vamos a poder subir? —Fi-
nalmente comenta José, aquel niño que minutos
antes parecía estar indispuesto a realizar esa ex-
pedición.
—Si dices ser tan valiente, entonces sube
pues tú, y saca el nido, nosotros te esperamos
aquí abajo.
—De acuerdo, subiré yo.
José se atreve a subir demostrando ser va-
liente, pero ya estando arriba, aunque no todavía
a la altura del nido, se gloría para la expectativa
de sus amiguitos.
—¡Ja…! ¿Vieron?, ¡pude subir!, les gané a
ustedes dos que se acobardaron, ¡ja, ja, ja...!
Les gozaba entre risas desde arriba, hacien-
do movimientos bruscos y, de repente, da un sú-
bito resbalón de la rama donde se hallaba parado,
para luego caer como un costal de papa y toparse
directo al suelo; con el dolor da un grito pene-
trante para el oído de sus dos compañeros que
se encontraban viendo la trágica caída de José.
Pasado el rato, el dolor iba calmando mientras
134 E f r aín Muyur ic o A l a k a

José reposaba. Desde ese momento le pusieron el


nombre de “José el travieso dolido”.
—¿Seguimos yendo al río? —Pregunta
Juan, algo dudoso de seguir aventurándose.
—Hace rato hacía mucho calor, pero ahora
ya no ¿Notan eso? —dice Roberto.
—Es verdad, el calor está cesando, ya más
bien está haciendo frío ahora, mejor regresemos
a nuestras casas, o de lo contrario se nos hará
tarde —Finalmente concluyó José, todavía con
algo de dolor en su brazo lastimado.
Y así, después de aventurarse aunque su-
friendo consecuencias, los tres niños regresaron
a sus casas.
Al caer de aquella tarde una vez más se
apreciaba a los pastorcitos, quienes iban llegan-
do desde las colinas con sus ovejitas para luego
hacerlas ingresar a sus corrales, cuando justo en
esos momento el sol en poniente ya se escondía
para dar paso al ocaso y la noche.
El niño lastimado, cuando llegó a su casa, su
madre con la boca abierta, un poco se alarmó al
verlo en esa situación.
—¿¡Qué te pasó, hijo!? ¿Por qué tu brazo
está así?
—No es nada grave, mamá, solo me caí al
jugar con mis amiguitos, eso fue todo.
Sueño s y E sp er anzas 135
—¡Ay…, hijo!, tienes que tener más cuidado,
cuántas veces te he dicho eso.
—Es verdad, mamá, yo tengo la culpa al no
haberte hecho caso, y ahora estoy pagando mi
desobediencia. Desde hoy en adelante haré caso
a todos los consejos que me des, mamita querida.
Lo haces porque eres una buena madre, y yo no
quería entender eso, pero ahora entiendo.
—Tranquilo, hijo, sé que así será, ahora va-
mos, voy a curar la herida en tu brazo.
—¡Gracias, mamita!, eres la mamá más bue-
na del mundo.
137

Como las palomas


en libertad
138 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Se conocía como el comercio de todos los


animales domésticos, donde se vendían perros,
gatos, aves, como ser: gallinas, patos, pavos, palo-
mas y otros que eran explotados por los comer-
ciantes. Unos ofrecían sus patos, otros sus ca-
chorros y otros sus palomas y así, sucesivamente
cada cual ofrecía su venta de animal doméstico;
y en esta ocasión se aprecia la aproximación de
una familia integrada por el padre, la madre y
tres hijos, quienes venían a comprar palomas,
pero con un objetivo muy especial:
—Papá, mira esas palomitas enjauladas, su-
fren demasiado ¿no es verdad?
—Sí, hijo querido, sufren y mucho, porque
no tienen libertad y soportan sin misericordia
alguna.
—Pero, papá, ¿por qué hacen esa maldad los
comerciantes?
—Bueno, hijo, ellos lo hacen para ganar di-
nero y no les importa el sufrimiento de los ani-
Sueño s y E sp er anzas 139
males, nada más que ganar mucho dinero.
En ese sentido se escuchaba la conversación
entre padre e hijo al momento de ver a las cria-
turas. Les daba mucha pena por el maltrato hacia
los animales, porque esa familia tenía un enorme
sentimiento por ellos y es eso que les hacía sentir
aflicción por ellos y por sí mismos que no podían
hacer nada.
Más tarde compraron cinco palomas, en re-
presentación cada una de ellas para cada uno de
los integrantes de la familia. El interés no era
criarlos, sino, tenían un objetivo que significaba
mucho para ellos.
—Papá, ya que compramos las palomas, ¡li-
berémoslas ahora! Y en su libertad que vuelen
hacia el infinito —dice uno de sus hijos ya estan-
do en casa.
La noche caía, y los últimos rayos de la luz
solar desaparecían, entonces papá hace dar cuen-
ta:
—Es verdad, les daremos su hermosa liber-
tad; pero ahora ya no, porque ya es tarde y no
tendrían rumbo en la oscuridad, las liberaremos
mañana temprano, con el resplandor de la auro-
ra, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, papá, que así sea.
Así pasó la noche y llegó un nuevo amane-
140 E f r aín Muyur ic o A l a k a

cer, una nueva jornada, entonces la madre, los


tres hijos y el padre después de desayunar salen
al jardín para ver qué es lo que había pasado con
las palomas enjauladas, entonces uno de los ni-
ños exclama:
—¡Mira, mamá, las palomas imploran liber-
tad, no es cierto!
—No, hijo mío, ellas piden comida para sa-
ciar el hambre que sienten.
—Bueno, démosles de comer entonces, lue-
go liberémoslas para que gocen su libertad y vi-
van felices rodeadas de la naturaleza.
—Así lo haremos, hijito, primero les alimen-
taremos bien.
Conversaban con respecto a las palomas pa-
dre, madre e hijos; pasado los minutos, las pa-
lomas fueron liberadas y uno de los muchachos
exclama:
—¡Papá, mamá, miren, las palomas gozan de
su libertad y vuelan sin cansarse!
—Sí, querido hijo, las palomas fueron libe-
radas y gozan su libertad.
Veían asombrados el vuelo de las palomas
en el aire. Otro de los niños al ver, piensa con
respecto a las palomas y dice:
—Mira, pá… ¿ves a las palomas que vuelan
en libertad? y esto me hace pensar algo, nosotros
Sueño s y E sp er anzas 141
un día éramos presos, pero no presos carnales,
sino, presos espirituales. Éramos presos de la va-
nidad y lo cual nos torturaba sin piedad, pero un
día vino un ser supremo y él pagó por nuestras
vanidades y de esa forma fuimos nosotros libres
de esa tortura para tomar los caminos como las
palomas en libertad.
—¿Ayer, te acuerdas que veíamos a todas
esas criaturas cómo eran explotadas por esos co-
merciantes sin piedad alguna? —pregunta con
admiración otro de los niños, también al momen-
to de ver a las palomas que ya se encontraban a
distancia considerable—. Con nosotros hizo lo
mismo la vanidad, nos manejó a su gusto, pero
cuando el Salvador de vanidades vino, pagó con
su propio sacrificio, a cambio de nada nos dio la
libertad para gozar de la vida en armonía. ¿No
es cierto, papá, o tú qué dices, mami, o es que me
equivoco?
—Tienes mucha razón, hijo —responde la
madre tras un suspiro—. Nosotros un día éra-
mos esclavos de la vanidad pero ahora somos
libres, como las palomas en libertad ¡gracias a
aquel Salvador! —dijo. Y jugaron hasta cansar-
se, porque era fin de semana allá en los valles de
la ciudad de Sucre.
143
El sufrimiento
hasta de las
piedras
144 E f r aín Muyur ic o A l a k a

El reloj marcaba las doce del mediodía en


punto, de aquel día viernes, aunque comenzaba
un fin de semana más, se convertía en una jorna-
da laboriosa y, el sol daba su calor tan fuerte que
apenas se podía resistir a esa hora del día.
En los campos se veía a los rebaños esparci-
dos en lugares donde les convenía reposar, bajo
las sombras de los árboles o algunos matorrales.
También los inmensos bosques imploraban
al sol que deje de brillar con tanta intensidad,
porque ellos ya no podían soportar aquel intenso
calor; a pesar de eso ellos daban sombra a todos
los que necesitaban en aquellos momentos.
También a esa hora habían sido retirados
los estudiantes del turno mañana de la pequeña
escuelita en aquel pueblito de los Yungas de La
Paz, como era habitual y cada cual se marchaba
rumbo a su hogar campechano.
En aquel día dos hermanitos, juntos tam-
bién retornaban a su hogar que se encontraba a
Sueño s y E sp er anzas 145
casi media hora de caminata, por ventura la tra-
yectoria de ellos era atravesar un arroyo, cuyas
aguas corrían resonantes de norte a sur. Esta vez
los dos muchachos se atrevieron a detenerse en
ese arroyo para jugar momentáneamente con sus
cristalinas aguas, refrescarse mojándose la cara
y la cabeza para soportar el calor por el resto
del camino que quedaba para llegar a sus casas;
pero los muy traviesos habían sacado una cierta
cantidad de piedrecillas desde las entrañas del
arroyo, para luego desparramarlas en el camino
y, continuar su recorrido para llegar a casa por
un sendero que les llevaba a un desfiladero algo
peligroso; ellos caminaban contentos, porque en
el desfiladero por fin se podía sentir corrientes
de aire fresco, donde también se oía uno que otro
ruido de algunos insectos que se paseaban en las
asperezas de las rocas, estos insectos que sentían
también la presión del aire.
Pero lo que se había hecho con las piedras en
el arroyo más antes, nadie más podía ver, estas
piedras sufrían consecuencias del calor al haber
sido sacadas de las profundidades de las aguas y
desparramadas en el camino.
Eran ellas quienes pedían incansablemente
auxilio, porque el sol les quemaba sin compasión
alguna.
146 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—¡Auxilio, ayúdennos, por favor tengan pie-


dad de nosotros, el sol nos quema! —imploraban
las piedras. Tantos fueron sus gritos, que ya sus
voces se estaban convirtiendo en melodías afóni-
cas. Dos horas más transcurrieron del mediodía
y las piedras sufrían quemadas considerables por
el tremendo calor de aquel atardecer.
Por gracia y misericordia divina, de repente
aparece un niño con su mascota por aquel lugar,
él venía senda abajo quien obligadamente tenía
que pasar por el arroyo; y al llegar a las orillas
se sorprende, porque escuchaba vocecillas extra-
ñas que venían del suelo, entonces miró debajo
de sus pies y vio que eran las piedras quienes
pedían auxilio, sorprendido preguntó:
—¿Qué pasa, por qué gritan así?
—¿No ves? El sol nos quema, por favor, de-
vuélvenos al fondo del arroyo, porque fuimos sa-
cadas de ahí.
—¿Pero quién les hizo esa maldad? ¿Quién?
—pregunta otra vez el niño algo preocupado.
—Dos niños que venían de la escuela, ellos
nos desparramaron en este lugar. Por favor sál-
vanos, aunque pateando, devuélvenos al fondo de
las aguas, nosotras somos piedras acuáticas.
Al oír aquello, el niño de inmediato se dio
prisa en recogerlas y auxiliarlas; él lo hacía con
Sueño s y E sp er anzas 147
cariño y, con cuidado las soltaba al fondo de las
aguas; ya estando todas las piedras en el agua,
dieron a una voz coral las gracias al niño que les
salvó a todas ellas.
Y el niño continuó su camino, satisfecho de
haber salvado a las preciosas piedrecillas de las
quemaduras del sol.
Aunque una sola pregunta tenía el niño en
el camino mientras caminaba:
—Si hasta las piedras sufren quemaduras,
¡cuánto más es el sufrimiento de un ser huma-
no al no ser comprendido! —Suspiró para luego
continuar con su recorrido y desaparecer detrás
de la colina que se hallaba en el lado naciente.
149

¿Caldo de pollo?
150 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Se convertía en días de preocupación para


el pueblo de Chulumani, allá en el norte de La
Paz, donde sus habitantes no podían soportar el
inmenso calor, a pesar de aquello, trabajaban sin
dar importancia al riesgo de concebir enferme-
dad por los rayos del sol.
En aquel mismo pueblo vivían dos azaba-
chitos vagabundos que deambulaban por las ca-
lles sin saber qué hacer ni qué comer, negritos
sin oficio ni beneficio; quienes en un momento
desesperado por comer algo, atrapan una galli-
na del gallinero de uno de los vecinos, pensando
que nadie les había visto y escapan a su chocita
para poder descuartizar a la gallina robada. Pero
los desafortunados habían sido vistos por el due-
ño desde la distancia, quien trabajaba en sus te-
rrenos de cultivo y para no perjudicarse no hizo
nada en su momento. Sabía dónde encontrarlos
También dos hermanitos que a esas horas
del día se encontraban tras su ganado, vieron el
hecho y al ver, estos exclamaron con zozobra:
Sueño s y E sp er anzas 151
—¡Tío, tío, se están robando a tus gallinas!
¡Ve! ¡Corre! —gritaron al mismo tiempo que iban
corriendo para darle alcance a su tío.
—Tranquilos, hijitos, los vi también, ahora
les vamos a enseñar la lección —responde el tío
buscando calmar los ánimos y la agitación de los
niños.
Esperaron que pasara el lapso de dos horas
y media, un tiempo perfecto para atraparlos si
no es con las manos en la masa, más bien con la
boca en el pollo, entonces el dueño de la gallina
robada más los dos niños se encaminan a buscar-
los a los dos ladroncillos para cobrarles.
Para entonces los ladroncillos ya habían co-
cinado un delicioso caldo de pollo, el uno comía
el sabroso pollo y, el otro saboreaba su delicioso
caldo.
Para sorpresa de ambos, son visitados por
el furioso dueño de la gallina cocinada, mientras
que los niños se quedaron fuera de la choza, en-
tonces el escándalo comienza a tronar:
—¿Por qué me han robado mi gallina?
¡Ehhh… ladroncillos! —les pregunta el dueño.
Los dos azabachitos ante la visita inespera-
da se asustaron y no sabían dónde esconder si no
era el pollo o su caldo, más bien sus cabezas.
—Fue idea de él atrapar al pollo, yo no que-
152 E f r aín Muyur ic o A l a k a

ría cometer esa fechoría —se defiende uno.


—No… fue él quien me animó a robar a…
—¡Ya…, cállense los dos!, o me pagan aho-
ra, o los mando a prisión enseguida.
Finalmente con dureza en sus palabras les
hace callar el dueño de la gallina después del al-
boroto, en el cual se vendían el uno al otro. Al
paso de algunos segundos, uno exclama a su fa-
vor:
—Bueno; yo sólo tomé su caldo, fue él, quien
se comió el pollo; así que sea él quien te pague, y
no yo ¿de acuerdo?
Se presencia un silencio total por un mo-
mento otra vez, entonces el dueño les sorprende
diciendo:
—Hummmhhh, así que eres tú quien se co-
mió el pollo, y tú sólo tomaste su delicioso caldo,
por lo tanto eres tú quien me pagará todo —Se
dirige al que solo tomó su caldo.
—¿Por qué yo? Si te digo que tan sólo tomé
su caldo, fue él quien se comió el pollo; él que te
pague pues.
—Por eso me pagas tú, porque te tomaste
solo su caldo.
—¿Pero por qué yo, acaso no comprende us-
ted?
—No, no es que no comprenda, ladroncillo;
Sueño s y E sp er anzas 153
pero tú me pagas.
Así discutía el dueño con uno de los negri-
tos y el otro se sentía tranquilo porque descubría
que no era él, el culpable, aunque no comprendía
por qué ese misterio, si sabía que fue él quien se
comió el pollo y no así al que se le exigía pagar si
solo acababa de tomar su caldo.
Y el otro negrito seguía luchando en su de-
fensa.
—Me pagas tú, o te llevo de la oreja a la
prisión.
—¿Pero por qué yo, señor, por qué? ¡Explí-
queme!
—¿Quieres saber por qué?
—Sí, por favor.
—Porque tú, sólo tú recibiste el mejor ali-
mento del pollo, mientras que tu amigo se comió
solo la sobra, lo que ya no servía, ¿y sabes por
qué? Porque cuando cocinas un caldo de pollo,
el caldo al hervir absorbe todo el alimento, y el
pollo cocido ya no sirve nada más que para sabo-
rearlo. ¿Ahora entienden, pequeños y flojos la-
droncillos, el secreto del pollo cocido?
Fue algo sorprendente lo que les había reve-
lado el dueño de aquel pollo y era cierto lo que
acababa de exponer.
Los niños al oír aquella explicación acerca
154 E f r aín Muyur ic o A l a k a

del pollo, salen corriendo del lugar para ir con


el chisme hacia su madre; al llegar le proponen:
—Mamá, ¡Mamá! Quiero un caldo de pollo,
pero no el pollo.
La madre al oír aquello, se extraña y excla-
ma:
—¿¡Qué!? ¿Por qué dices eso?
—Porque acabo de enterarme que el pollo
cuando ya está cocido, no sirve, sólo su caldo.
—Mami, ¡sí… sí, sí! ¿Nos cocinamos un cal-
do de pollo? —Replica el otro hermanito tam-
bién.
—¡Perfecto! Cocinamos un caldo de pollo,
pero mañana que es tu cumpleaños, ¡Cumples
doce años!
—Gracias, mamita.
Se presentó el ocaso para dar paso a la no-
che, y todo el pueblo terminó en un reparador
descanso, menos los dos azabachitos que se en-
contraban también descansando pero en las cel-
das de una carceleta del pueblo, pagando su con-
dena por robarse pollos.
Los milagros de
Jhufay
156 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Al ritmo del croar de un sapo extraviado


sentado en una piedra, un grupo de niños es-
peraba la llegada del crepúsculo, allá en los va-
lles campesinos de Quillacollo, estos pequeños
que animosos jugaban a los escondites en espa-
cios denominados como área verde de recreación
múltiple. La sonrisa dibujada en cada uno de los
tiernos rostros es cual engalanaba más la llega-
da del ocaso, al compás de sus gritos alegrados,
movimientos precipitados, incluso caídas súbitas
suscitadas, claro que, sin lastimarse ni causar
dolor.
¿Quiénes más como ellos? Parecía no impor-
tarles nada más que su propio mundo de juegos
alegóricos, aquello que para quienes los veían,
también se convertía en momentos de regocijo;
hasta que por fin cayó la noche, la luna con su
mirada pálida se paseaba en el infinito univer-
so, incluso sonriéndole a Venus, su amiga íntima
quien le guardaba secretos; mientras que en la
tierra, entre los niños se apareció una extraña,
quien parecía estar extraviada, en su rostro se
podía percibir un susto, además de encontrarse
Sueño s y E sp er anzas 157
agitada, también se hallaba desesperada.
—¡Hola, niños! —Entonces intentaba llamar
la atención de los pequeños—. ¿Pueden oírme?
Claro que los niños escuchaban una voz que
de algún lado venía, pero no veían a nadie.
—¡Alguien nos llama! —dijo uno en su con-
fusión.
—¡Quién será! —se sorprendía el otro.
—¡Niños, aquí estoy! —se volvía a escuchar
la voz clamorosa de la extraña.
—No veo a nadie —comentaba de entre
ellos Lucía, una niña cuya madre se hallaba en-
ferma en casa.
—¡Ni yo! ¿Quién es? —Un poco asustada
Margarita, la menor de todo el grupo, también
trataba de ubicar de dónde venía la voz.
—¡Aquí estoy! ¡Aquí!
Y todos por fin se dieron cuenta que la voz
venía de la cima de una piedra gigante, casi del
tamaño de aquel niño cuyo cumpleaños fue día
anterior y él cumplía sus trece primaveras.
—¡Es una…! ¡es una…! —Como que en ese
momento todos se quedaron mudos por el asom-
bro.
—Sí, amiguitos —trató de tranquilizarlos
la extraña—. Me llamo Jhufay, esta vez no pude
retornar a mi reino —intentó seguir explican-
158 E f r aín Muyur ic o A l a k a

do—. La oscuridad de la noche me ganó, y estoy


aquí, conversando con ustedes, queridos niños.
—¡Puedes hablar! —se asombraron aún más
los niños—. ¡Pero cómo puede ser eso! ¿no creen
que es sorprendente?
—No se sorprendan —una vez más Jhufay
trataba de tranquilizarlos—. Ustedes, niños, to-
davía creen en milagros, además de conservar
vivos los sueños que tienen en el porvenir; por
eso pueden oírme.
Es cuando la luna aumentaba su resplandor,
a tal punto que la noche parecía día, a la vez de los
pequeños se apoderaba un profundo cansancio, y
todos bostezaban, abandonando con indiferencia
el lugar, a la par de despedirse de la extranjera.
Al final quedando solo Lucía. Y ella en son de
cortesía la invitó a pasar la noche en su casa.
—Vamos —le dijo—, te cobijaré en mi mo-
rada.
—Gracias, oh dulce amiguita; ¿pero y tus
padres? —trataba de tomar precaución la visi-
tante—. ¿Por ahí ellos te llaman la atención por
mi culpa?
—Por mis padres no te preocupes, amigui-
ta; además mi madrecita está enferma desde hace
varios meses y, cada día que pasa, su salud se em-
peora, eso me pone triste. —Con ojos llorosos
Sueño s y E sp er anzas 159
relataba la situación de su madre.
—Lucía, no te pongas triste ¿Sí? —trató
de consolarla la extranjera—. Tu madre sanará
¿crees? No importa qué enfermedad tenga.
—Creo en los milagros, me lo han contado
muchas veces en muchos lugares; pero no he vis-
to ni uno y menos en mi casa —No pudo evitar
su llanto en ese momento la niña—. ¡No veo el
milagro en mi madre! Muchas veces he ido al pie
de la virgencita de Urcupiña, para pedir por ese
milagro, en muchísimas oportunidades de rodi-
llas llegué a sus pies, solo para suplicar la mejo-
ría de mi madre, y nada. ¡No es justo! —gritó.
—Vamos —dijo entonces Jhufay querien-
do contrarrestar las lágrimas de la pequeña—.
Quiero conocer a tu madre, también a tu padre.
—Mi padre no está en casa, se fue, nos aban-
donó por no soportar la situación de mi madre;
solo estamos mi hermana Otilia, mi madre y yo.
—Vamos, amiguita —le dijo una vez más la
extranjera—. Quiero conocer a tu madre; y por
tu padre no te preocupes, él volverá, arrepentido,
de rodillas pedirá perdón a tu mamita por haber-
la abandonado en la peor situación —intentaba
consolar la mirada apenada de la pequeña Lucía.
Lucía aunque no lucía trajes de fina tenden-
cia, ni zapatos de marcas selectas, sino solo un
160 E f r aín Muyur ic o A l a k a

vestido nativo tejido por su propia madre, y unas


abarcas de larga duración, porque eran fabrica-
das de gomas de llantas de automóviles; a la par
de dos trenzas de su cabello color azabache que
siempre estaban bien acomodadas en su espalda;
vestía así porque provenía de una familia muy
humilde, que al inicio vivían tras la cordillera
del Tunari, soportando frío, heladas crudas que
muchas veces arruinaba cosechas enteras, por las
que sus padres terminaban compungidos en alma
y corazón por dichas pérdidas; pero a la pequeña
siempre se la veía alegre, con una sonrisa que
hasta a sus propios amiguitos contagiaba, hacía
que cada uno de ellos pueda reír también a carca-
jadas descontroladas. Solo en momentos cuando
ya se hallaba sola, es que se dejaba atrapar por la
tristeza de ver a su madre enferma.
Por pérdidas constantes de sus cosechas por
heladas inesperadas es que deciden migrar a los
valles más cálidos, para establecer una mejor
vida, y no sería otra sino el Valle Bajo cochabam-
bino, un poco al sur, casi al pie del cerro Cota,
donde muchas otras familias también de tenden-
cia humilde habitaban intentando mantener sus
tradiciones ancestrales, sus sanas costumbres,
que en una ciudad tan poblada como Quillacollo,
parece estarse perdiendo, perdiendo valores ad-
Sueño s y E sp er anzas 161
quiridos por naturaleza, tal es por ejemplo, el va-
lor del respeto, la comunicación, la comprensión.
Tales causas se fueron transformando en deses-
peración, en presión, terminando en opresión, en
que el más fuerte se lo devora al débil.
Por eso mismo el padre de Lucía había de-
cidido irse de casa, porque no soportaba dichas
transformaciones, y más desde que Julieta, su es-
posa, madre de la niña, terminó enferma y pos-
trada en su lecho. Terminó enferma porque en
el campo no supo cuidarse del frío, o del calor
que a veces también azotaba con tal fuerza. Do-
lores reumáticos que no podía soportar, además
de los dedos que poco a poco se deformaban; ver
eso para su esposo se convertía en días de depre-
sión y, por no concurrir en esa situación es que
prefirió irse de casa sin dejar rastro de dónde se
hallaría.
Jhufay y Lucía aquella noche, ya se hallaban
cerca de casa. Al par de minutos más llegan, la
niña abre la puerta improvisada de latas soste-
nida por listones viejos y la invita a pasar sin
temor alguno.
—¡Por favor, entra! —le dice a su invitada—.
Seas bienvenida, es mi humilde casita, aunque es
así, es acogedora a la vez; mi madre ya debe estar
descansando.
162 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—¡Gracias, querida Lucía! —responde Jhu-


fay—. Es muy bonita tu casa.
—Es la humilde casa que mi padre con la
ayuda de mamá construyó no hace mucho —dijo
entonces la niña.
—¿Y tu hermana? —preguntó una vez más
la invitada— ¿Dónde está ella?
—Consuelo trabaja de día —respondió—.
De noche estudia en un colegio alternativo. Bus-
ca superarse a pesar de las vicisitudes que vivi-
mos.
—¡Qué bueno! Es un ejemplo de vida.
Por fin Jhufay conoció a la madre de Lucía,
evidentemente ella dormía, empalidecida, los
ojos carcomidos y labios secos; como que la vida
de gota en gota se alejaba de ella.
—No estés más triste ¿Sí? —volvió a repli-
car la recién llegada—. Tu madre sanará y será
esta noche.
—¡Pero cómo! —se sorprendió la peque-
ña—. ¿Qué pasará?
—No temas, hija, los milagros existen, esta
noche sucederá aquí, con tu madre, ten fe.
—Te agradezco, amiguita, por intentar con-
solarme —dijo finalmente la niña. Y de inmedia-
to fue invadida por un profundo sueño también,
bostezó y se quedó dormida en su colcha de paja.
Sueño s y E sp er anzas 163
La recién llegada, la cubrió con un cobijo
nativo que encontró en un banquillo improvisa-
do de tronco. Después de aquello, fue a ver una
vez más a la señora quien se hallaba en su más
profundo sueño. Entonces hizo el milagro que su
hija tanto deseaba. Del pequeño bolso que lleva-
ba consigo, sacó un poco de miel y la untó en la
frente de la mujer delicada de salud. Luego se fue
de la casa sin dejar rastro alguno, no al menos
por algún tiempo.
Claro que la señora se levantó sana y rege-
nerada al amanecer, con mucha energía, a la par
de sus manos que regresaban a su estado nor-
mal. Su enfermedad había sido quitada milagro-
samente por nadie más sino Jhufay, la hermosa
abejita reina, quien dejando su reinado y encar-
gando a sus obreras que sigan trabajando fabri-
cando la más pura miel sanadora, para llevar el
milagro por todos los rincones de Quillacollo. La
felicidad regresó en aquel hogar donde surgió el
primer milagro; al paso de unos días el esposo
también regresó arrepentido, pidiendo perdón
de rodillas a su esposa y sus hijas, a tal punto de
demostrar su arrepentimiento besó y lavó con
sus lágrimas los pies de su amada; claro que ella
la perdonó, la abrazó y secó sus lágrimas.
Al paso de algún tiempo, la reina abejita
164 E f r aín Muyur ic o A l a k a

regresó por esos lugares, volaba y sobrevolaba


todo el valle quillacolleño, esparciendo gota a
gota la miel más pura que consigo llevaba siem-
pre en su pequeño bolso; y a cada enfermo que le
llegaba aquella gota, enfermo no solo del cuerpo,
sino del alma, a cada persona triste, a cada ser
humano deprimido, se le era devuelto la salud,
la felicidad en su corazón. Cada gota de miel se
transformaba en el milagro más grande para se-
res humanos que en verdad necesitaban. Y des-
de esos momentos los quillacolleños ya no solo
esperarían el milagro de la Virgen de Urcupiña,
sino de Jhufay, la abejita milagrosa, de quien no
supieron dónde se hallaba su colmena, no supie-
ron dónde es que se encontraba ese maravilloso
reino, no al menos hasta un determinado tiempo
cuando ella misma les invitó a visitar.
—¡Allá va! ¡Allá! ¡Allá! ¿Ven? —Muchas ve-
ces era vista volar por los aires cálidos de aque-
llos valles—. ¡Vengan que allá va! —y corrían
como queriendo alcanzarle a la abejita, mas no
podían, porque la misma pasaba muy rápido.
A tal punto que un día centenares de habi-
tantes, quienes se habían convertido en devotos
de Jhufay, deciden hacer una misa de gratitud por
los numerosos milagros que habían visto en sus
hogares, enfermos sanarse, familias recuperando
Sueño s y E sp er anzas 165
la integridad y comunicación. El sacerdote quien
dirigía la misa sentía algo de escalofríos sentía
que traicionaba a la Virgen de Urcupiña; al ser
atrapado por esa sensación como que de la nada
traspiraba. Es cuando de un de repente por esos
lugares la reina abejita se aparece, unos se ale-
graron, otros fueron atrapados por un estado de
nerviosismo y lo peor, el sacerdote quien dirigía
la misa, terminó desmayándose.
—No tengan miedo, queridos feligreses, no
ahora —habló entonces Jhufay sobrevolando por
el sector donde se hallaban congregados sus de-
votos—. Sé que muchos tienen fe en los mila-
gros que vengo propagando, han visto suceder
muchas veces, acogiéndose en el dicho “ver para
creer”, sin embargo, les digo: a veces es necesario
“creer para ver”, no dejen que la fe se pierda en
ustedes, no dejen que el amor se enfríe, no dejen
de comunicarse en paz y armonía entre ustedes.
—¡El Padrecito se desmayó! ¡Auxilio! —Se
desesperaron algunos feligreses mientras la rei-
na hablaba.
—No tengan pena, no se desesperen —les
consoló entonces ella—. El solo duerme, así
como cuando Jesús se durmió en plena tempes-
tad allá en alta mar, y sus discípulos se desespe-
raron, ¿se acuerdan?
166 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Es cuando un fresco céfiro sintieron todos,


a la par de gotas de agua dulce cual cayó sobre
los labios de cada uno, así como el cristal fino del
rocío en las praderas al amanecer. Con esa gota
en los labios, también el sacerdote se despertó.
—La Virgen de Urcupiña —continuó di-
ciendo entonces Jhufay cuando vio que desper-
taba el sacerdote—, es mi gran amiga, no tengan
pena, no piensen que al ser devotos míos, la trai-
cionan a ella; eso no es así. De hoy en adelante
las dos caminaremos forjando milagros, porque
mi reino se encuentra allí donde habita ella, ella
me ofreció un espacio en su territorio para poder
establecer mi reino de la mano con mis obreras.
—Por fin supieron en aquel instante después de
mucho buscar respuestas con respecto al lugar
donde se hallaba su reino—. Si me buscan a mí,
le buscan a ella, si ven mis milagros, es porque lo
hice de la mano con ella. Ahora debo volver a mi
reino, que pronto volveré. Ya saben dónde es, así
que les invito, vengan a visitarme, que las puer-
tas para ustedes siempre estarán abiertas. —Y se
fue volando Jhufay, dejando un milagro más con
su gota de miel sanadora en la vida de una niña
de escasos siete años, quien por desventura de
la vida perdió a sus padres en un accidente y en
el mismo ella además perdió la vista y, Jhufay le
Sueño s y E sp er anzas 167
devolvió aquello, la niña en aquel momento poco
a poco y cada vez veía con más claridad la luz del
sol.
Y todos cantaron un “¡Aleluya!, ¡gloria a
Dios en las alturas y a Jhufay entre nosotros!”,
con los brazos extendidos que no se cansaban de
olear por haber visto aquel milagro más suceder
aquel atardecer. E iban a visitar a su reino para
rendirle tributos con mucha fe y devoción las ve-
ces que podían y ella siempre les recibía con las
alitas extendidas y las puertas de su reino abier-
tas para cada feligrés.
169
Sueños
y
esperanzas
170 E f r aín Muyur ic o A l a k a

Cinco niños que acababan de salir de la es-


cuela, caminaban con dirección a sus casas, te-
nían que cruzar la avenida 6 de Agosto, bajando
por la avenida República. Lo que nunca se per-
dían era ver el reloj del templo San Carlos y las
mismas horas en términos medios, -las doce con
treinta minutos- y de cómo por esos lugares se
veía a muchos comerciantes, que ofrecían sus
productos de diferente índole, para toda ocasión.
Cruzaron ese sector concurrido, para con-
tinuar hacia más abajo. Como todo niño siem-
pre es inquieto a esa edad, estos cinco mucha-
chos no serían de diferente actuar. En alguna
parte lograron comprarse una bolsa de tostado
ph’asancalla, más un refresco de tamarindo tam-
bién en bolsa plástica, llegan a la pequeña plaza
llamada José Cuadros, que se encuentra antes de
cruzar, la avenida 6 de Agosto, y se disponen a
sentarse en una de sus bancas en pos de un poco
de descanso para compartir tanto el refresco
Sueño s y E sp er anzas 171
como la ph’asancalla; veían con pena cómo aque-
lla plazuela se deterioraba porque se encontraba
un poco descuidada.
Pero dejaron de ver ese aspecto poniéndolo
al olvido, en su lugar comentaron de la lección
que habían aprendido en la clase de la maestra,
aquello que les parecía importante recapitular en
aquellos momentos. De algo se acordaban en ese
momento: “maestra es aquella que conoce y en-
seña a sus alumnos, mientras que profesora pue-
den ser todas y no enseñar nada”. Entonces uno
de ellos rompe el silencio y pregunta llamando la
atención de sus compañeritos:
—Andrés, ¿qué desearías ser tú cuando seas
grande? ¿Cuál es tu sueño?
—La lección que hoy nos enseñó la maestra
era muy bonita, nos habló acerca de los -sueños
y esperanzas- que debemos conservar como ni-
ños —comenta Andrés ante la pregunta—. Yo
sueño ser un buen maestro como la maestra lo
es, no solo ser un simple profesor. ¿Y tú, qué sue-
ñas ser de grande?
—Yo siempre he soñado con ser un gran
músico, para alegrar el corazón entristecido del
ser humano.
—¡Eso sí es un buen sueño! —comenta Isa-
ac, otro de los niños del grupo—. Así como yo
172 E f r aín Muyur ic o A l a k a

que siempre he soñado con ayudar a los niños de


la calle y, darles una luz de esperanza, espero que
algún día se cumpla ese sueño.
—Tu sueño es maravilloso, amigo Isaac,
solo hay que pedir fuerzas del divino creador
para que nuestros sueños se hagan realidad al-
gún día —En pos de alegría comenta también
David—. Yo quiero…, o más bien sueño con ser
un gran guerrero, como el rey David lo era, y que
solo con su honda y una piedrecilla logró matar
al gigante Goliat; así como él yo quiero matar a
otro gigante de nuestros tiempos; la pobreza, el
maltrato a los niños como nosotros, o la desinte-
gración de las familias, que a causa de eso somos
los niños los que más sufrimos y lloramos; son a
esos y muchos otros gigantes más a los que quie-
ro matar, a ver si se atreven a enfrentarse a mí.
Todos ante aquellas palabras se quedaron
sorprendidos, y no se encontraba más para ex-
presar. Pero, después de un largo vacío, alguien
más se anima a hablar para romper el silencio
con otra pregunta:
—¿Y tú, Luisito? ¿Qué sueñas ser de gran-
de?
—Yo, en realidad tengo solo dos, o mejor di-
cho tres sueños que revelar —responde Luis con
la frente bien alta.
Sueño s y E sp er anzas 173
—¡Ah…, sí!, ¿y cuáles son? —Admirados
preguntan al unísono los cuatro niños.
—Bueno, mi primer sueño es que quiero so-
ñar con lo que todo niño quiere soñar; ¡quiero
soñar con los angelitos esta noche!
Todos se rieron ante aquella respuesta.
—¿Y tu segundo sueño cuál es? —Ansioso
vuelve a preguntar Isaac.
—Mi segundo sueño es que se publique mi
librito de cuentos que he terminado de escribir
—Saca un cuaderno de manuscritos de su mo-
chila para mostrar a sus amigos—. Son diecio-
cho cuentos que me he propuesto escribir. Y el
título justamente es “SUEÑOS Y ESPERAN-
ZAS”, Mi esperanza es que se publique, con eso
me sentiré contento. Y por último, mi tercer sue-
ño es quizás la más anhelada no solo por mí, sino
por todas las y los bolivianos. Pues consiste en
recuperar el mar para Bolivia; ya que es injusto
que nos hayan arrebatado nuestro mar esos ma-
los hombres de la oligarquía chilena —concluyó
tras un profundo suspiro.
—¡Oh…!, —se admiran los otros niños al
ver el cuaderno manuscrito de cuentos—. ¡Has
logrado un gran reto que pocos lo pueden lo-
grar! ¡Imagínate a tu edad ya quieres hacerte fa-
moso! ¿Quién pudiera creer que ya eres escritor?
174 E f r aín Muyur ic o A l a k a

—Es el don divino que posee cada persona


y no hay que despreciarlo, no decir que todo el
mundo escribe, y si eso fuese así, no todos los
cuentos son para dejar enseñanzas, y en este mo-
mento oportuno quisiera dar un mensaje a todos
quienes quieren escribir y, más que un mensaje,
les pido les imploro que, -cuando escriban, no es-
criban por vanidad ni hacerse famosos; háganlo
porque sienten que deben hacerlo y, si sienten
que lo hacen por vanidad o buscar fama, es me-
jor que no lo hagan, porque no les irá bien-. Y
yo no quiero ser de los escritores famosos como
me señalas tú, yo no quiero ser los del montón
de escritores vanidosos, no quiero ser un escritor
comercial, no me gusta la fama, aquello es de los
vanidosos o los que se jactan, yo no quiero eso;
con mis cuentos quiero dejar enseñanzas para el
buen vivir en sociedad y colectividad; yo pien-
so que eso es ser un escritor, recoger los senti-
mientos de nuestros pueblos. Y uno de esos sen-
timientos en estos momentos es el recuperar el
mar para Bolivia por ejemplo, aquello que nos
usurparon los chilenos ligados a la oligarquía. Si
el gobierno boliviano ya ha iniciado gestiones en
diversas oportunidades y no ha logrado el come-
tido, nosotros como el futuro de Bolivia debemos
fortalecer ese anhelo. Es la esperanza que no de-
Sueño s y E sp er anzas 175
bemos perder; porque es un sueño anhelado por
años, y debemos despertar de ese sueño recupe-
rando el mar para Bolivia.
—Créeme que tu libro se publicará, si ese
es tu sueño, la esperanza que tienes no será en
vano. Y el mar que nos pertenece, recuperare-
mos también.
—Gracias, amigo mío, si mi primer sueño
no se cumple, estoy seguro que el segundo y el
tercero se cumplirán a cabalidad, esa es mi espe-
ranza.
—Bueno, ya descansamos lo suficiente y
platicamos, ahora debemos continuar y llegar a
nuestras casas.
—Así es, entonces, hasta mañana, amigos.
—Hasta mañana.
Se despidieron en aquella plaza, para luego to-
mar rumbos distintos y desaparecer en latitudes
diferentes. Cada uno con el anhelo de alcanzar su
sueño algún día. Cuando justo en ese momento
comenzaron a tocar las campanas de aquel tem-
plo, como venerando los Sueños y Esperanzas de
estos niños.
La presente edición se terminó
de imprimir el mes de febrero de 2020

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en talleres gráficos “EDISELTA”
localidad de Pandoja - Quillacollo Cel.: 67440111

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