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ADVERTENCIA

No espero que seas poeta. Incluso, deseo


con todas mis fuerzas que no lo seas. No
escribo para poetas. Pero no me
malentiendas. Muchos de mis mejores
amigos son poetas (¡y muy buenos!) y este
libro -y los poemas que lo conforman- han
pasado por las manos y las miradas de
todos ellos y de muchos otros: algunos
simpatizantes de la causa, otros
sensatamente indiferentes, y no pocos a
priori y abiertamente en contra de él. Pero
todos, finalmente, poetas. Escuché a
alguien decir que poeta es de quien se
puede decir que es poeta. Yo no soy poeta,
al menos no es mi intención dicha etiqueta.
Escribo y con lo que escrito he hecho un
libro, por lo que casi con seguridad puedo
decir que soy un escritor de un solo libro.
Que consiga ser un mal o buen escritor, ese
es otro rollo que no lo debatiremos por el
momento. Concédaseme, pues, la duda
razonable.
Como te contaba, los poemas de este libro
ya han pasado por dónde les tocaba pasar:
el escrutinio amable o áspero de varios
poetas. Y sus argumentos, a favor o en
contra, resultaron muy o poco
convincentes respectivamente, según
podemos deducir del hecho
incontrovertible de que estás a punto de
leerlos. Sí, porque hasta me he permitido la
ligereza o la audacia de incluir los poemas
más vilipendiados dentro del grupo que
elegí para publicar. ¿Por qué lo hice?, pues
¿por qué no? De igual manera, también he
incluido a aquellos que gustaron más. ¿Por
qué no habría de ponerlos?, pues ¿
Empecé esto diciéndote que no escribo
para poetas. Te recuerdo: no me
malinterpretes. No es un acto de disidencia
o de abierta hostilidad. Simplemente, estoy
convencido de que la mirada del poeta es
de muchísima utilidad para academizar un
poema, para diagnosticarlo, para colocarlo
en algún puesto en la escala de los seres y
productos poéticos, pero no presta
demasiada ayuda para disfrutarlo. Es como
un prestidigitador chiflado que le encanta
revelar los burdos trucos de sus colegas
menores, resguardar con profundo celo los
propios y llenar de alabanza los arcanos
infranqueables e irreproducibles de los
mayores. El poeta cuando lee poesía no
puede evitar (es casi automático, no te
enojes con ellos) caer presa de un trance
dialéctico: quiere hacer confesar al poema,
lo interrogará, lo pondrá contra el paredón,
lo fulminará y cuando, despatarrado e
inmóvil, yazca encima de su mesa de
autopsia, abrirá su ligero cuerpecito y se
inventará todas las posibles causas de
muerte y de por qué estábamos mejor sin
él. Está bien, exagero, eso parece la labor
del crítico, pero no lo tomes como si se
tratase de otra especie. El crítico de poesía
no es tan diferente del poeta. Son las dos
caras de la misma moneda. Se necesitan, se
prestan auxilio o se hieren mortalmente.
Da lo mismo.
Un filósofo japonés de la Escuela de Kioto,
decía que la necesidad de religión se hace
más evidente justo en el momento en que
confesamos no necesitarla, de ninguno otra
cosa inventada por el hombre podemos
decir lo mismo. Creo que en esto último se
equivocaba. Pero no es su culpa, al parecer
nunca escribió poesía o nunca conoció un
crítico de poesía que lo criticara.
No conozco a un poeta que abierta o
secretamente piense que escribe para
otros poetas. No es lo que buscan. Habría
una mala consciencia en eso. La idea de
que solo los poetas leen poesía es tan
descabellada como la idea de que solo los
novelistas leen novelas o los dramaturgos,
dramaturgia. Es descabellado ¿verdad?
Por ello espero que no seas poeta, y podría
desear aún algo más caro y difícil: que no
seas lector de poesía. Que este sea tu
primer encuentro con este ámbito de la
creación humana tan difícil de definir. Pero
me conformo con que no seas poeta. Claro,
poeta en el sentido que expliqué al inicio.
Pero si lo eres, se bienvenido. No tengo
nada en contra de ti. Al contrario, entiendo
lo difícil que es esto. Es difícil, ¿verdad?
Pero, poeta, el que pueda entender de una
u otra manera cómo te sientes, no significa
que compartamos la misma naturaleza
(quédate tranquilo). Solo pone de
manifiesto que hemos pasado por los
mismos conflictos y disturbios prácticos. Sin
embargo debo confesarme: yo no soy
poeta.
No lo he sido y espero no serlo ahora y no
serlo después. No me malinterpretes, te
digo. Es muy loable lo que haces, pero
estás demasiado ensimismado en ti mismo
que no me es posible compartir tus
criterios poéticos o lo que sea que llames
de esa manera. Mi intención con escribir
poesía es escribir la poesía que quiero leer.
Es por eso que la imitación es fundamental.
Yo no soy poeta: soy un gran plagiador.
Digo que quiero escribir lo que quiero leer
porque la mayoría de poetas escribe
pensando en una (improbable) posteridad,
o sea, escriben para ser recordados, que es
lo mismo decir que escriben para que algún
día se los mencione en alguna cátedra o
antología de literatura peruana o, mejor
aún, hispanoamericana, incluso, una que
sondee lo más relevante dentro del
panorama mundial de nuestro siglo… y ahí
dejo de contar. ¡Ojo! Digo que es la
mayoría, no todos. Están los otros, los que
son poetas porque no saben o no pueden
ser otra cosa. Si nacieron poetas, no lo sé,
pero actúan como si así lo fuese (y su arte
lo ratifica). Yo no nací poeta, gracias a Dios.
Otra vez pido mesura en tu reflexión. Digo
gracias a Dios porque debe ser terrible
tener que ser algo para lo cual no eres
bueno. Yo no soy bueno en esto, no me
sale natural. Debo esforzarme muchísimo y
es, la más de las veces, una tortura. Es
como aprender un idioma cuyas reglas de
sintaxis cambian con rapidez.
No creo estar creando algo original, algo
nuevo, pero tal vez algo que entretenga.
¿La poesía puede entretener? Pues sí. Hay
quienes encuentran en la poesía más que
simple entretenimiento, bien por ellos y
buen provecho. Siempre me ha asombrado
la capacidad humana para integrar
significados y llenar de propósitos lo que no
exhibe ninguna silvestre muestra ello. Pero
es natural, es nuestra lucha con el no-
mundo, en el sentido que le daba una
filósofa política alemana que me gusta
mucho: un ámbito de artefactos y seres sin
ninguna relación entre sí. Peligroso ¿no?
¿En qué iba? Cierto, poeta o no poeta, este
libro te lo quiero dedicar aunque no sé si
está escrito para ti, que es lo mismo decir
que está escrito para nadie o -¡que es
peor!-, que está escrito solo para mí. Es
triste, pero ineludible. No puedo estar
seguro de que lo he escrito para ti (o para
alguien), pero sí para mí. Le he hecho
pensando en lo que me gusta, en lo que me
aterra, en lo que me hace singular, en lo
que me aísla, y en lo que
desesperadamente busca un encuentro con
un espíritu, no igual, de ninguna manera,
sino totalmente distinto, un otro, un
alguien. ¿Ves? Yo también intenté
encontrar algo que fuera más que solo
entretenimiento. Felizmente esto está tan
enterrado, tan mal abordado y tan diluido
en estos poemas que lo más probable es
que, a lo sumo, encuentres
entretenimiento y nada que amenace tu
aquí y ahora, tu sentido de pertenencia al
mundo.
¡Pero cuán feliz sería de conseguir un
tantito de eso! ¡Mierda! ¡Qué feliz sería!
Robarte una noche de sueño, que sufras un
mareo, que te den ganas de terminar con
tu trabajo de tantos años o con esa relación
enquistada en la rutina. No creo
conseguirlo. Solo los poetas hacen eso,
¿cierto?
Tengo un amigo, uno muy querido, un
poeta que no sabe que es poeta, que con
un discurso en un bar de Cusco, hizo que se
desmalle una desconocida dentro de su
audiencia. He ido a muchos recitales de
poesía en mi vida, pero no producen ese
efecto, ningún desmayo, eso sí, muchos
aplausos, muchos. Pero ningún desmayo, ni
uno solo.
El aplauso no es otra cosa que la señal de
que has sobrevivido (o soportado) a lo que
el artista te propuso: la seguridad de que el
cielo sobre ti y la tierra debajo siguen
estando donde deben estar. El desmayo, en
cambio…
Sea lo que sea, lo también ineludible, si has
llegado a este punto de la introducción, es
que vayas a leer, al menos, el primer
poema. Por ello, he elegido para abrir uno
de los que más me gustan. Quiero que
vayas luego por el segundo, y que luego
quieras leer el tercero y si me bendicen los
dioses, avanzarás por entre las mentiras
que te propongo hasta saciarte o hartarte
de ellas, hasta que digas “¡esto fue una
mierda!” o “no estuvo mal, no estuvo mal”.
Llegado a ese punto, podré sumergirme
tranquilo y silencioso en el olvido… y quizá,
con una media sonrisa en los labios… ¡qué
más da!... esperaré ahí como en un cine de
barrio frente a una película de terror hasta
que se me ocurra un nuevo plagio, una
nueva manera de engañarte. O hasta que
te vea llegar pálido y mudo. Te guardaré un
sitio a mi lado y prometo no deslizarte al
oído un “te lo dije”.
Te lo prometo.

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