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Pautas para orientar el discernimiento vocacional de personas con una

posible orientación homosexual

Alexis Rodríguez Vargas, Pbro.


Máster en Psicología con énfasis en terapia de familia.
Licenciado en Psicología. Bachiller en Teología.
Secretario Ejecutivo de DEVYM-OSLAM

Escribir acerca de las pautas para el acompañamiento vocacional de personas con


tendencias homosexuales es un reto en muchos sentidos. En primer lugar, en sí mismo, el
acompañamiento vocacional de cualquier persona es un arte difícil y una tarea misteriosa y
paciente, además, hoy día existen diversas formas de entender esta obra fundamental de la
Iglesia. Las visiones varían en un amplio espectro, desde quienes la limitan al trabajo con
candidatos para ingresar al seminario, hasta quienes lo amplían a otras vocaciones
específicas y a la vocación general de la Iglesia nacida del bautismo, no en vano se afirma
que hoy la pastoral vocacional constituye el ministerio más difícil y más
delicado.(Congreso Europeo de Vocaciones No. 6) Por otra parte, el tema de la
homosexualidad encierra tantos enigmas, abarca tal número de opiniones e implica una
cantidad de situaciones emocionalmente difíciles de asumir, que Donna Markham1 asevera
que al abordar estos temas es muy fácil ser malinterpretado y por ende quedar atrapado en
un debate interminable y desgastante al respecto (Markham 2003, p. 8). En definitiva, unir
ambos tópicos es un coctel de delicada mezcla y de resultados inciertos.

Por tanto, cuando el departamento de Familia y Vida del Consejo Episcopal


Latinoamericano (CELAM) me invitó a escribir las presentes páginas, realmente me colocó
en una encrucijada. Percibí ante mí una doble posibilidad, o bien intentar hacer un profundo
estudio desde mi perspectiva profesional como psicólogo de familia, integrando mi
experiencia como acompañante vocacional en mi país, y en los últimos años desde mi
servicio como secretario ejecutivo del Departamento de Vocaciones y Ministerios
(DEVYM) del CELAM o, por otro lado, tratar de ofrecer, desde mi condición de discípulo
misionero de Cristo Buen Pastor, usando la hermosa expresión de Aparecida (Cfr. DA 191
– 204), algunas reflexiones a mis hermanos y hermanas agentes de animación vocacional en
los distintos países. Después de orar y reflexionar me incliné por la segunda posibilidad,
pues me pareció más acorde con el espíritu de esta publicación.

1
La traducción de los textos citados del inglés es mía.
En vista de lo anterior puedo afirmar que mi objetivo con este escrito es doble, por un lado
poner sobre el tapete este tema de particular actualidad que, en mi opinión, ha sido evadido
por mucho tiempo en algunos de nuestros espacios de reflexión2 y, por otro, proponer
algunas líneas de deliberación, que en fidelidad al magisterio de la Iglesia y a la praxis de
muchos agentes de pastoral, ofrezcan sugerencias de acción a los y las acompañantes
vocacionales para abordar situaciones concretas. Por supuesto estas pistas deberán entrar
en diálogo con la realidad concreta en la que cada animador desempeña su servicio a la
Iglesia. Para alcanzar mis objetivos, primero me referiré a la conceptualización de la
animación y del discernimiento vocacional, luego presentaré algunas alusiones a la
realidad que estamos enfrentando, ofreceré criterios generales de decisión vocacional que
podrían ser útiles en casos concretos y propondré, a modo de conclusión, algunos
elementos de meditación para el lector interesado. Este último aspecto refleja mi visión de
que este artículo es tan sólo una aproximación a un tema complejo que, en adelante, no se
debería dejar de lado en la reflexión teológica y en la práctica pastoral de la Iglesia.

• ANIMACION VOCACIONAL.

De acuerdo a la Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Davo Vobis La Iglesia


encuentra en este Evangelio de la vocación el modelo, la fuerza y el impulso de su pastoral
vocacional, o sea, de su misión destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el
acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio. (PDV 34).
El papa Juan Pablo II nos ofrece así una definición inicial que será clave para entender la
animación vocacional como proceso eclesial que siembra, acompaña y discierne el diálogo
maravilloso entre la libertad perfecta de Dios que llama y la libertad imperfecta del ser
humano que responde.

Por otra parte, La Iglesia que peregrina en América Latina y El Caribe ha reflexionado
ampliamente sobre este campo. Una breve mirada a algunas de las Conferencias Generales
del Episcopado permite entresacar elementos fundamentales. En primer lugar, Medellín
define la pastoral vocacional como la acción de la comunidad eclesial bajo la Jerarquía
para llevar a los hombres a hacer su opción en la Iglesia. Por lo mismo, toda la comunidad
cristiana, unificada y guiada por el obispo, es responsable solidariamente del desarrollo
vocacional, tanto en su aspecto fundamental cristiano, la vocación en general, como en sus
aspectos específicos: vocaciones sacerdotal, religiosa y laical. (Medellín, Conclusiones
13,23) Esta definición es importante en cuanto recuerda que vocación no es un concepto
unívoco, sino que posee aspectos diversos. Por su parte, Puebla hace dos afirmaciones a
este respecto, que vale la pena destacar, por un lado dice que:

2
Al respecto Cfr. Cozzens, 2004.
Con palabras de afecto y de confianza, saludamos a los abnegados agentes de
pastoral en nuestras Iglesias particulares, en todas sus categorías. Al exhortaros a
la continuación de vuestros trabajos en favor del Evangelio, os estimulamos a un
creciente esfuerzo en pro de la pastoral vocacional, dentro de la cual se inscriben
los ministerios confiados a los laicos, en razón de su bautismo y su confirmación.
La Iglesia necesita más sacerdotes diocesanos y religiosos en cuanto sea posible,
sabios y santos, para el ministerio de la Palabra y la Eucaristía y para la mayor
eficacia del apostolado religioso y social. Necesita laicos conscientes de su misión
en el interior de la Iglesia y en la construcción de la ciudad temporal. (Puebla,
Mensaje 7)

Por otra parte sostiene que los animadores vocacionales: Han de impulsar las experiencias
para desarrollar la acción pastoral de todos los agentes en las parroquias y alentar la
pastoral vocacional de los ministerios ordenados, de los servicios laicales y de la vida
religiosa. (Puebla 651).

Finalmente, Aparecida vuelve a poner la mirada de la Iglesia en esta tarea imprescindible


afirmando que: en lo que se refiere a la formación de los discípulos y misioneros de Cristo,
ocupa un puesto particular la pastoral vocacional, que acompaña cuidadosamente a todos
los que el Señor llama a servirle a la Iglesia en el sacerdocio, en la vida consagrada o en
el estado laical. La pastoral vocacional, que es responsabilidad de todo el pueblo de Dios,
comienza en la familia y continúa en la comunidad cristiana (DA 314).

Los anteriores textos magisteriales abren un concepto amplio de vocación, en que todos los
cristianos deben involucrarse a lo largo del proceso (según el primer congreso
Latinoamericano de vocaciones (Documento de Itaici, 1994) este proceso consiste en
despertar, discernir y acompañar) acompañando cuidadosamente a los llamados,
asumiendo responsabilidad por todos ellos desde las primeras etapas de vida familiar,
permitiéndoles así hacer una opción por el Señor y por su Pueblo en las actuales
circunstancias del continente.

Para las intenciones del presente trabajo juega un papel preponderante el tema del discernir.
Según Pietro Schiavone (2002, pp. 428-431) el método del discernimiento implica poner
atención a cinco aspectos, a saber: las capacidades y posibilidades del candidato con las
cuales responde a la voluntad de Dios, su historia de vida, sus motivaciones a favor o en
contra de un estado de vida determinado, sus mociones interiores (esto significa que el
candidato se familiarice con su propia vocación a través de sus consolaciones y sus
desolaciones y lo pueda compartir en su proceso de acompañamiento) y, finalmente, poner
atención a posibles locuciones o visiones internas.

El discernimiento vocacional ha sido un elemento central en la vida de la comunidad de


creyentes desde la antigüedad, pero nunca ha sido sencillo de implementar, ya que los
criterios humanos no siempre concuerdan con el plan divino. Por ejemplo, cuando Samuel
fue enviado por Dios a ungir al nuevo rey de Israel (Cfr. I Sam 16,1-3), su primera opción
fue Eliab, se dijo “sin duda está ante Yahvé su ungido” Pero Yahvé dijo a Samuel: “No
mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. No es cómo ve el
hombre, pues el hombre ve las apariencias, pero Yahvé ve el corazón” (I Sam 16,6-7). Este
esfuerzo de imitar al Señor, mirando el interior de la persona, es probablemente la
finalidad principal al hacer un proceso de discernimiento. El P. Guido Villalta, anterior
ejecutivo del DEVYM, se aproxima al concepto de discernimiento afirmando:

Del griego Krino/krinein y del latín cerno/cernere, que significan seleccionar,


interpretar, criticar, decidir, reconocer. En todos estos significados está implícito el
sentido de entrar hasta el fondo de las cuestiones importantes para comprenderlas
y resolverlas adecuadamente. Así el discernimiento tiene en una primera
aproximación dos momentos: el conocimiento crítico de la realidad y la toma de las
decisiones. (Villalta 2000 p. 45)

Para cumplir este proceso el Vaticano II ofrece tres claves hermenéuticas, a saber recta
intención, plena libertad y probada la idoneidad (Cfr. OT 2)3. Siguiendo a Mons. Jorge
Patrón (2009) podemos decir que:

• Motivación válida: equivale esencialmente a la recta intención, es el deseo de una


dedicación plena a la gloria de Dios o como voluntad clara y decidida de
consagrarse enteramente al servicio del Señor.
• Plena libertad: Aquí hacemos referencia especialmente a la libertad externa, es
decir a la ausencia de presiones maternas, familiares, sociales, ambientales. Pero
ciertamente nos preocupa más todavía la falta de libertad interna, producida por
impulsos y deseos inconscientes o por expectativas contrarias a la vocación. En el
fondo la carencia de libertad procede de las motivaciones insuficientes e
inadecuadas, que condicionan en el candidato su posibilidad de empeñarse con
generosidad en la realización de los valores vocacionales, tales motivaciones
portan al sujeto hacia una orientación egocéntrico, búsqueda de afecto, de
seguridad, de serenidad, de una libertad imaginaria, de realización personal y
social y de ansiosa urgencia de dominar a los otros.
• Probada idoneidad: La presencia de una motivación valida y de una suficiente
libertad es muy importante pero no es suficiente para un juicio positivo sobre la
existencia de la vocación, se requiere de dotes y de disposiciones especiales,
adecuadas a la vida religiosa. La idoneidad está constituida precisamente por la
complejidad de cualidades o de actitudes que capacitan al candidato para abrazar
y conducir su vocación hacia su pleno cumplimiento.

3
Para una profundización en cada elemento Cfr. Patrón 2009.
Si bien es cierto Optatam Totius utiliza los tres aspectos antes mencionados en relación
con la vocación sacerdotal, los mismos pueden ser extrapolados a otras vocaciones y se
convierten en esenciales para todo camino de respuesta a Dios. Piénsese, por ejemplo, en la
complejidad de las cualidades necesarias para la vida matrimonial, o en la necesaria libertad
indispensable para una opción de vida consagrada.

En algunos casos parece evidente que, desde el punto de vista de la dimensión humana (cfr.
DA 280 a), se carece de algunas de las condiciones indispensables para hacer una opción
por la vocación específica. Según Carlos Silva (2003, 2008), en el caso específico de una
persona que desea ingresar a una casa de formación religiosa o a un seminario, aunque no
existen personas sin conflictos (2003, p 93), sí hay contraindicaciones, o sea, características
que pueden impedir el ingreso. Este autor las divide en contraindicaciones absolutas y
relativas. Entre las primeras incluye 1) desordenes mentales y desintegración de la
personalidad, debilidad mental, esquizofrenia, 2) tensiones e insomnio permanentes,
aislamiento social, dependencia absoluta –sobre todo de la madre-, dificultad de pensar,
creciente deterioro del propio trabajo, razonamientos reiterativos sobre cosas abstractas,
inteligencia inferior, incapacidad para abstraer, comprensión lectora excesivamente baja.
3) Alucinaciones, delirios persecutorios o de grandeza. 4) Excesiva falta de confianza en sí
mismo. 5) Inadaptación sexual, vivencia de la homosexualidad, etc. (2008, p. 116). En el
segundo grupo incluye híper-emotividad, ciertos grados de angustia, introversión, falsedad
de juicios, perturbaciones afectivas como timidez, comportamiento agresivo, falta de
adultos significativos durante la niñez, etc. (2003, p. 94). Estas contraindicaciones no
siempre son evidentes, por tanto el proceso de discernimiento debe ser serio y cuidadoso.
La siguiente sección profundiza un estilo de cómo llevarlo a cabo.

• CONOCER LA REALIDAD

Ahora bien, volviendo a la definición de discernimiento propuesta por Villalta (2000), se


encuentra dos aspectos fundamentales en el proceso, que son: conocer la realidad y tomar
decisiones. Respecto a la realidad, es posible pensar que su estudio puede partir de un punto
de vista global o de otro particular (de lo general a lo específico o viceversa), o sea, cada
persona que es acompañada vocacionalmente tiene sus propias características y por tanto
cada proceso es único e irrepetible, pero a la vez hay una serie de factores similares que, en
medio de una cultura globalizada, permean los procesos con elementos comunes, ambos
aspectos se complementan y en cada caso el o la acompañante debe decidir la conveniencia
de inclinarse por un método determinado.

Lo que sí es indispensable es que la realidad sea abarcada con ojos de fe, o sea debe ser
vista desde Cristo pues si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se
convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni
verdad (DA 22). Además la situación de hoy día plantea una serie de desafíos para la
cultura vocacional, en palabras de Aparecida la realidad actual nos exige mayor atención a
los proyectos formativos de los Seminarios, pues los jóvenes son víctimas de la influencia
negativa de la cultura postmoderna, especialmente de los medios de comunicación social,
trayendo consigo la fragmentación de la personalidad, la incapacidad de asumir
compromisos definitivos, la ausencia de madurez humana, el debilitamiento de la identidad
espiritual, entre otros, que dificultan el proceso de formación de auténticos discípulos y
misioneros. (DA 318).

Ya el primer congreso continental de vocaciones se refería a este tema de la realidad al


afirmar: La cultura postmoderna, con sus aspectos contradictorios y cuestionadores, causa
un fuerte impacto en el hombre y la mujer de hoy, sobre todo jóvenes. Si por un lado, ella
ayuda a rescatar el valor de la subjetividad y de la individualidad, la importancia de la
afectividad y de la sexualidad humana, la ética de la vida, la búsqueda de la felicidad y de
la realización personal, por el otro, ha generado un fuerte relativismo y subjetivismo,
acompañado de una mentalidad pragmática y hedonista, con serias consecuencias en el
campo de los valores humanos y cristianos. Las familias enfrentan serios problemas de
estabilidad y muchas veces se desintegran. Los jóvenes se manifiestan más inestables,
inseguros y con dificultades para asumir compromisos definitivos (Documento de Itaici,
1994, No. 12).
En los procesos de acompañamiento eclesial se encuentran constantemente personas
marcadas por las características señaladas por los documentos de Itaici y de Aparecida, ya
que especialmente los y las jóvenes reflejan muchos de los aspectos de la cultura dominante
en su ambiente de origen. Entre estos aspectos culturales aparece la vivencia de la
sexualidad y específicamente, dentro del alcance de este artículo, de la homosexualidad.
Ésta es percibida por muchos y muchas jóvenes hoy día de un modo muy diferente a como
lo era hace algunos años. En ciertos ambientes hay tolerancia e incluso aceptación hacia
esta tendencia y en otros una clara campaña a favor de ella.

Por lo señalado anteriormente, no ha de extrañar que cualquier animador o animadora


vocacional en alguna de las ciudades de América Latina y El Caribe, pueda dar testimonio
de procesos de acompañamiento a los cuales se han acercado personas con ciertas dudas
sobre su propia identidad sexual o de clara orientación homosexual. Incluso hay quienes
afirman que algunos de nuestros sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos tienen esta
tendencia, por ejemplo recientemente fue noticia un libro publicado por el sacerdote
colombiano Germán Robledo Ángel en que se afirma que un porcentaje significativo del
clero de Cali tiene tendencia homosexual4. En una línea similar se ubica el testimonio del P.
Timothy Radclife OP quien dice: Hace dos semanas me encontraba en Nova Scotia,
predicando en un retiro para los obispos y sacerdotes del este de Canadá. Un sacerdote me
envió un papel con una interrogante que, por timidez, no se atrevía a formular en público:
“¿Este nuevo documento sobre la admisión de personas homosexuales al sacerdocio
4
Cfr. http://www.nacion.com/2010-05-15/Mundo/UltimaHora/Mundo2372997.aspx
significa que ya no hay espacio en el clero para mí? ¿Quiere éste decir que a partir de
ahora gente como yo somos sacerdotes de segunda categoría?” He escuchado esta
pregunta, formulada de diversas maneras, proveniente de sacerdotes de todas partes del
mundo. (Radclife, 2005)

Si esta situación existe, si entre los fieles católicos: sacerdotes, religiosas, seminaristas y
otros seglares, al igual que en otras denominaciones cristianas y que en cualquier segmento
de nuestras sociedades, se encuentran personas con tendencia homosexual ¿qué
características debería tener un proceso de acompañamiento y discernimiento de la Iglesia
para tomar decisiones con ellos? Esto será abordado en la próxima sección.

• CRITERIOS DE DECISIÓN

A la hora de abordar los posibles criterios para la toma de decisiones, propongo una
división que supone tres niveles básicos de vocación. Para cada nivel los criterios varían.
Sin embargo se convierten, por así decirlo, en círculos concéntricos, lo que se diga del
primero seguirá siendo válido para los otros dos y lo que se exponga en el segundo tendrá
que tomarse en cuenta para el tercero.

1. Primera vocación: vida plena.

El llamado fundamental del ser humano es a la vida plena (Cfr. Jn 10, 10), la realización
humana como respuesta al plan amoroso del Padre que le ha elegido desde toda la eternidad
(Cfr. Ef 1, 3- 10). A este respecto resuena fuerte la palabra de la Iglesia en dos números de
Aparecida:

El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza


dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los
suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba
las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El
seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización
humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a
quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña. (DA 277)

El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso, pide a sus


discípulos: “¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt 10, 7). Se
trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el
contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos.
Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad
misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida
más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y de
El Caribe. (DA 361)
La tarea fundamental de la animación vocacional en este primer campo es propiciar
espacios de evangelización y crecimiento que permita a las personas alcanzar la plenitud de
Cristo (Cfr. Ef 4,13). Para esto se necesita un tipo específico de animación vocacional (Cfr.
Maia, 2006), que posea un tinte profundamente misionero (Cfr. Moreira, 2003).

El primer criterio de decisión en este campo, es por tanto, fomentar todo aquello que ayude
a la persona a alcanzar la plenitud de vida y la realización humana. Al respecto afirma Levo
independientemente del estilo de vida escogido por alguien, la primera vocación de todos
es ser humanos, y por consiguiente, ser sexuados. Cada persona tiene una historia sexual,
una historia sexual sagrada, con experiencias positivas y, a menudo, no tan positivas
(Levo, 2004, p. 14). Resulta, por tanto, fundamental acercarse al misterio de la persona con
un profundo respeto al sagrario de su conciencia (Cfr. GS 16), y con una actitud integral,
sistémica, no reduccionista. En palabras de una Carta a los obispos citada por Mons.
Thomas V. Daily, de la Diócesis de Brooklyn: La persona humana, hecha a imagen y
semejanza de Dios, difícilmente se puede calificar haciendo alusión solamente a su
orientación sexual. Toda persona sobre la faz de la tierra tiene dificultades y problemas
personales, pero también se enfrenta al reto de crecer, al realizar su potencial, sus talentos
y sus dones. Actualmente la Iglesia nos proporciona un contexto muy necesario para el
cuidado de la persona humana cuando... continúa insistiendo en que toda persona tiene
una identidad fundamental, la de ser criatura de Dios, y por su gracia, Su hija y heredera
de la vida eterna. Esta actitud de no reducir al ser humano a un solo aspecto, se convierte
en un segundo criterio fundamental. No se debe hacer ninguna valoración sobre el prójimo
basándose exclusivamente en su posible orientación sexual ni en ningún otro aspecto
aislado de la persona.

Un tercer elemento tiene que ver con las posibles raíces de la tendencia sexual y con la
diferencia entre tendencia y actos a nivel sexual. A este respecto afirma la Conferencia
Episcopal de Estados Unidos en su carta pastoral Siempre serán nuestros hijos (1997) que:

el significado y las implicaciones del término "orientación homosexual" no se han


aceptado de manera generalizada. La doctrina de la Iglesia reconoce que hay una
distinción entre una "tendencia" homosexual que termina siendo "transitoria", y los
"homosexuales que son definitivamente así, debido a algún tipo de instinto innato"
(Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre ciertas preguntas de
la ética sexual, 1975, no. 8). Por lo tanto, considerando esa posibilidad, es
apropiado entender la orientación sexual (heterosexual u homosexual) como una
dimensión con raíces profundas de la personalidad de cada uno y reconocer su
estabilidad relativa en la persona. Una orientación homosexual produce una
atracción emocional y sexual mayor hacia individuos del mismo sexo, en vez de los
del sexo opuesto. No excluye enteramente el interés, la atención y la atracción
hacia miembros del sexo opuesto. Tener una orientación homosexual no significa
necesariamente que una persona participe en actividades homosexuales. No parece
haber una causa simple de la orientación homosexual. Una opción común de los
expertos es que hay factores múltiples—genéticos, hormonales, psicológicos—que
pueden causarla. Generalmente la orientación homosexual se vive como algo dado,
no algo que se escoge. Por lo tanto, de por sí, la orientación homosexual no puede
considerarse como pecaminosa, ya que la moralidad supone la libertad de escoger.

Es por tanto fundamental entender que la tendencia no es pecaminosa en sí misma. Además


se puede afirmar que ésta responde a una situación poli-causal. Al respecto de los posibles
orígenes de la homosexualidad, afirma José San José Prisco: la homosexualidad… reviste
formas muy variadas a través de los siglos y las culturas y su origen permanece en gran
medida inexplicado, pues es el resultado de la interacción de factores muy complejos de
tipo genérico, biológico, ambiental, vivencial y sociocultural (2005, p. 43). En palabras de
otra autora: dicho de manera simple, basándonos en el conocimiento que poseemos en este
momento del proceso de investigación empírica, la etiología de la orientación sexual de
una persona permanece incierta (Markham, 2003, p.9).

El siguiente elemento de juicio está íntimamente ligado al anterior y se refiere al trato que
la Iglesia debe ofrecer a sus hijos e hijas de orientación homosexual, en palabras de los
obispos de Estados Unidos:

El respeto por la dignidad que Dios concede a todos los seres humanos significa
que hay que reconocer los derechos humanos y las responsabilidades. La
enseñanza de la Iglesia expresa muy claramente que los derechos humanos de las
personas homosexuales deben ser defendidos y que todos tenemos la obligación de
luchar por eliminar cualquier forma de injusticia, opresión o violencia en su contra
(cf. El cuidado pastoral de personas homosexuales, 1986, no. 10).

No es suficiente evitar la discriminación injusta. Las personas homosexuales


"deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza" (Catecismo de la Iglesia
Católica, no. 2358). Como es cierto de todos los seres humanos, necesitan ser
fortalecidos simultáneamente en diferentes niveles. Esto incluye la amistad, la cual
es una manera de amar esencial al desarrollo humano que es saludable así como
también es una de las experiencias humanas más enriquecedoras. La amistad puede
florecer, y de hecho florece, fuera de las relaciones sexuales genitales.

La comunidad cristiana debe ofrecer a sus hermanos y hermanas homosexuales


comprensión y servicios pastorales. Hace más de veinte años nosotros los obispos
dijimos que "los homosexuales... deberían tener un papel activo en la comunidad
cristiana" (National Conference of Catholic Bishops, To Live in Christ Jesus: A
Pastoral Reflection on the Moral Life [Vivir en Cristo Jesús: Una reflexión pastoral
sobre la vida moral], 1976, p. 19). ¿Qué significa eso en la práctica? Significa que
las personas homosexuales tienen el derecho de sentirse bienvenidos en la
comunidad, de oír la palabra de Dios y de recibir servicios pastorales. Las
personas homosexuales que viven castamente deben tener oportunidades para
dirigir y servir a la comunidad. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho a negar
funciones públicas de servicio y liderazgo a personas, ya sean homosexuales o
heterosexuales, cuyo comportamiento público viole abiertamente sus enseñanzas
(1997).

La comunidad cristiana debe ser casa de brazos abiertos también para las personas
homosexuales. En palabras de la congregación para la educación católica: Tales personas
deben ser acogidas con respeto y delicadeza; respecto a ellas se evitará cualquier estigma
que indique una injusta discriminación (2005). Aparecida afirma que María ayuda a
mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben
distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los
pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”5. Crea comunión y
educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del
otro, especialmente si es pobre o necesitado (DA 272). Estas actitudes se han de expresar a
todas las personas, no sólo a aquellas que cumplan ciertos requisitos externos.

El punto anterior no debe hacer olvidar que el amor y la verdad caminan de la mano, este
podría ser un quinto criterio. La enseñanza de la Iglesia sobre el tema de la homosexualidad
debe ser conocida, profundizada y compartida6, así, por ejemplo, las palabras de la
congregación para la educación católica (1983) ilustran como se respeta a la persona sin
justificar sus actos: Esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral,
con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades
personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con
prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una
justificación moral a estos actos, por considerarlos conformes a la condición de esas
personas (No. 101). Afirmó el Papa Juan Pablo II (citado en la carta de Mons. Daily)

En la claridad de esta verdad, ustedes constituyeron un ejemplo de la verdadera


caridad de Cristo, al no traicionar a aquellas personas que, por su
homosexualidad, se enfrentan a problemas morales difíciles, como hubiera
sucedido, si en nombre de la comprensión y la compasión, o por cualquier otra
razón, ustedes hubieran dado una falsa esperanza a cualquiera de nuestros
hermanos o hermanas. Por el contrario, por medio de su testimonio de la verdad de
la humanidad en el plan de Dios, ustedes manifestaron su amor fraternal de una

5
NMI 50
6
Para una bibliografía de documentos de la Iglesia sobre esta temática Cfr. Carta de los obispos de Estados
Unidos Siempre Serán Nuestros Hijos: Un mensaje pastoral a los padres con hijos homosexuales y
sugerencias para agentes pastorales (1997).
manera efectiva, poniendo en alto la verdadera dignidad humana, para con
aquellos quienes también buscan en la Iglesia de Cristo una guía que procede de la
luz de la palabra de Dios.

Pensar que acoger a las personas homosexuales dentro de la Iglesia, implica tomar
posiciones a favor de temas como la legalización civil de uniones (mal llamadas
matrimonios) de personas del mismo género, es un desconocimiento de la doctrina de la
Iglesia al respecto. Afirma la Congregación para la doctrina de la fe (2003) la Iglesia
enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a
la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones
homosexuales (No. 11). No se debe confundir la dignidad humana y el amor cristiano con
la manipulación de aspectos esenciales en la antropología cristiana. Plantear la sexualidad
como algo irrefrenable resulta –además de contrario a la antropología cristiana- un
enfoque humanamente equivocado y poco realista, pues lo normal es que el hombre sea
dueño de sus actos (San José Prisco, J, 2005, 545). Toda acogida cristiana a cualquier
persona conlleva proponerle este aspecto de libre arbitrio con respecto a tendencias y
predisposiciones internas, además conlleva presentar la doctrina de la Iglesia en este campo
sin componendas ni manipulaciones.

2. Vocación Cristiana.

Los criterios señalados en el punto anterior también son válidos para el aspecto cristiano,
pero se pueden complementar con algunos más7.

En primer lugar aparece el tema de la conversión personal, es la respuesta inicial de quien


ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a
ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de
Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el
sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo (DA
278b). Siempre existe la posibilidad de conversión y acercamiento al Señor (Cfr. Lc 3, 3-
18). Todos estamos llamados a este proceso interminable que nos lleva por el camino de la
santidad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo (DA 12) y a seguirlo con mayor
entrega. La comunidad cristiana está formada por pecadores en proceso de santificación
(Cfr. I Co 6, 9 - 11) Nunca un animador vocacional debería sentir que alguien no tiene
esperanza o posibilidad de entrar en la vocación cristiana.

7
Para recomendaciones pastorales concretas para padres de familia de personas homosexuales y para los
ministros de la Iglesia Cfr. Carta de los obispos de Estados Unidos Siempre Serán Nuestros Hijos: Un mensaje
pastoral a los padres con hijos homosexuales y sugerencias para agentes pastorales (1997).
En el presente caso, el hecho que los actos homosexuales son percibidos por la Iglesia
como intrínsecamente malos (Catecismo Iglesia Católica No 2357) y moralmente
reprobables (Catecismo Iglesia Católica No 2396), es una motivación adicional a la
invitación a la conversión. Ésta se basa en las actitudes de Cristo, quien ama al pecador y
rechaza el pecado. A la vez se debe hacer una clarificación, siempre hay que distinguir
entre la persona y su tendencia. Tal vez no se puede cambiar –convertir- una tendencia
profundamente arraigada, pero siempre es posible que la persona se convierta y cambie.

Un segundo elemento consiste en no buscar el cambio de orientación sexual como


condición para que alguien sea un miembro activo de la comunidad católica, el homosexual
como persona merece todo respeto y ha de ser acogido con compasión y delicadeza.
También los homosexuales tienen que sentirse miembros con pleno derecho de la Iglesia,
pues para ellos vale la misma llamada a la santidad del resto de los demás hombres y
mujeres, evitando prejuicios que nada tienen que ver con el Espíritu Evangélico (San José
Prisco, J, 2005, 547). Este aspecto concuerda con lo mencionado anteriormente cuando los
obispos de Estados Unidos instan a las personas de tendencia homosexual a integrarse en
sus procesos pastorales. Esta actitud de acogida no debe estar impulsada por razón alguna
que no sea el amor evangélico. Motivaciones ulteriores, como el deseo de que la persona se
acoja a un proceso terapéutico, no pueden ser el criterio de fondo. Además, refiriéndose a
la terapia, opina Oliveira8 es claro que el objetivo no es forzar a una persona a cambiar su
opción de género, o si se quiere, su identidad sexual. El fin de la psicoterapia no es
transformar homosexuales en heterosexuales, sino ayudarlos en un proceso de crecimiento
emocional integrado. (2007, p. 37). Por supuesto, la opinión de este autor no puede excluir
el hecho que, en muchos casos, está probado que con terapias de reconstrucción se puede
lograr que la persona adquiera una visión clara de su propia identidad y su mundo
afectivo, afronte la situación y adquiera hábitos positivos, hasta lograr la reactivación de
los instintos heterosexuales, que suelen estar bloqueados por su convencimiento
homosexual (San José Prisco, J, 2005, p.547).

Por otra parte el acompañamiento vocacional de cualquier persona, independiente de su


posible orientación sexual, requiere una verdadera e integral educación en la castidad (Cfr.
Declaración Persona humana sobre algunas cuestiones de ética sexual y Catecismo de la
Iglesia Católica No. 2359) con criterios objetivos y concordes a la realidad personal y
comunitaria del sujeto. Esta educación debe fomentar la responsabilidad personal y la
apertura a la Gracia divina. Un trabajo vocacional que no contemple este aspecto será
incompleto.

El cuarto criterio a ser contemplado implica acompañar a la persona en su camino de


ascética cristiana. En palabras de un autor: Quienes experimentan esas tendencias están

8
La traducción de los textos citados del portugués es mía.
llamados a realizar la voluntad de Dios en su vida, y a unir al sacrificio de la cruz del
Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Dejarse llevar por
estas inclinaciones sólo producirá una angustia más grande, profundos desequilibrios
afectivos, una mayor desesperanza y deterioro psíquico. Quienes se encuentran en esta
situación están llamados a vivir la castidad, un sacrificio que les proporcionará como
beneficio una fuente de autodonación que dará sentido a su vida (CIgC 2359) (San José
Prisco, J, 2005, p.546).

A este respecto afirma Mons. Daily: Exhorto a los hombres y mujeres homosexuales a que
acudan a la Iglesia, a la oración y a la fuente de la gracia, que fortalezcan su compromiso
de vivir una vida casta. El apoyo de la comunidad cristiana y los sacramentos son las
fuentes primarias del cuidado pastoral para la persona homosexual. Nunca debemos
subestimar el poder de estos medios sobrenaturales en la vida de la persona homosexual o
de ninguna persona… Por medio de esta aceptación heroica de su propio sufrimiento,
están dando testimonio de castidad, y de una forma adecuada a su situación "supliendo lo
que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, la Iglesia (Col 1,24)".

3. Vocaciones específicas.

Referente a los criterios de decisión con vocaciones específicas, valga primero una
aclaración. En vista del valor paradigmático que el orden sacerdotal y la consagración
religiosa poseen en las comunidades católicas, pondré el énfasis de esta propuesta en ellas.
Con lo anterior no pretendo restar importancia al matrimonio como vocación específica,
pero ya que es claro que una persona estructuralmente homosexual no posee la idoneidad
necesaria para el sacramento matrimonial9, es poco lo que se puede profundizar a este
respecto. Es por lo anterior que se afirma que es evidente que en el caso de las personas
homosexuales existe una incapacidad real para el ejercicio recto de la sexualidad que se
concreta en la complementariedad afectiva y en la procreación, provocando una auténtica
impotencia coeundi psíquica (CIC 1084 p1) (San José Prisco, J, 2005, 549. Por razones de
extensión del artículo no profundizaré sobre el tema. Desde el punto de vista sacramental
las opciones están limitadas. Si la persona se involucra en relaciones sexuales genitales
fuera del matrimonio objetivamente está en una situación de pecado, además los actos
homosexuales, como ya se indicó, son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley
natural (Cfr. Catecismo de la iglesia Católica No. 2357), sin embargo, incluso en estas
circunstancias, puede contar con el rostro misericordioso de Jesús y la mano abierta de la

9
A este respecto téngase en cuanta el Código de Derecho Canónico a partir del canon 1073 cuando habla
de los impedimentos para el sacramento y del 1095 cuando se refiere al consentimiento matrimonial.
Iglesia que ofrece su perdón e invita a la conversión.10 Por otra parte, esta limitación no
incluye a personas que en, en palabras de la Congregación para la educación católica
presentan tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema
transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada (2005). Éstas,
después de un debido proceso de discernimiento y acompañamiento, pueden recibir el
sacramento del matrimonio.

Ahora bien, referente a los criterios, el primero que vale la pena indicar es que sí es posible
ofrecer un acompañamiento vocacional a algunas personas con tendencia homosexual en
miras a un proceso de discernimiento a una vocación de especial consagración. Este
acompañamiento es posible porque los documentos del Magisterio hacen una clara
diferencia entre tendencia homosexual y acto homosexual y entre tendencias transitorias y
otras profundamente arraigadas. Esta diferenciación permite plantear distintos perfiles en
personas con esta tendencia, por tanto no se puede aplicar una única norma taxativa para
todos. En palabras de José San José: no se puede obviar que dentro de lo que se entiende
comúnmente como homosexualidad existen diferentes grados que no pueden considerarse
idénticos en el momento de emitir un juicio sobre la idoneidad (2005, p. 547). Este autor
ofrece, después de su anterior afirmación, la siguiente tipología y su opinión de si se puede
iniciar o no un proceso formativo:

Tenemos por un lado modelos de comportamientos relacionados con la


homosexualidad pero que no tienen necesariamente por qué ser reflejo de ella,
como son el comportamiento de disconformidad con el papel del propio sexo –la
persona orienta algunos de sus intereses y actividades hacia los propios del otro
sexo-, o los denominados miedos homosexuales –sentimiento difuso sin sentir
claramente atracción homosexual-, que no debemos suponer que signifiquen un
trastorno del sentido de la identidad personal, sino que son fruto, la mayor parte de
las veces, de otros problemas internos que hay que abordar. Cuando puedan ser
educados con medios ordinarios –incluida la consulta psicológica especializada–
no representará un impedimento serio para la admisión al ministerio.

Por otro, encontramos personas fundamentalmente heterosexuales, pero que


han tenido esporádicamente algún contacto homosexual a edad temprana,
especialmente durante la adolescencia. Leídos en el contexto del descubrimiento de
la sexualidad y de la búsqueda de modelos de identificación propios de esta etapa,
si se han reducido a este momento no podrán considerarse estrictamente como
signo de homosexualidad y no parece que exista demasiado problema en lo que
respecta a la admisión al orden sagrado.

10
Sobre una propuesta de itinerario de acompañamiento de vocaciones laicas y de algunas situaciones más
complicadas Cfr. Oliveira, 2007, p. 63 a 85.
Cuando se trata de personas que, percibiéndose heterosexuales, tienen
reacciones psíquicas homosexuales frecuentes, propiciando relaciones intensas e
inmaduras con personas del mismo sexo –amistades exclusivas–, si no tienen
expresión física y están focalizadas en una persona o un pequeño grupo al que el
candidato se siente unido emocionalmente, podría tener solución con la debida
asistencia médico-psicológica de una persona atenta y respetuosa a las enseñanzas
de la Iglesia. Si se comprueba al final que el candidato tiene suficiente autocontrol,
humildad y tenacidad y que sus ideales son suficientemente sólidos podría ser
admitido.

En el caso de personas que han tenido frecuentes relaciones físicas


homosexuales, tanto si perciben preferentemente heterosexuales, como bisexuales,
predominante o exclusivamente homosexuales, dado que sus comportamientos se
sitúan dentro del marco de las conductas no aceptadas por la Iglesia como
expresión de la sexualidad humana, no pueden ser considerados idóneos para el
ministerio. La contraindicación para el ministerio en estos casos debe considerarse
como absoluta.

Un estudio aparte merecen los trastornos de la identidad sexual que se


producen cuando el individuo se identifica de un modo tan intenso y persistente con
el otro sexo que desea ser o insiste en que es el otro sexo, provocando un malestar
profundo, un deterioro social, laboral y de otras áreas importantes de la actividad
del individuo, un aislamiento social, baja autoestima y predisposición a sufrir
depresión, a presentar ideación suicida, o a tener síntomas de ansiedad. Entre otros
trastornos esta el travestismo, que consiste en vestirse con ropas del otro sexo con
la finalidad de buscar la excitación sexual. Junto a él está la transexualidad o
disforia de género, que afecta a las personas que no aceptan su sexo biológico,
teniendo el fuerte convencimiento de haber nacido con el sexo equivocado. En
ambos casos el tratamiento no siempre es posible, por lo que existiría una
contraindicación absoluta para recibir órdenes, especialmente cuando se trata de
transexualismo, pues quienes lo padecen no encuentran alivio a su malestar si no es
a través de una reasignación de sexo (2005, p. 547-548).

La anterior tipología propuesta no es absoluta y diversos autores podrían formular otras


clasificaciones. Sí resulta claro que en algunos casos existe una contraindicación absoluta
para recibir las órdenes sagradas o los votos religiosos, mientras que en otros el
impedimento no es absoluto. En vista de lo anterior es necesario profundizar posibles
criterios que ayuden a los acompañantes a hacer un discernimiento serio y ponderado, en
fidelidad a la Iglesia y sin dejarse llevar por prejuicios o impresiones superficiales. El
Primer Congreso Vocacional Europeo (1997) afirma en su nota al pie de página 112,
comentando tres posibles criterios para diferenciar el grado de una situación: Ver en tal
sentido la recomendación del Potissimum Institutioni, sobre la homosexualidad, a
descartar no a quienes tienen tales tendencias, sino « a quienes no lograrán dominarlas »
(39), también si tal « dominio » se entiende —creemos— en sentido pleno, no sólo como un
esfuerzo de la voluntad, sino como libertad gradual en las confrontaciones de las
tendencias mismas, en el corazón y en la mente, en la voluntad y en los deseos.

Vale la pena retomar todo el texto del Congreso europeo al respecto, el mismo no se limita
a situaciones de homosexualidad sino que asume una postura más amplia con respecto a
problemas en la dimensión afectivo-sexual (No. 37):

c) Una área particularmente digna de atención, hoy más que ayer, es la afectivo-
sexual. (111) Es importante que el joven demuestre que puede adquirir dos certezas
que hacen a la persona libre afectivamente, o sea, la certeza que viene de la
experiencia de haber sido ya amado y la certeza, siempre por la experiencia, de
saber amar. En concreto, el joven debería mostrar el equilibrio humano que le
permite saber estar en pie por sí mismo, debería poseer la seguridad y autonomía
que le facilitan la relación social y la amistad cordial, y el sentido de
responsabilidad que le permite vivir como adulto la misma relación social, libre de
dar yderecibir.

d) Por cuanto atañe a las inconsistencias, siempre en el área afectivo-sexual, un


prudente discernimiento debería tener en cuenta la centralidad de esta área en la
evolución general del joven y en la cultura (o subcultura) actual. No es, pues,
extraño o raro que el joven muestre específicas debilidades en este sector.

¿Con qué condiciones se puede prudentemente acoger la solicitud vocacional de


jóvenes con este tipo de problemas? La condición es, que se den juntos estos tres
requisitos:

1° Que el joven sea consciente de la raíz de su problema, que muy a menudo no es


sexual en su origen.

2° La segunda condición es que el joven sienta su debilidad como un cuerpo


extraño a la propia personalidad, algo que no querría y que choca con su ideal, y
contra el que lucha con todas sus fuerzas.

3° En fin, es importante comprobar si el sujeto está en grado de controlar estas


debilidades, con vistas a una superación, sea porque, de hecho, cada vez cae
menos, sea porque tales inclinaciones turban siempre menos su vida (incluso la
síquica) y le permiten desarrollar sus deberes normales sin crearle tensión excesiva
ni distraer indebidamente su atención. (112) Estos tres criterios deben ser
considerados para realizar un discernimiento positivo.

Nótese como los criterios plantean mirar la historia personal para determinar la etiología de
la situación, origen que no siempre es de naturaleza sexual; que la persona no perciba esta
situación como constitutiva de su ser, o sea como un factor estructural de su vida y,
finalmente, que se dé un visión procesual, de superación gradual, de la situación. Por su
parte Cencini (2006) afirma que es posible el acompañamiento y la acogida de personas con
tendencias homosexuales, siempre que existan tres requisitos básicos, a saber:

1. Tener conciencia plena de la propia situación.


2. No querer practicar conductas de tipo homosexual, en particular de modo sexual
genital.
3. No vivir sumido en una tensión excesiva para controlar los impulsos sexuales, de
modo que esto llegue a impedir el ejercicio normal de la misión recibida.

La propuesta de este autor complementa lo que se tomó del Congreso Europeo, con factores
centrados en el candidato: su grado de conciencia y autoconocimiento, sus conductas
específicas y la energía invertida en llevar una vida célibe sin que esto implique una tensión
excesiva que reste libertad, gozo y paz a su proyecto de vida.

Considerando que sí existe la posibilidad de acompañar algunas personas con estas


tendencias, pasemos a otro criterio, ¿dónde ponerse el énfasis al acompañar estas posibles
vocaciones? La respuesta de Donna Markham, religiosa y psicóloga, a dicha interrogante es
que no existe evidencia que sugiera que la orientación sexual tenga un impacto directo en
la capacidad de llevar una vida casta y célibe, lo que sí es aparente es que la integración
psicosexual, un claro sentido de identidad y la capacidad de establecer relaciones adultas
impactan la habilidad de llevar una vida religiosa íntegra y gozosa. Por tanto la pregunta
que formulamos es si un individuo es capaz de comprometerse con integridad en una vida
no genital, no posesiva y generosa de servicio en respuesta al Evangelio (Markham, 2003,
p. 10). El énfasis en un proceso saludable no estará en tratar de detectar homosexuales para
excluirlos del discernimiento o de la formación, sino en buscar que todos los sujetos tengan
esta integración psicosexual, una identidad personal profunda y una habilidad relacional
adecuada con diversos tipos de personas. La comisión de la Conferencia Episcopal de
Canadá (1992) que ha investigado los casos de abusos sexuales en su país recomienda a los
formadores de seminarios: implementar un proceso de formación para los candidatos que
se enfoque más en las fortalezas personales fundamentales del candidato que en sus
factores de vulnerabilidad, sin dejar éstos completamente de lado (No. 26).

El hecho de que exista la posibilidad de acompañar candidatos con tendencias


homosexuales no significa que se esté en la capacidad de hacerlo. Al respecto afirma
Oliveira: Primero que todo es indispensable que la institución (diócesis, parroquia,
instituto, etc.) verifique si ella está preparada para acompañar ese tipo de vocacionado. Al
ser alguien cuya afectividad y sexualidad extrapolan lo acostumbrado, la persona
homosexual requiere ser acompañada de modo diferente y particular. Tal preparación
incluye varios aspectos. Desde un ambiente acogedor, libre de prejuicios, hasta la
presencia de personal especializado, que, con competencia, dé seguimiento a aquellos y
aquellas que son recibidos para el acompañamiento vocacional (2007, p. 23). Se plantea
así un tercer criterio, las condiciones necesarias para poder acompañar el camino
vocacional de una persona con tendencia homosexual no están presentes en todas las
instituciones de formación y discernimiento que tiene la Iglesia hoy día. El equipo pastoral
debería tener mucha claridad de si, en su propia realidad, están presentes las condiciones
suficientes y necesarias para el acompañamiento y si por múltiples razones, que no cabe
explicitar en este escrito, éstas no se dan, con toda claridad se debe desistir de hacer
esfuerzos a medias que podrán traer dolor y sufrimiento a la persona y a la Iglesia, un
proceso mal llevado con cualquier candidato puede ser causa de frustración personal y de
escándalo para la comunidad en el futuro. El equipo y el animador deben estar en una
actitud constante de autoevaluación y autoconocimiento, no podrían hacerse de la vista
gorda ante casos que les provoquen dudas, o simplemente esperar que las cosas se corrijan
por sí mismas o que en una etapa posterior el proceso formativo se interrumpa. También
deberán contar con el apoyo de profesionales en las ciencias humanas, que se integren en el
proceso de discernimiento.

El cuarto criterio, que quizá debió ser la primera cita de todo el artículo, proviene de la
Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas
de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y a las órdenes Sagradas11.
Este documento debería ser el que más claramente le ayude al animador vocacional a
decidir el futuro de un proceso de discernimiento de un candidato con tendencias
homosexuales. Textualmente afirma el documento:

A la luz de tales enseñanzas este Dicasterio, de acuerdo con la Congregación para


el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cree necesario afirmar con
claridad que la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, [9]
no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la
homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o
sostienen la así llamada cultura gay. [10] Dichas personas se encuentran,
efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación
con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias
negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias
homosexuales profundamente arraigadas. Si se tratase, en cambio, de tendencias

11
Sobre una posible hermenéutica para este documento Cfr. Radcliff, 2005 y Oliveira 2007, especialmente la
nota al pie de página No. 9, p. 14.
homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio, como, por
ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, ésas deberán ser claramente
superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.

Este cuarto criterio explicita un impedimento concreto a la ordenación de personas que


practican actos homosexuales, presentan tendencias profundamente arraigadas y se
adhieren a la cultura gay. En el primer caso el asunto es claro, cualquier persona que tenga
una vida sexual activa (heterosexual u homosexual), no testimonia la coherencia necesaria
para un esfuerzo por vivir plenamente un proyecto de entrega total por el Reino expresado
en el celibato. El segundo caso es interpretado por Radcliff como aquella persona cuya
orientación es tan dominante en su auto-percepción que se convierte en una obsesión,
dominando su imaginación (2005). Es la persona que sólo se centra en un aspecto de su
vida y por ende es incapaz de integrarse plenamente. El tercero tiene que ver con quien
asume una posición defensiva, cerrada y agresiva, para Markham el problema de
atrincherarse en una subcultura gay sugiere un bloqueo en la habilidad de ciertas
personas de moverse hacia una interiorización suficiente y hacia una integración de su
orientación sexual… subculturas atrincheradas de cualquier tipo fomentan el separatismo
y actúan contra el bien común. Para ellas no hay espacio en nuestras casas religiosas
(2003 p.12).

Posteriormente, el mismo documento de la educación Católica afirma: Sería gravemente


deshonesto que el candidato ocultara la propia homosexualidad para acceder, a pesar de
todo, a la Ordenación. Disposición tan falta de rectitud no corresponde al espíritu de
verdad, de lealtad y de disponibilidad que debe caracterizar la personalidad de quien cree
que ha sido llamado a servir a Cristo y a su Iglesia en el ministerio sacerdotal. Esta
afirmación ofrece un quinto criterio que podemos llamar transparencia. Éste tiene una
doble implicación: Por parte de la comunidad, del equipo de animación vocacional y del
equipo formador, implica el reto de cómo propiciar un ambiente de respeto, apertura y
autenticidad donde todas las personas tengan la confianza de abrir su corazón al proceso de
acompañamiento y no caigan en la tentación de llevar una doble vida propiciada por
intenciones incorrectas. Una casa de formación nunca debe dar la impresión de que quien
es honesto y transparente es castigado con la expulsión y que quien es taimado y farsante
recibe el premio de permanecer en el proceso. Por otra parte, en el caso del candidato o
candidata, debe estar la conciencia de que Dios es quien llama y que la vocación es un don
de servicio a los demás, no un privilegio que debe ser alcanzado a cualquier costo y por
cualquier medio, como si fuera un derecho personal, sino un don y una tarea que se realiza
en la integración de la vida, manifestada tanto en el fuero interno como en el fuero externo,
y en el deseo de entregarse por los demás a Cristo en una vivencia eclesial concreta.

El siguiente criterio tiene que ver con cuáles son las principales características psicológicas
que se deberían buscar en un candidato en este tipo de procesos. Según una autora existen
tres requisitos que los animadores vocacionales deben evaluar cuando estén considerando
aceptar a un candidato dentro de una comunidad. El primero tiene que ver con la
capacidad que la persona tiene de formar vínculos saludables con otras personas. O sea él
o ella debe ser capaz de depender convenientemente de otros. En segundo lugar, que él o
ella tenga capacidad de separarse de otros, de renunciar a otros. En otras palabras un
candidato debe ser adecuadamente independiente. En tercer lugar, está la capacidad de
interdependencia, o sea poseer un sentido consistente del self, confiar en otras personas y
ser también él o ella, digno de confianza. (Markham, 2001, p.3). Candidatos que sólo son
capaces de relacionarse con alguna clase de personas, o que crean dependencias enfermizas
de sus familias, de sus experiencias pastorales, de sus acompañantes o pares, de los bienes
materiales, del status... no son adecuados para asumir una vocación de especial
consagración en la Iglesia. Cencini afirma que la tendencia homosexual no debería llevar
absolutamente a un sujeto a excluir, de su vida relacional, a personas de uno u otro sexo,
ni a preferir a alguien. Tampoco debería impedir al futuro presbítero aquel papel de
paternidad que espera la comunidad cristiana. Ni debería impedir al consagrado, en
general, aquella capacidad de relación con otro distinto de sí mismo, ya que la alteridad y
la diversidad son condiciones indispensables para el diálogo y el anuncio de la Buena
Nueva (2006, pp. 95 – 96).

El criterio anterior abre el tema de qué situaciones pueden convertirse en indicadores de


que un proceso formativo debe llevar a la conclusión de que una persona no es adecuada
para el estilo de vida consagrado. Como ya se ha indicado una vida pobre en relaciones,
centrada exclusivamente en necesidades personales, con desórdenes afectivos y sexuales y
con una pobre visión de la misión eclesial, presenta un panorama claro para que un
candidato termine su proceso. Pero además Cencini (2006, pp. 85ss) señala los siguientes
elementos como indicadores de una situación desordenada:

• Búsqueda de relaciones sexuales, tanto pasiva (permitir la relación), como activa


(iniciar la relación).
• Asumir una actitud de seductor.
• Fantasías sexuales recurrentes.
• Búsqueda de compensación o gratificación con pornografía, particularmente en
internet.
• Curiosidad mórbida.
• Fuerte insistencia para que le hagan confidencias en materia sexual o afectiva.
• Involucrarse en relaciones en que se abuse del poder, del rol y de la autoridad.

Por su parte Markham (2001) indica estos aspectos:

• Una historia de manipulación y explotación en sus relaciones con otros.


• Carencia acentuada de relaciones de amistad profundas y duraderas.
• Poseer una insaciable “hambre emocional” o sea ser una persona demasiado
demandante en sus relaciones y que presenta frecuentes crisis afectivas. Esto hace
que otros tengan que estar pendientes de sus necesidades constantemente.
• Historia de inconsistencias en sus relaciones interpersonales, a menudo se
involucran rápida e intensamente con otros pero son incapaces de mantener los
vínculos por períodos prolongados.
• Gasto excesivo de su energía vital en búsqueda de su identidad y sus necesidades
desligándose de la misión de su comunidad (la misión se convierte en un medio para
satisfacer sus necesidades y no en la forma concreta de responder al envío de Jesús).
• Indicadores de que el sujeto tenga dificultad en el diálogo con su acompañante de
expresar y evaluar sus emociones e impulsos.
• Cuatro situaciones en que se puede ver involucrado el animador o la animadora
vocacional con el acompañado, pueden ser señales de alarma:
o Cuando piensa “hay algo que no me gusta, pero no sé qué es, así que le voy
a dar una oportunidad”, El animador debe aprender a confiar en sus
instintos, por tanto, incluso si no tiene certeza de qué le incomoda de un
proceso, nunca debe dejar de lado sus preocupaciones.
o Cuando se dice “tal vez con un poco de terapia el asunto mejore” (la vida
consagrada implica una misión muy exigente y se requiere que la gente que
la asume sea lo más saludable, psicológica y físicamente, posible. La
terapia no debería ser el medio cotidiano para hacer que alguien calce en la
comunidad, sino el proceso para acompañar situaciones concretas y
puntuales).
o Cuando se dice “tal vez el problema es sólo conmigo” (si no puede
relacionarse adecuadamente en un proceso vocacional con su acompañante,
difícilmente podrá relacionarse con otras personas en situaciones de
tensión).
o Cuando es una persona que causa divisiones y conflictos en la comunidad.
• Finalmente, puede ser útil el viejo cliché: “¿me gustaría vivir en la misma
comunidad que esta persona?”

Estos aspectos presentados anteriormente no son únicos ni taxativos, pero sí pueden ayudar
al acompañante a buscar señales y a clarificar sus propias ideas.

• CONCLUSIONES

Considero que las conclusiones de un tema como este deben venir de parte del lector, quien
en su propia realidad, podrá definir realmente sus necesidades y alternativas. Sin embargo
quiero expresar a este respecto algunas ideas que revolotean en mi cabeza.
• El tema del acompañamiento vocacional para personas de tendencia homosexual no
es un tema cerrado, porque el conocimiento científico actual de la condición
homosexual es incompleto y parcial. Por tanto las Iglesias locales tendrán que
seguir dedicando espacios de reflexión y estudio al mismo.
• De igual manera, parece que muchos estudiosos coinciden en que la orientación
sexual no es una característica que pueda definir el insondable misterio que es la
persona humana, por tanto un proceso de acompañamiento para cualquier tipo de
vocación no debería depender exclusivamente de ella.
• Afirma un autor El discernimiento vocacional, en este sentido, no se agota en una
primera elección ni concluye con una determinada decisión. El discernimiento
vocacional se sitúa en la línea de un "proceso a seguir", de un crecimiento, y no
tanto como consecuencia de un determinado "diagnóstico" que asegura a la
persona su vocación como una realidad estática y poseída (Patrón, 2009) No se
puede considerar entonces que el proceso concluya con la ordenación, con los votos
perpetuos o con algún otro signo, debe seguir como proceso constante de conocer la
realidad y de decidir la mejor manera de amar a Cristo y a su Iglesia aquí y ahora.
Además esto implica que debemos revisar nuestra responsabilidad eclesial con
aquellos ordenados y consagrados que sufren inmensos dolores por su condición o
por las carencias de los procesos vividos durante su formación inicial.
• La Iglesia tiene mucha claridad en su posición y sus criterios en el área sexual. Hoy
día existe una gran presión social para que éstos sean cambiados. La fidelidad a
Cristo y la fidelidad a la persona deben ir de la mano. Actuar movidos por el deseo
de ganancia o por sectarismo nos llevaría a caer en las mismas condiciones que
queremos evitar, por tanto sólo a través del diálogo, de la vivencia de la caridad y
del anuncio íntegro de la Buena Noticia podremos presentar a Cristo camino,
verdad y vida en el contexto actual (Cfr. Jn 14, 6).
• Los medios esenciales de acompañamiento vocacional siguen siendo los mismos en
el presente, incluyen pedir al Señor de la mies que envíe obreros (Cfr. Mt 9,37),
pastores según su corazón (Cfr. Jr 3, 15), que estén con Él antes de ir a evangelizar
(Cfr. Mr 3,14) y que puedan lanzar las redes animados por su Palabra (Cfr. Lc 5,5).
Pero estos medios requieren hoy el complemento de las ciencias humanas para
profundizar en el conocimiento y formación de los candidatos con itinerarios
pedagógicos (Cfr. DA 278) adecuados a nuestro tiempo y capaces de ofrecer un
proceso integral, kerygmático y permanente (Cfr. DA 279) de formación a los
discípulos misioneros, que esté atento a todas las dimensiones del ser humano (Cfr.
DA 280) y pueda brindar así a nuestros pueblos la vida plena en Cristo (Cfr. Jn
10,10).
• Los escándalos recientes que hemos vivido, nos recuerdan, en palabras de
Benedicto XVI (2010) que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de
dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. Esta realidad debe alentar a
todos los y las responsables de la animación vocacional, de la formación inicial, de
la formación permanente y a las mismas personas en procesos de discernimiento y
formación, a asumir esta tarea con profunda responsabilidad que implique fidelidad
a su conciencia, a la comunidad cristiana, a la sociedad y, fundamentalmente, a Dios
que llama.
• Finalmente, recordando al salmista, debemos reconocer que si Yahvé no construye
la casa, en vano se afanan los albañiles (Sal 127,1). Todo esfuerzo humano que no
proceda de Dios en afán vacío, así que es Él quien debe guiar nuestra reflexión y
nuestra praxis pastoral en este campo para que cada día seamos mensajeros más
creíbles ante el mundo de su plan de salvación.
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