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Capítulo V

El difusionismo cultural

En este capítulo, después de analizar la crisis del Evolucionismo cultural y el nacimiento de un


nuevo paradigma, presento las dos Escuelas difusionistas, el Hiperdifusionismo inglés de Smith y
Perry, con un especial énfasis en la figura de Rivers, que abre nuevos caminos a la disciplina, y la
Escuela alemana de los círculos culturales de Graebner y Schmidt.

1. Crisis del Evolucionismo y causas del Difusionismo


En los distintos autores y al fin del capítulo anterior recogí las críticas al Evolucionismo
cultural, que desencadenaron una verdadera crisis y la búsqueda de un nuevo paradigma. Como
ocurre a menudo, hubo un movimiento pendular: frente al paradigma evolucionista, que, al analizar
el desarrollo de la cultura, privilegia la invención y traza una historia general, aparecen al mismo
tiempo dos nuevos paradigmas; uno, que privilegia la difusión, el Difusionismo cultural, y otro, que
traza una historia particular, el Particularismo histórico. Tales nuevos paradigmas son los temas de
éste y del capítulo VI. Paso a desarrollar las causas de la aparición del Difusionismo, en el que debo
distinguir desde ahora una corriente radical, inglesa, y otra moderada, alemana.
La primera causa es «cierta academización» de la nueva disciplina. Es sabido que muchos
antropólogos evolucionistas eran abogados y que la antropología no se enseñaba en la universidad.
Un fruto del interés despertado por los evolucionistas fue cierta academización de la antropología,
que se hizo presente en cátedras universitarias, en museos y en centros de investigación,
proporcionando una información más abundante y mejor recogida sobre las sociedades antiguas y
primitivas. Por lógica reacción, los principales temas de tales investigaciones fueron la difusión
cultural y la historia particular de los pueblos.
La segunda causa es la presencia de la difusión en la obra de ciertos evolucionistas, por
ejemplo en la de Tylor. Lowie en su Historia (1937) observa al respecto:
Resulta, pues, que los recientes movimientos típicamente «difusionistas» no han sido los primeros en
proponer una teoría de una metamorfosis por contactos con otros grupos. No resulta fácil tampoco
distinguir a los moderados de los radicales, mediante los criterios que utilizan para establecer tales
relaciones. Graebner, el metodólogo de la escuela alemana, ha enseñado dos modos de determinar
conexiones culturales: una semejanza formal que no es inherente a la naturaleza de los fenómenos que
se comparan ni se debe a causas geográficas, y la asociación accidental de toda una serie de elementos
en dos regiones distintas («criterio cuantitativo»). Ahora bien, estos criterios están claramente expuestos
y aplicados por Tylor en su estudio del juego del patolli. En esto no hay nada notable, puesto que
probablemente se aplicaron desde que el hombre empezó por primera vez a hacer comparaciones (1974:
194).
Para completar la observación de Lowie, es útil conocer la opinión que sobre este punto tiene
Smith, principal representante del Difusionismo inglés:
Aunque Tylor fue el exponente más claro y convincente del principio de la difusión, fue a la vez el factor
principal de su descrédito. Durante más de treinta años Tylor vivió la doble existencia…, arguyendo en
favor de la difusión, al mismo tiempo que sostenía la creencia en (la universalidad) del «animismo»…,
cosa que significaba la negación de la difusión (Palerm 1977: 94),
Es cierto que Tylor había dicho que la civilización es una planta que se propaga con mayor
frecuencia que se desarrolla y había inventado un método para distinguir las semejanzas atribuibles
a la difusión de las atribuibles a la invención independiente. Aunque para Tylor la difusión sea una
hipótesis razonable, debe probarse en cada caso, lo cual supone que, a pesar de su anterior
declaración, lo «natural» era inventar. Dos pruebas: a) demostrar la semejanza (que las similitudes
sean numerosas, que formen entre sí un complejo de rasgos, que entre éstos haya unos, inusitados, y
otros, indispensables para el funcionamiento de todo el complejo, etc.). Entre los ejemplos que cita
Lowie está el juego hindú del pachisi y el mexicano del patolli, que tienen en común muchos rasgos
independientes, como la adivinación echando suertes, apuestas con espíritu festivo, la apreciación
de la ley de probabilidades, el registro de los resultados en una tabla de contar y un conjunto de
reglas para mover y tomar las piezas (1974: 97). Concluye que ambos juegos no podían haberse
inventado de modo independiente, b) demostrar las rutas de la difusión, explicando las
discontinuidades geográficas y temporales; sólo así, con el itinerario de la difusión y con su
cronología relativa, se prueba definitivamente la difusión.
La tercera causa es el influjo de Gabriel Tarde (1843-1904), que es considerado uno de los
grandes sociólogos franceses del siglo XIX, junto con Augusto Comte (1798-1857), Pedro Le Play
(1806-1882) y Emilio Durkheim (1858-1917). Tarde estudió derecho y fue magistrado, jefe del
servicio de estadística del Ministerio de Justicia y profesor de filosofía moderna del Colegio de
Francia. Tuvo una abundante producción en obras de criminología, filosofía del derecho y sociología.
Según Terry N. Klarck en el Diccionario (1968) de Sills:
Como magistrado y juez, Tarde se encontró constantemente con crímenes similares y repetidos, y esta
experiencia influyó tanto sobre su elección de la criminología para tema de estudio, como sobre la
elaboración de una teoría en la cual la imitación desempeña un papel central. En su mayor parte, trató
de individuos más que de grupos o grandes organizaciones. El énfasis que puso en el individuo le hizo
entrar en conflicto con Durkheim, y el debate entre los dos hombres se prolongó más de un decenio. Sin
embargo, el tachar la obra de Tarde de «psicologismo» (es decir, de reduccionismo sicológico) no es
más iluminador que aplicar a Durkheim el apelativo de «sociologismo», por más que ambos dieran pie
a esta excesiva simplificación de sus posiciones (Sills 10: 236).
Su obra más importante para la antropología es quizás Las leyes de la imitación (1890), que se
tradujo al castellano (Madrid, 1907, Biblioteca Científica Filosófica). También se han traducido con
el título de Estudios sociológicos (Córdoba, 1961, Editorial Assandri, introducción de Alfredo
Poviña), la breve obra Las leyes sociales (1897) y el primer ensayo de la obra Études de Psychologie
Sociale (1898), titulado «La sociología».
Tarde presenta en Las leyes sociales los tres pasos de su método: la repetición, la oposición y
la adaptación de los fenómenos, haciendo un buen resumen de tres obras suyas Las leyes de la
imitación (1890), La oposición universal (1895) y La lógica social (1897)0961; 21). Al hablar de la
repetición de los fenómenos, que es el primer paso, repite de distintas formas que la vida social se
reduce a imitar, aunque se refiere no sólo a la imitación entre sociedades, sino también a la
socialización del individuo en su propia cultura:
No decís una palabra que no sea reproducción inconsciente ahora, pero primero consciente y querida de
articulaciones verbales que se remontan a un lejano pasado con un acento propio a vuestro medio, que
tiempo atrás oísteis; no cumplís cualquier acto de vuestra religión, señal de la cruz o plegaria, que no
reproduzca gestos y fórmulas tradicionales, es decir formados por la imitación de vuestros antepasados;
no ejecutáis un mandato civil o militar cualquiera, no lleváis a cabo un acto de vuestro oficio, que no os
haya sido enseñado o no hayáis copiado de algún modelo viviente; no dais una pincelada, si sois pintor,
ni escribís un verso, si sois poeta, que no esté conforme a los hábitos o prosodia de vuestra escuela, y
hasta vuestra originalidad misma está formada por vulgaridades acumuladas y llegará a ser vulgar a su
vez. De este modo, el carácter constante de un hecho social cualquiera, es ser imitativo (1961: 37-38).
Luego, partiendo de la clásica comparación de Spencer, dice que lo más importante es
comparar las sociedades y descubrir las leyes de la imitación, que son la clave de la sociología.
No es a la comparación entre las sociedades y los organismos a lo que debe la sociología sus notables
adelantos… sino a la comparación entre las mismas sociedades, al sinnúmero de coincidencias
observadas entre las evoluciones nacionales, distintas desde el punto de vista de la lengua, del derecho,
religión, industria, artes y costumbres; es debido, sobre todo, a la atención prestada a esas imitaciones
de hombre a hombre que son las que dan la explicación analítica de los hechos de conjunto… Sería ya
oportuno exponer las leyes generales que rigen la repetición imitativa y que son para la sociología lo
que las leyes del hábito y de la herencia para la biología, lo que las leyes de la gravitación para la
astronomía y las leyes de la ondulación para la física. Pero, como he tratado extensamente este asunto
en mi obra Las leyes de la imitación, me permito enviarlos a ella a quienes interese esta materia (1961:
44-45).
Todavía en su ensayo «La sociología», al plantearse el problema de la autonomía de la ciencia
social, Tarde se pregunta cuál es la repetición propiamente social y responde que la imitación es el
hecho elemental y universal:
Lo hemos dicho ya: es la imitación; es la impresión mental a distancia mediante la cual un cerebro refleja
en otro cerebro sus ideas, sus voluntades, aun sus maneras de sentir. Sí acaba de ser demostrado que es
éste, a despecho de excepciones y de objeciones simplemente aparentes, el hecho elemental y universal
(el subrayado es mío), no se negará supongo la autonomía de la ciencia social, desde que, sin ninguna
duda posible, la imitación no podrá ser llevada ni a la generación, ni a la ondulación. Lo que no impide
a estos dos últimos modos de repetición, los factores vitales y físicos como se dice, la raza y el clima,
influir grandemente sobre la dirección de las corrientes de imitación y de tener así en sociología una
importancia considerable, pero auxiliar y subordinada. Será fácil probar luego que la imitación se
encuentra en todas las relaciones sociales, que es la relación común de estas relaciones (1961: 138).
Con razón, Caro Baroja en Los fundamentos del pensamiento antropológico (1985), tras
recordar cómo influyó Tarde en Boas, destaca la importancia que tiene la imitación en el pensamiento
de Tarde y lo resume así:
Toda sociedad vive en un estado permanente de «imitación», que es un estado no racional. Se imita por
fuerza del prestigio, no por propio razonamiento. Las clases inferiores imitan a las superiores. La
costumbre provoca un tipo de imitaciones. La moda provoca, de repente, otras. Los comportamientos
exteriores se imitan igual que las ideas. La teoría de la difusión, tan manejada ya antes, como se ha visto,
por antropólogos de distintas escuelas encuentra en Tarde un nuevo intérprete. Las cosas se difunden y
se imitan con arreglo a leyes, que no son intelectuales y utilitarias de modo estricto. ¿Y la invención de
las mismas? La invención arranca de la fusión de ideas existentes, en una síntesis, realizada de modo
individual por un hombre particularmente dotado y obedece a principios psicológicos distintos (1985:
110).
Ante el influjo de los tres factores expuestos, en el campo de la joven antropología hubo tres
reacciones distintas y, por eso, surgen tres escuelas históricas y difusionistas: a) Una radical, el
Hiperdifusionisno inglés o Difusionismo extremo, cuyos representantes son Smith, Perry y Rivers,
aunque éste sea más conocido por reintroducir el estudio del parentesco e iniciar un campo importante
de la antropología social inglesa, b) Otra moderada, la escuela alemana de los Círculos Culturales,
cuyos representantes son Graebner y Schmidt: el primero, según Lowie (1937), da un argumento
negativo en favor de la invención, que sólo debe admitirse cuando no se demuestra el préstamo, pues
añade ingeniosamente la idea auxiliar de que existen solamente criterios para demostrar la conexión
y ninguno para demostrar el desarrollo independiente; por consiguiente, cuando más, y sólo al fin
de las investigaciones, nuestro fracaso en comprobar la transmisión nos permitirá inferir el
paralelismo (1974: 194). c) La tercera es el Particularismo histórico de Boas y de la escuela
americana, que analizan la difusión, aunque a nivel de historia particular de una sociedad concreta.
Paso a presentar la primera escuela.
2. El Hiperdifusionismo inglés de Smith y Perry
Grafton Elliot Smith (1871-1937) nace en Australia y estudia medicina y anatomía en las
universidades de Sydney y Cambridge. Entre 1900 y 1909 viaja a El Cairo, para estudios de
arqueología y paleo antropología, analizando las momias y quedando fascinado de la cultura egipcia.
A su regreso es profesor de las Universidades de Manchester y Londres. El tema central de sus
investigaciones es la difusión de la cultura a nivel mundial. Como observa Hays en su historia de la
antropología Del mono al ángel (1958), Smith, mientras trabajaba en su esquema mundial sobre la
difusión, logró convertir a Perry y se aprovechó de sus materiales para probar su hipótesis de que
Malasia habría sido un paso intermedio en los avances de su complejo cultural y también convirtió
a Rivers, que a la sazón escribía un libro sobre Melanesia (1965: 319). Las principales obras de
Smith son; The Ancient Egyptians and their Influence upon the Civilization of Europe (1911), The
Migration of Early Culture (1915), The Evolution of the Dragon (1919) The Evolution of Man
(1924), in the Beginning: the Origin of Civilization (1928), Human History (1931) y The Diffusion
of Culture (1933). Lowie (1937) comienza su reseña con un cáustico juicio de su persona y su obra
etnológica:
Anatomista justamente renombrado, decidió un buen día que la etnología estaba en malas condiciones
y necesitaba un salvador. Dotado de personalidad vigorosa y poderoso estilo, no tardó en atraer a un
grupo de apóstoles. Sin duda alguna, es una experiencia estimulante bucear meticulosamente en sus
escritos; pero que nadie lo haga basándose en la imagen que se baya formado de la ciencia inglesa
leyendo a Faraday o Darwin. Aquí no encuentra nada de la humilde búsqueda de la verdad, de paciente
escudriño de dificultades o de esfuerzo para comprender críticas sinceras. Una repetición vehemente
sustituye a los argumentos… A todo le saca ventaja; todo es según le conviene. Esta táctica no la limita
a la tecnología; pero existe una diferencia fundamental: en antropología física, Elliot Smith domina los
hechos, y por consiguiente su juicio, sea correcto o no, merece respeto, mientras que en etnografía ofusca
su criterio una crasa ignorancia. Este reformador de la etnología, quien en un tiempo se instaló en El
Cairo, decretó que Egipto debe ser la fuente de toda la cultura avanzada. Sí hubiera permanecido una
temporada en el Eufrates, podríamos probablemente suponer que hubiera adoptado una teoría
panbabilónica (1976: 197).
En su obra puede hablarse de dos aportes. El primero es su teoría sobre la difusión, donde tiene
una posición muy aceptable, y el segundo es su inaceptable teoría panegipcia, que desarrolla en
colaboración con Perry.

2.1. Teoría de la difusión cultural

Smith, en el capítulo 1 de The Difusión of Culture (1933), partiendo de dos citas de Tylor que
apoyan la difusión, presenta el problema de la historia de la civilización e introduce el tema de la
difusión con una serie de afirmaciones. En primer lugar, enfatiza su gran importancia:
Para comprender la historia de la civilización y aun para entender los pensamientos y acciones de los
hombres y mujeres que forman la sociedad en que vivimos y actuamos, resulta esencial aceptar el
principio de la difusión de la cultura. En realidad no puede ser ignorado por ningún ser humano. ¿Cuál
puede ser el propósito del lenguaje, sino el del inevitable proceso de difundir el conocimiento y las
creencias en todo intercambio social? Y sin tal intercambio ¿cómo puede el hombre adquirir y desplegar
sus cualidades específicamente humanas? Sin embargo, durante casi dos siglos, la doctrina dominante
ha sido la de los estudiosos que, al interpretar los caminos de los hombres, ya niegan la difusión, ya
restringen su importancia hasta tal punto que la hacen desdeñable en la historia humana (1933: 1-2).
Smith añade más adelante que cada individuo de una sociedad civilizada es deudor a sus
conciudadanos, no sólo por el lenguaje y por el contenido de sus ideas y creencias, sino también al
resto del mundo, pasado y presente y luego que en casi todo lo que usamos en la vida diaria y en la
mayoría de las cosas que hacemos, tenemos una deuda con la civilización del mundo (1933: 6-8).
Pone los ejemplos del trigo canadiense o el queso de Nueva Zelanda, que no sólo nacieron en otro
mundo geográfico, sino histórico, a saber en el antiguo Oriente hace más de 50 siglos.
En segundo lugar, la difusión puede y debe estudiarse empíricamente, si se considera
cualquiera de los elementos arbitrarios de nuestra civilización, cuya historia sea conocida. Para ello,
Smith pone varios ejemplos, sobre los que presenta el respectivo mapa: el alfabeto, cuya difusión
puede seguirse desde su lugar de origen, Egipto, a lo largo de siglos por todo el mundo; el bumerang,
que puede seguirse desde Egipto a la India, Australia, Melanesia y Norteamérica; la representación
de los ojos en la proa de los barcos, desde Egipto al Mediterráneo y Europa, la India, China, Nueva
Guinea y la costa occidental de América del Norte, etc. (1933: 8). Nótese de paso cómo todos los
casos que pone parten de Egipto, como adelanto de su teoría panegipcia de la civilización,
En tercer lugar, dice que la difusión no es un proceso mecánico, sino complejo, que exige la
aceptación del individuo y más aún de la comunidad, introduciendo así un tema que será profundizado
por la escuela americana en sus trabajos sobre la aculturación:
La difusión de la cultura no es un mero proceso mecánico, como lo es el simple intercambio de objetos
materiales. Es un proceso vital envuelto en la conducta impredecible de los seres humanos que
transmiten y de los que reciben, que inevitablemente modifican los elementos de la cultura. De las ideas
y de la información transmitida a cualquier individuo sólo se adoptan algunas partes; la elección está
determinada por los elementos personales y por las circunstancias del receptor. Además, las ideas
recibidas se integran a la personalidad del receptor, y se modifican en el proceso de adaptación a sus
conocimientos e intereses. Tal selección y transformación tiene lugar en toda difusión de la cultura, no
sólo entre individuos, sino de un modo más profundo entre comunidades (1933: 10).
En cuarto lugar, Smith, aunque conoce la posición de los evolucionistas sobre la invención
independiente y múltiple y no niega su posibilidad, juzga que tal invención debe probarse en cada
caso:
Se repite constantemente el argumento de que si un pueblo pudo proyectar la agricultura o inventar la
momificación, ¿por qué rehusar admitir que otros pueblos pueden haber hecho lo mismo? Sin embargo,
la esencia del método histórico no es imaginar lo que podría haber ocurrido, sino examinar las pruebas
de lo que de hecho ocurrió. Se puede argüir que los fósforos son un invento tan simple y obvio para
hacer fuego que todos y cada uno de los pueblos civilizados lo podrían haber inventado
independientemente. Pero sabemos que lo hizo hace una centuria un individuo que aprovechó la
experiencia de muchos predecesores y llevó la idea a su realización práctica y luego se difundió con
gran rapidez por todo el mundo. A quienes reconocemos francamente la realidad de la difusión mundial
de la civilización se nos acusa a menudo de negar la posibilidad de que cualquier invención importante
etnológicamente se haya hecho dos veces con total independencia. Esto no es verdad. Lo que decimos
es que no encontramos pruebas de que esto haya ocurrido. Además, reconocemos la gran complejidad
del proceso de invención, la multitud de circunstancias que influyen en su realización y el eslabón que
la unen por los procesos genéticos de bandas muy reducidas a la historia total de la civilización. De aquí
la extrema improbabilidad de un desarrollo independiente (1933: 10-11).

2.2. Teoría del difusionismo pan-egipcio

En el último capítulo de The Difussion of Culture, que trata de la realidad de la difusión, Smith
habla de los egipcios como pioneros de la civilización y reconoce que en los últimos años hay una
creciente tendencia entre los etnólogos para admitir la realidad de la difusión de la cultura, aunque
añade:
Pero esta admisión está a menudo mitigada por la enfática negación de la primacía de Egipto. Más aún
es frecuente una total supresión de toda referencia a Egipto en la discusión de hechos, como el empleo
de metales por primera vez, la invención de la agricultura o la creación de embarcaciones marinas y de
la profesión náutica, teniendo en cuenta la indudable evidencia que los egipcios fueron realmente
pioneros (La evidencia para tal prioridad de Egipto en la invención son mis cuatro libros The Ancients
Egyptians, The Evolution of the Dragón, Human History y In the Beginning y los de W. J. Perry
Children of the Sun y The Groowth of Civilization). De aquí que sea de capital importancia desarrollar
de modo definitivo y categórico la razones que debieran obligar a todos los hombres y mujeres
razonables a admitir que el profesor James H. Breasted tiene amplia justificación para el veredicto que
anunció en 1926, cuando escribió: «Por fin ahora se estableció que la civilización nació primero en
Egipto, seguido pocos siglos más tarde por Babilonia» (1933: 208).
El último párrafo alude a la historia intelectual compartida por Smith y por Perry y así hago
una breve referencia a éste. W. J. Perry (1949) fue profesor, como Smith, de la Universidad de
Manchester en la cátedra de religión comparada (por eso la escuela difusionista extrema o
heliocéntrica era conocida como Escuela de Manchester), pero enseñó también en las universidades
de Londres y de Oxford. Sus principales obras son The Megalithic Culture of Indonesia (1918) y The
Children of the Sun. A Study in the Early History of Civilization (1923).
Lowie que en su Historia (1937) hace una pormenorizada exposición y crítica de la teoría
panegipcia de ambos autores (1974: 197-208), resume así sus tres «dogmas»:
1. El hombre es poco inventivo; por consiguiente la cultura surge sólo bajo circunstancias
excepcionalmente favorables y casi nunca dos veces de modo independiente.
2. Tales circunstancias existían sólo en el antiguo Egipto; por consiguiente, en cualquier otra parte, la
cultura, exceptuando algunos de sus elementos más sencillos, debe ser resultado de una difusión desde
Egipto mediante la navegación.
3. La civilización se diluye de un modo natural al propagarse a las zonas marginales; y por consiguiente,
la decadencia ha desempeñado un papel de enorme importancia en la historia humana (1974: 198).
En apoyo de la primera afirmación ambos autores afirman que los etnógrafos que han tenido
profundo contacto con los primitivos han llamado repetidamente la atención sobre la falta entre ellos
de esa disposición para inventar que los teorizantes suelen dar por descontada (en Harris 1978: 330).
Luego Lowie, basándose sobre todo en In the Beginning de Smith, resume la situación de todos los
pueblos que, con excepción de Egipto, vivían como los antropoides y estaban en el punto cero en la
escala de las instituciones, para contar después el nacimiento de la civilización en Egipto:
Nos presenta un cuadro por demás atractivo del «hombre natural», antes de recibir los estímulos
emanados de Egipto. Era criatura idílica, honrada, pacífica e impróvida, «carecía de casi todo lo que
merece el nombre de cultura», antes de recibir los estímulos emanados de Egipto. En 4000 años a. de C,
el mundo entero, con excepción de Egipto y de sus alrededores, carecía todavía de religión y de
organización social, ceremonias de casamiento y entierro, habitación y vestido y todas las artes e
industrias, excepto aquéllas que se utilizaban en la confección de los utensilios de caza. Los seres
humanos, se nos dice, vivían esencialmente como los antropoides.
Los antiguos egipcios se vieron favorecidos por el hecho de que la cebada se daba en su país en estado
silvestre, lo cual produjo su cultivo intencional: las inundaciones del Nilo instigaban a los habitantes de
sus orillas a imitarlo mediante la irrigación. Por necesidad de almacenar los alimentos, inventaron la
alfarería y los graneros, de los cuales pasaron después a edificar las casas habitación. «El ocio que
gozaban estos hombres que sabían guardar víveres en sus hogares permanentes», lo dedicaron a inventar
la cestería, las esteras y los tejidos; y de manera incidental se domesticó el ganado. La religión surgió
del arte del embalsamador: el rey ingeniero, quien controlaba el destino porque predecía con precisión
las crecidas del Nilo, fue momificado y de este momento en adelante se le consideró como inmortal.
Las prácticas que se ejecutaban para proteger al cadáver real, dieron origen a dramas y ceremonias,
danzas y músicas, y sirvió a la vez de estímulo para la arquitectura y la carpintería (1974: 198-199).
El pensamiento de Perry en The Children of the Sun (1923) es similar. Sostiene que la
verdadera civilización surgió una sola vez en la historia humana en Egipto, de donde se propagó al
resto del mundo. Dicha civilización se caracteriza por un complejo de rasgos que permiten rastrear
la propagación de la misma. Tales rasgos, que Perry desarrolla en los distintos capítulos, son el culto
al sol (de quien dicen descender los faraones y que explica el título de la obra) la momificación de
los muertos, el culto a la Gran-Madre y los sacrificios humanos, los monumentos monolíticos, la
construcción de pirámides, la alta estima al oro y las perlas, la organización dual de la sociedad, etc.
Antes del proceso civilizatorio egipcio, los pueblos tenían una cultura sencilla, similar a la de los
aborígenes australianos, y después se desarrollaron, llegando a formar altas culturas, aunque algunos
pueblos degeneraron. Por influjo de Egipto puede decirse que todo el mundo llegó a ser la misma
área cultural.
No hay duda que la postura de Smith y de Perry tiene muchas debilidades, que nacen tanto de
la rigidez de este esquema difusionista, que en cierto sentido podría calificarse de unilineal, como de
la arbitrariedad con que ciertos datos se olvidan y a otros se les fuerza para probar su semejanza con
los rasgos del complejo egipcio. Recojo tres ejemplos que cita Herskovits en El hombre y sus obras
(1948)(1968: 549): Uno es la Estela B de Copán: en estas ruinas mayas de Honduras hay una estela
de alto relieve llamada la Estela B (732 d. C), que es una decoración prolija, con un personaje
bellamente vestido con traje de fiesta, de frente y en forma bastante realista. Donde los investigadores
mayistas han visto tapires y guacamayos, Smith ha visto elefantes con jinetes y picas, para así probar
el contacto entre la India y Mesoamérica. Otro ejemplo son las pirámides de Egipto, de México y
hasta los montículos de tierra de Ohio: pero cabe preguntar qué relación hay entre las pirámides de
Egipto, que son monumentos funerarios para perpetuar las momias de los faraones, y las de México,
que son montes llenos de tierra (con la excepción de Palenque), que se han recubierto de piedra para
servir de pedestal para uno o más templos. Un tercer ejemplo, el fémur de un rey africano difunto,
que se han conservado con fines rituales y que es presentado como un caso de difusión de la
momificación egipcia.
Para terminar, una breve crítica sobre el difusionismo inglés. Aunque las afirmaciones de Smith
sobre la difusión cultural sean aceptables, las reconstrucciones históricas de su Escuela no lo son,
porque ni hay pruebas válidas, ni método para medir el factor temporal de los datos, a diferencia de
la Escuela de los Círculos Culturales. Paso al juicio de otros antropólogos: Hays (1958) recoge la
opinión del difusionista moderado Schmidt: Su falta de un método real (de Smith-Perry) es tan
completa, que sólo pueden traer el descrédito al nuevo movimiento (1965: 320). Herskovits (1948)
desde su visión de antropólogo cultural dice:
El hecho de que todo esto es contrario a las pruebas arqueológicas es algo aparte de lo que nos interesa.
Porque lo que nos interesa es que la aceptación de nuevos elementos culturales con tal celeridad y con
tal escala va en contra, no sólo de las enseñanzas de la historia, sino de todo nuestro conocimiento de
los mecanismos de contacto cultural. Precisamente en este plano es donde tiende a ser vulnerable todo
extremada posición difusionista. Porque, en verdad, sólo en términos de una total situación psico-
cultural pueden alcanzarse las razonables presunciones referentes a relaciones históricas entre culturas,
cuyos elementos parecen ser similares. Estos factores psico-culturales y la probabilidad de contacto en
términos de vías de comunicación sobre el área donde se dice que ha ocurrido la difusión, ofrecen los
únicos válidos criterios para establecer las probabilidades de la difusión egipcia-india-polinanésica-
americana eran tan escasas cuando los datos se consideraron desde ese punto de vista, la hipótesis de
Elliot Smith fue rechazada. Dos décadas después de su formulación fue… únicamente un episodio de la
historia de la antropología (1968: 550).
Por eso, se piensa que debe olvidarse. Sills (1968) no trae en su Diccionario un artículo sobre
Smith, ni sobre el Difusionismo. En cambio, Palerm (1977) cree que la reaparición cíclica del
difusionismo extremo justifica una relectura de los textos condenados de Elliot Smith y Perry, lectura
cuya conveniencia, por otra parte, está indicada por su papel explosivo en la crisis del viejo
evolucionismo (1977: 93). Y termino con el juicio de Lowie (1937), que habla también de Rivers así
sirve de puente para la presentación del mismo:
Resumamos ahora brevemente las aportaciones de los difusionistas ingleses. Las de Elliot Smith y Perry
probablemente no conducen a nada. Rivers hizo trabajos excelentes, pero independientemente de sus
reconstrucciones «históricas». Ocupa un lugar distinguido en los anales de la etnología por su trabajo
de iniciador del estudio de la psicología de un pueblo de color y, sobre todo, por su investigación de los
sistemas de términos de parentesco y de costumbres pertinentes (1974: 216).

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