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El difusionismo cultural
Smith, en el capítulo 1 de The Difusión of Culture (1933), partiendo de dos citas de Tylor que
apoyan la difusión, presenta el problema de la historia de la civilización e introduce el tema de la
difusión con una serie de afirmaciones. En primer lugar, enfatiza su gran importancia:
Para comprender la historia de la civilización y aun para entender los pensamientos y acciones de los
hombres y mujeres que forman la sociedad en que vivimos y actuamos, resulta esencial aceptar el
principio de la difusión de la cultura. En realidad no puede ser ignorado por ningún ser humano. ¿Cuál
puede ser el propósito del lenguaje, sino el del inevitable proceso de difundir el conocimiento y las
creencias en todo intercambio social? Y sin tal intercambio ¿cómo puede el hombre adquirir y desplegar
sus cualidades específicamente humanas? Sin embargo, durante casi dos siglos, la doctrina dominante
ha sido la de los estudiosos que, al interpretar los caminos de los hombres, ya niegan la difusión, ya
restringen su importancia hasta tal punto que la hacen desdeñable en la historia humana (1933: 1-2).
Smith añade más adelante que cada individuo de una sociedad civilizada es deudor a sus
conciudadanos, no sólo por el lenguaje y por el contenido de sus ideas y creencias, sino también al
resto del mundo, pasado y presente y luego que en casi todo lo que usamos en la vida diaria y en la
mayoría de las cosas que hacemos, tenemos una deuda con la civilización del mundo (1933: 6-8).
Pone los ejemplos del trigo canadiense o el queso de Nueva Zelanda, que no sólo nacieron en otro
mundo geográfico, sino histórico, a saber en el antiguo Oriente hace más de 50 siglos.
En segundo lugar, la difusión puede y debe estudiarse empíricamente, si se considera
cualquiera de los elementos arbitrarios de nuestra civilización, cuya historia sea conocida. Para ello,
Smith pone varios ejemplos, sobre los que presenta el respectivo mapa: el alfabeto, cuya difusión
puede seguirse desde su lugar de origen, Egipto, a lo largo de siglos por todo el mundo; el bumerang,
que puede seguirse desde Egipto a la India, Australia, Melanesia y Norteamérica; la representación
de los ojos en la proa de los barcos, desde Egipto al Mediterráneo y Europa, la India, China, Nueva
Guinea y la costa occidental de América del Norte, etc. (1933: 8). Nótese de paso cómo todos los
casos que pone parten de Egipto, como adelanto de su teoría panegipcia de la civilización,
En tercer lugar, dice que la difusión no es un proceso mecánico, sino complejo, que exige la
aceptación del individuo y más aún de la comunidad, introduciendo así un tema que será profundizado
por la escuela americana en sus trabajos sobre la aculturación:
La difusión de la cultura no es un mero proceso mecánico, como lo es el simple intercambio de objetos
materiales. Es un proceso vital envuelto en la conducta impredecible de los seres humanos que
transmiten y de los que reciben, que inevitablemente modifican los elementos de la cultura. De las ideas
y de la información transmitida a cualquier individuo sólo se adoptan algunas partes; la elección está
determinada por los elementos personales y por las circunstancias del receptor. Además, las ideas
recibidas se integran a la personalidad del receptor, y se modifican en el proceso de adaptación a sus
conocimientos e intereses. Tal selección y transformación tiene lugar en toda difusión de la cultura, no
sólo entre individuos, sino de un modo más profundo entre comunidades (1933: 10).
En cuarto lugar, Smith, aunque conoce la posición de los evolucionistas sobre la invención
independiente y múltiple y no niega su posibilidad, juzga que tal invención debe probarse en cada
caso:
Se repite constantemente el argumento de que si un pueblo pudo proyectar la agricultura o inventar la
momificación, ¿por qué rehusar admitir que otros pueblos pueden haber hecho lo mismo? Sin embargo,
la esencia del método histórico no es imaginar lo que podría haber ocurrido, sino examinar las pruebas
de lo que de hecho ocurrió. Se puede argüir que los fósforos son un invento tan simple y obvio para
hacer fuego que todos y cada uno de los pueblos civilizados lo podrían haber inventado
independientemente. Pero sabemos que lo hizo hace una centuria un individuo que aprovechó la
experiencia de muchos predecesores y llevó la idea a su realización práctica y luego se difundió con
gran rapidez por todo el mundo. A quienes reconocemos francamente la realidad de la difusión mundial
de la civilización se nos acusa a menudo de negar la posibilidad de que cualquier invención importante
etnológicamente se haya hecho dos veces con total independencia. Esto no es verdad. Lo que decimos
es que no encontramos pruebas de que esto haya ocurrido. Además, reconocemos la gran complejidad
del proceso de invención, la multitud de circunstancias que influyen en su realización y el eslabón que
la unen por los procesos genéticos de bandas muy reducidas a la historia total de la civilización. De aquí
la extrema improbabilidad de un desarrollo independiente (1933: 10-11).
En el último capítulo de The Difussion of Culture, que trata de la realidad de la difusión, Smith
habla de los egipcios como pioneros de la civilización y reconoce que en los últimos años hay una
creciente tendencia entre los etnólogos para admitir la realidad de la difusión de la cultura, aunque
añade:
Pero esta admisión está a menudo mitigada por la enfática negación de la primacía de Egipto. Más aún
es frecuente una total supresión de toda referencia a Egipto en la discusión de hechos, como el empleo
de metales por primera vez, la invención de la agricultura o la creación de embarcaciones marinas y de
la profesión náutica, teniendo en cuenta la indudable evidencia que los egipcios fueron realmente
pioneros (La evidencia para tal prioridad de Egipto en la invención son mis cuatro libros The Ancients
Egyptians, The Evolution of the Dragón, Human History y In the Beginning y los de W. J. Perry
Children of the Sun y The Groowth of Civilization). De aquí que sea de capital importancia desarrollar
de modo definitivo y categórico la razones que debieran obligar a todos los hombres y mujeres
razonables a admitir que el profesor James H. Breasted tiene amplia justificación para el veredicto que
anunció en 1926, cuando escribió: «Por fin ahora se estableció que la civilización nació primero en
Egipto, seguido pocos siglos más tarde por Babilonia» (1933: 208).
El último párrafo alude a la historia intelectual compartida por Smith y por Perry y así hago
una breve referencia a éste. W. J. Perry (1949) fue profesor, como Smith, de la Universidad de
Manchester en la cátedra de religión comparada (por eso la escuela difusionista extrema o
heliocéntrica era conocida como Escuela de Manchester), pero enseñó también en las universidades
de Londres y de Oxford. Sus principales obras son The Megalithic Culture of Indonesia (1918) y The
Children of the Sun. A Study in the Early History of Civilization (1923).
Lowie que en su Historia (1937) hace una pormenorizada exposición y crítica de la teoría
panegipcia de ambos autores (1974: 197-208), resume así sus tres «dogmas»:
1. El hombre es poco inventivo; por consiguiente la cultura surge sólo bajo circunstancias
excepcionalmente favorables y casi nunca dos veces de modo independiente.
2. Tales circunstancias existían sólo en el antiguo Egipto; por consiguiente, en cualquier otra parte, la
cultura, exceptuando algunos de sus elementos más sencillos, debe ser resultado de una difusión desde
Egipto mediante la navegación.
3. La civilización se diluye de un modo natural al propagarse a las zonas marginales; y por consiguiente,
la decadencia ha desempeñado un papel de enorme importancia en la historia humana (1974: 198).
En apoyo de la primera afirmación ambos autores afirman que los etnógrafos que han tenido
profundo contacto con los primitivos han llamado repetidamente la atención sobre la falta entre ellos
de esa disposición para inventar que los teorizantes suelen dar por descontada (en Harris 1978: 330).
Luego Lowie, basándose sobre todo en In the Beginning de Smith, resume la situación de todos los
pueblos que, con excepción de Egipto, vivían como los antropoides y estaban en el punto cero en la
escala de las instituciones, para contar después el nacimiento de la civilización en Egipto:
Nos presenta un cuadro por demás atractivo del «hombre natural», antes de recibir los estímulos
emanados de Egipto. Era criatura idílica, honrada, pacífica e impróvida, «carecía de casi todo lo que
merece el nombre de cultura», antes de recibir los estímulos emanados de Egipto. En 4000 años a. de C,
el mundo entero, con excepción de Egipto y de sus alrededores, carecía todavía de religión y de
organización social, ceremonias de casamiento y entierro, habitación y vestido y todas las artes e
industrias, excepto aquéllas que se utilizaban en la confección de los utensilios de caza. Los seres
humanos, se nos dice, vivían esencialmente como los antropoides.
Los antiguos egipcios se vieron favorecidos por el hecho de que la cebada se daba en su país en estado
silvestre, lo cual produjo su cultivo intencional: las inundaciones del Nilo instigaban a los habitantes de
sus orillas a imitarlo mediante la irrigación. Por necesidad de almacenar los alimentos, inventaron la
alfarería y los graneros, de los cuales pasaron después a edificar las casas habitación. «El ocio que
gozaban estos hombres que sabían guardar víveres en sus hogares permanentes», lo dedicaron a inventar
la cestería, las esteras y los tejidos; y de manera incidental se domesticó el ganado. La religión surgió
del arte del embalsamador: el rey ingeniero, quien controlaba el destino porque predecía con precisión
las crecidas del Nilo, fue momificado y de este momento en adelante se le consideró como inmortal.
Las prácticas que se ejecutaban para proteger al cadáver real, dieron origen a dramas y ceremonias,
danzas y músicas, y sirvió a la vez de estímulo para la arquitectura y la carpintería (1974: 198-199).
El pensamiento de Perry en The Children of the Sun (1923) es similar. Sostiene que la
verdadera civilización surgió una sola vez en la historia humana en Egipto, de donde se propagó al
resto del mundo. Dicha civilización se caracteriza por un complejo de rasgos que permiten rastrear
la propagación de la misma. Tales rasgos, que Perry desarrolla en los distintos capítulos, son el culto
al sol (de quien dicen descender los faraones y que explica el título de la obra) la momificación de
los muertos, el culto a la Gran-Madre y los sacrificios humanos, los monumentos monolíticos, la
construcción de pirámides, la alta estima al oro y las perlas, la organización dual de la sociedad, etc.
Antes del proceso civilizatorio egipcio, los pueblos tenían una cultura sencilla, similar a la de los
aborígenes australianos, y después se desarrollaron, llegando a formar altas culturas, aunque algunos
pueblos degeneraron. Por influjo de Egipto puede decirse que todo el mundo llegó a ser la misma
área cultural.
No hay duda que la postura de Smith y de Perry tiene muchas debilidades, que nacen tanto de
la rigidez de este esquema difusionista, que en cierto sentido podría calificarse de unilineal, como de
la arbitrariedad con que ciertos datos se olvidan y a otros se les fuerza para probar su semejanza con
los rasgos del complejo egipcio. Recojo tres ejemplos que cita Herskovits en El hombre y sus obras
(1948)(1968: 549): Uno es la Estela B de Copán: en estas ruinas mayas de Honduras hay una estela
de alto relieve llamada la Estela B (732 d. C), que es una decoración prolija, con un personaje
bellamente vestido con traje de fiesta, de frente y en forma bastante realista. Donde los investigadores
mayistas han visto tapires y guacamayos, Smith ha visto elefantes con jinetes y picas, para así probar
el contacto entre la India y Mesoamérica. Otro ejemplo son las pirámides de Egipto, de México y
hasta los montículos de tierra de Ohio: pero cabe preguntar qué relación hay entre las pirámides de
Egipto, que son monumentos funerarios para perpetuar las momias de los faraones, y las de México,
que son montes llenos de tierra (con la excepción de Palenque), que se han recubierto de piedra para
servir de pedestal para uno o más templos. Un tercer ejemplo, el fémur de un rey africano difunto,
que se han conservado con fines rituales y que es presentado como un caso de difusión de la
momificación egipcia.
Para terminar, una breve crítica sobre el difusionismo inglés. Aunque las afirmaciones de Smith
sobre la difusión cultural sean aceptables, las reconstrucciones históricas de su Escuela no lo son,
porque ni hay pruebas válidas, ni método para medir el factor temporal de los datos, a diferencia de
la Escuela de los Círculos Culturales. Paso al juicio de otros antropólogos: Hays (1958) recoge la
opinión del difusionista moderado Schmidt: Su falta de un método real (de Smith-Perry) es tan
completa, que sólo pueden traer el descrédito al nuevo movimiento (1965: 320). Herskovits (1948)
desde su visión de antropólogo cultural dice:
El hecho de que todo esto es contrario a las pruebas arqueológicas es algo aparte de lo que nos interesa.
Porque lo que nos interesa es que la aceptación de nuevos elementos culturales con tal celeridad y con
tal escala va en contra, no sólo de las enseñanzas de la historia, sino de todo nuestro conocimiento de
los mecanismos de contacto cultural. Precisamente en este plano es donde tiende a ser vulnerable todo
extremada posición difusionista. Porque, en verdad, sólo en términos de una total situación psico-
cultural pueden alcanzarse las razonables presunciones referentes a relaciones históricas entre culturas,
cuyos elementos parecen ser similares. Estos factores psico-culturales y la probabilidad de contacto en
términos de vías de comunicación sobre el área donde se dice que ha ocurrido la difusión, ofrecen los
únicos válidos criterios para establecer las probabilidades de la difusión egipcia-india-polinanésica-
americana eran tan escasas cuando los datos se consideraron desde ese punto de vista, la hipótesis de
Elliot Smith fue rechazada. Dos décadas después de su formulación fue… únicamente un episodio de la
historia de la antropología (1968: 550).
Por eso, se piensa que debe olvidarse. Sills (1968) no trae en su Diccionario un artículo sobre
Smith, ni sobre el Difusionismo. En cambio, Palerm (1977) cree que la reaparición cíclica del
difusionismo extremo justifica una relectura de los textos condenados de Elliot Smith y Perry, lectura
cuya conveniencia, por otra parte, está indicada por su papel explosivo en la crisis del viejo
evolucionismo (1977: 93). Y termino con el juicio de Lowie (1937), que habla también de Rivers así
sirve de puente para la presentación del mismo:
Resumamos ahora brevemente las aportaciones de los difusionistas ingleses. Las de Elliot Smith y Perry
probablemente no conducen a nada. Rivers hizo trabajos excelentes, pero independientemente de sus
reconstrucciones «históricas». Ocupa un lugar distinguido en los anales de la etnología por su trabajo
de iniciador del estudio de la psicología de un pueblo de color y, sobre todo, por su investigación de los
sistemas de términos de parentesco y de costumbres pertinentes (1974: 216).