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Manual de formacion militante: El poder

Introduccion…………………………………………………………………….………….........….…….Pág. 3
PRIMERA PARTE
I- El poder
1- Introducción. ¿Qué es el poder?..............................................................................................................Pág. 4

2- El poder es una cantidad constante y está repartida entre los distintos actores sociales ……............... Pág. 5

3- Más allá de los actores sociales, las fuerzas sociales; las contradicciones secundarias y la
contradicción principal………………………………………………………………………...…........… Pág. 6

4- Definición del concepto de fuerza. Factores de fuerza y tipos de poder ……………............….……. Pág. 9

5- La paradoja del poder representativo…………………………………………………......……..……. Pág. 14

6- El rédito político, o cómo aumentar el poder ………………………………….……..........…………. Pág. 17

II- El poder en accion ………………………………………………………………….......…….…………Pág. 19


1-Las relaciones de poder entre los distintos actores: la correlación de fuerzas ………...........………… Pág. 19

2- Táctica y estrategia resultan del análisis de la correlación de fuerzas ……………..........…………… Pág. 20

3- El manejo la agenda como táctica política ………………………………………............…………… Pág. 22

SEGUNDA PARTE
introduccion ……………………………………………………………..……….......…………………. Pág. 25
I-Poder e instituciones
1- Las instituciones determinan la conducta con mínimo gasto de fuerzas. Toda institución es expresión de
una lucha de poder. …………………………………………………………………….……….........….. Pág. 26

2- Crisis, cambio y burocratización de las instituciones …………………………………….........…….. Pág. 29


II- organizacion y poder
1-Definición de organización. La organización acumula poder en el territorio para apropiarse del poder del
Estado …………………………………………………………………………………......…………… .Pág. 32

2- El poder territorial y el poder delegado por Cristina …………………….……….......……………....Pág. 33

3-La conducción ……………………………………………………………..……….......……………...Pág. 34

4- La lógica de los bloques políticos. Dos formas de construcción: la afirmación de la particularidad o la


articulación con otros actores ………………………………………………………….........…………...Pág. 36

5- El frente: otra forma de organizarse para el poder ……………………………….........……………...Pág. 37

Documento para el debate


Breve recorrido y mapa del poder en la Argentina ………………………….…..……………....…………Pág. 42
introduccion
Con este manual se cierra un año en el que la organización ha dedicado buena parte de su fuerza a la
formación homogénea de sus militantes. Hemos reflexionado y debatido entre los compañeros desde la
práctica política cotidiana hasta el modelo de nación. Ahora, de cara a un año signado por elecciones
legislativas, nuestra organización da otro paso y se pregunta, directamente, por el problema del poder.

Hay que destacar lo siguiente: toda nuestra actividad militante, desde las grandes movilizaciones hasta
una pintada contra Clarín en un paredón abandonado, está cruzada por la cuestión del poder. En cada cosa
que hacemos interviene un análisis de las posibilidades, los pros y los contras; un cálculo de la fuerza de
la que disponemos y del rédito que podemos obtener de su uso; un estudio de los atributos del enemigo y
de cómo podemos esperar que actúe… De hecho, es fácil ver que detrás del vocabulario político que los
militantes usamos cotidianamente para hablar (o sea, detrás de palabras como “rédito político”, “táctica”,
“contactos”, “actor político”, etc.) se esconde una noción determinada de lo que es el poder; para
discutirla en las UB, este cuadernillo parte de una definición de ese término y busca deducir a partir de
ella todos los demás conceptos políticos. Como documento para el debate, se incluye una lectura histórica
de los últimos años de lucha política en Argentina, para que todos los conceptos entren verdaderamente en
relación y demuestren su eficacia.

El análisis de este cuadernillo no es neutral, porque nuestro interés por el poder tampoco lo es. La
Cámpora busca ganar e incrementar su poder con finalidades muy precisas: fortalecer el liderazgo de
Cristina, organizar el frente popular y alcanzar la felicidad de los argentinos, que es aquello a lo cual
Néstor dedicó toda su vida, dándonos un ejemplo de militancia, de compromiso, de solidaridad y de amor
que no vamos a olvidar nunca y al que sólo podemos honrar con más compromiso, más militancia y más
amor. Que florezcan mil flores, dijo Néstor. Y van floreciendo.

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Primera parte
I - El poder
1- Introducción. ¿Qué es el poder?

Perón decía que toda acción política “es una lucha de dos voluntades contrapuestas a las que
corresponden dos acciones contrapuestas. Siempre se trata de una voluntad que vence a otra, una
voluntad que ha puesto en movimiento a una masa contra otra”. En esta cotidiana e interminable lucha
de voluntades colectivas, de organizaciones y partidos políticos, de corporaciones económicas, de
sindicatos de trabajadores, de cámaras empresariales y hasta de países, siempre vence el actor que tiene
más poder. Por eso el poder es el tema básico de la actividad política. Y por eso, resulta importantísimo
saber qué es. Definámoslo de entrada: el poder es la capacidad de determinar la conducta (el
ejercicio efectivo de la voluntad, las acciones) de los demás. Vamos a dar tres ejemplos. Uno, menos
propiamente político: supongamos que una maestra entra a su grado y todos los alumnos están gritando,
dando vueltas por el aula, tirando papelitos, etc. La maestra dice, con voz fuerte y clara: “chicos, hagan
silencio”. Los alumnos le obedecen, se callan la boca y se sientan en sus pupitres. ¿Qué logró la
maestra? Algo muy simple: determinar la conducta de los alumnos. Y esto es exactamente el poder. El
objetivo de la maestra era que los alumnos se callaran la boca, y lo consiguió. Ahí radica la prueba más
simple e irrefutable de que la maestra tiene poder: mediante una orden simple, logró que los alumnos
hicieran algo que, sin su intermediación, no habrían realizado. 2) Lo mismo vale en el siguiente caso: si
un sindicato le dice a una patronal que mejore las condiciones de trabajo o los obreros harán un paro, y
la patronal cumple, entonces en ese momento el sindicato tiene más que poder que la patronal. Si esta no
atiende el reclamo, por la razón que sea, entonces el sindicato no tiene poder. 3) Y por cierto, el mismo
mecanismo se verificó en el acto de Vélez del 27 de abril: la conductora del proyecto nacional y popular,
Cristina, demostró que tiene poder para ordenar y conducir a las agrupaciones kirchneristas, para
determinarles su conducta política y su táctica de todos los días... Se ve con claridad, por lo tanto, que el
poder no es otra cosa que la capacidad de determinar la conducta de los demás.

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Es importante retener esta definición porque suele haber muchos prejuicios en torno a la idea del poder.
Los tres más conocidos son “el poder es malo”, “el gobierno es el poder” y “el poder hace que la gente
se confunda y pierda sus valores éticos”. Vamos a refutarlos.

1) “El poder es malo”: falso. El poder se puede usar para el bien o para el mal, pero en sí mismo, no es
ni bueno ni malo. El martillo sirve para clavar clavos, pero también puede servir para romperle la cabeza
a alguien; y con el poder pasa lo mismo. Algunos lo emplean con fines lamentables, como enriquecerse
mediante el sometimiento del pueblo; pero Cristina lo usa para transformar el país. O sea, todo depende
de cómo se lo use.

2) “El gobierno es el poder”: falso. El gobierno no “es” el poder. Más justo sería decir que el gobierno
posee solamente una parte del poder. Ni siquiera representa todo el poder del Estado, y por cierto, el
Estado no representa todo el poder existente en una sociedad. ¿Por qué? Porque también tiene poder la
policía, el sindicalismo, los empresarios, el colegio de abogados, los centros de estudiantes, las
organizaciones políticas… Hasta los desocupados tienen cierta cuota de poder… Más adelante, habrá
que insistir y profundizar esta máxima.

3) “El poder mancha”: falso. El poder no es “sucio”, no se “sube a la cabeza”. Se dice que contamina a
la gente, la marea, le hace olvidarse de sus orígenes… Por supuesto, esto puede ocurrir en ciertos casos.
Pero nunca es culpa del “poder”, sino de la falta de orientación ética e ideológica de cada persona.

El poder es la capacidad de condicionar la conducta de los demás. Por eso, frente a los prejuicios arriba
discutidos conviene realizar la siguiente pregunta: la idea de que el poder es algo malo y peligroso por
naturaleza, que “más vale no tenerlo”, ¿a quién le sirve? ¿A quién le conviene que todos creamos que el
poder sólo tiene la función de hacer daño, a uno mismo y a los demás; que nos envenena como una
droga, haciéndonos olvidar nuestros valores éticos fundamentales? Naturalmente, eso le conviene a los
que siempre tuvieron poder y no quieren que lo tengamos nosotros: le conviene a los banqueros, la
oligarquía, las corporaciones.

2- El poder es una cantidad constante y está repartida entre los distintos actores sociales

¿Quiénes son los que tienen poder? Podemos decir: los individuos y los grupos. Como actúan en la
sociedad, vamos a llamarlos actores sociales. Pero, ¿qué es exactamente un actor social? Desde el punto
de vista del poder, un actor social se define simplemente por el hecho de poseer cierta cuota del poder

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total existente en una sociedad. Para que esto no quede en la abstracción, esbocemos una lista
incompleta y general de actores sociales que existen hoy en Argentina: las organizaciones kirchneristas,
las CGT, los intendentes, la Iglesia, la policía, los medios de comunicación hegemónicos, las CTA, la
Sociedad Rural, la Unión Industrial, los banqueros, los organismos de derechos humanos, la UCR, la
corporación judicial, y muchísimos más… Es muy importante destacar que la noción de “actores
sociales” abarca a todos los agentes que tienen poder en una sociedad. Y más importante todavía es
tomar nota de lo siguiente: el poder total que existe en una sociedad es una cantidad constante. O sea, lo
que suma alguien, hay que restárselo a otro. Si el kichnerismo tiene más poder que hace cinco años, esto
va en paralelo con la pérdida de poder por parte de Clarín. No es que el kirchnerismo se vuelve poderoso
y Clarín se mantiene igual. Por eso siempre es fundamental determinar a quién está perjudicando
nuestra propia acumulación política. Por ejemplo, si La Cámpora está ganando poder en los barrios, eso
significa que lo están perdiendo ciertos punteros. Por esa razón, la acumulación de poder de un actor
cualquiera nunca pone contentos a los demás, y menos que menos a aquellos a quienes se les ha quitado,
directa o indirectamente, parte de su poder. Hay que insistir: el poder que suma un actor, lo pierde otro.
Porque si un actor tiene más poder, más capacidad de obligar a otro a hacer o dejar de hacer algo,
entonces el otro tiene necesariamente menos poder para lo mismo.

3- Más allá de los actores sociales, las fuerzas sociales; las contradicciones secundarias y la
contradicción principal

Ya mencionamos algunos de los muchos actores sociales que se desempeñan en la lucha política
argentina. Sus vínculos constituyen una red intrincadísima de disputas, presiones y negociaciones,
públicas y solapadas, que obviamente pueden marear a cualquiera. El kirchnerismo disputa con Clarín
por la adecuación a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Moyano ataca a Cristina por los
lugares en las listas electorales, los intendentes se enfrentan con Moyano por la recolección de basura,
Macri quiere denunciar a La Cámpora, la Iglesia cuestiona al kirchnerismo por el matrimonio igualitario
pero después presiona a Macri para que se pronuncie contra el aborto, la Sociedad Rural embiste a
Cristina por las retenciones, la Unión Industrial le sugiere que ponga un dólar “más competitivo”,
Cristina les responde, Carrió dice que vivimos en una dictadura, el Partido Obrero dice que Cristina,
Moyano, Magnetto y Paolo Rocca son lo mismo… ¿Cómo ordenar este mapa? Muy simple: hay que
preguntarse, como hacemos nosotros todos los días, “de qué lado estás”. Esto significa que todos los
actores sociales existen y operan en un contexto que, en el capitalismo anárquico-financiero, se

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encuentra básicamente dividido en dos: de un lado, el pueblo; del otro, las corporaciones. Estas son las
dos fuerzas sociales básicas que operan en cualquier país. Es importante destacar algo: tienen intereses
contradictorios. La riqueza de los dominadores se construye con la pobreza del pueblo; y al revés, la
felicidad del pueblo depende directamente del hecho de que se redistribuya (al menos) parte de la
riqueza que concentran las corporaciones. Nunca será suficiente la insistencia en este punto, que permite
comprender el trasfondo de todas las pujas sociales y políticas. Su centralidad es absoluta; por eso lo
denominamos la contradicción principal. Encarna el criterio supremo del análisis político. Para
caracterizar una coyuntura, resulta una obviedad que tenemos que saber cómo está repartido el poder
entre los distintos actores. Pero lo más importante es saber cómo está distribuido el poder entre las
fuerzas sociales. Hoy el pueblo tiene más poder que durante el menemismo, y las corporaciones tienen
menos. La lucha no está decidida, pero esta caracterización es incuestionable; y todos los actores libran
sus batallas en este contexto. Ahora bien, la contradicción principal raramente existe “como tal” en la
historia. Siempre adquiere nombres políticos, es decir, los nombres de las fuerzas políticas que la
traducen mejor o peor. Hace cincuenta años, “pueblo versus corporaciones” se traducía como peronismo-
antiperonismo; hoy se escribe kirchnerismo-antikirchnerismo1.

Las contradicciones secundarias, en cambio, son aquellas que se establecen entre los diferentes actores
que en principio “están del mismo lado” pero que, por alguna razón puntual, entran en disputa. Dos
casos recientes ilustran con limpidez este punto. Luis D’Elía confesó que se enojó con La Cámpora
cuando Cristina armó las listas de diputados y senadores para las elecciones de 2011. Según su
perspectiva, el compromiso que él había demostrado con el proyecto nacional y popular no había sido
debidamente reconocido en ese armado electoral; y en cambio, se había sobrevalorado la importancia de
La Cámpora. Sin embargo, D’Elía pronto comprendió que esa contradicción era secundaria; que lo

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No es casualidad que en los malos momentos del pueblo la contradicción principal sea difícil de escribir en
términos propiamente políticos. Por ejemplo, durante la década de los 90 la ecuación del poder se desbalanceó tanto
para el lado de las corporaciones que no hubo ninguna fórmula que pudiera articular más o menos bien el contenido
verdadero de la contradicción principal. Durante los 80 sí hubo una fórmula: democracia versus dictadura. El
mandato de Alfonsín estuvo condicionado por la sombra amenazante de las Fuerzas Armadas, cuyo regreso al poder
no constituía una hipótesis impensable. Y el pueblo, que había sufrido la represión ilegal, estaba totalmente del lado
de la democracia. Sin embargo, es evidente que esta traducción política de la contradicción principal era sumamente
imperfecta: a las corporaciones les convenía la dictadura, pero también la democracia; la sola palabra “democracia”,
en consecuencia, representaba muy defectuosamente al pueblo, porque no implicaba un desmedro del poder de las
corporaciones y porque no involucraba más que un pequeño volumen del total de los intereses del pueblo
(básicamente, las libertades cívicas). En cambio, la palabra “kirchnerismo” sí representa una amenaza a las
corporaciones, y por consiguiente, representa mucho mejor al pueblo como tal. (Y por cierto, cuando la
contradicción principal está más cerca de aparecer “como tal”, es cuando más está avanzando el pueblo; a la inversa,
cuanto más escondida esté, mejor para las corporaciones: ellas se benefician siempre que la verdadera contradicción
está mal formulada.)

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principal seguía siendo la contradicción pueblo-corporaciones expresada como kirchnerismo-
antikirchnerismo, que Cristina era la líder legítima del pueblo, y que por lo tanto él no se podía dar el
lujo de sacrificar la verdadera batalla en pos de magnificar una contienda de segundo orden. Esta lectura
parece natural y hasta obvia, pero fue precisamente la que no hizo Moyano: frente al mismo sentimiento
de haber sido relegado en las listas, Moyano olvidó la contradicción principal, olvidó que lo esencial era
la lucha del pueblo contra las corporaciones, y por consiguiente se declaró enemigo de Cristina. Moyano
hizo prevalecer una contradicción claramente secundaria: como dice el proverbio, “dejó que árbol le
tapara el bosque”, porque nadie en su sano juicio puede pensar que lo “principal” sea un lugar en una
lista de diputados… pero a Moyano el bosque se le tapó, y entonces se pasó del lado del
antikirchnerismo; en nuestros términos, confundió la contradicción principal con la contradicción
secundaria.

Es importante notar lo siguiente: Moyano, en cuanto líder de un sector de los trabajadores, debería estar,
“en principio”, del lado del pueblo, porque los trabajadores son la médula del pueblo; pero esto sólo “en
principio”. La grandeza de un militante político, ya sea que se desempeñe como dirigente, como cuadro
o en la base, consiste en no perder jamás de vista la contradicción principal, consiste en no “quedarse en
la chiquita” y en aunar esfuerzos con todos aquellos que estén dispuestos a combatir a las corporaciones,
ya sea que lo hagan por convicción o por conveniencia, de forma permanente o transitoria, nos caigan
simpáticos o antipáticos. La necesidad de esta grandeza tiene que ver precisamente con que, tal como lo
demuestra el caso de Moyano, si dejamos que prevalezcan las contradicciones secundarias, los disensos
menores, los intereses personales, las ambiciones egoístas, estamos haciéndole un servicio al enemigo, y
por consiguiente estamos atacando directamente al pueblo: estamos, en una palabra, provocándole
sufrimiento a los trabajadores, a los pobres, a los humildes. Dicho de otra manera, siempre que
privilegiamos una contradicción secundaria, le estamos quitando poder a nuestro pueblo. ¿Por qué?
Porque estamos empleando todas nuestras energías en condicionar la conducta de las demás
organizaciones populares, y entonces nos quedamos sin fuerza para afrontar lo verdaderamente
importante: el condicionamiento de la conducta del enemigo. El poder no es infinito, el poder es una
cantidad constante: tenemos que usarlo para lo más importante, y no para lo menos: en una palabra, no
podemos darnos el lujo de desperdiciarlo en una lucha improductiva.

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4- Definición del concepto de fuerza: no es lo mismo que el poder. Factores de fuerza (el dinero, las
armas, la información, los contactos, la movilización, la representatividad) y tipos de poder (según
qué factor de fuerza predomine).

Usualmente, en el lenguaje cotidiano, solemos hablar indistintamente de la “fuerza” que tiene un actor, o
de su “poder”. Pero no son lo mismo. La fuerza es la capacidad de llevar adelante una acción
cualquiera. Pero el poder es la capacidad de determinar las acciones de los demás. ¿En qué radica
exactamente la diferencia? Una organización puede tener, por ejemplo, la fuerza para movilizar a 100
militantes. Pero si con eso no logra condicionar la conducta de los demás, esa fuerza no vale nada o casi
nada. Un ejemplo más exagerado: Estados Unidos tiene armamento, es decir fuerza, para invadir a Cuba
mañana mismo. No precisa de ningún pretexto para movilizar su inmenso arsenal bélico. Pero no tiene
poder para hacerlo. Es decir, el costo de ese “uso de la fuerza” sería para Estados Unidos mucho más
alto que el beneficio, ya que toda la comunidad internacional saldría a condenar esa invasión
injustificada. Por eso, si bien es indiscutible que los norteamericanos poseen la fuerza para invadir a
Cuba, en realidad, no tienen poder para hacerlo. Dicho en otras palabras, la fuerza sólo se convierte en
poder cuando condiciona la conducta de los demás. Los cubanos son enemigos jurados de los
norteamericanos, pero las disputas entre ambos no incluyen la posibilidad de que Estados Unidos se
decida a una invasión; la actividad del gobierno cubano no está condicionada por la chance de una
invasión.

No obstante, esto no significa que la fuerza “no importe”. Se puede tener bastante fuerza y no tener la
misma cantidad de poder, pero es imposible tener poder si no se tiene alguna cuota de fuerza. Pero la
fuerza existe de formas distintas; la que tiene Magnetto no se parece al que tenemos nosotros; tampoco
es igual a la de la Policía Bonaerense. A grandes rasgos, podemos distinguir seis factores de fuerza.

a) El dinero es una cosa que sirve para adquirir casi todas las demás; por eso resulta lógico que, desde
siempre, tener mucho dinero equivalga a tener fuerza. Esta relación se da en forma directa. Los sectores
dominantes pueden carecer de todo, excepto de dinero. Y en diferente medida, la frase anterior vale para
todos los actores sociales. Nosotros mismos invertimos dinero en alquilar un local y sostener una unidad
básica, sin la cual resultaríamos imperceptibles para los vecinos; Cristina necesita que el Estado recaude
para poner en marcha políticas públicas que favorezcan al pueblo. Pero como ya hemos señalado, los
propietarios clásicos del dinero son los empresarios, los banqueros, los oligarcas. De hecho, si sumamos
todo el dinero que poseen los sectores dominantes, vamos a notar que en sus cuentas bancarias guardan
muchísimos más dólares que el Estado nacional en las arcas públicas… Según estimaciones recientes, el

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empresariado argentino posee sólo en el exterior un total de 140 mil millones de dólares; las reservas
totales de nuestro Banco Central, rozando un techo histórico, no superan los 50 mil millones. Esta simple
comparación muestra con nitidez cuál es el poder de condicionamiento que ostentan los sectores
dominantes: básicamente, tienen más dinero que el Estado, y esto se traduce cristalinamente en el hecho
de que poseen, en consecuencia, más fuerza que los presidentes.

b) Las armas constituyen la otra gran fuente histórica de fuerza. Para calibrar la verdadera importancia
de las armas en la política, basta con rememorar la definición canónica que la sociología elaboró sobre el
Estado: de mínima, se puede decir que un Estado existe cuando conserva el “monopolio de la violencia”,
es decir, cuando nadie salvo el Estado puede legítimamente hacer uso de la fuerza. Por lo general, dentro
de cada país, nadie posee más armas que el Estado, las cuales se encuentran distribuidas en sus “fuerzas
de seguridad”, es decir, en el Ejército y la Policía. Esta realidad no se debe subestimar. Fueron las armas
las que permitieron, en diferentes momentos de nuestra historia, que el Ejército derrocara gobiernos
democráticos. El golpe contra Perón en 1955 no podría haberse dado sin los bombardeos sobre la Plaza
de Mayo. Tal es la influencia de las armas en la política que el objetivo de todo gobierno popular no es
usarlas contra sus enemigos, sino meramente evitar que sus enemigos las usen contra el pueblo. Y la
única forma de excluir a las armas de la lucha política es que el pueblo alcance el gobierno del Estado.
Esto se vuelve muy patente en la política de “no reprimir la protesta social” que Néstor convirtió en
bandera. Hasta su llegada, los gobiernos neoliberales no mostraban el menor empaque en emplear la
violencia contra los militantes populares (basta recordar los asesinatos de Kosteki y Santillán); de 2003
en adelante, y por expresa decisión de Néstor, el Estado dejó de reprimir las manifestaciones de sus
ciudadanos, y de esta manera, el pueblo ganó fuerza (porque podía peticionar ante las autoridades sin
correr riesgos).

c) La información es también una forma clave de la fuerza. Los kirchneristas conocemos este asunto…
y Clarín lo conoce mejor. El que maneja la información no solamente puede instalar temas en la agenda,
esconder ciertos datos que no desea dar a luz o incidir en la opinión pública. En términos abarcativos, se
halla en mejores condiciones para hacer uso de su propia fuerza. Históricamente, Clarín siempre se las
ingenió para tener más información que cualquier otro actor social. La corrida bancaria que terminó
volteando al penoso gobierno de De la Rúa comenzó, como muchas otras, cuando Magnetto, que tenía
hombres influyentes en distintas áreas gubernamentales, fue anoticiado primero que nadie (es decir,
antes incluso que el mismo presidente) de que el Banco Central estaba atravesando una terrible crisis de
dólares. ¿Qué hizo Magnetto con esta información? Primero, alertó en secreto a los grandes ahorristas,
para que retiraran sus depósitos y los fugaran al exterior (y, desde entonces, “le deben un gran favor”).

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Una vez cumplido este paso, Clarín anunció en grandes titulares que escaseaban los dólares; como
consecuencia, un sinnúmero de pequeños ahorristas se abalanzaron sobre las entidades financieras, y por
supuesto, los dólares faltaron, en parte porque había muy pocos de verdad, y en parte porque ningún
sistema bancario puede abastecer la demanda de todos sus clientes a la vez. Esto desembocó en una furia
social incontrolable que, anexada a factores más profundos, terminó expulsando a De la Rúa del
gobierno. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina también hubo intentos destituyentes disfrazados de
corridas bancarias: fracasaron por varios factores, pero uno no desdeñable lo brindó el hecho de que el
kirchnerismo siempre manejó la información con extrema reserva, a sabiendas de lo que puede hacer
Magnetto cuando accede primero que nadie a los datos sensibles de la economía.

d) La fuerza también se verifica en los contactos. Cuando le fallan las demás estrategias, Clarín apela a
los contactos. Esto se puede palpar fácilmente en el caso de la Ley de Medios. Primero, Clarín amenazó
a Cristina con destituirla si se atrevía a impulsar el proyecto de ley. Para esto, multiplicó sus tapas contra
nuestra líder. Como no causaron el efecto deseado, Clarín buscó amedrentar a los diputados y senadores:
tampoco logró el objetivo. Entonces le quedaba un arma vigorosa: los contactos dentro del Poder
Judicial. Magnetto consiguió que un juez mendocino paralizara la aplicación de un artículo clave de la
ley, el que instrumentaba la desinversión del multimedios, mediante una cautelar abusiva y difícilmente
sostenible en términos jurídicos. A partir de este ejemplo, y con idea de rebasarlo, se puede generalizar
una noción sobre los contactos. Como su nombre lo indica, son puntos alejados de nuestra zona de
influencia inmediata, a los que podemos acudir, en determinadas circunstancias, para que nos brinden su
ayuda como si fuesen “uno de nosotros”.

e) Otro factor típico de fuerza es la capacidad de movilización. Este concepto designa la facultad que
ciertos actores sociales tienen, temporal o permanentemente, de movilizar personas en un cierto número
y de esa forma “ganar la calle”. En Argentina, la utilización de este factor de fuerza se verifica casi
constantemente. El tipo clásico lo proporciona el 17 de octubre de 1945: para que la dictadura liberara a
Perón de la cárcel, la clase obrera se lanzó masivamente a la Plaza de Mayo y logró su objetivo en pocas
horas. Pero este ejemplo no debe inducirnos a pensar que solamente los movimientos verdaderamente
populares recurren a la calle; o que sea preciso un alto grado de organización para movilizar personas.
Con el reclamo de mayor seguridad, Blumberg movilizó cientos de miles de personas en 2004; las
patronales agrarias, aliadas a los multimedios, lograron movilizar muchísima gente en 2008… De hecho,
en Argentina, hay movilizaciones todos los días. Pero naturalmente es más sencillo convocar personas
para una marcha cuando ellas se encuentran organizadas; si bien las marchas "espontáneas" suelen tener
un impacto periodístico considerable, la verdad es que, ante la inminencia de la acción, sus

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organizadores nunca pueden saber a ciencia cierta con cuántas personas van a contar. Esta peligrosa
imprevisión faltaba por completo en las movilizaciones de la Juventud Peronista en los 70 que
comandaba Montoneros: una vez decidida la convocatoria por la conducción, la directiva descendía a
través de los canales orgánicos hacia todos los militantes; debido al alto grado de convicción ideológica
de todos ellos, no requerían más que el llamado y las coordenadas para movilizarse, dado que
comprendían de inmediato el sentido político de la convocatoria. Pero además, la movilización misma
estaba muy ordenada: en las fotos de la época puede verse caminar a los militantes jóvenes en perfectas
columnas, casi como si fuesen un solo cuerpo, desplazándose por las avenidas porteñas, dando la idea de
que el orden estricto en la movilización suponía la estricta coherencia en el plano ideológico; por
supuesto, además quedaba la impresión de que si estos jóvenes podían determinarse tan rigurosamente a
sí mismos para caminar de manera ordenada, también iban a poder determinar la conducta de los demás.
La capacidad de movilización es un factor de fuerza cuyo valor depende de que se lo exteriorice, y por lo
tanto es algo que tiene que verse y llamar la atención: es un muestreo sin maquillaje de la cantidad de
personas que defienden una causa. Por eso, es normal que veamos grandes e incluso enormes
movilizaciones por temas puntuales (por ejemplo, actualmente en España marchan millones de españoles
contra los ajustes de Rajoy), pero lo importante es lograr una gran capacidad de movilización que exceda
tal o cual cuestión específica y sirva para todos los casos. Eso es precisamente lo que busca cualquier
actor social organizado. Digamos, los ciudadanos "sueltos" pueden concurrir a una manifestación por la
Ley de Medios, o por el matrimonio igualitario, etc., pero La Cámpora se caracteriza por movilizarse por
todos los temas que Cristina decida.

f) Por último tenemos la representatividad. Supongamos que se produce una inundación en la localidad
de Azul. Inmediatamente, La Cámpora se dirige al lugar y realiza tareas de ayuda. En semejante
situación, La Cámpora está empleando su fuerza territorial, que en este caso sería “la capacidad de
movilizar 500 militantes a una zona de desastre para brindar una ayuda”; lo cual involucra también una
demostración, porque no todas las organizaciones políticas del país están en condiciones de reunir esa
cantidad de compañeros para una actividad solidaria urgente. Ahora bien, una vez que La Cámpora
termina de desplegar su fuerza, los vecinos hacen la siguiente evaluación: “Los muchachos de La
Cámpora me dieron una mano en un día muy triste para mi familia. Son buena gente y se puede contar
con ellos en las situaciones difíciles”. Este será, entonces, el rédito político de la actividad de ayuda en la
zona inundada: la confianza real de los vecinos; y esto es exactamente lo que entendemos por
representatividad.

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La representatividad es un término que describe el proceso por el cual un grupo de personas desea ser
conducido por un determinado actor político. En otros términos: es la capacidad de concentrar la
aprobación a la conducción. El ejemplo más puro lo ofrece el proceso electoral: el pueblo vota a su
presidente y, con este hecho, le otorga una cuota de fuerza. La fuerza electoral del pueblo está expresado
en el 100% del padrón: si Cristina gana con el 54% y Binner sale segundo con el 16%, eso implica que
la sociedad distribuyó su fuerza total exactamente en esas proporciones: y lo mismo vale para cualquier
dirigente que acceda a su función mediante un proceso eleccionario. Pero esta transferencia también
puede verificarse sin necesidad de que haya una traducción en votos. El cura de una iglesia católica
puede ser representativo, si los habitantes del barrio recurren a él toda vez que se encuentran en
problemas. Incluso los punteros políticos adquieren cierta representatividad en base a su quehacer diario,
por la simple razón de que los vecinos, a falta de mejor alternativa, solicitan sus servicios y en ocasiones
obtienen respuesta (por ejemplo, medicamentos, una silla de ruedas, etc.).

También los medios de comunicación y los intelectuales cuentan, al menos en parte, con este factor de
fuerza. Aunque no conduzcan del mismo modo en que lo hace un líder político, su representatividad se
expresa por la capacidad de marcar agenda o de crear un relato, o sea, pueden instalar temas,
perspectivas o debates de los que otros actores políticos se hacen eco. Por caso, así sucedió con la
expresión “clima destituyente” que Carta Abierta acuñó para referirse al lock-out de las patronales
agrarias en 2008. El grupo de intelectuales gozaba de cierta representatividad que permitió que la frase
se popularizara, lo que a su vez posicionó al grupo de intelectuales como un actor en la política
argentina.

Repitamos algo: ninguno de estos factores de fuerza, por sí mismos, significa poder. Se puede tener
armas, y no tener poder para derrocar un gobierno. Se puede tener dinero, y no tener poder para comprar
a un dirigente popular. Se puede incluso tener representatividad, y no tener poder para frenar un golpe de
Estado (el triste ejemplo de las dictaduras argentinas del siglo XX así lo testifica).

Para cerrar: en la construcción del poder de un actor confluyen diversos factores de fuerza. Por ejemplo,
tener contactos e información permite hacer jugadas económicas que aumenten el factor dinero; la
representatividad suele redundar una mayor capacidad de movilización, dado que quienes se movilicen
lo harán para respaldar a quien los representa. Ahora bien, aunque el poder de un actor esté conformado
por distintos factores de fuerza, siempre predomina uno de ellos. Según prevalezca uno u otro, será
distinto el tipo de poder que tenga un actor. Aquellos actores que cimentan su poder alrededor del factor
dinero, cuentan un poder de tipo económico (así los grandes grupos empresarios). Si el factor que

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predomina son las armas, el poder será coercitivo (el Ejército, la policía). Cuando lo principal son los
contactos y la información, estamos hablando de una suerte de “poder de la intriga”, característico de
los operadores políticos, que pueden negociar y hacer un armado sobre la base de esos factores. Por su
parte, la capacidad de movilización configura típicamente el “poder de calle”. La representatividad, en
cambio, es lo distintivo del poder político, su diferencial. Esto no quiere decir que un actor con poder
económico no puede contar con representatividad; de hecho, sucede lo contrario: el discurso de Clarín
orienta a una parte importante de la población, es representativo de ella, y Clarín, por supuesto, tiene un
poder eminentemente económico (lo cual le permite contar luego con otros factores como contactos e
información). Ningún actor tiene un solo tipo de poder, aunque uno de ellos predomine sobre los demás.

5- La paradoja del poder representativo

El poder representativo es el más valioso de todos. ¿Por qué? Porque ningún orden social puede
transformarse o sostenerse meramente por la vía de las armas o del dinero. Esta verdad resulta
contraintuitiva: a primera vista, no hay nada más “convincente” que un revólver o un fajo grueso de
billetes; nada podría determinar la conducta humana más fácilmente que la amenaza de muerte o la
posibilidad de riqueza. Sin embargo, las recurrentes invasiones norteamericanas en la zona de Medio
Oriente demuestran lo contrario: EEUU, el país con el ejército más fuerte del mundo, puede ingresar en
casi cualquier país del planeta, destruir su industria, asesinar a sus dirigentes e instalarse en el territorio.
Sin embargo, una vez realizadas estas tareas, aparece el problema clásico de todo invasor: cómo sostener
la dominación de forma “más barata”. Los EEUU se proponen oprimir al mundo, pero ocurre que no
tienen ni podrían tener recursos militares para someter a toda la humanidad al mismo tiempo. Los
presupuestos bélicos son comúnmente exorbitantes y producen un desbarajuste terrible en las arcas
públicas; el solo gasto de alimentar a las tropas estadounidenses en Irak supone varios cientos de
millones de dólares. Además, los pueblos siempre se rebelan contra la opresión, y si bien tienen menos
armas que invasores de la magnitud de EEUU, pueden resistir varios años, lanzar una guerra de
guerrillas, planear atentados constantemente… Además, en determinado momento los perjuicios de la
ocupación empiezan a ser mucho más altos que las ventajas, y los propios ciudadanos norteamericanos
comienzan a inquietarse por las bajas del ejército y el excesivo despilfarro de dólares en un conflicto
lejano… Por consiguiente, una vez cumplida la etapa de la invasión, instantáneamente la dirigencia
estadounidense se propone “construir una democracia”, esto es, erigir un cierto tipo de poder
representativo mediante el cual ya no sea necesario sostener la dominación por la costosa vía de las

14
armas. Es decir, lo que buscarán siempre los norteamericanos es que los iraquíes terminen convalidando
su dominación; retomando nuestra definición básica del poder, el objetivo final de los EEUU no es
“determinar la conducta de los demás” por medio de las armas, sino que los demás deseen que su propia
conducta sea determinada por los EEUU. Es decir, lo que buscan los norteamericanos, a la larga, es el
control del poder representativo. Y utilizan todas las otras formas de poder para conquistarlo.

Este ejemplo internacional puede resultar exótico; pero la historia del neoliberalismo en nuestro país
siguió precisamente el camino antes descrito. Sostener el neoliberalismo con las armas de la dictadura
militar del 76 resulta demasiado costoso, en términos económicos y de vidas humanas; el éxito del
modelo llegó recién con Menem, cuando el neoliberalismo pudo volverse justamente “representativo”.
Es un lugar común decir que el menemismo fue más demoledor para la industria nacional que la
dictadura, y esto se explica sin inconvenientes cuando recordamos que el poder representativo es el más
grande de todos, el que puede realizar las transformaciones más profundas. Por eso es decisivo
distinguir, en cada coyuntura histórica, quién posee el poder representativo: si es Menem, su capacidad
de destrucción puede ser infinita; si es Cristina, su capacidad de creación resultará revolucionaria2.

¿En qué radica, entonces, la diferencia crucial entre los factores anteriores de fuerza (dinero, armas,
información, contactos) respecto del poder representativo? En lo siguiente: el poder representativo tiene
un potencial mucho más grande que todo los demás, pero para funcionar necesita más que ningún otro
ser convalidado por la mayoría de los actores sociales. Todos los otros factores de fuerza, en cierta
forma, se “bastan a sí mismos”: si lanzo una bomba sobre una fábrica, la fábrica va a explotar; si destino
varios millones de pesos a la compra de un diario, el diario pasará a ser mío. Se trata de hechos
objetivos; y si bien se someten a la interpretación por parte de los demás actores, no precisan de ello para
existir. Pero si gano las elecciones presidenciales, necesito que mi adversario “reconozca mi victoria”.
Esto ocurre en todos los procesos eleccionarios: a las 9 de la noche del 23 de octubre de 2011, el centro
de cómputos ya había arrojado los resultados objetivos de la elección, y ya todos sabían que había
ganado Cristina; sin embargo, todavía faltaba el dato crucial de que los opositores “convalidaran” el

2
La idea de que el poder representativo es el más capacitado para “transformar un país” parece
contradecirse con los ejemplos históricos de las distintas dictaduras militares que, en efecto, “transformaron a sus
países” (normalmente para mal) sin requerir en ningún momento de un proceso electivo. Por ejemplo, Pinochet
aplastó la posibilidad de que Chile se desarrollara industrialmente tras 18 años de dictadura, asesinatos y represión.
Sin embargo, incluso las peores dictaduras precisan algún grado de representatividad: por duro que sea aceptarlo,
resulta evidente Pinochet fue realmente popular en ciertos sectores de la sociedad chilena; sin ese apoyo, no se
habría mantenido tanto tiempo en el Estado. En resumidas cuentas, para que un país se transforme de hecho, es
imperioso que un número importante de ciudadanos esté de acuerdo con esa transformación; si la resistencia es
verdaderamente mayoritaria, no habrá armas ni dinero que alcancen para imponerla.

15
triunfo de Cristina y el proceso electoral en su conjunto, reconociéndola como la legítima presidenta de
los argentinos. Claro que, como el triunfo de nuestro frente político fue tan rotundo, este reconocimiento
fue un trámite. Pero las cosas no siempre se dan con la misma sencillez. La CTA (Central de
Trabajadores Argentinos) realizó en 2011 una elección interna para instituir una nueva conducción. El
resultado fue tan parejo que los dos candidatos, Yasky y Micheli, se atribuyeron la victoria, y culparon al
otro de hacer fraude. El proceso electoral se convirtió entonces en materia de disputa judicial;
finalmente, como nadie reconoció el triunfo del otro, la CTA se partió en dos.

Ya estamos en condiciones de describir la paradoja del poder representativo. El poder representativo,


evidentemente, es el más grande de todos, ya que es el único que verdaderamente puede alterar un
orden social, el que mejor puede transformar las raíces culturales de un país (y hasta del mundo). Pero a
la vez resulta el más débil y volátil, porque depende del reconocimiento constante. Según las leyes
actuales, Paolo Rocca será el dueño de Techint hasta que muera; pero según las mismas leyes, Cristina
dejará de ser presidenta en 2015. Cristina tiene que ganar elecciones para tener poder; Paolo Rocca no,
Magnetto tampoco. El poder representativo no tiene techo, pero salvo que sus demostraciones sean
increíblemente rotundas, siempre será posible menoscabarlo, ponerlo en duda, y tender a debilitarlo.

La historia reciente del kirchnerismo proporciona un ejemplo muy claro de esto. Cristina ganó las
elecciones de 2007 con el 45% de los votos; Carrió salió segunda con el 22%. Estos números son
objetivos, son la expresión del poder del pueblo (elegir directamente al presidente de la Nación). Sin
embargo, mientras el kirchnerismo entendió que había “arrasado” en las elecciones, Carrió lanzó la
siguiente interpretación: “Cristina perdió en las grandes ciudades (Capital Federal, Rosario, Córdoba) y
ganó solamente donde hay pobres. Esto significa que la clase media le volvió la espalda al
kirchnerismo.” Dejemos a un lado la cuestión de quién tenía razón: lo que importa resaltar es que el
poder representativo siempre puede interpretarse de varias formas, es decir, que es posible “leer” de
diferentes maneras una misma expresión de él, y por consiguiente, sacar cuentas distintas respecto del
rédito político resultante. Los demás actores sociales, por regla, van a querer bajarle el precio a nuestro
rédito político; y otro tanto vamos a querer hacer nosotros con el de ellos.3

3
En todos los casos, lo esencial es que las interpretaciones deben ser, más que verdaderas, mínimamente “verosímiles”
para convencer a los demás actores. Y por supuesto, lo más importante es no engañarse uno mismo. Esta sugerencia parece
superflua, pero no lo es tanto si echamos un vistazo a la lectura que el Partido Obrero (PO) hizo de los acontecimientos del
año 2001. Según ellos, se había producido un “Argentinazo”, que expresaba el avance irresistible del PO hacia la
revolución trotskista y la toma del gobierno… Esta interpretación desopilante no fue creída más que por los propios
militantes del PO. El ejemplo resulta extremo y hasta cómico; pero nunca conviene sentirse completamente a salvo de
semejantes errores.

16
6- El rédito político, o cómo aumentar el poder

Tomemos por caso al gremio de Camioneros: tiene fuerza suficiente para hacer una huelga y, de esa
forma, generar desabastecimiento en los supermercados. Esta capacidad está disponible todos los días.
Basta que su secretario general lo decida, y las ciudades se quedan sin alimentos, lo que sin dudas
condicionará las acciones de un enorme número de personas y actores sociales.

A esta capacidad de hacer una huelga la hemos denominado fuerza. Delimita simplemente aquello que,
en todo momento, es capaz de hacer un actor social. Camioneros puede lanzar una huelga cuando quiera.
Los choferes responderán de inmediato. Ahora bien, supongamos que efectivamente la hacen durar 48
horas, proclamando que es contra los presuntos “abusos” del gobierno de Cristina. ¿Qué ocurre
entonces? Todos los pueblos del interior y todas las ciudades se quedan sin alimentos; falta el gas,
porque los camiones ya no transportan garrafas; en una palabra, la vida se les vuelve terrible. ¿Cómo
reaccionan? Insultan de todas las formas posibles al gremio, y pasan a considerarlo su enemigo. El
gremio pudo hacer su “demostración de fuerza”, pero el resto de los actores sociales la consideran
excesiva y repudiable. Por consiguiente, la visión que la sociedad tiene de los camioneros empeora. En
resumen, el gremio demostró su fuerza, pero no sacó de ella ningún rédito político. Podemos decir que
desde el punto de vista del uso de la fuerza, la huelga fue un éxito; pero desde el punto de vista del rédito
político, resultó un fracaso.

Supongamos ahora que el gremio de Camioneros decide lanzar un paro nacional contra Cristina, pero no
de 48 horas, sino de una hora, y no un día hábil, sino un domingo. Otra vez, la huelga puede ser perfecta
considerada en su ejecución, pero el rédito político resulta nulo: por su brevedad, nadie llega ni siquiera
a notarla. Termina siendo un malgasto de energía de lo más estúpido. Provoca la burla de los otros
actores sociales, y esto conduce a que el rédito político termine siendo otra vez negativo, ya que, por un
lado, los integrantes del gremio se verán desmoralizados al notar la falta de inteligencia de su líder, y los
otros actores sociales descubrirán que no tienen nada que temer de un gremio que se comporta de forma
tan poco inteligente.

Ahora supongamos que el gremio de Camioneros lanza el mismo paro nacional de 48 horas, pero no
contra el gobierno legítimo y popular de Cristina, sino contra una hipotética dictadura militar que resulta
odiada por la mayoría de la sociedad. Los pueblos y las ciudades resultan tan afectados como antes; les
sigue faltando comida y gas para defenderse del frío. Pero ahora dicen: “Si bien me falta gas y comida,

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puedo soportarlo un rato; lo importante es que le hacemos sentir a la dictadura que podemos levantarnos
contra su opresión”. Acto seguido, los ciudadanos se acercan espontáneamente a las rutas para apoyar la
huelga de los camioneros; también los partidos políticos y ciertos empresarios descontentos con el
régimen; como resultado, el secretario general del gremio termina convirtiéndose en el líder de la
resistencia. En tal caso, aun cuando hubiese toda clase de desperfectos ejecutivos en la huelga, aun si
algunos camioneros no adhieren, en breve, aun cuando la fuerza no logra desplegarse en su totalidad, el
rédito político resulta enorme: buena parte de los demás actores sociales valora positivamente la acción
de los camioneros y los premia convirtiéndolos en el actor fundamental, aglutinante y dirigente de la
oposición.

¿Qué es entonces el rédito político? Es el “premio” que un actor social obtiene después de haber usado
bien su fuerza. Este “premio” es básicamente la valoración que las demás personas comienzan a
depositar en el actor social. Naturalmente, un gran rédito político puede, en ciertas circunstancias,
implicar un aumento de la fuerza, de la representatividad. ¿Por qué? Porque si, por ejemplo, La Càmpora
realiza una jornada solidaria de gran rédito y se gana la simpatía de los vecinos, la próxima vez que
tenga que movilizar, contará con el apoyo concreto de muchos de ellos. Pero lo seguro es que el rédito
político implicará un aumento del poder.

18
II - El poder en accion

1-Las relaciones de poder entre los distintos actores: la correlación de fuerzas

¿Qué pasa en la arena política, cuando las distintas cantidades y formas del poder se ponen en juego y chocan
entre sí? Sucede que entre los actores se establecen relaciones de fuerza, es decir que, con el objetivo de
imponer cierta conducta a otro actor, cada uno pone en juego el poder que tiene en sus relaciones con los otros.
Esto no significa que el poder se despliegue con toda su fuerza cada vez que actúa. Un actor social que actúa
inteligentemente usa sólo una cantidad acotada de la fuerza que tiene y decide cuánta fuerza usar en función de
las relaciones de fuerza.

El estado de esas relaciones de fuerzas en cada momento configura una fotografía que se suele llamar
correlación de fuerzas. La correlación de fuerzas no se mide en general, sino para algo, en un determinado
momento y en una determinada coyuntura. La correlación de fuerzas no depende solamente de las relaciones de
poder que se establecen entre los actores concretos y visibles de un determinado espacio: la fotografía depende
también de relaciones de fuerza que están de fondo configurando una determinada distribución del poder en el
espacio en el que estos actores sociales se insertan.

Por ejemplo, La Cámpora puede tener mucha fuerza para dar disputas políticas con el intendente de un
municipio que no acompañe de cerca a Cristina en un contexto de tensión de las relaciones de fuerza entre el
gobierno nacional y el gobierno de la provincia donde se encuentra ese municipio. Es decir que, en ese caso, las
relaciones de fuerza entre Cristina y el gobernador inciden en la correlación de fuerzas entre La Cámpora y un
intendente de un municipio de esa provincia. Al mismo tiempo, es evidente que La Cámpora no tiene nada de
fuerza para lograr repatriar a la Fragata Libertad si un puerto extranjero la retiene, porque no tiene factores de
fuerza que le sirvan para intervenir en las disputas diplomáticas internacionales. Este ejemplo muestra que un
actor social puede tener mucha fuerza para una cosa y muy poca para otra; es decir, la correlación de fuerzas no
es fija, sino que se debe medir en función de cada objetivo concreto.

La correlación de fuerzas determina las posibilidades de acción, y conocerlas al dedillo permite elegir con
mayor precisión el mejor camino para llegar al objetivo buscado. Es el estado de la correlación de fuerzas lo
que habilitó a Cristina Kirchner a llevar adelante ciertas medidas transformadoras en un momento determinado
y no antes ni después. La voluntad política de nacionalizar YPF, aunque imprescindible, no era suficiente para
realizarlo. Para que esta demanda que existía desde hacía tiempo pudiera ser transformada en una medida

19
estatal exitosa, trayendo consigo el fortalecimiento del poder político del actor social que la llevó a cabo, esa
voluntad debía encontrarse con un estado de la correlación de fuerzas propicio. A la inversa, fue un análisis
errado de la correlación de fuerzas lo hizo que la Resolución 125 que pretendía aumentar las retenciones a
ciertos sectores agrarios no tuviera éxito. Después del conflicto del 2008 Néstor Kirchner analizaba que no
habían medido bien el poder que los medios de comunicación podían ejercer a favor de las corporaciones
agrarias, y que se debía haber lanzado la Ley de Medios antes que la Resolución 125. Esto hubiera cambiado el
escenario de las relaciones de fuerza, o sea, la distribución de poder de los actores que se disputaban en ese
conflicto.

El análisis de la correlación de fuerzas se hace antes de que los actores choquen entre sí. Por lo tanto, es
predictivo, mide el estado de las relaciones de fuerza en el presente para ver si será posible realizar con éxito
una acción en el futuro. Los responsables políticos realizan un análisis de la correlación de fuerzas antes de
cada acción que llevan a cabo, y para eso necesitan sobre todo tener acceso a información micro sobre los
actores que participan en ese espacio e información macro sobre la correlación de fuerzas que sirve como
soporte para las interacciones entre los actores en ese espacio determinado. Por ejemplo, antes de organizar a
los vecinos para llevarle un reclamo al intendente de determinado distrito, el responsable político de La
Cámpora debe conocer la fuerza y los factores de fuerza efectivos que puede desplegar el otro actor principal
involucrado, el intendente, saber si hay otros actores involucrados, y estar informado sobre el estado de las
relaciones entre el intendente y otras instancias de poder (provinciales, nacionales, etc.). El éxito dependerá,
entre otras cosas, de un buen análisis de la correlación de fuerzas, y un buen análisis requiere, sobre todo, de un
buen acceso a la información. Tenemos que reconocer que la información es entonces un valor fundamental
para el ejercicio del poder político, ya que permite definir las mejores estrategias para conseguir la realización
de nuestro objetivo.

En resumen, el análisis de la correlación de fuerzas supone el análisis de las posibilidades de acción reales. Es
decir, a partir de los condicionamientos posibles y la fotografía de la distribución del poder se llega a
determinar cuáles son los caminos de acción posibles para conseguir el objetivo buscado.

2- Táctica y estrategia resultan del análisis de la correlación de fuerzas

¿Para qué, específicamente, sirve el análisis de la correlación de fuerzas? Sirve para reconocer cuáles son las
tácticas posibles y armar, a partir de ese diagnóstico, la estrategia más conveniente para conseguir un objetivo.
Llamamos táctica al uso inteligente de las fuerzas disponibles en una lucha. La estrategia luego combina las

20
mejores tácticas que deberán ser usadas en función del objetivo buscado. La estrategia, como planificación y
articulación de tácticas que se usarán en las luchas de poder para lograr un objetivo determinado, depende del
querer (la voluntad política, que La Cámpora fortalece con la mística), del poder (los factores de fuerza que se
posean y la capacidad de aplicarlos, que nuestra organización tiene sobre todo en el territorio) y del saber (la
información, la cual permite hacer el análisis de la correlación de fuerzas y que La Cámpora ha fortalecido en
el 2012 con la formación).

Por ejemplo: al asumir Néstor, uno de sus objetivos era ordenar el caos económico que había dejado el ciclo
neoliberal. Para lograr ese fin, su estrategia consistía en que el Estado argentino recuperara el control de la
economía, que en los años anteriores había estado manejada por las corporaciones y el FMI. Esta estrategia era
resultado del poder alcanzado por Kirchner (el cual iba a permitir llevarla adelante), de la voluntad política de
usarlo con ese fin (producto de la convicción ideológica), y de un conocimiento al dedillo de la correlación de
fuerzas y de las variables económicas (el cual le mostraba a Kirchner que el programa era realizable). Dentro de
esta estrategia de recuperación del rol del Estado en la economía, una de las tácticas elegidas por Kirchner fue
la intervención estatal en el mercado cambiario. Otra más, la integración regional a través del fortalecimiento
del Mercosur, que permitió negociar mejor con los países centrales. Pero quizás la táctica más saliente que
eligió Néstor fue pagar la deuda externa obteniendo un 75% de quita, la mayor de la historia. Así, logró que el
Estado argentino conservara uno de sus factores de fuerza fundamentales, el dinero, el cual pudo ser utilizado
para beneficiar a los más desprotegidos, por ejemplo, mediante subsidios al transporte. Y hay algo más: a la vez
que encaró esa táctica, Kirchner designó en el Banco Central a Martín Redrado, lo que le valió críticas luego de
que este renunciara en 2010 tras un escándalo político. La respuesta de Néstor a esos cuestionamientos nos da
un claro ejemplo de táctica: “En ese momento, cuando nosotros negociábamos una quita de la deuda de 70 mil
millones de dólares”, dijo, “cuando la Argentina venía del default y nos tenían una desconfianza absoluta, ¿a
quién iba a poner yo? ¿Al flaco Kunkel? Esto tiene que ver con la acumulación de poder y con las relaciones de
fuerzas”. Kirchner entendió que en aquel momento la correlación no le daba bien para encarar ambas tácticas a
la vez (pago de la deuda con fuerte quita y nombramiento en el Banco Central de un funcionario
ideológicamente afín). Por eso, decidió privilegiar la táctica que le permitiera llevar a cabo su estrategia más
directamente, y no malgastar las fuerzas del gobierno en un conflicto que en ese momento era secundario. Esto
es importante: en un escenario donde tengamos muchas tácticas de disposición, se deberá utilizar la que
suponga menos desgaste de fuerzas y a la vez nos lleve más claramente al cumplimiento de la estrategia.

3- El manejo de la agenda como táctica política

21
Cuando hay una conducción política firme, desde el Estado el poder se ejerce trazando estrategias concretas y
ordenando las tácticas en función de ellas. Los objetivos políticos dependen de la voluntad de quien conduce el
proceso, quien, por supuesto, tiene siempre un oído puesto en las demandas preexistentes para intentar
satisfacerlas en el momento que se crea adecuado según el análisis de la correlación de fuerzas. Esto significa
que las demandas sociales, aunque parezcan justas, no se responden inmediatamente desde el Estado, sino que
los objetivos se fijan y se ordenan en función del análisis de la correlación de fuerzas. Los “tiempos de la
política” suponen tener siempre en cuenta ese análisis, el cual permite fijar la agenda de las medidas a tomar
por parte del Estado, capacidad esta que, como dijimos, es una de las manifestaciones de la representatividad.
Pensemos en el ejemplo del 82% móvil de la jubilación con el que se trata de correr por izquierda al
kirchnerismo. Nada sería más justo que dotar de una generosa jubilación a quienes trabajaron toda su vida;
ahora bien, semejante erogación de dinero llevaría muy pronto a la bancarrota del Estado, por lo que es una
medida irresponsable que Cristina se negó a convalidar. La medida en sí es “buena”, pero no están dadas las
condiciones para llevarla a cabo, y por eso no está en la agenda del gobierno.

La capacidad de fijar agenda es una característica central de nuestro gobierno, capacidad que ha ido creciendo
con los años. Por un lado, esto quiere decir que mediante medidas de gobierno y también con discursos y
declaraciones Néstor y Cristina han logrado que el debate social y político acerca del rumbo del país se
organice en los términos que plantea el kirchnerismo, y alrededor de los problemas que el gobierno concibe
como relevantes para la felicidad del pueblo. Y, por otro, implica que los tiempos de la actividad política los
marca el gobierno: fijar la agenda es una táctica política que implica tener el poder de manejar los tiempos.
Cristina puso sobre la mesa el tema de YPF, de Aerolíneas, de la AUH, etcétera. Ninguno de estos temas pudo
ser presentado a la opinión pública por ningún otro actor social de relevancia: fue Cristina quien los trajo al
centro del debate nacional.

Es importante señalar que la capacidad de fijar la agenda no quiere decir necesariamente que en cada conflicto
el gobierno salga victorioso y consiga sus objetivos, pero sí que en la sociedad "se habla" de temas y problemas
que muchas veces son señalados primero por él. Por ejemplo, con la 125 no hubo una victoria de los sectores
populares, pero sí se logró poner sobre la mesa la discusión acerca de la necesidad de recaudar desde el Estado
con un impuesto a los que más tienen (entre otros temas). La lucha con los medios es también una lucha de
poder por ver quién impone los temas de los que se va a hablar (por ejemplo, "la inseguridad"), y cómo se va a
hablar de ellos. En este contexto, la cadena nacional es uno de los medios más efectivos que tiene la presidenta
para fijar la agenda. Sin embargo, son las medidas que desde el 2003 se llevan a cabo desde el gobierno las que
avanzan sobre la realidad social y la transforman, generando así nuevas discusiones, es decir, modificando a su

22
vez la agenda política. En definitiva, la capacidad de fijar la agenda es una táctica que logra aumentar el poder
político de quien la posea.

23
Segunda parte

introduccion
Hasta ahora hemos visto la definición del poder, los factores que confluyen en su formación y la manera
en que el poder de un actor entra en relación con el de otros. De ello se desprende que en una sociedad el
poder va cambiando permanentemente su distribución y, sobre todo, está siempre en conflicto. Ahora
bien: en el marco de esa circulación incesante, de esa conflictividad permanente, el poder cristaliza en
diversas instancias. ¿A qué nos referimos? Hablamos de lo que sucede cuando la porción de poder que
detenta un actor social toma forma definida, haciéndose visible de manera clara y nítida en un objeto
concreto en un momento determinado. Cada cosa tenemos a nuestro alrededor puede entenderse desde
esta perspectiva: si usamos un par de zapatillas importadas desde China, se debe a que por ahora ese país
salió vencedor en la disputa del mercado mundial, y por lo tanto pudo determinar al menos en parte la
conducta de otros países para que estos abrieran sus importaciones a las zapatillas chinas. Lo mismo vale
para otras instancias a niveles más amplios, y eso es precisamente lo que expondremos en esta segunda
parte del cuadernillo. Nos centraremos en lo que, como militantes, es nuestro interés principal: el poder
del pueblo. En la actualidad, a causa del proceso de empoderamiento popular que se viene dando del 2003
a esta parte, el poder del pueblo cristaliza en dos instancias principales: el Estado o, más precisamente, en
las instituciones generadas por este, y las organizaciones populares. Instituciones y organizaciones
siempre son expresión del poder que un actor tuvo sobre otro en un momento dado, y en tanto poder
“concentrado”, “cristalizado”, tienen sus efectos concretos sobre las acciones de los demás. Una
institución como la ley de matrimonio igualitario implica que un movimiento de carácter progresivo se
impuso por sobre uno de carácter conservador; a la vez, esa ley regula la vida en sociedad, o sea,
determina la conducta de los ciudadanos. La misma existencia de La Cámpora supone que el pueblo fue
capaz de organizarse detrás de la conducción de Cristina, venciendo a quienes no querían ver a un pueblo
politizado; luego nuestra organización, en tanto expresión de poder, puede determinar a otros actores. Así
vistas, instituciones y organización política no son otra cosa que “fotografías” de la distribución social del
poder en un determinado momento histórico. Conocer de qué manera específica opera el poder en
relación a cada una de estas instancias es una herramienta para pensar mejor la práctica política que en
tanto militantes realizamos todos los días.

25
I – Poder e instituciones
1- Las instituciones determinan la conducta con mínimo gasto de fuerzas. Toda institución es
expresión de una lucha de poder.

Vamos a centrarnos no en el Estado “en general”, sino más precisamente en las instituciones que este
produce. Todo el tiempo se habla de ellas. Y de que “hay que respetarlas”. Pero ¿qué son? Existe una
conocida definición: una institución es cualquier patrón de conducta que regula la vida social. Esos
patrones pueden estar codificados por escrito, como en el caso de las leyes, o no, como en el caso de las
costumbres (por ejemplo, la costumbre de hacer la fila para tomar el colectivo). Esta noción de institución
cumple satisfactoriamente el criterio de ser amplia y precisa. Pero comparémosla con nuestra noción de
poder: el poder es la capacidad de determinar la conducta de los demás… Suenan muy parecido. Es decir,
la institución “regula” la conducta de los demás, mientras que el poder… “determina” la conducta de los
demás. ¿En dónde radica la diferencia?

Desde el estricto punto de vista del poder, tenemos una institución cuando podemos determinar la
conducta de los demás utilizando el mínimo de factores de fuerza. Por eso tiene sentido decir que las
instituciones “regulan” la conducta: simplemente, la vuelven “regular”, es decir, la someten a reglas que
garantizan su repetición sin necesidad de emplear los factores de fuerza como si fuese la primera vez.
Esto nos lleva a concluir que las instituciones “economizan” fuerza, es decir, evitan que sea necesario,
cada vez, gastar los factores de fuerza en determinar la conducta de los demás. Cuando decimos que una
de las formas de cristalización del poder popular se verifica en el Estado y en sus instituciones nos
referimos precisamente a esto: actualmente, a diferencia de lo que ocurrió de 1976 a hasta 2003, las
instituciones del Estado determinan la conducta social en favor del pueblo, y no en favor de las
corporaciones; esto significa que el pueblo no necesita gastar de nuevo sus factores de fuerza para llevar a
cabo esa determinación.

Para atrapar este concepto conviene realizar un breve desarrollo. El poder, dijimos, determina la conducta
de los demás: por ejemplo, el poder del vendedor de boletos reside en usar su fuerza para que los
pasajeros hagan una fila para subir al colectivo. La primera vez que el pobre boletero se enfrentó al
problema, su utilización de fuerza debió ser total: debió gritarles a los pasajeros, ordenarles que hagan una
fila, quizás empujarlos, y finalmente amenazar con no venderle boletos a los que se negaban a alinearse.
Y así determinó su conducta. Ahora bien, la segunda vez quizá ya algunos pasajeros acepten que deben

26
hacer una fila, y otros todavía no: en este caso, el boletero utilizará todavía su factor de fuerza, pero en
menor medida, ya que sólo debe preocuparse por ordenar a los pasajeros inquietos. Y la tercera vez, por
fin, el boletero llega a la parada y ve que una fila de gente perfectamente alineada. Ya no tiene que
gritarle a nadie. Basta con que esté ahí parado. Logra su objetivo (ordenar la subida al colectivo) sin
ningún gasto de fuerza, salvo presentarse en el lugar. Lo que comprueba ese día, en resumen, es que el
poder se convirtió en una institución.

Lo que hay que rescatar de los párrafos anteriores, en suma, es que detrás de toda institución hay una
utilización de fuerza, y si la fuerza se usa es porque hay una lucha de poder. En la experiencia cotidiana
no solemos tomar nota de esto. Y no por azar: las instituciones, precisamente porque determinan la
conducta de los demás sin apelar al gasto de factores de fuerza, también vuelven “invisible” a los factores
de fuerza que las crearon. Esto es comprensible: el primer pasajero que recibió los gritos y las amenazas
del boletero tuvo plena conciencia, sin dudas, de la fuerza del boletero; pero los pasajeros que llegaron
cuando la fila ya estaba armada no sufrieron la presión de ningún factor de fuerza, y se limitaron a imitar
la conducta de los demás, sin preguntarse por su origen. Para el primer pasajero, la institución es fruto de
la fuerza; para los que vinieron después, la institución resulta algo tan “natural” (es decir, tan repetido)
como la salida del sol. Esta tendencia humana a naturalizar las instituciones, a omitir los factores de
fuerza (y las luchas de poder) que las crearon y sostienen, forma parte de la esencia misma de lo que es
una institución, y dicta la medida de su ventaja principal: la capacidad de economizar fuerzas. Vamos a
poner un ejemplo histórico para ver esto: el aguinaldo. El aguinaldo fue un doble sueldo a fin de año que
instauró Perón como respuesta a las amenazas de los empresarios (decían que si no se producía un
abaratamiento de la mano de obra, deberían despedir gente). El aguinaldo sólo pudo ser instituido porque
Perón tenía de su lado la fuerza popular de los sindicatos; los empresarios pusieron toda la resistencia
posible, pero debieron ceder, y así el aguinaldo ingresó victoriosamente a la Ley de Contratos de Trabajo.
Por lo tanto, la segunda vez que se debió pagar el aguinaldo, ya no fue necesario que Perón, los sindicatos
y el pueblo emplearan sus factores de fuerza. Habían institucionalizado el aguinaldo: lo habían
conquistado.4 Y, a la vez, ese triunfo institucionalizado, repetido a través de los años, pasa a formar parte
del sentido común, o sea, se vuelve hegemónico culturalmente. A nadie se le ocurriría ahora quitarles a

4
Lo que se entiende por una “conquista social” es simplemente una institucionalización de un triunfo político del
pueblo, es decir, su repetición constante sin necesidad del constante empleo de la fuerza. El caso del aguinaldo
muestra también que una institucionalización profunda de un triunfo puede y aún debe sobrevivir a sus triunfadores
concretos: a diferencia de otros artículos de la Ley de Contrato de Trabajo, y pese a la caída de Perón, el aguinaldo
jamás pudo ser suprimido (ni las dictaduras ni Menem se atrevieron a tocarlo). Pero esto no significa que su
existencia sea indiscutible para siempre, y esto porque toda institución puede modificarse o dejar de existir, en la
medida en que varíen las relaciones de poder sobre las cuales está sostenida.

27
los trabajadores ese decimotercer salario del año, y no sólo o no tanto porque el aguinaldo fue sancionado
por ley, sino sobre todo porque aparece como válido para la mayoría de la sociedad el derecho de los
trabajadores a percibir un sueldo anual complementario. A esto precisamente se refería Cristina al decir,
en el acto de Huracán, que la institucionalización más fuerte no es la que pasa por una ley o un decreto,
sino cuando “se hace carne en el conjunto de la sociedad”.

Detrás de la institución “aguinaldo” hay una lucha de poder entre actores sociales, una correlación de
fuerzas en sentido estricto. Por eso puede decirse que las instituciones “cristalizan” (o sea, vuelven
“repetida”) una determinada correlación de fuerzas, y por eso son expresión de esta lucha de poder. Perón
tenía poder para duplicar el último salario del año, pero no para triplicarlo: la correlación de fuerzas le dio
hasta ese punto, y luego no se modificó nunca. Tomemos un ejemplo reciente para ilustrar esta relación
entre las instituciones y el poder. La ley que reguló los medios de comunicación y el espacio
radioeléctrico hasta 2009 reflejaba las relaciones de poder de la dictadura militar: con anuencia del
Estado, el mercado tenía el control de la esfera comunicativa y favorecía el proceso de concentración de
los medios por parte de los grupos que terminaron convirtiéndose en monopólicos (el caso más notorio es
el grupo Clarín). La ley de la dictadura, entonces, repetía cada vez esta correlación de fuerzas donde las
corporaciones tenían mayor poder que los pequeños medios, que el Estado y, en suma, que la sociedad
civil. Por contraste, la nueva ley de medios es igualmente producto de un enfrentamiento de poderes entre
las corporaciones, por un lado, y el Estado y los medios pequeños, por el otro. Pero ahora estos dos
últimos tienen más poder, en razón de la ampliación de derechos y recuperación popular del Estado que
impulsó el kirchnerismo; si esto no hubiera sido así, si la correlación hubiera sido otra, la ley no podría
haber sido sancionada. Por consiguiente, en la existencia misma de la norma se condensa esta nueva
correlación de fuerzas y esa lucha entre dos actores enfrentados, donde cada uno puso en juego sus
factores de fuerza, sus tácticas y sus estrategias.

De lo anterior se desprenden varias reflexiones, pero sobre todo la ocasión de destruir el mito simpático
de que “las instituciones son neutrales”, o que incluso “la ley es neutral”. Las leyes pueden ser justas o
injustas para tales o cuales actores sociales, pero nunca son “neutrales”, precisamente porque repiten el
triunfo de un actor social sobre otro en un tema puntual: en resumen, no están al margen de las luchas de
poder, sino que resultan de las luchas de poder y, como dijimos, tienen la función de repetirlas sin
necesidad del gasto de factores de fuerza.

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2- Crisis, cambio y burocratización de las instituciones

De lo anterior uno podría deducir que, a cada cambio en la relación de fuerzas, a cada triunfo de un actor
social sobre otro, se corresponde enseguida un cambio en las instituciones. Sin embargo, esto no funciona
exactamente así. Por un lado, las instituciones cambian, porque su base es el poder, que puede repartirse
de distintas formas según el caso o la coyuntura. Pero como las instituciones son la ritualización de un
triunfo ocurrido en el pasado, no van a cambiar instantáneamente cada vez que haya una modificación en
las relaciones de poder. El nuevo triunfo tiene que ser muy claro para que llegue a institucionalizarse;
dicho en términos crudos, al actor social derrotado debe parecerle preferible que se institucionalice
(“repita”) el triunfo del adversario antes que sufrir otra vez el empleo de sus factores de fuerza. Caso
contrario, si le parece preferible luchar, entonces no habrá institucionalización, o se postergará.

Este fenómeno no es inusual. Ocurre a menudo que hay momentos “bisagra”, en los cuales la distribución
del poder se altera drásticamente, pero todavía no surgen nuevas instituciones que la ritualicen. Cuando
eso sucede, estamos frente a una situación de crisis institucional, que se puede definir como un momento
en que cambian las relaciones de poder (o se desestabilizan las que existían) pero el patrón de conducta
condensado en las instituciones (aún) no se modifica. Un ejemplo de esto lo suministra, nuevamente, la
tan complicada aplicación plena de la Ley de Medios. Primero hubo que luchar para instalarla como tema;
luego hubo que votarla en el Senado; luego debió promulgarla el Ejecutivo; luego hubo manifestaciones
en la calle a su favor, y ninguna en contra. Y sin embargo… Clarín supo postergar por años su plena
aplicación. Esto es, cuando parecía que todos los actores sociales ya se habían expresado sobre el tema,
cuando el cálculo de poder daba claramente un resultado favorable a su aplicación, aparecieron las
conocidas trabas legales en el Poder Judicial. Pero esto no se debió precisamente a la mitológica
“lentitud” de la Justicia, ya que los jueces saben fallar a toda velocidad cuando se lo proponen; el punto es
que Clarín tenía poder sobre ciertos magistrados clave. Por ende, lo que había perdido Clarín era
simplemente la discusión, es decir, representatividad, pero todavía conservaba un factor de fuerza: sus
contactos en el Poder Judicial. Por ende, podía lograr que se “repitiera” su antiguo triunfo de 1976 (que
fue cuando se sancionó la Ley de Radiodifusión de la dictadura) aun cuando no contaba con los factores
de fuerza de entonces.

Esto nos lleva a alumbrar otra importante dimensión teórica del concepto de institución. Respecto del
poder institucionalizado podemos decir: instalarlo requiere de una gran cantidad de factores de fuerza
empleados en su máxima intensidad; pero para mantenerlo basta con una milésima de esos mismos
factores. Dicho con claridad, basta con evitar que se pueda institucionalizar la nueva relación de fuerzas.

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Para lograr una Ley de Radiodifusión acorde a sus intereses, Clarín necesitó de una dictadura, es decir, de
toda la fuerza del Ejército volcada en la represión ilegal, la unidad de toda la oligarquía, la anulación de
toda actividad política y el asesinato de 30 mil militantes; para frenar la aplicación plena de la Ley de
Medios, le bastó con presionar a tres o cuatro jueces. En parte, eso ocurre porque cuando a través del
tiempo la aceptación de las instituciones se vuelve hegemónica, se “blinda” la institución ante los posibles
ataques de otros actores y se vuelve mucho más difícil transformarla. Por eso el gobierno nacional dedica
gran parte de sus esfuerzos instalar un nuevo consenso hegemónico respecto de ese tema, donde el sentido
común aceptado sea la regulación estatal del espacio radioeléctrico y la democratización de la palabra.

En efecto, ocurre muy a menudo que se produce un cambio en la relación de fuerzas entre los actores, que
es suficiente para dañar la representatividad de uno de ellos, pero no suficiente para rubricar un triunfo
drástico y por lo tanto “institucional” de uno sobre otro. Esto es precisamente la burocratización: es el
gesto defensivo que realiza un actor social cuando, frente al avance de un adversario, se desliga de sus
objetivos políticos y se limita a “mantenerse en funcionamiento”, sin importar muy bien por qué ni para
qué, y logra de esa manera resistir (al menos en parte) los embates de su rival. El tipo clásico de esta
actitud puede rastrearse en la historia del sindicalismo “ortodoxo”. En Argentina, a fines de los 60 y
comienzos de los 70, el surgimiento de la militancia revolucionaria implicó un cambio a favor del pueblo
en las relaciones de poder que se venían dando desde la caída de Perón. Los trabajadores exigían que los
sindicatos que los representaban fueran más democráticos y que acompañaran a las organizaciones que
luchaban por la liberación nacional. Esto ocurría en ciertos casos: algunos sindicatos respaldaban y
fomentaban esas demandas, es decir, proponían una radicalización política del movimiento obrero; pero
otros no, y con tal de no avanzar llegaban incluso a pactar con los militares. De esta forma, recortaban sus
objetivos al mínimo: para ellos no se trataba de hacer la revolución social, sino simplemente de mantener
la situación existente, que era ventajosa para ellos. Y como mantener algo es más fácil que lograrlo, de
hecho los sindicatos “ortodoxos” no fueron derrotados por el sindicalismo combativo de los 70.

Es importante destacar, en suma, que las transformaciones de las instituciones no son, de por sí, ni buenas
ni malas. Menem produjo muchos cambios en las instituciones: todos para peor. Lo que hay que
preguntarse en todo caso es en qué sentido se realiza una modificación institucional: si se hace para
beneficiar al pueblo o si se hace para mantener los privilegios de las corporaciones. Esta es la falta de
neutralidad de la discusión sobre la cuestión institucional. El poder de cualquier actor social necesita
expresar sus triunfos en instituciones, estén codificadas por escrito o no, a fin de garantizar su repetición
en el tiempo con el menor costo de factores de fuerza posible, apuntando a crear consenso hegemónico
alrededor de ellas. Los actores sociales libran luchas para generar instituciones, es decir, desean triunfar e

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imponerse para no tener que luchar de nuevo por lo mismo: tal es su objetivo, aunque no siempre lo
puedan cumplir.

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II- organizacion y poder

1-Definición de organización. La organización acumula poder en el territorio para apropiarse del poder
del Estado.

Desde el punto de vista del poder, una organización política es un conjunto de voluntades que eligen ejecutar
acciones y lógicas propuestas por diversas instancias de conducción con el objetivo de apropiarse o conservar
el poder del Estado para imponer determinado modelo de país. En el caso de las organizaciones políticas
kirchneristas, tratándose de organizaciones políticas populares, hay que agregar un elemento característico: el
propósito de retener el poder estatal tiene por objeto lograr la felicidad del pueblo, ampliar derechos, mejorar la
calidad de vida, igualar oportunidades y vencer a cualquier actor social que se oponga a ese objetivo. Es decir,
se trata de condicionar a todos los actores políticos y sociales para lograr el supremo objetivo que es la felicidad
del pueblo.

En política, las formas en las que se agrupan las voluntades dependen de los objetivos y las estrategias
planteados. Si se quiere disputar elecciones, el instrumento será un partido político; si se quiere pelear salarios
con una patronal, un sindicato, etcétera. Una organización como la nuestra permite sobre todo construir poder
territorial; o sea, tener los cinco factores de fuerza operando en los barrios con el fin de determinar la conducta
de otros actores. Para una organización política popular, el territorio es el “nivel” más importante, dado que es
el poder territorial el que le permite alcanzar el poder del Estado. ¿Por qué? Porque el poder territorial tiene
una característica muy particular: sólo puede construirse a base de trabajo real, con el pueblo, y, por lo tanto,
cuenta con un potencial altísimo para generar representatividad, que es lo distintivo del poder político; o sea, la
militancia en el territorio tiene un gran potencial para generar en el pueblo el deseo de ser organizado por
nosotros y no por cualquier otro actor social. Es sobre todo gracias a esta representatividad ganada en el
territorio que podemos llegar al Estado para determinar desde allí la conducta de otros actores. De hecho,
mientras que la pérdida del poder estatal es una posibilidad que se presenta con cada elección, el poder
territorial es más difícil de construir pero también más fiel. La resistencia peronista nos ofrece un ejemplo
claro: cuando Perón fue derrocado por un golpe militar, el peronismo pudo sobrevivir porque tenía poder
político basado en la representatividad en los barrios, o sea, poder territorial.

Cuando decimos que una organización como La Cámpora tiene representatividad en el territorio, hablamos de
que el pueblo puede reconocerse en una organización cuyos militantes pintan escuelas, cavan zanjas y ayudan

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durante las inundaciones. Por eso, una vez que el pueblo alcanza cierto estadio de movilización, la mejor
manera que tiene de maximizar su poder es integrando una organización como la nuestra. Pensemos en un
ejemplo muy cercano a nuestra práctica militante: un grupo de vecinos se junta para demandarle al intendente
por asfalto en su barrio. El hecho de reclamar en conjunto y no como individuos atomizados obviamente les va
sumando fuerza. Y si se inscriben en el paraguas de La Cámpora, su poder se verá multiplicado. O mejor dicho,
su poder dará un salto cualitativo, o sea, empezará a ser propiamente político en el sentido de que estará basado
en el factor representatividad: ese grupo de vecinos podrá representar y organizar a otros que tengan otros
problemas, que se reconozcan en La Cámpora y quieran ser conducidos por ella. Entonces, lo que era un
reclamo muy puntual y específico puede albergar a otros vecinos que se reconozcan también en las grandes
líneas de la organización: un país más justo, donde el Estado tenga un rol presente beneficiando a los más
humildes, etcétera. En este sentido, La Cámpora es exactamente pueblo organizado, que al estar organizado
puede maximizar sus factores de fuerza.

No para todos los actores sociales el territorio es el “nivel” más importante. El bloque oligárquico, cuyo poder
es fundamentalmente de tipo económico, no entiende al territorio de esa manera porque su acción no está
orientada al bienestar del pueblo, sino al acrecentamiento de su capital. Su estrategia, entonces, no pasa por
ganar poder en los barrios mediante un trabajo real y transformador de la vida cotidiana de las personas; por el
contrario, sus tácticas territoriales serán más bien superficiales, del orden de las operaciones de prensa. Pero
una organización cuyo objetivo es la felicidad del pueblo, sí o sí tiene que tener en el territorio su campo de
acción principal. Es esa primera definición, la respuesta a la pregunta “¿para qué hacemos política?”, la que nos
conduce al territorio.

2- El poder territorial y el poder delegado por Cristina

El poder de La Cámpora proviene en parte del trabajo cotidiano en el territorio pero sobre todo del hecho de
que nuestra organización tiene poder delegado por parte de la conducción del frente nacional y popular, o sea,
por Cristina. Dicho de otra manera, parte de los factores de fuerza que ella tiene (información, contactos, etc.)
pueden ser usados por la organización para determinar la conducta de otros actores sociales en el nombre de
nuestra presidenta principalmente en el territorio, donde, como vimos, está la base de nuestro poder. Entre esos
factores, hay que destacar el hecho de que ser la organización de Cristina nos otorga ya desde el vamos una
enorme representatividad, la cual, por supuesto, debemos honrar con trabajo concreto. Si no lo hacemos,
perdemos poder no solamente nosotros como organización, sino también nuestra conductora.

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Veamos todo esto con un ejemplo concreto. En determinado municipio surge una Cámpora distrital. Los
compañeros arman una UB, se presentan como la organización de Cristina, etcétera. Sin embargo, nunca
trabajan comprometidamente el territorio: o sea, no hacen cuadrículas, no conversan con los vecinos, no toman
nota de las problemáticas del lugar, no tratan de tejer lazos con otros actores sociales afines. La
representatividad con la que contaban al principio por ser la organización de una presidenta reelecta con el 54%
de los votos se va desvaneciendo, y lo que les queda como idea a los vecinos es que “los chicos de La Cámpora
son unos vagos”; evidentemente, esto no favorece la imagen de Cristina. Al cabo de un tiempo, el distrito es
“intervenido”; aparece un nuevo responsable político, nuevos compañeros decididos a trabajar. Se presentan
nuevamente en el barrio, crean lazos, realizan diversas actividades; suman militantes. Así, van acrecentando sus
factores de fuerza, tales como la información sobre lo que sucede en el municipio, los contactos con otros
actores, los recursos materiales y, sobre todo, la representatividad: a la que contaban por ser la organización de
la presidenta, se suma ahora la ganada con trabajo concreto. Los vecinos perciben que quien mejor puede
conducir un reclamo como ser la falta de limpieza de las calles es La Cámpora, que camina los barrios todos los
días y que además es la organización de Cristina. Luego, si los compañeros conducen estos conflictos
“territoriales” de manera adecuada, en armonía con la estrategia planteada por la conductora a nivel nacional,
tendrán aún más representatividad, lo que permitirá que algunos de ellos disputen cargos municipales en las
elecciones, fortaleciendo el proyecto y la conducción de Cristina a nivel distrital, provincial y nacional.

3- La conducción

En la parte superior de la jerarquía de toda organización se halla la conducción. Nos centraremos en ella porque
a partir de aquí podremos deducir algunas otras precisiones sobre el poder. Conducir es dirigir las acciones
tácticas y estratégicas de determinado actor social. La conducción requiere un conocimiento máximo de la
correlación de fuerzas de los actores y de las fuerzas sociales. Sobre todo, quien conduzca tiene que tener claro
el objetivo de cada una de sus acciones. Por esto, el conductor debe ser capaz de leer separadamente, en dos
planos, la fuerza (la capacidad efectiva de llevar a cabo determinada acción) y el rédito político: no todo lo que
se puede hacer conviene que sea hecho. Adicionalmente, tiene el deber de graduar la fuerza del actor que
conduce, saber cuándo y con qué objetivo particular utilizarla a fondo, y cuándo esperar para no malgastarla si
la correlación o el momento no son favorables.

La fuerza que tiene determinado actor social sólo puede volverse poder cuando encarna en una conducción.
Precisamente porque el poder es la fuerza usada para determinar la conducta de otros actores, si no existe una

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conducción que marque la manera en la que esa fuerza debe ponerse en acción, no habrá en verdad poder, sólo
recursos “en bruto”. Dicho de otra manera, el poder sólo existe cuando encarna en una conducción. Esto
porque los factores de fuerza suelen estar dispersos entre varias personas o actores. Y sólo la conducción
conoce la totalidad de los factores, con cuáles puede contar, cuándo, a cambio de qué, etc. Los ministros saben
al dedillo cómo funciona su ministerio. La presidenta sabe cómo funcionan todos los ministerios. A su vez,
dentro de la orgánica, el responsable encarna la estrategia de conjunto al definirla o al transmitirla desde
instancias superiores; él es la garantía de que la estrategia se está cumpliendo en los distintos niveles de la
organización y es el nexo con las instancias superiores de la organización.

Pensemos en lo que sucedía en el 2001 y 2002: en ese momento, había una pluralidad de demandas
insatisfechas a nivel popular (trabajo, comida, no criminalización de la protesta social). El pueblo tenía el factor
de fuerza de la movilización, pero no había una figura que, al estar dotada de representatividad, pudiera
conducirlo de manera legítima (o sea, que pudiera ejercer una conducción reconocida como válida). El
neoliberalismo estaba en crisis; a la vez, tampoco los partidos de izquierda podían trasponer la consigna “que se
vayan todos” en ninguna figura política representativa. Fue Néstor Kirchner, justamente, quien percibió con la
mayor claridad ese conjunto de demandas insatisfechas y, durante su primer gobierno, logró darles respuesta
mediante distintas medidas como la reinstalación de las convenciones colectivas de trabajo, la no
criminalización de la protesta, la restructuración de la deuda, etc. De esa manera, la fuerza del pueblo pudo
transformarse en poder popular a través de la conducción de Néstor, que generó una estrategia y una serie de
tácticas para alcanzar el objetivo de la felicidad de los más humildes.

La conducción y los militantes no están separados, ya que ambos forman parte del mismo actor social. Más
bien debe pensarse que son dos instancias de una misma unidad, y que cada uno tiene distintos roles, uno
referido al trazado de los caminos estratégicos, otro en relación a la fuerza de trabajo con el pueblo. Ambas
instancias son mutuamente necesarias. En términos generales, la conducción también tiene a su cargo la táctica
en la superestructura (con quién habla, con quién no, cuáles son sus interlocutores en una negociación, etc.),
mientras que los militantes la llevan a cabo en el territorio y en la cotidianeidad (por ejemplo, articulando un
operativo por inundaciones, cuadriculando, etc.). Cuando es virtuosa, la relación entre la conducción y los
conducidos aumenta el poder de ambos términos. Así sucedió, por ejemplo, con la ley de convenios colectivos
de trabajo que impulsó Perón durante su primer gobierno: esta protegió a los trabajadores y fortaleció a los
sindicatos como actor en la negociación salarial (y por lo tanto política); a la vez, posicionó aún más a Perón
como conductor del movimiento obrero organizado. El poder encarna en el conductor, que a la vez necesita de
aquellos a quienes conduce para poder reproducir ese poder de maneras creativas y que perduren en el tiempo.

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Por eso siempre que se ataca a la conducción, sea la instancia que sea, lo que se busca es menguar el poder de
aquellos a quienes conduce.

Finalmente, una acotación importante: el liderazgo no es un privilegio sino una responsabilidad. Como si se
tratara de un arma, el manejo de grandes cantidades de poder (sea en recursos, en capacidad de movilización,
en información, etcétera, pero más todavía cuando se trata de todo eso a la vez) implica la necesidad de un
análisis cuidadosísimo de la coyuntura, de la correlación de fuerzas a cada momento y en el futuro y, sobre
todo, de los efectos que tendrá el uso de ese poder. Retomando las palabras de Néstor Kirchner en su discurso
de asunción, la conducción nunca es un cheque en blanco. Por el contrario, quien la asume tiene el deber de
analizar a cada momento sus acciones para ponerlas en hora con las demandas del actor social o los actores
sociales a los que representa, y para comprenderlas en el marco de una correlación de fuerzas determinada. En
este sentido, el liderazgo indiscutido de Cristina responde a momentos donde supo reafirmar su poder para
llegar a nuevos logros.

4- La lógica de los bloques políticos. Dos formas de construcción: la afirmación de la particularidad o la


articulación con otros actores.

Hasta ahora vimos las características internas de la organización y sus modos de construir poder. Sin
embargo, nos falta considerar lo que sucede cuando una organización (o, más en general, cualquier actor
social) se alía con otros actores para ensanchar su poder. En esos casos, entran en juego otras lógicas que
no son exactamente iguales a las que se dan cuando un actor social ejerce su poder “en solitario” sobre
otros actores. Para comprender este problema puntual, veamos primero brevemente las formas de
construcción política, basándonos en un documento de debate del CEP.

En general hay dos modos de ensanchar el poder de un actor: o bien crecer cuantitativamente y
cualitativamente en sí mismo, o bien tejer alianzas con otros actores particulares. Dos ejemplos actuales
ilustran con claridad estas tácticas de acumulación, aunque no se refieran a organizaciones políticas
populares. Tomemos por caso la CGT. En los últimos diez años, la CGT ha crecido como fuerza social a
través de la ampliación cuantitativa de su base (incorporación de millones de desocupados al trabajo), a la
posterior extensión de su representatividad (incremento de afiliados) y a la formación de cuadros propios.
Es decir que, como actor político, hasta ahora ha incrementó su fuerza sobre la base de un crecimiento
cuantitativo y cualitativo de su particularidad. Veamos el otro caso; trasladémonos a la crisis desatada con
la resolución 125. Ahí tenemos a dos grupos sociales –la SRA y CRA– que desde hacía años demandaban

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una disminución de las retenciones a las exportaciones y, en marzo del 2008, la derogación de la
resolución que establecía las retenciones móviles. A priori, su fuerza específica –su carencia de
masividad, su magra representatividad, etc.– no daba la talla con la envergadura de su demanda. Sin
embargo, lograron su cometido aliándose con otros grupos sociales cuya demanda no era exactamente la
suya. Raudamente, la incorporación de la Federación Agraria amplió la base social de su reclamo,
mientras que los medios de comunicación les proveyeron un relato que les permitió granjearse el apoyo
de buena parte de la clase media. Esta, al recibir de esos medios que el reclamo provenía tanto de los
grandes propietarios como de los pequeños productores, sintieron que efectivamente las retenciones
móviles constituían un atropello contra todo el campo argentino, llegando incluso a movilizarse por
intereses que, objetivamente, no eran los suyos propios.

Es decir que hay dos formas de construcción política: la afirmación de la particularidad (el caso de la
CGT hasta 2012) o la articulación con otros actores (el caso de la Mesa de Enlace). Por supuesto que la
decisión táctica de un grupo de inclinarse por uno u otro modo de construcción depende de una larga serie
de factores coyunturales, de modo que jamás podría decirse, a priori, que una forma de construcción es
universalmente mejor que la otra. Sin embargo, vale la pena iluminar la principal tensión que se da en la
construcción de alianzas: toda articulación de intereses supone alguna mínima concesión entre los grupos
aliados. Es decir que la articulación privilegia lo que los grupos particulares tienen en común y supone
siempre una claudicación parcial de su identidad particular. Siguiendo con el ejemplo de la Mesa de
Enlace, la demanda que articuló a los diferentes grupos no satisfizo todas las demandas ni de la SRA, ni
de la Federación Agraria, ni del Grupo Clarín. Y si alguno de los grupos hubiera querido que todas sus
demandas fueran apoyadas por el resto de los actores, la unidad se hubiera deshecho. En cambio, los
actores privilegiaron el denominador común sacrificando parte de sus reclamos en pos de lograr cierta
unidad.

5- El frente: otra forma de organizarse para el poder.

Dentro de la construcción política por alianzas con otros sectores, una de las formas que tiene más
capacidad para ensanchar el poder del conjunto es el frente. Un frente es un modo de construcción política
cuya lógica es la articulación de una serie de demandas (y por lo tanto, de actores políticos) en torno a
una demanda general, común a cada uno de los actores particulares, logrando que cada grupo sacrifique
un aspecto de su particularidad al privilegiar lo equivalente, lo común a todos los grupos articulados. Este

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elemento equivalente puede ser una demanda propositiva (por ejemplo “la profundización del modelo”),
una demanda por la negativa (mancomunión contra un enemigo o un proyecto antagónico con los
intereses de los grupos que se alían) o una combinación de ambas. Repasemos brevemente este punto:
cualquier grupo político se constituye como tal porque persigue algún propósito. Ese propósito conforma
una demanda social particular. Los destinos probables de cualquier demanda se reducen a dos: se concreta
o no se concreta. Si se la satisface, deja de ser una demanda; si no se le da curso y el grupo que la sostiene
persiste en su propósito de concretarla, la demanda se convierte en un reclamo. En ese caso, el grupo que
la sostiene necesita incrementar su fuerza para obligar al oponente a ceder a su reclamo y, como vimos en
el apartado anterior, puede hacerlo creciendo él mismo o aliándose con otros actores. Un frente político
responde a este segundo caso de táctica para concretar las demandas.

En un frente, hay dos tensiones fundamentales: la externa y la interna. La externa es contra actores
políticos que no forman parte del frente. La interna es entre los actores particulares, entre las demandas
particulares que conforman el frente. Es probable que la relación aquí sea inversamente proporcional:
cuando la tensión externa es fuerte, la interna tiende a menguar y viceversa. Porque ante el ataque exitoso
de un actor contrario, es más sencillo detectar o construir un elemento común a todos los actores: evitar el
avance enemigo. Pero cuando la disputa externa se torna menos perceptible, menos antagónica, entonces
la tensión interna tiende a agravarse, ya sea por la disputa por la conducción del frente entre los actores
que creen que expresan mejor el interés general del bloque, o por la disputa entre esos mismos actores por
extender las demandas propias que el conjunto del frente reivindica como generales.

Aquí es donde el rol del líder se vuelve central. El líder es el que expresa ese equivalente, ese algo común
a todos los grupos que integran un frente; es el que conoce las demandas particulares, el que las articula y
el que condensa esa articulación en consignas, programas, símbolos, mística. Cuando se produce una
contradicción entre los intereses particulares de los grupos que integran el frente, el liderazgo se ve
desacreditado, porque lo común también empieza a vislumbrarse como menos común o legitimado al
interior del bloque. También puede ocurrir que la ampliación indiscriminada del frente conduzca a un
achicamiento de lo que se comparte, dado que, por regla general, cuantos más actores participen de un
frente, más difícil será hallar denominadores comunes. De allí que el grado y la calidad de la unidad del
frente sea proporcional a la fortaleza de su conducción. Cuanto mayor sea la unidad, más fortaleza retiene
el conductor, porque él es la encarnación/expresión de esa unidad. A mayor fragmentación, menor poder.

En un proceso donde hay una conducción definida e indiscutible, como en el caso argentino, es la
organización más cercana al conductor la que marcará el paso a las demás. Las otras organizaciones

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reciben, de alguna manera, porciones menores de poder, cada vez menores a medida que se alejan del
centro del dispositivo (o sea, de la conducción). La razón es obvia: cuentan con menos información, la
que, como vimos, es uno de los factores de fuerza. Si es el conductor el que tiene los datos más sensibles,
la cercanía a este implicará acceder a información que permita definir con claridad la táctica y la
estrategia a seguir. Por ejemplo: en un frente político algunas organizaciones quieren avanzar con un
debate sobre ciertos puntos del modelo económico. Quien conduce, sin embargo, tiene como táctica tomar
algunas medidas renovadoras de aquí a poco, y quiere apelar al factor sorpresa para mantener el control
de la agenda política: en este caso, la organización que conozca este dato podrá señalarle a los demás
miembros del frente la no conveniencia de dar ese debate a destiempo. Contar con información permite
respetar y seguir con fidelidad la estrategia delineada por la conducción.

Por último, una aclaración: no se debe confundir el concepto de frente con el de partido. Mientras que
este es una herramienta electoral, en el primero lo que cuenta es la articulación con un programa político
o, en otros términos, con una demanda o serie de demandas que conforman un programa. El partido es
sencillamente el medio para que ese frente dispute electoralmente, y pueda así contar con los factores de
fuerza estatales en pos de llevar a cabo las demandas de su programa.

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Documento para el debate
Breve recorrido y mapa del poder en la Argentina

Las cuatro fases

Hay una conocida fábula que ilustra perfectamente cómo era la visión que el movimiento popular
tenía respecto del Estado en la década del 90. Una zorra, después de mucho trabajar, descubre un
apetitoso racimo de uvas colgando de una rama alta. Hace un intento por agarrarlas, dando un salto, y no
lo consigue. Trata de golpear la rama con un palo: tampoco llega. Finalmente trepa por el tronco, pero se
resbala y cae estrepitosamente al suelo. Entonces, desde el piso, la zorra reflexiona: “Bueno, al final ni
siquiera me gustan las uvas”. Esto ocurrió entre el movimiento popular (la zorra) y el Estado (las uvas) en
los 90: lo que objetivamente no se podía alcanzar, tendió a convertirse en algo que subjetivamente no se
quería obtener. Por aquellos años se hablaba de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, es decir,
transformar la vida cotidiana de las masas sin utilizar el Estado. El viejo Estado neoliberal solo existía
para los sectores populares como algo peligroso, de lo que no se recibía ni esperaba nada bueno; por el
contrario, había que estar en guardia para protegerse de sus agresiones políticas y económicas. La fama
política de esa estrategia “anti- estatal” convergía tarde o temprano con una postura anti-política. Eran
pocos los que militaban en organizaciones políticas: el pelotón militante se encuadraba en
“organizaciones sociales”. Proliferaban también las organizaciones “no gubernamentales”. Se llamaba a
no votar, a votar en blanco, a impugnar. En los barrios, el principal enemigo del pueblo era el poder
armado del Estado: la policía. Tal era el desencuentro entre los movimientos populares y el poder
condensado en el Estado, el poder político, que la acción estratégica propuesta y ejecutada a conciencia
era “no tomar el poder” para así poder “cambiar el mundo”. No poder para poder. La premisa subyacente
de este planteo era que poseer el control del Estado obligaría a forjar alianzas y acciones impuras que
acabarían por impedir la ansiada transformación de todas las cosas. En resumen, se trataba de un período
en el que no había, en los hechos concretos, un bloque social con voluntad de poder, es decir, con
voluntad material (no sólo declamativa) de disputar mano a mano la dirección de la sociedad a la alianza
de sectores que se aglutinaban en torno a las políticas neoliberales.

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Conviene no olvidar aquella primera fase de resistencia pues el acierto político que inaugura la
época de victorias de los movimientos populares en América Latina se resume en el giro que se produjo
respecto de la cuestión del poder. Se trata de un viejo mandamiento al que Néstor Kirchner dio un nuevo
impulso: hay que apropiarse, retener y fortalecer el poder del Estado. Porque el aparato del Estado es el
único compendio de factores de fuerza al que el pueblo puede apelar para condicionar y determinar la
conducta de las grandes corporaciones. De suyo, las corporaciones controlan miles de millones de
dólares (se estima que en el exterior hay 150 mil millones de dólares provenientes de empresas
argentinas, tres veces el nivel de reservas del Estado), una infinita red de contactos nacionales e
internacionales (en muchos casos son sucursales de monstruosas corporaciones trasnacionales que hasta
fuerzan y conducen guerras en otras partes del mundo), una buena porción de la información socialmente
disponible y cierta capacidad de movilización digitada por los medios masivos de comunicación. Y todo
esto, por cierto, cristaliza en un importante grado de representatividad de sus propuestas. De ahí que no
haya ningún otro modo de oponerle resistencia a ese bloque de poder, ni mucho menos de avanzar sobre
su formidable andamiaje de fuerza, sino es a través de los factores de fuerza que trae consigo el control
del poder del Estado. Néstor Kirchner fue el padre fundador de ese giro de concepción y de acción en
nuestro país. Gobernador, y por tanto conocedor de las potencialidades que ofrece el Estado para
“cambiar el mundo”, para mejorar la vida de los que menos tienen, supo arrastrar a las organizaciones
militantes desde lo “social”, desde la resistencia al poder del Estado, a lo propiamente político, a la
utilización del aparato de Estado. Y con ese bautismo en el ejercicio del poder del Estado nacional
después de tres décadas, las organizaciones del pueblo advirtieron una realidad sospechada: el compendio
de factores de fuerza que controlaba el Estado resultaba minúsculo frente al arsenal de las grandes
corporaciones.

Si hubo una primera fase de resistencia con raquíticos factores de fuerza en manos del pueblo
(cierto poder de calle, cortes de ruta, algún grado de movilización social y un par de huelgas generales),
en la que el actor social que más de cerca maltrataba política, cultural y económicamente a los masivos
sectores populares era el Estado, lo que sucedió a esa primera fase, fue una segunda que se inicia con la
toma del poder del Estado por gracia de una carambola histórica y que se caracteriza por el posterior
proceso de ensanchamiento de ese poder. Hay que desmitificar una zoncera respecto de la fortaleza del
Estado: si de 1976 hasta 2003 el Estado coincidió punto por punto con las grandes corporaciones, sería
tropezar en el análisis repetir que durante esa época el Estado era débil. No, el Estado era la sumatoria de
los factores de fuerza que le son históricamente propios (monopolio del uso legitimo de la violencia, el
tesoro nacional, información de todo tipo, etc.) y, además, el poder de las grandes corporaciones. Esas

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corporaciones, hechas Estado, eran tremendamente poderosas y, por lo tanto, ante la atónita mirada del
pueblo, el Estado era igual de poderoso. Para hambrear a millones, para desocupar a millones se requiere
una gran capacidad de determinar la conducta de todos esos desahuciados. Hay que tener mucho poder
para desbaratar a una sociedad movilizada como lo era la argentina en los años 70, y luego lograr que no
pueda oponerse eficazmente a esas políticas desvastadoras. Sin embargo, cuando Néstor Kirchner asumió
en el año 2003 y decidió llevar a cabo un cambio revolucionario –la coincidencia del Estado con los
intereses del pueblo–, sí se encontró con un Estado débil en cuanto a los factores de fuerza con los que
contaba para perpetrar ese giro. Porque ahora la ecuación era diametralmente opuesta: se trataba de los
factores de fuerza estatales más un débil poder popular (débil porque no había relato, ni hegemonía
cultural, ni instituciones, ni leyes que representaran los intereses del pueblo, porque no había memoria
histórica de gestión, porque había un bajísimo nivel de organización, etc.). Y como el poder es relacional
(lo que tiene uno no lo tiene el otro), el todavía inmenso poder de las corporaciones-sin-Estado tornaba
aún más débil el poder del pueblo-con-Estado. El ejemplo más obvio de ese carácter desfavorable de la
correlación de fuerzas lo daban las cuentas públicas absolutamente deficitarias, con deudas que
representaban más del 1000% del nivel de reservas. Una corrida bancaria de diez minutos hubiera podido
acabar definitivamente con la moneda nacional. De modo que la correlación de fuerzas para un presidente
que quería descorporativizar al Estado para ponerlo al servicio del pueblo era tan negativa como la
relación entre reservas y deuda: 1000 a 1. El Estado tomado por las corporaciones, ejecutando el
programa neoliberal, había sido de temer, pero ese mismo Estado, puesto al servicio del pueblo, era débil.
Sobre todo porque el proceso previo a la toma del poder en nuestro país no había sido precedido por altos
grados de cohesión y coordinación de las organizaciones libres del pueblo como, por ejemplo, en Bolivia,
donde el MAS contaba con años de organización, movilización, una conducción indiscutida, un
programa, etc. Por otra parte, en esa fase que se inicia en el 2003, la fase de ensanchamiento del poder
popular, Néstor Kirchner gobernaba el Estado nacional pero había una extensísima red estatal por fuera
de su control: gobiernos provinciales, intendencias, legislaturas, ministerios, dependencias estatales
nacionales, etc., en buena parte aún dirigidas por las corporaciones (basta recordar que hasta 2008 la
Jefatura de Gabinete perteneció al grupo Clarín). En este contexto, la tarea era ensanchar el poder del
pueblo-en-el-Estado. Y ensanchar significa controlar más factores de fuerza y acumular más de cada
factor: ganar en representatividad, acumular divisas, ordenar a las Fuerzas Armadas, contar con más
información, orientar la movilización social. Y precisamente eso hizo Néstor desde el 2003 al 2007: ganó
representatividad y eso se tradujo en votos (poder político); reestructuró la deuda pública logrando una
quita del 75% y acumuló reservas (poder económico); ordenó a las Fuerzas Armadas bajando un cuadro y
gritándole a miles de oficiales que no les tenía miedo (poder coercitivo); desactivó sin represión los miles

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y miles de piquetes desperdigados por toda la extensión del territorio nacional (poder de calle); le quitó el
INDEC a las corporaciones que contaban con toda la información y estadísticas públicas antes que el
presidente (poder de la intriga). Pero mientras se ensanchaba había que negociar políticamente con
gobernadores, con intendentes, con sindicatos, con empresarios, y hasta con el mismísimo grupo Clarín
porque, como vimos, la correlación de fuerzas era muy desfavorable. La gran virtud de Néstor fue medir
durante esa época el exacto estadio de esa correlación: saber cómo ensanchar negociando.
Ensanchamiento por satisfacción de demandas y negociación fue la característica de esta fase.

Esa fue la táctica puesta en juego por Néstor para ensanchar el poder estatal, para hacer coincidir
pueblo y Estado, en ese contexto donde no se podían cortar todos los puentes de negociación. Por un lado,
satisfizo demandas populares concretas, largamente postergadas: paritarias y aumentos salariales,
producción de millones de puestos de trabajo, no pagar el 100% de la deuda externa, hacer política la
consigna de “memoria, verdad, justicia”, transparentar la Corte Suprema, entre muchas otras. Pero
mientras tanto, había otro género de demandas populares que permanecían insatisfechas (por ejemplo, la
reforma del sistema jubilatorio) y ahí radicaba la negociación con actores adversarios. En resumen, un
ejemplo histórico formidable del genio para medir la correlación de fuerzas. Tampoco hay que dejar de
considerar que a la vez que ensanchaba el poder del Estado, el gobierno contribuyó, o directamente
generó, un impresionante aumento del poder de las organizaciones del pueblo: sindicatos, movimientos
sociales y organizaciones políticas también espesaron su poder durante esta fase. El ejemplo más
elocuente es el del fortalecimiento de los sindicatos, gremios y comisiones internas, por efecto de las
paritarias y el aumento del número de trabajadores ocupados. Néstor practicó una teoría del derrame sui
generis y logró que funcionara: el poder estatal sí se derramó a las organizaciones del pueblo. Desde
entonces, ambos poderes se retroalimentan. El pueblo-en-el-Estado hoy atraviesa el período de mayor
poderío desde comienzos de la década de los 70.

El conflicto con las patronales agrarias a raíz de la resolución 125 dio inicio a la tercera fase, de
purga, de polarización, que avanza hasta octubre de 2011. Durante ese período se terminó de consolidar el
frente nacional y popular bajo la conducción de Cristina y se sepultó la lógica de la negociación con
actores adversarios. Lo que interesa al propósito de este manual es remarcar que la crisis del campo
implicó un proceso de purga al interior del frente nacional y popular (se resquebrajaron muchas alianzas
con gobernadores, intendentes, diputados, senadores, sindicatos, medios de comunicación, etc.) y,
simultáneamente, una notable unificación de los sectores populares en torno a un conjunto bien preciso
de ideas movilizadoras que polarizaron el escenario político. En otras palabras, se remarcaron los
contornos de uno y otro bloque de poder. La insospechada agilidad, dada la adversidad de las condiciones

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históricas, con que Néstor y Cristina habían logrado acumular factores de fuerza en torno al Estado y a las
organizaciones populares obligó a ciertos actores opositores a coordinar una acción directa contra ese
poder. En el conflicto con las patronales agrarias salió a la luz la contradicción principal y antagónica
entre el poder del gobierno popular y el poder de las corporaciones. A partir de ese momento y ya en esta
tercera fase, los dos bloques de poder han disputado a través de la medición desnuda de sus fuerzas
(movilización social, corridas bancarias, acusaciones abiertas, batalla cultural por el sentido, todo a la vez
y sin tregua).

La resolución del conflicto por la resolución 125 fue contradictoria. A corto plazo, el frente
nacional y popular sufrió una derrota al verse obligado a retroceder en la aplicación del aumento de la
alícuota de las retenciones a la exportación. Pero a mediano plazo, la contienda generó las condiciones
para profundizar. Grosso modo, el poder de calle, el salto en el grado de organización, la preocupación
por construir un relato histórico que diera cuenta explícitamente del carácter nacional y popular del
gobierno y, en definitiva, la consolidación del frente político, fueron los elementos acumulados por el
gobierno que sobrevivieron a la resolución del conflicto. Y como no puede decirse lo mismo del frente
opositor, que vio hacerse añicos y desperdigarse en mil esquirlas la acumulación que habían logrado, cabe
concluir que a mediano plazo la conducción del frente nacional y popular consiguió convertir la derrota
temática en una victoria histórica. Si bien el pueblo no pudo apropiarse de parte de la renta de la
oligarquía (lo cual, desde la perspectiva del poder, no es otra cosa que ampliar el factor de fuerza dinero
en detrimento, como siempre pasa, del actor adversario), ganó en esos otros factores que luego le
permitirían un avance más notable sobre las posiciones tomadas por el frente opositor. Quizás el más
importante haya sido la definición de un relato histórico (quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde
vamos, por qué vamos, etc.) que lo habilitó a disputar la hegemonía cultural al relato neoliberal.

Por otra parte, el conflicto con las patronales agrarias implicó un cambio en el modo de
acumulación de poder. Si antes se ensanchaba negociando, la toma de partido por parte del grupo Clarín y
las corporaciones mediáticas a favor de la Mesa de Enlace derivó en una ruptura en las negociaciones. De
modo que esta tercera fase sigue siendo ensanchamiento por satisfacción de demandas (característica
natural de todo gobierno popular) pero, desde ahora, sin negociación. El progresivo descenso de la
desocupación trimestre por trimestre, el persistente aumento del poder adquisitivo de los sectores
populares (aumentos de salario, aumento de las jubilaciones a partir de la estatización de los fondos de las
AFJP, la creación de la AUH, etc.), la segunda reestructuración y quita de la deuda del Estado, la sanción
de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Fútbol para Todos, y otras tantas políticas lograron
volver a ampliar el frente nacional, esta vez, con un elevado grado de cohesión y organización. También

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fue durante esta fase que se evidenció, para el conjunto de la sociedad, una distinción que encierra un
avance en el grado de conciencia. Para todos, finalmente, quedó claro que una cosa es el gobierno, otra el
Estado y muy otra el poder total existente en una sociedad. Se arrojó luz sobre una cuestión central: que
el gobierno puede no controlar el total de los factores de fuerza que concentra el Estado y, más importante
aún, que otros actores sociales pueden tener más poder que el gobierno y que el Estado y que, por tanto,
pueden dirigir a la sociedad haciendo uso de su poder económico, de calle, informativo, etc. Y en
consecuencia, buena parte de la sociedad, pero especialmente la juventud, se vio empujada, como nunca
en las últimas décadas, a empoderar al gobierno nacional conducido por Cristina. Por fuerza de los
hechos, quien considerara a las grandes corporaciones económicas y mediáticas como los actores que
desde 1976 a 2003 habían dirigido la política económica que había hundido al pueblo en la pobreza y
arrodillado a la nación frente a los acreedores externos se volvió kirchnerista. En resumen, esta tercera
fase se caracteriza por la articulación creciente de los sectores populares, la construcción de un programa
general de movilización y el surgimiento de una voluntad popular organizada y conducida por Cristina.

La cuarta fase es la que coincide con la actual coyuntura y su estela se remonta a octubre de 2011.
En esa fecha, el frente nacional y popular conducido por Cristina reactualiza su principal factor de fuerza,
el más importante de todos en un contexto democrático: la representatividad. Desde la derrota legislativa
de 2009, ese factor de fuerza había sido puesto en duda por buena parte de los actores sociales, de modo
que la confirmación y acrecentamiento de ese factor –el principal- fortaleció como nunca a nuestro
frente. La respuesta de las corporaciones fue simétrica. Hicieron uso de su principal factor de fuerza: el
dinero. A la semana de haber obtenido el 54% de los votos, el gobierno de Cristina sufrió una
impresionante corrida bancaria que menguó las reservas en un 10% y obligó a profundizar las
restricciones a las importaciones y el control de la compra de dólares (en el último trimestre de 2011 se
fugaron 8 mil millones de dólares). Ese mes de octubre de 2011 inauguró una nueva fase porque allí
reverdeció la lógica de fuerza contra fuerza: Cristina mostró representatividad, ellos jugaron la carta de la
corrida bancaria –carta no menor si recordamos que supo acelerar la caída de los gobiernos de Alfonsín y
De la Rúa–. Esta cuarta fase interesa particularmente porque es la que rodea nuestra acción política. En el
presente manual se dedica parte de un capitulo a presentar la lógica de construcción política implicada en
la construcción frentista. Así que alcanza con una muy sintética referencia para combinarla luego con el
análisis de las relaciones de poder.

El frente nacional y popular y el frente oligárquico. Sus respectivos actores

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Un frente es un modo de ensanchar poder mediante alianzas, formando un bloque de alta
organicidad. En ese bloque, se dan tensiones externas (con actores que no conforman el frente) e internas
(entre los actores del mismo frente). La proporción es inversa: cuando crecen las tensiones externas, se
cohesiona el interior del frente, y viceversa. Por eso en un frente el líder es la figura fundamental: por un
lado, armoniza las diferencias internas, mientras que por otro delinea la estrategia para que, hacia fuera, el
frente prevalezca en la correlación de fuerzas con actores enemigos. En una coyuntura actual, donde hay
dos frentes bien definidos envueltos en una lucha de fondo, es importante conocer al dedillo la
composición de cada uno de ellos para prever las posibles tensiones internas que se den, y calibrar los
factores de fuerza con los que cuenta uno y otro bloque.

¿Cuáles, entonces, son los principales actores del frente nacional y popular conducido por
Cristina (FNYP) y qué factores de fuerza aportan a este frente? La lista no será exhaustiva, y esto en dos
sentidos: ni se encuentran listados todos los actores, ni todos los subactores que, a priori, están incluidos
en tal o cual actor social son parte del frente. Por ejemplo, cuando indicamos que la clase media es parte
del frente, se da por entendido que la clase media está partida y que una parte apoya al gobierno y otra no,
pero ambas partes son lo suficientemente importantes como para ubicar a la clase media tanto en el frente
nacional y popular como en el opositor. Hechas esas aclaraciones, veamos la lista:

- Sectores populares: trabajadores ocupados organizados (nucleados en la CGT Caló y en la CTA Yasky);
trabajadores no organizados; trabajadores desocupados; jubilados; clase media y media baja. Factor de
fuerza: son la fuente de la representatividad y de la movilización.

-Empresariado nacional (nucleados especialmente en la UIA). Factor de fuerza: dinero, información,


contactos.

-Gobernadores, intendentes y legisladores (PJ, radicales K). Factor de fuerza: representatividad,


información, contactos.

-Intelectuales (Carta Abierta) y artistas. Factor de fuerza: representatividad (construida sobre la base de
la articulación de un relato).

-Organizaciones políticas y movimientos sociales nucleados en Unidos y Organizados. Factor de fuerza:


representatividad, movilización.

Es cierto que todos los que componen el frente son “kirchneristas”; sin embargo, cada cual
mantiene una mayor o menor fidelidad dependiendo de cuánto perciba que su interés particular se expresa

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en el programa general del frente. Por ejemplo, simplificando mucho, es probable que los trabajadores y
jubilados mantengan una alta fidelidad para con el frente nacional y popular porque sus intereses y
expectativas están atados a la suerte del proyecto. Por el contrario, cierto sector del PJ se mantendrá
dentro del frente siempre y cuando este le garantice una serie de beneficios (cargos, fondos,
gobernaciones, intendencias, etc.) y no haya otro frente que les garantice más. Lo vimos en la crisis por la
125 cuando, creyendo que el proceso kirchnerista se desintegraba, muchos abandonaron el frente. Por
supuesto, siempre ocurre que cada actor puja para que el frente asuma como propias la mayor cantidad de
sus demandas. Sin embargo, situaciones límites como la del conflicto por la 125 permiten identificar
cuáles actores ponderan, en última instancia, sus intereses particulares/corporativos frente al proyecto
común. O, en otras palabras, si juzgan más importante la contradicción principal o las secundarias.

Por eso, al interior del FNYP, el riesgo principal es que se extreme la tensión entre lo general que
beneficia a todos los actores del frente y lo particular que sólo beneficia a unos pocos. Esta tensión propia
de todos los frentes llegó a su extremo con la salida del frente popular de Moyano y los trabajadores que
representa. Ya sea por ambiciones personales como por la demanda puntual de eliminar el impuesto a las
ganancias, su deserción se debió a un ejercicio extremo del particularismo corporativista y gremialista.
Ponderó un reclamo particular y no la unidad. Frente a esto, hay que mantener en alto los intereses
colectivos de todos y todas: todos los trabajadores (y no la cúspide que más cobra), todos los jubilados,
todo el entramado industrial, etc. Lo importante es evitar que la actitud de priorizar lo particular se
convierta en tendencia y el frente ingrese en un proceso degenerativo. El desafío es mantener como
impulso predominante la voluntad “universalista”, lo general, la unidad del FNYP.

Si analizamos, raudamente, los desplazamientos de actores por la puerta de ingreso o egreso del
FNYP, concluiremos que por ahora el último es un año de empates: si bien la CGT de Moyano cambió de
bando, el regreso de los independientes y de alguno de los “gordos” compensa la salida. Y si bien un
grupo de intendentes y gobernadores, en absoluta minoría, también se definieron como opositores (De la
Sota, por ej.), la conformación de Unidos y Organizados remplaza con creces su apostasía.

Ahora bien, ¿cuáles son los principales actores del frente de las corporaciones articulado por el
grupo Clarín (vale la misma aclaración que para la lista anterior en cuanto a la exhaustividad)?

- Grandes y medianos propietarios de la tierra, sector financiero, capital agroindustrial y capital


extranjero. Factor de fuerza: información, contactos, dinero.

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- Gobernadores, intendentes y legisladores (CC, FAP, PJ opositor, UCR, etc.). Factor de fuerza:
representatividad, información, contactos.

- Trabajadores nucleados en la CGT Moyano y en la CTA Micheli. Factor de fuerza: movilización.

-Clase media, media alta. Factor de fuerza: movilización.

-Corporaciones mediáticas. Factor de fuerza: información, contactos, dinero, representatividad


(generada, como en el caso de los intelectuales, por la capacidad de construir relato).

Si el poder es relacional, entonces resulta absolutamente imprescindible comparar. En definitiva,


el análisis de la correlación de fuerzas es una comparación. Y en ese contraste entre el FNYP y el frente
opositor resalta una diferencia que tiñe el esquema de poder de uno y otro frente: la presencia o ausencia
de una conducción representativa. Se dirá en este manual que un actor o individuo es representativo
cuando cierta otra cantidad de actores o individuos desea ser conducidos por él o ella. En el caso del
FNYP la conducción es explícita y legítima: Cristina. Esto se traduce en que ningún actor del FNYP
ejecuta ninguna demostración de fuerza fundamental si antes no fue autorizada por la conducción del
frente. Sirve un ejemplo: ningún actor del FNYP decide movilizarse a la Plaza de Mayo si no hay una
directiva de Cristina de que es momento de ejecutar ese vital factor de fuerza. Como consecuencia de esa
conducción centralizada y respetada por la mayoría de los actores que lo integran, el FNYP tiene una gran
capacidad de regular las demostraciones de fuerza, de hacer un uso racional –orientado a objetivos de
conjunto precisos y basado en la lógica costo/rédito político– de sus factores de fuerza y de disponer de
un conocimiento mucho más preciso y sincero de los factores de fuerza involucrados en el frente. El
frente opositor es la contraparte exacta de este grado de representatividad y centralización de la
conducción en el FNYP. De hecho, no sería inexacto agregar que, en verdad, el frente opositor no tiene
conducción sino un actor que articula al resto de los actores: el grupo Clarín. Porque ya no le resulta tan
sencillo a Clarín lograr que todos los actores del frente opositor se ordenen ante sus directivas. Si existe,
el grado de disciplina interna del frente opositor, en nada se asemeja al que caracteriza al FNYP. Ni que
hablar del carácter “clandestino” de Clarín en tanto articulador: no se asume como tal y sus prácticas de
articulación se tejen váyase a saber en qué oscuro caserón de Barrio Parque. Ni siquiera explicita su
programa político-económico. Clarín articula en un camarín lo que otros luego actúan en el escenario
público, que es el terreno de la política democrática. Que un frente no pueda explicitar a su actor
principal (sea conductor o sea articulador) es parte de su déficit, porque, como vimos, la fortaleza de la

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conducción es sinónimo de la fortaleza del conjunto del frente. Ambas características se entrelazan: el
bajo grado de disciplina es consecuencia directa del bajo grado de representatividad de la conducción del
frente opositor en relación al altísimo poder representativo de Cristina. Y a la inversa: el grado de
organicidad y disciplinamiento del FNYP es consecuencia directa del alto grado de representatividad de
Cristina. En realidad, ambas variables se refuerzan mutuamente. La disciplina y la centralización de las
decisiones le otorgan al FNYP mayor capacidad de ganar representatividad y de obtener rédito político de
cada acción ejercida. Tomemos como ejemplos el 8N y la convocatoria a Vélez el 27 de abril del FNYP.
Ambos casos tratan de la ejecución de un factor de fuerza: la capacidad de movilización. El 8N consistió
en una movilización convocada y organizada entre bambalinas (conducción clandestina), con un alto
grado de participación de clases medias y medias altas de un bajísimo nivel de organización. La carencia
de una conducción explicita se tradujo en un inabarcable abanico de demandas desarticuladas sin ningún
programa político-económico preciso que interpelara conscientemente a los movilizados. Vélez se trató
del opuesto absoluto: ya no sólo miles de ciudadanos, sino miles de ciudadanos militantes de
organizaciones políticas (ciudadanos con nivel de compromiso y consciencia mayor), organizaciones con
un alto nivel de organicidad, que reconocen en Cristina su única conducción. Tanto es así que Vélez no
sólo se distingue del 8N, sino también del acto de Huracán de marzo del 2011. Si se observa la fotografía
aérea de uno y otro acto, se notará la evolución del grado de organicidad del FNYP: mientras en Huracán
se ven cientos y cientos de colores dispersos representando a cientos y cientos de pequeñas
organizaciones y conducciones auxiliares, en la perspectiva aérea de Vélez se observan no más de diez
colores ordenados en el campo, los de las organizaciones que de hecho forman Unidos y Organizados. .

Como contrapartida de la disparidad en el grado de representatividad de la conducción de uno y


otro frente –lo cual, en definitiva, se traduce en el control del aparato de Estado por parte del FNYP–, el
resto de los factores de fuerza se hayan distribuidos con relativo equilibrio. El frente opositor no dispone
de tantos fondos como para llevar a cabo una corrida bancaria que deje en bancarrota las cuentas del
Estado, pero sí de los suficientes como para obligar al Estado nacional a mantener igual nivel de reservas
acumuladas. Tampoco su diferencial en contactos e información tiene capacidad suficiente como para
dañar letalmente al gobierno nacional, pero no es desdeñable: con la operación mediática en torno a la ex
Ciccone lograron afectar la imagen del vicepresidente. Además, luego del 8N también se emparejó la
capacidad de movilización, de modo que la correlación de fuerzas está casi empatada. Con una diferencia
clave, definitiva, que tiñe al resto: Cristina fue votada por la mayoría, es la que concentra, una vez más, la
representatividad democrática. Hay que recalcar algo muy importante sobre esa suerte de empate: es una
victoria del campo popular, es un logro de dimensiones históricas. Hace veinte años Magnetto le decía a

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un presidente que su sillón era un “puesto menor”. Hoy no se atrevería a tanto. Néstor y Cristina han
logrado reconstruir la red de poder popular al punto de que estamos a la víspera de asestarle un golpe
definitivo al actor más importante del frente opositor, a su articulador: el grupo Clarín.

Actualmente estamos atravesando un momento de “choque de fuerzas”, en el que el FNYP y el


frente corporativo se disputan la dirección de la sociedad, el modelo de país, oponiéndose uno a otro sus
factores de fuerza: movilización, dinero, información, contactos, representatividad. Por fortuna, la victoria
popular en la batalla cultural excluye a las armas. El uso de la violencia ilegítima implicaría tan abrupta
caída de la representatividad que representaría un suicidio político. Pero el resto de los factores de fuerza
saldrán a la luz, será pura contienda de fuerza desnuda. La contradicción principal se encuentra en estado
de erupción: dos proyectos históricos de sociedad y Estado, dos voluntades de poder, dos bloques de
fuerza de movilización se enfrentan. El espectro político está dividido. Las constelaciones de poder
resultante de años de articulación política se medirán la una con la otra. Luego de treinta años de
retroceso, pueblo y corporaciones se enfrentan en una correlación de fuerzas, por primera vez, pareja. En
estos momentos extraordinarios es cuando el aporte de cada uno de los militantes resulta definitorio.
Vital.

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