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poder
PID_00283098
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CC-BY-NC-ND • PID_00283098 El problema del poder
Índice
Bibliografía................................................................................................. 19
CC-BY-NC-ND • PID_00283098 5 El problema del poder
«El poder surge de la capacidad que tienen los individuos no solo de actuar para obtener
cosas u objetivos, sino también para concertar con los demás y actuar de acuerdo con
estos».
Yendo más allá, el filósofo Michel Foucault nos recordó en los años setenta
que el poder existe no como posesión sino como una relación de lucha entre
sujetos. Por lo tanto, la dominación y la búsqueda de obediencia están en to-
das las formas de relación en la vida y, por lo tanto, en disputa permanente.
Es decir, del mismo modo que hay poder, también hay resistencia; del mis-
mo modo que hay ejercicios de poder entre clases, los hay también entre los
miembros de una clase.
Equilibrio de poderes
«A los hombres se los tiene que mimar o aplastar; se vengan de las pequeñas ofensas,
puesto que de las graves no pueden. La confrontación que se hace con un hombre tiene
que ser de tal magnitud que no haya ocasión de temer su venganza».
«Un Estado por adquisición es aquel en el que el poder soberano se adquiere por la fuerza.
Y por la fuerza se adquiere cuando los hombres, singularmente unidos o por la pluralidad
de votos, por miedo a la muerte o a la servidumbre, autorizan todas las acciones de aquel
hombre o asamblea que tiene su poder, sus vidas y su libertad».
Max Weber, a principios del siglo XX, propone una influyente teoría sobre el
poder. Para Weber, hay que diferenciar el poder de la dominación y de la
autoridad. La dominación es una condición que excede al poder gracias a la
legitimidad y que Weber describe como «la probabilidad de obtener obediencia
para ciertos mandatos específicos dentro de un grupo determinado». Mientras
que el poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una
relación social incluso contra toda resistencia, la dominación es el ejercicio de
poder con el aval de la legitimidad. En conclusión: el poder se ejerce mediante
la coerción de la voluntad y la autoridad se basa en lo que Weber denomina
«la base externa de legitimidad» –es decir, en una justificación subjetiva de la
dominación por parte del ciudadano–.
Para Weber, hay que distinguir los tipos de dominación según la forma de
legitimidad que pretenden. Son tres los tipos ideales de legitimidad y, consi-
guientemente, de dominio:
Con la llegada de los estados democráticos liberales a finales del siglo XVIII,
Como parte de su modelo de reinstauración de lo político, Schmitt hace una Estado total
crítica radical al parlamento como institución, al parlamentarismo como for-
Como veremos más adelante,
ma de gobierno y al voto secreto como método de elección representativa. este planteamiento ha sido re-
Schmitt propone, como alternativa, la acclamatio: la elección a viva voz y en cuperado por otras formas de
caudillismo no necesariamen-
masa. La democracia tiene que ser directa, sin representantes ni elecciones. La te reaccionarias, en el marco
de los populismos contempo-
representación necesariamente mediatiza y neutraliza la voluntad popular; en ráneos.
definitiva, la hace desaparecer.
«Si hay una persona o institución, en un sistema político determinado, capaz de provo-
car una suspensión total de la ley y después utilizar fuerza extralegal para normalizar la
situación, entonces esta persona o institución es la soberana en este cuerpo político».
Como dice Schmitt, el soberano es «el que decide sobre el estado de excep-
ción», presentándolo como una figura decisionista que suple la forma legal,
suspendida, en la figura del dictador o del ejército.
Estado de excepción
Varios pensadores contemporáneos han reflexionado sobre las otras formas de estado de
excepción en el mundo global. Judith Butler (Vida precaria. El poder del duelo y la violencia)
propone la detención indefinida como ejemplo paradigmático de excepción no excep-
CC-BY-NC-ND • PID_00283098 11 El problema del poder
cional por parte de estados poderosos como Alemania o Estados Unidos: desde los lager
nazis hasta la prisión de Guantánamo, y pasando por el icónico Abu Ghraib (Irak).
Unanimidad
La idea de unanimidad fue el gran argumento político tras los regímenes autoritarios,
no solo reaccionarios, que ocuparon la centralidad de la geopolítica de la primera parte
del siglo XX, y que veremos más adelante como formas de autoritarismo.
2.4. El autoritarismo
Según Juan José Linz (2009), los sistemas autoritarios son regímenes políticos
con un pluralismo limitado, irresponsables y sin una ideología elaborada ni
proyecto director. Para el mismo autor, que identificaba el gobierno de Fidel
Castro en Cuba como autoritario, este modelo no es resultado de una movili-
zación ni «extensa ni intensa», sino que presenta a un líder o un grupo diri-
gente que ejerce el poder de manera hiperbólica y difusa, y que limita la liber-
tad política de ciudadanos y oposición política a partir de un control institu-
cional rígido. Se ve a sí mismo como un mal necesario.
Autoritarismos contemporáneos
2.4.1. Totalitarismos
2.4.2. Fascismos
El fascismo era una ideología de extrema derecha que reaccionaba contra dos
niveles diferentes de hegemonía política de la época: primeramente, contra
la democracia liberal de partidos y parlamentaria, y también se oponía a los
regímenes socialistas de partido único, basados en el marxismo y el leninismo.
CC-BY-NC-ND • PID_00283098 13 El problema del poder
Neofascismos
En el primer tercio del siglo XX, los objetivos imperialistas y de conquista todavía estaban
plenamente vigentes –a diferencia de los neofascismos, que son de carácter reactivo con-
tra fenómenos como la inmigración o la transformación de la dominación tradicional
en igualitarismo–.
2.4.3. Nacionalpopulismos
La grave crisis financiera del 2008 fue el primer gran aviso de un modelo de
crecimiento tan ilimitado como mal distribuido, focalizado sobre la especu-
lación inmobiliaria. La segunda gran crisis del siglo, la pandemia global, ha
delatado más errores del sistema: el colapso de la educación y la salud, el con-
trol sobre las vidas por parte de corporaciones médicas y farmacéuticas, las
desigualdades crecientes ante la situación de aislamiento social y un escenario
de futuro que, por primera vez en 75 años, ofrece unas perspectivas más deses-
peranzadoras a las nuevas generaciones que a las anteriores. A esto se añade el
colapso del medio ambiente y civilizador –a partir de los cuales surgen nuevos
liderazgos políticos que fusionan nacionalismo y neoliberalismo, como por
ejemplo Donald Trump y Boris Johnson–.
«El término hegemonía deriva del griego eghesthai, que quiere decir conducir, ser guía, ser
jefe, o quizás del verbo eghemonero, que quiere decir guiar, preceder, conducir, y del cual
deriva estar al frente, comandar, gobernar». (Gómez Silva, 1998)
«La hegemonía presupone que se tengan en cuenta los intereses y las tendencias de los
grupos sobre los cuales la hegemonía se ejerce y que hace falta un cierto compromiso de
equilibrio –es decir, que el grupo que toma el liderazgo tiene que hacer sacrificios de tipo
económico y corporativo–». (Cuadernos de la cárcel; versión en inglés, 161)
Hegemonía cultural
En este sentido, fue el Partido Comunista Italiano el que más cerca estuvo durante el siglo
XX de conseguir este tipo de hegemonía, cultural y no violenta. Desgraciadamente, de
las ideas de Gramsci en el marco del comunismo italiano saldrían pocas lecciones para
el modelo de hegemonía violenta de la deriva soviética de la segunda parte del siglo XX
–como hemos señalado en un subapartado anterior (autoritarismos).
Apunte
Walter Benjamin, que muere antes de entregarse a los nazis y sus aliados en 1940, no
pudo ver en vida expresiones triunfantes del modelo de violencia divina. La derrota del
eje fascista en 1945 no fue el resultado de expresiones revolucionarias de las masas, sino
fruto del ejercicio de la dominación con coerción. Paradójicamente, los dos modelos de
revoluciones de carácter divino nos remiten a la Rusia de los sóviets (1917) y a las insu-
rrecciones anarquistas de 1933 en España –todas desprovistas de la connotación mística
del modelo benjaminiano–. Otros movimientos interesantes fueron la revolución hún-
gara de 1956, las intifadas palestinas, las diversas rebeliones tuaregs a lo largo del siglo
XX y los procesos de liberación nacional de las últimas colonias europeas en África.
Foucault propone que donde hay relaciones de poder, también hay resisten-
cia. En vez de pensar en el poder como una cosa, Foucault lo ve como una
relación, y, por lo tanto, en el supuesto de que no haya esta resistencia, no
podemos hablar de poder sino de dominación. En la concepción del autor, no
hay una relación de exterioridad al poder, es decir, el poder atraviesa todas las
relaciones y es un fenómeno inherente a quien es humano. El poder no tiene
un espacio físico determinado; funciona y se ejerce a partir de una organiza-
ción reticular.
«permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto
número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier
forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar
cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad». (Foucault, 2008, pág. 48)
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Podemos
Bibliografía
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Foucault, M. (2008). Tecnologías del yo y otros textos afines. Buenos Aires: Paidós.
Gómez Silva, G. (1998). Breve diccionario etimológico de la lengua española. México: Fondo de
Cultura Económica.
Hobbes, T. (2005). Leviatán (o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil).
Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
Laclau, E., Mouffe, C. (1985). Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la
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Linz, J. J. (2009). Obras escogidas. Sistemas totalitarios y regímenes autoritarios (vol. 3). Madrid:
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.