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EDICIÓN N° 4 / ABRIL 2022 Vicaría de la Nueva Evangelización

CATEQUESIS
ABRIL
El don del Amor

La gracia de la Salvación

La perfección de la Caridad

Vivir con la Esperanza puesta en Cristo

La Dignidad de los Hijos de Dios

VICARÍA DE LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN
DIÓC. GRANADA - NICARAGUA
CATEQUESIS
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I
EL DON DEL AMOR

1. Canto
2. Oración Inicial
3. Catequesis

Benedicto XVI durante su pontificado, especialmente en sus tres encíclicas, hizo un


análisis profundo sobre el amor, para él el amor es la esencia de Dios, de ahí toma
fundamento el primado de Dios en la vida del hombre, es lo que puede explicar al
hombre mismo y su vocación personal.

El amor es la base de la vida humana, de la vida cristiana, de toda actividad personal y


comunitaria, teniendo su referencia en la vocación de la santidad. El Magisterio de la
Iglesia presenta el amor como el comienzo y el fundamento de todas las dimensiones de
la vida cristiana, entendida como el crecimiento de la vida en santidad: “Toda la finalidad
de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se
puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe
resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno
comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el
amor, ni otro término que el amor” (CCE, n. 25).

El hombre de hoy, un ser secularizado, ha perdido el verdadero sentido del amor, que
tiene su origen en Dios y está dado para compartirlo. Por eso, es necesario que el
mundo vuelva a un pensamiento teológico del amor, a la sabiduría teológica sobre la
persona humana entendida sólo en el contexto del amor.

El amor como virtud tiene que ser entendido en una dimensión teológica, porque tiene
su referencia en la vida sobrenatural del hombre, o mejor, en un humanismo
transcendental, que ayuda a entender lo natural y lo sobrenatural en el hombre.

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El amor tiene su sentido en una dimensión filosófica y teológica, porque el amor,


relacionado con la verdad, puede ayudar a comprender la naturaleza del hombre y su
vocación básica de vivir en la comunión con el Señor.

El amor es un don de Dios al hombre, y así debe de ser creído, vivido y mostrado. En
Deus caritas est Benedicto XVI afirmó que el amor es el principio de la vida cristiana,
porque el cristianismo tiene como opción fundamental la fe en el amor divino.

El amor de Dios ya está expresado en el Antiguo Testamento, pero la fe cristiana ha


dado una nueva profundidad a esta virtud. El amor se presenta como un amor dado por
Dios al ser humano, por eso no está cerrada en el entendimiento de un mandamiento
rígido, pero es una respuesta libre de la persona humana expresada en todas las
dimensiones de su vida, en la relación con Dios y con todos los hombres.

El amor (caritas) es una fuerza extraordinaria que tiene su origen en Dios, que es un
Amor Eterno y una Verdad Absoluta. Cada persona siente el impulso de amar en su
alma y su mente, porque el Señor ha puesto en el corazón del ser humano esta
vocación.

Jesús es Amor y ha dado ejemplo de una vida de amor, por lo que purifica los deseos
humanos y revela el plan de vida que Dios ha preparado para la humanidad.

El amor (caritas) es un amor ofrecido y recibido, es la gracia (cháris) que tiene su fuente
en el amor trinitario del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si es gracia, es por naturaleza un
don divino.

Es dado por la acción del Espíritu Santo, que lo derrama en los corazones de los fieles.
Este tema lo desarrolla también el Catecismo de la Iglesia Católica cuando explica que
las virtudes teologales, por tanto, el amor también, son infundidas por Dios en las almas
de los cristianos para darles un poder de actuar como hijos de Dios en Cristo y merecer
la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las
facultades del hombre. (Cf. CCE n. 1813.).

Se puede constatar que todo proviene del amor de Dios, todo está dirigido por esta
virtud y en ella tiene su fin y su cumplimiento. El amor es el mayor don de Dios para el
hombre y la esperanza del ser humano.

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El amor de Dios para los hombres es un don gratuito. Como afirma Benedicto XVI,
ningún ser humano ha visto a Dios tal como es en sí mismo, pero Él lo ––amó primero y
no quiere ser inaccesible. Se reveló en Jesucristo para dar al hombre la vida eterna y
una oportunidad de estar con Él. El encuentro con el amor de Cristo en la vida diaria da
a la persona el sentimiento de ser amada y, por lo tanto, la conciencia de recibir el don
del amor (Cf. DCE n. 17.).

El Hijo de Dios se encarnó para revelar el amor del Padre, también en su muerte en la
Cruz y en su resurrección; cumpliendo con ello el misterio de la salvación de los
hombres. Este misterio está conectado con el misterio del amor, porque la salvación no
es más que la obra del amor libre de Dios.

La salvación hecha por Cristo en la Cruz es una verdad fundamental de la fe cristiana y


tiene una gran importancia para la historia del mundo y de los hombres de todos los
tiempos. Si el amor se expresa plenamente en la Cruz de Cristo, se puede decir que
Dios mostró al ser humano que el amor es un valor central de la vida cristiana y tiene su
origen en lo divino.

El hombre viene de Dios, tiene su fuente en el amor del Señor y, por lo tanto, está
llamado a realizarse en el amor, siguiendo el modelo de Cristo. El amor que el hombre
posee parece ser humano, pero en el principio tuvo que ser ofrecido por Dios, que lo
puso en ese corazón humano.

Dios no ama al ser humano porque sea excepcionalmente bueno, virtuoso, merecedor,
sino porque de alguna manera le ha parecido bien y lo ha querido. Lo ama, aunque no
pueda darle nada, ama también cuando está vestido con las ropas de un hijo pródigo,
que no tiene nada en él que sea hermoso.

El hombre que quiere vivir en el amor y el servicio necesita una formación del corazón,
una formación que se adquiere mediante el encuentro personal con Dios, lo cual
provocará un despertar el amor en sí mismo; este mismo amor se convierte en una
consecuencia de la fe que se realiza a través del amor al prójimo. Por esta razón se
puede decir que el amor no es una ideología, sino la regla de la vida, enraizada en el don
trascendente de Dios.

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4. Reflexionemos
- ¿Qué es el amor?

- ¿Dejo que el amor de Dios sea el motor para alcanzar mi santidad?

5. Peticiones
- Por nuestros gobernantes, que, dejando de lado todo aquello que pudiera dividir a los
nicaragüenses, tengan como meta fundamental la construcción de la Civilización del
Amor en nuestra Patria. Oremos.

- Por los que están solos, por los ancianos, por los niños abandonados; para que reciban
en sus corazones al Espíritu Santo, el Gran Consolador. Oremos.

- Para que nuestra comunidad parroquial descubra que la verdadera espiritualidad va


unida a buscar la justicia y que el amor hay que expresarlo en obras concretas. Para que
hagamos la paz en todos los ambientes donde vivimos. Oremos.

6. Padre nuestro y saludo de la paz

7. Oración final
Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo
el amor a tus preceptos y esperanza en tus promesas, para que, en medio de las
vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por
nuestro Señor Jesucristo.

8. Bendición
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

9. Canto (Espontáneo)

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II LA GRACIA DE LA
SALVACIÓN

1. Canto
2. Oración Inicial
3. Catequesis

La vida terrena del hombre que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios es una
sola con la vida eterna que se le ha dado, por puro don y gracia, a través del sacramento
del Bautismo. Es una vida celestial que se empieza a vivir aquí y ahora en la tierra, vida
divina desde la cual se le ofrecen innumerables beneficios porque Dios quiere la
felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna.

Esta vida cristiana es la que restaura el propio ser del hombre, elevándolo a su más alta
dignidad y transformando la realidad en la que se desarrolla la vida de la persona
humana. Es un don maravilloso que se le entrega a la humanidad gracias al misterio del
Hijo que se ha encarnado. Él ha querido hacerse uno de nosotros para compartir
nuestra condición humana y enaltecer hasta lo más alto la dignidad del hombre, de tal
manera que nos revela el verdadero rostro del Padre.

El cristiano puede vivir en la santidad de Dios en la medida que deja transparentar en


todo su ser la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios. En otras palabras, hace de su vida
el instrumento adecuado donde se realiza la voluntad del Padre; y esta voluntad divina
encarnada en la propia vida del hombre es la que realiza lo que Dios ha querido desde
la eternidad, de una manera personal para esta persona concreta.

Esta vida nueva del hombre, que ha renacido “del agua y del Espíritu”, le impulsa a que
sus acciones sean acciones de Cristo; ahora él, por la gracia divina recibida en el
sacramento del Bautismo, se ha convertido en el otro Cristo, es decir es hijo de Dios en
el Hijo. Dicha participación es el camino para la santidad plena, en la que su vida,

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personal y concreta, estará impregnada del don de Dios.

Ya Juan Pablo II al inicio de este segundo milenio quiso señalarnos este camino que
desde el Concilio Vaticano II fue puesto de manifiesto en el ser y actuar de la Iglesia; el
Papa quería que cada fiel cristiano, que cada miembro del Cuerpo místico de Cristo
viviera la santidad de vida desde el mismo momento de su Bautismo, que se pusiera en
camino hacia la perfección, que viviera en coherencia con la vida nueva recibida.

Esta perfección de vida que debe estar presente en cada cristiano no está destinada a
un grupo de elegidos en la Iglesia, sino que la aspiración a la santidad es realizada en
la vida ordinaria de cada bautizado. No hace falta ser un “genio de la santidad” para
caminar hacia la perfección, se trata de ser quién eres y vivir lo que eres: un hijo de Dios
que camina en Él por su propio camino vocacional.

Cuando este espíritu de santidad impregne el actuar del cristiano, en el que aparezca
concretizado el amor hacia Dios y hacia los demás, se realizará una entrega del ser
personal; cada pequeño acto de la vida humana, ahora renovada por el Bautismo,
animada por el Espíritu Santo, serán pasos sólidos en el recorrido del ser humano hacia
su perfección.

No hay duda de que el hombre por sí solo no puede alcanzar esta perfección, es un ser
limitado, no es Dios, pero tampoco es menos verdadero que el Espíritu de este Dios, el
Perfecto por excelencia, habita en él, ha instaurado su morada en lo más íntimo del ser
personal del cristiano. Por consiguiente, el Espíritu Santo, al igual que permaneció sobre
el Hijo de Dios, que lo consagró y lo envió a anunciar la salvación a los hombres, llama
nuevamente en el presente de todos los tiempos al hombre a la santidad primera y lo
impulsa a tan alto propósito.

A medida que el hombre es consciente de su dignidad personal, del valor inigualable


que posee su existencia, se contagiará, impulsado por un deseo natural, de esa
inclinación por dar gloria a Dios con su existencia para lo cual fue creado y redimido. El
encuentro personal con un Dios personal asegura esta glorificación continua del hombre
a su Creador y Padre. Esta ha de ser la actitud de todo cristiano, una vez que ha recibido
el Bautismo. Su vida ha de encaminarse a dar gloria a Dios, que es su fin último.

En Dios como Padre, el ser humano encuentra a una persona con quien puede tratar

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profunda e íntimamente, puede orientarse a una relación de amor personal entre Padre
e hijo.

Esta vocación divina que parte del Bautismo que reciben todos los fieles, se viene a
concretar en una vocación personal o particular; de manera que esta glorificación de
Dios es la participación en la Vida divina de Aquel a quien se glorifica, vida sobrenatural
que se ha recibido en el Hijo y por el que ahora se vive consciente y libremente por
amor.

Si el sentido o la razón de la existencia humana se encuentra en la llamada que recibe


de Dios a participar de su vida divina, ésta no puede llevarse a cabo de manera que se
violente el mismo ser personal del hombre. Cuando Dios creó al hombre lo dotó de unas
dimensiones naturales que siendo utilizadas correctamente pueden llevarlo a su
realización plena con la ayuda de la gracia divina.

Por ello, es importante que el ser humano cuando desea corresponder a la iniciativa
divina con su propia vida que lo haga de manera personal y también libre. Esta
respuesta que goza de la plena libertad del hombre hace posible que se concrete el
sentido de su vida, gozando y plasmando en sus acciones el asentimiento de un camino
que le permite vivir su vocación como hijo de Dios.

La vida nueva que el hombre ha recibido desde el momento de su bautismo le garantiza


de una manera inmediata las gracias con las cuales podrá ser capaz de dar una
respuesta positiva a la llamada divina; siendo conscientes de que por las solas fuerzas
el hombre no llegaría a responder plenamente a tan loable vocación, y sin olvidar
tampoco que además de la gracia divina es vital el esfuerzo personal.

Es el Espíritu Santo el que hace posible que Cristo, cabeza de la Iglesia, actúe a través
de sus miembros. Los cristianos, cada uno desde su vocación particular y a la vez
comunitaria, pueden conocer cuál es la voluntad del Padre, porque han escuchado al
Hijo, le siguen de cerca y viven según la vida de Cristo.

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4. Reflexionemos
- ¿Qué medio me da el Señor para alcanzar la salvación?

- ¿Cómo puedo cooperar para que mi familia y comunidad puedan santificarse?

5. Peticiones
- Por quienes consideran despreciable el camino del Evangelio; que descubran la
sabiduría de Dios y la fuerza de la cruz. Oremos.

- Por nuestras comunidades parroquiales. Que descubran la ley que Dios puso en
nuestros corazones y la vivan a imagen de Jesús. Oremos

- Por todos nosotros, para que fortalecidos por la victoria de Cristo sobre la tentación
venzamos el pecado que hay en nosotros. Oremos.

6. Padre nuestro y saludo de la paz

7. Oración final
Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor
de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en
nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.

8. Bendición
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

9. Canto (Espontáneo)

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III LA PERFECCIÓN
DE LA CARIDAD

1. Canto
2. Oración Inicial
3. Catequesis

La persona humana existe por un acto de amor de Dios; hemos sido creados a imagen
de Dios; y estamos llamados, desde el momento de la creación, a la amistad con
nuestro Creador. En otras palabras, estamos hechos para ser amados y para amar. Lo
primero que necesitamos de modo radical para existir, vivir y progresar desde el punto
de vista físico, psíquico y espiritual es ser y sabernos amados.

Si se cumple esa primera necesidad, podemos amarnos ordenadamente a nosotros


mismos, y entonces podemos también desplegar de modo adecuado nuestra inclinación
a amar a los demás (como a nosotros mismos) y a Dios (con todo nuestro ser).

Ahora bien, como estamos llamados a un fin sobrenatural, que no podemos alcanzar por
nuestras propias fuerzas necesitamos, además de la fe y de la esperanza, un amor
nuevo, un amor sobrenatural, el cual Dios nos lo regala con la gracia santificante o virtud
teologal de la caridad que recibimos, junto con las otras dos el día de nuestro bautismo
y que se actualiza en cada sacramento.

La perfección de la caridad necesariamente pasa por las dimensiones del amor humano
o natural: a Dios, a uno mismo y a los demás; estas tres dimensiones son la base natural
de la virtud sobrenatural de la caridad.

El amor natural a Dios encuentra su fundamento en la realidad concreta que el hombre


ha sido creado por Dios, quien lo llama a ser su hijo por medio de la gracia divina. De tal
manera que podemos hablar de una doble imagen de Dios en nosotros: la natural, por

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la que somos personas; y la sobrenatural, por la que somos hijos de Dios por gracia.

De acuerdo a esta doble imagen, podemos darnos cuenta que existe una doble
capacidad de amar, tanto a Dios como a uno mismo y a los demás hombres creados
igual que nosotros.

La primera imagen nos hace tener una inclinación a y la capacidad de amar a Dios como
nuestro Creador y Señor con un amor total. Una vez que descubrimos la existencia de
Dios, podemos descubrir también con nuestra razón que debemos amarlo por encima
de todo. Se trata, por tanto, de un precepto de ley natural, no el primero que se conoce,
pero sí el primero en importancia.

Este mandamiento se formula así en el Evangelio según San Mateo: “amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y
el primer mandamiento” (Mt 22, 37-38); y en el de San Marcos: “amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”
(Mc 12, 30).

Amar a Dios sobre todas las cosas quiere decir que debemos amarlo más que a
cualquier criatura, aunque puede suceder que nuestros afectos y sentimientos
reaccionen más ante una persona humana.

El amor natural a uno mismo es una tendencia que Dios ha puesto en nuestra
naturaleza, y consiste en el deseo natural del bien propio y de la felicidad. Este amor
natural se prolonga en un amor voluntario y libre a uno mismo, que debe ser ordenado
por la recta razón. Entonces ya no solo es bueno naturalmente, sino también
moralmente, es decir, virtuoso.

Para que esa tendencia natural se desarrolle de modo adecuado necesitamos ser
amados de verdad. Nos capacitamos así para amar a los demás “como a nosotros
mismos”, para “tratar a los demás como querríamos nos tratarán a nosotros” o “para no
querer para los demás lo que no queríamos para nosotros”, que son diversas
formulaciones de la misma regla de oro del amor. El dar y el darse es siempre una
respuesta al amor recibido.

El amor a los demás nace como respuesta al amor que hemos recibido de otras

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personas. Somos criaturas indigentes: todo lo que somos y tenemos los recibimos de
alguien que nos ama antes de que existamos; somos un don gratuito un fruto del amor
de Dios.

En el proceso de nuestra educación y desarrollo, nos hacemos conscientes


progresivamente del amor recibido de nuestros padres y de los demás, y esa es la clave
para que podamos percibir, antes o después, el amor de Dios, que es una llamada a vivir
en amistad con él.

El amor natural a los demás, cuando es vivido de acuerdo con la razón, se convierte en
la virtud del amor de amistad. Se puede definir el amor de amistad como la virtud que
capacita a la persona para querer y hacer el bien al otro como si fuera para ella mismo.

El amor natural de amistad posee algunos aspectos importantes que permiten que se
viva de una manera acertada. Si no se vive bien el amor natural hacia los demás no se
puede vivir bien la virtud de la caridad: las virtudes humanas, no debemos olvidarlo, son
necesarias para vivir bien la sobrenaturales.

Entre los aspectos que posee están: la benevolencia que consiste en querer de modo
eficaz el bien para el otro: amor efectivo. Pero también es un amor unitivo dado que
añade la unión de afecto. Por el amor de amistad, el que ama se hace uno con la
persona amada, que es aprendida como el otro yo.

Una característica esencial del amor de amistad es la gratitud: el término del amor es el
otro. La intención del que ama va hacia la persona amada y se detiene en ella,
rechazando el retorno a sí mismo como un pecado destructor de ese amor.

El amor de amistad difiere del amor de concupiscencia (amor con el que se aman los
bienes que deseamos para alguien, para uno mismo o para otra persona). Esos bienes
no son amados por sí mismos, sino en cuanto son medios para amar a otro. Mientras
que el amor de amistad, en cambio, es el amor con el que se ama a la persona para la
que se quieren esos bienes. En este caso, la intención del que ama va a la persona
amada y se detiene en ella.

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4. Reflexionemos
- ¿Soy capaz de desgastarme por servir con intensidad a la Iglesia y a los hermanos?

- ¿Qué estoy dispuesto a entregar para perfeccionar el amor en mi vida y en mi familia?

5. Peticiones
- Para que la iglesia no se arrugue ante las dificultades y que sea siempre la primera en
defender a los más pobres y desamparados. Oremos.

- Por los gobernantes, para que no engañen a los pueblos. Para que hagan un justo
reparto de las riquezas y así se logre una paz social en las naciones. Oremos.

- Por nosotros, para que sepamos ser solidarios y compartir las bendiciones que Dios
nos regala con todos nuestros familiares, amigos y vecinos. Oremos.

6. Padre nuestro y saludo de la paz

7. Oración final
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos
siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos
la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

8. Bendición
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

9. Canto (Espontáneo)

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IV VIVIR CON LA ESPERANZA


PUESTA EN CRISTO

1. Canto
2. Oración Inicial
3. Catequesis

Como fruto del encuentro personal con Cristo y la respuesta afirmativa por parte del
hombre a la invitación de seguirle realizada por Dios en la persona de su Hijo, Cristo se
vuelve el centro y la fuente del actuar del cristiano, y a la vez el horizonte de toda la
humanidad, porque es en el misterio del Verbo encarnado donde se revela la verdad de
la existencia del hombre.

En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se realiza el punto de encuentro


entre la gracia divina, que se le ha participado al hombre para actuar en el aquí y ahora
de su historia, en virtud del Espíritu Santo que ha recibido, y la fuerza de su propia
naturaleza humana redimida; encuentro que se concreta en el actuar del bautizado, en
el que se origina una cristificación de su vida.

La redención efectuada por Jesucristo asegura al ser humano la entrada a una relación
de comunión personal con el Padre, animado por el Espíritu de Dios. Esto produce como
fruto que el cristiano experimente en su vida el actuar del mismo Cristo, porque es Él
quien actúa a través de las acciones del cristiano; sin que éste deje de ser él mismo.
Al contrario, es él mismo en su realidad verdadera y plena.

Es el hombre concreto el que actúa, él es quien ha descubierto en sí mismo un deseo


de felicidad, ha experimentado un amor gratuito y eterno para él, un amor que a la vez
es personal y único que le permite vislumbrar su realización singular como persona.

Por ello, las acciones del cristiano se anclan en la fe en Cristo y se convierten en

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expresión del esplendor de la verdad de Cristo, Verdad de la que el hombre participa por
su filiación divina recibida en el bautismo por la gracia del Espíritu Santo.

Este es un misterio que puede ser vislumbrado gracias a la Encarnación del Hijo de Dios
que se convirtió en el único mediador entre Dios y los hombres (cfr. 1 Tm 2,5), tomando
y haciendo suya la naturaleza humana, sin separarse ni rechazar su naturaleza divina;
de tal manera que puede unir los dos extremos, el humano y el divino, y al realizar esta
unión, el hombre, que por el pecado se había alejado y rechazado la comunión con Dios,
ahora puede participar de la Vida divina de la Santísima Trinidad donde encuentra su
auténtica verdad.

En el caso del cristiano, no se trata de que deje de tener protagonismo como persona en
su actuar, así como alguien sin voz ni voto en el razonamiento de sus acciones, o como
a quien han robado su libertad o, peor aún, como quien la ha entregado para no meterse
en complicaciones en el momento de decidir por el destino de su vida; más bien en la
vida cristiana la persona está llamada a realizarse en Cristo a través de sus actos libres,
siguiendo su noble vocación a participar en la vida divina.

En esta identificación con Cristo, el hombre llega a su verdadera y definitiva verdad en


todas sus dimensiones, a aquella verdad que Dios ha querido y establecido para él
desde toda la eternidad. Ahora lo natural, gracias a la mediación de Jesucristo, puede
entrar en relación con lo sobrenatural, pero también con sus iguales (el cristiano con los
hombres), porque en Cristo se hace posible la sana y auténtica relación de los hombres
entre sí.

El cristiano, por pura gratuidad de Dios, al igual que sucede en Cristo, que no deja de
ser Dios cuando se hace hombre, sino que es Dios y hombre verdadero, puede vivir la
vida de Dios sin perder lo que por naturaleza le corresponde, sino que más bien, esta
naturaleza es la que en Cristo es elevada a su más alta y soberana dignidad.

De tal modo que cuando el cristiano afirma su existencia puede hacerlo a la manera del
Apóstol Pablo: «Para mí, el vivir es Cristo» (Fl 1, 21). Así se hace propia la presencia de
otra persona que actúa en el cristiano y en esta identificación se halla el principio de su
identidad y transformación por medio de sus acciones.

De tal modo que cuando el cristiano afirma su existencia puede hacerlo a la manera del

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Apóstol Pablo: «Para mí, el vivir es Cristo» (Fl 1, 21). Así se hace propia la presencia de
otra persona que actúa en el cristiano y en esta identificación se halla el principio de su
identidad y transformación por medio de sus acciones.

Esta vida del cristiano centrada en Cristo, es decir, un vivir la vida de Cristo, le asegura
el camino en santidad, un camino de perfección en la que toma protagonismo su
comunión con Dios y con los demás. Es una vida que, en medio de los afanes de cada
día y de las circunstancias en la que ésta se desarrolle, se mantiene el punto de mira en
la meta, y se camina en ella al mismo tiempo; se vive lo natural de una manera
sobrenatural.

El ser humano no puede llegar a su perfección más que siguiendo al hombre perfecto
que es Cristo; Él hace posible el recto y provechoso ejercicio de la libertad humana, la
cual no es suprimida por el cumplimiento de los mandamientos de Dios, sino que, más
bien, es elevada a su perfección a través del ejercicio del amor ayudado por la gracia
divina. Sólo por esta vía el hombre alcanza participar de la vida eterna, anhelo de todo
ser humano por naturaleza, a ejemplo del joven rico del Evangelio.

Es importante resaltar que esta identificación del cristiano con Cristo es realizada al
mismo tiempo por la acción del Espíritu Santo. Él concede al cristiano la capacidad de
realizar en su vida una apertura a la voluntad del Padre, es decir, llena al hombre de
gracias sobrenaturales para que pueda vivir como hijo de Dios mediante una
transformación en el Hijo desde el interior de la persona humana en concreto y singular:

El bautizado que responde a esta llamada de la perfección en el amor, por la presencia


operante del Espíritu Santo en su interior, mantendrá su mirada, su corazón, su
voluntad, sus afectos, es decir su ser personal, en el hombre perfecto: Jesucristo, para
identificarse cada día más con él. De ahí la necesidad de permanecer en un continuo
generar la forma de Cristo en la propia vida; orientando las acciones del cristiano a su
fin último de manera efectiva porque Jesucristo es el camino verdadero que conduce al
hombre a su plena bienaventuranza.

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4. Reflexionemos
- Tras revisar mi historia de salvación: ¿En quién he puesto mi esperanza?

- Como agente de pastoral o miembro de mi familia: ¿Les transmito paz y esperanza a


los míos en los momentos de crisis?

5. Peticiones
- Señor Jesús, que prometiste la fuerza de lo alto a quienes creyeran y esperaran en ti,
ayúdanos a confiar en tus promesas y a obrar de acuerdo al mandamiento nuevo del
amor. Oremos

- Señor Jesús, que fuiste alabado en el templo por tus mismos discípulos concédenos
crecer en la alegría y en la esperanza cristianas. Oremos

- Para que la confianza y la serenidad cristiana caractericen a quienes sufren. Oremos

6. Padre nuestro y saludo de la paz

7. Oración final
Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos, y para que sintamos el efecto de
tu amor, concédenos servirte de todo el corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.

8. Bendición
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

9. Canto (Espontáneo)

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V LA DIGNIDAD DE LOS
HIJOS DE DIOS

1. Canto
2. Oración Inicial
3. Catequesis

El hombre es una criatura capaz de dar una respuesta al amor de Dios que se le ofrece.
Esta respuesta del hombre es la vocación fundamental de la persona humana, que se
realiza en el acto de fe, es decir, en una relación amorosa con el Señor en la vida
cristiana, en el camino de la santidad. Es, por tanto, una vocación universal y
trascendente del hombre.

El ser humano es capaz de responder a esta llamada, que tiene su iniciativa y


realización en Dios. El amor en la verdad ofrecido al ser humano por Dios, pone a la
persona ante la experiencia del don. La naturaleza del hombre y su vida están
enraizadas en el concepto del don.

La persona humana ha sido creada para el don que la expresa, la cumple y hace visible
su dimensión trascendente. Para cumplir esta vocación, es decir, para vivir en un amor
sacrificial para Dios y los demás, el hombre debe recibir primero el amor entendido
como el don de Dios. El amor, entonces, es un amor recibido para ser ofrecido, para vivir
en comunión con Dios, para vivir en la verdad cumpliendo una vocación fundamental y
trascendente a la santidad.

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y si por su naturaleza el ser


humano es capaz de aceptar el amor de Dios y realizarse a través del don de sí mismo,
entonces, al analizar la vocación a la vida trascendental, a la santidad, uno puede
referirse a la naturaleza misma de Dios.

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La Sagrada Escritura recuerda que nadie es santo, sólo Dios (cf. Is 6, 3; Is 43, 3). Sin
embargo, Dios – la fuente de toda santidad – no es inaccesible, sino que llama a la
comunión con Él. Jesús invitó a los hombres, para que sean tan santos y perfectos como
el Padre, que está en el cielo (cf. Mt 5, 48). El Logos se hizo Carne en Cristo (cf. Jn 1,
14) y, Jesús es lo que hace, su misión es el sacrificio y, por lo tanto, es Agapé (Amor que
se entrega).

Así que, Dios entra en diálogo con el ser humano, se da a conocer y se ofrece a sí
mismo. Así que, si la naturaleza del ser humano tiene una semejanza en Dios, entonces
debe decirse que la naturaleza de Dios que es el Logos y el Agapé también explica que
la persona humana es capaz de dar una respuesta a Dios y construir la relación con Él.

Dios ha dado al hombre tal naturaleza que puede aceptar su revelación de amor y entrar
en comunión con Él. Esta observación es importante para la vida espiritual, porque
muestra que la existencia humana no es accidental, sino que está enraizada en la
voluntad del Señor y alcanza su pleno desarrollo en la realización de la vida, en el nivel
trascendente, es decir, en la santidad.

El amor divino y su revelación es un don, la gracia dada al hombre por el Espíritu Santo
para conformarse al Creador. Cuando el hombre se acerca a Dios, siempre está dotado
del amor. Al aceptar este don, el hombre debe recibirlo con la gratitud y el corazón
abierto, y entonces, podrá vivir con amor y podrá responder con amor al amor.

Por tanto, Dios primero hace a la gente partícipe de su amor y luego llama al hombre al
amor. Esta conformación en el amor y la verdad a Dios, que, al mismo tiempo, es la
respuesta al amor de Dios, es la identificación con Cristo, es decir, el cristiano se
convierte en “otro Cristo” por la filiación divina en el Hijo de Dios y el seguimiento de
Cristo en el camino de la fe, comenzando en el sacramento del bautismo.

Al cristiano se le denomina «cristo», un ungido, en virtud de la participación bautismal en


la Unción de Jesús y, por tanto, en el significado de su nombre y en su condición. El
cristiano es imagen de Cristo, y puede ser llamado cristo por haber recibido en el don
bautismal del Espíritu Santo una participación en la Unción de la Humanidad de Jesús.

El cristiano está en Cristo y Cristo en el cristiano, con lo que se resalta no solo la unidad
de ambos mediante la consagración sino también la misión. El cristiano es un nuevo

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Cristo porque participa del don y la misión del único Cristo. En ese sentido, no hay
inconveniente en decir que el cristiano es participádamente Cristo.

En otras palabras, todo cristiano es, por la unción bautismal, un cristo; todo cristiano es
espiritualmente como Cristo, participando del ser y la misión de Jesús en el Espíritu
Santo.

La centralidad de la vida del cristiano consiste en la misma persona de Jesucristo, Él es


el punto de partida de su actuar personal, es el hilo conductor de su vida y su meta al
mismo tiempo.

Esto no es algo abstracto o ideal, mucho menos una especie de voluntarismo o


sentimentalismo, sino que, más bien, es una vida, un don nuevo como principio de vida,
que impregna todo el ser del hombre en el nivel de la identidad personal, de una manera
integral y orgánica, a tal punto que se pueda afirmar que es Cristo quien vive en el
cristiano y el cristiano en Él.

Esta adhesión no conlleva caer en un perfeccionismo que provoca distanciamiento de


los demás, entre otras cosas, porque esa adhesión es muy humana, frágil, progresiva e
inmersa en el desarrollo del tiempo y de la identidad personal. Al contrario, es una vida
nueva que atrae a los otros para que también ellos experimenten la filiación divina.

Para que Jesucristo adquiera la centralidad en la vida del cristiano y pueda orientarlo a
una vida divina, el hombre, por iniciativa de Dios, vive la experiencia de un encuentro
personal con Cristo. El hijo de Dios al acercarse al hombre le revela su propio misterio
divino, al salir en su búsqueda le desvela la intimidad de la Santísima Trinidad y le hace
partícipe de esta comunión divina en el amor.

Cuando la persona de Cristo concede este encuentro interpersonal con el hombre,


ocasiona la realización humana de cada cristiano en un nuevo nivel. Sólo a partir de la
experiencia de ser encontrado por el Hijo de Dios el hombre puede vislumbrar la belleza
última de su verdad, de su ser.

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4. Reflexionemos
- ¿Tengo conciencia de ser imagen y semejanza de Dios?

- ¿Cuáles son los medios y métodos que pongo en práctica para alcanzar la santidad?

5. Peticiones
- Pidamos por la Familia de los hijos de Dios que es la Iglesia, para que renovados por
la fuerza de la Resurrección de Cristo y asociados a Él canten siempre las maravillas
que hizo el Señor. Oremos.

- Pidamos por todos los miembros consagrados de la Iglesia, para que renueven su
entrega generosamente y sean signo permanente de la vida nueva de Jesucristo.
Oremos.

- Pidamos por todas nuestras familias. Para que la vida nueva de Cristo resucitado se
manifieste en ellas y de fruto abundante de perdón, de cariño y de unidad. Oremos.

6. Padre nuestro y saludo de la paz

7. Oración final
Oh Dios, has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir
tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

8. Bendición
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

9. Canto (Espontáneo)

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DEL 27 DE ABRIL AL 07 DE MAYO

EDICIÓN N°4 / ABRIL


Mons. Larry Meneses
Vicario de la Nueva Evangelización
Diócesis de Granada CATEQUESIS
Vicaría de la Nueva Evangelización 2022

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