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2.

Nuevas formas de Violencia de Género: Tabú de la Sexualidad Femenina y


el Ciberacoso

Ilithya Guevara Hernández


Norma Brenda González Valdez

Resumen

Uno de los elementos que ha marcado la última década en nuestro país es sin
duda el incremento de la violencia de género, particularmente hacia las mujeres, y
en su expresión más brutal: el feminicidio. Consideramos que la problemática no
ha podido ser atendida, pues se encuentra enmarcada en roles y estereotipos de
género que se reproducen en el sistema patriarcal de poder y que se manifiestan
en cada uno de los espacios de la vida cotidiana. Por lo que se vuelve
fundamental no sólo visibilizar la problemática sino plantear propuestas que
permitan evidenciar las formas ocultas de violencia/poder que se siguen
reproduciendo. Nos referimos a la sexualidad femenina como un tabú social que
origina no sólo una desinformación sobre el placer y la expresión de la sexualidad
femenina, sino que lleva a la reproducción de roles y estereotipos de género que
desencadenan nuevas formas de violencia, como son: ciberacoso, ciberacoso
sexual y ciberbullying. Que surgen no sólo con la masificación de las redes
sociales, sino también con la posibilidad de videograbar o compartir información
sin el consentimiento y/o conocimiento de la persona interesada. Se habla del
ciberacoso sexual y ciberbullying como una manifestación del tabú de la
sexualidad femenina, como un “castigo social” a quienes no cumplen con el “deber
ser”. El objetivo es analizar algunas de las nuevas expresiones femeninas que se
han relacionado con la sexualidad y el placer, como es el twerk y la forma de vestir
y/o actuar en espacios públicos, que llevan a la violencia de género, que puede ir
desde la sutil critica hasta el ciberacoso y ciberbullying por considerarlos una
manifestación “amoral” e hipersexualizada en las mujeres, con el fin de proponer
nuevas directrices que abonen a la eliminación de la violencia contra las mujeres,
desde la comprensión del origen sociocultural del problema.
Palabras clave: violencia de género, tabú, sexualidad femenina, ciberacoso

Abstract

One of the elements that has marked the last decade in our country is undoubtedly
the increase in complaints about gender violence, particularly against women, and
its most brutal expression: femicide. We consider that the problem could not be
addressed, because it is framed in gender roles and stereotypes that are
reproduced in the patriarchal system of power and that are manifested in each of
the spaces of daily life. Therefore, it becomes essential not only to make the
problem visible, but also to created proposals that allow to reveal the hidden forms
of violence/power that continue to be reproduced in our society. We refer to female
sexuality as a social taboo that causes not only misinformation about the pleasure
and expression of female sexuality, but also leads to the reproduction of gender
roles and stereotypes that trigger new forms of violence, such as: cyberbullying,
and sexual cyberbullying. That arise not only with the possibility of videotaping or
sharing information without the consent and/ or knowledge of the person
concerned. Sexual cyberbullying and cyberbullying can be explained as a
manifestation of what is the representation of the taboo of female sexuality as a
“social punishment” for those who do not comply with the “should be”. The
objective is to analyze some of the new feminine expressions that have been
related to sexuality and pleasure, such as twerk and the way of dressing and/ or
acting in public spaces, which lead to gender violence, that can range from the
subtle criticizes to cyberbullying for considering it an “amoral” and hypersexualized
manifestation in women, in order to propose new guidelines that contribute to the
elimination of violence against women, from the understanding of the sociocultural
origin of this problem.
Key words: gender violence, taboo, female sexuality, cyberbullying.

I. Introducción

En los primeros tres meses del 2021, se reportaron oficialmente 234 feminicidios,
en el país, la mayor parte de estos en el Estado de México, Veracruz, Ciudad de
México, Jalisco, Chiapas, Morelos, Sonora, Nuevo León, Oaxaca y Puebla
(Mosso, 2021). Por su parte el registro de denuncias por violencia familiar para el
2020 fue de 220 mil 28 casos, de acuerdo con el reporte actualizado por el
Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP)
(Arteaga, 2020). Cifras que rebasan en mucho los años anteriores y que se han
llegado a considerar como una crisis social, que para muchos es reflejo de la
pandemia y el confinamiento, pero que para otras nos habla de que los cambios
que habíamos venido pregonando con respecto a la equidad y el género no eran
tan positivos como lo habíamos pensado. Las denuncias nos demuestran que no
había un cambio real en las relaciones entre mujeres y hombres, sino que la vida
“moderna” en donde cada uno tiene espacios diferenciados habían logrado
disimular el problema.
Nos interesa analizar la violencia de género contra las mujeres a partir del tabú de
la sexualidad femenina, como uno de los elementos que marca la continuidad de
roles y estereotipos de género que prescriben los comportamientos que son
adecuados y los que no para mujeres y hombres. Y que resultan en castigos
sociales que van desde la sutil critica hasta el ciberacoso y el ciberbullying. Con
una perspectiva de género que nos permite hablar de las diferencias desde el
papel que las mujeres ocupan en la estructura social jerárquica de poder a partir
de la reproducción de prototipos de la femineidad y del cuerpo de la mujer como
algo que no le pertenece y que por lo tanto no puede expresarse libremente, sin
ser juzgada por ello. A partir de una revisión teórico-conceptual ponemos en
evidencia como los medios de comunicación masiva y las nuevas Tecnologías de
la Relación, Información y Comunicación reproducen formas estereotipadas que
llevan a nuevas manifestaciones de violencia de género y que se han definido
como ciberacoso y ciberbullying.

Esta divido en cuatro apartados, el primero de ellos es esta introducción,


que busca contextualizar la violencia de género en el país, al tiempo que ubicamos
el problema. En el segundo se hace un breve recorrido teórico conceptual
partiendo de la sexualidad como fenómeno social, para enlazarla con la
sexualidad femenina, el género, los roles y estereotipos de género, para de ahí
hablar del ciberacoso y ciberbullying desde una perspectiva de la violencia de
género. Continuamos con el análisis de como la sexualidad femenina se encierra
en un tabú social que reivindica formas estereotipadas del ser femenino y que
castiga o justifica la violencia en “el rompimiento” de las normas establecidas.
Hablamos del twerk como una forma de expresión erótica femenina que está
ligada a la sexualidad y que por lo tanto es criticada desde las dos figuras
femeninas: la madre vs la puta. Tomando en cuenta que las redes sociales han
jugado un papel importante en la hipersexualización de las mujeres. Finalmente, a
manera de conclusión hablamos de la sexualidad femenina como un fenómeno
social que encierra todo lo relacionado a la actividad sexual, pero que reproduce
actitudes y comportamientos estereotipados y sexualizados, que castigan a las
mujeres que los manifiestan de una manera libre, porque sigue siendo un tema
tabú que debe quedarse en el espacio privado, pero que refleja además las
diferencias entre lo masculino y lo femenino. Consideramos que la violencia de
género, particularmente la que se ejerce en contra de las mujeres, no puede ser
eliminada mientras se sigan reproduciendo prejuicios sociales que limiten el libre
ejercicio de la sexualidad y el erotismo de las mujeres en igualdad a los hombres.

II. La sexualidad femenina como tabú: un acercamiento teórico conceptual

La violencia de género encierra una serie de elementos asociados con la


feminidad y la masculinidad, que se inscriben en los diferentes grupos sociales a
partir de roles y estereotipos de género, nos interesa entender aquellos elementos
que pueden catalogarse como violencia de género y que restringen, y/o castigan
expresiones de la sexualidad femenina que nos demuestran que la sexualidad, al
menos la femina, sigue siendo un tema tabú. Comenzaremos por conceptualizar la
sexualidad, primero como un producto social y después en su expresión femenina,
para de ahí enlazarla con el tabú, el género, los roles y estereotipos de género
para al final de este apartado posicionarnos con respecto a lo que entendemos por
violencia de género, acoso sexual y ciberacoso.

La sexualidad hoy en día se entiende como un elemento “innato” de la


naturaleza humana que engloba las manifestaciones y comportamientos alrededor
del sexo, pero también como un elemento que es parte de las identidades de
género. Es un fenómeno social, porque “es histórico, cambiante y solo definible en
el contexto de una cultura” (Minello, 1998, p. 36). De acuerdo con Foucault (citado
en Alcántara y Amuchástegui, 2019, p. 322) es un término que surge en el siglo
XIX, entendido como “un dispositivo compuesto por relaciones de poder y saber,
las cuales organizan la economía de los discursos sobre el sexo”, en la que
participan a la vez represión y construcción discursiva, como experiencia que
posibilita comprender como dentro de una cultura se manifiesta a través de
normatividades y formas subjetivas de interpretación. Como dispositivo necesita
de discursos de “verdad” que validan y regulan el significado de las acciones,
“como aquello que el sujeto interioriza y se apodera de la organización de los
cuerpos, de sus fuerzas, de sus energías, sensaciones y placeres” (Alcántara y
Amuchástegui, 2019, p. 325). Es entonces, un conjunto de experiencias humanas
que están atribuidas al sexo y se encuentran definidas por éste, constituye a los
particulares, al tiempo que obliga su adscripción a grupos socioculturales
genéricos y a condiciones de vida predeterminadas. Forma parte del complejo
cultural, pues esta históricamente determinado y consiste en relaciones sociales,
instituciones sociales y políticas, así como formas de interpretar el mundo, y es lo
que define la identidad básica de los y las sujetas (Lagarde, 2011). Además de ser
“las diferentes formas en que experimentamos y nos expresamos como seres
sexuales” (Parra, et al, 2018, p.).

En México hay al menos tres instituciones que regulan y producen


discursos en torno a la sexualidad: la familia, la Iglesia y el Estado, y que hoy en
día se ven mediados por dos instancias contemporáneas: el mercado y los medios
de comunicación. Las prácticas de consumo sexual se consideran prácticas
significantes, puesto que “motivan una producción específica de subjetividad,
vinculada con ciertas prácticas discursivas que permiten una articulación entre el
mercado y la sexualidad” (Alcántara y Amuchástegui, 2019, 325).

Por su parte los estudios feministas han abonado al estudio de la


sexualidad reconociéndola como un dispositivo de poder que se desarrolla en
torno al género como categoría binaria y que genera formas de interpretarlo y por
lo tanto de expresarlo y vivirlo, lo que en tiempos de la globalización se encuentra
definitivamente mediado por el mercado y los medios de comunicación masiva,
que dictan lo que “se debe” y lo que “no” en torno a las prácticas y los
comportamientos sexuales. Partiendo de la idea de que cada cultura “ha
clasificado diferentes prácticas sexuales como apropiadas o no, morales o
inmorales, saludables o pervertidas” (Sánchez, 2016, p.118). Siguiendo a Sánchez
(2016) la perspectiva occidentalizada de la sexualidad se encuentra “fuertemente
influenciada por la cultura judeocristiana, y ésta ha fomentado como sexo normal o
natural el que se realiza en relaciones monógamas, bajo el matrimonio, entre
adultos y de diferente sexo” (p.118). Lo que de entrada prejuicia y estigmatiza todo
lo que es sexual o “sexualizado” y que no entra en esta categoría de “normal”.

Para Lagarde, desde una perspectiva antropológica, “la sexualidad


específicamente humana es lenguaje, símbolo, norma, rito y mito: es uno de los
espacios privilegiados de la sanción, del tabú, de la obligatoriedad y de la
transgresión” (Lagarde, 2011, p. 166).

El tabú de acuerdo con Freud (2012) tiene dos significados opuestos: el de


lo sagrado y el de lo inquietante, peligroso, prohibido o impuro, que se manifiesta
esencialmente en prohibiciones y restricciones. Se diferencian de las prohibiciones
morales y de las religiosas porque carecen de todo fundamento, su origen es
desconocido, pero se naturaliza en ciertos espacios culturales y se asumen como
ciertos, ante el temor de un castigo, que puede estar materializado o no. Aquí
haremos referencia a los “castigos sociales” que como parte del control social de
género se expresan en la burla, el aislamiento y la crítica para evidenciar que los
comportamientos de una persona, en este caso de una mujer, no son adecuados
y/o aceptados por el grupo.

La sexualidad, y particularmente las prácticas sexuales han sido


catalogadas como tabús, que a pesar de ser reconocida como una de las
“necesidades” básicas de los seres humanos, esta mediada por la moral, que dicta
de manera directa o indirecta como debe desarrollarse y que hoy en día está
fuertemente influenciada por las redes sociales y los medios de comunicación
masiva, como lo veremos más adelante. A ésta además se le han incorporado
como correlacionales: la identidad de género, diferencias corporales, capacidades
reproductivas, necesidades, deseos y fantasías, que no en todas las culturas
aparecen interrelacionadas (Alcántara y Amuchástegui, 2019) y que nos hablan
entonces de una construcción social que decide a partir del control, organizando a
la sociedad en torno a la sexualidad y el género.

Retomando a Lagarde, “ser mujer o ser hombre es un hecho sociocultural e


histórico. Más allá de las características biológicas del sexo existe el género”
(Lagarde, 2011, p. 155). Éste se refiere al conjunto de creencias, atribuciones y
prescripciones culturales que establecen la feminidad y la masculinidad en cada
cultura, que están situados en un tiempo y un espacio determinados, que marca lo
que las mujeres y los hombres pueden y deben hacer. Pero que además está
enmarcado en relaciones significantes de poder, pues posibilita comprender el
proceso histórico de desigualdad en los sistemas sociales que diferencian las
relaciones entre los individuos, las instituciones y el Estado, mediante una
arbitraria reproducción de la dominación de los varones y lo masculino sobre las
mujeres y lo femenino (Castro, 2019; Lagarde, 2011; Lamas, 2019).

El género se manifiesta en roles y estereotipos de género. El rol se entiende


como una amplia gama de conductas manifiestas esperadas de los individuos,
están dadas por el estatus de la estructura social, las normas y expectativas de la
misma estructura, y son internalizadas a través de los procesos de socialización
(Benedito, 1982). Los roles son una forma de vivir lo social como natural, su
función responde a la interacción y reflejan formas de ser, actuar y sentir que un
grupo social determinado confiere a sus miembros y cómo éstos se asumen y se
expresan en la cotidianeidad. Por lo tanto, se reflejan en expectativas y exigencias
colectivas y subjetivas que se asignan en función a diferentes criterios como la
edad, el género, clase social, etc. Por su parte los roles de género son el conjunto
de normas y prescripciones, a partir de las cuales se asignan tareas y
responsabilidades, que dicta una sociedad y cultura determinada sobre el
comportamiento femenino o masculino. Que son aceptadas socialmente y que
generan prohibiciones y expectativas entre los individuos que componen el grupo.
Pueden variar de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta el
estrato generacional de las personas. Es posible hablar de una división básica que
corresponde a la división sexual del trabajo tanto en el ámbito público como en el
privado y que está relacionado con las capacidades reproductivas femeninas
(Lamas, 1986; Murguielday , 2000, Saenz, 2011).

Los estereotipos tienen una función para la socialización del individuo muy
importante pues estos facilitan la identidad social, la conciencia de pertenecer a un
grupo, dado que al aceptar e identificarse con los estereotipos dominantes en
dicho grupo es una manera de pertenecer. Para comprenderlos se necesita decir
que son el componente cognitivo del prejuicio, entonces se entiende el prejuicio
como el conjunto de juicios y creencias de carácter negativo con relación a un
grupo social. Son considerados como fenómenos compuestos de conocimientos,
juicios y creencias, y como tales constituidos por estereotipos (González, 1999).
Estos pueden provenir de la realidad, es decir, de actitudes y comportamientos
propios de un grupo que son ridiculizados, como la forma de vestir, comer, hablar,
reírse, o bien, pueden ser imaginarios que distorsionan la realidad y enfatizan
características que no necesariamente describen al grupo.

La sexualidad femenina se construye a partir de roles y estereotipos de


género, que la llevan a un tabú social que dicta los comportamientos adecuados y
los que no lo son en cada una de sus expresiones y manifestaciones. Tabús que
se fundamentan en la posibilidad de expresarse libre y sexualmente o no,
fundamentados en la idea de que mujeres y hombres tienen “necesidades
sexuales diferenciadas”, considerando que las mujeres deben asumir cierta
“pureza” que les permitirá ser “buenas madres y esposas”. Ésta se ha consolidado
en el proceso histórico a partir de la naturalización del cuerpo de las mujeres como
reproductor de la sociedad, pero que no les pertenece, sino que es un bien social,
por lo que no pueden decidir sobre el mismo. Se enmarca en relaciones de poder,
es una “sexualidad opresiva, se caracteriza por el desprecio, la inferiorización y la
violencia institucionalizada a las mujeres; desprecio, inferiorización y violencia que
son de manera simultánea, bases de la viril identidad masculina” (Lagarde, 2011,
p. 169). De acuerdo con Lagarde, la sexualidad femenina tiene dos espacios
vitales: uno es la procreación y el otro es el erotismo. Que son los que posicionan
a las mujeres en espacios determinados dentro de la cultura a la que pertenecen.
Es en torno a la procreación que se edifica la maternidad como experiencia vital
básica ‘natural’, como contenido de vida de todas las mujeres, como centro
positivo de su feminidad, de su ‘naturaleza’. El erotismo es reservado para un
grupo reducido de mujeres ubicadas en el lado “negativo” de la cultura, por su
definición esencialmente erótica son catalogadas como malas mujeres: son las
putas (Lagarde, 2011). Rubin reconoce que existe una escala sexual que
determina los límites y normas que rigen la cultura sexual y que corresponden al
espacio histórico determinado. Dicha escala va del ‘sexo bueno’ al intermedio con
jóvenes no casados, en donde hay promiscuidad, masturbación, parejas estables
de la diversidad sexual, hasta llegar al ‘sexo malo’ en el que se incluyen el
travestismo, trabajo sexual, fetichismo e intergeneracional (1989, citada en
Sánchez, 2016).

Es así como la sexualidad de las mujeres está construida en una serie de


patrones y prescripciones que en general juzgan de manera negativa cualquier
expresión de la sexualidad que rompa con la representación de la “madre”, pues
se considera del lado de las putas. Esta configuración está atravesada por la
subjetividad, pues es a través de ésta que se percibe la realidad. La subjetividad
femenina está vinculada con aquellas significaciones que participan de los códigos
y sistemas simbólicos particulares en torno a la femineidad, es decir, al género.
Dichas significaciones nos llevan a pensarnos e imaginarnos de una manera
determinada frente al mundo, por lo que, al mismo tiempo condicionan, las formas
de actuar, de sentir y por supuesto de establecer relaciones (Alcántara y
Amuchástegui, 2019).

Cuando estás prescripciones se juntan dictando modos de comportamiento


en torno a las manifestaciones sexuales y/o la sexualidad de las mujeres se puede
desencadenar la violencia de género, particularmente en ciertos espacios de
socialización que posibilitan el anonimato, como lo veremos más adelante. En
primer lugar, es importante señalar que la violencia y la agresividad han sido
utilizadas como sinónimos, justificando la segunda en una configuración innata de
los seres humanos, sin embargo, coincidimos con quienes consideran que se es
agresivo por naturaleza, pero violento por cultura (Cretteiz, 2009; Sanmartín,
2007). De ahí que no exista la “violencia” sino violencias que se deben analizar en
el contexto sociocultural e histórico en el que ocurren, pues cuando revisamos la
historia siempre han existido formas aceptadas de ésta como un medio de control,
como castigo o como de uso exclusivo del Estado, es decir, la violencia tiene
también un compás moral.
La violencia entonces implica el uso de la fuerza para infligir daño, pero
también puede manifestarse en el abuso de poder, ya sea que este sea físico,
económico, político, de conocimientos, entre otros, por lo que puede ser pasiva o
activa (Arteaga, 2003; Delgado, 2010; Sanmartín, 2007). Entendemos la violencia
de género como todas las formas de violencia ejercida hacia quienes no cumplen
con los roles y estereotipos de género preestablecidos en un determinado grupo
social, sin embargo, una de sus manifestaciones más alarmantes es la violencia
que se ejerce hacia las mujeres por el simple hecho de serlo y que es definida
como:

[…] todas las formas de violencia que perpetúan el control sobre las mujeres o que
imponen o restablecen la posición de sometimiento para las mujeres. Constituye,
así la expresión más extrema de la desigualdad y la opresión de género […]
describe un tipo de violencia social, lo que significa que su explicación no se
encuentra en los genes ni en la psique masculina, sino en los mecanismos sociales
que hacen de la diferencia sexual el sustento de la subordinación de las mujeres
(Castro, 2019, p. 340).

Para comprender como se traslada este tipo de comportamientos a las redes


sociales, hablaremos primero del acoso sexual. Lo entendemos como cualquier
comportamiento, verbal o físico, de naturaleza sexual que tenga el propósito o
produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona, en particular
cuando se crea un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo y que puede
consistir en conductas como tocamientos de naturaleza sexual, comentarios,
bromas o gestos sexuales, exhibición de fotografías, grafitis o ilustraciones
sexualmente explícitas, difundir rumores sexuales, enviar, mostrar o crear e-mails
o web sites de naturaleza sexual (Cuenca, 2013; Linares, et al, 2019), incluyendo
comentarios en redes sociales sobre publicaciones, videos o fotografías de alguien
en específico. Retomando a Linares (2019), consideramos que las Tecnologías de
la Relación, Información y Comunicación (TRIC) están inexorablemente presentes
en las formas de estar, ser y hacer, y así, las formas de información, comunicación
e interrelación social han quedado condicionadas a estas herramientas
tecnológicas. De ahí que se hablará del ciberacoso, como todas aquellas
actitudes, verbalizaciones y comportamientos de naturaleza sexual que se
produzcan en las TRIC y que tengan el efecto de atentar contra la dignidad de una
persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, degradante u
ofensivo; y que se ha realizado sin consentimiento utilizando el internet, y que
representa una invasión a la vida personal de la víctima. Que pueden tener lugar
entre personas que tienen o han tenido alguna relación y se produce por motivos
directa o indirectamente vinculados a la esfera afectiva (Linares, et al, 2019).

Por lo tanto, se puede considerar el ciberacoso como una manifestación de


la violencia de género que surge en tiempos de las tecnologías de la información y
la web, que es además un reflejo del tabú de la sexualidad femenina que sigue
considerando que las mujeres no deberían expresar deseo sexual públicamente, o
mostrar erotismo a través de fotografías o videos, sea en un espacio físico o en
uno virtual, sin que sean consideradas del lado de las putas.

En este mismo tenor se habla de ciberbullying, este tiene su origen en el


maltrato y acoso en el ámbito escolar, entre iguales (bullying). El ciberbullying,
consiste en utilizar las TRIC, principalmente internet y teléfono móvil, para hostigar
y acosar a los compañeros/as (Garaigordobil, 2011). Sus principales
características son:

1) el anonimato, del agresor, que posibilita una mayor impunidad, y con ella, un
mayor daño y una mayor situación de indefensión; 2) las agresiones pueden
sucederse permanentemente, muy rápido y ejercerse por un gran número de
personas a la vez e instantáneamente; y 3) el acoso tiene lugar ante la gran
audiencia y gran confusión (Linares, et al, 2019, p. 204).

Tanto el ciberacoso como el ciberbullying surgen como dos manifestaciones


“nuevas” de la violencia de género contra las mujeres, que en este caso están
vinculadas con la reproducción de la sexualidad femenina como tabú como lo
veremos en el siguiente apartado.
III. Del tabú de la sexualidad femenina al ciberacoso y ciberbullying: una
aproximación desde la violencia de género

Los roles y estereotipos de género se refuerzan no sólo al interior de cada grupo


sociocultural, sino a través de los medios de comunicación masiva que
mercantilizan las formas de ser mujeres y hombres, y están atravesados por el
consumo. Consideramos que es a través de estos medios de comunicación que se
reproducen patrones estereotipados de las mujeres, que afectan de manera
directa la sociabilidad y la representación que se tiene de ellas en la vida
cotidiana, particularmente en lo referente a las expresiones sexuales y/o eróticas.
La familia, la escuela, la sociedad y la religión dictan cual es la forma correcta de
vestir, de arreglarse el cabello, como y de qué temas hablar y cómo comportarse
públicamente. Si bien es cierto, se da tanto en el mundo femenino como en el
masculino, la diferencia es que en estas prescripciones aparecen una serie de
prohibiciones alrededor de la sexualidad que limitan a las mujeres y posibilitan en
los hombres comportamientos diferenciados. Que pueden además ser entendidos
como elementos que determinan el poder y el lugar que ocupan las mujeres en el
ámbito social. A pesar de que desde hace poco más de dos décadas se promueve
la equidad y se habla de la liberación de las mujeres 1, se sigue castigando las
manifestaciones que se consideran demasiado eróticas o hipersexualizadas, lo
que nos dice que se siguen reproduciendo los dos modelos de mujeres: las
madres y las putas.

Por mencionar algunos ejemplos, en 2013 la banda Tierra Sagrada lanza


una canción titulada “La buena y la mala” que maneja un discurso en el cual
existen dos figuras femeninas, una es la “mujer buena”, aquella con la que se
puede ir a actividades románticas de pareja, la que pueden conocer los padres, la
que es recatada y se acerca más a la idea de la “maternidad” como algo sagrado;
por otra parte está la otra mujer que es “ideal” para irse de fiesta a altas horas de
la noche, la que se divierte, se alcoholiza, la que se deja tocar y mantener
1
Reconocemos que la liberación femenina comienza en la era moderna a partir del movimiento
feminista que se lanza fuertemente en la década de los 60, sin embargo, creemos que al menos en
nuestro país es en las últimas dos décadas cuando se ha promovido la liberación de las mujeres y
que se les ha reconocido en espacios públicos y no sólo en los privados.
relaciones sexuales, esta última que puede expresar el erotismo de manera libre,
estará encasillada del lado de las putas. Si revisamos el contenido de los
programas televisivos, los comerciales, y los contenidos electrónicos de la red, en
cada uno de estos espacios podemos encontrar estas dos figuras, como la
representación de lo bueno y lo malo en la femineidad que lleva no sólo a etiquetar
a las mujeres a partir de su comportamiento, sino que puede desencadenar
violencia de género, en donde la explicación está en la creación de un “tabú
sexual”, pues la sexualidad, particularmente la femenina sigue perteneciendo al
espacio privado y aunque no se reconozca se sigue considerando representación
única de la maternidad, de lo que no se puede hacer o hablar en público.

En octubre de 2020 la W Radio, lanzo un programa al aire titulado: “Los


estereotipos con los que las mujeres lidian día a día”, en este se exponía que los
cuidados, siguen siendo considerados como actividad femenina, que sigue
predominando un ideal femenino:

Mi mujer ideal físicamente tendría que tener una mirada dulce la verdad, y pues
bueno siempre es atractivo que una mujer se cuide, me encantan las mujeres
cariñosas que son detallistas que entienden que uno como hombre gusta del
cariño que las mujeres dan y en el aspecto intelectual bueno siempre será
atractivo una mujer que pueda dar su punto de vista de cualquier tema, que tenga
platica, yo no creo que tenga que ser necesario que una mujer escale a grandes
puestos, y que tenga un éxito asombroso en su trabajo, siempre que una mujer
esté satisfecha con lo que es y lo que tiene que tenga el gusto de disfrutar a su
familia (Barrera, 2020).

Las cualidades descritas anteriormente, bien podemos encontrarlas en la idea de


la “maternidad”, como figura que representa lo femenino y que además nos habla
de una sociedad que sigue dictando cual es el “deber ser”:

[…] todo aquello que se nos exige por el simple hecho de ser mujeres como la
manera que nos vestimos, si enseñamos mucho, si nos tapamos demasiado, el
número de parejas sexuales que podamos llegar a tener […] se ven cuestionadas
con la sociedad incluso pues cuestiones relativas a nuestro cuerpo y la sexualidad
(Barrera, 2020).
El estereotipo de mujeres buenas y malas se encuentra en todos lados, en la
música y no, no sólo el reguetón, canciones como “No soy una de esas”- Jesse &
Joy, “Animals”-Maroon 5 y las que no pasan de moda como “La incondicional”-Luis
Miguel o “La planta”-Caos, son manifestaciones de las dos cualidades femeninas
que se siguen reproduciendo entre el “deber ser” de la buena mujer que será
madre y el tabú que envuelve a aquellas que no sólo deciden expresar libremente
sus deseos sexuales, pero que además generan formas estereotipadas de las
mujeres “malas”, que por lo tanto están sujetas a castigos sociales.

Cuando referimos a los estereotipos y roles de género como detonadores


de la violencia de género, hacemos referencia a estas características
estereotipadas que muestran en todo momento una imagen dual de la femineidad
que ven en las fotografías, las formas de vestir, el baile, características
inapropiadas y en ellas justifican los abusos que se cometen en estas mujeres. Lo
ejemplificamos a partir de casos, que, a pesar de no ser, desafortunadamente los
únicos, si nos permiten corroborar esta hipótesis. En 2017 se reportó el asesinato
de Mara, una chica de 19 años del estado de Puebla que había sido asesinada
después de haber tomado un taxi de la compañía Cabify, después de las primeras
declaraciones el debate giraba no en torno al hecho violento y la necesidad de
justicia, sino a lo que para muchos era “la justificación” de lo acontecido. Así lo
menciona el periódico electrónico Tercera Vía:

[…] tres días antes de la desaparición de Mara, el rector de otra universidad


privada (la UMAD) había hecho unas declaraciones en las cuales señalaba a las
libertades conseguidas por la mujeres en los últimos años, como una de las
causas de la violencia de género ejercida hacia ellas.[…] un periodista local, Arturo
Rueda, director del periódico Cambio, dijo que la ‘mitad de la culpa’ en la
desaparición de Mara era de ella, puesto que, según el periodista, Mara, en estado
de ebriedad, o perdió el conocimiento o se había puesto de acuerdo con el chofer
de Cabify para irse a un motel (Siga-Lab-ITESO, 2017).

Los comentarios a favor y en contra no se hicieron esperar en las redes, pero es


claro que ponen en evidencia que la mujer sigue siendo encasillada en una serie
de actitudes, comportamientos y espacios determinados para poder salvaguardar
su dignidad y en casos extremos la vida. No sucede así cuando se habla del
asesinato de un hombre, además de que en este caso no son mutilados, o
violados. Ellos pueden salir de noche, beber, bailar “divertirse” y no son violados o
asesinados por las mujeres.

Otro de los casos representativos fue un accidente automovilístico que se dio en el


2019 en avenida Reforma en la ciudad de México, el caso fue rápidamente
viralizado en los medios de comunicación porque el conductor era alguien
adinerado que sobrevivió y porque además 4 personas perdieron la vida,
instantáneamente en el incidente. Sin embargo, lo que resulta de nuevo alarmante
es que cuando se difundieron las identidades y los nombres de las víctimas, quien
más causo revuelo era una de las chicas, pues rápidamente se dieron a conocer
detalles de su vida personal, como que se había casado en secreto y estaba
planeando la celebración religiosa, que aparentemente había salido con alguien
que no era su novio, que lo más probable es que estuviera en estado de ebriedad,
y que por lo tanto los padres no podían culpar al conductor, pues que andaba
haciendo ella a esas horas en el auto de un desconocido, algunos de los
comentarios que circularon junto con los videos decían: “Como me decía mi
sacrosanta madre: ‘el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe’, lo más
gacho de todo es el marido, de lo que se ha enterado y como se ha enterado” o
bien: “Karla una gooolosa ni modos al menos se hecho su último palo” y este:
“Pienso que una señorita consciente, no se embriaga hasta perder el
conocimiento” (Paola, 2017). Se elimina el problema de manejar en estado de
ebriedad e intoxicación, y lo que se juzga son las acciones, en este caso de las
mujeres, pues se considera que debemos mantener ciertas “actitudes”, “darnos a
respetar” para que no corramos peligro. Esa figura de la “sacrosanta” madre,
representa una maternidad sufrida, sacrificada, pero además asexuada, pues se
compara con la idea de la virgen María.

Pero sabemos cómo lo ha difundido la campaña: “#laculpanoeramia


(Patipelada, 2020)2, que no tiene que ver con el vestir, o el actuar, sino con la idea

2
La campaña se hizo viral después de las protestas en Chile en 2020, y como repuesta al
comentario del presidente Sebastián Piñera, quien dijo “No es sólo la voluntad de los hombres de
de que el cuerpo de las mujeres ha sido objetivado, no sólo como un “elemento de
placer sexual masculino”, sino carente de sentir o desear al menos de manera
pública, sin que esto detone acciones violentas. Una de las modalidades que se
ha puesto en boga en nuestros días es el ciberacoso y ciberbullying que se
manifiesta a través de las redes sociales como Twitter, Facebook, Instagram o Tik
Tok, que incluso antes de la pandemia y el confinamiento era una de las formas de
socializar más comunes. Estos medios de comunicación que permiten socializar
con conocidos y con extraños, la vida cotidiana, pero también eventos especiales
como viajes, trabajo o cambio en una relación sentimental, también se han vuelto
un parámetro para medir lo que esta trens, cuáles son las tendencias que van
desde formas de vestir, hasta alimentación, ejercicio, baile. Uno de los elementos
que utilizamos para ejemplificar como la sexualidad y lo que la rodea se encuentra
encasillada en un tabú social, que prohíbe o crítica formas de expresión
relacionadas con esto, es el twerk, un nuevo baile que ha ganado popularidad en
los últimos años y del cual circulan videos por todas las redes sociales. Con raíces
africanas, el twerk es esa danza urbana que tiene una herencia en una danza
llamada Mapouka que surgió al oeste de África. Viene de la palabra twirk que
se describe como: “movimiento de sacudidas, contorsión o torsión” y aparece en el
diccionario de inglés de Oxford desde 1820, ya en 1901 la palabra cambió a twerk
(Lasca, 2019; Redacción Dance Emotion, 2019). Hoy se define como: “To twerk is
to dance to popular music in sexually provocative manner involving thrusting hip
movements and a low, squat stance” (Oxford Dictionary, 2014, citado en Toth,
2017, p. 292).

Definirlo como un baile sexual y provocativo, es lo que lleva a la


comprensión de la sexualidad como tabú, cuando estos comportamientos se
prohíben por su contenido sexual. Por su parte:

[…] las coreógrafas explican que consiste en un movimiento seco dirigido por la
pelvis en el que se mueven las caderas hacia adelante y hacia atrás, hacia los
costados, formando círculos e infinitas combinaciones. Sus seguidoras enumeran
varias ventajas […]: menstruaciones menos dolorosas […], mejora en las

abusar, sino también la posición de las mujeres de ser abusadas”.


relaciones íntimas e, incluso, en los orgasmos […], alivio en los dolores lumbares y
mejora de la postura, fortalecimiento de los músculos del suelo pélvico (Lasca, 2019).

Pero que también ha despertado todo tipo de críticas: “He visto caras de horror,
no he podido hablar libremente con mi familia; incluso amigas de mi edad me han
mirado de costado pensando que es algo que se hace para seducir” (Lasca,
2019).

La seducción es uno de los elementos que encierra la sexualidad, que por lo tanto
no puede ni debe manifestarte de manera pública. El problema del twerk, es
entonces que representa el cuerpo femenino en formas y movimientos que se
consideran adecuados o propios en el acto sexual, que debemos enfatizar que
sigue confinado al espacio privado, al menos para las mujeres. Al ser entonces
una manifestación de la sexualidad femenina, considerada “erótica” y provocativa
viene una vez más la idea de las mujeres “buenas y malas”, en donde quien
decide practicarlo, pero el problema fundamental está en hacerlo públicamente, se
encasilla del lado de las putas -las malas mujeres-. Rompiendo con la idea dulce
de la “madre”, aquella que parece asexuada, pues a pesar de que todos sabemos
cómo se da la procreación, la madre sigue estando representada por la idea de
“pureza” de la virgen María.

El twerk se ha convertido en tendencia, lo corroboramos en el número de


entradas que se encuentran en la red, en los videos, la oferta de clase virtuales,
pero también en los comentarios y criticas que pueden llegar al ciberacoso o
ciberbullying cuando se juzga o comparte contenido sin la autorización de la
víctima, o cuando se le envían mensajes acusatorios o invitaciones sexuales no
requeridas por considerar que al realizar este baile es “alguien fácil” o como le
siguen llamando: “de moral distraída”.

Uno de los videos que ocasiono criticas y se hizo viral es el de una joven
que después de publicar un video de Tik Tok de twerking, su papá la obligo a
agregar un video disculpándose por sus acciones, el discurso del padre era: “con
quien te disculpas -sí con tu familia- porque eres una niña de casa”, ella pidió
disculpas: “por las fotos y videos en los que me denigro”, el video genero criticas y
comentarios, pero algunos de ellos “aplaudieron, la actitud machista del hombre,
amparados, igual que él, en el paradigma tradicional del cuerpo como tabú”, otros
más a pesar de estar en contra del regaño, el argumento era que “la reprimenda
no debió ser pública”, es decir, el problema no fue que se le regañara, si no que se
hiciera de manera pública (Tendencias el tiempo, 2021), en donde además, el
principal problema es que el padre tiene derecho a decidir sobre el cuerpo de su
hija.

Esto lo podemos caracterizar como ciberacoso o ciberbullying, pues se interpretan


las acciones, basados en prejuicios sobre los roles de género y se ubica a quien
se expresa de manera libre del lado de las putas. Mostrando que la sexualidad
sigue siendo un tema tabú, al menos para las mujeres, relegado al espacio privado
y castigado cuando se hace público, pues se rompe con el deber ser, “las niñas de
casa”, que tienen “buenas calificaciones” y que fueron “educadas bien”, no pueden
hacer este tipo de “exhibiciones” de manera pública, pues no corresponden al
estereotipo de la mujer “buena”, obediente y abnegada. Así lo manifestó Liliam, al
escribir un artículo en donde hablaba del video anterior y manifestaba que el
problema no era el baile, “son sus caderas, el problema no es el baile, es su
sensualidad, sexualidad y erotismo instintivo, el problema no es el baile, es su
cuerpo […] es que es mujer” (Fondeur, 2021). Que resume lo que socialmente
sigue envolviendo a la sexualidad femenina, como un tabú que genera
prohibiciones sociales que se relacionan con roles estereotipados de género y que
llega a una violencia de género a través del ciberacoso o ciberbullying. Es una
violencia de género porque lo que se juzga es el rompimiento de la forma
estereotipada de ser “mujer” y de demostrar la sexualidad.

IV. Hacia una sexualidad femenina libre de violencia.

A pesar de los cambios seguimos viviendo en una sociedad jerárquica organizada


de manera binaria, a partir de normas y prescripciones que dictan desde los roles
y estereotipos de género el “deber ser” para el mundo femenino y masculino.
Cuando estos roles se estereotipan, representando dos formas distintas de
entender la sexualidad femenina, desde un tabú social que genera prohibiciones y
reconoce los comportamientos que entorno a esto están aceptados, genera
violencia de género, pues no sólo atenta contra la libertad y el derecho de las
mujeres de ejercer su sexualidad, sino que además crítica y discrimina a quienes a
partir de los medios deciden manifestarlo.

El twerk como una representación de la sexualidad y el erotismo vuelve a


las mujeres en objetos sexuales que no son aceptables, y pareciera que no son
personas con una vida profesional, pues no se les puede tomar enserio, a partir de
estas prácticas se les etiqueta del lado de las putas, minimizando o
desconociendo las otras actividades o roles que juegan en la sociedad.
Consideramos que pueden ser analizados como ciberacoso o ciberbullying, pues
es en las redes sociales donde ellas son etiquetadas, criticadas y acosadas por
manifestar una parte de su sexualidad que no está aceptada socialmente. Pero
además porque los contenidos que ellas publican se viralizan y se distribuyen sin
su consentimiento, con “otros”, para que ellos/ellas pueden juzgarlos como
inapropiados, para alguien que tiene una vida “respetable” o no quiera que ser
acosada.

La prevención de la violencia de género, particularmente de la que se ejerce


en contra de las mujeres, puede lograrse en la desmitificación de la sexualidad
como fenómeno social que sigue buscando la reproducción, pero particularmente
la sexualidad femenina, debe dejar de verse a las mujeres como cuerpos que
reproducen a la sociedad y proporcionan placer masculino, para considerarlos
cuerpos libres que les pertenecen a las mujeres que desean, experimentan placer
y pueden expresarlo sin que por ello se les cuestione su integridad personal o su
capacidad para ejecutar cualquier otra actividad en el mundo social y laboral.
Mientras la sexualidad femenina siga siendo un tabú respaldado por “la moral”,
seguiremos viendo manifestaciones de violencia que se justifican erróneamente en
un castigo por romper con los roles y estereotipos de género.

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