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HISTORIA MODERNA DE

ESPAÑA

TEMA 2. El modelo malthusiano de crecimiento y la


población española. Su evolución en los siglos XVI a
XVIII.
El modelo general de funcionamiento demográfico se puede comprender perfectamente
a través del análisis de un caso regional. En uno de los que analiza, por ejemplo, A.
García Sanz, en Desarrollo y crisis del Antiguo Régimen en Castilla la Vieja. Economía
y sociedad en tierras de Segovia, 1500-1814; el saldo vegetativo raras veces es positivo
en el siglo XVII y, cuando lo es, tiene una amplitud muy reducida. Ello determina un
rápido descenso de la población durante el primer tercio del siglo XVII. Hasta finales de
siglo, la alternancia de períodos de saldo positivo con períodos de saldo negativo
explica que la población empiece a crecer, aunque con gran lentitud y grandes reflujos.
Durante la primera mitad del siglo XVIII se sitúa el período de máxima expansión
demográfica. Se trata de una larga etapa de saldo positivo amplio, a finales de este
período la población alcanza los niveles de las últimas décadas del siglo XVI. En la
segunda mitad del siglo XVIII el crecimiento prosigue pero a un ritmo menos acelerado
que el anterior. Los períodos de signo positivo y de signo negativo se suceden
culminando en la catastrófica etapa de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII.

Este modelo regional nos descubre la dinámica interna que rige el movimiento
demográfico en la sociedad del Antiguo Régimen. El alza de los nacimientos sobre las
defunciones genera un excedente demográfico que es anulado por la actuación del
control positivo del crecimiento. El control positivo se pone en funcionamiento al
descender la disponibilidad de subsistencias por habitante, ya que la población ha
crecido y, sin embargo, no ha aumentado en la misma proporción la producción de
alimentos habida cuenta de que existe una inelasticidad en la oferta de nuevas tierras
que la misma calidad de las que se venían cultivando y de que la extensión de los
cultivos a tierras cada vez peores provoca la caída de los rendimientos. La onda de alta
mortalidad hace descender los nacimientos, pero crea las condiciones favorables para
que aumenten los matrimonios. Y es que parte de los antiguos propietarios y
arrendatarios de los medios de producción han muerto y los bienes que detentaban han
quedado vacantes de usufructuario. Este hecho depara la oportunidad de hacerse con
una base material para aquellos supervivientes que no habían contraído matrimonio
hasta el momento por no contar con bienes suficientes para fundar y sostener una
familia.

Por eso, tras la onda de mortalidad se produce la onda de nupcialidad, que se sincroniza
con el descenso de la mortalidad, ya que son las naturalezas más débiles físicamente las
que han sido eliminadas durante la etapa de alta mortalidad y los supervivientes son más
resistentes a la muerte. El aumento de la tasa de nupcialidad generará una onda
expansiva en la natalidad y el proceso descrito se repetirá mientras los supuestos
sociales y económicos en los que se basa no cambien. Estos supuestos son los implícitos
en la formación económico-social que puede ser definida como “formación feudal
basada en el sistema de producción de pequeños productores independientes”, en la que
el pequeño y mediano propietario y arrendatario constituyen las fuerzas sociales
dominantes en que se presenta la fuerza de trabajo.

El control negativo, es decir, preventivo del crecimiento demográfico actúa determinado


la edad en la que se contrae el matrimonio. Durante y después de cada onda de
mortalidad los contrayentes celebrarán sus esponsales a una edad temprana, lo que
determinará que la natalidad aumente, el número de hijos por familia crezca y pronto se
cicatricen las heridas provocadas por el anterior alza en la mortalidad. Conforme el
período expansivo avanza, aumentan las dificultades para realizar tempranamente el
matrimonio, ya que habida cuenta del incremento absoluto de la población, la
disponibilidad de bienes vacantes d de usufructuario se va reduciendo cada vez más. La
edad al contraer matrimonio se retrasa e incluso llega a reducirse la tasa de nupcialidad.
Este hecho frena el crecimiento demográfico antes de que empiece a actuar el control
positivo (la mortalidad). Cabe pensar que una acción suficientemente eficaz del control
negativo descarta la necesidad de intervención del control positivo, el cual sólo se
pondría en funcionamiento cuando el nivel de las necesidades a satisfacer hubiera
rebasado ampliamente el nivel de la disponibilidad de subsistencia.

La exposición realizada sobre el funcionamiento de los controles del crecimiento


demográfico ha tenido como marco la sociedad rural, pero es también aplicable a la
sociedad urbana en sus rasgos esenciales. Cabe señalar que en el medio urbano el
control positivo se comportaba de una forma más agudizada que en el medio rural, ya
que, en una sociedad preindustrial, las crisis de subsistencias afectan más duramente a
aquella población que más depende del mercado para abastecerse. Respecto al control
negativo, hay que tener en cuenta que en las ciudades la producción manufacturera, se
solía llevar a cabo en el marco de la organización gremial y que la edad de contraer
matrimonio estaba en buena medida determinada por el momento en que se conseguía la
carta de oficial o de maestro. En los períodos de alta mortalidad aumentaba la demanda
de trabajo, los salarios subían y era más fácil acceder a la condición de oficial o de
maestro.

Es entonces cuando aumenta la tasa de nupcialidad y los matrimonios se realizan a


menor edad, con lo que la tasa de natalidad se eleva. Lo contario ocurriría conforme la
población urbana comenzaba a tocar e techo de sus posibilidades de incremento que
venían definidas por la capacidad de absorber fuerza de trabajo.

Resulta evidente que este esquema de la dinámica del movimiento demográfico se


ajusta a la perfección al modelo maltusiano. Pero, a diferencia de lo que creía Malthus,
hay que decir que la población no evoluciona como una “fuerza ciega”, sino que está
condicionada por unos supuestos socioeconómicos concretos.

Una vez conocidos los flujos conviene combinarlos para ver cómo determinan la
evolución de las poblaciones humanas.

Si partimos del tamaño de la población veremos que cuando ésta crece es necesario que
aumente la superficie agrícola cultivada, con el fin de obtener los alimentos que se e
necesitan para nutrir a un número mayor de personas. El aumento de la superficie
obligará a poner en cultivo tierras de calidad inferior a las que ya se explotaban antes,
que están más expuestas en general a los riesgos de una situación climática que no sea
óptima, por lo que, con la adición de estas tierras, aumentará la irregularidad de las
cosechas. Que las cosechas sean irregulares hará que en años malos haya hambre y esto
se traducirá en un aumento de la mortalidad, a consecuencia de lo cual el tamaño de la
población disminuirá de nuevo. Lo que tenemos es el ciclo malthusiano, basado en la
idea de que la agricultura es incapaz de proporcionar los alimentos que requiere un
fuerte crecimiento de la población.

Si aumenta la población serán más los humanos que tengan que repartirse los mismos
recursos, con lo que bajarán los ingresos por cabeza. Esto significa que habrá
empobrecimiento, y la reacción normal es la de tender a retrasar la edad de casamiento.
Cuanto más se retrase el matrimonio, menor será la natalidad, porque habrá disminuido
el período de fertilidad de las madres, y la población crecerá menos. Esta disminución a
su vez, puede desencadenar un movimiento en sentido contrario: con una población
menor aumentarán los ingresos por cabeza, habrá estímulos para el casamiento a una
edad más temprana, crecerá la natalidad y, en consecuencia, la población volverá a subir
y se iniciará un nuevo ciclo semejante al primero.

El modelo de Wrigley y Schofiel es algo más rico, introduce factores nuevos al modelo
malthusiano. El punto de partida es el volumen de la población. El ciclo primario es
muy parecido al de la natalidad del primer modelo, pero en unos términos ligeramente
distintos. Lo que sigue es algo parecido al otro modelo: si aumenta el tamaño de la
producción, aumenta el precio de los alimentos y menguan los salarios reales de los
trabajadores. Si desciende el salario real, bajará la nupcialidad, y, en consecuencia, lo
hará la fertilidad con lo cual se reajustará la población a la baja. Pero en medio hay un
efecto adicional: el de las migraciones. Si aumenta el salario real, aumentará la
migración neta y la población crecerá a causa de estos desplazamientos, lo cual, a su
vez, desencadenará el efecto regulador que hará disminuir el tamaño de la población por
descenso de la natalidad. En este modelo hay dos bucles adicionales que refuerzan los
efectos de estos mecanismos. Por un lado, si el salario real sube, aumenta la demanda de
productos secundarios y terciarios; si aumenta la demanda de éstos, lo hace también el
trabajo y por tanto, la ocupación, y si sube la ocupación, también lo hace el salario real.
Este mecanismo refuerza la prosperidad de los buenos momentos, pero también agrava
la crisis en los momentos malos, porque cuando el salario real baja, lo hace también la
demanda de productos y con ésta disminuye la ocupación y, en consecuencia, el salario
real. Este es un mecanismo amplificador de los efectos de los otros, no es regulador.
Hay un segundo circuito complementario: la demanda de productos secundarios y
terciarios, con salarios reales en aumento, atrae gente de los campos a las ciudades y,
como se supone que la vida es menos sana en las ciudades que en los campos, esto hace
aumentar la mortalidad, lo que actúa directamente, y de manera inversora, sobre el
volumen de la población (y secundariamente sobre la nupcialidad).

En términos muy generales la historia demográfica reciente del Occidente europeo


presenta dos ciclos muy diferenciados. Antes del 18000 la tendencia mayor es al
estancamiento demográfico; a partir de 1700, la misma tendencia se vuelve alcista.
Desde 1348 hasta 1720 las epidemias de peste bubónica o de peste pulmonar, con otros
factores de menor cuantía, diezman periódicamente los excedentes de los nacimientos
sobre las defunciones. La población crece a corto plazo, para estancarse a largo plazo.

Con el siglo XVIII, este estado de cosas empieza a cambiar de forma radical, la peste
desaparece del ámbito de Occidente. De pronto, la mortalidad epidémica reduce su
impacto. Las consecuencias de este fenómeno son inmediatas: en adelante el plus de
nacimientos acumulado durante los años normales sobrevivirá a las crisis epidémicas. El
descenso de la mortalidad epidémica, es por lo tanto, el factor que impulsa los primeros
pasos del nuevo ciclo demográfico.

La transición demográfica y la entrada en un nuevo ciclo de población son un fenómeno


mundial. Lo que sí varía de un país a otro es la cronología. Aunque enclavada en la
vieja Europa, España ha hecho su transición demográfica y recorrido el trayecto con
unos tiempos que no coinciden con los de la mayoría de países vecinos. Antes de la
creación del registro Civil (instaurado en España en 1870) la fuente empleada son los
registros parroquiales (actas de bautismos, entierros y matrimonios). Con todo, el
aprovechamiento de los registros parroquiales no está exento de dificultades.

El antiguo régimen económico vinculaba el desenvolvimiento de la población a las


fluctuaciones de las cosechas. La dieta se basaba en los cereales panificables, mientras
la extremada deficiencia de los transportes reducía la mayor parte de los territorios a sus
exclusivos recursos. Así, la falta de grano alzaba el precio del alimento a unas cotas tan
elevadas, que significaban su privación para la masa de los consumidores, Si la
situación se prolongaba: carestía, déficit alimenticio, hambre y epidemia se conjugaban
para producir una mortalidad de dimensiones extraordinarias.
En la España de los Austrias, las puntas de sobremortalidad más altas corresponden a
los años 1589-1592, 1597-1601, 1629-1630,1647-1652, 1684-1685 1694-1695, que
son, en todos los casos, período de escasez y, en los cuatro primeros por lo menos,
también de epidemia.

La destrucción de cantidad de parejas por fallecimiento de uno o de ambos cónyuges se


refleja en un descenso de las concepciones. El número de los bautizados aumenta en los
períodos inmediatos a la abundancia, y disminuye en los momentos posteriores a la
escasez.

Es muy difícil tener un conocimiento seguro de la población de España en el siglo XVI;


no obstante, las fuentes fiscales y tributarias representan un esfuerzo de aproximación a
la realidad. La primera evaluación se hizo con fines de aislamiento militar, en 1482. Las
cifras que ofrece para los castellanos, entre 7’5 y 6 millones serían exageradas. En el
siglo XVI, varios censos incompletos fueron elaborados. Para los otros reinos se
dispone de varios empadronamientos realizados en el siglo XVI, y a principios del
XVII. Según dichas fuentes, Carande llega, aproximadamente, al repartimiento
siguiente de los habitantes para los años 1550: Castilla: 6.200.000; Canarias: 40.000;
Cataluña: 320.000; Valencia: 270.000; Navarra: 155.000; y Aragón 350.000; haciendo
un total de casi 7’5 millones. Ruiz Almansa trató de sintetizar el estado demográfico
hacia 1600, relacionando población y territorio. Corona de Castilla 8.300.000; Corona
de Aragón: 1.400.000, Reino de Navarra: 185.000; y Reino de Portugal: 1.500.00,;
haciendo un total peninsular de 11.350.000 habitantes.

Había fuertes densidades en el centro de la Península, y un reajuste del equilibrio


demográfico hacia el centro de las mesetas, y otro crecimiento en la zona cantábrica. En
el siglo XVI, uno de los rasgos fundamentales del reparto de la población es su
concentración en las ciudades. Hay un crecimiento de la población urbana entre los años
treinta y noventa del siglo XVI. En la primera mitad de dicho siglo, las ciudades
mayores rebasan los 10.000 habitantes, en la segunda mitad, los 20.000, y son pocas las
ciudades que superan los 30.000. Hay que destacar el auge de tres ciudades: Sevilla
como emporio del imperio atlántico, Valladolid como capital de la Corte, y Madrid, su
sucesora.

Los censos de 1530 a 1550, y de 1591-1594, no matizan bastante la evolución de la


población. Es necesario, pues,, acudir a otras fuentes, como: el fondo de Simancas de
los Expedientes de Hacienda; las Relaciones topográficas ordenadas por Felipe II; las
relaciones mandadas por los corregidores y justicias con motivo del repartimiento de
moriscos; y lo libros sacramentales en los archivos parroquiales.

Uno de los rasgos más significativos de la demografía española en el siglo XVI es la


importancia de las corrientes migratorias. Bajo los Reyes Católicos se computan 200.00
judíos, de los cuales debieron emigrar las ¾ partes. Sin embargo, los que optaron por la
conversión constituyeron fuertes núcleos en Cataluña y en las islas Baleares.

Los moriscos serán un millón, más o menos (235.000 para la Corona de Aragón, y
400.000 para Castilla, la mitad de ellos en Granada). Después de la pragmática de
Felipe II en 1566 sobre la integración de los moriscos en la comunidad cristiana, se
produce el levantamiento de las Alpujarras en 1568, que tendrá como consecuencia una
política de dispersión de los irreductibles a través de Castilla. Tras la expulsión de 1609,
la mayoría se trasladó a Castilla.

El segundo tipo de migraciones internas resulta de una sobrecarga demográfica que


empuja a los elementos más dinámicos o más apremiados por la pobreza a buscar
auxilio en comarcas de menor vitalidad demográfica o de intensa emigración. Es el caso
de la España norteña; o en la región central, de ciertos pueblos de La Mancha. Madrid,
hecha corte después de 1560, atrae a esta población periférica.

Uno de los fenómenos demográficos más importantes es la inmigración en Cataluña de


los franceses. Vienen a llenar el vacío humano abierto por la peste negra en el siglo
XIV, y ahondado por la crisis económica del siglo XV.

En resumen, en la península Ibérica hubo un fuerte aumento de población hasta los años
1560-1570, que cambió en estancamiento a fines del siglo XVI.

TEMA 3. El nacimiento de la España moderna: el reinado


de los Reyes Católicos
TEMA 4. El crecimiento agrario y sus efectos sociales.
Los dos aspectos que configuran jurídica y realmente la propiedad de la tierra feudal
son:

- La amortización de la propiedad es una característica básica de la tierra en estos siglos.


La iglesia amortiza en sus manos la tierra, de modo que no cabe su enajenación. La
nobleza vincula sus patrimonios con consecuencias análogas; la misma corona o los
pueblos gozan de mecanismos amortizadores… La tierra o los derechos de propiedad
quedan unidos por los siglos a determinadas instituciones o familias.

La titularidad de derechos de propiedad es comunal en muchos supuestos; los bienes de


los pueblos constituyen patrimonios colectivos con caracteres propios.

- De otra parte, las relaciones de propiedad se hallan ligadas a las relaciones señoriales o
poderes y derechos de los grandes señores sobre los pueblos y sus tierras. Los señores
poseen tierras y jurisdicción, asientan sus campesinos en sus dominios a través de
censos señoriales o, también a través de arrendamientos u otros contratos.

Debido a la dependencia señorial, buena parte de las tierras en la Corona de Aragón se


hallan sujetas a censos. En Castilla en cambio se ha establecido un sistema generalizado
de propiedad plena, cedida por los señores en arriendos; mientras, en Galicia o en
Asturias predominan los foros.

La Mesta influyó con sus privilegios en los derechos de propiedad de los pueblos o de
los particulares, con sus reservas de pastos y sus prohibiciones de cerramiento o
cercado, hasta el siglo XVIII.

1. La amortización de la tierra, mayorazgos y comunales

Las tierras se encuentran en manos de la iglesia y sus instituciones, de la nobleza, de la


corona o de los pueblos. Su característica general estriba en no poder ser enajenadas. En
conjunto, se produce un proceso de amortización creciente, ya que se realizan nuevas
adquisiciones, cerrando posibilidades de circular las propiedades.

Amortización del patrimonio eclesiástico


Las iglesias y monasterios están bajo la protección especial del monarca, que desde
antiguo les había concedido la amortización de los bienes que adquirían.

Los súbditos se quejarán del acrecentamiento paulatino del patrimonio eclesiástico, que
reducía la propiedad libre. Intentarán poner dificultades a los clérigos y la iglesia para
que adquieran bienes. Pero sin resultado.

El monarca y los pueblos tienen marcado interés en evitar las adquisiciones en


realengos de la nobleza, las órdenes militares o religiosas, la iglesia en general. En
algunos fueros se establecen disposiciones antiamortizadoras que procuran poner coto a
este proceso. La propiedad eclesiástica, en general, suponía el estancamiento en manos
de tierras en manos de la iglesia, una amortización privilegiada y exenta…

Patrimonio nobiliario: mayorazgos.

Al igual que la iglesia, también la nobleza procuró la vinculación familiar de sus bienes,
sustrayéndolos del circuito comercial. Son los mayorazgos institución jurídica que se
extiende en España entre los siglos XIV y XIX. Su origen parece estar en las mercedes e
Enrique II que se atrajo a la nobleza con sus donaciones. Para paliar un tanto estas
mercedes, sus sucesores permitieron la constitución de mayorazgos familiares, para que,
en caso de no haber descendencia, revirtiesen a la corona. El mayorazgo es un acto de
disposición de bienes mediante el cual el cabeza del mismo determina unir un conjunto
de bienes y los reserva a sus descendientes en un orden preestablecido de sucesión,
determinando su imposibilidad de enajenarlos por cualquiera de los sucesivos
poseedores y sin que se puedan ejecutar por deudas. El orden de mayorazgo suele ser de
primogenitura.

Los mayorazgos recaen en las propiedades territoriales y señoríos con todas sus rentas,
jurisdicción y tributos; también sobre censos, muebles, etc. Los mayorazgos son
imprescriptibles, inalienables y tan sólo se puede reclamar contra ellos las cantidades
invertidas en su mejora. Suponen un fuerte sostén económico para la nobleza.

Patrimonio real

Antes del siglo XIX es difícil su delimitación, porque al reino pertenecían, entre otros:

- Las rentas públicas o impuestos establecidos en los diversos reinos.


- Algunas propiedades especiales, como minas, salinas y otras.

- Los palacios, castillos, ciudades y villas de realengo, tierras, propiedades y señoríos.


Los bienes vacantes y baldíos pertenecían también a la corona.

- Productos de la guerra.

A la altura del siglo XVIII encontramos un gran interés por el patrimonio real en
Castilla, así como los deseos de recuperar lo que fuere posible. E n cambio, en otros
reinos, sus posesiones serán mayores, porque el real patrimonio goza de privilegio de
amortización.

En todo caso, la propiedad real no gozaba de un estatuto estricto y privilegiado de


amortización, por lo cual se desmembraría más fácilmente que las otras consideradas.

Bienes comunales

Además de las extensiones de tierra pertenecientes a la iglesia, la nobleza o la corona,


otra buena porción del territorio estaba en manos de los municipios desde la edad
media. Su atribución era colectiva, no individual; la prohibición de enajenar los
comunales producía su amortización en manos de los pueblos. Se, distingue entre estos
bienes, dos tipos o clases: bienes comunales y bienes propios. Los primeros serían
aquellos cuyo uso puede hacerse por todos los vecinos. Junto a ello se distinguían otros
que no eran susceptibles de aprovechamiento común, aun cuando sus rentas ingresaban
en la hacienda municipal.

Sobre estos bienes, se centró una larga lucha desde la edad media: el rey pretende
poseer la propiedad de los baldíos, a veces de otros comunales, y, sobre todo, los
señores discutieron a los pueblos el dominio de los mismos.

El antiguo régimen hasta el final protegía estas propiedades de los pueblos, para su
mantenimiento y subsistencia. Eran propiedades amortizadas, de las que no cabía su
enajenación sin el real permiso. Los pueblos no tenían dese de su desaparición, pero la
desamortización los pondría a la venta por necesidades de la corona y del Estado y el
deseo de las nuevas clases en el poder de poseer tierras terminaría con los propios. De la
vieja propiedad comunal de los municipios se pasaría a la propiedad individual.

2. Señorío, propiedad y jurisdicción.


La propiedad se encuentra ligada a jurisdicciones señoriales y, en general, a los
señoríos. Los señores poseen jurisdicción sobre los campesinos asentados en sus tierras
y sobre otros que tal vez vivan en tierras propias o dedicados a otras actividades. Los
señoríos son laicos o eclesiásticos. Las facultades o derechos del señor son:

- Jurisdiccionales, que son la administración de la justicia (limitada por la real en buena


parte) y el nombramiento de oficios del concejo.

- Pagos por razón de las tierras, principalmente por censos, así como los tributos que
recaen sobre la tierra.

- derivaciones del poder que tienen los señores feudales: no ir a la guerra, yantar o
derecho a comer… Junto a estos tributos los señores poseen otros derechos de
monopolio del hornos molino, almazara…, así como privilegio de vender antes sus
cosechas, etc. Los señoríos en la península mostraban dos tipos diferentes:

- En Castilla y Andalucía los señoríos y sus tierras pertenecían al señor o a otros


señores, a nobles y clérigos; incluso a los habitantes de las cercanas ciudades, que
habían adquirido estas tierras y, también los campesinos eran titulares de las mismas. Lo
más frecuente era que el señor titular tuviese la mayoría de la propiedad de su señorío;
mediante arrendamientos lograba elevadas rentas, mientras los productos de la
jurisdicción eran de menor importancia.

- En Valencia o en Cataluña, los señores aparecen con las tierras cedidas en censos
enfitéuticos, por los que reciben una pensión en dinero o en frutos por el dominio
directo que conservan sobre ellas, así como un laudemio, cuando el enfiteuta enajena el
dominio útil de la tierra. Por su parte, los enfiteutas explotaban sus campos bien
mediante arrendamientos, aparcerías o con el cultivo directo.

3. Precisiones sobre los contratos agrarios

Las relaciones de propiedad sobre la tierra dan lugar a diferentes “contratos agrarios” o
mecanismos través de los cuales se especifican las conexiones entre cuantos participan
de su explotación y sus rentas. En la edad moderna hispana la variedad de situaciones es
amplísima, las claves podrían ser las siguientes:

- La historia tiene importancia como configuradora de situaciones que responden a


épocas más antiguas; la existencia de censos perpetuos sobre las tierras retrotrae su
explicación a épocas muy anteriores, de modo que en el siglo XVIII se puede percibir la
herencia de siglos pretéritos con situaciones que responden a otros momentos.

- El poder de los señores es decisivo para entender las situaciones. La jurisdicción que
tienen los señores y sus grandes fortunas determinan que, todavía en el XVIII, sea
decisivo su interés o sus ideas para la estructuración de la propiedad.

- Hay que tener en cuenta los intereses de campesinos, nobles, burgueses, clérigos… La
dispersión o evitación del riesgo significa que para el propietario es preferible la renta
fija, mientras el campesino estará más resguardado con la aparecería o la partición de
frutos (si la renta es monetaria, la inflación o devaluación es gran riesgo); o los costes
de transacción en un determinado contrato, supone los costes de negoción o dificultades
de la misma y los costes de aseguramiento de las respectivas aportaciones de las partes
y de la distribución el producto.

- Las posibilidades jurídicas son muy variadas y todas ellas aparecen en el Antiguo
Régimen.

Arrendamientos y aparcerías

Los arrendamientos son formas usuales en el Antiguo Régimen, incluso a nivel de la


hacienda pública, que con ellos se libera de organizar el servicio y sus problemas, y se
asegura unos ingresos ciertos. También los señores arrendaban, en conjunto, todas las
rentas que le produce n sus señoríos con ambas finalidades.

Los arrendamientos están extendidos por toda la península. En Castilla o en Andalucía,


en el siglo XVIII, los propietarios de las tierras (señores, nobles, clero, burgueses)
arriendan las mismas por períodos usualmente de cuatro a diez años. Empiezan a surgir
grandes arrendatarios en algunas zonas. Los enfiteutas poderosos en Valencia y en otras
zonas, cultivan sus tierras por jornaleros o bien mediante arrendatarios.

La duración del contrato puede establecerse por las partes, en cuyo caso durará todo este
tiempo, aunque muera alguna de las partes, si bien cabe que el dueño de la tierra
resuelva el contrato devolviendo lo que recibió.

Los arrendamientos se van renovando a lo largo de los años, con nueva escritura o
estipulación, pero siempre con la posibilidad de cesar en la relación.
Los contratos de aparcería son verbales muchas veces, son contratos en virtud de los
cuales propietario y campesino se ponen de acuerdo para suministrar la tierra y el
trabajo respectivamente, señalando las aportaciones de cada uno en semilla, animales,
etc., y dividiendo por partes alícuotas las cosechas. Diversifica el riesgo, a la vez que
facilita el acceso a la tierra a campesinos sin medios.

Los censos y sus funciones

Los mecanismos censuales pueden agruparse en dos tipos: los unos, destinados a asentar
campesinos sobre las tierras, y otros, destinados a proporcionar crédito a la agricultura o
a otras necesidades.

a) Son una forma de establecimiento de personas en tierras y casas, propia del


Medievo.
b) El censo consignativo cumple una función de préstamo de capitales a la
agricultura,

Desde otra perspectiva, los censos son de dos tipos: señoriales, en cuanto expresan y
recogen a través de ellos las prestaciones de los campesinos a favor de los señores, y no
señoriales. El señorío supone unas prestaciones de los vasallos a favor del señor, en
frutos o en dinero.

Junto a los censos señoriales, en los realengos o en los mismos señoríos, se establecen
censos enfitéuticos para la explotación de las tierras o censos consignativos para invertir
y recibir una rentabilidad.

Caracteres y tipos de censos

- El primer carácter de los censos es la gama extensa de sus figuras.

Un censo es, fundamentalmente, una carga real, perpetua o de larga duración sobre las
tierras en forma de pensión dineraria o en frutos. También se cargan sobre casas o
inmuebles en general y sobre rentas o ingresos.

- En segundo lugar, es evidente su carácter real.

- Tercer punto, los censo son perpetuos o temporales.

Los tres tipos clásicos de censos:


- El censo enfitéutico es el más antiguo y estaba muy extendido en Castilla y
especialmente en la Corona de Aragón. Los censos perpetuos suelen tener carácter de
enfitéuticos. Se caracteriza por ser una división del dominio útil entre quien disfrutota
del dominio directo y quien tiene el útil. Este queda obligado al pago de la pensión. Si el
enfiteuta o dueño útil quiere vender la cosa, debe comunicarlo al dueño directo y,
asimismo, debe pagarle el laudemio, que es una quincuagésima parte del precio.

- En el censo reservativo, una persona pasa su propiedad a otra, a cambio de una


pensión.

- En el censo consignativo, se recibe un capital sobre la finca propia, obligándose a


pagar una pensión.

4. La ganadería y la Mesta

En el reinado de Alfonso los ganaderos logran formar el Honrado Consejo de la Mesta,


que organiza la trashumancia generalizada como cabaña real, con numerosos privilegios
frente a los agricultores.

La Mesta estaba formada por pequeños ganaderos. En Los ganados mesteños poseen sus
cañadas, por las que se desplazan hacia los pastos de invierno o de verano, que poseen
por privilegios o que arriendan a pueblos, señores u órdenes. Los finales de la Edad
Media y el reinado de los Reyes Católicos y sus sucesores significaron el
fortalecimiento de la Mesta. En síntesis, los privilegios ganaderos son los siguientes:

- Protección de las cañadas o pasos del ganado, sin que sean roturadas o adehesadas
bajo ningún concepto.

- Reservas de pastos para los ganaderos mesteños, arrendándoles la corona extensos


territorios de realengo y de las órdenes militares, así como, en general, sobre los pastos
de los pueblos.

- Pero estos anteriores privilegios supondrían estrictas limitaciones para la agricultura,


en más de un sentido. Los monarcas católicos y sus sucesores prohibieron la
transformación de los pastos en terrenos de cultivo, con la limitación que suponía para
sus propietarios.
- Para evitar costes a los mesteños, no sólo se establecieron algunas tasas de los pastos,
sin el más grande de los privilegios de los ganaderos: la llamada ley de posesión.

- La jurisdicción especial de los alcaldes entregadores de la Mesta suponía que todos los
conflictos sobre ganados deberían verse ante ellos.

La ganadería mesteña significó hondas limitaciones para la propiedad rural en el


Antiguo Régimen

LA EXPANSIÓN AGRÍCOLA

Como la población, las disponibilidades alimenticias crecieron en el transcurso del siglo


XVI. El aumento de la producción agraria fue estimulado por el alza de la demanda,
pero al mismo tiempo fue posible porque pudo contar con una fuerza de trabajo;
asimismo, el incremento del nivel de subsistencias no sólo aseguró el crecimiento
demográfico, sino que sostuvo también el proceso de urbanización característico del
Quinientos. Por último, puesto que los habitantes de la mayoría de las ciudades
realizaba un consumo agrario indirecto, es decir, no producía directamente lo que
precisaba para subsistir, y habida cuenta de que dicha proporción no cesó de crecer, los
estímulos para producir más se mantuvieron activos a lo largo de todo el siglo, lo que se
traduciría a su vez en una comercialización cada vez mayor de la agricultura.

Cultivos y producciones

Los cereales, que representaban aproximadamente las tres cuartas partes del conjunto de
la producción agrícola y eran objeto de una demanda inelástica respecto al ingreso y al
número de población, fueron los que experimentaron una mayor progresión. El trigo,
cereal panificable por excelencia y alimento básico de la población, ocupaba la primera
posición. Otros cereales con menor importancia fueron la cebada, el centeno, la avena,
las leguminosas… En ciertas regiones del norte eran conocidos también el panizo, y el
mijo.

La vinicultura conoció asimismo una notable expansión en el siglo XVI y durante la


primera mitad del XVII. Diversas circunstancias concurrieron para que este hecho se
produjera: en primer lugar, el ser el vino un componente sencial de la dieta cotidiana; y
en segundo lugar, el constituir uno de los pocos productos que el campesino podía
comercializar y que le procuraba el dinero necesario para emplearlo en otros
menesteres. La extensión del viñedo también tuvo bastante que ver con las facilidades
dadas a los campesinos por los propietarios de la tierra a la hora de efectuar nuevas
plantaciones.

Por el contario, el olivar estaba lejos de alcanzar en el siglo XVI la extensión que
ocupará después. No obstante, su expansión a lo largo de la centuria está
documentalmente probada en mucho sitios, pues el aceite era otro producto objeto de
una fuerte demanda, tanto para usos domésticos como industriales. La demanda del
Nuevo Mundo impulsó nuevas plantaciones de olivos.

El desarrollo paralelo de la actividad manufacturera en el transcurso de la centuria


alentó estos cultivos, especialmente los orientados a suministrar fibras (lino, seda,
cáñamo, esparto) y colorantes a la industria textil. Aparte de estos cultivos industriales,
sobresalían otros que, aun cuando estaban destinados al consumo humano, tenían
asimismo una marcada orientación comercial. Son los casos de la caña de azúcar y el
arroz.

Durante el siglo XVI, de aumento constante y sostenido de la producción agrícola, se


registraron frecuentes años malos debido a la incidencia negativa de las alteraciones
climáticas, plagas de langosta u otros accidentes diversos causantes en definitiva de ese
ritmo fluctuante de las cosechas típico de las economías agrarias del Antiguo Régimen.
Dicho crecimiento se habría multiplicado por dos de los niveles de partida. La
interrupción de la tendencia expansiva tuvo lugar, prácticamente en todas partes, antes
de que concluyera la centuria: a finales de los años ochenta, coincidiendo el tiempo con
el reflujo de la población, en aquellas regiones que contaban con altos índices de
densidad humana, y más tempranamente en otras que prosiguieron su crecimiento
demográfico hasta finales del Quinientos.

Las explicaciones del incremento productivo

Durante el siglo XVI no hubo una intensificación de la actividad agraria ni un aumento


sensible de los rendimientos capaces por sí mismos de justificar el aumento de la
producción registrado. En lo esencial, siguieron utilizándose los mismos aperos y el
mismo utillaje agrario que en la Edad media, lo que indica que no se produjo ningún
avance técnico fundamental. Tampoco existe constancia documental alguna de que los
sistemas de roturación de los cultivos conocieran, a nivel general, una intensificación
que permitiese aumentar el número y la cuantía de las cosechas sobre una misma
superficie. Más bien, lo que se observa por doquier es la pervivencia de los sistemas de
rotación tradicionales. El bajo nivel técnico, la escasez de abonado, los imperativos del
suelo y del clima, las diversas restricciones de índole político-institucional relacionadas
con la estructura de la propiedad, las formas de explotación de la tierra y las
servidumbres impuestas por las propias comunidades campesinas, reducían
considerablemente los márgenes de maniobra.

Se deben minimizar asimismo los efectos que como factor de intensificación


desempeñaron algunos productos como las leguminosas o ciertos cultivos industriales,
pues su participación en el conjunto del producto agrícola era muy pequeña. Los
regadíos estaban poco extendidos y los existentes procedían en muchos casos de siglos
anteriores, y aun de la época romana. Por último, no hay que olvidar que al lado de
algunos avances se registraron también evidentes retrocesos: la dispersión de los
moriscos granadinos tras la rebelión de las Alpujarras de 1568-1570 y la expulsión
definitiva de la población musulmana en 1609 fueron dos decisiones políticas que
afectaron al complicado sistema de riesgos de numerosas de comarcas del antiguo reino
de Granada, del Levante y de Aragón.

En una agricultura como ésta, por tanto, el aumento d ela producción sólo podía
conseguirse mediante la reorganización del aprovechamiento del terrazgo y, sore todo, a
través de la extensión de la superficie cultivada.

La reorganizadción del aprovechamiento del terrazgo fue el resultado de la adopción del


sistema de hojas de cultivo. Dicho sistema suponía la división de la superficie cultivada
de cada término municipal en dos, tres o más hojas, cada una de las cuales era semprada
alternativamente. Ello buscaba una doble finalidad aprovechar al máximo los recursos
agrarios disponibles mediante una racionalización de la actividad agraria; e integrar la
explotación ganadera en la explotación agrícola en unos momentos en los que el
aumento de la población presionaba sobre la producción de alimentos y las superficies
dedicadas a pastos. Este segundo objetivo, se procuraba conseguir con la práctica de la
derrota de mieses, en virtud de la cual se permitía a los ganados del término, una vez
alzadas las cosechas, entrar en las tierras recién cosechadas y permanecer en ellas hasta
las primeras labores de la barbechera. De esta forma, los ganados disponían anualmente
de una parte de las tierras del terrazgo donde pastar libremente, que junto con los
espacios dedicados específicamente a este fin, ampliaban las posibilidades de
sostenimiento de una cabaña ganadera estante numerosa. Además, durante ese tiempo
las tierras se beneficiaban del estiércol de los animales, quedando protegidas, una vez
sembradas, de la posible invasión de los ganados.

En muchos sitios, la implantación del sistema de hojas de cultivo conllevaba también la


existencia de los llamados pagos de viñas, esto es, de ciertos parajes en los términos
municipales donde se concentraban las viñas con vistas, por un lado, a protegerlas de la
invasión de los ganados y, por otro, aprovechar para pasto las tierras que ocupaban
durante los meses posteriores a la vendimia. El sistema se completaba con una
regulación muy precisa del aprovechamiento del monte y de otros espacios incultos por
parte de los concejos y con la aceptación mancomunada por todos los vecinos de las
sujeciones y servidumbres de tipo colectivo que de su vigencia se derivaban.

La redacción en numerosos lugares de ordenanzas municipales nuevas o la


reelaboración, en otros muchos, de las antiguas, siempre con el fin de incorporar las
reglamentaciones y usos comunitarios dimanantes de dicho sistema, fueron actuaciones
que proliferaron precisamente por esas fechas. En esta tesitura, por tanto, no quedaba
más remedio, si se quería garantizar el aumento continuado de la producción que
extender la superficie labrantía, cultivando más tierra y aplicando a la actividad
productiva agraria más trabajo y más capital.

La elevación de la renta de la tierra y el alza de los precios de los productos agrarios a lo


largo de la centuria constituyen sendas evidencias de este “hambre de tierras” y de la
presión de la demanda sobre una oferta que no creía al mismo ritmo.

EVOLUCIÓN DE LA CABAÑA GANADERA ESTANTE Y TRASHUMANTE

La evolución de la cabaña ganadera integrada en el Honrado Concejo de la Mesta


resulta bien conocida desde el momento en que hacen su aparición los registros del
servicio y montazgo, impuesto que gravaba el tránsito de los ganados trashumantes a su
paso por los puertos. La reducción de las exportaciones laneras inglesas desde mediados
del siglo XIV fue la gran ocasión aprovechada por las lanas castellanas para afianzarse
en el importante mercado de los Países Bajos. Hasta la segunda década del siglo XVI, el
número de ganados trashumantes siguió creciendo, aunque de forma modesta. A partir
de 1526 la cabaña trashumante disminuyó lenta pero progresivamente.
Hay que identificar la evolución a la baja de la ganadería mesteña con la progresión de
los cultivos y el retroceso paralelo de las superficies. Desde el reinado de los Reyes
Católicos en adelante, se instó insistentemente a los pueblos a retornar a pastizales las
tierras que hubiesen sido roturadas, o la adopción de la trashumancia por parte de los
ganados riberiegos desde mediados de la centuria como consecuencia de la progresiva
reducción de las áreas de pastizal en los pueblos de origen. La abundancia de los
terrenos comunales, la temprana reorganización del terrazgo en hojas de cultivo y la
implantación del sistema de derrota de mieses pudieron haber contribuido a aumentar de
tamaño los rebaños estantes en detrimento de los trashumantes.

A partir de la liberación definitiva en 1566 de la saca de la moneda, los banqueros del


monarca ya no estuvieron obligados a reembolsarse de sus préstamos en productos
castellanos. Uno de esos productos era la lana, que a partir de ese momento dejó de
interesar a los acreedores del monarca. A resultas de ello, las partidas de lana
comenzaron a sobrar y sus precios se hundieron. Desde la década de los cincuenta y con
profusión durante los años setenta y ochenta, vastas extensiones de terrenos baldíos y
comunales se enajenaron, bien como resultado de las ventas decretadas directamente por
la Corona para saldar el déficit de sus cuentas, bien por efecto de las llevadas a cabo por
los propios concejos para afrontar las cargas de diverso tipo que pesaban sobre las
comunidades campesinas. De esta forma, amplios espacios para pastos fueron
privatizados en provecho de unos pocos, circunstancia que para numerosos campesinos
supuso la pérdida progresiva de unos terrenos pastoriles.

En todos los sitios el incremento demográfico característico del siglo XVI trajo consigo
la reducción de las tierras destinadas al pastoreo y, consecuentemente, la disminución
del número de cabezas de ganado que en ella se podían mantener. Pero el que tal cosa
ocurriera en un país tan vasto y tan poco poblado como España no hace sino poner al
descubierto la debilidad de unas estructuras agrarias incapaces de garantizar el
crecimiento armónico de dos actividades que, antes de excluirse, se complementaban.

LA TRADICIÓN COMUNITARIA

Principios y origen de la propiedad pública

La Reconquista de Castilla a los musulmanes y la repoblación del territorio por los


cristianos tuvo el efecto de reforzar y regular legalmente la propiedad pública. Debido a
que el éxito de la Reconquista era en gran parte atribuido al esfuerzo real, toda tierra
rescatada del enemigo quedaba a disposición del rey, que a su vez podía otorgarla según
su beneplácito. Además el monarca castellano podía invocar la antigua tradición
germánica según la cual toda propiedad sin dueño pertenecía a la corona; y al principio
romano según el cual toda propiedad sin dueño pertenecía al Estado.

Tierras de la corona y baldíos

Durante la Reconquista los monarcas de Castilla intentaron atraer nuevos colonos a las
zonas recién conquistadas, y para ello hicieron generosas concesiones de tierras a sus
aliados militares y a los colonos que estuvieran dispuestos a ocupar y colonizar los
nuevos territorios. Todas las tierras que no hubieran sido asignadas por concesión real
seguían siendo teóricamente patrimonio de la corona. De ahí que estas tierras fueran
conocidas con el nombre de “tierras realengas”. Los monarcas, ansiosos por promover
la colonización de los territorios reconquistados, se mostraron generosos en los
permisos que concedieron para la utilización pública de dichas tierras. Debido a que los
terrenos mejores siempre eran los primeros asignados en las otorgaciones reales, las
tierras realengas solían ser de inferior calidad. Estas extensiones de tierras eran también
conocidas como “tierras baldías” o “baldíos”. Debido a los privilegios de libre uso
asociados a las tierras realengas, los baldíos estaban considerados como dominios
públicos, aunque bajo control real.

Durante el primer período de la recolonización de los territorios reconquistados a los


musulmanes, gran parte de los territorios fueron tierras baldías. Las primeras
concesiones de estas tierras fueron hechas a grupos de colonos que fundaron
poblaciones bajo jurisdicción real (realengos) o señorial. En ambos casos los colonos
utilizaron individualmente las tierras, en la medida que las necesitaron para sus cultivos,
pero el resto permaneció libre para el uso comunal. Hay que resaltar la variable calidad
de estos terrenos, lo más frecuente es que fueran terrenos e monte con una densidad de
vegetación variable, destinados a muy diferentes usos.

El uso más típico de los baldíos era el pastoreo. La puesta en cultivo de parte de los
baldíos había reducido los patos existentes; por ello, en muchas zonas estaba prohibido
el cultivo en las tierras realengas. En algunos sitios, los baldíos que se empleaban para
el cultivo eran de calidad marginal, debido a la propia naturaleza del suelo o a la mala
utilización del mismo. Por otra parte se daban zonas con baldíos excepcionalmente
fértiles.

Presura

La ocupación de tierras por prescripción, conocida como “presura”, tiene su origen en la


reconquista, cuando los territorios de los musulmanes eran tomados y ocupados por las
armas. El derecho de presura fue otorgado a los colonos que se asentaron al norte y al
sur del río Duero. A presura era el derecho de posesión mediante la ocupación. Los
terrenos ocupados podían ser destinados para diferentes usos: para pastos, para plantar
árboles, o para otros cultivos. La ocupación de nuevos territorios por presura, dando que
en principio eran tierras de la corona, se hacía con el permiso tácito o expreso del
monarca. La presura podía incluso ser efectuada por el propio rey, aunque generalmente
delegaba la supervisión de la misma en algún noble o autoridad eclesiástica.

En ciertos casos, la posesión a través del derecho de presura equivalía a obtener también
el derecho de propiedad, pero en otros casos no.

La derrota de mieses

La derrota de mieses era la combinación de una serie de derechos comunales y privados


adecuada a la relación de complementariedad existente entre la agricultura de cultivo y
la ganadería de pastoreo de la Edad Media y principios de la Edad Moderna. De acuerdo
con esta tradición, los derechos privados sobre los campos se limitaban al período
comprendido entre la siembra y la cosecha. Al terminar la cosecha todo propietario de
campos de cereales o de prados estaba obligado a abrir sus tierras al ganado de la
población en general. En dicho período todo el territorio de una localidad se convertía
en una especie de terreno comunal abierto a todo el ganado de la zona. Al comenzar la
nueva siembra volvían a restablecerse los derechos individuales sobre los terrenos
cultivados. A derrota se basaba en la necesidad de mantener un suministro suficiente y
accesible de pastos para el importante sector ganadero de la economía rural.

La importancia del sistema comunitario

Las localidades castellanas de finales de siglo XVI consideraban que los diferentes tipos
de propiedad comunal eran altamente beneficiosos y de gran importancia para su
bienestar económico.
Resulta indudable la importancia del papel que desempeñó el sistema comunitario. Allí
donde había terrenos de labranza comunales cualquier vecino podía elevar su nivel de
vida cultivándolos. Los e tenía que pagar renta alguna por la utilización de tierras
comunales y baldíos, lo que permitía que el labrador común, que no disponía de mucho
recursos, utilizara estas tierras sin tener que preocuparse de la renta ni de las
responsabilidades que supondría su propiedad.

Mecanismos jurídicos de protección del sistema comunal

La ley de Toledo de 1480 ordenaba a los corregidores, representantes de la justicia real


y funcionarios investigadores, aceptar y recoger las quejas y reclamaciones que
presentaran las municipalidades en relación a la usurpación de sus propiedades.

Bienes comunales intermunicipales

Era frecuente que los pueblos castellanos, además de disponer de sus propios bienes
comunales, compartieran los derechos comunales sobre ciertos terrenos, u otro tipo de
bienes, en una forma de uso intercomunal. Durante el siglo XVI existían en Castilla
terrenos comunales intermunicipales, que llegaron a constituir verdaderas
confederaciones de poblaciones.

Las principales comunidades intermunicipales fueron verdaderamente enormes y


precisaban una organización que protegiera los intereses de todos sus miembros. El
centro administrativo estaba generalmente constituido por una ciudad o población que
representaba el núcleo de un grupo de aldeas libres. La comunidad intermunicipal
estaba administrada por una junta comunera. Los derechos comunales intermunicipales
eran de distintos tipos. Algunos se limitaban a la utilización en común de los baldíos y a
la reciprocidad de los derechos de derrota de mieses en los campos de rastrojo de las
diferentes municipalidades. Otros en cambio incluían, o se limitaban, a los derechos de
pasto en las dehesas de los pueblos miembros de la comunidad.

Los derechos comunitarios más generalizados eran los de pastoreo, aunque existían
también muchos terrenos comunales de labranza compartidos por diferentes municipios.
Los privilegios intercomunales eran ampliados a menudo, a fin de que se abarcaran
también la utilización del monte comunal.
TEMA 5. La evolución de las manufacturas, el crédito y la
presión fiscal, y sus efectos en el mercado.
ARTESANÍA E INDUSTRIA

En los pueblos, la artesanía cubre las necesidades más elementales: algunos oficiales del
textil para abastecer a la gente en paños bastos, los imprescindibles herrador, herrero y
alfarero.

El taller es la estructura fundamental de este sector secundario: un maestro con media


docena de oficiales, que enseñan el arte a dos o tres aprendices sin olvidar los
rudimentos de lectura y escritura.

En las ciudades y los pueblos más importantes, una organización gremial, protege y
controla a sus miembros: organiza los exámenes de capacitación en el oficio, vigila la
observancia de las ordenanzas gremiales, y en caso de necesidad, subvenciona el
entierro de los cofrades.

Los alicientes del mercado obligan a los artesanos a reunirse bajo la égida de un
mercader o de cualquier entidad adinerada para rentabilizar y comercializar su
producción.

A principios del siglo XVI, el sector textil queda muy “atomizado”, tanto en sus
estructuras de producción como en su geografía. Está presente en toda la Península, en
el campo como en las ciudades y villas: es el ramo mayor de la actividad económica.

A principios del siglo XVI, el sector textil está en crisis. Los paños no tienen las
cualidades de fabricación para resistir la competencia internacional y satisfacer los
deseos de una clientela más exigente.

Como la batanería y la tintorería necesitan importantes inversiones, los tintoreros y


algunos tejedores se convierten en mercaderes. Luchan contra los gremios para ocupar
un sitio privilegiado en la producción textil. Intentan independizarse de las normas
gremiales, y exigen a la facultad de intervenir en la elaboración de los paños sin
someterse a los exámenes de los veedores, con más o menos éxito.
Predomina el Domestic System hasta los años sesenta, en que los mercaderes-hacedores
de paños-tintoreros dan la materia prima a los artesanos para que en sus diversos
domicilios la vayan sucesivamente transformando por un tanto alzado. Después de los
años sesenta prevalece el Factory System, en el que, para una eficacia mayor frente al
cerrilismo gremial, se trata de integrar las diferentes operaciones en una unidad
empresarial. Pero esta tendencia a la contracción provoca el fracaso de los artesanos
independientes.

La sedería es otro ramo mayor de la industria textil. Su peculiaridad procede de su


arraigo en las comunidades moriscas. En el área de la lencería, el balance es menos
positivo.

Los reyes quisieron sellar su política imperial con unos monumentos emblemáticos. En
este caso, ya no se trata de artesanía sino de empresas financiadas por entidades
adineradas capaces de promover una actividad arquitectónica de tipo protocapitalista.
Estas inversiones en la arquitectura permitieron a muchos artesanos ejercer en
condiciones óptimas su oficio, detener, en cierta medida, la evasión del oro y de la plata
de Indias al extranjero.

Todas las ciudades de la Península, en la época moderna, establecen ordenanzas para la


labor de los cueros, y para los gremios del ramo como curtidores, pellejeros, silleros y
guarnicioneros.

Se pueden distinguir dos tipos de establecimientos siderúrgicos: los que obtienen hierro
a partir de la vena mineral, y los que se limitan a transformarlo. En los progresos
introducidos en la siderurgia, hay que señalar:

1) Al principio del siglo XVI, la aplicación de la energía hidráulica a la mecánica


del martinete.
2) A fines de la centuria, ante las necesidades de la guerra, que obligan a aumentar
la producción de hierro para los cañones y los proyectiles, abundan los proyectos
para introducir las novedades tecnológicas del norte europeo., pero habrá que
esperar al siglo XVII para presenciar su realidad.

El avance de esta industria tiene dos causas:


1) La coyuntura militar. La artillería se vulgariza durante el siglo XVI. A principios
de esta centuria se crearon establecimientos de fundición de piezas de bronce.,
siguiendo la fabricación de cañones en hierro batido. Pero el bronce cuesta muy
caro, como el hierro de forja, que sirve solo para las piezas menudas. La
solución es el alto horno inglés, que permite la fundición de cañones de mayor
calibre.
2) La coyuntura monetaria. En los últimos años del siglo XVI, con la subida de los
precios, el Estado tuvo que enfrentarse con un déficit endémico, que obligó al
desarrollo de nuevos signos monetarios, especialmente de la moneda de vellón.

LA MONEDA

Hasta el año 1586, el hecho fundamental fue la ordenación y la estabilidad relativa del
sistema monetario, a pesar de las múltiples acuñaciones. El oro representa el papel
principal hasta los años sesenta siendo sustituido entonces por la plata.

La ordenación del sistema monetario pro los Reyes Católicos es una consecuencia del
caos monetario engendrado por el desorden político en los tiempos de Enrique IV.

Durante el reinado de Carlos V, en el campo monetario, hay que señalar dos


acontecimientos:

La introducción del escudo de oro. El título superior en metal precioso del ducado
llevaba como consecuencia una saca continua por los extranjeros. La reforma consistirá
en acuñar una moneda de oro.

La segunda reforma es más trascendente, el virrey de Nueva España establece la


prioridad de un peso de oro en ocho reales castellanos de plata. En 1556, el real de a
ocho se ha hecho un ingrediente imprescindible de la vida monetaria española.

Bajo el reinado de Felipe II hay que subrayar las pragmáticas de 1566 que prevén
nuevas acuñaciones de oro: escudos y doblones; se cambia la estampa, la ley y la talla
del vellón. Otro acontecimiento es la fundación, en 1582, del “Nuevo Ingenio” de
Segovia, que tiene que laborar 340.000 marcos de vellón cada año a fines de la centuria.

Hubo una unificación del sistema monetario, aunque se conservarían peculiaridades


regionales en la moneda de vellón.
LAS REMESAS: EL ORO Y LA PLATA DE INDIAS

El máximo de importación de oro se da en el decenio 1551-1560, y e máximo


correspondiente para la plata en el decenio 1591-1600. Son los topes mayores en el
Siglo de oro y para la plata, después del desastre de la Armada Invencible. Como
consecuencia del auge del metal blanco, el precio del oro sobre la plata crece.

Este crecimiento de las remesas coexiste con el fenómeno europeo de la subida de los
precios. Es indudable la subida de los precios y de los salarios, a ritmo casi igual, con
ventaja de los salarios antes de las “Comunidades”, y después de los años ochenta. Hay
un crecimiento de los precios más fuerte en la primera mitad del siglo, es decir, mucho
antes de la llegada del flujo metálico a Sevilla.

En las Indias, donde los metales abundan, se estima menos la moneda. El dinero español
se fuga al extranjero, por su capacidad adquisitiva superior a la que tiene en la
Península. Al revés, se exportan mercancías con precios altísimos hacia Indias. Las
necesidades políticas y económicas del Imperio plantearon un problema constante del
transporte y de las vías de comunicación.

RUTAS Y TRANSPORTES

Los caminos terrestres de la Península son defectuosos por la fuerte erosión debida al
clima, y en consecuencia, la lentitud es uno de los rasgos mayores de la circulación.

La red de transportes presenta las características siguientes: la implantación mayoritaria


de la red en Castilla; el papel orientador de las cuencas del Ebro y del Tajo para las vías
transversales oeste-este; el papel de Madrid como nudo de comunicaciones. Tampoco se
puede olvidar, para la elaboración de la lana, la red de cañadas de la Mesta.

En el ámbito mediterráneo, desde Barcelona, Valencia, Denia, Alicante o Cartagena,


los itinerarios conducen a los puertos franceses del Languedoc y de Provenza, italianos
de Liorna, Génova, Nápoles, de Sicilia, de Malta y de África del Norte.

En el ámbito atlántico destacan dos caminos:

1) El europeo incluye las relaciones entre Flandes, Amberes, Inglaterra y Bretaña y


la costa vasco-santanderina. Son derroteros muy precarios, sobre todo en la
segunda mitad de la centuria, porque dependen de las relaciones con Francia o
Inglaterra.
2) El camino indiano.

A principios del siglo, los barcos no sobrepasaban las cien toneladas; parece que en los
años sesenta, el tonelaje por unidad crece hasta las 300 toneladas en el Atlántico. En el
Mediterráneo, el tonelaje era menor.

EL COMERCIO LOCAL

Este comercio abarca los intercambios elementales y de primera necesidad con géneros
de uso corriente. Los mercados semanales de tradición multisecular jalonan las
relaciones comerciales. Los ayuntamientos controlan directamente el mercado,
mandando a unos oficiales suyos para apuntar los precios practicados y vigilar.

El escribano es el intermediario obligado y el testigo indispensable de la vida


económica. Registra en sus escrituras diariamente desde los contratos económicos más
humildes hasta las exportaciones de mucho importe: seda, lana, paños de lujo, armas…

EL COMERCIO NACIONAL E INTERNACIONAL

Su auge suscitó la creación de instituciones que permitieron al Estado y a los


mercaderes y negociantes defender sendos derechos.

En 1503, los reyes Católicos crearon la Casa de Contratación: organismo a la vez


económico y administrativo para vigilar todo el tráfico entre América y España. Con la
fundación del Consejo de Indias e 1526, conserva solo su papel económico.

La instauración de un monopolio estricto de Sevilla en 1573 se debía a la busca de


medidas eficaces para acabar con el contrabando nacional e internacional y controlar
rigurosamente el aflujo metálico. Para la exportación a Flandes o a Indias, los
mercaderes se organizaron en compañías con monopolio.

A pesar de estos monopolios, gracias a la corrupción de los oficiales, ya los testaferros,


los no castellanos podían participar en el jugoso comercio indiano.

Las entidades mercantiles utilizan en su provecho dos factores: los bancos y las ferias.
La necesidad de compensar en más o en menos los intercambios comerciales y
financieros plantea el problema de los cambios, es decir, del sector bancario, cuya
historia se puede resumir en los rasgos siguientes:

1) La primera fase, que abarca los años 1455-1551, es testigo de un auge del
sistema bancario. Coexisten cambiadores, corredores de cambios públicos y
privados. Antes de la expulsión de 1592, los judíos tienen un papel importante
en las manipulaciones cambistas.
Para los cambiadores públicos, los ayuntamientos exigen fianzas. En 1499 se
prohíbe el oficio a los extranjeros para impedir la exportación de las monedas de
mejor calidad.
2) En el desarrollo de la banca castellana influye la llegada de los metales preciosos
de Indias; las remesas son copiosas desde 1506 a 1550 (ciclo del oro) y de 1551
a 1640 (ciclo de la plata), con el bache de los años 1521-1525.
3) Las necesidades de la política imperial, más concretamente, la obligación de
pagar en oro a los mercenarios en Alemania, reintroducen en el circuito a los
grandes mercaderes alemanes, flamencos, genoveses atraídos por el oro y la
plata americanos de Sevilla.
4) Pero a partir de los años 1552, y después de 1566, uno detrás del otro los bancos
nacionales se derrumban. Las razones son múltiples: disminución de las remesas
de oro en los años cincuenta, especulaciones excesivas; sin embargo, los
motivos principales provienen del peso y del precio de la política imperial.

Para liquidar los anticipos, la hacienda real empeña sus futuros ingresos y emite bonos
de la deuda pública: los juros situados sobre las rentas de la corona. En España los juros
tendrán éxito con los particulares, que los consideran como un censo público.

Felipe II intentará reaccionar para deshacerse de las tenazas genovesas. En 1560, trató
de convertir la Casa de Contratación en un banco comercial y caja de la deuda pública.
En 1575, Felipe II publica un decreto que reduce drásticamente la deuda de al corona
con los genoveses. Al mismo tiempo se trataba de organizar una red de erarios y montes
de piedad que funcionasen con autonomía, cada uno en su distrito, con la misión de
cobrar los impuestos reales, amortizar, gracias a sus ingresos, la deuda pública y drenar
el ahorro local.

LAS MERCANCÍAS
Entre las exportaciones hacia la península Ibérica encontramos:

1) Los productos agrícolas. La cera vinculada a la vida cotidiana y al ceremonial


religioso. Los cereales, en tiempos de escasez, más frecuentes a fines de la
centuria.
2) Los productos de la industria textil. Tejidos de lana, de algodón, de lino, de seda.
Se pueden añadir los hilos de oro y plata milaneses y los tejidos de cáñamo.
3) Metales y productos metálicos. El cobre bruto o en aleación. Los objetos de
latón y bronce, cables y chatarrería de hierro y acero, armas, mercurio…
4) Productos de lujo. Los muebles, las tapicerías y los cuadros flamencos, que
aparecen como elementos indispensables de decoración de las casas señoriales, y
los libros, sin olvidar el ámbar o las pieles.

En las exportaciones hacia la Península, predominan los productos manufacturados y


caros.

En el puesto de las exportaciones procedentes de España y Portugal, aparecen:

1) Las especies, drogas y azúcares, proporcionados por el imperio portugués y los


negociantes de la misma nacionalidad. En cuanto al azúcar, proviene de las islas
atlánticas y, sobre todo, de Brasil.
2) Unos productos alimenticos. La sal, el aceite, en su casi totalidad andaluz, el
vino, las frutas del este de la Península y el azafrán del Bajo Aragón.
3) Los colorantes, americanos y orientales, que van a mejorar el colorido de los
tejidos.
4) El alumbre, indispensable mordiente para fijar y avivar los colores de los
textiles.
5) Las fibras textiles: el algodón de las vegas valencianas, y, sobre todo, la lanas de
los merinos castellanos. Esta materia prima aparece como un producto
estratégico en la historia económica española. Ocupa uno de los primeros
puestos en las exportaciones, porque muchas veces es mejor negocio sacarla del
reino que trabajarla dentro.
6) Los cueros.

LA HACIENDA REAL
En las rentas, se distinguen: a) los impuestos directos: 1) pechos y derechos antiguos; 2)
la moneda forera pagada cada siete años por los solos pecheros; 3) monedas: derecho
otorgado por las Cortes; 4) pedidos y servicios extraordinarios: por guerra, para la Santa
Hermandad, por casamiento de infantes; 5) rentas y derechos cobrados a los
musulmanes hasta 1501; 6) rentas y derechos espaciales sobre los judíos hasta 1492.

b) Impuestos sobre la compra-venta.

c) Aduanas y derechos de tránsito: 1) Diezmo de la Mar (Castilla y Galicia); 2) derechos


de cargo y descargo en los portes de la Mar de Vizcaya; 3) objetos cuyo comercio
exterior estaba vedad, y limitación de exportar cereales; 4) diezmos y aduanas de ciertos
obispados; 5) servicio y montazgo: sobre la trashumancia de los merinos; 6)
almojarifazgos.

d) Impuestos sobre la producción industrial.

e) Monopolios: 1) regalía de minas; 2) regalía de acuñación de moneda; 3) salinas; 4)


jabonerías.

f) Rentas de origen eclesiástico.

En el conjunto de los gastos figuran seis conceptos: Casas reales- corte y administración
del reino- tesoreros- compras, desempeños, pagos de deudas, préstamos y atrasos-
mercedes, limosnas, obras pías- varios.

Es indudable la fase de crecimiento económico y de prosperidad que va de la época de


los reyes Católicos hasta fines de la era carolina, interrumpida por una crisis de
adaptación violenta entre el primer decenio del siglo y los años de las Comunidades. Si
el tráfico con América sufre un bache en los años cincuenta, sigue el arranque de la
producción interior hasta los años setenta y ochenta. Después de los años ochenta, todas
las curvas tienden a la horizontalidad. El mercado español, como su hacienda, aguanta
cada año pero la presión extranjera.

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