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Barnés Vázquez, Antonio, “Alejandro y Don Quijote”, en Perfiles de Grecia y Roma, Vol.

III, (Actas del


XII Congreso Español de Estudios Clásicos), S.E.E.C., Madrid, 2011, págs. 341-349.

ALEJANDRO Y DON QUIJOTE

ANTONIO BARNÉS VÁZQUEZ


Universidad San Pablo CEU
barnesius@gmail.com

RESUMEN

La literatura épica cautivó a Alejandro Magno, que a su vez se convirtió en


personaje de leyenda. La literatura caballeresca cautivó a don Quijote, que también miró
a los antiguos como caballero, para imitarlos, y como humanista, para extraer
enseñanzas de sus hechos y dichos. Esta comunicación estudia en el Quijote el papel
que desempeña Alejandro, el personaje antiguo más citado en la novela.

Palabras clave: Cervantes, Quijote, Alejandro Magno, Tradición clásica.

ALEXANDER THE GREAT AND DON QUIXOTE

ABSTRACT

Epic literature captivated Alexander the Great, who in turn also became a
legendary epic character. Chivaldry literature as well captivated Don Quixote, who also
viewed ancient knight-errants with an earnest wish to become one of them, and as a
humanist also, in order to learn from their deeds and sayings. This paper focuses on
Alexander's role in Don Quixote, the most frequently mentioned ancient character in the
novel.

Keywords: Cervantes, Don Quixote, Alexander the Great, Classical Tradition.

Alejandro Magno emuló en sus hazañas la épica homérica. Don Quijote quiso
imitar, y aún superar, las epopeyas de los grandes héroes antiguos y medievales,
Alejandro entre ellos. Las once ocasiones en que aparece citado el macedonio en la
novela1 lo convierten en el personaje histórico de la antigüedad más presente en el
Quijote.
Existe, por tanto, una afinidad profunda entre Alejandro y don Quijote, pues para
ambos la literatura es vida, no habiendo para ellos una frontera clara entre la ficción y la
realidad2. Los dos viven intensamente la épica: miran a los héroes como modelos de
conducta y convierten sus vidas en una imitatio de tales personajes. En la historia
Alejandro tuvo éxito en sus conquistas; en la novela don Quijote fracasó como

1
La mayor parte de las veces, de modo explícito; otras, implícitamente. En total, Cervantes cita a
Alejandro en dieciséis pasajes de sus obras completas.
2
Somos conscientes de que Alejandro es un personaje histórico y don Quijote no; pero el macedonio pasó
a ser igualmente un héroe legendario: tan fabuloso, en ocasiones, como el propio Amadís de Gaula. Y
para no pocas personas incultas don Quijote fue un individuo histórico, como comprobó asombrado
Washington Irving en su viaje a España. Ficción y realidad se entrecruzan constantemente en la vida y
pervivencia de ambos personajes. Pero lo que destacamos aquí es que ambos conscientemente imitan a
los héroes.

1
Barnés Vázquez, Antonio, “Alejandro y Don Quijote”, en Perfiles de Grecia y Roma, Vol. III, (Actas del
XII Congreso Español de Estudios Clásicos), S.E.E.C., Madrid, 2011, págs. 341-349.

caballero, aunque al final recobró la cordura que, todo hay que decirlo, nunca había
perdido del todo3.

I. ALEJANDRO, EL DON QUIJOTE GRIEGO

Alejandro respetó profundamente la memoria de los poetas antiguos 4, imitó


acciones concretas de los héroes5, contagió a sus soldados la sugestión hacia lo
mitológico6, y padeció de cierta megalomanía, facilitada por las creencias de la época 7.
Todas estas características en mayor o menor medida las hallamos en don Quijote.
El amor de Alejandro por la épica era de sobras conocido, cualidad de la que
también se hace eco el Quijote. El cura vecino del hidalgo, que protagoniza el episodio
del escrutinio de la biblioteca, menciona el cofre que halló Alejandro Magno en el botín
que obtuvo tras su victoria en Iso contra Darío, rey de los persas, en el año 333 a. C.,
donde guardó su ejemplar de la Ilíada. Así, al preservar del fuego el Palmerín de
Inglaterra, el cura recuerda el aprecio que el general sentía hacia las obras de Homero8:

—Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las
cenizas, y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y

3
Don Quijote son muchos personajes o, si se quiere, uno solo en continua metamorfosis. Cf. A. BARNÉS
VÁZQUEZ, “Las metamorfosis de Don Quijote: una novela del humanismo”, Nueva revista, 123, 2009, pp.
70-85.
4
Cuando destruyó la ciudad griega de Tebas, que se había rebelado contra él, “tan sólo perdonó la casa
del poeta Píndaro”, cf. M. C. HOWATSON, Diccionario de la Literatura Clásica, Madrid, Alianza Editorial,
2000, p. 27.
5
“Emulando al mítico héroe griego Protesilao en su camino hacia Troya, Alejandro, fue el primero en
desembarcar; visitó la ciudad de Troya y ofreció un sacrificio sobre las tumbas de diversos héroes”.
“Estalló en el transcurso de un banquete una violenta reyerta entre Alejandro y Clito, un viejo oficial y
antiguo amigo de Alejandro. Este empuñó un arma y mató de un tajo a Clito en un momento de ira del
que luego tuvo que arrepentirse amargamente, retirándose a su tienda como hiciera Aquiles en la Ilíada
homérica”. En el otoño del 324 “murió su íntimo amigo Hefestión, y Alejandro dio muestras de su más
sentido dolor, como en la Ilíada de Homero hiciera Aquiles con Patroclo”, cf. HOWATSON, op. cit., pp. 27,
29, 30, respectivamente.
6
“En su avance desde Drangiana Alejandro llevó a cabo su más brillante gesta al hacer cruzar a su
ejército por las nieves del Hindu-Kush, cadena montañosa que a sus hombres les pareció el Cáucaso, pues
creyeron haber encontrado las marcas de las cadenas que habían retenido atado a Prometeo, y desde cuyas
cumbres, según el testimonio de Aristóteles, uno podía vislumbrar el extremo oriente del mundo”, cf.
HOWATSON, op. cit., p. 29.
7
“En Egipto giró una visita privada al oráculo de Zeus Amón, en el oasis de Siwah, en pleno desierto.
Guardó secreto sobre las preguntas que formuló al oráculo así como sobre las respuestas que le dieron,
aunque el sacerdote le había dado la bienvenida saludándolo como ‘hijo de Amón’, título que añadía una
nueva dimensión a su figura mítica y que reafirmaba sus creencias de ser descendiente del propio Zeus”.
“Durante su vida fue ampliamente aclamado como figura divina, como hijo de Zeus, y al parecer él
mismo creía en su propia divinidad, creencia a la que le había inducido su propia madre. Se esforzó sin
dudas en emular a esos otros hijos de dioses, a los héroes homéricos”, cf. HOWATSON, op. cit. pp. 28, 30,
respectivamente.
8
Todos los textos del Quijote de este artículo proceden de M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha,
edición de FRANCISCO RICO, Instituto Cervantes-Crítica, Barcelona, 1999.

2
Barnés Vázquez, Antonio, “Alejandro y Don Quijote”, en Perfiles de Grecia y Roma, Vol. III, (Actas del
XII Congreso Español de Estudios Clásicos), S.E.E.C., Madrid, 2011, págs. 341-349.

se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro 9 en los despojos de
Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. (I 6)10

II. LA OPCIÓN QUIJOTESCA: LA IMITACIÓN LITERAL

La inspiración en la antigüedad grecolatina es parte esencial del humanismo, y


de ella participa don Quijote, a la que añade su pasión por las novelas de caballerías. Lo
distintivo en él y condición de su locura es el deseo de mímesis literal, y el voluntarismo
de identificarse y aun superar a cualquier personaje épico.
Comprobamos este deseo desde el comienzo de la novela (I 5), cuando don
Quijote regresa a casa tras su primera salida, maltrecho por caerse –caballo y caballero-
al tratar de arremeter contra unos mercaderes; y su convecino Pedro Alonso intenta
hacerle entrar en razón:

—Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de
Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra
merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor
Quijana.
—Yo sé quién soy —respondió don Quijote—, y sé que puedo ser, no solo los
que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la
Fama11, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí
hicieron se aventajarán las mías. (I 5)

El caballero aspira a superar todas las hazañas conocidas, también las de


Alejandro, que integraba el grupo de los nueve de la Fama; imaginario épico que se
hace presente desde el primer capítulo, e impregna incluso su percepción de Rocinante:

Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas
que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le pareció que ni el
Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. (I 1)12
9
Un ejemplo entre muchos de la fama de este hecho nos lo ofrece El Cortesano I 9: "Alexandre tuvo,
como sabéis, en tanta veneración a Homero, que siempre tenía la Iliade a la cabecera de su cama". Cf. B.
de Castiglione, El Cortesano, edición de ROGELIO REYES CANO, Madrid, Espasa-Calpe, 1984. RICO, op. cit.,
p. 82: se cuenta que Alejandro Magno tenía una copia de la Ilíada corregida de mano de Aristóteles, a la
que llamaba “la Ilíada de la caja”, que ponía bajo su cabecera junto con la espada. —Cf. Plutarco, Vidas
paralelas, “Alejandro”, VIII, y Plinio el Viejo, Historia natural, VII 29.
10
Citamos las partes del Quijote con números romanos y los capítulos con números arábigos.
11
RICO, op. cit., pp. 73-74: Nueve hombres que podían servir de ejemplo para los caballeros; eran tres
judíos —Josué, David y Judas Macabeo—, tres paganos —Alejandro, Héctor y Julio César— y tres
cristianos —Arturo, Carlomagno y Godofredo de Bullón. Se cuentan sus vidas en la Crónica llamada del
triunfo de los nueve más preciados varones de la Fama, traducida por Antonio Rodríguez Portugal
(Lisboa, 1530) y varias veces reimpresa en el siglo XVI.
12
Bucéfalo volverá a ser citado en la segunda parte, en el episodio de Clavileño: —El nombre —
respondió la Dolorida— no es como el caballo de Belerofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del
Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni
menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni Bootes ni
Pirítoo, como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el
desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino. (II 40) La
Dolorida, sagazmente, trata de crear una atmósfera épica para apuntalar la credulidad de don Quijote.

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XII Congreso Español de Estudios Clásicos), S.E.E.C., Madrid, 2011, págs. 341-349.

Sancho ha captado los afanes de su amo y en el último capítulo de la primera


parte afirma que don Quijote, al que suponía muerto, supera a “todos los Alejandros”:

—¡Oh flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus
tan bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha,
y aun de todo el mundo, el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores
sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡Oh liberal sobre todos los
Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor
ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con
los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa,
imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin,
caballero andante, que es todo lo que decir se puede! (I 52)

Don Quijote, felizmente, no estaba muerto, y en la segunda parte de la novela


saldrá de nuevo con su escudero. De esta nueva etapa, procede este ejemplo que ilustra
cómo el caballero lee sus fracasos a la luz de las críticas que recibieron los héroes a
quienes emula:

—Mira, Sancho —dijo don Quijote—: dondequiera que está la virtud en


eminente grado, es perseguida. Pocos o ninguno de los famosos varones que
pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo,
prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no
limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. Alejandro 13, a quien sus hazañas
le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de
borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y
muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más
que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón. Así que, ¡oh
Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos bien pueden pasar las mías, como
no sean más de las que has dicho. (II 2)

III. LA OPCIÓN HUMANISTA: LA IMITACIÓN EJEMPLAR

La imitación literal de don Quijote contrasta con el modo en que el humanismo


recibe la cultura clásica. Así, en I 47-48, poco antes del fin de la primera parte, se relata
la conversación entre el cura y un canónigo, gran aficionado a las novelas de caballerías,
en el contexto del viaje de vuelta a casa de don Quijote encerrado en una jaula. Los
eclesiásticos mantienen un diálogo de crítica literaria, cuyo nervio procede del Ars
poetica horaciana. El canónigo reconoce en las novelas de caballerías el mérito de
mostrar diversos caracteres, cuyos prototipos se encuentran entre los personajes
clásicos:
13
Cf. M. de Cervantes, Obra completa, 3 tomos, ed., FLORENCIO SEVILLA ARROYO Y ANTONIO REY HAZAS,
Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1993-1995, con edición electrónica: Obras
completas, 1997: la afición de Alejandro Magno al vino era proverbial y fue graciosamente ridiculizada
por Quevedo: "El que tomaba igualmente / las zorras y las murallas; / en cuya cholla arbolaron / muchas
azumbres las tazas". RICO: op. cit., p. 644: 'algunas veleidades de borracho´. Cf. Tito Livio, Decadas, IX
18, y Quinto Curcio, Historia de Alejandro, VII 2; Plutarco lo desmiente en sus Vidas paralelas,
“Alejandro”, XXIII.

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Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya


inteligente en las materias de estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse
nigromante, si quisiere. Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad de Eneas,
la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, las traiciones de Sinón, la
amistad de Eurialio, la liberalidad de Alejandro, el valor de César, la clemencia
y verdad de Trajano, la fidelidad de Zópiro, la prudencia de Catón, y,
finalmente, todas aquellas acciones que pueden hacer perfecto a un varón ilustre,
ahora poniéndolas en uno solo, ahora dividiéndolas en muchos. (I 47)

Poco después, el canónigo se dirige directamente a don Quijote para tratar de


reconducir su monomanía y como un Erasmo o un Vives, le recomienda la lectura de
libros históricos, empezando por la Biblia, y continuando con personajes de la historia
antigua, medieval y moderna. El representante de la historia griega es, precisamente,
Alejandro:

¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo y redúzgase al gremio de la


discreción y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando
el felicísimo talento de su ingenio en otra letura que redunde en
aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra! Y si todavía,
llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías,
lea en la Sacra Escritura el de los Jueces, que allí hallará verdades grandiosas y
hechos tan verdaderos como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un César,
Roma; un Anibal, Cartago14; un Alejandro, Grecia; un conde Fernán González,
Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García
de Paredes, Estremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo;
un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede
entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren.
Esta sí será letura digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor don
Quijote mío, de la cual saldrá erudito en la historia, enamorado de la virtud,
enseñado en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad,
osado sin cobardía, y todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la
Mancha, do, según he sabido, trae vuestra merced su principio y origen. (I 49)

Desde la cordura humanista, el canónigo reivindica a los personajes históricos y


de ficción como caracteres útiles para la creación literaria y aún para la vida,
distinguiendo netamente entre la ficción y la educación moral; desde la locura, en
cambio, don Quijote solicita a los héroes para una mimesis a la letra. Cuando trata del
perfeccionamiento personal, el canónigo rehúsa hacer cualquier concesión a las obras de
imaginación y sólo cita personajes históricos.

14
De modo semejante, Castiglione había resaltado la ejemplaridad de estos personajes históricos en El
Cortesano, op. cit., I 9: "Tras esto, que la verdadera gloria sea aquella que se encomienda a la memoria de
las letras, todos lo saben, sino aquellos cuitados que las ignoran. ¿Qué hombre hay en el mundo tan baxo
y de tan vil espíritu, que leyendo los hechos de César, de Alexandre, de Scipión, de Annibal y de otros
muchos no se encienda en un estraño deseo de parecelles y no tenga en poco esta nuestra breve vida de
dos días por alcanzar la otra de fama perpetua, la cual, a pesar de la muerte, nos hace vivir mientras más
va con más honra?".

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En II 59 observamos destellos de la discreción de Sancho y atisbos de la


recuperación mental de don Quijote. Ambos recalan en una venta, que la imaginación
del caballero no trasmuta en castillo, y conocen a don Juan y a don Jerónimo, que
comentan la falsa segunda parte de la novela. En este contexto se ofrece un símil entre
la pintura y la escritura, grata a Cervantes, que procede de la preceptiva clásica –valga
el horaciano ut pictura poesis-. El parangón brinda la ocasión de citar de nuevo a
Alejandro Magno, pues don Juan establece el paralelismo entre la pintura de Apeles y la
escritura de Cide Hamete sobre don Quijote.

—Créanme vuesas mercedes —dijo Sancho— que el Sancho y el don Quijote


desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide
Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado,
y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.
—Yo así lo creo —dijo don Juan—, y, si fuera posible, se había de mandar que
ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide
Hamete, su primer autor, bien así como mandó Alejandro15 que ninguno fuese
osado a retratarle sino Apeles.
—Retráteme el que quisiere —dijo don Quijote—, pero no me maltrate, que
muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.
—Ninguna —dijo don Juan— se le puede hacer al señor don Quijote de quien él
no se pueda vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que a mi
parecer es fuerte y grande. (II 59)

Don Juan tiene bien asimilada la primera parte del Quijote, donde el propio
caballero ha postulado su afán de emular y aún superar a Alejandro (I 5) y, con su
comentario, satisface el anhelo del caballero, situando al mismo nivel sus hazañas y las
del macedonio. Pero, prescindiendo de la locura de don Quijote, Cervantes nos hace ver
que un humanismo destemplado puede producir una erudición pedantesca, extremo que
critica –no sin humor- en el prólogo de la primera parte, preliminar que no es pieza
menor de la novela, pues nos ofrece importantes claves interpretativas. En este contexto
Alejandro vuelve a aparecer como prototipo de capitán valeroso:

Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de


mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia,
Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os
entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso y
Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí
mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. I prólogo.

En el caso de Homero y Virgilio, y de César y Alejandro, el amigo de


Cervantes, voz desdoblada del autor en el prólogo, presenta una distribución binaria

15
Cf. El Cortesano, op. cit., I 11: "Escríbense otros mil enxemplos del amor que Alexandre tuvo a
Apeles; honróle tanto, que mandó con públicos pregones que nadie sino él fuese osado de pintar su
figura". Cf. RICO, op. cit., p. 1.114: La anécdota parece tener su origen en Plinio y, más cerca de
Cervantes, en la Silva de Pedro Mexía. Cf. Plinio el Viejo, Historia natural, VII 37 y XXXV 10. “Acertó,
como dije, Apeles a ser el mayor artífice pintor del mundo en tiempo de Alejandro el Mayor, rey de quien
fue muy preciado y tenido en tanto, que vedó por público edicto y ley que otro ninguno no lo pintase sino
Apeles solo” (Mexía, Silva, I, p. 647).

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greco-latina, a ejemplo, posiblemente de Plutarco, al que cita y encomia, también


humorísticamente. El emparejamiento de los dos grandes poetas y de los dos grandes
generales pervivirá frecuentemente a lo largo de la obra.

IV. ALEJANDRO, PROTOTIPO DE LIBERALIDAD

Los personajes secundarios de la trama de la novela citan a los protagonistas de


la historia grecorromana sin la distorsión quijotesca. Así, el capitán cautivo que narra su
vida en uno de los relatos intercalados de la primera parte, cuenta que su padre se
deshizo de su hacienda con liberalidad, cualidad que, de inmediato, trae a su mente la
figura de Alejandro16. Y en la segunda parte, los bandoleros de Roque Guinart
rememoran a Alejandro, a la vista de la generosidad de su amo17.
En uno de los versos preliminares a la primera parte del Quijote aparece el
macedonio en el poema atribuido humorísticamente a Urganda la Desconocida. Se le
nombra en una comparación socarrona con el duque de Béjar, inmediatamente antes de
la traducción del conocido verso de Virgilio: audentis Fortuna iuvat (Eneida, X, 284):

Y pues la espiriencia ense-


que el que a buen árbol se arri-
buena sombra le cobi-,
en Béjar tu buena estre-
un árbol real te ofre-
que da príncipes por fru-,
en el cual floreció un du-
que es nuevo Alejandro Ma-:
llega a su sombra, que a osa-
favorece la fortu-.

V. ENTRE LA CORDURA Y LA LOCURA

Con una misma anécdota, la del nudo gordiano18, encontramos ambos usos del
tópico: el recto de los humanistas (II 19) y el oblicuo de la locura quijotesca (II 60). En
el primer caso, un estudiante que se dirige a las bodas de Camacho narra a don Quijote y
a Sancho la historia de Basilio y Quiteria, por lo que empiezan a disertar sobre el
matrimonio, y el caballero afirma:

16
Viendo, pues, mi padre que, según él decía, no podía irse a la mano contra su condición, quiso privarse
del instrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el
mismo Alejandro pareciera estrecho. (I 39)
17
Y trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un
salvoconduto para los mayorales de sus escuadras y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres y admirados
de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que
por ladrón conocido. (II 60)
18
Alejandro Magno en la ciudad de Gordio “rebanó de un tajo de su espada el nudo que mantenía unido
el carro del pastor Gordio con su yugo, nudo que nadie había podido desatar; ello significaba, de acuerdo
con cierta leyenda local, que su destino iba a ser el de gobernar Asia, es decir, todo el imperio de los
persas. Es posible que ya antes se hubiera propalado la idea de un Alejandro de inusitada y mítica
valentía”, cf. HOWATSON, op. cit., p. 27.

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La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve o se


trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida:
es un lazo que, si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que,
si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle. (II 19)

Más adelante nos encontramos de nuevo con el nudo, pero esta vez en contexto
muy diferente. Don Quijote anda exasperado por el encantamiento de Dulcinea y la
pereza que muestra Sancho para azotarse, condición, según cree él, de su
desencantamiento. La cuestión trae a su mente el episodio de Alejandro:

Desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues, a


lo que creía, solos cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para
los infinitos que le faltaban; y desto recibió tanta pesadumbre y enojo, que hizo
este discurso:
—Si nudo gordiano cortó el Magno Alejandro, diciendo «Tanto monta cortar
como desatar», y no por eso dejó de ser universal señor de toda la Asia, ni más
ni menos podría suceder ahora en el desencanto de Dulcinea, si yo azotase a
Sancho a pesar suyo; que si la condición deste remedio está en que Sancho
reciba los tres mil y tantos azotes, ¿qué se me da a mí que se los dé él o que se
los dé otro, pues la sustancia está en que él los reciba, lleguen por do llegaren?
(II 60)

Si en el caso anterior la imagen del nudo simboliza la enorme dificultad de


deshacerlo, en este asunto don Quijote se fija en la facilidad con que Alejandro lo
desató. El caballero quiere emular al macedonio en el arrojo y presteza y se lanza a
azotar a Sancho, pero la disparidad de propósitos no puede resultar más cómica: la
conquista de Asia y el desencantamiento de Dulcinea. La diligencia que muestra don
Quijote se torna en su contra. Sancho se revuelve y, por primera y última vez en la
novela, ataca a su amo, al que derriba y reduce.
La comicidad del planteamiento deviene en un fracaso fáctico, icono de un
imposible: el desencantamiento de Dulcinea, que no pasará de ser un amor puramente
platónico. El episodio del nudo gordiano será un preludio de múltiples victorias de
Alejandro. La referencia al nudo por parte de don Quijote supone una derrota más en su
ansiedad por obtener el desencantamiento de una mujer idealizada.
Las evocaciones de Alejandro Magno en el Quijote nos hacen reflexionar sobre
el común fervor por la épica de ambos y nos demuestran, una vez más, la maestría de
Cervantes en el trazo del punto de vista de los caracteres. Dependiendo de la condición
de quien habla: el cuerdo-loco don Quijote, los ilustrados, el común de las gentes, el
irónico narrador, la sarcástica Dolorida o el iletrado Sancho ofrecen distintas
perspectivas.
La tradición clásica aparece plenamente integrada en la trama de la novela y
sirve asimismo como materia de reflexiones literarias y antropológicas. Los ideales del
humanismo cobran vida.

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