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TEXTO 1
TEXTO 2
Una coincidencia sin parangón en el sistema solar: el diámetro del Sol es 400 veces mayor
que el de la Luna, y esta se halla 400 veces más cerca de la Tierra que el Sol, lo que permite que la
Luna cubra el disco solar al pasar entre la Tierra y el Sol. Si el diámetro de la Luna fuera 225
kilómetros menor, la totalidad no se daría, y los observadores nunca verían la corona.
TEXTO 3
En la primavera del año 1990, un grupo de obreros estaba realizando las obras de la
carretera del nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de Xian, al sudeste de Beijing, cuando,
a unos seis metros de profundidad, el golpe de un pico produjo un extraño sonido. Los obreros
observaron sorprendidos que habían dado con una especie de bóveda subterránea. Llamados a
toda prisa, los arqueólogos no tardaron en darse cuenta de que estaban ante un descubrimiento
excepcional. En efecto, los trabajos de excavación sacaron a la luz un complejo de bóvedas
subterráneas que se extendían por un área de diez kilómetros cuadrados. En su interior
aparecieron, cuidadosamente alineadas, miles de estatuillas de extraordinaria calidad, que
representaban a personas con rostros exquisitamente moldeados, además de caballos y todo tipo
de animales domésticos.
No era éste el primer descubrimiento arqueológico importante en el área de Xian. En 1974,
a pocos kilómetros de distancia, se había descubierto el impresionante ejército de terracota a
tamaño natural de Qin Shi Huang Di, el primer emperador de China. Los lugareños se felicitaron
ante la aparición de aquellos pequeños «hombres de barro», que, según creían, les traerían
«hordas de turistas occidentales».
Los arqueólogos identificaron fácilmente al propietario de aquellas fosas. Se trataba de
Jing Di, cuarto emperador de la dinastía Han, que gobernó China entre 156 y 141 a.C., cuyo
túmulo funerario, identificado desde hacía años pero que aún no ha sido excavado, se alza a un
kilómetro de las fosas. Además, a unos 500 metros al este del túmulo de Jing Di se encuentra el
enterramiento de su esposa, la emperatriz Wang.
TEXTO 4
El cielo aparece a la vista como una cúpula más o menos plana, en la cual están clavados
los astros. Esa cúpula, empero, da vuelta, en el curso de un día, alrededor de un eje, cuya posición
en el cielo está determinada por la estrella polar. Mientras esta apariencia pasó por realidad, era
superflua la traslación de la geometría de la Tierra al espacio cósmico, y de hecho no se verificó;
pues no existen longitudes, distancias que pudieran medirse como unidades terrestres, y para
designar las posiciones de los astros bastaba con indicar el ángulo aparente que la mirada del
observador, dirigida hacia el astro, hace con el horizonte y otro plano elegido convenientemente.
En este estadio del conocimiento, la superficie de la Tierra es la base inmóvil y eterna del todo; las
palabras «arriba» y «abajo» tienen un sentido absoluto, y cuando la fantasía poética o la
especulación filosófica emprenden la tarea de estimar la altura del cielo o la profundidad del
Tártaro, no necesita explicarse la significación de estos conceptos, pues la inmediata vivencia de
la intuición nos lo entrega, sin especulación. Aquí, la conceptuación naturalista se nutre de la
riqueza que presentan las intuiciones subjetivas. El sistema cosmológico que lleva el nombre de
Ptolomeo —150 después de J. C.— es la fórmula científica de este estadio espiritual; conoce ya
una multitud de hechos finamente observados sobre el movimiento del Sol, de la Luna, de los
planetas, y sabe dominarlos teóricamente con notable éxito; pero se atiene a la absoluta
inmovilidad de la Tierra, alrededor de la cual giran los astros a distancias inmensurables. Sus
trayectorias son determinadas como círculos y epiciclos, según las leyes de la geometría terrestre,
sin que pueda decirse por ello que el espacio cósmico se halle propiamente sometido a la
geometría; pues las trayectorias residen, cual rieles que, afianzados en las bóvedas cristalinas,
representan el cielo en capas sucesivas.