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Pontificia Universidad Javeriana

Maestría en Estudios Latinoamericanos


Seminario Enfoques y métodos de investigación
Estudiante: Víctor Baquero Rincón
Docente: Juan Carlos Quintero Vela.
I-2015

Hacia la definición de un marco conceptual.

La pregunta sobre la cual partimos para realizar esta indagación, pretende articular
elementos conceptuales con la intensión de advertir cuales son las relaciones y
preocupaciones teóricas, que han ido emergiendo a medida formulamos una propuesta de
construcción y reconocimiento de los derechos ambientales, en un lugar al cual
denominamos como frontera Urbano-Rural y que se nos presenta como un borde difuso e
interrelacionado. Podríamos señalar entonces que nos inscribimos en una línea de
investigación que está a medio camino entre la reflexión ético-política y socio-ambiental.

A lo largo de este apartado compartiremos, con ustedes. Los referentes conceptuales que
sitúan la mirada con la pretendemos abordar esta investigación. Ofrecemos entonces un
panorama teórico que nos guía por conceptos que parten y posibilitan comprender el
territorio y en sus márgenes lo que entendemos por derechos ambientales, deuda ambiental
y frontera Urbano-Rural. En un primer momento observamos que la relevancia del contexto
rural es clave para el desarrollo de esta aproximación. Debido a que en ella, consideramos
clave definir nociones como urbano, rural, límite, campo, ciudad, borde, para explicar que
entendemos por Frontera urbano-rural en los márgenes de las ciudades latinoamericanas.

A reglón seguido los derechos humanos y en especial los ambientales ocupan un apartado
importante pues consideramos que transitar de un reconocimiento de los derechos en
general a la toma de conciencia de los derechos ambientales, implica un cambio en la
manera como concebimos el estado, el orden legislativo y nuestra relación con el propio
ambiente.

Dicha relación necesita ser replanteada a partir de un cambio en el sentido ético de nuestra
relación con la naturaleza. Para ello abordaremos esta relación a partir de la indagación de
la filosofía ambiental y su propuesta para la reconciliación entre hombre y naturaleza. Esta
relación se ha tornado problemática, pues observamos que la visión instrumental de la vida
alimentada por el racionalismo acérrimo y el lucro económico. Han socavado esta relación,
contribuyendo a una ruptura hombre/naturaleza.

Finalmente quisiéramos señalar dos interesantes conceptos. Por un lado el de huella


ambiental y por el otro el de deuda no asumida o mal paga por los propios estados o
corporaciones que usufructúan el ambiente. De la misma forma consideramos abordar el
concepto de servicios Ecosistémicas y agenda pública.
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De la frontera a la preocupación ambiental: nuevas posibilidades


para definir la relación entre lo urbano y lo rural.

Al comenzar nuestro rastreo conceptual, observamos que tradicionalmente se ha impuesto


una mirada dicotómica sobre el territorio, que proscribe al campo a partir de imaginarios y
representaciones1 que aluden al atraso, al subdesarrollo, a la marginalidad, a la carencia de
una “cultura sofisticada” entre otras alusiones. Con respecto a este antagonismo entre
campo y ciudad, Cristóbal Kay (2001), señala que en américa latina se estableció un
paradigma modernizador a partir de los años 50s, este se fundó en la idea dualista, en la que
lo rural, es tradicional, se signa por una sociedad difusa e individual; mientras que lo
urbano, hace referencia a lo moderno, a punta a logros y tiene un impacto colectivo. La idea
modernizadora que parte de considerar las etapas progresivas de crecimiento económico
sustentadas en las cinco etapas de Rostow (1960). Se constituye entonces, en una fórmula
de desarrollo que deben seguir las sociedades “marginadas” para alcanzar a las progresistas.

En el ámbito rural, estas ideas modernizantes fueron introducidas con la intensión de


transformar lo rural-marginal, que se observa rezagado en el camino del desarrollo. Esta
idea se relaciona en primer lugar con la baja participación de los pobres rurales y urbanos
en los sistemas de producción y consumo; seguida de su exclusión socioeconómica y su
exclusión cultural. A pesar de que este paradigma no continua vigente, pues se ha
quebrando la dicotomía tradicional entre campo y ciudad. La supervivencia de este
antagonismo como lo menciona Bejarano (1995), obedece a la construcción simbólica y
cultural que hemos hecho de uno y otro lugar; por ejemplo, al identificar lo rural en
oposición a la ciudad.

La ciudad versus al campo, vinculando a la primera con el desarrollo y a la segunda


con el atraso. En la primera se concentra la población en busca de progreso y se
caracteriza por la modernización. Mientras lo rural se identifica por una población
dispersa, dedicada al sector de explotación de materias primas, un lugar donde hay

1
Los medios masivos como el cine, la televisión, y sus producciones como las novelas, documentales,
argumentales y seriados. Todos ellos poderosos instrumentos de socialización, se encargaban de pintar y de
transmitir un mundo rural con unas características muchas veces denigrantes para las personas que lo
habitaban. Del mismo modo, los diccionarios han contribuido a levantar y reproducir el muro que
históricamente ha existido entre lo rural y lo urbano: tosco, testarudo, ignorante, rústico y un largo etcétera
componen la retahíla con la cual los diccionarios describen el mundo rural. La siguiente acotación se toma
del trabajo DEL BARRIO, José Manuel. (1999). La moda de lo rural. Proceso de cambio y tendencias de futuro
de la sociedad rural de Zamora España. p 44. Disponible en http://www3.usal.es/~webtcicl/web.
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atraso para una gran mayoría y riqueza y mejores condiciones para un estrecho
segmento de la población rural. Ramírez (2004, p. 34)

Consideramos aquí que los conceptos campo y ciudad, no pueden comprenderse de forma
antagónica, más bien, pueden ser replanteados a la luz de las consideraciones hechas por el
análisis de la ruralidad en Latinoamérica2. Una nueva ruralidad que manifiesta que las
características tradicionales que han definido el territorio rural -baja densidad, predominio
de actividades primarias y una vida cultural solidaria- son insuficientes para describir la
situación actual de las áreas rurales en la mayor parte de América Latina; pues acudimos
hoy a la creciente “desagrarización del campo y su inserción en la dinámica agroalimentaria
mundial” Pérez (2001). Estas sugerencias, hacen necesario proponer una mirada que
atienda a las relaciones complejas entre uno y otro escenario, de esta manera el termino
frontera que señalaremos más adelante, puede constituirse en un elemento importante para
develar las tensiones entre los márgenes urbano-rurales.

Situar los límites entre lo urbano y lo rural, no deja de ser una labor compleja y difusa,
sobre todo por las presiones de todo tipo que ejerce la urbe sobre el campo, y por los
procesos económicos globales que han modificado la producción agraria y a sus habitantes.
En el contexto de esta propuesta, no podemos situar un límite factico entre uno u otro
espacio, debido a las relaciones de penetración e intercambio entre los dos escenarios
geográficos. Al respecto observamos que la concepción de límite desde el ámbito
administrativo jurídico nos plantea este concepto como una línea, que define el perímetro
legal y político de un territorio (en el caso colombiano: Estado, Departamento, Municipio,
Corregimiento, Vereda,). Por tanto, el reconocimiento y respeto a la integridad territorial es
un principio jurídico. Vemos entonces que desde la perspectiva política y geográfica “es un
término susceptible de alimentar controversias, tensiones, conflictos y hasta pasiones
regionalistas”3 (Zuluaga, 2005, p. 82). 
2
Destacamos la compilación de Pérez y Sumpsi (2002) de la cual tomamos algunos elementos de análisis
para plantear una nueva ruralidad.
3
Sobre el encuentro entre lo urbano y lo rural la investigación “Dinámicas territoriales en frontera rural-
urbana en el corregimiento de Santa Elena, Medellín” de Gloria Patricia Zuluaga Sánchez; reconstruye este
encuentro preguntándose ¿Cómo precisar y caracterizar el espacio conocido como área de contacto o límite
entre la ciudad y el campo?. A lo que alude que comúnmente se le han asignado distintos nombres:
periferias, zona suburbana, franja o ámbito periurbano, rural-urbano, interface ciudad-campo, área de
expansión urbana, cinturón de especulación urbana. Entre los distintos términos es el concepto de espacios
periurbanos el que más nos llama la atención. La periurbanización  se refiere a la emergencia y consolidación
de un cinturón rural-urbano, que implica cambios en el uso de suelo tales como nueva vivienda y la
relocalización de actividades económicas, y nuevas configuraciones de transportes y comunicaciones.

Si bien es cierto que estas características son evidentes en la frontera, consideramos que este concepto
omite las tensiones y las relaciones de tipo ambiental presentes en el contexto geográfico que aborda
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Natalia Villamizar (2012) y Barsky (2005), hacen referencia a partir de los estudios
urbanísticos, ecológicos y multidisciplinarios. Que es posible poner en cuestión la noción
de límite o borde. Siendo esta última una categoría territorial, en un comienzo asumida
como “una línea que separa social y físicamente dos espacios diferenciados” (Lynch, 1959).
Hoy en día el análisis espacial de distintos contextos urbanos, nos replantean esta idea, para
comprender que el borde ha dejado de ser una línea, y más bien se ha convertido en una
franja, en un espacio donde convergen y coexisten dinámicas sociales, económicas y
ambientales en un continuo urbano-rural. (Talavera, H., Villamizar, N., 2012)

En sintonía con lo acuñado por Zuluaga (2005), el termino de frontera o limite, va más allá
de un concepto neutro o administrativo implica comprender que los límites son móviles,
por lo tanto no se sujetan estrictamente a las actividades económicas tradicionales propias
de uno u otro espacio. En ambos lugares se están gestando transformaciones económicas,
geográficas y ambientales “que disuelven las fronteras entre el mundo rural y el urbano,
aquellas que los sociólogos rurales se habían esforzado en definir y delimitar como forma
de circunscribir su objeto de estudio. En el mundo actual, y más aún en el futuro, los límites
entre lo rural y lo urbano se volverán cada vez más difusos “Pérez, E. (2001, p. 303).

Se podría afirmar que la categoría de frontera ha respondido tradicionalmente al


pensamiento cartesiano, donde el adentro y el afuera son mundos en oposición, donde la
línea separa lo diferente, más aun en el caso de lo urbano/rural, entendidas como realidades
opuestas, como pares en oposición. Así, los límites entre lo urbano/rural implican otras
concepciones limítrofes que van de lo moderno/tradicional, avanzados/atrasados,
hombre/naturaleza y centro/periferia. “Como apreciamos el término frontera, guarda
resonancias del racionalismo, que se traducen en políticas y gestión territorial” (Zuluaga,
2005, p. 84).

Observamos que en la zona de frontera, esta mirada dicotómica que recae en los
estereotipos, se problematiza debido a la gran cantidad de relaciones y tensiones entre urbe
y campo. La movilidad social, los conflictos sociales, la pobreza, la identidad entre otras
situaciones complejizan ese marco histórico, social, económico y político que se teje de
múltiples formas, configurando escenarios particulares que le dan sentido, pertinencia y
riqueza a lo rural. De acuerdo con las conceptualizaciones construidas alrededor de una

nuestra propuesta.
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nueva ruralidad, siendo este el término más aceptado para describir genéricamente las
maneras de organización y el cambio en las funciones de los espacios tradicionalmente "no
urbanos"4. Los límites entonces son móviles entre lo urbano y lo rural, por lo tanto, no se
sujetan estrictamente a las actividades económicas tradicionales propias de uno u otro
espacio. En ambos lugares se están gestando transformaciones económicas, geográficas y
ambientales que disuelven las fronteras entre el mundo rural y el urbano, aquellas que los
sociólogos rurales se habían esforzado en definir y delimitar como forma de circunscribir
su objeto de estudio” (Pérez, E. 2001).

Aguzando el análisis comprendemos que lo rural ya no implica estrictamente la producción


económica agropecuaria, y las dinámicas culturales en este margen fronterizo no hacen
referencia únicamente al mundo campesino. Estas relaciones de hibridación configuran
fuertes transformaciones territoriales, en donde se crean nuevos espacios “en los que
coexisten y se yuxtaponen usos y actividades agrícolas, residenciales, de ocio, recreación y
de conservación” (Zuluaga, 2005, p. 6). Al respecto Barsky (2005) también señala que la
aproximación a la frontera o borde5 posee varias acepciones como periferia urbana,
periurbano, extrarradio, exurbia todas connotan un estudio multidisciplinario y la
característica de interface de este territorio. Más allá, hoy en día el borde o frontera
presenta una continua transformación, una heterogeneidad en sus procesos de ampliación y
ocupación del territorio rural. Al respecto es crucial comprender las dinámicas de
urbanización a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, que han generado una serie de
desequilibrios territoriales, que se manifiestan en un deterioro ambiental y en el constante
conflicto social y de intereses de diversos actores (Talavera, H., Villamizar, N., 2012).

La emergencia de nuevas formas de ser en la frontera urbano-rural, está directamente


involucrada con el impacto de la urbe y del sistema económico, el cual viene integrando el
campo a los procesos de mundialización. “La economía mundial es cada vez más un todo
interdependiente: cada una de sus partes se ha vuelto dependiente del todo y
recíprocamente el todo sufre perturbaciones y riesgos que afectan las partes” (Morin, 1999,
p. 35). En este sentido los intercambios y relaciones, cooperaciones, flujos y redes cada vez
más, están integrados a la economía global.

4
El termino nueva ruralidad se ha extendido de forma generalizada a partir de mediados de los años 90s e
implica genéricamente el aumento en la movilidad de personas, bienes y mensajes, deslocalización de
actividades económicas, nuevos usos especializados, surgimiento de nuevas redes sociales, así como
diversificación de usos económicos (recreación, producción, residencia…) que los espacios rurales ejercen de
modo creciente.
5
En perspectiva de interface
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Atendiendo al flujo de relaciones en el ámbito territorial de frontera comprendemos que


está misma se define como interfase urbano-rural, “como campo de acción entre dos o más
sistemas sociales, ambientales, económicos, políticos y culturales, de origen urbano y rural,
en donde se concentran diferentes tipos de tensiones” (Pellicer, 1996). Al mismo tiempo
estas son áreas peri-urbanas con un mosaico de ecosistemas agrícolas y urbanos, afectado
por flujos de materia y energía demandados por las áreas urbanas y rurales; son social y
económicamente heterogéneas y sujetas a rápidas transformaciones (Allen, 2003).

Este marco de relaciones estrechas y diversas. Hace necesario el trabajar con nociones
nuevas que permitan entender las dinámicas de las áreas de frontera urbano-rural, que han
emergido en las últimas décadas en las ciudades latinoamericanas y, entender como lo
hacemos en esta investigación, que las relaciones entre estos dos espacios se ha
transformado notoriamente, y “por lo tanto ya no opera la vieja separación funcional, que
partía de asumir la ciudad como espacio industrial -y a partir de allí se creaban las otras
diferencias-, lo que también suponía al campo, netamente agrario, y distante de la
ciudad”. (Zuluaga, 2005, p. 81). 

Compartimos entonces con Zuluaga (2005), y en clave de una nueva ruralidad. Que las
fronteras son un lugar intermedio, donde las discontinuidades se vuelven un poco difusas.
En la realidad, más que barrera física, borde exterior o línea que separa; alude a una zona
de contacto y de intersección, que se comporta como una membrana porosa, flexible y
receptiva a las dinámicas y a las informaciones que se suceden a cada lado, donde la
posibilidad de mezclas, entrecruzamientos, redes y mestizajes, es muy alto. Al ser una
membrana porosa se presenta como un territorio de interface revestido por una doble
condición como espacio físico y espacio de decisiones políticas. De esta forma es a la vez
“un tejido complejo de interacciones entre los lugares y las personas, algunos
geográficamente adyacentes, otros no definidos en absoluto por la geografía (Duke, 2005).
Y lugar de interacción entre las diferentes fuerzas políticas y los intereses particulares que
compiten en un territorio (Vaux, 1982). Siguiendo a Villamizar & Sánchez, J,(2012) esto
implica:

Entender los bordes urbanos como espacio de estudio y laboratorio de


experimentación implica reconocer su doble condición como espacio abstracto de
decisiones políticas y espacio físico de manifestación de las mismas. Esta doble
condición implica además la comprensión y consideración de condiciones sociales,
económicas, culturales, políticas y ambientales que configuran la vida diaria en
estos territorios generando situaciones de apropiación y conflicto que, desde
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disciplinas como la arquitectura y la planificación, requieren ser incorporadas a


los momentos de análisis y proyección de estos territorios.

Derechos para la defensa ambiental en la frontera urbano-rural.


Las ciencias políticas y jurídicas han elaborado a lo largo del tiempo, un juicioso estudio
sobre el origen y desarrollo de los derechos humanos. En medio de estas elaboraciones,
afloran perspectivas teóricas que matizan y complejizan el tema. Una de ellas, consiste en
la idea clásica que considerara a los derechos humanos y a la ciudadanía como una serie de
reivindicaciones generacionales que se han ido ampliando y universalizando de manera
progresiva. Esta perspectiva socialdemócrata de la ciudadanía, fue desarrollada por
Marshall, T. H. (1963). Y en ella se señalan tres generaciones de derechos sucesivas que
han contribuido a ampliar el ejercicio de la ciudadanía.

En términos generacionales se trata entonces como señala Giráldez (2000, p. 36) “de la
extensión de la igualdad como libertad a un número mayor de grupos sociales, de la
ampliación de la pertenencia plena a la comunidad, identificada ya como ciudadanía, con
un cuerpo de derechos y deberes, pero no comporta la uniformidad social, puesto que la
igualdad política es compatible con la existencia de diferencias, de desigualdades
económicas, de clase, de la división jerárquica de la sociedad”.

Aparece entonces en el contexto internacional desde hace un par de décadas, la discusión


acerca de los derechos de tercera generación, que aluden precisamente a asuntos colectivos
o supra individuales, como los derechos ambientales. Estos derechos de tercera generación,
se identifican con la doctrina “que ha sido reiterativa en afirmar que estos derechos recaen
sobre grupos humanos compuestos por individuos con características diversas. Su interés es
difuso por cuanto el mismo tiende a difundirse en todo un grupo humano que puebla una
región determinada, colectivo por su afectación a una colectividad y transpersonal por
cuanto supera el interés individual” (Ortiz, 2014, p. 10).

Al respecto Pérez L. (1999) considera que los derechos ambientales harían parte de los
derechos de tercera generación, por sus aspectos solidarios y jurídicos, pues se necesita de
la base material ambiental para sustentar los otros derechos. Sugerimos en este marco que
el concepto de derechos ambientales, debe ser considerado como parte del conjunto de los
derechos humanos que se han ido construyendo por diversos procesos sociales y no
únicamente durante las coyunturas históricas. Precisamente entendemos aquí el concepto de
los derechos humanos como:
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“Un conjunto de procesos sociales, económicos , normativos , políticos y culturales


que abren y consolidan espacios de lucha por la particular concepción de la dignidad
humana, sin ser algo dado y construido de una vez en los principales momentos de
la historia de las declaraciones universales de los derechos humanos como las de
1789 o 1948, sino que se trata de procesos, es decir, dinámicas y luchas históricas
resultado de resistencias contra las diversas violencias que diferentes expresiones de
esos poderes dominantes han ejercido históricamente contra individuos, colectivos,
pueblos y sociedades enteras. (Herrera, 2005).

Frente a los derechos de tercera generación o colectivos, se plantean posturas, algunos


señalan su inexistencia en el ámbito jurídico, otros señalan una aplicación reducida o
limitada y finalmente su aplicación extensa. Esta última es la manera como comprendemos
que los derechos colectivos deben garantizarse en nuestros contextos, ya que esta manera
contempla su posible vulneración. En resumidas cuentas los derechos colectivos se
caracterizan:

Por compartir algunos elementos de los derechos difusos al ser transindividuales,


indivisibles, pero sus titulares son personas determinables vinculadas entre sí o con
la parte contraria, por una relación jurídica base, que debe darse antes de la
generación del daño, como sería el caso de los contribuyentes de un impuesto.
(Ortiz, 2014, p. 13).

Concretamente los derechos ambientales, nacen como derechos colectivos, por el interés
común que implica el ejercicio de sus derechos y han sido definidos bajo diferentes matices
que van más allá de los intereses y derechos del individuo, por ello nos apoyamos en Mesa
Cuadros (2007) quien parte del concepto de derechos en perspectiva de integralidad para
proponer la constitución de un estado ambiental de Derecho.

La consolidación de un Estado Ambiental de Derecho en el cual conviven de manera


armónica e interrelacionada los componentes bióticos, abióticos y antrópicos, visión que
tratará de enmarcar el presente documento. Mesa Cuadros (2010, pág. 66). Considera que
los derechos ambientales no son difusos, en la medida que está claramente definidos por
rasgos como los siguientes:

(i) Los titulares de éstos, (ii) el objeto y (iii) los mecanismos de protección; aunado a que
no hay nada más evidente que los problemas ambientales

Los derechos de tercera generación, son entonces una sinergia que se acopla entre lo que
hemos denominado como derechos colectivos, los ambientales y otros que reclaman la
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identidad y reconocimiento cultural, pluricultural y multiétnico. Estos derechos tienen un


diverso reconocimiento internacional y múltiples variaciones de exigencias, que animan a
la movilización social a pesar de que muchas veces sean desconocidos y subvalorados
jurídicamente (Ortiz, 2014, p. 16).

¿Cómo abordan los marcos constitucionales los derechos


ambientales?

El derecho a contar con una ambiente consecuente con la concepción de dignidad humana y
derechos humanos, se comienza a discutir internacionalmente en la conferencia de
Estocolmo de 1972, En la que se establecen acuerdos iníciales sobre el tema. A
continuación la declaración de Rio de 1992 y la convención de naciones unidas sobre
cambio climático de ese mismo año. Despiertan el interés de múltiples países por legislar
entorno al concepto de un ambiente sano. Las reformas constitucionales que se adelantaron
en Latinoamérica comenzaron a poner el tema sobre la mesa, no obstante cada contexto
apropio los acuerdos a su manera.

Las constituciones de Colombia y Perú describen y caracterizan al estado propio de cada


país. Colombia se declara “como un estado social de derecho, organizado en forma de
República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales,
democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el
trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés
general (Art 1 Constitución )”. Y Perú se caracteriza como “democrático de derecho.
Forma de Gobierno La República del Perú es democrática, social, independiente y
Soberana. El Estado es uno e indivisible. Su gobierno es unitario, representativo y
descentralizado, y se Organiza según el principio de Ia separación de poderes” (Art 43).
Traemos a colación estos elementos porque consideramos que el reconocimiento extenso de
los derechos colectivos y entre ellos los ambientales, tiene que ver con el tipo de estado
caracterizado en las constituciones y sobre el cual se pone en marcha el andamiaje jurídico.

Los derechos colectivos constituyen un apartado de la constitución de Colombia 6 y en la


constitución peruana su mención se restringe a los derechos laborales sin contar con
apartado propio. El reconocimiento de los derechos de tercera generación propicia entonces
el reconocimiento de garantías y limites relacionados con los derechos ambientales. Perú
6
En la constitución Política del Ecuador, en el capítulo 5 los aborda, siendo la sección segunda la encargada
de consignar el tema ambiental. En la constitución política de Colombia, el título III ampara el tema de los
derechos colectivos y del ambiente.
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plantea una política ambiental en este sentido 7 centrada en el uso sostenible y conservación
de los recursos ambientales.

Mientras que Colombia (Art 79) sostienen la prevalencia del derecho a un ambiente sano, la
consulta previa a los ciudadanos sobre proyectos de impacto ambiental, la instauración de
áreas protegidas, la protección, conservación y reglamentación ambiental. De esta manera
“puede decirse que hoy el derecho al ambiente sano se encuentra entre los llamados
derechos ambientales que tienen en común que se corresponden con la necesidad de
acceder, usar, proteger e intercambiar adecuadamente los bienes naturales y ambientales en
beneficio de todos los humanos presentes y futuros” (Mesa, 2007, p. 62).

Lo anterior hace patente que los derechos ambientales y los humanos en general no
provienen simplemente de la imposición legislativa, sino que el conjunto de ellos pueden
apreciarse como acciones y reacciones sociales y culturales surgidas de contextos concretos
y precisos de relaciones que pretenden irrigarse por todo el globo, afirmando el sentido de
los derechos humanos (Mesa, 2007, p. 38). Estas acciones y reacciones se animan desde la
movilización social, desde la articulación de estas reivindicaciones colectivas con los
procesos de transformación y soberanía ambiental.

Hemos traído a colación el derecho a un ambiente sano al encontrarse consagrado en la


constitución colombiana, y por qué este derecho ha sido el epicentro de algunos de los
desarrollos jurídicos vigentes en nuestro país. Por ejemplo, la corte constitucional en su
sentencia T-067 de febrero 24 de 1993, aborda el tema a partir de la instauración de una
acción popular o tutela referida a la utilización del Glifosato en una amplia zona del país,
“que amenaza el ambiente sano, y pone en peligro sitios de gran valor ecológico y destruye
el ecosistema. Además, el Ambiente Sano, el derecho a gozar de un hábitat adecuado y la
participación, son derechos violados por la decisión de erradicación con pesticidas que
toma el Consejo Nacional de Estupefacientes”8.

Esta sentencia marca un interesante precedente con respecto a los derechos ambientales, -
pues estamos de acuerdo con Mesa (2007), que los derechos ambientales expresan más
reivindicaciones y que la garantía de un ambiente sano es una de ellas- al respecto la corte
manifiesta que la tradición jurídica señala que la titularidad de los derechos es subjetiva y
las acciones de tutela buscan proteger y restituir los derechos fundamentales del sujeto.

7
En la constitución política de Perú Art 67,68 y 69
8
Este fragmento hace parte de la acción de tutela interpuesta Gerardo Ardila En nombre
de la Alianza Democrática M-19. Expediente No. T- 904. Acción de Tutela interpuesta contra el Consejo
Nacional de Estupefacientes.  Como Acciones Populares sobre el Derecho al Medio Ambiente Sano.
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Considerar a los derechos ambientales como colectivos -así no seamos una de las partes
demandantes- para que estos puedan ser protegidos es un avance importante que la
sentencia resume así, “En el caso de los derechos colectivos o intereses difusos no se puede
predicar una titularidad subjetiva del derecho y por lo tanto es necesario modificar el
concepto tradicional para dar lugar a la efectiva protección del derecho”9.

La legislación ambiental, hace parte del reconocimiento indiscutible del reconocimiento de


los derechos ambientales, no obstante, la legislación con este rasgo ha operado de manera
marginal, pues como señala García (2011). El estado se ha empeñado en generar leyes, y
prácticas que favorecen los intereses privados. Al mismo tiempo el derecho ambiental
también es marginado de la academia y del plano operativo de la justicia “donde tanto
jueces como abogados carecen de habilidades para dirimir los conflictos ambientales con
terceros, proteger a la sociedad de los ecocidios y amenazas a un ambiente sano”.

La huella ecológica en la frontera urbano-rural.

La sobreexplotación e hiperconsumo de recursos, bienes y servicios registrados a escala


planetaria, pone en evidencia una serie de situaciones que violentan nuestros derechos
individuales y colectivos sobre un ambiente sano y adecuado para el mantenimiento de las
futuras generaciones. La literatura sobre el tema, convencionalmente ha achacado la
situación a la superpoblación y a la pobreza. Factores relacionados sin duda, pero lejanos al
cuestionamiento sobre el modelo económico y de desarrollo antropocentrista, donde la
naturaleza se plantea como una proveedora de recursos sin límites.

Mesa Cuadros (2007), y otros citados por él en su investigación sobre derecho ambiental,
han indicado que la principal causa de los males ambientales se asienta en las prácticas
ilimitadas de depredación, usufructo y sobreconsumo que el modelo de desarrollo
establecido supone y promueve como la fórmula básica del desarrollo de la “libertad”
humana, libertad relacionada además con la confianza ciega en la tecno-ciencia y en la
ilimitada capacidad de la razón humana para justificar la devastación y la contaminación.

Ángel Maya (1994), pone de manifiesto en su trabajo sobre filosofía ambiental que esta
idea de libertad y fe ciega en el pensamiento racional tiene su asiento en la formación del

9
El principio procesal tradicional afirma que la cosa juzgada debe ser aplicada solamente a las partes del
proceso.  En el caso de los derechos colectivos o difusos es indispensable que la decisión final sea aplicable a
todas las personas interesadas en el proceso, así no hayan sido partes en el mismo. T-067 feb. 24 de 1993.
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pensamiento moderno y en la escisión entre hombre y naturaleza que aparece en el


pensamiento cartesiano, al respecto este autor comenta:

“El pensamiento ambiental incipiente, presente en Spinoza y en algunos


pensadores de la época de la Ilustración, fue sepultado por la filosofía kantiana,
que representa, a no dudarlo, el fundamento más claro del Paradigma
Epistemológico de la Modernidad. Con Kant se instala en la ciencia moderna la
separación tajante entre ciencias de la naturaleza y ciencias del «espíritu». En esta
forma, el análisis del comportamiento humano es desligado de sus raíces naturales
y las ciencias humanas se instalan definitivamente en el limbo de un
sobrenaturalísimo filosófico, del cual no han logrado descender todavía si no es
por la vertiente erosionada del reduccionismo” (Ángel, 1994, p. 25).

Planteamos que la huella ambiental y nuestros consumos ecosistemicos. Estan ligados a un


postura ética basada en el dominio del hombre sobre la naturaleza es alimentado por la
razón cartesiana y el sistema económico capitalista, al mismo tiempo esta actitud ética
redunda en comportamientos orientados a la sobreexplotación y el hiperconsumo. Ambos
elementos interelacionados han planteado un sentido del habitar del hombre en la
naturaleza, asentado en la domesticación del espacio y del tiempo, siendo la vida urbana la
principal característica de la morada del hombre. “En los últimos 250 años esta forma de
morar ha sido devastadora dado que el auge de las ciudades, la industrialización, el
mercantilismo, la homogenización progresiva de la tecnología que obedece al manejo
antisistémico de la «naturaleza» ecosistémica, han hecho que sea insostenible la vida
urbana de las grandes ciudades, metrópolis mutantes” (Ángel, 1996).

El termino habitar como lo recogemos aquí esta reconstruido por Noguera (2004)
siguiendo la perspectiva de Bateson (1993 citado por Noguera 2004). Quien en sus
conferencias recoge a Martín Heidegger al plantearse el mundo como la conjugación
permanente del verbo ser. “El ser humano comienza a ser humano, en la medida en que
nombra el mundo. La palabra es mundo, la ciencia y la tecnología, las teorías de la
sociedad, las economías, las éticas y la política, se construyen con palabras. Son palabras.
Por ello, el origen de la vida en todas las culturas, tiene características mítico-poéticas. La
palabra es fundadora de mundo y de hombre. El verbo ser conjugado, es la base de todas
las religiones y, por supuesto, de todas las visiones de mundo, pues ellas surgen de la
pregunta: ¿qué es el mundo?10” (Noguera, 2004, p. 108).
10
El mundo para Noguera estaría signado por un habitar poético, ya no de escisión entre hombre y
naturaleza sino por el contrario, en una reconciliación entre ambos, a partir del reconocimiento dialógico y
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Seminario Enfoques y métodos de investigación
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Cuando Noguera (2004) recoge al filósofo Heidegger (1991) 11, podemos señalar que El
habitar pertenece estructuralmente hablando al «construir» (bauen) en el doble sentido de
«cultivar» (colere) y erigir (errich-ten), pero la esencia del habitar está en el «respetar»
(schonen). El hombre construye en tanto que habita y porque habita. Pero solo habita
quien necesita un lugar de in-moración, esto es, quien requiere de guarda y pertenencia.
«En el habitar —subraya Heidegger— está pues, el rasgo fundamental del ser, conforme al
cual son los mortales

Estamos entonces de acuerdo con Noguera cuando sugiere que el morar significa habitar y
habitar es un acto profundamente trascendental en el humano. Por esta razón el
pensamiento ambiental está permeado de moralidad y es una invitación a los filósofos,
educadores, ambientalistas y al ciudadano a romper con la ortodoxia de una filosofía del
sujeto muy presente aún en la visión antropocentrista y eurocentrista que impera en el seno
mismo de la oficialidad del pensamiento ultra e hiper-moderno. (Noguera, 2004).

La ruptura con el pensamiento moderno implica, generar algunos referentes para evidenciar
que nuestro habitar depredador e hipermoderno ha causado un fuerte impacto, al respecto el
concepto de huella ambiental, el cual es establecido por primera vez, como huella
ecológica por Rees y Wackernagel (2001), expresa que la huella es indicador de los
consumos –y especialmente los sobreconsumos- de una parte de la población humana, los
generadores tanto de la sobreexplotación de los recursos naturales que ocasionan su erosión
(reducción, disminución, agotamiento y extinción) o contaminación (es decir, incorporación
de sustancias nocivas para el ambiente y los elementos ambientales más allá del límite
permisible para que el ambiente se regenere por sí mismo.

El impacto y profundidad de la huella ambiental puede ser rastreado y definido, Aquí


comprendemos este concepto así:

la transformación del ethos y el telos que le dan sentido y horizonte a nuestra cultura. Cuando aludimos en
este trabajo a un reconocimiento de los derechos ambientales, nos ubicamos en la perspectiva dialógica en
la que hay interacción con la naturaleza y no mera dominación. Una estructura rizomatica, una red de
relaciones en la que estamos inmersos y presentes, no por encima o fuera de ella, es lo que nos conecta a
todos con nuestra teleología de la vida y el reconocimiento ético de lo ambiental.

11
Para ampliar la idea reseñada se puede consultar HEIDEGGER Martín (1991) Construir, habitar y pensar.
Traducción de Karin S. de Poortere. En: Revista Ingeniar # 6 p.p. 49-53 y # 7 p.p. 19-26. Manizales:
Universidad Nacional de Colombia.
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“La huella ambiental puede ser medida y nos puede indicar qué tantos recursos
explotamos o usamos, qué tanto consumimos, contaminamos o desechamos en un
espacio y tiempo determinados. Las huellas y sus impactos ambientales (positivos o
negativos) se miden por los consumos endosomáticos y exosomáticos que una
cultura genera, siendo los consumos endosomáticos (aquellos necesarios para la
supervivencia humana) muy similares a todos los humanos (en promedio entre 1800
y 2200 calorías diarias) cuando los consumos exosomáticos (todos los consumos
extra a lo necesario para la satisfacción de las necesidades básicas de supervivencia)
siempre serán culturalmente diferenciados en la medida que cada cultura define
cuánto y cómo se consume y se generan desechos”. (MESA, 2009, p. 46)

Otro concepto que debemos traer a colación es el de deuda ambiental. Este término se
traduce en deuda e injusticia ambiental, es decir, en unas deudas ambientales, no pagadas y
en formas precisas de injusticia ambiental, las cuales han sido ampliamente descritas por
Martínez Alier (1997)12, entre otros13, y hace referencia “a la extracción y sobreexplotación
de recursos naturales de forma generalizada, con la incorporación de sustancias toxicas más
allá de los límites permitidos por la legislación ambiental, con la exportación de
contaminación, países del “subdesarrollados” en los que la legislación ambiental es débil o
inexistente”.

Ampliando la cuestión, la deuda se incrementa con los intercambios desiguales, la


biopiratería y con la generación de desplazamientos ambientales, sin asumir los costos
sociales y climáticos que todo ello significa. De esta forma se continúa descargando en los
más pobres las consecuencias de la contaminación, pues son los pobres las víctimas de la
depredación y el sobreconsumo que han ejercido otros habitantes del planeta más
acomodados.

Para Martínez Alier (1994) y Oliveras (2003) (citados por Mesa G. 2009), se establece que
los conflictos ambientales, son causa y efecto de las relaciones económicas internacionales,
que plantean en su raíz, un intercambio económico y ecológicamente desiguales. En este
comercio desigual, los impactos ambientales se acentúan en los países en desarrollo, siendo
dos los principales conflictos ambientales distributivos a escala global que generan la deuda
12
Martínez Alier, Joan y Oliveras, Arcadi, ¿Quién debe a quién? Deuda ecológica y deuda externa. Barcelona:
Icaria, 2003. También puede consultarse Martínez Alier, Joan, “La deuda ecológica”, en: Ecología Política 19,
2000, pp. 105-110 “Deuda ecológica y deuda externa”, en: Ecología Política, 14/1997, pp. 157-173.
, De la economía ecológica al ecologismo popular, 2.ed. Barcelona: Icaria, 1994.
13
Cuadros, G. M. Deuda ambiental y climática: amigos o depredadores-contaminadores del ambiente
Recuperado de: http://www.derecho.unal.edu.co/unijus/pj25/3Deuda.pdf.
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ecológica. Como señalan estos autores, de una parte, los países pobres tienen economías
extractivas según el esquema tradicional de ventajas comparativas, lo cual aumenta los
impactos del consumo global en solo unos países. Es decir que la mayor cantidad de
contaminación debido a la producción se hace allende a los límites de los países
consumidores y desarrollados.

La deslocalización de la industria, las maquilas y el transito abierto de productos al


desmontarse las fronteras proteccionistas han colocado en el mundo nuevos escenarios para
el abandono de los desechos a un precio relativamente cómodo14.

De otra parte, los efectos del cambio climático por los exagerados consumos de algunos
países desarrollados, “impactan más a países con ecosistemas sensibles como los
intertropicales, no porque la naturaleza se ensañe siempre contra los más pobres, sino
porque la sobreexplotación del ambiente, los sobreconsumos y la exagerada incorporación
de agentes contaminantes que están asociados a tales prácticas los afectan más” (MESA,
2009, p 81). La contaminación de suelo, aire y aguas, las enfermedades generadas a los
seres vivos y el deterioro del territorio hacen parte de ese enorme pasivo que aumenta cada
día cuando la urbe sigue rellenando las montañas con basura, arrancando las entrañas de la
tierra con las explotaciones mineras.

14
El concepto de deuda ecológica del Norte hacia el Sur se usa desde 1990 o 1991 en un contexto
internacional (www.deudaecologica.org). El concepto une la reclamación de una “deuda de carbono”, es
decir, los daños causados por los países ricos por sus excesivas emisiones históricas y actuales de gases con
efecto invernadero, con la reclamación por el comercio ecológicamente desigual. Se añaden también
reclamaciones por pasivos ambientales de empresas extranjeras y reclamaciones por biopiratería y por
exportaciones del Norte al Sur de residuos tóxicos, concluyendo que la deuda ecológica que el Sur podría
reclamar al Norte es(en la medida que pueda ser traducida en dinero) mucho mayor que la deuda externa
reclamada por el Norte al Sur. En Martínez-Alier, J. (2012). Los conflictos ecológico-distributivos y los
indicadores de sustentabilidad. Polis. Revista Latinoamericana, (13).

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